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De ser esposa a ser nadie (1)

en Dominación

Voy a contar por qué una mujer como yo, brillante licenciada en Derecho con el número uno de su promoción, directora de recursos humanos de una gran empresa multinacional hasta hace cuatro años, trabaja ahora en un local de porno duro en vivo.

Cuando salí de la facultad rápidamente encontré trabajo y conocí al que sería mi marido. Él era ingeniero con unas magníficas expectativas y los dos ganábamos un sustancioso sueldo que nos permitió casarnos al poco tiempo. Tenía yo entonces 24 años.

Fui cambiando de empresas, siempre a mejor, hasta que obtuve el puesto de directora de recursos humanos de una empresa con más de 5000 empleados solo en España. Cumplía para entonces 28 años y me significaba por mi intransigencia en contratar personal por recomendaciones de los directivos de la empresa. Exigía implacablemente que se acreditasen los méritos necesarios en cada puesto y no admitía discusión ni presión alguna.

Hasta que tuve mi debilidad. En una entrevista me encontré con lo que podríamos calificar como la representación mortal del dios Adonis y quedé prendada de él de una forma tan irracional y subyugante que nunca habría concebido que fuese posible en mi, tan fría y profesional como era.

Pero no terminó ahí la cosa, además de contratarlo si más mérito que su atractivo le asigné un puesto de trabajo próximo a mi. Antes de un año era mi amante y antes de dos ya me había divorciado y vivía con él.

Mi subyugación llegó a tal extremo que paulatinamente terminé totalmente entregada a él. Él obtuvo de mi prestaciones sexuales que nunca creí que hubiera practicado. Así desvirgó mi ano, depiló mi pubis, paladeé y bebí semen, me acosté en su cama con otras mujeres u hombres, participé en orgías multitudinarias y experimenté la ducha dorada.

Mi rumbo a la sumisión total se acentuó al año de vivir con él. Heredó una gran fortuna de su abuela así como una gran mansión en el campo. Nos trasladamos a ella y allí me pidió que le firmase un contrato de esclavitud sexual y renunciase a mi trabajo para servirle solo a él. No medité demasiado y firmé el contrato.

Esa misma noche dormí a los pies de su cama. A la mañana siguiente me llevó a que me anillasen los pezones, el clítoris y los labios vaginales. También me hizo tatuar en el pelado pubis la palabra "sexslave", en una vergonzante pleitesía al idioma del Imperio.

Al volver a la casa me condujo al sótano donde me introdujo en una jaula metálica que había dispuesto allí con un catre, un lavabo y un barreño para hacer mis necesidades. Me informó que ese sería mi alojamiento a partir de entonces.

También me entregó una lista de mis obligaciones y las pautas de mi conducta a partir de entonces. Esa noche al leer los papeles comprendí lo que significaba el contrato que tan frívolamente firmé. Jamás saldría de la casa yo sola, siempre sería acompañada por mi Amo, como debía llamarlo ya, de las personas a las que temporalmente me cediese, o de los clientes con los que eventualmente me prostituyese.

Lloré toda la noche, pero al día siguiente estaba firmemente convencida de que mi amor por él compensaba mi humillante vida futura. Pero no había leído que, la única contraprestación que yo tenía al inmenso amor que le entregaba y que eran los profundos y gozosos orgasmos que él me proporcionaba, también me estaban vetados, salvo permiso suyo.

A la mañana me sacó de mi celda y me llevó desnuda a la antigua cuadra de la mansión. Allí esperaba un cerrajero que me adaptó un collar de acero y unos grilletes para las muñecas y los tobillos. También, tras tomarme medidas y trabajar un rato en el ajuste, me colocó un cinturón de castidad. El hecho de estar desnuda ante el cerrajero me avergonzaba profundamente, ya que, aunque había estado desnuda en orgías muy concurridas y había sido follada en público, nunca había estado desnuda en aquella situación de sumisión.

Al regresar a la jaula, antes de encerrarme con mis herrajes, me trabó las muñecas a los barrotes y me azotó con una fusta en las nalgas. Ese fue el primero de una interminable cantidad de castigos que sufrí por cualquier causa o simplemente por capricho.

Me cedió a otros amos y amas en diversas ocasiones. Me entregó a proxenetas para prestar servicios en burdeles o callejeramente. Pero lo que más me humillaba y no podía soportar era la exhibición en público desnuda y mostrando mis atributos mientras subastaban mi cuerpo para ser usado.

A todo, incluso los castigos, me fui acostumbrando auxiliada por el extraordinario amor que le profesaba y que, incomprensiblemente, aumentaba día a día de tal forma que ardía de celos solo de verlo cerca de otra mujer, aunque fuese otra simple esclava cedida.

Apenas me permitía un orgasmo de tarde en tarde. El ajuste del cinturón de castidad, que siempre llevaba en la casa cuando no iba a ser usada, me impedía masturbarme.

En esa situación cumplí mi 32 aniversario, que lo celebró con una dolorosa sarta de golpes de fusta sobre mi pelado y anillado pubis. Pocos días más tarde mi Amo bajó al sótano con una hermosa jovencita rubia de menos de 18 años, desnuda como yo. La belleza de la joven era impactante y me consumí de celos.

