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Hija adoptiva 1

en Hetero: Infidelidad

                Hija adoptiva.

                              

                Esta historia es, en gran parte, real me la relataron hace unos meses. Los nombres, las descripciones X y la situación geográfica son ficticios. Actualmente la niña, ya mujer con hijos sigue sin saber quiénes son sus padres biológicos, aunque casi convive con ellos.

                               Primera parte.

                Aparqué el taxi en una calle cercana a la casa. Procuré acercarme utilizando las sombras que me ofrecían los escasos faroles de la calle, utilicé la puerta trasera que, como esperaba, estaba con el cerrojo sin echar. Solo la cerradura que abrí con la llave que me había facilitado la dueña. Sigilosamente cruce el corral y entré en el edificio. Atravesé la cocina y el pasillo con la planta baja en la más completa obscuridad y subí la escalera. Entré en la habitación, como tantas veces. Ella dormía plácidamente bajo las mantas. Me gustaba escuchar su respiración acompasada… Hacía frio. Me desnudé y tiritando me acosté junto a ella, tratando de no destaparla, despertándola.

                — ¡Vienes helado! Anda, arrímate y te caliento…  ¡Uuhh, qué fríos traes los pies! — El calor que desprendía el cuerpo de Lidia me calentaba, no solo por fuera… Mi pene crecía por momentos y, como si fuera autónomo, se entremetía entre las preciosas nalgas. Me daba la espalda. Solo un impedimento se interponía; el camisón que acostumbraba a ponerse cuando estaba sola. Con su ayuda tiré de la camisola hasta enrollarla en su cintura y ya expedito el camino, desde atrás, acariciando su dorso y pasando la mano por su axila llegué a su pecho, sobre la tela. Con la otra mano pinté con mi brocha la grieta que se me ofrecía. Mi hombría entró en la ya húmeda cavidad que esperaba anhelante. Estaba muy excitado y en apenas unos minutos bombeando  con furia, descargaba en su vientre. Ella no disfruto. Le costaba bastante llegar a excitarse.

                —Venias cargadito ¿Eh? — Me dijo con sorna.

                —No puedes imaginarte cuanto mi vida. Llevo una semana esperando este momento…

                --Y yo, mi amor… Y yo…

Se giró hacia mí, yo, de lado, sobre mi costado derecho, acaricie su vulva con la mano izquierda, abarcándola en su totalidad; mi dedo corazón se internó en la empapada grieta pasándola desde el perineo hasta su botoncito. Un gemido delataba su placer. Rodeé con delicadeza su capuchón; ella con sus dedos se pellizcaba los pezones. Como pude entré por el escote del camisón para apartar una de sus manos y relevarla en tan grata empresa. En este punto estaba muy excitada. La besé con deseo, nuestras lenguas pugnaban por penetrar al otro y los labios blandos se fundían en una lujuriosa lucha. Sus suspiros, el temblor de sus piernas inquietas, señalaban la cercanía de su clímax… Y llegó…

                — ¡Aaaahhhh, Manoloooo…! ¡Me corrooo! ¡Aaaahhgggggg!  — Una convulsión que la levantó de la cama, apoyada en sus talones y la espalda, seguida de otras de menor intensidad marcaron el fin del encuentro.

                Nos quedamos un tiempo abrazados, acariciándonos con delicadeza, besándonos. Me gustaba pasar mi mano por su pelo, peinándolo con mis dedos, acercándolo a mi cara para embriagarme con su olor… De nuevo la excitación enderezó mi hombría que se colaba entre sus muslos. Más besos, más caricias; con su mano apresó el objeto de su placer para conducirlo hasta su cálida abertura, entró con suavidad, me monté sobre ella y empujé una y otra vez hasta que sus gemidos y la respiración entrecortada me indicó la proximidad de su clímax. Y llegó… Arrollador, sus brazos me apresaron y casi me ahogaban; yo, sobre mis codos para no descargar mi peso sobre su cuerpo, mordisqueaba su cuello, sus deliciosas orejitas… Bajé mi mano derecha acariciando su cadera y los muslos, me gustaba comprobar cómo se erizaba la piel y se tornaba rugosa debido a la excitación.

