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El comienzo de un negocio

en Dominación

Me mudé a aquel piso porque el alquiler era un chollo, céntrico para el ejercicio de mi profesión, fácil de mantener y, requisito indispensable, no tenía portero. De todas formas, antes de seis meses todos los vecinos conocían en qué trabajaba y no me dirigían la palabra, excepto la vecina de mi mismo rellano de la escalera que me saludaba amablemente. Quizá con un ligero tono de adulación.

Un buen día, a eso de la hora de comer, llamaron a la puerta y era ella.

- Buenos días.

- Hola.

- ¿Le importaría que le hiciese una consulta un poco delicada?

- Dígame. Pero le advierto que soy un tanto reticente a meterme en asuntos delicados.

- Aquí en la escalera no. ¿puedo pasar?.

- Por supuesto pase. Iba a comer, ¿quiere tomar una copa de vino?.

- No gracias, voy a comer también en media hora.

- Bueno, pues usted dirá.

- Vera ... no se ... me da corte. No se ofenda si no es cierto, me voy y como si nada.

- Al grano.

- Se dice ... dicen los vecinos ... ya sabe rumores ...

- ¿Y bien?

- Bueno, dicen que ... que usted ... que usted ejerce ese oficio. Ya sabe.

- ¿Dicen que soy puta?.

- Sssi.

- Pues tienen razón. Y qué. ¿Me van a echar de la casa?. ¿Me van a lapidar?

- No, no ni mucho menos. No tiene nada que ver. Es por mi. Me da un poco de corte. Yo ... yo ... uff qué sofoco. Allá va ... yo quisiera sus servicios.

- ¿Y por qué no me lo dice su marido?

- No ... yo la quiero contratar ... para ... para mi.

- Acabáramos. Quiere que hagamos una tortilla.

- No es solo eso. Me explicaré. A mi desde siempre me han gustado las mujeres, pero solamente tuve trato por poco tiempo y se quedó en besos y algún sobeteo con una profesora del instituto. Después ya nada. Ya me casé, tuve mis niños. Ahora, con usted viviendo aquí podría despejar mis dudas sobre si soy lesbiana de una manera discreta.

- ¿No pensará que le voy a comer el coño gratis?

- No, no, por supuesto. Pagaré la tarifa que tenga establecida. Lo que quiero decir es que como en cada rellano solo hay dos pisos, nadie me vería entrar en su casa cuando mi marido se vaya a trabajar y yo deje a los niños en el colegio.

- Ah bien. Pero yo me levanto tarde, el oficio ... ya sabe ... requiere de unos horarios más bien nocturnos.

- Ya , claro. ¿Podría ser de once a doce de la mañana, los lunes, miércoles y viernes?

- ¿Una hora todos esos días? ¿No es demasiado solo para comprobar si es lesbiana o no?

- Es que ... es que hay otra cosa de la que si estoy segura. Me va el ... bueno es que soy masoquista y quisiera ... ya sabe ...

- ¿Quiere que la zurre?

- Bueno eso ya lo hace mi marido. Quiero algo mas ... sofisticado. Más refinado.

- Tendré que ponerle un sobreprecio a mi tarifa. Y si hacen falta instrumentos usted los paga.

- Faltaría más. Hoy es martes. ¿Entonces mañana a las once?

- De acuerdo.

- Pues hasta mañana. Buenas tardes y buen provecho.

- Igualmente. Hasta mañana.

. . . . . . .

AL DÍA SIGUIENTE

- Buenos días, vecina.

- Hola, pasa. Perdona que te tutee, pero es lo propio de las putas. La clientela se siente más relajada.

- Por supuesto, tuteeme, pero yo la trataré de usted para no perder respeto a quien me va a dominar y castigar.

- Bueno, vamos al grano, voy a ver con qué materia prima cuento. Te desnudaré cariño.

- Haga conmigo lo que guste.

- ¿Por cierto, cómo te llamas?