Me sacó de la jaula y me sustituyó por la muchacha. A mi me dejó encadenada del cuello a los barrotes. Cuando se fue intenté entablar conversación con ella, pero estaba cerrada en un mutismo absoluto y desistí.

Esa misma noche me subió a la planta y me ordenó acicalarme para salir. Debía tener un aspecto muy sugestivo y satisfecho de la vida, por lo que puse toda mi atención y maña en obtener la imagen que mi Amo deseaba.

Con tan solo unas medias negras, sin liguero, un sujetador de cuero sin copas para resaltar mis anillados pechos y unos zapatos negros de alto tacón, me llevó al maletero del coche y emprendimos viaje.

Me sacó del maletero a la puerta de un local iluminado con luces rojas de neón como cualquier club de alterne de carretera de mala muerte. A la puerta había unas cuentas personas de ambos sexos que silbaron y me dijeron expresiones soeces cuan mi Amo me condujo al interior sujeta de una cadena a mi collar. Atravesamos el vestíbulo y diversas salas hasta llegar a un despacho donde había un enorme negro.

Tras saludarse cordialmente –se llamaba Paul- , mi Amo dijo:

- Aquí tienes a la furcia de que te hablé. Examínala con toda libertad y cátala si quieres.

Tras mirarme detenidamente desde detrás de su escritorio, a lo cual, pese a estar acostumbrada, reaccioné con el sonrojo y la extrema vergüenza de siempre, se levantó para mirarme de más cerca con toda tranquilidad y sin decir palabra, lo cual acentuaba mi incomodidad y bochorno. No sabía qué hacer ni adonde dirigir mi mirada, baja eso si, como tenía ordenado por mi Amo ante cualquier señor o señora libres.

Cuando el silencio se mascaba y yo estaba a punto de ponerme a temblar, el enorme negro habló por fin.

- Inclínate y sepárate las nalgas, zorra inmunda.

Obedecí de inmediato y Paul, tras sobar la piel de mis redondas y duras nalgas, a las que aplicó algún pellizco, me metió sus dedos en el coño y el ano para comprobar la dilatación y presión que podía ejercer con mis esfínteres. Pareció satisfecho cuando comprobó que tras alojar su puño entero tanto en mi coño, como en mi recto, al poco rato ejercía igual presión sobre un solo dedo demostrando mi capacidad de adaptación. También me ordeno dejar relajados mis esfínteres tras meter su puño para comprobar lo contrario, que era capaz de mantener a voluntad la enorme cavidad que me dejaba al sacarlo.

- Daniel, tu sumisa perra tiene las cualidades que preciso. ¿15.000 euros?.

- Paul, habíamos hablado de 18.000.

- Pero no me dijiste su edad. Esta perra tiene al menos 35. Es vieja ya. Si no fuera por su entrenamiento y su contrato de esclava no te pagaría ni 10.000. Por ese precio tengo jóvenes putitas de los países del Este de Europa si las quiero blancas, y por 8.000 las consigo negras o asiáticas.

- No tiene 35, sino 32 recién cumplidos. Y se conserva muy bien por mis tratamientos. Las habilidades que tiene gracias a mi adiestramiento, tu no las conseguirías de tus putas analfabetas ni en cien años.

- De 15.000 no paso.

Yo estaba aterrorizada. Mi Amo, la razón de mi vida me estaba vendiendo al dueño de un burdel de mala muerte. No pude evitar el deslizamiento de alguna lágrima que fue castigado con un dos tremendos azotes en mis expuestas nalgas, ya que seguía inclinada pues nadie me había autorizado a erguirme.

- Bueno vale, no discutamos, a fin de cuentas ya tengo repuesto de ella. Es tuya.

- Tomemos una copa para cerrar el trato mientras aviso para ponerla en uso esta misma noche.

Ellos se quedaron tomando su copa mientras yo era conducida por una hermosa chica negra a un piso alto. Me metió en una sala con varias literas donde había otras chicas de diversas razas y edades y sujetó la cadena de mi cuello con un candado a unos de los metálicos cabeceros de mi litera.

Las otras chicas se interesaron por mi, pero yo comencé a llorar desconsoladamente sin hacer caso de sus intentos de consuelo. Las oí chismorrear.

- Esta es esclava, ... pobre.

- La van a matar.

Una hora después vinieron a buscarme. Tras cruzar varios pasillos le entregaron mi cadena a un negrazo desnudo con una verga descomunal que solamente dijo:

- ¿Preparada?.

Yo asentí con la cabeza aún sin saber para qué. Abrió una puerta e ingresamos en un lugar muy iluminado que me cegó momentáneamente, saturado de un fuerte olor a tabaco y alcohol y muy bullicioso. Cuando se acostumbró mi vista me encontré desnuda sobre un escenario circular rodeada por mayoría de hombres sentados y varias mujeres ligeras de ropa moviéndose entre ellos. Parecían camareras sirviendo bebidas.

