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Tengo cara de puta (01)

en Amor filial

Me llamo Elsa, tengo 37 años y soy casada y abandonada, con un hijo a punto de cumplir 17. Mi marido me dejó de improviso hace cerca de dos años. Un día llegué a casa y lo encontré con las maletas hechas y a punto de irse. Le pregunté qué hacía.

- Me largo zorra. No quiero ser un cornudo.

Quedé absolutamente sorprendida, yo, que siempre le había sido fiel. Es más, jamás pasó por mi cabeza fijarme en otro hombre. Tanto que no tuve reflejos y cuando le pedí explicaciones estaba bajando las escaleras. Me contestó farfullando algo casi incomprensible que solo capté una frase: "Con razón todo el mundo dice que tienes cara de puta".

Bajé tras él pero le esperaba un taxi y no pude alcanzarlo. Desde entonces no he tenido noticias de él. Ni siquiera se despidió de su hijo y tampoco ha solicitado el divorcio.

Como yo trabajo de abogada y mi remuneración no es escasa, con un ligero ajuste en la economía, mi hijo y yo salimos adelante.

Cuando me preguntaban por la ausencia de mi marido no sabía que contestar, me resultaba humillante reconocer que me había abandonado sin causa justificada.

Un día bajando las escaleras de casa escuché a unas vecinas cotilleando y antes de que se diesen cuenta ya había oído lo suficiente.

- ¿La del tercero dices?

- Ah si, hija, la dejó el marido. Creo que algo de cuernos.

- No me extraña, parece muy recatada y pudorosa, pero tiene una cara de puta que lo dice todo. Seguro que al pobre hombre le ponía los cuernos con el que pasase por delante.

- Dicen que se ha tirado a la mitad de los hombres del edificio. Si me entero de que mi marido ... yo ya vigilo.

- Pues voy a poner al mío en observación.

- Ah! Ejjjemm. Buenos días Elsa. ¿Qué tal?. Nosotras aquí, de la compra, que qué caro está todo no?. Esto del euro.

- Hola ... buenos días. Yo también voy a la compra. Hasta luego.

- Elsa, ¿sabes algo de tu marido?.

- No ... no tengo noticia.

- Ya irá para dos años no?

- Si, si. Bueno tengo prisa.

- Estos hombres, cómo son

- Si. Adiós.

Bajé las escaleras pero me detuve y regresé sin hacer ruido.

- ¿Ves como tiene cara de puta?

- Vaya que la tiene. La ves en una esquina y no dudas en preguntar precio.

La misma tarde, por más que me mirase en el espejo solo me veía como lo que era, una vulgar mujer madura sin nada especial en la cara ni en el cuerpo. Tirando a común y un poco gordita, aunque sin celulitas ni nada parecido. Una gordura sana. Eso si, muslos ajamonados pero de carne magra, las nalgas aún levantadas, piernas recias de grueso tobillo y unas tetas ya empezando a caer pero bien repletas y con extensas aréolas oscuras y gruesos pezones.

Lo que peor llevaba de todo era verme privada de sexo. No es que mi marido fuera un semental, pero me hacía el apaño. Mi timidez y la esperanza de que volviese a casa me impedían salir de ligue y mi coño se estaba cerrando. En el exacto sentido de la palabra. Cuando empecé a tomar los kilitos de más mi monte de Venus y mis labios externos acapararon casi medio kilo y ahora abultaban y cerraban bien mi raja. Estaba segura de que si un día follaba me dolería tanto como si fuese desvirgada de nuevo.

Mi necesidad de follar era perentoria. Cada día mayor. Por fin se me ocurrió pedir consejo a mi madre, Dora. Desde que quedó viuda las malas lenguas decían de ella que era un poco libertina, pero yo no dí crédito a los rumores. Aún así quizá tuviese una idea que no me obligase a salir a ligar, cosa que me aterraba. Ella tenía más experiencia y algo me podría decir, al menos consolar.

La llamé por teléfono antes de visitarla en su casa. Tenía verdadera obsesión por ser avisada. No soportaba que la gente se presentase de improviso.

Allí llegué a le conté mis tribulaciones y mi incapacidad e indecisión para lecharme un ligue por si mi marido volvía y por no levantar más polémica en el vecindario recibiendo visitas masculinas o saliendo de noche.

Mamá me acariciaba las manos con las suyas de largos y cálidos dedos cuyo atractivo no había mermado con los años. De pequeña estaba prendada de las manos de mi madre y de adulta las envidiaba.

Con sus 54 años nadie diría que es mi madre, sino mi hermana. Se conserva muy bien, no se ha dejado como otras mujeres, y entre gimnasio y salón de belleza se debe gastar casi toda la pensión que le dejó mi padre al fallecer, hace ya 10 años.

