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Giro en la vida (12: El castigo de la puta)

en Grandes Series

12,- El castigo de la puta

Final del capítulo anterior:

 

Me fijaron a la parte alta de los muslos unas anchas correas de cuero con unas argollas y las tensaron con hebillas. Otras correas me las colocaron en los tobillos y después, mediante mosquetones, trabaron los tobillos a los muslos con lo que quedé apoyada en las manos y las rodillas pero con los pies en alto. Seguidamente me colocaron una barra separadora entre las rodillas para que permanecieran muy abiertas. De esa manera mis nalgas quedaban en alto sin posibilidad alguna de sustraer mi ano a cualquier cosa que se quisiera hacer con él. Por ultimo me colocaron un corsé de cuero que iba desde debajo de mis pechos hasta el nacimiento de las nalgas. Madame me untó el culo con un líquido.

Uno de ellos salió y regresó con una carretilla donde me colocaron boca arriba. Me sacaron de la casa sin que la cámara de vídeo perdiese de vista mi gran chumino expuesto y sojuzgado. Durante el traslado se fueron incorporando a la comitiva otros hombres hasta completar una docena.

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Entramos en algún lugar donde se escuchaban ladridos de perros y me aterroricé. Dos de los peones me sacaron de la carretilla y me depositaron boca abajo, apoyada en manos y rodillas, con los pies trabados a los muslos y me encadenaron los anillos de los pezones y de la nariz a unas argollas fijadas en el suelo sin duda para sujetar animales, estaba por tanto totalmente indefensa, dentro de un recinto circular de cinco metros de diámetro y rodeado de rejas hasta una altura de dos metros. Parecía, y así era, un lugar para peleas de perros. No tuve mucho tiempo para incrementar mi terror. Alguien abrió una trampilla y entró un can que inmediatamente se acerco a olisquearme. Me estuvo estudiando y finalmente fijó su atención en mis expuestos e indefensos genitales. Lamió toda la zona y repentinamente ocurrió lo inevitable, se montó sobre mi intentando penetrarme. Como mi vagina estaba cerrada por el candado, tenía que penetrarme por el ano y no acertaba. Madame entró y con su propia mano guió el pene hasta insertarlo en mi agujero.

Mi propia madre no tuvo lástima de mi mientras contemplaba como estaba siendo violada por aquel animal a la vista de todos los peones de la hacienda que animaban al animal a ser más impulsivo de lo que a mi me parecía un frenesí. No podía cuidarme de retener su bulbo fuera de mi ano, por lo que cuando eyaculó quedó pegado a mi un buen rato, aunque no demasiado porque mi reciente entrenamiento para la distensión de orificios facilitó la salida.

Se llevaron al perro e introdujeron en el coso a otro más grande. Éste apenas tuvo problema para penetrarme porque el agujero aún no se había fruncido. Sorprendentemente, escuchar a los peones animando al bicho y llamándome perra salida y otros bonitos calificativos me puso al borde de un orgasmo que quería contener para no envilecerme más a la vista de los desaforados peones. Pero cuando sentí mis intestinos invadidos por el esperma del animal no pude contenerme ni, tan siquiera, disimularlo y me dejé arrastrar al placer entre roncos u estentóreos gemidos.

Aquello arrancó una oleada de aplausos de los espectadores y un montón de piropos, entre los que escuché claramente:

- Esta perra incontinente sería capaz de dejarse preñar por el perro.

Aquello me calentó más si cabe y con el siguiente animal decidí disfrutar desde el principio y me proporcionó dos orgasmos antes de rellenarme de esperma. Ya no me privé de manipular mi anillado clítoris para acelerar la consecución de las placenteras convulsiones.

Ese fue el último de momento y, sin soltarme las piernas de su incómoda atadura, Madame me puso delante un plato con comida para perros que no dudé en atacar con la boca ya que mis manos eran imprescindibles para conservar el equilibrio. El acto de comer aquella bazofia ante los peones me humillaba de mala manera ya que no era de tipo sexual. Pero pensé que la postura que tenía, enseñándoles mis pelados genitales con el ano expulsando lentamente el semen acumulado de los chuchos y resbalando por mis macizos muslos era suficientemente agradable para compensar el asunto de la comida.

Mi gozo llegó al paroxismo cuando percibí que ahora eran dos cámaras las que me captaban. Podría disfrutar de mi humillación regodeándome en su contemplación. Observarme a mi misma, como otro espectador más totalmente ajeno a las sensaciones del protagonismo, expuesta y disfrutando de la perversión.

Cuando terminé la comida Madame, ayudada por los dos peones del principio y que parecían ser de su confianza, me desató las tetas y libró de las ligaduras de los pies con los muslos, dándome permiso -más bien ordenándome- que pasease por la finca para desentumecerme. Me entregó unas zapatillas para que no me lastimase los pies.

Así desnuda, con los muslos escurridizos de esperma canino me paseé por el sitio provocando a aquellos hombres a propósito. Cuantas más expresiones soeces me decían más contoneaba el culo. Las expresiones del tipo : ¡ Jamona, qué culo y que macizos muslos tienes! Las agradecía poniéndome de espaldas, inclinándome y abriendo mis cachetes para mostrarles el agujero. Hubiera querido abrir los labios vaginales enseñando el rosado interior que ocultaban, pero lo impedía la clausura impuesta por el candado. No obstante comprobé que igualmente se emocionaban cuando les mostraba de frente mi gran clítoris forzado fuera de su capuchita de protección por la plomada que lo estiraba implacablemente. Balancear la plomada y el candado con sinuoso golpe de cadera hacía que sus braguetas estuvieran al límite de la rotura. Los dos tipos de las cámaras no perdieron detalle de mi paseo y se colocaron siempre en el mejor ángulo cuando me exhibía provocativamente.