- Candela, para servirla.

- Mi nombre de guerra es Delicia, pero me llamo Alicia.

- Bien, pero para mi será “Señora”

- Como quieras, no voy a discutir eso. Ole, qué tetas bonitas y blancas tenemos aquí.

Candela era una mujercita que ocultaba, tras su hortera vestimenta de ama de casa, unas deliciosas carnes blancas y rollizas, casi atocinadas pero muy apetecibles. De poca estatura, morena con pelo corto, carita de luna llena, tetas bien desarrolladas y espléndidamente colgantes, con aréola oscura y extensa, pezones largos y en ese momento inflamados de deseo. Cintura estrecha y breve que conducía a unas caderas anchas y necesarias para sujetar sus níveas nalgas que descendían en unos muslos y piernas fornidos y bien torneados. Una delicia a la que decidí en mi interior llamar “Tocino de Cielo”.

Una vez la tuve desnuda, mi experiencia de puta me decía que había que humillarla continuamente para tenerla dominada. Nada de halagos.

- Vaya cerdita que estás hecha. Te sobran kilos. Estás ajamonada. ¿Qué edad tienes, sucia adúltera?

- Tengo 28 años, reconozco que después del último parto, hace dos años, me he dejado un poco. Pero no soy adúltera.

- ¿Qué no, cerdita? Y qué crees que haces ahora sino poner cuernos a tu marido. O crees que los cuernos es cosa de relaciones con hombres. Te puedo asegurar que los hombres consideran cuernos más largos si se los pones con otra mujer.

- Ya ... si ... no lo había pensado. Soy una adúltera.

- Y adúltera bastante singular, porque quieres que te mortifique el cuerpo.

- Si señora, quiero que me proporcione dolor y humillación. Gozo con ello.

- te voy a proporcionar mucho dolor y mucha humillación, pero aunque el dolor puede ser compatible con el goce sexual, la humillación solo es compatible con el goce interior. Por tanto olvídate de tener un solo orgasmo con mis tratamientos.

- Si Ama, como usted disponga.

- Bien, de momento vamos a adornar estos insolentes pezones.

Le coloqué en ellos unas pequeñas pinzas metálicas de clasificar papeles que me había probado en las yemas de los dedos y juro que hacen verdadero daño. La golfa ama de casa se retorció e hizo aspavientos, pero no intentó quitárselas. Unos lagrimones le caían por su convulsa carita mientras yo colgaba unas pesas de las pinzas.

- Ahora, golfa, toma el barreño que hay en la cocina y friégame los suelos a cuatro patas.

La mamita se puso a hacerlo con toda diligencia y yo la instaba a abarcar toda la zona posible de fregado con los brazos para forzar el balanceo de sus tetas y el consiguiente efecto de las pesas colgando de sus pezones. A media tarea la hice parar, le quité las pinzas de las tetas y le puse una de madera, de las de la ropa en el clítoris.

- Mañana, esta pinza del clítoris será metálica como las de los pezones.

La recorrió un escalofrío pero no dijo nada y continuó fregando, aunque yo notaba como de cuando en cuando juntaba los muslos, pero no estaba segura si era para aliviar la presión de la pinza o para acentuarla. Mientras, yo confeccionaba una lista de deberes y compras para ella y me tomaba un café.

Cuando terminó los suelos estaban impolutos, ya tenía yo un provecho adicional de la mamaíta aquella. Esperaba obtener muchísimo más.

- Bueno, se ha terminado la hora. Mañana la cosa será más seria. Tienes que hacer y comprar todo lo que hay en esta lista.

La comenzó a leer y un color se le iba y otro se le venía.

- Señora, no puedo entrar en un sex shop. ¿y si me ve alguien?.

- Tienes mil maneras de evitar que te vean: te disfrazas, te vas a comprar a otra ciudad, se lo encargas a alguien. No me vengas con historias ni remilgos. Eso es un problema tuyo. Si mañana no tienes todo se acabó nuestro trato.