Dora acariciaba también mi cuello dulcemente y eso me hizo tener escalofríos de placer. Sus largas y cuidadas uñas recorrían mi cuello mientras con la otra mano mamá comenzó a acariciar mis gruesos muslos subiendo cada vez más.

- Elsa cariño, verás como encuentras un buen hombre que te haga sentir mujer. Si no tienes más remedio puedes acudir a llamar a un gigoló profesional. Pero eso está feo si tenemos otra solución. Mañana llamaré a alguno de mis amigos, pero hoy te podría satisfacer yo. Hace tiempo que no me lo monto con otra mujer.

- Mamá, por Dios. Nunca he sido lesbiana. Y contigo sería incesto.

- Yo tampoco soy lesbiana. Pero no sabes lo que te pierdes no siendo bisex. Se pueden montar unos tríos extraordinarios. Tranquila cariño. Verás qué bien te atiende tu mamá.

Para entonces, una de las manos de mi madre ya acariciaba mi vulva por encima de la braga y la otra se había apoderado de mi voluntad con sus caricias en la nuca. Me deslizaba por una sensación de indolente abandono que me impedía reaccionar.

Mi madre apartó la braga y se apoderó de mi vulva y de la poca voluntad de rechazo que pudiera tener yo. Descubrió mi clítoris y yo miraba, como ajena a mi misma, a sus atractivos dedos acariciándolo hábilmente.

Dejó mi nuca, se arrodilló ante mi y me despojó de la falda y la braga.

- Hija, por favor, qué bragas más bastas utilizas. Y no te digo nada del poco cuidado de tu coño. Vaya asquerosa pelambre que tienes. Así no se puede encontrar un macho que cepillarse.

Nunca había oído ese lenguaje tan vulgar en mi madre. Pero parece que el sexo la desinhibía de sus rigurosos y conservadores modales.

No siguió hablando porque aplicó su boca a mi vagina. Su lengua recorría toda mi hendidura deteniéndose en el clítoris y flagelándolo dulcemente. Me sobrevino un orgasmo que me dejó desconcertada y tuvo un efecto contraproducente. Más que calmar mi calentura, me la elevó más si ello era posible.

Al notar mi expulsión de flujo, mamá se dedicó a chupar mi vulva como si quisiera absorberla toda dentro de la boca. Succionaba y me parecía que todos mis labios estaban tremendamente estirados y dentro de ella mientras su lengua penetraba en mi agujero follándome como una polla.

Después de la comida de coño me metió un dedo comentando mi estrechez que habría que solucionar antes de entregarme a un hombre y quedar en ridículo por el dolor como si fuese virgen.

Metió otro dedo y sentí molestia. Sus dos dedos no eran del grosor de una polla y, sin embargo me molestaban. Era cierto, a mis 38 años no podía ser follada como una tierna infante exhalando grititos de dolor, que bochorno.

Puso su palma hacia arriba e introdujo diestramente un tercer dedo que yo creí me desgarraría, pero no sucedió así. Mientras decía:

- Nena, tienes un coño grande y apretado. Sería una delicia si te quitaras la pelambre, mañana tenemos que arreglar eso. Y esas manos tuyas hay que atenderlas mejor, parecen de fregona. Si son regordetas como laas tuyas tienen que estar muy blancas y suaves y con uñas largas y bien pintadas siempre. Decididamente mañana no follarás con mis amigos. Primero hay que hacerte una puesta a punto.

No me di cuenta de cuando acabó de meter los cinco dedos. Pero comencé a sudar de ansiedad y dolor cuando empezó a empujar para meterme el puño entero.

- Parece mentira que hayas parido un hijo y seas tan estrecha, pero eso gusta mucho a las pollas. Algo bueno tienes.

Cuando creía estar a punto de morir, la mano entró totalmente. Empezó un suave vaivén que me fue calmando y causando sumo placer. Mi esfínter se había habituado a su no muy gruesa muñeca. Dejó de menear la mano para dedicarse a explorar y acariciar todos mis órganos y las paredes de mi cueva, lo que fue elevando mi sensación de placer hasta que alcancé otro orgasmo. Más profundo y duradero que el anterior.

Cuando me recobré mamá me dijo que me desnudase de arriba y lo hice inmediatamente.

- Vaya sujetador de monja que te gastas. Anda tíralo. Si tienes algo sexi es mejor no llevar nada. Todavía tienes las tetas bastante apetitosas por si solas. Estás un poco gordita hija, no se si deberías adelgazar un poco. Pero bueno, eso no es importante, las rollizas son muchas veces más tentadoras.

Mamá seguía con su mano en mi cavidad y volvió a sus mete saca extremando el movimiento hasta el límite. Casi sacaba la mano entera para dilatar mi esfínter y la volvía a meter todo lo que podía. Con la otra mano friccionaba mi pepitilla ya vigorosamente, lo que me provocó un nuevo orgasmo.

