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Mi venta (11: Justo castigo por ser lasciva)

en Dominación

Much@s lector@s me solicitan que siga la serie de relatos con más agilidad. Sin embargo me encuentro en un círculo vicioso. Por un lado Mi Amo está satisfecho con la valoración que l@s amables lector@s ha otorgado a los episodios publicados hasta ahora y me ha ordenado que, si el éxito sigue, deberé seguir escribiendo mis experiencias más allá del primer mes de mi venta por el anterior Amo. Eso me obliga a tomar notas y pergeñar guiones de las anécdotas relevantes que en mi actividad como prostituta o actriz porno se me presentan. No son muchas, ya que estas labores son relativamente rutinarias. Quizá alguna escena de los múltiples videos donde mi cuerpo es utilizado de manera insólita merezca la atención de l@s amables lector@s y lo relataré.

Mi inspiración se motiva ardorosamente cuando participo en las actividades que se organizan en la mansión de Mi Amo y en su presencia, pero eso sucede rara vez, porque mi inicial calendario de actividades, que incluía un día de prestación de servicios en la mansión, se ha alterado por mi prestigio como prostituta políglota, culta y elegante y mi caché y demanda ha subido tanto que El Amo decidió prescindir de mi presencia para explotarme comercialmente de una manera más eficiente, cosa que me llena de orgullo ya que cualquier actividad mía que le beneficie o complazca colma mis pretensiones y me acerca a mi finalidad en la vida, que es ser una esclava modelo.

. . . . .. . .. . . . . .

 

- Disculpe caballero –intervino uno de los espectadores- mi esposa, aquí presente, ha quedado gratamente impresionada por el adorno elegido para el clítoris de su esclava y ella desea uno igual. Su coño ha segregado mucho flujo durante la observación y me pide que le permita hacer un 69 con su esclava ya que ha advertido que ella también ha segregado bastante.

Efectivamente, sobre la mesa debía haber un buen charco. Todos miraron y lo afirmaron, haciendo gratos comentarios sobre la alta densidad de mis flujos vaginales. Confié en que esos comentarios sobre mis íntimas secreciones asentasen el valor de mi cuerpo ante Mi Amo.

- Si, bueno… no queda bien que mi puta deje manchada la mesa. Puede usted dejar que su perra le limpie el coño y la mesa, al tiempo que ella limpia el coño chorreante de su perra. Hasta luego nuevamente.

Mientras la esposa de aquel hombre se levantaba la falda mostrando un chochito tan desnudo de pelos como el mío, su marido se enfrascó en una conversación con el dependiente sobre el tamaño del clítoris de su esposa y si éste soportaría una perforación tan ancha como la que yo tenía. La perra puso su coño sobre mi boca y se aplicó lamer mis jugos vaginales derramados sobre la mesa de exposición. Ella tenía los muslos bañados, por lo que me apliqué primero a ellos y después a su coño. Me encontré con un cordel que obviamente era de bolas chinas. Lo mordí y comencé a darle pequeños tirones haciendo aflorar la primera bola, enorme por cierto. Ella por su parte ya me mordía el clítoris que aún conservaba el segmento largo de la argolla. Llegamos a un orgasmo simultáneo sin ninguna restricción en la demostración pese a los curiosos y con tal abundancia de secreción que nuevamente debimos lamernos. Hubiéramos podido seguir así toda la mañana, pero ella de repente comenzó a mearse sobre mi boca, cosa que fue advertida por la negrita auxiliar que llamó la atención.

Ante el hecho, su marido sacó una fusta y comenzó a azotar sus nalgas de forma brutal gritando:

- ¡Para marrana! ¡Ya está bien! ¡Siempre me dejas en ridículo! ¡Cerda!

Mientras el marido la azotaba, el dependiente y su oscura ayudante intentaban retirarla de encima de mí. Pero ella se aferraba a mis muslos y yo a los suyos. Las dos gemíamos bestialmente. Como las guarras incontinentes que éramos.

Yo empecé a recibir también fustazos por parte del dependiente para separarme de ella y lo consiguieron. Mi última visión fue la ella, de rodillas en la mesa, con unos enormes pechos agitándose bajo los golpes de la fusta de su marido y orinando aún.

Fui arrastrada a una zona de trastienda donde me hicieron desnudar del todo y duchar para posteriormente conducirme a una camilla hospitalaria y proceder a mi ornamentación.