No sé si a mi madre le gustó mi actitud teniendo en cuenta que se me suponía una puta castigada, pero estoy segura de que pasé de puta humillada a puta conquistadora de pollas y admirada por aquella docena de salidos.

Tras un par de horas de paseo, durante las cuales sufrí dos silenciosos orgasmos efecto de las bolas chinas que portaba en mi cavidad delantera, Madame me llamó a la casa y en unos minutos estuve otra vez enjaretada y en posición de ser follada por los perros. Pero ante mi sorpresa lo que trajeron fue un carnero. Con éste fue algo más difícil que con los perros, ya que se necesitó la ayuda de los dos peones para sujetarlo y colocarlo en posición mientras Madame guiaba el miembro del bicho. También me regalé con un orgasmo favorecido por mi descarada y frenética automanipulación del clítoris, no era cuestión de desperdiciar un pene, fuera cual fuera.

Madame me dejó descansar toda la tarde en una de las habitaciones después de ducharme e inyectarme en el ano y la vagina un líquido desinfectante. Al anochecer me llamó y me liberó del candado y de los ojales metálicos de los labios, pero me dejó la plomada del clítoris. Pensé que éste ya no recuperaría jamás su tamaño habitual, bastante formidable de por si. Me dio de comer otra vez comida para perros, pero no puse ningún reparo en vista del hambre que me había producido tanta actividad sexual. Mientras ella cenaba una suculenta chuleta en la mesa, yo comía de un plato ene el suelo.

Al terminar de comer tocó una campanilla y entraron los dos hombres de las cámaras de vídeo y la docena de peones. Madame se dirigió a ellos.

- Esta sucia perra que ven ustedes era hasta hace un mes una respetable y creyente señora casada y con dos hijos que jamás había tenido escarceo alguno con ningún hombre que no fuese su esposo. Pero fue tentada por el pecado de la lujuría y ya no ha podido salir de él. Tal es su grado de lascivia e incontinencia que la crápula de ella se ha hecho prostituta para disfrutar más a menudo. Pero no comprendió que el ser puta profesional tiene ciertas condiciones y deberes no exigibles a las putas aficionadas. Entre ellas no se puede discriminar a los clientes ni debe desobedecerse al proxeneta. Está puta guarra ha incurrido en ambas faltas y por eso está siendo castigada.

Esta noche, para pagarles a ustedes la colaboración en la aplicación de su castigo prestándonos los animales estará a su servicio para que la follen como quieran y por donde quieran. Una expresiva y sonora muestra de entusiasmo y aplausos invadió la estancia mientras Madame repartía condones.

No me dieron mucho tiempo a prepararme. Me subieron en volandas a una mesa y al instante mi cuerpo tenía 24 manos sobándolo y amasándolo y mis agujeros eran explorados por sus dedos. Me puse a mamar las pollas que me ponían ante la boca pero no podía dar abasto, así que Madame intervino en la faena. Se desnudo y organizó lasa cosas para mamar ella algunas de las pollas que quedaban sueltas y evitar la aglomeración. Yo me dejaba manejar y colocar como querían y pronto tuve el tercer sándwich de mi vida. El primero había sido con mi hijo y El Negro y el segundo con el padre e hijo que me contrataron en el burdel una de las primeras ocasiones en que trabajé. Esa noche fue la más agitada y cansada de mi vida, y eso que mi madre se hizo cargo de tres de los peones que atendió con sus tres sendos agujeros de una manera tan eficaz para su edad que me dejó asombrada. El que me hicieran bocadillos no quiere decir que tuviese el culo y el coño tapados, a veces me encontraba con dos pollas a la vez en uno de los agujeros por primera vez en mi vida. Suerte de que me había entrenado en ensancharlos, si no me los hubieran rasgado, porque era gente muy violenta y sin miramientos y además estaban desbocados por mis provocaciones durante el paseo. Por otra parte el haber follado en su presencia con los animales y haber orgasmado sin ningún pudor no decía mucho de mi refinamiento.

En un momento dado llegue a tener dos pollas dentro de la vagina y otra en el culo, sin contar mi boca que estaba permanentemente ocupada. Mis manos hacían el pajeo de lo que pillaban y mis tetas eran masacradas sin miramiento. Los anillos eran estirados hasta tal límite que me temí terminar la noche en el hospital. Todos, incluso los atendidos por mamá, se quitaban el condón a punto de acabar y se derramaban en mis tetas cara o boca.

Ninguno de ellos dejó de repetir y alguno se corrió sobre mi tres veces, esta vez ya con menos frenesí y aglomeración. Los de las cámaras se esforzaban por poder alcanzar algún plano de rellenos agujeros aunque dudo mucho que pudiesen. Yo no me reprimí en ningún momento y me premié con una buena serie de profundos orgasmos auspiciados por el goce que me suponía ser tan pervertida como para follarme una docena de hombres ante mi madre y con su colaboración. Si hubiese participado también mi hija Slutslave hubiera sido el colmo de mis aspiraciones: Tres generaciones de puercas rameras folladas al mismo tiempo por una multitud.

Cuando se encontraron saciados me sacaron al patio de la casa y todos orinaron sobre mi sin dejar un rincón de mi cuerpo por regar. Uno de ellos me insertó un embudo en el ano y orinó dentro de mis intestinos.

 

CONTINUARÁ

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