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Una mansión para el sexo duro (01)

en Orgías

Una discusión con mi marido me impulsa a apearme del coche. Dos galantes caballeros me recogen en autostop. Un mundo de placeres hasta entonces desconocidos se abre ante mi.

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Estaba de muy mal humor esa mañana. Bueno, estaba de mal humor desde hacía ocho meses en que me enteré de que estaba embarazada. No resulta plato de buen gusto quedarse preñada a los 40 años cuando ya tienes dos hijos de 16 y 14 años. Todo por complacer al estúpido de mi marido. Estaba de descanso de las píldoras anticonceptivas y al cabronazo de él, que no me folla más que una vez al mes como mucho, se le ocurre echarme uno de sus rápidos polvos.

Que con el condón no me corro, cielo. Que echo marcha atrás antes de eyacular, cielo. Que no te preocupes, cielo. Mucho cielo, pero me soltó dentro sus cuatro gotitas. Por más que me lavé bien la vagina, la cosa no tuvo remedio.

Para rematar la faena, al delicado señor no le apetece follar con embarazadas, como ya sucedió con los anteriores embarazos de mis hijos, que me dejó en ayunas más de 11 meses.

Los días anteriores a aquella mañana, por sabe Dios que alteración hormonal o psicológica, estaba yo sumamente calentorra para conformarme con el grueso consolador vibrador que guardaba en el fondo del armario de mi ropa donde él no mira nunca. Se me ocurrió –imbécil de mi tal esperanza- que si me ponía los dos anillos de mis pezones y el del clítoris que me perforé en una noche de locura –la única- cuando éramos novios, me afeitaba el pubis y me ponía la arrinconada lencería sexi que no usaba hace años podría conseguir que se animase.

Fui al salón de belleza el día anterior donde, para sorpresa del personal, pedí además del depilado ordinario, también uno total del pubis. Se preguntarían para que quería pelarse el chumino una preñada próxima a parir. Pero la esperanza es lo último que se pierde.

Mi gorda barriga repelió a mi santo esposo como era de esperar. Seguramente tenía por ahí alguna putona que le sacaba su escaso esperma y nuestro dinero. No me importaba esa mañana que tuviese una querida, lo que me importaba era no poder satisfacer mi calentura. Yo también me habría buscado un gigoló o un querido tal y como estaba de ansiosa.

Y encima nos tocaba excursión a la playa con los dos tontos adolescentes de mis hijos peleando todo el maldito día. No tenía intención de ponerme el bañador con semejante tripón, así que salimos camino a la playa un poco tarde por mi intento de conseguir el polvete. No me entretuve en quitarme los anillos por las prisas de mis hijos ya impacientes y, con la vulva caliente por mi acusado ataque de lujuria y el escozor del afeitado soporté medio viaje.

Digo medio viaje porque entre mi cabreo, los dos ruidosos adolescentes pegándose atrás, la música a todo meter y un adelantamiento incorrecto que estuvo a punto de provocar un accidente, acabé discutiendo con mi marido.

- ¿Y sabes lo que te digo?, que me vuelvo a casa. Déjame en la próxima gasolinera.

- Y como vas a volver, lista.

- Ya me llevará alguien. Seguro que mi tripa convence a cualquiera. Aunque no lo sepas hay gente más caballerosa que tu, cretino.

- Ahí hay una gasolinera. A ver si te atreves.

Y me atreví y allí me quedé mientras ellos seguían a la playa. Él mohíno y los chavales desconcertados. Estaba en Arenys de Munt.

No tuve que esperar casi nada. Dos caballeros en un BMW que circulaba en sentido contrario y pararon a repostar no solo accedieron cortésmente a acercarme a casa en Sant Celoni. Se ofrecieron incluso a llevarme hasta la misma puerta a pesar de que no iban tan lejos. En atención a mi notoria barriga, el más joven, unos 30 años, me cedió el asiento del copiloto y él pasó a los asientos de atrás. Conducía el mayor, de unos 50 años.

Tenían una fácil y agradable conversación y enseguida estábamos tuteándonos y contando anécdotas y algún chiste. Les dije mi nombre, Mabel. Ellos se llamaban Eloy, el mayor, y Daniel, el joven. Eran padre e hijo y se dirigían a Vallgorguina, a su casa, tras comprobar las cuentas del hotel del que eran propietarios en Arenys de Mar.

Desde el principio me di cuenta de que Eloy no cesaba de mirar mis muslos, totalmente al descubierto con el ligero y holgado vestido playero que llevaba y la incorregible tracción hacia arriba que producía mi tripa. Recordé que tampoco llevaba sujetador.

- ¿Y cómo es que te encuentras sola en una gasolinera en tu estado Mabel?

- Discutí con mi marido y decidí volverme a casa. Íbamos a la playa con los chicos.

- ¿Y te deja así, en tu estado?

- No se creyó que iba en serio y es demasiado soberbio para pedir disculpas.

- Será capullo. ... perdona, no quería ofender.

- No me ofendes Eloy. Tienes razón, es un capullo y un animal de bellota.

- Oye ... no te maltratará ...

- ... no sé ... de alguna manera ...

- ¿De alguna manera?

- Bueno ... psicológicamente ... yo siento que si.

- ¿Cómo lo sientes?

- Me ignora. Y más ahora que estoy embarazada.

- ¿Precisamente ahora que necesitas más cariñitos?

- Si. No le gusto cuando estoy preñada. Ya me pasó las otras dos veces.

- Estás preciosa. Es cuando más me gustan las mujeres. –dijo dándome un apretoncito de ánimo en la rodilla con una mano cálida y que me encantó.

- Pues no hemos tenido contacto sexual en siete meses. Desde que se enteró de mi estado de buena esperanza. – Yo misma me sorprendí de contar aquel asunto tan íntimo. Pero ya estaba dicho. Y de ahí vino todo lo demás.

- Pobrecilla. – Y su cálida y cuidada mano volvió a mi morena rodilla acariciando esta vez a lo largo del muslo. Al mismo tiempo Daniel, desde el asiento de atrás se compadecía también de mi acariciando mi cabeza y mi cuello.

