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Una mansión para el sexo duro (04)

en Orgías

Me cuesta mucho escribir y por tanto no suelo reiterar descripciones o situaciones, así que sería conveniente leer antes los tres capítulos anteriores. Si no, no vais a comprender como una mujer casada y casi recién parida ha llegado a este extremo.

. . . . . . . . . .

 

De inmediato empecé a planificar la forma de disponer de tiempo para la profesión de puta que quería ejercer vocacionalmente. Emprendí una campaña de presión sobre mi marido para convencerle de que necesitaba trabajar, que no estaba dispuesta a seguir de ama de casa, que quería cambiar de vida, realizarme, conocer gente diferente a nuestros amigos de siempre, sentirme útil, que si no me iba a deprimir, en fin, toda esa serie de argumentos que resultan muy convincentes y comprensibles cuando una acaba de superar los cuarenta años de edad.

Mi cornudo se lo creyó todo y fue muy comprensivo. A fin de cuentas él también tuvo sus crisis al verse sus primeras canas, al quedarse calvo, al cumplir los cincuenta y ... al no atenderme debidamente ... Ya ya, ya sé que algunos diréis que tenía su amante que atender. Pero su fallo conmigo fue antes de tenerla ... y sé que algunos tenéis otro argumento ... "el de la misma".. pero a mi me servía y yo utilicé ese sentimiento de culpa. ¿soy mala?. Si. ¿Y qué?. Dispuesta decisivamente a ser puta ... Lástima no haberlo usado mucho antes.

Mi cornudo marido no tuvo pues inconveniente en aprobar que contratase a una niñera ya que se opuso a que enviase a Lluis a una guardería con tan poca edad.

Tampoco hubo demasiada oposición por parte de Carles y de Enric a que les enseñase unos rudimentos de cocina para salir de los apuros si yo, o la niñera, que también la contratamos para cocinar y planchar, no estábamos. También amplié las horas de la asistenta para la limpieza de la casa.

Carles se interesó enormemente por la cocina, pero a Enric solo pude arrastrarle a las técnicas culinarias a base de dejarle usar mi agujero del culo, al que se había aficionado desmedidamente. No sé ni como pudo aprender a freir un huevo ya que se pasaba las clases sodomizándome sobre la encimera de la cocina, sobándome, metiéndome los dedos y toda clase de cosas en los agujeros y mamando la leche de mis tetas, pero el caso es que aprendió bastante para sobrevivir sin necesidad de pizzas y comida china.

Sopesé durante un tiempo la posibilidad de cortar la lactancia de Lluis y dejar secar la fuente de mis pechos pero Olalla me convenció –siempre me convence- de que mis repletas ubres eran uno de mis muchos atractivos. Decidí no dar ya de mamar a Lluis, porque obviamente no iba a poder seguir con la secuencia regular de las tomas y además mi madre y mi suegra lo encontrarían raro, ya que a mis hijos mayores no los amamanté más que tres meses y eso que no trabajaba, pero me propuse comprar un extractor de leche para mantener mi producción y podérsela ofrecer a los amigos y clientes. Me arriesgaba a estropear mis tetas, pero decidí que en ese caso mi marido bien podía pagar una operación de estética.

Elegir mi vestimenta de prostituta fue un fascinante pasatiempo. La ropa interior la fui a comprar acompañada de mi chulo Juan a Barcelona. Le exigí, con bastante temor eso sí, que en todos los establecimientos me tratase de tal manera que las dependientas quedaran inequívocamente seguras de mi condición de puta.

Juan se esmeró y, pese a que un color se me iba y otro se me venía por el bochorno que pasé, no salimos de ningún comercio sin que las dependientas quedasen perfectamente informadas de que yo era una ramera y Juan mi chulo. Realmente no hubiera hecho falta que Juan pusiera tanto celo en su papel, puesto que la ropa interior que compré lo decía todo, y eso que fue poca porque yo la quería más atrevida. Tuvimos que comprar la mayoría en un sex shop puesto que las bragas sin entrepierna que yo quería, de encaje o de cuero no las encontramos en los comercios normales.

Aparte de otras diversas prendas interiores como sujetadores sin copa o con orificios en los pezones, corsés, ligas, portaligas, collares de cuero, y bastantes juguetes que llevaría en mi bolso por si había peticiones raras de algún cliente, me abastecí de una buena cantidad de cajas de condones de todo tipo.