                Como casi siempre su explosión me sorprendió. Gritó y se contorsionó, levantando mi cuerpo con el suyo hasta dejarse caer desmadejada sobre la cama. Me deslicé hasta quedar a su lado, comprobé, como otras veces, que de su boca se descolgaba un hilillo de saliva que yo me apresuraba a sorber con fruición. Poco a poco su respiración se normalizó con su mano en mi sexo.

                Nos quedamos dormidos y no debíamos… era peligroso.

                Desperté sobresaltado mirando mi reloj, eran las cinco y me tranquilicé; me levanté deslizándome para no destaparla y que no se despertara. Lo había repetido tantas veces que era ya habitual.

                Pero Lidia se despertó, se incorporó apoyándose sobre su codo izquierdo, encendió la lamparita de la mesilla de noche… Me sorprendió su mirada extraña.

                —Manuel, tenemos que hablar…  — Me dijo con cara compungida mientras me subía los pantalones y abrochaba la cremallera y el cinturón.

                — ¿De qué, vida mía?  — Pregunté. Su mirada era sombría.

                —No me ha bajado…  la regla… estoy muy asustada — Enterró la cara en la almohada y un sollozo rompió su garganta impidiéndole seguir hablando.

                Si llegan a derramar un cubo de agua fría en mi cabeza no me hubiera sentido peor. Mi barbilla se descolgó y un escalofrío recorrió mi espalda hasta impactar en la nuca como si me hubieran dado un martillazo.

                Y no era para menos. Nuestro idilio era secreto, nadie debía saberlo. Llevábamos unos meses  así. Lidia estaba casada, su marido, Juan, se tuvo que marchar a trabajar a Alemania con un contrato de tres años y llevaba un año fuera.

                Vivíamos a mediados de los setenta, las leyes y la sociedad rechazaban de plano la infidelidad. Las precauciones eran imprescindibles. Pero había algo que era casi insuperable. Los anticonceptivos estaban prohibidos. Los preservativos se vendían como contrabando…

                Yo era el único taxista en el pueblo a unos cien kilómetros de Albacete. Esta ocupación me permitía pasar desapercibido cuando me movía a cualquier hora del día o de la noche por las calles o las carreteras le las aldeas cercanas. También me permitía conocer los entresijos de las vidas de los vecinos.

                Lidia y yo nos conocíamos desde niños, tonteábamos en la adolescencia pero a ella su familia la llevo a la capital para estudiar y dejé de verla durante algunos años. Regresó ya casada, su padre lo había arreglado con la familia del marido; tenían muchas tierras y eran de los pudientes del pueblo; pero una mala racha los arruinó y el marido tuvo que marcharse a trabajar fuera para salvar lo que pudieran.

                Un buen día, Lidia me llamó para que la llevara a la ciudad para ver  a un medico por un problema de riñón. Era un cálculo no demasiado grave.  Por el camino hablamos y acabamos follando en una desviación, dentro del taxi. De esto hacía casi un año y desde entonces ya no pudimos dejarlo. La verdad es que yo quería a esta mujer y creo que ella también a mí. Lo hablamos, pero el divorcio no estaba permitido en este país y no digamos el adulterio, penado por las leyes franquistas.

                — ¡Manolo! ¿No dices nada? — Preguntó angustiada.

                —Yo… Bueno… Buuff, me has pillado por sorpresa… No sé qué decir… — Balbuceé. —Pero ¿Cómo ha sido? ¿No decías que eras estéril? — Le dije con una voz que no me salía del cuerpo.

                — ¡Síí, eso creía! ¡Con mi marido lo intentamos durante un año y no pasó nada! — Sus ojos estaban arrasados en lágrimas.

                — ¿Y no pensaste que podía ser él el estéril? — Le dije como en un lamento.

                — ¡¿No me irás a dejar sola con esto?! — Su pregunta era un angustioso lamento, me acerqué a ella y la abracé con cariño, ella se arrebujó en mis brazos.

                —Buscaremos una solución, mi vida… Déjame pensar en ello — Besé su frente y me levanté, deslizó sus manos por las mías hasta que me separé de ella.

                Me deslicé furtivamente por la calle hasta llegar al taxi; sentado dejé caer mi cabeza sobre los brazos al volante. No podía pensar, mi mente era un caos, un torbellino de fugaces imágenes me aturdían.