Las caricias de los dos, y sus voces suaves y reconfortantes, me relajaron e hicieron olvidar mi mal humor, tanto que excitaron otra vez mi coño. Y tanto, tanto, que no quise o no pude impedir que Eloy siguiera frotando mi muslo, cada vez más arriba, ni que Daniel acariciase mi cuello y orejas con una mano avanzando hacia el nacimiento de mis repletos pechos con la otra.

Nunca he sido infiel a mi marido. Cierto que no fui virgen al matrimonio, ya me había acostado con dos novios anteriores. Pero desde que nos casamos no había conocido otro hombre. Y oportunidades no me faltaron. Pero nunca había tenido yo tal necesidad de sexo como ahora. No me reconocía a mi misma.

Me encontraba a gusto en aquel coche. Dichosa, y sin asomo de culpa mientras permitía a Daniel introducir su mano por el escote para apoderarse de uno de mis turgentes pezones de preñada y a Eloy frotar mi vulva por encima del tanga.

Ensoñada y entregada escuché a Eloy:

- Mira a la calentita triponcilla, Dani. Tiene un anillo en la pepitilla y el chuminín afeitado. Y está ardiendo.

- Y tanto que está ardiendo Papi. Tiene los pezones duros como piedras y las tetas están golosas y también anilladas. Tendríamos que tener un poco de caridad con ella y suplir al tonto de su marido. Está como un queso.

(Si, por Dios. Por favor. Que me tengan caridad). Rogaba para mi misma.

Y la tuvieron. Con los ojos cerrados y disfrutando de las caricias de Daniel, ya apoderado a manos llenas de mis repletas ubres de cuasiparturienta, noté el traqueteo del vehículo cuando salió de la carretera por un camino rural. Eloy había dejado un rato mis bajos, supongo que para maniobrar con el coche, pero pronto volví a sentir sus dedos intentando apartar el borde de mi tanga para alcanzar el agujero que ocultaban.

Por fin paró el coche y abrí los ojos. Lo había conducido al interior de una pequeña finca tras un espeso y umbrío seto que lo ocultaba de miradas curiosas.

Volví a cerrar los ojos. Creía que con ellos cerrados sería como un sueño y no me entrarían remordimientos por poner los cuernos a mi marido. Escuché abrir la puerta trasera y después la de mi lado.

- Ven amor. Saca las piernas fuera. -Escuché dulcemente a Daniel.

- Túmbate sobre mi asiento, cariño - Era Eloy.

Mientras me tumbaba boca arriba en el asiento del conductor, Eloy me bajó el vestido dejando mis pechos al aire al tiempo que Daniel subía la parte de la falda y me quitaba el tanga de manera que el vestido quedó enrollado bajo mi vientre.

- Qué pechos tiene Dani. Grandes, blanditos y de aréola hinchada y oscura, como me gustan. Y tan bien adornaditos con sus anillos dorados. Preciosa criatura.

- Pues no veas que papo tan peladito, abultado, largo y cerrado. Divino. Y el pandero es de caerse de espaldas. Esta criatura es divina. Imbécil de marido.

Estaba en la gloria. Hacía siglos que no escuchaba una alabanza sobre mis carnes. Si acaso algún piropo grosero del gremio de la construcción. Seguía con los ojos cerrados. Temía despertarme de un hermoso sueño.

Noté cómo Daniel ponía mis piernas sobre sus hombros y al poco su lengua tanteando mi anillado clítoris y sufrí un invencible impulso de avanzar mi pubis al encuentro de su cara. Al poco, la polla de Eloy paseaba sobre mi cara.

- Mabelita, cariño. Hazle un mimo a esta cosita.

Abrí con temor los ojos pero afortunadamente el sueño no se esfumó. Ante mis ojos tenía una espléndida tranca que se paseaba por mis labios. Golosa abrí la boca y aquella maravilla se aposentó dentro. La lengua de Daniel seguía jugando con mi clítoris mientras un dedo profanaba mi agujero, en el que solo había entrado en 20 años el pene de mi marido.

Tomé con mis manos los testículos de Eloy para acariciarlos mientras chupaba su rabo afanosamente, como si me lo fueran a quitar. Él, en reciprocidad, acariciaba mis pezones jugando con los aros o amasaba dulcemente mis pletóricos pechos y no olvidaba recorrer mi tripón con sus manos.

Abrí los ojos otra vez porque mis manos tropezaron con algo duro en sus testículos. Efectivamente, una gruesa argolla metálica, dotada de otras más pequeñas, rodeaba la base del pene antes de los testículos de manera que no podía salir si no era abriendo con alguna llave u otro mecanismo.

El orgasmo me llegó avasalladoramente y casi pierdo la consciencia. La lengua y los dedos de Daniel habían alcanzado su objetivo. El orgasmo fue tan profundo que no sentí la menor vergüenza, como me ocurría otras veces, al comenzar a expeler los abundantes jugos vaginales que siempre manan de mi vagina cuando me corro.

Para mi asombro, Daniel empezó a beberlos con deleite. A mi marido le daba asco y cuando me corría sacaba su picha de mi interior y se iba al baño a lavarse aunque se quedase a medias velas.

Como mi mamada de la polla de Eloy se interrumpió, él se apañó para procurarse directamente el placer follándome la boca literalmente. Lo hacía sin brusquedad pero poco a poco profundizando más. Era la primera vez que me hacían eso. Eloy era delicado y aunque su prepucio me llegase a la garganta se contenía el ritmo para permitirme respirar. En pocos minutos me acostumbré. Era una sensación rara. Por un lado me parecía que me estaban usando como a una puta y por otro no me desagradaba el que lo hiciesen. Me resultaba morboso.

Pronto tuve la polla de Daniel en mi interior. Me follaba enérgicamente pero sin brusquedad. Me sentía muy llena. No había visto su herramienta, pero la sensación de relleno de mi cavidad me indicaba que el hombre estaba bien dotado. Como su padre.