Juan se empeñó en que me probase unos cuantos cinturones de castidad y cada vez que me puse uno llevó al dependiente a que diese su opinión sobre cual le parecía que me sentaba más sexi.

- Mi zorra es un tanto incontinente y es capaz de tirarse a algún tipo gratuitamente cuando está fuera de servicio. Por eso debo cuidar mi propiedad ¿sabe usted?. (esa expresión me dejó un tanto mosca)

También me hizo poner, delante del dependiente, unas bragas de cuero que tenían un pene para cada agujero. Una vez probadas no se podían devolver, así que las añadimos a la cesta sin estar seguros de su utilidad para el oficio que iba a emprender.

- A mi furcia hay que castigarla de cuando en cuando porque si no se pone bastante insurrecta. Estas bragas puestas durante un día entero la relajarán ¿No cree usted?. (Mi confusión iba en aumento, pero bueno, era mi chulo a fin de cuentas)

También me hizo adquirir una colección de joyas para las perforaciones de mis pezones, clítoris y labios vaginales. Tuve un conato de discusión con él cuando metió en la cesta unas pinzas metálicas para pezones o labios vaginales, pero lo solventó pegándome una sonora bofetada ante el dependiente. (¿se estaba pasando?). Quedó como todo un perfecto proxeneta.

- ¿Ve usted cómo hay que castigarla?. Las putas deben variar su imagen para no resultar monótonas, ¿no cree?. A esta zorra tan maciza su marido no le hace caso porque en su hogar es de una vulgaridad de ama de casa que desalienta al tipo más salido.

Por último adquirimos una colección de pegatinas de las que simulan ser tatuajes con unos temas la mar de obscenos. A la hora de pagar, Juan preguntó al dependiente si podía hacernos una rebaja a cambio de echarme un polvo en el agujero que le viniese en gana. El dependiente se excusó diciendo que su jefe le inspeccionaba la recaudación hasta el céntimo.

No obstante, Juan le ofreció una mamada mía gratis por lo bien que nos había atendido y por haber sido tan amable de dar su opinión sobre los cinturones de castidad.

Abrí el primer paquete de condones, le saqué la polla, bastante apetecible, coloqué la goma y le hice la mamada tras el mostrador. El pobre muchacho tuvo la mala suerte de correrse justo cuando se acercó un cliente a pagar una película porno, con lo que no debió disfrutar demasiado de mi trabajito.

Donde más vergüenza me hizo pasar Juan fue en la farmacia al comprar la bomba sacaleche. Ni la farmacéutica ni las dos clientas podían dar crédito a sus oídos. En su vida debieron quedarse más escandalizadas que cuando oyeron a Juan explicar que quería el sacaleches para que su puta casada y con hijos no perdiera tal néctar al destetar a su hijo menor, porque quería que se lo ofreciese como un servicio más a la clientela, ya que resultaba muy rentable. Por un espejo, ya que no me atrevía a mirarlas, ví cómo las clientas y la farmacéutica se miraban entre ellas con cara de escándalo.

- ¡ Y NO VUELVAN POR AQUÍ! Escuchamos según salíamos de la farmacia.

En todas esas adquisiciones me gasté el dinero que me pagaron por intervenir en la secuencia de la película porno rodada en casa de Olalla. Mi Juan no puso un solo euro de su bolsillo y se supone que yo constituía su inversión. Aunque era charnego más bien parecía catalán de los de masía profunda.

Visto el asunto, y a falta de otra financiación, la compra de la ropa exterior la hice acompañada de mi marido. Había decidido que me vestiría como una formal y seria profesional ejecutiva. Ello sustentaría mejor mi coartada según la cual iba a seguir trabajando para la fundación pero a plena dedicación y remuneradamente y de paso haría que no llamase la atención en el hotel de Eloy al acudir a las llamadas de los porteros para prestar mis servicios sexuales.