                Me incorporé, arranqué el vehículo y me dirigí a la plaza de aparcamiento de mi taxi.

                Pasaron unos días. No encontraba solución al problema y me agobiaba.

                Casi una semana después me llamaron para llevar a un matrimonio conocido a Albacete. Por el camino pude oír algo de su conversación. Al parecer querían tener un hijo pero no venía y se habían sometido a unas pruebas. Hoy recogerían los resultados. Los dejé en la puerta de la clínica y me tomé un café mientras esperaba.

                Por la ventana del bar vi salir a mis pasajeros. Pagué y salí en su busca, parecían disgustados.

                Durante el camino de vuelta les escuché hablar.  Eran cuchicheos.

                —Lorenzo, ya has oído al doctor, no  soy yo, eres tú. Tuviste esa enfermedad de niño y te dejó estéril, acéptalo, ya no tenemos que preocuparnos más. Adoptaremos uno y ya está…  — Le decía la mujer.

                 —Pero Laura, yo te quería dar un hijo y… — No pudo seguir, el marido lloraba en silencio, amargamente.

                Seguían hablando y ya no les presté atención. Una idea bullía en mi cabeza.

                — ¡Manolo, para en algún sitio, Laura quiere orinar! — Me gritó Lorenzo.

                —Estamos cerca de una venta de carretera, pararé allí ¿Vale? — Les grité yo.

                Y así lo hice. Lorenzo y yo nos sentamos en una mesa mientras Laura entraba en los servicios.

                —Lorenzo, no he podido evitar oír lo que hablabais y… — No me dejó terminar.

                — ¡No se lo iras a decir a nadie! — Me dijo asustado.

                — ¡No… no! Solo quería proponerte algo…  — Callé esperando su reacción.

                —Bueno… Tú dirás…

                —Pues… Verás… Yo tengo un niño para vosotros… — Me miró con la cara desencajada.

                — ¡¿Tú vendes niños?! — Su cara de sorpresa me hizo sonreír.

                —No hombre no… no me malinterpretes. No vendo… Regalo niños… Veras, hay una mujer que acaba de quedarse embarazada y no puede criar al niño. Lo que te propongo es que tu mujer simule un embarazo y cuando vaya esta mujer a tenerlo tu mujer hará como si lo tuviera ella. Lo inscribís a vuestro nombre y nadie tiene que saber  nada más. ¿Qué te parece?

                — ¿Cuánto nos va a costar el niño? Di la verdad Manolo…

                —Te he dicho que nada. Bueno, los gastos que pueda generar si hay complicaciones y los gastos de parto… Nada más…

                Nuestra conversación se vio interrumpida por la presencia de Laura que nos miraba con curiosidad.

                De nuevo en el taxi Lorenzo empezó a comentarle a Laura sobre la posibilidad de hacer algo para conseguir un niño. Al principio Laura estaba algo reacia. Pero poco a poco fue aceptando la propuesta hasta que por fin su marido le explicó todo lo que habíamos hablado.

                — ¿Puedo saber quién es la madre?  — Me preguntó Laura desconfiada.

                —Laura, lo que os voy a decir no debe saberlo nadie, tanto si aceptáis como si rechazáis lo que le propuse a Lorenzo.

                —De acuerdo, entiendo que es algo que te toca muy de cerca… — La intuición de Laura me sorprendió.

                —Si, muy…  demasiado cerca. Lo que sea es…  hijo mío y de…  Lidia… ¿Lo entiendes ahora?

                —Lo imaginaba… Y qué pasa si dentro de unos años quieres recuperar a tu hijo… O Lidia…  — Laura dudaba.

                —Laura, la criatura va a estar registrada a vuestro nombre. Legalmente será vuestra. Y ni a Lidia ni a mí nos interesa que esto salga a la luz… Ni ahora, ni dentro de veinte años. Ya sabéis que el marido de Lidia tiene muy malas pulgas. Además, si confío en vosotros es porque os conozco de toda la vida, sois buena gente, solo pido que me permitáis ver a mi hijo y sé que no me apartareis él. Seremos los padrinos. Seré vuestro compadre, como su tío… Y Lidia como su tía… ¿Estáis de acuerdo? — Callé esperando su respuesta.