No me dolió demasiado la inserción del piercing de la lengua, pero sí el de la nariz, pese a la anestesia. Lo de los pezones y el clítoris fue intrascendente dada mi preparación, y lo de los labios vaginales, mas que dolor, lo que me produjo fue un repeluzno producto de mi mente, ya que claramente imaginé que, por las instrucciones del Amo, lo que me estaban haciendo no era una perforación, sino arrancarme unos cachitos de carne de mis labios vaginales para meter unos cortos tubos con sus remaches exteriores.

Lo asombroso fue los de los tatuajes. El individuo después de meter en una maquinita como una linterna la tarjeta SD con los ficheros que le envió Mi Amo, me la aplicó sobre lo alto del pecho izquierdo y diez minutos más tarde, sin que sufriese ninguna molestia la retiró. Me subí el pecho y giré la cabeza hacia él para mirar qué me habían dibujado para siempre sobre mi suave piel y percibí dos letras en negro pero no pude distinguirlas. Supuse apropiadamente que serían sus iniciales. Como debe ser para una esclava.

La máquina me fue aplicada nuevamente en el pubis otros diez minutos y finalmente en lo alto de mi nalga izquierda, por encima de los verdugones de mis azotes, y esta vez el tratamiento duró unos cuarenta minutos. Sería algo más complejo, deduje, pero nadie me dio un espejo para mirar.

No pasaron ni cinco minutos desde que me dejaron desnuda, en pié y decorada en la sala de espera, que tenía cristalera hacia el vestíbulo, para mostrar la calidad del trabajo a los curiosos, cuando ya Mi Amo se presentó para recoger su adornada mercancía.

Mi Amo me examinó concienzudamente y, sin comentario alguno, se dirigió al empleado seguido por mí para comprar además una cadenita y un brazalete a juego con el resto de joyas que pidió me colocaran. Así recibí el collar, los anillos-esposa de los pulgares, la bola colgando de mi clítoris y el brazalete.

- Quítate las sortijas y anillos salvo la alianza matrimonial –me ordenó El Amo.

- La addianza no? Amo zegudamente mi madido queddá divodciadze de mi. (El piercing de la lengua me impedía hablar correctamente).

- Tu marido no se divorciará. Y si eres casada debes llevar la alianza matrimonial. Esa será la única joya de tus manos salvo los anillos de restricción en los pulgares.

- Como oddene mi Amo.

El Amo me sujetó de inmediato la cadena al collar y, tras indicar al empleado que le cargasen los gastos a su cuenta de domiciliación de los recibos de la SEC, tiró de mí con la intención de abandonar el local.

- Si me disculpa caballero, quisiera comentarle algo sobre su puta sin que ella lo oiga.

Hizo un signo y acudió la hermosa negrita ayudante quien tomó mi cadena y me llevó a pasear por el vestíbulo de la SEC con la única intención de mostrarme como modelo para promoción de sus joyas. En Barcelona el negoci es el negoci y si hay ocasión se aprovecha.

Fuera por la hermosa negrita o por mis joyas o por las dos juntas, el caso es que varios tipos se acercaron a examinarme. Por mucha costumbre que tenga, siempre me ha costado estar desnuda en público. Pero entonces más, ya que no sabía qué aspecto tenía con aquella molesta argolla de la nariz, pero me imaginaba como ganado. Por ello procuré adoptar una postura altiva elevando la cabeza, sacando pecho y mirando a los curiosos como si fueran mierda, a pesar que yo misma de consideraba como mierda.

- Oye, furcia negra ¿puedo examinar la bola que le cuelga del clítoris de la vieja?

- Por supuesto, caballero. Sopésela y piense en lo bien que estaría en el clítoris de su sumisa.

- Esclava negra ¿puedo ver de cerca como se cierran esos enormes anillos de los pezones?

- Faltaría más, caballero. A la modelo no le importa. Es una furcia acostumbrada.

- Culoncilla negrata, esos verdugones de las nalgas de la vieja ¿los hacen aquí?

- No le puedo decir caballero, ya los traía.

- Oye vieja ¿quien es el propietario de las dos? Os quiero follar juntas.