Al poco me llegó el segundo orgasmo, cuando noté los chorros de esperma de Daniel inundándome con un caudal acorde con el tamaño de su pene. Fugazmente pasó por mi mente la posibilidad del contagio de alguna enfermedad, pero el profundo orgasmo alejó esos inquietantes pensamientos.

Al cabo de un momento fue mi boca la que quedó inundada por el esperma de su padre que, sin meditar lo más mínimo, saboreé y me tragué. Era también la primera vez que tragaba semen.

Quedé un ratito tumbada y ensoñada mientras sentía correr hacia mi otro agujero el semen que desbordaba de mi vagina y Daniel y Eloy fumaban un cigarrillo tras subirse los pantalones.

No me pareció bien que el asiento se manchase de esperma y acabé saliendo del coche para limpiarme. Con el vestido arrollado bajo mi vientre me acerqué a ellos y des di un beso de agradecimiento en la boca mientras ellos acariciaban delicadamente mi barriga y mis pechos.

Saqué de mi bolso un paquete de pañuelos de papel y me alejé un poco para limpiarme y poder orinar en cuclillas sin que me viesen. Cuando estaba en esta labor levanté la vista y vi a ambos observándome atentamente. Sorprendida de mi descaro seguí meando sin intentar ocultar mi acción. Daniel se agachó con todo desparpajo para ver a placer la salida de mi chorro. Nuevamente me asombré de que me gustase aquel escatológico interés.

Esa situación y el recuerdo de mi reciente comportamiento como puta lujuriosa provocó un recalentamiento. Me sequé la vulva con el pañuelo sin importarme un bledo su presencia, me levanté y, aún con el vestido arrollado y mostrando mis tetas y mi vulva, les espeté con una sonrisa :

- ¿Otra sesión?

- A su servicio señora Mabel. Pero mejor en un lugar cómodo. ¿Tu casa o la nuestra?.

- Mejor la vuestra. Mi marido puede haberse cabreado con los chicos y haber vuelto o regresar de improviso.

- Pues vamos, durante el camino recargamos munición para tu coñito. –Dijo Eloy arreglando mi vestido y besándome suavemente en la boca.

Tomada de la mano de ambos y un poco tambaleante por flojera de piernas regresamos al BMW y partimos. En menos de diez minutos salimos de la carretera a la altura de Vallgorguina y terminamos ante una gran casa rodeada de un alto muro y extensos y tupidos jardines que solo permitían ver el tejado.

Al salir del coche y tomar el bolso me percaté de que mi tanga se había debido quedar en el lugar donde me follaron o en algún lugar del coche, pero no tenía ganas de buscarlo. Entré con ellos en la casa pues totalmente desnuda bajo mi holgado vestido veraniego todo arrugado como una pasa.

En el salón me ofrecieron un refresco mientras Daniel gritaba: ¡Mamaaa!

Me quedé de piedra. ¡Qué corte!. Me iban a presentar a la mujer a la que había hecho cornuda un cuarto de hora antes. Dudaba en irme cuando apareció la mujer y ya no me quedó más remedio que apechugar mi vergüenza.

- Mamá, te presento a Mabel. Mabel, esta es Olalla, mi madre.

Intervino entonces Eloy:

- Cielo, hemos encontrado a esta espléndida mujer abandonada en la carretera por su marido. Nos contó que la tiene abandonada sexualmente porque no le gustan las embarazadas. Así que decidimos hacerla un favor y venimos a seguir aquí. Espero que no te importe.

- Ya sabes que no cariño. Cómo es posible abandonar a una preñada tan avanzada en mitad de una carretera. Hay hombres que son animales. Ven aquí cielo y dime ¿Te han satisfecho mis machos?.

No sabía qué contestar. Estaba absolutamente desconcertada.

- Bueno querida, entiendo. Esta familia es un tanto peculiar. Te explico.

Me tomó las manos entre las suyas, suaves, cálidas y pulcramente cuidadas. Sus fuertes dedos presentaban unas lacadas uñas rojas y unos pocos gruesos pero elegantes anillos labrados de los que destacaba uno en el pulgar derecho. No sé por qué razón tener mis manos entre las de aquella agradable mujer, alejó mis pesares por haber acudido a aquella casa. Ya no me sentía culpable.

Olalla era una mujer de la misma edad que su marido Eloy, unos 50 años. Era más lata que yo. Se notaba un pecho abundante, cintura delgada y amplias caderas. El culo era aún prominente y la robustez de sus tobillos delataba unas piernas y muslos en consonancia.

Me preguntó amablemente por mis tribulaciones, lamentando profundamente mi abstinencia sexual que le parecía un verdadero maltrato doméstico. Me fui sintiendo cada vez más confiada en ella, tan simpática y acogedora. Durante la conversación con la mujer, que inmediatamente me pidió tutearla, Daniel me había servido una cerveza que, no habiendo desayunado y siendo ya cerca de mediodía, estaba haciendo estragos en mi lucidez. Observé que el salón mostraba una gran colección de falos artificiales. Desde unos pequeños en vitrinas a cosas monstruosas que se erguían desafiantes en los estantes y que no parecía pudieran ser usados nunca.

- Pero ven cariño. Ven que vea ese cuerpo tuyo que tanto alaban mis machos.

Me puso de pie y me bajó el vestido, quedando como Dios me trajo al mundo ante los tres vestidos habitantes de la casa. Ella sopesó mis henchidos pechos alabándolos.

- Qué maravillosos estarán cuando puedan surtir chorros de leche. Quien pudiera tenerlos a mano.

También acarició mi culo y mi barrigón comentando la tersura y calidez de mi piel. Después me acarició la vulva penetrando mi agujero con dos dedos que después lamió apreciando favorablemente el caudal y el sabor de los flujos que ya empezaba a expeler nuevamente. Yo estaba ya muy caliente y disfrutaba, por primera vez en mi vida, de las caricias de una mujer. Cuántas cosas me estaban sucediendo ese día que eran las primeras en mi vida. Y no sabía entonces cuántas más iba a experimentar.