Tras reponerme sacó su mano con un sonido de chapoteo y manó una increíble cantidad de flujo que ella recogió con su lengua y degustó ante mi asombro. Yo nunca había soltado tanto fluido cuando me follaba mi marido.

Mamá se levantó mientras yo me reponía y fue a la cocina de donde regresó con una gran berenjena. Me la metió en el coño diciendo que era para habituarme y me pidió que la compensase mientras comenzaba a desnudarse.

- Tu pandero si que es magnífico, te van a querer follar siempre por detrás.

- Mamá, yo nunca he entregado mi culo.

- Pues habrá que resolver ese inconveniente.

La contemplé desnuda del todo y me quedé perpleja. Primero por su sugestiva figura de firmes carnes sin apenas rastro de celulitas. Después por sus orondas tetas colgantes pero atractivas, pero sobre todo por su decoración. Ni un solo pelo en su pubis, que lanzaba reflejos de un anillo de oro en su clítoris y mostraba un tatuaje donde se leía. "Fóllame". Los pezones también estaban anillados en oro. Sobre su teta izquierda figuraba un tatuaje con un sorprendente escudo del Real Madrid, Los riñones exhibían un enrevesado arabesco de agradables colores y tenía diversos pequeños tatuajes más en las nalgas, muslos, tobillos y brazos imitando brazaletes, pulseras o ligas.

- Hija qué cara de boba. ¿No te gustan mis adornos?. Cada uno es recuerdo de una noche loca.

Ya confirmé que los rumores sobre el puterío de mi madre eran más que ciertos.

Mamá se untó aceite en el ojete del culo, se embutió en la vagina un consolador vibrador de considerable dimensión sin aparente esfuerzo y se puso a cuatro patas con el culo mirando hacia mi.

- Cielo, igual que te he metido yo poquito a poco el puño en el coño, ohora lo haces tu en mi culo. Ya sabes, dedo a dedo.

- Pero mamá, es que ...

- Es que, ¿qué?

- Me da asco. Y además, te puedo hacer daño. No he hecho eso nunca.

- Hay muchas cosas al parecer que no has hecho nunca. Vaya manera de desperdiciar tu cuerpo. No sabes lo que te has perdido. Anda, no tengas cuidado, tengo el recto habituado. No como tu. Además, el asco se pierde enseguida.

- Bueno pero ... yo ... no respondo.

- No respondas, ni falta que hace, vamos que estoy caliente como una perra en celo.

Comencé la maniobra como mi madre había hecho en mi coño y asombrosamente no resultó difícil. Pronto tuve todos mis dedos dentro y ella me animó a empujar Hasta colar toda la mano. Temiendo arañarla por dentro, instintivamente cerré el puño.

- ¿Ves cariño?, No pasa nada. Lo importante es relajarse. Tu también tienes que aprender a relajar tu esfínter anal.

- Ni hablar. A mi no me dan por el culo.

- Eso ya lo veremos, cielo. Cuando yo te enseñe verás que placer.

- No, no.

Bueno, bombea tu puño.

Comencé a mover mi puño en su recto lentamente y ella me pidió más energía y profundidad mientras conectaba el vibrador insertado en su coño. Empezó a gemir de gusto y me pidió aún más hondura. Yo me pasmaba viendo cómo mi brazo se metía casi hasta el codo. No paraba de pedir más velocidad y de soltar alaridos de gozo. Nunca creí que una mujer pudiese someterse a aquello. Desde luego mi madre era una pervertida.

Se corrió por fin como una posesa con roncos gemidos, entre unas convulsiones tales que temí le hubiese dado un ataque de epilepsia. Yo no habría supuesto nunca que se pudiese tener orgasmos tan prolongados y profundos como el de ella, y eso que los dos anteriores que me habían proporcionado fueron un descubrimiento para mi sobre la intensidad que puede alcanzar el placer sexual.

Se desplomó en el suelo de costado pidiendo que no sacase aún mi mano. Me recosté a su lado y ella me pidió entonces que abriese los dedos y le amasase por dentro la matriz. Ni idea de donde estaba, pero ella me dirigió – más abajo ... no ahí no ... a la izquierda .. un poquito arriba .. si si ahí .. abre los dedos y amasa despacio .. así .. así ... asiiií.

Poco rato después noté otros espasmos, diferentes, como más contenidos y apacibles. No gritó, solamente unos profundos suspiros fueron el indicio de su goce. Quedó exhausta apagando el consolador del coño y descansó unos minutos sin que yo me atreviese a sacar la mano de su interior.

Al rato me dijo que ya podía sacarla. Poco a poco salió mi muñeca y al sacar la palma, se escuchó un ruido de aire escapando entre borbotones, que se tradujo en una pequeña ración de excrementos que salieron del amplio boquete que la había dejado mi mano.