La negrita, advirtiendo mi dificultad para hablar por la anestesia del piercing de la lengua, respondió:

- Caballero, esta puta vieja es de un propietario que la ha encomendado temporalmente a mi cuidado, mi Señor es otro diferente. Para follarnos juntas y recibir su semen, cosa que agradeceríamos humildemente, habría de pedir permiso a ambos Señores. Están en el local de sex shop, sección de joyería, de paso puede examinar nuestros atractivos diseños en joyería para sumisas y quizá enaltecer aún más la presencia de su puta, que no dudo será de las mejores.

El negoci es el negoci.

Ví venir a Mi Amo quien con gesto severo se hizo cargo de mi cadena y me condujo a un ascensor. Pulsó tercer sótano. Ante su hosco semblante no me atreví a recordarle que mi meada ropa se había quedado en el sex shop y si me pensaba llevar a su casa o la mía totalmente en bolas. Tampoco lo hubiera podido decir con aquellas bolitas en la lengua que, pasando ya la anestesia, se mostraban enormemente molestas y dolorosas, igual que el piercing de la nariz o la bola que martirizaba mi clítoris estirándolo. Iba a hacer un intento de hablar para rogarle que me dejase meter la bola en la vagina para que no siguiese estirando mi pepitilla cundo habló Él:

- Has montado todo un espectáculo de guarra incontinente con otra furcia mal adiestrada. Eso hace bajar puntos en mi ranking de Master dentro de la SEC. Y eso no se lo permito a nadie. Tu castigo será serio y, si repites cualquier acción que me degrade como Master no te castigaré ya, te tiraré a la calle hasta que te mueras.

A duras penas pude decir aterrorizada por la amenaza:

- Peddón Amo. No volveddá a zuzededd.

Eso espero, eres como una perra que se mea en la escalera cuando la sacas a pasear. Al final los vecinos te miran mal.

- De lo judo, Amo, no lo hadé jamaz. Me volví loca. Y udted no edtaba conmigo pada coggegidme debidamente. Zolo zoy un zucio animal que pdecisa un Amo pada coddegidd zuz zucioz inztintoz.

Me arrodillé ante Él para suplicarle perdón, pero no hizo más que abrirme la boca con sus dedos y escupir en ella y en mi cara.

- Puedo perdonar a mis jóvenes e inexpertas esclavas Gloria y Alba pero a una vieja supuestamente experta como tú es imposible.

El lento ascensor paró y mi Amo me arrastró de la cadena hasta una puerta que debía conocer bien. La abrió y mi piel se puso de gallina:

Era la típica sala de castigos de la SEC, con sus eficaces aparatos y sus vitrinas llenas de instrumentos horripilantes. La sala de castigo y adiestramiento de la SEC que yo conocía era una de las dos que me dijeron existían en su gran finca del campo. La que vi allí tenía unos veinte compartimentos o "boxes" para aplicar "tratamientos" a uno o dos esclavos o esclavas en cada box de tal manera que sus mamparas de separación se podían correr para que la "tratada" o el "tratado" en un box pudiera presenciar el "tratamiento" del vecino. Si se trataba de "tratamientos" de castigo por faltas, las mamparas se mantenían abiertas, porque la observación de los castigos ajenos provocaba tal angustia que el/la culpable enseguida entraban en razón y se evitaba el pago del alquiler del box. Si el asunto era aplicar castigo por placer, normalmente se cerraban, ya que no tenía sentido aterrorizar a alguien a quien, de cualquier forma, ibas a atormentar.

La sala de castigos de esta especie de sucursal urbana de la SEC solamente tenía tres boxes aunque parecían más multidisciplinares por el enrevesado aspecto de sus camillas, bancos, poleas y demás aparatos de tormento. También parecía todo más moderno y limpio y, sobre todo, no olía a vómito y orina como en la sede de la SEC del campo.

Esta sala solamente tenía cuatro boxes, dos estaban desocupados, en otro se "trataba" a un jovencito de unos 20 años y el tercero lo ocupaba la señora que me había mamado el coño en la consulta de piercing y que me había meado y por tanto culpable de que yo fuera a ocupar, como bien me tenía merecido, uno de los dos boxes vacíos.