- Y lo de depilarme el pubis completamente. Qué dirá mi marido.

- Te vuelvo a decir que es problema tuyo. Dile que lo haces para él. Dile lo que quieras o no folles nunca más con él. Pero mañana ese monte de Venus tiene que estar completamente fotodepilado como el mío, bien liso y brillante, Yo no quiero tratos con guarras de coño peludo.

- Haré lo posible señora. Hasta mañana.

- Lo posible no. Todo. Si no no llames más a mi puerta. Y paga.

Me dio los 80 euros acordados por día y se marchó enormemente afligida por los bretes en que la había colocado.

 . . . . .

AL DÍA SIGUIENTE

 Se presentó con una gran bolsa.

- Enséñame ese coño. No, de pié no. Túmbate sobre el sofá y abre bien tus jamones de gorrina.

Obedeció y contemplé unos sabrosos labios vaginales, rollizos, prominentes, bien cerrados, de tal forma que ocultaban absolutamente los labios menores. Y también brillantes de humedad, indicio de que la guarra estaba disfrutando de su impúdica exhibición. Me acerqué a ella y le introduje el dedo mayor en su agujero metiéndolo y sacándolo mientras con el pulgar le frotaba su abultado clítoris. Su secreción era cada vez mayor, pero no la dejé llegar al orgasmo, por el contrario, le coloqué en el bultito una pinza de la ropa, que abortó dolorosamente la ansiada culminación, y le di a lamer mis dedos para limpiarlos.

- Chupa bien guarra, vaya surtidor que tienes entre las piernas. Y quieres parecer una honesta mamá. Lo que tienes es más madera de puta que yo misma. Vamos a ver si has comprado las cosas.

Examiné el contenido de la bolsa y comprobé que había comprado todo lo encargado con rigurosa exactitud. Viendo los adminículos, algunos realmente grotescos, me sonreí pensando en la vergüenza que debió pasar en el sex shop.

- Muy bien mamaíta, te has portado, ¿ves como no es tan difícil ser zorra?, vamos a empezar a usarlos.

Sumisamente se dejó colocar el collar de cuero tachonado y con argollas, y el ancho cinturón y las pulseras a juego. Después le quité la pinza de madera del clítoris y la sustituí por una metálica de presión regulable que saqué de la bolsa, junto con otras unidas por una cadena para sus pezones. No las apreté demasiado. Desde luego eran menos molestas que las del día anterior y noté su suspiro de alivio y la relajación cuando terminé la colocación.

Seguidamente, dejándola en su posición con las piernas abiertas fui al baño a por un tubo de vaselina y le unté el agujero del ano.

- No, por favor, nunca me han dado por el culo.

- Pues hoy si. El culo es un buen lugar para proporcionar sufrimiento, y si no quieres marcas, no puedo prescindir de usarlo. Y calla de una puta vez.

Le coloqué una mordaza de bola para no oírla más y me dediqué a estrenar su virgen agujero trasero, con delicadeza pero con energía. Pronto, con la ayuda de un consolador relativamente delgado, lo tuve con el esfínter lo necesariamente ensanchado y relajado para mi propósito.

- Vamos al baño. Lo primero que hay que tener en cuenta cuando se es puta es tener los intestinos limpios.

- OOO ooo o uuua. Y entendí a través de su mordaza de bola que quería decir yo no soy puta.

- Bueno, pero putear, puteas. Y ya hablaremos después.

La hice apoyar sus regordetas y suaves manos en la taza del retrete, pensando para mi que aquellas manos tenían vestigios del empleo de detergentes que podían ser erradicados consiguiendo unas manos arrebatadoras.

- Te recetaré una crema para mejorar esas manos. No uses detergentes sin guantes. Levanta bien el culazo.