Como siempre, me atenazó la vergüenza y el terror y quedé paralizada. Dos manos se posaron en mis nalgas y un negro apareció a cada lado mío venidos desde atrás. Uno de ellos me indicó entredientes que debía sonreír al público y conseguí hacer una mueca muy poco parecida a una sonrisa.

De inmediato comenzaron a sobarme todo el cuerpo atendiendo principalmente a mis generosas tetas que amasaban y tironeaban desde los anillos de mis pezones mostrando las maniobras bien visiblemente en honor al público. Noté unas manos explorando mis bajos y advertí la presencia de otro negro de similar tamaño a los otros, arrodillado bajo mi y enganchando una cadena al anillo de mi clítoris y colgando unas plomadas de los anillos de mis labios vaginales.

Los dos negros que estaban de pie me colocaron otra cadena uniendo los anillos de mis pezones y los tres juntos me pasearon a todo lo largo del borde del escenario tirando de las cadenas de manera que mis tetas se deformaban hacia el lado que querían según su gusto. Cada pocos metros se detenían para ponerme inclinada con el culo hacia el vociferante público, abierta de piernas, separadas mis nalgas por mis propias manos y mostrar mis intimidades deformadas por las plomadas de los labios y por los estirones de la cadena del clítoris.

Me dieron varias vueltas poniéndome en diversas posiciones para que a nadie se le escapase nada de mi morfología, tenía la sensación de ser una mera res expuesta en una feria ganadera. No sabía yo entonces que ese era exactamente el concepto que mi nuevo Amo Paul tenía de mi.

En una de las vueltas al escenario para la exhibición de mis carnes me fijé que en la pasarela que conducía a la puerta por donde me habían introducido estaban otros tres hombres blancos, también desnudos y bien dotados de verga. Con ellos estaba la hermosísima chica negra que me había conducido por los pasillos hasta la puerta de acceso al local del tablado.

Y dio comienzo el espectáculo. Me arrodillaron ante ellos para lamer y mamar alternativamente las tres negras morcillas. Cosa muy difícil porque mi boca apenas conseguía abarcar su diámetro. Los que no eran atendidos por mi boca lo eran por mis manos. El público bramaba viendo aquella tremenda serpiente negra introducirse entre mis dilatados labios y animaba par que me la metiese más profundamente. Mis manos apenas podían abarcar tampoco el total del diámetro de las otras dos vergas.

Siguió una tanda de pajas cubanas en que no me permitieron manejar mis pechos para la faena. Eran ellos quienes los apretaban rudamente para friccionar su polla. Más que paja cubana era folleteo cubano. A continuación me inclinaron. Uno me la metió en el coño para después alternar con el ano salvajemente, el segundo me follaba la boca hasta llegar al esófago y el tercero, bajo mi, tiraba sin piedad de las cadenas de los anillos y balanceaba las plomadas.

Decidieron cambiar de posiciones pero antes me condujeron al borde del escenario para mostrar la enorme dilatación de mis agujeros ye invitar a algunos espectadores a que metiesen sus dedos dentro para comprobarlo. Hubo bastantes voluntarios para esa tarea y estuve los menos tres minutos recibiendo dentro de mis íntimas cavidades un gran número de dedos y siendo bien sobeteada en las nalgas.

En el mismo borde del escenario, me tumbaron boca arriba y levantaron todo lo posible mis caderas de modo que quedaba apoyada casi solamente sobre el cuello. Uno de los negros me folló violentamente la vagina al tiempo que una gran masa de espectadores se amontonaba a solo medio metro para apreciar la coyunda. Otro negro se dedicaba a los estirones de mis cadenas y el tercero esperaba tras el follador. Éste me dejó sin correrse para ceder el lugar a su compañero que me le enfundó de un solo empellón en el culo. Parecía que le había dado un ataque, porque su metesaca fue frenético y muy animado por la montaña de espectadores allí agrupados. Tampoco ese se corrió.

Me llevaron al otro extremo del escenario para ofrecer el mismo espectáculo al público que no se había movido de su asiento. Y otra vez se repitió el trabajo en otros dos puntos al borde de estrado, para que todo el mundo contemplara debidamente como se folla a conciencia.

No podía faltar la triple penetración que se ofreció en diversas posiciones, boca abajo, boca arriba, de pie o colgada de sus fuertes brazos, y en la que se alternaron en la ocupación de mis agujeros.

Ni qué decir tiene que todo lo que me hacían era perfectamente iluminado por un foco y que los tres sementales eran expertos en dejar suficiente campo de visión en sus tareas. Además se encargaban de retirarme el pelo para que los espectadores tomasen buena vista de mi cara.

Por fin me soltaron de rodillas y, derrengada, no tuve reflejos para evitar que me colocasen un dispositivo abrebocas. Aunque dudo que me atreviera a evitarlo. Una vez forzada mi boca abierta al máximo posible, comenzaron a frotar ardorosamente sus pollas hasta que, uno tras otro, me rociaron la cara con gran cantidad de esperma, haciendo que sus últimas reservas, ya sin presión, gotearan en el interior de mi boca.

Los tres negros abandonaron el escenario y apareció la hermosa chica negra con un micrófono:

 

CONTINUARÁ.

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