Rápidamente fui al baño para buscar papel higiénico y una toalla para limpiarla, lavando también mi mano. Después limpié el parquet con una fregona, pero entonces me di cuenta que aún seguía saliendo mierda de su agujero. Me dijo que fuese a la mesilla de noche y trajese un consolador tapaculo. Yo no sabía qué era eso y me lo describió mientras yo no paraba de recoger su caca con la fregona.

En el cajón de su mesilla había una gran cantidad de juguetes que la mayoría no identifiqué. Localicé el tapacubos, se lo llevé y ella se lo metió inmediatamente mientras yo volvía a darle a la fregona. Con las prisas y las careras se me salió la berenjena del coño.

- Ya limpio todo, mamá se levantó y se sacó el consolador del coño, inmediatamente fluyó una gran cantidad de jugos vaginales que volvieron a ensuciar el parquet. Volví por la fregona.

- Una buena golfa como dios manda no hubiera desperdiciado mis caldos con una fregona. Se los hubiera bebido. Tienes mucho que aprender nena.

- Yo no soy una golfa. Se acaso necesitada de algún polvo, nada más.

- Para disfrutar a fondo hay que ser golfa. Si no quieres serlo lárgate. No voy a hacer un trabajo a medias.

- Solo quiero lo que has prometido. Que mañana llamarías a algún amigo tuyo para que me suelte un polvo.

- Yo no quedo en ridículo con mis amantes. Son gente exigente y no puedo presentarles a una medio monja como tu. Primero tengo que adiestrarte.

- Bueno ... pero no me hagas guarderías.

- Ay, hija, con lo bonitas que son. Ven, vamos a ducharnos.

Antes de ducharnos, mamá se quitó el tapacubos con un sonoro ¡PLOP! y vació sus tripas en el retrete delante de mi. Yo, por pudor no quería mirar pero ella me dijo que mirase, que tenía que perder esos recatos si quería disfrutar. Para arrasar aún más mi mojigatería me pidió que le inyectase un enema. Se lo puse y se volvió a taponar el ano hasta que surtiese efecto. Se empeñó en ponérmelo a mi y lo consiguió pese a todos mis reparos. El objetivo realmente era invadir mi culo con el pequeño tapacubos que dolorosamente me embutió para retener el líquido.

Yo fui la primera en reclamar la evacuación de aquel líquido que torturaba mís intestinos. Fue un enorme alivio que me quitase el tapacubos que irritaba mi esfínter y soltar toda la sucia mezcla en el retrete. Ella aguantó bastante más.

Nos duchamos juntas, ella me acariciaba descaradamente todo el cuerpo al enjabonarme y me animaba a vencer mis raparos en tocarla a ella.

Una vez secas me invitó a quedarme en su casa a cenar y dormir ya que al día siguiente iríamos a su salón de belleza para, como dijo, hacer de mi una mujer aprovechable en lugar de una ama de casa mojigata. Llamé a mi hijo Juan para decírselo.

Después de cenar fuimos a su dormitorio, quería que durmiese con ella para conocer mejor mi cuerpo. Pero nada más desnudarnos sacó del armario una caja con cables y me dijo que lo iba a pasar muy bien con ella. Yo estaba derrengada por falta de costumbre y no me apetecía la cosa, pero su proverbial insistencia volvió a vencer mis reparos.

Me tumbó en la cama y me metió en el coño un pequeño y brillante cilindro metálico con un cable que terminaba en una borna de la caja y me produjo pavor. Ella insistió en que no era peligroso, pero eso de tener metido en mi intimidad algo eléctrico me asustaba enormemente. Ni corta ni perezosa me insertó en el ano otro cilindro igual. Después fijó con esparadrapo a mis pezones dos placas metálicas soldadas también a unos cables.

Cuando la vi enchufar a la red otro cable de la caja pensé que hoy conocería como es la muerte en la silla eléctrica. No me morí.

Después de recomendarme que cerrase los ojos y me relajase, mamá comenzó a manipular los botones en la caja.

Comencé a sentir un agradable hormigueo por mis partes bajas y por los pezones. El hormigueo fue creciendo paulatinamente hasta alcanzar una maravillosa sensación en al que me sumergí olvidando mis temores.

No pude advertir la llegada del orgasmo. Fue raro, repentino, no fue creciendo como es habitual. Me llegó sin preaviso. Largo, largísimo y muy profundo. Me dejó extenuada. Cuando me empezaba a dormir noté como mamá de sacaba los cilindros del coño y el culo. Ya no me enteré de los polos de mis pezones.

- Despierta, vaga, tenemos mucho que hacer hoy.

CONTINUARÁ en los próximos días ...

Comentarios a jorpujolaa@hotmail.com

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