Le inserté una cánula para ponerle un enema y levanté el frasco, notando ella la invasión del líquido en sus intestinos. No protestó, pero si lanzó un gemido atenuado por la mordaza cuando le metí de sopetón un tapón anal para retener el enema. Le coloqué un peso en la cadena que unía las pinzas de sus pezones y otro en la del clítoris.

- Y ahora friega bien el baño. Excepto la bañera. Será después. Voy a preparar otras cosas en el salón. Como te quites el tapón vas a conocer antes de tiempo lo que es dolor verdadero.

En el salón preparé un arnés conectándole un consolador bien lubricado, de buen grosor y longitud que me puse en la pelvis. Me lo volví a quitar para colocar otro consolador hacia adentro que me inserté en mi vulva. Quería disfrutar de mi gordita mamá con una buena corrida. Tomé una pala de ping-pong de goma y así equipada regresé al baño donde encontré a mi putita completamente pálida y bañada en sudores.

La coloqué en la bañera a cuatro patas con el culo en alto y la extraje el tapón anal contemplando como expulsaba irrefrenablemente su mezcla de excrementos y agua. Su palidez se convirtió en sofoco por el bochorno que le producía la situación. La ordené ducharse y fregar después la bañera mientras la golpeaba con la pala sus orondas nalgas expuestas ante mi mientras fregaba agachada. Una vez hubo terminado me la llevé, tirando de la cadena de sus pezones, hasta el salón. Allí la senté en el sofá indicándole que se abriese de piernas y se las llevase al cuello sujetándolas con las manos.

- Ahora, putita mía, vamos a follar un rato.

De rodillas ante ella le metí el falo entre los regordetes labios de su coño y la follé lenta pero vigorosamente mientras daba tirones de la cadena sujeta a la pinza de su clítoris. Pronto mi Tocino de Cielo comenzó a babear tanto por el coño como por las comisuras de la boca al no poder tragar saliva por causa de la mordaza de bola. Noté que estaba a punto de correrse cuando comenzó a respirar frenéticamente y ruidosamente por las dilatadas fosas nasales al tiempo que se le escapaban los mocos.

Estuve tentada de abortar su orgasmo estirando brutalmente de la cadena del clítoris, pero decidí ser buena esta vez y la permití conseguirlo uniéndome a ella. Nos corrimos las dos a la vez.

El falo estaba completamente mojado de sus jugos, y como ya estaba lubricado anteriormente, hice lo que tenía planeado. Le apoyé la cabeza en su agujero anal y comencé a empujar mientras contemplaba sus horrorizados ojos y los gruñidos de protesta que la mordaza atenuaba.

Temiendo que, al tener las manos y piernas libres, tuviese la tentación de oponer resistencia, decidí abreviar el proceso y se le metí dentro de un envión. Por un momento se quedó sin respiración y me asusté. Ya estaba dispuesta a librarle de la mordaza cuando recuperó la respiración. Aliviada comencé a sodomizarla lenta pero profundamente. Sacaba el falo casi entero de su ano para meterlo después en toda su apreciable longitud.

Tras un cuarto de hora de trabajarle el culo la cerdita empezó a tomarle gusto y yo arrecié en la faena mientras le metía el índice y el mayor en el coño mientras con el pulgar friccionaba el atenazado clítoris. La muy puta se me corrió otra vez, y era la primera vez que la sodomizaban. Era una buena materia prima para mi proyecto. 

La despojé de la mordaza, le metí en el coño dos hermosas bolas chinas y en los intestinos le alojé un rosario de bolas bien gruesas de las que le entraron nueve antes de que se mostrase incómoda. Le dejé asomando las tres restantes pero con la idea de meter todas más tarde, una vez se hubiera habituado.

Le esposé las muñecas al cuello y le puse una barra separadora entre las tobilleras. Apreté más las pinzas de pezones y clítoris y me dediqué a trabajarle las nalgas y muslos con la pala de ping-pong.

- ¿Te gusta puta?. ¿disfrutas?.

- Si Ama, pero yo no soy puta.