- Cariño, eres deliciosa. No me extraña que mis machos se hayan afanado en satisfacerte. Siempre han tenido buen gusto. Que bien adornada vas. A mi también me gustan los adornos. Pero no te quiero hacer sufrir más. ¡Chicos, vamos a proporcionarle a la señora el mejor día de su vida!. Quiero que os esmeréis.

- Por supuesto mamá. – Dijo Dani.

- Mabel: ¿Te importa que mi esposa Olalla disfrute también de tu hermoso cuerpo?

- No, por favor, yo soy la que quiere disfrutar del suyo. (No pude creer que de mi boca hubiese salido esa afirmación que hace un par de horas me hubiera parecido escandalosa. Yo suspirando por otra mujer, jamás lo hubiera imaginado)

- Voy a colocarme los anillos pues me no quiero parecer menos que nuestra invitada. –Dijo Olalla desapareciendo durante unos minutos que Eloy y su hijo aprovecharon para tumbarme sobre la mullida alfombra y examinarme a placer. Como una ramera sin pudor me movía como ellos querían y adoptaba las posiciones precisas para facilitar su inspección. Y me gustaba. Me gustaba parecer una ramera buscando clientes. Me encantaba provocar la lascivia en aquellos adorables machos. Y me daba morbo el que ellos estuvieran vestidos y yo desnuda, como si fuera su esclava.

Cuando regresó Olalla, los tres se desnudaron y pude apreciar mejor la admirable polla de Daniel, más larga y gorda que la de su padre aunque la de éste superaba con creces el pene de mi marido. Los dos eran de conformación atlética, altos y esbeltos. Sus pubis estaban afeitados, cosa en la que no había reparado pese a haberme comido la polla de Eloy.

Olalla era una delicia pese a su edad. Su cuerpo era espléndido tal y como me lo había imaginado cuando estaba vestida. Sus pechos eran tan grandes como los míos aunque graciosamente caídos y separados. En sus pezones largos sobre extensas aréolas portaba dos argollas mucho más gruesas que las mías pero no de oro, sino de titanio. Mostraba la vulva totalmente depilada, cosa que me agradó, pues mi coño afeitado de ese día me hacía sentir demasiado impúdica y golfa. Otra argolla formidable perforaba su clítoris y en los labios mayores tenía algo que entonces no pude apreciar. Posteriormente comprobé que eran dos ojales metálicos, uno en cada labio mayor que presentaban un orificio de, por lo menos medio centímetro.

Olalla se percató de cómo miraba sus adornos y sonriendo me dijo:

- Eloy y algunos de nuestros amigos y amigas son un poquitín pervertidos y, de vez en cuando les encantan los jueguecitos SM. Les privan las argollas gruesas.

Se acercó a mi y me colocó a cuatro patas con mi gran barriga y mis tetorras colgando. Aplicó su lengua a mi vulva y comenzó a chupar y morder con maestría. Daniel se tumbó con la boca bajo mis ubres y empezó a succionar mis pezones con tal fuerza que pensé que se me aceleraría la subida de la leche que ya debía estar a punto de fabricar los calostros. Por su parte Eloy colocó su herramienta ante mi boca con la intención de que siguiese el trabajito de la mañana. La acogí con fruición guiando sus manos tras mi nuca para indicarle que no quería chupar, sino que me volviese a follar la boca para hacerme sentir su autoridad sobre mi cuerpo y mi condición de perra sometida a su capricho.

Mientras estaba así, a cuatro patas como una cerda, con mi cuerpo usado por tres personas a la vez, pensé si se me hubiese ocurrido que fuera posible la situación cuando esa misma mañana hacía un patético y desmañado esfuerzo para que la colita de mi marido se alojase en mi caliente agujero. Ni en mil años hubiera sido capaz de imaginarlo.

Olalla abandonó mi vulva cuando me corrí por sus hábil manejo de la lengua, los labios, y sus grandes dedos jugueteando dentro de mi vulva, no sin antes apurar ella misma mi abundante flujo. Entonces Eloy se colocó tras de mi y me introdujo su herramienta mientras que Daniel ocupaba el lugar de su padre. Algo hizo Olalla con mi anillo del clítoris pues cuando Eloy empezó a bombearme noté unos agradables tirones de la pepitilla. Dejé un momento la polla de Dani y miré por debajo hacia mi coño, pero la inmensa barriga no me dejó ver qué ocurría. Miré a Olalla interrogativamente.

- He enganchado una cadenita de las anillas de la cincha de los testículos de Eloy a tu anillo del clítoris. Así cuando su herramienta echa marcha atrás estira tu botoncito del placer provocando una agradable sensación.

Cuando aquella única noche de locura siendo novios me hice los piercings no se me ocurrió que tuviesen otra utilidad que adornar para provocar. Sabia familia esta.

Olalla se colocó a horcajadas sobre mi espalda pero sin sentarse. Entonces me empezó a masajear el ojete trasero con un dedo untado de saliva. Me gustaba y la dejé hacer. Se levantó a por algo y volvió para proseguir su trabajo sobre mi ano. Noté algo fresco, como mentolado, en el ano y cómo introducía un dedo dentro con toda facilidad y lo empezaba a meter y sacar torciéndolo y girándolo. Después metió otro dedo y siguió las maniobras. Me vino a la cabeza lo que seguiría.

- No Olalla, por favor. Soy virgen por ahí. Me dolerá mucho.

- Verás como no, cariño. Confía en mi. Es un pecado que un cuerpo dotado como el tuyo desaproveche una fuente de placer que te puede proporcionar mucha felicidad. Y a tus amigos también.

- Me da miedo.

- Confía en mi y en mi Eloy y desde hoy mismo estarás ansiosa por que te usen por ahí.

Su voz tan segura y su delicadeza me convencieron de entregarme. A fin de cuentas hacía un buen rato que me sodomizaban dos de sus grandes dedos y lo más que había sentido era una ligera tensión en el esfínter. Así que siguió preparando mi culo para la verga de su esposo. Pronto noté más tensión en el anillo. Ya estaba dentro el tercer dedo. Me dolía un poco pero no era lo que había supuesto.

- Relájalo cariño. Suéltate y disfruta.