                Tenía mis razones para hablarles claramente. De todos modos la panza de Lidia sería difícil de ocultar. A no ser que, como en este caso, contara con la ayuda y complicidad de estos compadres.

                — ¿Podemos pensarlo? — Dijo Laura con cara pensativa, que yo observaba a través del retrovisor interno — Mañana nos vemos en mi casa y te diremos lo que hemos decidido.

                —Por mí de acuerdo. Mañana paso por vuestra casa… ¿A qué hora? — Pregunté.

                —A las seis de la tarde ¿Te viene bien?  — Propone Laura.

                —Bueno… Ya sabéis como es mi trabajo… de todos modos en principio sí, en caso de no poder me paso un momento y os digo cuando ¿De acuerdo?…

                Llegábamos a su casa. Bajaron de coche, Laura me miró de forma extraña, me ofreció su mano por la ventanilla, le di un apretón con la mía y sellamos un acuerdo sin palabras. Al parecer ella era quien decidía y no solo en este caso. Lorenzo también me ofreció su mano, que estreché con fuerza, pero la noté blanda, fofa…

                En invierno las calles del pueblo estaban vacías a las doce de la noche. Me acerqué como un ladrón a casa de Lidia y entré por la puerta del patio, como siempre, con la llave que ella me dio el mismo día que tuvimos el primer encuentro. La luz del cuarto de Lidia estaba encendida, me acerqué por si había alguien en la casa y escuché lamentos. Estaba sentada en la cama, recostada en el cabecero sobre un cojín, con una toquilla sobre los hombros, lloraba. Me pareció bellísima, era muy guapa, el pelo oscuro caía sobre su rostro y se pegaba en sus mejillas bañadas por el llanto. La imagen era de una ternura infinita… Me emocioné, golpeé con los nudillos suavemente en la puerta, levantó su rostro sorprendida, me miró y cubrió la cara con sus manos llorando, ahora sí, convulsionando todo su cuerpo.

                Me acerqué, nos envolvimos en un apasionado abrazo. Despejé su cara apartando los cabellos y nos fundimos en un beso como nunca antes nos habíamos besado. Sus delicadas manos acariciaron mi rostro, mi mano derecha en su nuca y la izquierda en la barbilla. Me sentía profundamente unido a esta mujer, mi mujer, aunque las leyes dijeran que pertenecía a otro hombre. Una idea fugaz cruzó por mi mente, como un latigazo, como un relámpago. ¿Podría soportar saber que estaba en brazos de su marido cuando este volviera?  Deseché la idea por lo dolorosa que esta era. Me centré en ella, en tratar de hacerla feliz, en cumplir sus más íntimos deseos.

                —Me has asustado, no te esperaba esta noche… — Me miraba y sus ojos me transmitían un amor infinito. Mi pecho se henchía de gozo al tenerla en mis brazos.

                —Lo sé, mi vida; sin embargo has dejado sin cerrar el pestillo de la puerta… Sabías que vendría… Tengo algo que decirte y que puede solucionar lo del embarazo.

                — ¿Y qué has pensado? Porque yo me estoy volviendo loca… No sé qué hacer, la cabeza me va a estallar…

                —Tranquilízate mi amor. Si estás de acuerdo en lo que te voy a proponer creo que el problema está resuelto. — Me miró enarcando las cejas en un gesto de incredulidad.

                —Me das miedo… ¿Qué se te ha ocurrido? ¿Mandarme a Londres a abortar? ¿O con alguna bruja? — Hablaba con una desgarradora  tristeza.

                — ¡No!, ¡¿Cómo se te ocurre?! No os pondría en peligro ni a ti ni a la criatura que llevas en tu vientre, os quiero demasiado… 

                — ¿Entonces? — Quedó expectante, a la espera de mi respuesta.

                —Pues… Verás, tú no vas a parir…

                — ¿Cómo?…  A ver explícamelo.