- Disfrutas demasiado para no explotarte debidamente. Vas a tener el honor de ser ser la puta casada de una puta.

- ¿Qué dice señora?. Yo no quiero ser puta. Solo quiero comprar un poco de placer.

- Mira gordita, desde que entraste en esta casa está grabado en video todo lo que has hecho. Solamente tengo que enseñárselo a tu marido que, por lo que has dicho, debe ser un animal que te zurra la badana.

- No puede ser. No sabe como es él. Me mataría.

- Pues por eso debes ser mi puta. No, mejor, ya que te va el maso, serás mi esclava-puta. Y te llamarás Tocino de Cielo.

- Esto es ridículo.

- Mira, zorra estúpida, mujercita de casa incontinente, mamita lasciva, mírate en el televisor mientras yo estoy golpeando estas apetitosas tetas que tienes.

Efectivamente, mientras yo le martirizaba sus bonitas tetas ella podía ver en el televisor la imagen que facilitaba una de las varias cámaras que había instalado para mi protección ante posibles clientes malintencionados y, por qué no decirlo, por si había ocasión de chantajear a alguno.

Se quedó pálida al recordar todo lo que me había dicho en las dos visitas y que yo podía presentar a su marido.

Aposté más fuerte.

- Ejercerás como puta por las mañanas. Todos los días, excepto sábados y domingos, desde las 10 hasta las 13. Utilizarás la habitación del fondo del pasillo. En el mismo horario trabajará mi amiga Dorinda y estarás a su disposición cuando alguna clienta o cliente caprichoso quiera estar con las dos, presenciar un lésbico o un número SM. Yo tengo que dormir a esas horas así que espero no armes escándalo.

- Por Dios señora, mi marido acabará sabiéndolo. Quien es Dorinda.

- Tu verás con tu marido, es tu problema. A mi no me cuentes historias. Dorinda es una amiga negra. De carnes exuberantes y amante del sado. Te controlará muy bien y al mismo tiempo satisfará tus tendencias lésbicas y masoquistas. Verás como con el tiempo eres una puta feliz.

- No, no podré. Mi marido ....

- Te sugiero inventes una infección y le culpes a él. Seguro que aciertas y te deja en paz. Se irá de putas y quizá se de la casualidad de que sea nuestro cliente algún día. ¡Qué ironía, cobrarle a tu marido por un polvo!

- Mis hijos ...

- Te da tiempo a llevarlos al colegio antes del trabajo, te da tiempo a irlos a buscar porque salen a las 13.30h. Puedes dejar la comida preparada la noche anterior. No todas las putas tienen un horario tan cómodo. Fíjate el mío, tengo que currar hasta altas horas de la madrugada.

La gordita gimió y se puso a llorar. No me gusta la gente melindrosa así que la mandé a su casa. Eso si, una vez me hubo pagado e indicándola que mañana se compareciese a las 10 para presentarle a Dorinda que la iba a enseñar a ser una buena profesional.

. . . .

AL DÍA SIGUIENTE,

La jamona Dorinda me había apostado 200 euros a que mi nueva puta no se presentaría.

Sonó el timbre de la puerta y allí estaba mi Tocino de Cielo.

- Dorinda, te presento a Tocino de Cielo. Tocino, enseña a Dorinda tus virtudes.

Tocino de Cielo se desnudó dócilmente y mostró a Dorinda sus agujeros, que ésta exploró con sus dedos saboreando sus flujos.

- Chicas, me voy a la cama que anoche trabajé duro. Dorinda, dame los 200 euros y tu, Tocino, paga mis servicios de hoy. A partir de mañana, en que atenderás al primer cliente, volverás a casa con dinero en vez de traerlo. Tu te llevas el 40% de lo que saques y yo el 60% por poner el local y la protección. Dorinda te instruirá sobre las tarifas. Hasta mañana.

Me acosté imaginando como dirigiría mi futuro burdel, cuya primera trabajadora había sido reclutada en ese día.

FIN

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