Me compré dos trajes chaqueta muy circunspectos, tres austeros vestidos y varias blusas. Tanto las faldas de los trajes como los vestidos eran un tanto cortas, de manera que al sentarme quedaba desnudo gran parte de mi generoso muslamen. En el vestidor comprobé que era facilísimo verme el pelado pubis con abrir las piernas tan solo un poquito. Digo que se me vería el chumino porque pensaba llevar siempre las bragas sin entrepierna, de hilo dental o, casi decididamente, no llevarlas. Mi marido refunfuñó sobre la brevedad de mis faldas pero mi contundente respuesta sobre la moda actual le disuadió de seguir protestando. Sabía que es inútil discutir con una mujer sobre cuestiones de moda.

Me sentí enormemente satisfecha de ver cómo mi cornudo pagaba con su tarjeta VISA mis prendas laborales como prostituta. Noté cómo se me humedecía la entrepierna. Salvo follar, no hay nada más satisfactorio que contemplar como tu marido facilita y paga de su bolsillo los instrumentos necesarios para fomentar sus propios cuernos. Tampoco dudó en pagar el utilitario que le pedí me comprase, pues le dije que tendría que ir frecuentemente a Barcelona. Para ampliar mi margen de libertad también le advertí que igualmente podría tener que viajar al extranjero: París, Londres, Roma ...

Dos meses después de haber decidido ejercer la prostitución ya estaba en disposición de empezar. La casa en orden, con la niñera y la asistenta bien instruidas, los chicos mayores colaborando en el orden de sus habitaciones y en la preparación de las cenas si era preciso. Mi nene Lluis creciendo sano y robusto, ya acostumbrado a los biberones y papillas que tanto había tardado en darle. Mi cuerpo de un moreno uniforme gracias a mis horas de rayos UVA, mis manos preciosas tras horas de manicura, mi piel inmaculada y sin un solo pelo salvo en las cejas y las pestañas, mis músculos plenamente dispuestos a la fatiga y mi coño húmedo como nunca. Aún así, tuve que trabajar en el sótano de casa para hacerme con un sitio bien escondido, accesible y seguro donde guardar mi ropa guarra y todos los juguetes que había acumulado por regalos de Olalla y otros de mis queridos amigos de su casa. Era impresionante la cantidad de cosas que tenía ya para dar gusto a mi cuerpo. No tuve más remedio que meterme dentro las bolas chinas que me regaló mi amiga el día en que conocí a ella, su marido y su hijo y en que dejé de ser una respetable señora de misa dominical. Bueno, a misa seguía yendo los domingos con mi marido.

Llamé a Eloy para que me concertase cita con algún portero del hotel y comenzar a trabajar en el oficio más viejo del mundo. Estaba tremendamente excitada cuando emprendí camino de Arenys para tratar con uno de los porteros la forma de trabajar. Tuve que ponerme unos pañuelos debajo del coño al conducir para no mojar la falda de mi sobrio y elegante traje y la tapicería de mi recién estrenado cochecito utilitario.

Atravesé el vestíbulo del hotel con las piernas temblando y miré a mi alrededor. Pronto se acercó un señor trajeado con la identificación de personal del hotel colgada de la solapa.

- Disculpe la señora ¿puedo ayudarla en algo?. Soy el conserje.

- Ah si. Tengo que hablar con usted. Me envía Eloy, el propietario para ..... eeer ... no sé si ...

- Si, Don Eloy me ha puesto en antecedentes. ¿Me acompaña por favor?

El hombre, alto, con buena presencia y de unos 45 años, me condujo por una puerta tras el mostrador de recepción y atravesamos una serie de instalaciones que parecían vestuarios para el personal hasta llegar a una habitación donde había dos camas individuales, unos sofás y un televisor.

- Esta es la sala de guardia de noche. Veamos, ¿eres la nueva puta, no?

- Si.

- ¿Tu nombre de puta es ... ?

¡Mierda!. Ni Juan ni yo habíamos caído en eso. Lo pensé unos segundos y no se me ocurrió mas que:

- Beth. ..... Me llamo Beth. ¿y usted?

- Marcelo.

No estaba mal la elección de mi nombre de guerra para tan escaso tiempo como tuve. Me llamo Mabel, contracción de María Isabel, y Beth es la denominación familiar de Elizabeth, que es mi Isabel en la lengua imperial.