                —Bueno, físicamente sí… Pero legalmente el bebé lo parirá otra mujer…

                —Manolo… No entiendo nada… Explícate…

                —Hoy he llevado a un matrimonio del pueblo a Albacete… Les han hecho unas pruebas y no pueden tener hijos; al parecer él es estéril.  Lo hemos hablado y les he propuesto que ella, la mujer, simule un embarazo y cuando tengas el niño sean ellos quienes lo registren como suyo. ¿Qué te parece?

                — ¿Son del pueblo?

                —Si, claro. Y buena gente, los conoces de siempre, son Lorenzo y Laura, los de la calle… —No me dejó terminar.

                — ¿Estás loco? ¿Voy a ver crecer a mi hijo con otra familia y no podré ni darle un beso? — Aquí el llanto la derrumbó  — ¿Y saben lo nuestro? Laura es…  una cotilla, ya debe saberlo medio pueblo… Joder… ¿Qué has hecho?

                —No he hecho nada… Aún… Pero dime si tenemos alguna otra opción. ¡Dímelo hostias! — Jamás había utilizado palabrotas entre nosotros y se sorprendió.

                —Tienes razón, no tenemos alternativas… Perdóname… Esta situación me desborda y a veces pienso en locuras… — Esa confesión me asustó. Habría pensado en… No, no, eso no…

                —Amor mío, sabes que te quiero con locura, que no concibo la vida sin ti. Que me moriré de celos si vuelve tu marido y… ¡No quiero pensar en … ¡ ¡Diosss! – Me tiraba de los pelos. Ella se asustó.

                —Vamos a hacer lo que dices… Pariré para ella y… precisamente Laura… bueno luego ya veremos… ¿Cómo lo vamos a hacer? Mi marido estará al menos año y medio o dos años en Alemania antes de volver. ¿Qué has pensado? — Su frialdad me desconcertaba, pero, ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

                Le expliqué como había planeado todo el proceso y estuvo de acuerdo.

                Me besó y me invitó con un gesto a entrar bajo las mantas. Me desnudé en un santiamén, mientras ella se desprendía de la toquilla y del camisón de dormir. Nunca la había visto desnuda del todo y al saber que ahora lo estaba, levanté la ropa para verla, para admirar su cuerpo…

                —¡¡Diooos, Lidia, eres preciosa!! — Esbozó una pícara sonrisa.

                —No seas tonto y ven… Te necesito y hace frio. — No me lo hice repetir.

                Sí, hacía frio pero el contacto piel con piel, sus manos en mi cuerpo, las mías recorriéndola toda, los besos las caricias, mi muslo entre los suyos sintiendo el calor que emanaba de su sexo… Su mano apresó mi pene, acarició el escroto e hizo bajar el forro del prepucio. No soy capaz de describir las sensaciones que atravesaban de parte a parte mi cuerpo. Apenas un minuto masajeándome y un ramalazo de placer me estremeció de la cabeza a los pies. La descarga seminal fue brutal, rocié su pubis, vientre y llegó hasta sus pechos, la mano estaba rebosando del líquido elemento.

                — ¡Vaya, estabas llenito! — Me sentía avergonzado, como un niño pillado en una travesura.

                —Perdóname, Lidia. Verte desnuda ha sido… Ha sido… — Soltó una carcajada. La risa más hermosa que he oído en mi vida.

                — ¡Encima te has vuelto tartaja!  No te preocupes corazón, te entiendo, yo también estoy muy… Muy caliente. No me había sentido nunca así. Me siento… Tu puta… Sí, soy la más puta del pueblo. Mi marido en Alemania y yo preñada de ti. — Sus palabras eran amargas. Y diciendo esto sacó la mano con la que me había masturbado y se la llevó a la boca, lamiendo el semen derramado por mí.

                 No me lo esperaba. Mi polla dio como un brinco y se puso de nuevo erguida. Ella me empujo de lado para tenderme de espalda y me montó. Como se monta un caballo, agarró mi espada con una mano u la insertó en su funda. Comenzó a moverse lentamente, como saboreándolo, describiendo círculos; subiendo y bajando. Se dejó caer sobre mi pecho, acercó su boca a la mía y por primera vez en mi vida, saboreé mi esperma… De sus labios. Pellizcaba mis pezones y yo los suyos al tiempo que mi daga entraba y salía de su vaina rezumando líquidos que recorrían mis testículos y bajaban por el perineo hasta mi culo…

                Mis manos abarcaban sus dos pechos, los masajeaba, los amasaba, pellizcaba los pezones entre mis pulgares e índices.