Seguía metiendo y sacando suavemente. Retorcía los dedos dentro, los separaba. Noté una parada en el bombeo de Eloy y que hacía algo con la cadena enganchada a mi pepitilla. Más de aquel líquido aceitoso y fresco en el culo y el delicado, pero firme, empuje de la polla del hombre en mi virgen entrada.

Poco a poco entraba. Yo notaba la tensión en el esfínter pero no mucho dolor. La ansiedad y el miedo me impedían atender como debía la polla de Dani y éste cortésmente y en atención a mi estado de pánico se retiró para observar junto con su madre el desvirgue de mi ano.

Llegó un momento en que, bañada en sudor y temblando, noté los testículos de Eloy sobre mi vulva. Tenía su polla entera en mis intestinos y no había pasado nada. Sentí gran alivio y ya más confianza cuando comenzó a bombear, despacio, con delicadeza. Mi clítoris se volvía a estirar. Había ajustado la longitud de la cadena.

Olalla y Dani se colocaron una a cada lado de mi para acariciar mis colgantes tetas y mi barrigón y jugando con los anillos de mis pezones. Eloy iba acelerando.

Olalla se tumbó boca arriba ante mi cara con un grueso cojín bajo las nalgas que elevaba su pubis. Ante mi asombro su hijo le introdujo con gran facilidad su enorme polla en el culo, Enganchó un cadena a la descomunal argolla del clítoris que sujetó con la mano izquierda y después metió, también con toda facilidad, la derecha en el coño de su madre.

Estaba pasmada. Aquello era incesto. Y a lo bestia. Otra cosa que presenciaba o tenía noticia veraz por vez primera en mi vida.

- Mira cielo. Mi macho joven se va a hacer una paja dentro de mi culo. Es algo que me encanta.

En primer plano veía cómo la mano de Dani se movía a través del coño de Olalla como si, efectivamente, se estuviese pajeando con la polla aferrada a través de las membranas intestinales. Simultáneamente tiraba de la cadena y yo veía horrorizada cómo se estiraba peligrosamente el clítoris de la mujer.

Aquel alucinante y morboso espectáculo aceleró mi calentura. Mi sodomización comenzaba a darme placer. Y quería más.

- Eloy, por favor, más fuerte, más rápido.

Y el hombre obedeció. Y yo me volví loca.

- Dame más fuerte cabrón. Eighhhsss. ¡HE DICHO MÁS!. ¡ Y MÁS RÁPIDO!

- ¿Así putona?, ¿así?

- ¡NOOOO!. ¡ MÁS ... ASSSHSHSFF ... RÓMPEME EL CULO! ¡SÁCAME LA POLLA POR LA BOCA! ¡SÁCAME AL BEBÉ!.

Sentí el esperma en el intestino y me corrí como jamás pensé que pudiera suceder. Mientras desfallecía de placer y de lujuria daba mentalmente gracias a aquella familia por descubrirme la utilidad del ano. ¡Qué razón tenía Olalla!.

Regresé de la nebulosa al escuchar los bufidos, gemidos y gritos de la pareja madre e hijo cuando alcanzaron el orgasmo simultáneamente.

- Toma puta madre. Ya tienes las tripas encharcadas.

- Calla hijo de puta y mueve más ese puño en la cueva de donde saliste. Quiero otro.

Y ante mi sorpresa Olalla alcanzó otro orgasmo sin apenas tregua con el anterior. Dani la hizo girar y la levantó hasta cuatro patas dejando el culo ante mi cara. Contemplé como hipnotizada la enorme abertura de su vagina y la no mucho menor de su ano de donde empezaba a manar el esperma de su hijo, el cual me acercó la cara con la intención que de inmediato capté, de que me lo bebiera.

Si por la mañana había degustado el semen del padre, ahora era el del hijo. Lo saboreé lascivamente, metí la lengua en el abierto agujero de su madre buscando los restos, y hasta sorbí con glotonería por si algo había quedado dentro.

Notaba cómo de mi culo resbalaba lo mismo que yo estaba bebiendo del de Olalla. Ella, como si leyera mi pensamiento, se puso tras de mi para beberse el esperma de su marido. Tras hacerlo comentó:

- Cielo, si te ha gustado el uso del culito y piensas seguir utilizándolo, te recomiendo que te pongas uno o dos enemas antes de una sesión de sexo. Salvo que sea una escatológica, que también tiene su encanto.

Acomodé la cabeza sobre su pubis para descansar mientras jugaba con su enorme argolla y curioseaba su elástico clítoris. Los ojales de los labios exteriores me atraían enormemente, pero también me producían repeluznos. Los dos hombres fumaban un cigarrillo y anunciaron su intención de ir a ducharse.

- Éstos está fuera de combate por unas horas. Pero nosotras podemos seguir. ¿Me harías el favor de follarme el culo con el puño?. Yo lo tengo muy limpito cariño.

- Pero te hará daño.

- Oh, no, no. Mi culo está muy bien adiestrado.

- Si ... si ... quieres. Pero yo ... no se ... hacerlo. Quiero decir, a lo mejor no te lo hago ... ejem ... bien.

- Yo te dirijo gordita mía.

Se aplicó el aceite lubricante y, poniéndose a cuatro patas, me fue indicando como penetrarla por el ano con mi mano hasta que la tuve dentro toda entera.

- Cierra el puño, hermosa. Y ahora bombea como si fuese una polla. Mete hasta casi el codo. Sin miedo. Con la otra mano tironea de la argolla del clítoris.

Yo miraba alucinada como su dilatado esfínter se metía y salía acompañando el movimiento de mi puño. Me estaba acostumbrando al placer de mirar el placer de otros y apreciarlo para proporcionarme placer a mi misma. Lamenté tener que tironear de su argolla y no tener mi otra mano libre para frotar mi clítoris.

No tardó en tener el pretendido orgasmo, que acompañó de un caudal de flujo tan intenso como el mío y que me apresuré a recoger en mi lengua. Ya había saboreado a toda la encantadora familia.

- ¿Quieres que te folle el coño con mi puño?.

- Ah no Olalla. Eso si que me revienta.