- Pues bien Beth. Don Eloy nos ha dado instrucciones de que, pese a que seas una protegida suya, se te trate como a cualquiera de las zorras habituales del hotel. El acuerdo con todas, que creemos bastante justo, es el siguiente: Por cada llamada que te hagamos para un cliente nos pagas 8 euros, independientemente de lo que le cobres a él. Por los clientes que te procures por tu cuenta, aunque te los traigas al hotel o te los levantes en la cafetería no nos tienes que pagar. Más o menos una vez al mes nos darás a mi o a Pau, uno de mis dos compañeros, un polvo gratis en el agujero que nos plazca.

- Me parece justo. ¿Y el otro compañero?. ¿No sois tres a turnos?.

- Bueno, Xavier tiene a su mujer trabajando también de puta en el hotel y ella no le deja probar otras.

- Pues muy bien. ¿Cuándo empiezo?.

- Espera, impaciente. Tengo que informarte de más. Tienes que darme el número de un teléfono móvil que tendrás dedicado en exclusiva a este negocio.

- Tengo ya uno.

- ¿Pero lo conoce tu familia?

- Si, claro.

- Compra otro. Solo nos lo comunicas a tu chulo -si lo tienes-, a nosotros los conserjes, a los clientes que te busques, a Don Eloy y a su señora esposa. Pero a nadie más, y menos de la familia.

- Vale, voy a comprarlo ahora mismito.

- Espera, joder. Entre cliente y cliente puedes esperar en una habitación que hay reservada en el ático, entre las habitaciones del personal residente, pero tendrás que estar con las otras fulanas. Si quieres puedes ir a donde te plazca, pero si te llamamos tienes que estar aquí en menos de 15 minutos. Tu verás, si no acudes en ese plazo, se ofrece al cliente la puta disponible más parecida a lo que quiere. En esa habitación puedes asearte con comodidad y estar preparada para el próximo cliente, hay lavabos, duchas, tazas y bidets para cinco zorras al mismo tiempo, pero casi nunca coincidiréis más de tres. Anteriormente era un vestuario de personal. Este es un hotel serio. No montes escándalos. Si algún cliente se excede y te maltrata aguanta el tipo a menos que te vaya a matar y no salgas en bolas por los pasillos chillando. Nos lo cuentas y el servicio de seguridad se encarga discretamente del tipo.

- ¿Se dan a menudo los malos tratos?

- Nuestra clientela es VIP. Solamente han ocurrido dos casos en diez años, y no eran graves. Pero claro, la gravedad depende de cómo lo aprecies tu. Hay bastante estúpida en tu oficio. Espero que seas buena profesional, aunque Don Eloy me ha informado que lo haces por puro vicio y no por necesidad. Putas como tu son las más peligrosas, así que te vigilaré especialmente.

- Descuida Marcelo. Te prometo no montar ningún escándalo. Como ves, ni siquiera visto con aspecto de fulana.

- Ya veo, eso me gusta. Anda, ve a comprar el móvil. Al salir, a la izquierda, a menos de doscientos metros hay una tienda de Amenafone que tiene las mejores ofertas actualmente. ¡Ah! Y compra una batería de repuesto y cargador de coche, que todas las zorras venís lamentando después de que perdéis el cliente que estabais sin batería.

- No te preocupes Marcelo, compraré tres baterías.

Adquirí mi principal instrumento de trabajo -hay que ser lerda para no caer en la cuenta de que necesitaba un medio para avisarme de la demanda de servicio- no sin problemas. Otra vez por estúpida. Elegí primero tarjeta en lugar de contrato y cuando estaba rellenando el formulario me di cuenta de que recargar la tarjeta en un cajero de banco no me era posible porque las tres cuentas que tenía eran indistintamente con mi marido y él preguntaría de inmediato por qué tenía un nuevo GSM. Con contrato sería igual y, además, de inmediato vino a mi torpe cerebro la cuestión de donde guardar mis ganancias como ramera.

Dejé la compra del GSM en suspenso y me fui a un banco a abrir una cuenta corriente solamente a mi nombre. Como domicilio di la dirección de la casa de Olalla y, antes de olvidarme del detalle, la llamé para avisarla del asunto y pedirla perdón por no solicitar su permiso. Mi comprensiva amiga y amante me tranquilizó al respecto. Varias de las guarronas que, como yo, follaban en su casa, tenían similares problemas y habían adoptado la misma solución.