Al pasar ante su box camino de mi escarmiento pude ver su castigo: La señora estaba asentada en un columpio de cuero con sus exquisitos jamones abiertos de par en par por dos cadenas que, desde el techo, sujetaban sus tobillos. En ese momento una empleada madura de la SEC, vestida con el típico atuendo de látex de dómina, le arreaba fuertes golpes en el depilado pubis con una estrecha pala de goma. Mientras me remolcaban de mi recién estrenado collar aun me dio tiempo a ver que sus maravillosos pechos ya estaba cruzados de verdugones. Su marido, al lado de ella, indicaba a la dómina dónde, cuando y cómo golpear. Cinco Caballeros y una Dama observaban atentamente el castigo de la lúbrica señora.

No soy rencorosa, pero ver que la cómplice de mi delito también purgaba su culpa me consoló.

De entre las sombras apareció un corpulento individuo a quien mi Amo entregó la cadena de la que me arrastraba anclada al estrenado collar y preguntó:

- ¿Qué tratamiento desea que le demos?

- Castigo electroanal, acuoso salino. Con contacto de un segundo en todas las partes metálicas de arriba abajo. Seis voltios.

- ¿Aguantará sin restricción?

- No lo ha experimentado nunca. Por si acaso trábele los pulgares al cuello y los tobillos a la mesa como siempre.

-¿No hará falta sujetarle la cintura?

- Espero que no. –Y dirigiéndose a mí me espetó:

- Zorra lujuriosa, te van a adelantar la cicatrización de las nuevas perforaciones achicharrándolas. Así que dame las gracias y procura no moverte. Porque si no será peor.

- Gdaciaz Amo, pod adelantad miz ciccctdizacionez. Eztoy dizpuedta. – el piercing de la lengua me dolía cada vez más.

- Adelante.

El tipo de la SEC me ayudó a subir a una camilla ginecológica y trabó mis anillos de los pulgares al collar con unos diminutos mosquetones. Después fijó mis tobillos a los estribos de la camilla y, tras colocarme una especie de cojín de látex bajo las nalgas, con una sorprendente celeridad, me insertó un plug anal grande pero bien lubricado. El tapón anal debía ser enorme en su parte ancha porque me dolió pese a mi reciente autoentrenamiento en materia de dilatación anal. Además, por su frigidez debía ser metálico.

No tenía mucha visión de mis partes íntimas, aunque sí la tenían tres Caballeros y la Señora que abandonaron el espectáculo del castigo de mi cómplice para deleitarse con el mío. Cuando el empleado de la SEC, tras operar un segundo en mi tapón anal, tomar una delgada manguera que colgaba del techo enchufándola a él y sentir como mi vientre se inundaba e inflaba, deduje que estaba recibiendo un enema a través del tapón anal que seguramente tenía un canalillo interno con una válvula.

Realizó una similar operación en mi vagina con lo que tuve inundadas tanto la barriga como mi aparato reproductor. El tapón de la vagina debía ser monstruoso ya que sentí una fenomenal dilatación. Quizá para humillarme, me hizo levantar de la mesa para tomarme unas fotos. Me llevó ante un espejo para reirse ante mi asombro, ya que parecía una preñada de más de siete meses. Los espectadores también reían: ¡La vieja está preñada! Jajaja.

Volvió a colocarme sobre la mesa y sujetarme los tobillos nuevamente. Me colocó una mordaza de bola y acercó una mesita auxiliar con una caja de dispositivos eléctricos empuñando una especie de bombilla cilíndrica y estrecha que me pareció la clásica Bombilla de Leyden que se conoce de los laboratorios de física del bachillerato. Pero sospechaba que más peligrosa.

Además conectó el tapón anal y el vaginal a la caja de dispositivos y accionó un dial observando un monitor. Comencé a sentir una agradable sensación entre mi vagina y mi ano, más concretamente entre mi clítoris y mi rabadilla, que rápidamente me condujo a un profundo y satisfactorio clímax. Si aquel era mi castigo, bienvenido.

- Ya está calibrada. –dijo mi torturador.

Volvió a suceder lo mismo, pero esta vez, cuando estaba a punto de un nuevo orgasmo, aplicó la bombilla a la anilla de mi nariz y un inaguantable dolor me sacudió desde la cabeza a las ingles dejándome casi sin sentido.

Me dejó recuperar para repetir la misma tortura. Esta vez fue del pezón derecho a las ingles. Más tarde desde el pezón izquierdo.

El latigazo de mi clítoris se redujo en recorrido a todo mi vientre que pareció estallar. Me desmayé.