- No sabes lo que dices ni lo que te pierdes. Nada mejor que un puño femenino en ausencia de una buena polla. Además, en tan avanzado estado de gestación, tus hormonas ya están actuando para dilatar la salida del bebé. Nunca mejor ocasión para iniciarte.

- Pero eso puede hacer daño a mi bebé.

- ¿Crees que a mi edad iba a ser tan torpe?

Aquella mujer, en menos de dos horas, me había demostrado que no se equivocaba y me había descubierto como explotar mejor mi cuerpo para obtener placer. Decidida, pero con un poco de aprensión, me coloqué dispuesta a recibir –nuevamente por primera vez en mi vida- un fisting.

Dios qué bien me lo hizo y con qué habilidad sincronizaba el manejo de la anilla de mi clítoris con los movimientos que su puño hacía en mi cavidad. En menos de cinco minutos me proporcionó el enésimo orgasmo del día. Lamenté no haberle pedido que me lo hiciese ante un espejo para mirarme.

Cuando bajaron los hombres, en pelota picada, nos fuimos a duchar nosotras, que lo hicimos juntas a petición mía. Ellos prepararon la mesa y la comida entretanto. Antes de sentarnos a la mesa Olalla me recomendó consolidar la dilatación de mi ano colocándome un plugin. Ya no podía discutirle nada. Lo que ella sugería para mi era perfecto. Me metió el trasto y comí debidamente enculada.

La conversación en la mesa fue distendida. No pararon de lamentar lo estúpido que era mi marido por dilapidar una joya sexual como yo. Me ponía colorada de las alabanzas.

- Fíjate cariño. Tus avances de hoy en el sexo costarían años a la mayoría de las mujeres. Y aquí estás, una hembra pletórica de satisfacción y además fecundada. Seguro que hoy no hay nadie más perfecta que tu sobre la faz de la tierra.

Después me contaron cómo empezaron esa vida tan libertina y agradable. Olalla y Eloy se habían iniciado en el intercambio de parejas aproximadamente a los 35 años como consecuencia de la búsqueda de un aliciente para salvar su matrimonio. Del intercambio de parejas pasaron a los grupos sin exigencias de estar emparejados. Empezaron en un club swinger pero después se organizaban en su casa o la de los amigos o amigas más afines. Un buen día, Dani les sorprendió en una descontrolada orgía y se incorporó a esa forma de vida. Tenía 17 años. A los 20 solicitó, como algo normal, follarse a su madre. El matrimonio, tras meditarlo, no encontró inconveniente. Hice las cuentas: Olalla debía tener unos 40 años. Mi edad actual. Un flash en la cabeza me hizo recordar a mis hijos y rechacé de inmediato seguir pensando eso.

En la actualidad practicaban cualquier actividad sexual por muy perversa que pareciese. Tenían un círculo de amigos íntimos al que invitaban de acuerdo con el gusto de cada uno. No había nada prohibido salvo la violencia no consentida o, incluso los malos modales.

La copiosa y deliciosa comida, la estimulante conversación que me hacía beber aquel Penedés en cantidades a las que no estaba habituada, la excitación por aquella aventura y el agotamiento físico de tanta actividad me condujeron al sueño. Olalla atentamente me llevó a una habitación para que echase una siesta.

- Amor, después nos pegamos un chapuzón en la piscina y como nueva.

Fue lo último que oí, caí en el sueño con el plugin dentro de mi culo. Pero no tuve un buen sueño. Me acometió una pesadilla en la que me veía a mi misma a cuatro patas sodomizada por la gruesa y larga polla de Dani bombeando profunda e implacablemente en mi interior ante la mirada reprobatoria de mi marido. La escena cambiaba poco a poco y en lugar de Dani, quien me sodomizaba era mi hijo mayor, Carles.

Desperté angustiada y bañad en sudor. Bajé al salón siempre en pelotas y con mi plugin en el ano. Allí se encontraba Olalla leyendo una novela erótica. Me dijo que Eloy estaba con el ordenador y Dani tomando el sol en la piscina.

- Vamos, veo que la siesta no te ha sentado bien. Un chapuzón no te vendrá mal. Pero antes te pondré un enema.

Me condujo al baño y limpió bien mis tripas con el líquido contenido en una especie de gran jeringa especial y dotada de un tubo y una cánula. En el baño había varias de ellas.

Efectivamente, el agua de la piscina me hizo revivir. Al salir de ella, Dani se acercó a mi con una toalla y se puso a secarme con delicadeza. Al ver su enorme polla en descanso no pude resistir la tentación de tomarla en mi mano. Apreté y comencé a mover su piel de arriba abajo. Me encantaba ver como se iba irguiendo. Me sentía poderosa. Me sentía hermosísima pese a mi deforme tripón. Aquella familia no solo me había devuelto mi dignidad. Ahora sentía una autoestima que jamás en mi vida tuve. Otra cosa más por primera vez en mi vida.

Pero repentinamente, mi sensación de poder levantando aquella polla se tornó en deseo de sumisión. Me arrodillé ante él y le dije:

- Hazme tuya por la boca. Sé mi dueño.

Dani me tomó por el cuello y comenzó a follar mi boca profundamente. Yo tomé una actitud absolutamente pasiva, con mis manos en sus nalgas y procurando únicamente no tener arcadas y respirar a su debido momento. La cabeza muerta era dirigida por su manos.

Olalla se colocó tras de mi con sus pechos pegados a mi espalda. Tomó los míos en sus manos y se dedicó a acariciarlos y amasarlos con especial atención a mis anillados pezones. Sentía los suyos clavados en mi espalda.

Se presentó Eloy, que requirió la boca de su esposa mientras miraba cómo la enorme verga de su hijo se follaba la mía. Tras un rato Dani decidió deshacer la composición del grupo. Hizo tumbar a su padre sobre el césped. Me empujó hacia abajo hasta ensartar mi coño en la verga de su padre de cara a él. Me inclinó sobre su pecho, desalojó el plugin de mi culo y, tras escupir en él me clavó su enorme miembro.