                — ¡Más…! ¡Cabrón…! ¡Aprieta  más fuerte! ¡¡Pégame en el culo, joder, pégame!!  — Ahuecando la ropa de cama… Le pegué… Los guantazos debían oírse en todo el pueblo, menos mal que las paredes eran de un metro de espesor y no se podía oír nada.

                Estaba tan sorprendido por su actitud que me mantenía follándola a su gusto sin correrme. Sus ojos despedían chispas. Su pelo alborotado le daba una apariencia de valkiria cabalgando…

                Se me ocurrió bajar una mano por su nalga y acariciar con un dedo su ano. Estaba seco… Pasé por su coño y recogí el zumo que destilaba para untarlo en su orificio e introduje un dedo, despacio, con miedo de hacerle daño.

                — ¡Ahíí! ¡Fóllame el culo también! ¡Es todo tuyo! ¡Soy toda tuya! ¡Haz de mí lo que quieras…! — Estaba fuera de sí. No la había visto nunca tan excitada, tan bella… Los ojos despedían fuego…

                Al penetrarla con el dedo por el ano gritó… Pensé que era de dolor, pero no. Era de puro placer, así que aumenté la velocidad y la profundidad de la follada digito-anal… Sus golpes de cadera sobre mi verga eran tremendos… Y la penetración anal mayor. Saqué el dedo y recabé más lubricante para insertar dos dedos…  Su cuerpo se contorsionó, doblándose hacia atrás.  Me asustó. Creí que se descoyuntaría.

                —¡¡¡Aaaahhgggggg!!! — Un estertor.   Un grito que salía de lo más profundo de su pecho y que temía le desgarrara la garganta; cayó sobre mi pecho, deshecha, destrozada por el tremendo orgasmo. Seguido de pequeñas contracciones de su pelvis y temblores esporádicos. Un hilo de saliva se deslizaba de su preciosa boca cayendo sobre la mía y yo lo bebía, lo saboreaba, como si de un manjar se tratara. Abrace su delicado cuerpo con todas mis fuerzas y besé su cuello, lamí los lóbulos de las orejas. Su sabor me extasiaba…

                Se deshizo del abrazo para quedar tendida a mi lado. Aun temblaba de vez en cuando, aprisionaba mis manos con las suyas…

                — ¡Qué vergüenza! No sé qué me ha pasado, Manu… Ha sido maravilloso. Nunca me había sentido así de… de…

                — ¿De salvaje, de caliente, de zorra…? ¿Yo tampoco he visto nunca a una mujer como tú hace un momento y…  ¿sabes que te digo? Que me has hecho muy feliz. Que me ha encantado ver como disfrutabas, sintiéndote libre para hacer conmigo lo que querías… Hoy he descubierto a una nueva Lidia. Ha sido una maravillosa locura verte así. Y… Te quiero… Te quiero, joder…

                —Y yo Manu… Te quiero con locura… con todas mis fuerzas…

                Se acurruco en mis brazos y el sueño nos atrapo…

                Me desperté sin saber qué hora era.  Miré mi reloj de pulsera con la esfera fluorescente y vi las seis… Ya era tarde. Ella dormía, seguramente soñaba porque emitía murmullos ininteligibles y se movía. No quise despertarla. Besé su frente y me deslicé hasta salir de las mantas que nos cubrían. ¡Joder que frío! Me vestí y al salir por la puerta escuché…

                — ¡Gracias Manu! — En un susurro.

                La mañana transcurrió con normalidad. En el bar restaurante donde aparco me senté a comer y ya en el café vi venir a un parroquiano en mi busca. Necesitaba ir a Albacete y saldría a las cinco. No pude convencerlo de salir más tarde y no quise insistir. Quedamos de acuerdo en salir a las cinco y se marchó.

                Me acerqué a casa de Lorenzo y Laura. Llamé en la puerta y abrió Laura. Llevaba puesta una bata de casa, rulos en la cabeza, calcetines y zapatillas. Me hizo gracia pero disimulé.

                —Hola Laura…  Como te dije… — No me dejó terminar la frase.