Cuando me despertó, pensé que todo había terminado. Necia de mí. Me sacó la lengua con unas tenazas y aplicó la bombilla al piercing de mi lengua.

Desperté sobre una colchoneta con revestimiento plástico. Mi torturador y la Dama que había flagelado a la señora que fue mi cómplice en el pecado de lujuria desmedida me estaban observando.

- ¡Ya espabiló!

Unos metros más allá se encontraban los espectadores y mi cómplice en el pecado sujeta por su marido quién la arrojó a mi lado. De inmediato todos ellos procedieron a mearnos encima exigiendo la cara en alto y mirándoles. Aguanté la humillación, pero la pobre señora tuvo que soportar además el escozor que la orina producía en las heridas dejadas por el látigo.

Tras mearnos nos ducharon con agua fría, tomando conciencia yo de que aún tenía mi vientre y mi vagina inundados de líquido y que el dolor de tripas era ya inaguantable. Se llevaron a la guarra señora esclava de su marido que no he vuelto a ver y me dejaron sola un instante.

No estaba sola. Lo parecía porque estaba iluminada como en un escenario y no veía más allá de dos metros.

- Furcia, ponte boca arriba, sube las patas que se te vea bien el coño. Sácate el tapón y expulsa el contenido de tu vagina abriendo con tus dedos los labios.

Por la iluminación deduje que me estaban filmando. Y que mi Amo habría dado licencia para ello. Así que procuré hacer la guarrada de la forma más sensual posible. Lentamente deslicé mis hermosas manos hasta el tapón vaginal y jugueteé con él procurando que la cámara, que suponía en zoom, captase mis manos y sus maniobras. Lo saqué reteniendo con el esfínter el líquido y, tras separar todo lo posible los labios, solté el torrente con toda la presión que los músculos de mi cavidad reproductora podían ejercer.

- Muy bien puta. Muy bien. Eres una buena cerda. Ahora date la vuelta, cuatro patas y haz lo mismo con tu sucio ano.

Con toda la voluptuosidad que fui capaz de mostrar pese a los criminales dolores de tripa, seguí las instrucciones y además las complementé con introducción lenta de dedos en mi ano y la separación de nalgas antes de soltar el violento chorro que –me satisfizo- empapó a los curiosos.

- Magnífica su zorra, sr DN. Podría hacer de ella una buena actriz porno. Con poco porvenir claro. Pero un año o dos estaría en la cúspide del porno de "Grannies"

- Del aspecto de actriz porno ya me hago cargo yo.

- A usted no hay quien le engañe DN.

- Como que a estas alturas no detecto yo una buena furcia que dé beneficios rápidos.

- Escuche DN: Le ofrezco por su cesión 150.000 euros el primer año. Yo creo que entre comerciales con "Boys" y clandestinas con menores le saco los 300.000. Cincuenta y cincuenta por ciento no es mal trato.

- Mire, en explotación directa de la cerda tengo la expectativa de los 200.000, y añádale un millón en explotación indirecta. Solo el primer año. Así que no hay que hablar.

- ¿A qué se refiere con explotación indirecta?

- Amigo. Usted no conoce bien el negocio ni, particularmente, el producto. La película en mi despacho mañana. Si mis agentes detectan la difusión de una copia, tendrá que hormonarse para hablar como un hombre. Adeu.

- Vámonos, cerda – Me ofreció la cadena y yo misma la enganché al collar.

Subimos en el ascensor y me condujo directamente a la calle hasta que le paró un segurata.

- Oiga, por muy animal que sea su esclava no la puede sacar en pelotas a la calle. No estamos en la sede central de la SEC. Esto es Pedralbes.

- ¡Ah! Qué despiste. Disponga que me la empaqueten y la lleven a mi coche. Un Volvo negro a cien metros a la derecha. Estas son las llaves.

El segurata tomó la cadena de mi cuello y me condujo a un cuchitril donde me metieron en una caja de cartón y me dieron un cutter para abrirla. La cerraron con cinta adhesiva americana y, tras hacer unos agujeros para respirar me llevaron al maletero del coche del Amo.

Media hora más tarde arrancaba el coche y poco después noté cómo el Amo sacaba mi cuerpo embalado y lo tiraba en la acera.

- Estás ante tu casa. Escuché.

 

CONTINUARÁ.

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