Entró bien y no sentí demasiada distensión, pero por unos instantes me quedé sin respiración. Me sentía rara. Entre mi tripón y aquellas dos vergas dentro de mi, una de ellas descomunal, parecía que iba a reventar.

Comenzaron el vaivén lentamente y me volví loca de lascivia exigiendo más ritmo y más profundización. Los dos hombres, sin duda entrenados en los agujeros de Olalla sincronizaban perfectamente. Al final el bombeo era frenético. Yo me sentía la mayor ramera del mundo y quería serlo más. Ante mis ojos apareció Olalla con un enorme falo de los que había visto en el salón. Lo puso apoyado en el suelo y se lo empezó a insertar en el ano tirando de su encadenada argolla del clítoris.

Ver aquella inimaginable penetración en primer plano me subyugó. Olalla fue empalándose sin ninguna autocompasión. Sudaba y gemía, pero poco a poco el montruoso falo entraba en su ano. Ya tendría dentro unos 20 cm cuando tomó un grueso consolador de dos cabezas que había dejado en el suelo y se lo fue metiendo en la vagina. A partir de ahí fue demencial la escena. Se follaba con el consolador como una loca mientras seguía con el ano tremendamente castigado pero bajando cada vez un poco más como consecuencia de los frenéticos movimientos que hacía autofollándose. De cuando en cuando se pegaba unos demenciales tirones de la cadena del clítoris.

Para entonces estábamos todos gimiendo y gritando. La algarabía era tremenda e inequívocamente sonaba a sexo duro. Aquello me estaba conduciendo al paroxismo. Ahora era yo la que imponía el ritmo a mis dos folladores. Un ritmo poco compatible con mi estado y fugazmente pasó por mi cabeza la posibilidad de un aborto. Pero me era imposible parar.

Contemplé como Olalla alcanzaba un profundo orgasmo, tan profundo que no pudo contenerse y comenzó a mearse aún empalada por los dos agujeros. Su orina resbalaba por el consolador unas veces y otras saltaba en parábola en caudalosos chorros

El orgasmo que me llegó fue realmente una sucesión de varios encadenados que me pareció eterna y creí morir. Me quedé desmayada sobre el pecho de Eloy tras sentir en mi vagina y tripas la eyaculación de los dos sementales.

Desperté aún sobre Eloy sintiendo como la boca de Olalla se encargaba de limpiar mis dos orificios del esperma de sus dos machos.

Olalla me hizo incorporar con gran dificultad pues mis piernas flaqueaban. Se arrodilló ante mi y me dijo:

- ¡Meáme!

No estaba yo para oponer resistencia. Aún me encontraba en una especie de nebulosa. Y además tenía ganas de orinar. Dejé libertad a mi uretra y el pis comenzó a chorrear sobre la cara de Olalla. Para mi sorpresa, ella puso la boca abierta ante mi chorro y bebió unas cuantas buchadas.

Cuando terminé, Olalla me hizo arrodillar.

- Mostremos sumisión a estos esplendidos machos que nos han hecho felices.

Eloy y Dani comenzaron a mear sobre las dos. Inexplicablemente, quizá por imitación de Olalla, también abrí la boca ante sus vergas y bebí cuanto pude.

Los dos estaban ya fuera de combate. Bueno estábamos los cuatro. Yo empezaba a notar agujetas por todas partes e inflamación en los labios vaginales y el esfínter anal. Dados el último exceso de Olalla me imaginé que estaría peor.

No sentamos a tomar unas cervezas y merendar algo. Yo miré la hora. Era necesario volver a casa. Si mi marido no había vuelto mejor. Si no, tenía que pensar algo. Iba a empezar a despedirme cuando a Olalla se le ocurrió que nos hiciésemos una foto para dármela de recuerdo.

Trajo una cámara Polaroid que instaló sobre un trípode y nos encuadró a los tres.

- Hey Mabel. Agítales un poco las vergas que están diminutas. Aunque no se pongan a tono totalmente, por lo menos que parezcan algo más grandes.

Tomé las pollas en mis manos y empecé a pajearlas. No me di cuenta de que Olalla activó el disparador temporizado y venía corriendo a ponerse con nosotros. El disparo se hizo antes de que yo soltase las dos herramientas.

La foto que salió me mostraba riendo a carcajadas y con una polla en cada mano. Eloy tenia una mano por encima de mi hombro tirando hacia arriba del anillo del pezón. Dani tenía una mano sobre mi barriga y la otra, aunque no se veía, se adivinaba sobre mis nalgas. Debido a la altura del sol, la luz hacía que mi barrigón pareciera mucho mayor de los real. Olalla aparecía corriendo de espaldas para unirse al grupo pero con la cabeza girada hacia la cámara. Por pura casualidad se veía perfectamente el agujero del culo aún abierto. El resultado era francamente obsceno.

- Bueno, cariño. Esta es tu casa. Cuando quieras solamente tienes que llamar y serás muy bienvenida. Con la foto está una tarjeta con nuestro número de teléfono.

- Os doy mi palabra de que volveré, pero no creo que sea hasta después del parto. Y tendré que pasar la cuarentena.

- Bien cariño. Esperamos ansiosamente la leche de tus pechos. Seguro que será deliciosa y abundante. Tengo otros regalos para ti.

Me entregó el plugin que había servido para entrenar el agujero de mi culo y me mostró unas gruesas bolas chinas.

- Me gustaría que las llevases puestas ahora. ¿Me dejas?

- Por supuesto.

Olalla me levantó el ajado y pestilente vestido y me introdujo en el coño las bolas. Yo me coloqué el plugin, que entró cómodamente y, tras los besos de rigor, nos dijimos hasta la vista.

Dani me acercó a casa, hasta Sant Celoni, en el BMW. Al despedirnos me besó en la boca y yo le respondí con ansiedad. Cualquier vecino me podía haber visto, pero no me importó mientras sorbía golosa su lengua.

Gracias a Dios, mi marido y los chicos no habían vuelto. Eché el vestido al cesto de la ropa metido en una bolsa ya que apestaba a sudor y mostraba manchas de semen. Después me duché y lavé la cabeza y me metí en la cama. Mi marido supondría que aún estaba enfadada y por eso no les había esperado para la cena.