                —Manuel… Qué pasa, ¿has cambiado de idea?… Pasa anda, pasa. — Dijo abriendo la puerta e invitándome a entrar. La seguí hasta la salita donde tenía la mesa camilla y la tele en el mueble bar.

                —Siéntate… Dime qué pasa. — Su mirada me inquietaba.

                —Bueno… Verás. Es que me ha salido una carrera y salgo a las cinco y no puedo estar aquí a las seis… — Me interrumpió.

                —Bueno, no importa. Lorenzo no llega hasta las seis, por eso la hora. De todos modos ya lo habíamos decidido… Estamos de acuerdo. Lo que tenemos que acordar es como lo vamos a hacer… ¿Tú qué tenias pensado? — Me sorprendió su determinación.

                —Pues… Verás, los primeros tres o cuatro meses no son un problema, después necesitamos un sitio donde estéis las dos juntas hasta el parto. Conozco una clínica en Madrid donde puede pasar Lidia las consultas con tu nombre. Para el parto también ingresará con tu nombre. En cuanto tenga Lorenzo el informe médico del parto y el nacimiento de la criatura, se lo lleva al registro y lo inscribe con vuestros apellidos. Unos días después podéis volver con vuestro hijo…  — Laura se quedó muy pensativa.

                —Me parece bien, de todos modos ya lo hablaremos más… Verás, tengo un piso en Albacete y…  Una casa en la Solana. Podemos cambiar de un sitio a otro para no levantar sospechas…  — La veía decidida

                —Bien… Me gusta la idea. Yo puedo llevaros y traeros de un sitio a otro. Tú tendrás que ponerte algo para simular la barriga, dejarte ver por el pueblo de cuando en cuando y Lidia dirá que está muy deprimida y se ha ido a casa de una amiga en Albacete para no estar sola. ¿Qué te parece? — Quedé a la espera de su aprobación. Me sorprendió… Me asustó, cuando colocó su mano sobre la mía encima de la mesa apretándola y mirándome fijamente.

                —Estupendo, entonces vamos a vernos más ¿No? — La voz melosa, sugerente me intimidaba.

                —Sí, claro. Estaremos en contacto casi a diario. — Le dije.

                Me deshice de su mano dándole la mía en un apretón que quería indicar que estábamos de acuerdo. Ella sonrió y acepto asintiendo con la cabeza. Respiró hondo. Y me marché sin mirar atrás un poco asustado por lo que me parecía una provocación…

                Las semanas siguientes fueron de autentica locura… Llevé a las dos mujeres a ver la casa de la Solana; un caserón antiguo que no reunía muchas comodidades, pero dadas las circunstancias no se podía pedir mucho más. También las llevé a Albacete. El piso de Laura había sido de sus padres y no estaba mal. La única pega eran las vecinas, que conocían a Laura de pequeña y en cuanto la vieron vinieron a cotillear…

                Laura y Lorenzo me propusieron alquilar un apartamento en Madrid cerca de la clínica que yo conocía; donde había llevado a alguna que otra vecina del pueblo a abortar, por supuesto de forma ilegal. Siendo algo distinto no pondrían pegas.

                Por otra parte, el objetivo era disponer de la documentación necesaria para inscribir al bebé a nombre de Laura, y eso no era un problema.

                Laura insistió en acompañarme a Madrid a buscar piso. Lorenzo, por su trabajo, no podía venir. Lidia tuvo que quedarse en casa de su madre unos días porque se puso enferma.

                Encontramos un apartamento  amueblado bastante bien situado, pero sin sábanas ni toallas, solo mantas. Laura estaba feliz; las cosas estaban saliendo como habíamos previsto. Nos quedamos con él y nos entregaron las llaves sobre la marcha. Era muy tarde y Laura se empeñó en quedarnos a pasar la noche, no le gustaba viajar a esas horas. No tardé en averiguar el porqué. Cenamos en un restaurante cercano y nos dirigimos al piso.