Una vez abierta mi nueva cuenta corriente regresé a terminar el contrato del móvil. Ya eran las 13H. Y busqué un restaurante donde comer.

Mientras almorzaba estuve meditando sobre qué hacer entre cliente y cliente. Calculé que desde casa de Olalla, en Vallgorguina, me podía poner en Arenys en menos de los quince minutos que me daban de plazo. No me apetecía compartir la habitación especial del hotel con otras putas esperando ser llamada. Pero por otro lado, en casa de Olalla existían mil tentaciones para caer en la práctica del sexo. Tampoco era cuestión de acudir a servir a un cliente agotada o repleta de semen. Al final decidí que si era puta lo era con todas sus consecuencias y tendría que relacionarme con mis colegas en la habitación especial para fulanas como yo.

Cuando regresé al hotel para dar mi número de GSM a Marcelo eran ya las 14.30. Marcelo me dijo que el cambio de turno con Pau era en media hora y, que si no tenía inconveniente, le gustaría esperar a su colega para examinarme y follarme los dos. Por supuesto que no tuve inconveniente.

Para matar el tiempo de espera, Marcelo ordenó a un mozo que me llevase a conocer la habitación de las zorras y me presentase a las que estuviesen allí. Solo estaba una puta que se llamaba Afrodita -qué original- y me recibió con dos fríos besos. No podía esperar ningún júbilo de alguien a quien le presentan una competidora.

Afrodita tendría unos 25 años. Tenía buen cuerpo y era guapa aunque muy vulgar de modales y de lenguaje. A mi no me gustó. Pero no tuve tiempo de conocerla mejor ya que sonó el teléfono interior y era Marcelo para decirme que su colega Pau ya había llegado y querían explorarme. Bajé al vestíbulo. Marcelo me presentó a Pau. Éste tenía unos 30 años pero peor presencia que Marcelo. Los dos me llevaron a la sala a la sala de guardia de noche que ya conocía.

- Anda, zorrona, enseñanos la mercancía que tenemos que vender. Dijo Pau.

Me desnudé con las eróticas maneras que había aprendido en casa de Olalla observando que los dos porteros apreciaban mi arte y mi cuerpo. No les oculté ningún ángulo de mi anatomía y yo misma me abrí los agujeros para que observaran bien la dilatación que podían alcanzar.

- Oye zorra, solo para información de los clientes, nos hace falta tu tabla de tarifas por servicio. –me dijo Marcelo.

- No tengo tabla. Hago lo que quieran mientras no me hagan daño ni me dejen marcas. Mi tarifa única es de 200 € la hora. Me usen o no me usen. Y me use uno o diez tipos al mismo tiempo. Solo cobro por hora.

- Me encantas puta, así nos facilitas el trato con el cliente. Anda ponte contra la silla que te voy a reventar el ano.

- Mucha minga tendrás que tener para reventarme nada. Pau ¿quieres que te la mame mientras Marcelo ocupa mi culo? O preferís hacerme un sándwich. O quizá una cabalgada doble en uno de los agujeros.

- La ostia, pues sí que es zorra. Y casada y recién parida. Una furcia así la colocamos de puta madre, Pau.

- Seguro Marcelo. Madurita bien conservada y experta, guarrona pero con estilo, casada y con niños, culta pero desinhibida, la colocaremos a casi todas horas. Va a gustar. Anda, ponte el condón y vamos a probarla.

Los dos porteros me follaron mis tres agujeros pero además les hice una demostración pajeándolos con mis manos y tetas. Terminaron jodiéndome al mismo tiempo en el culo y el coño y, por sus expresiones verbales, supe con casi toda seguridad que sería la puta recomendada oficialmente por el hotel. Bueno, por el hotel no. Eloy era una persona seria para sus negocios, quiero decir por los que se encargan de ... esas cosas .... ya sabéis.

Debí entretener demasiado a mis dos agentes de empleo. Porque pronto reclamaron por megafonía a Pau, que entraba de turno en la portería. No sé como se las arregló para justificar que ni el conserje saliente ni el entrante estuvieran en su puesto de trabajo, pero me produjo mucho regodeo pensar que era tan buena furcia como para hacer olvidar a dos machos simultáneamente sus obligaciones laborales.

 

CONTINUARÁ.

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