Dormí mal y dormí bien. Me explico. Primero tuve unos sueños recurrentes donde me veía apoyada en la esquina de una concurrida calle vestida como una buscona pero con mis tetas y mi pelado chumino al aire. Veía pasar a mi marido con mi hijo mayor y, mostrando obscenamente mis tetas con las manos a mi hijo, le ofrecía mis servicios.

Me levanté muy avanzada la noche, febril y angustiada. Mi marido ya estaba en la cama a mi lado pero no se despertó.Tenía ganas de orinar y al hacerlo noté como todos mis bajos estaban terriblemente hinchados. Encendí la luz y me miré en el espejo. Además de hinchados estaban colorados como tomates. Todo me dolía. Miré mis tetas y tenían moratones y signos evidentes de chupetones. También tenía cardenales en las nalgas y los muslos. Lancé un gemido y me puse a llorar como una Magdalena. Tendría que acudir al obstetra así o pasar de ello con la consiguiente extrañeza de mi marido, mis suegros y mis padres. Menuda se montaría. Pero yo no podía desnudarme estando así. El médico me preguntaría por qué mi chocho y mi culo estaban tan inflamados.

Me arrepentía de aquel maldito día. Es que era imbécil. Como me dejé llevar a esa locura estando cercana a parir. Había puesto en peligro al bebé por un ataque de lascivia. Era una puta incontinente y me merecía que todo el mundo lo supiera y me despreciara.

Regresé a la cama vencida por la fatiga y más afligida que cuando me levanté. El cansancio dominó a mis funestos pensamientos sobre mi futuro y mi despreciable conducta. Pero entonces vinieron otros sueños.

Extrañamente me veía desde fuera de mi persona. Veía con todo detalle cómo Daniel metía su maravillosa verga en mi culo y bombeaba como en cámara lenta. Veía mi propia cara expresando un placer indescriptible. Y notaba como si fuera real un profundo orgasmo.

Me desperté con una sensación de bienestar. Recordé mis tétricos pensamientos de medianoche y quedé confundida. ¿Cómo podía haber sido tan pesimista por la noche y amanecer tan relajada?. Mi marido ya se había levantado. Menos mal. Porque tenía que ocultar bien mis cardenales. Asombrada vi que mi lado de la cama, a la altura de las caderas, estaba muy húmedo. O me había meado o mi orgasmo había sido real. Olí la sábana. Mi orgasmo había sido real.

Recordando mi desastroso estado físico de la noche fui al baño a mirarme. La inflamación de mi chumino y de mi culo casi había desaparecido. Su color no era tan rojo. En pechos, muslos y nalgas solo quedaban algunas señales amarillentas, pero no las rojizas. Solo seguía notando fatiga, pero hacía tiempo, desde el quinto mes, que la tripa me cansaba. Me animé bastante.

Una semana más tarde acudí al control médico sin ninguna señal. Estaba segura de que el ginecólogo algo notaría, pero no fue así.

Todas las noches hasta el parto sufrí sueños similares. Siempre angustiosos o de culpabilidad en la primera parte de la noche, pero sumamente placenteros después. En varias ocasiones se repitió el orgasmo involuntario provocado por los sueños.

De día me encontraba sumamente excitada. En cuanto podía llevaba mis dedos al clítoris o me enfundaba el consolador. Siempre mirando la foto de despedida, que guardaba como un tesoro. Varias horas al día mantenía las bolas chinas en mi coño y el plugin en el culo. Tuve muchas veces la irrefrenable tentación de llamar a Olalla o de coger el coche y presentarme en su casa.

Así, en un sinvivir, entre el sentimiento de culpa y los instintos lascivos llegué al parto. Nació Lluis, mi tercer machito. ¿por qué pensé "machito"?. Me acordé de cómo Olalla llamaba sus machos a su hijo y su esposo.

Tras el parto, los sueños placenteros dominaban sobre los sombríos o, más bien, las escenas soñadas como sombrías se volvían dichosas. Se repetía el sueño en que me ofrecía como puta a mi hijo mayor delante de mi marido. Pero ahora proseguía: Mi hijo me pagaba lo estipulado como ramera e inclinándome con las manos apoyadas sobre un banco de la concurrida calle me sodomizaba públicamente con los transeúntes agolpados alrededor y mirando, sintiendo yo un tremendo orgullo y placer en ser la zorra elegida por mi hijo y que eso fuera notorio.

Otras veces soñaba que estaba con Carles –así se llama mi hijo mayor, si no he mencionado su nombre- ante Olalla, Eloy y Dani y él me estrujaba las repletas ubres hasta que yo soltaba abundantes chorros de leche que bañaban a mis amantes.

- Ved qué soberbia puta tengo –les decía mi hijo.

- Soberbia, en efecto. Una zorra pervertida como pocas existen. Y cumple sus promesas. Nos prometió la leche de sus tetas y aquí la tenemos.

Y con esos sueños volvía a mojar la cama con mis fluidos vaginales. Y decidí tener los orgasmos por lo vivo y no por los sueños.

Cuando terminó la cuarentena fui al salón de belleza y pedí otra depilación del pubis con láser. Me corté la melena dejando mis cabellos muy cortos. En una joyería compre unos aros para mis pezones y el clítoris más gruesos que los que tenía. Me hice algo de daño al ponerlos por el ensanchamiento de las perforaciones.

Y llamé.

- ¿Olalla?. Soy Mabel. Dispuesta a cumplir con mis pechos atiborrados.

- Qué bien cariño. El sábado tenemos un party. No estará Eloy, que tiene un congreso de hosteleros en Niza. Pero tendremos a Luc, un soberbio negro con una polla más grande que la de mi hijo si cabe, y a su compañera Gloria, un bollito de 17 añitos. Gordita mantecosa, blanquísima de piel y guarrona como pocas. ¿A las cinco?.

- A las cinco estaré. Pero poco tiempo porque debo dar la toma a mi bebé.

- Haremos lo posible para que ese poco tiempo te parezca eterno, cielo. Te esperamos.

 

CONTINUARÁ.

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