                —Manuel,… voy a hablarte claro… Me gustas y ya que vamos a ser compadres si intimamos un poco…

                —Laura, por favor; estas casada, yo quiero a Lidia y…

                —Y nada Manu… Lorenzo es un calzonazos que no me sirve para nada, me casé con él por intereses pero no le quiero… Lidia es la mujer de otro y cuando vuelva… ¿Qué harás?… Anda vamos a dormir juntos y dame calor…

                No encontré argumentos para oponerme; la mano de Laura aprisionó la mia y tiró de ella hasta llevarme a la cama. Se desnudó y pude contemplar su cuerpo… La verdad es que me impresionó. Era un cuerpo al estilo de una actriz italiana muy de moda en aquellos tiempos, Morena, de rostro bello, piernas largas y bien formadas, caderas turgentes y lo que me sorprendió. Unos pechos de tamaño medio pero manteniéndose erguidos, con pezones, que en ese momento, debido a la baja temperatura eran como pitones de miura, oscuros de areolas grandes como galletas. Pero lo más sorprendente fue su sexo… El pubis estaba cubierto por una mata de vello negro que llegaba hasta el ombligo.

                No pude evitarlo, me desnudé y me tendí a su lado bajo las mantas, sin sábanas y nos abrazamos con auténtica calentura. Unimos nuestros labios, mi ariete oprimido entre nuestros vientres… Acaricié con mis manos sus tetas y un suspiro se desprendió de su garganta. Bajé, acariciando las caderas hasta los muslos; pase a acariciar la parte interior y me sorprendió la humedad que empapaba sus bajos… No pude evitar bajar dentro de las cobijas hasta incrustar mi boca en su intimidad; al pasar la lengua por el clítoris Laura no pudo evitar exclamar un grito y convulsionarse como si una descarga de alta tensión atravesara su cuerpo.

                —¡¡Para!! ¡Para Manu que me matas!. ¿Qué me has hecho? — Me incorporé y ya a su altura me besó y dio un respingo al saborear sus propios jugos.

                —A esto sabes Laura… Y me gusta eres una mujer muy ardiente ¿No habías llegado nunca al orgasmo?

                —No, no sabía lo que era hasta hoy Manu. Ya te digo que mi marido es un manazas. Con él no he sentido nunca nada y lo más extraño, nunca me he mojado por abajo como hoy; en seco es muy desagradable y nunca he tenido el deseo, la necesidad, de que me la metan como ahora…

                No lo dudé. Me coloqué entre sus piernas y lentamente fui penetrándola apreciando el calor, la facilidad con que entraba, pero al intentar retroceder algo me lo impedía, una extraña fuerza absorbía mi miembro a su interior. Los gemidos de Laura me indicaban sus sensaciones. Tras unos minutos bombeando otro grito de Laura y un tremendo orgasmo hizo que sus uñas se clavaran en mi espalda, sus talones golpearan mi trasero y por poco pude evitar que me mordiera los labios. Después quedó desmadejada, abierta, respirando con dificultad hasta que poco a poco se normalizó.

                Pero yo aún no había terminado. Cuando se repuso le dije que se pusiera a cuatro patas. Ya no teníamos frio, nuestros cuerpos ardían. Ella se sorprendió, pero no se opuso.

                —Esto no me lo han hecho nunca Manu… ¿Me dolerá?

                —No te preocupes Laura… Tu culito lo vamos a dejar para otro día…

                Sin más preámbulos entré en su grieta provocando nuevos gemidos de placer en ella. Mis caderas empujaban una y otra vez llegando más y más profundamente en su deliciosa y cálida intimidad.

                No tardé en arrancar un nuevo orgasmo seguido de otro y otro cuyas contracciones provocaban deliciosas compresiones en mi ariete hasta que al saber lo que se avecinaba di marcha atrás antes de hacerme llegar a un aparatoso orgasmo que me derrumbó sobre su espalda regándola con mi semen. Nos dejamos caer juntos…

                — ¿Porqué no te has corrido dentro Manu?

                — ¿Laura, estás loca? ¿Y si te quedas preñada?

                —No te preocupes. Estoy en periodo no fértil, lo llevo controlando desde hace años, Manu. No había peligro…

                —Laura, he conocido muchos hijos de Ogino… No puedo fiarme. Anda vamos a dormir un poco que mañana saldremos temprano.

                Me tendí, nos cubrimos con las mantas y nos abrazamos para mantener el calor…

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