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Un servicio de grúa muy especial

en Fantasías Eróticas

Un servicio de grúa muy especial.

El día había sido muy tranquilo, sólo habíamos tenido un cliente desde que abrimos a las 8 de la mañana y ya eran casi las 9 de la noche, la hora de cerrar el garaje. Al día siguiente el jefe me había dado fiesta porque era mi 26 cumpleaños y me había prometido un regalo para levantarme el ánimo, que tenía bastante caído las últimas tres semanas, desde que mi chica me había dejado por el capullo de su encargado en la tienda. Un tipo mayor, divorciado y con mucha pasta.

Por eso, cuando llamaron por teléfono solicitando una grúa para acudir a la carretera de la Cantera y el jefe se estaba excusando con el comunicante por la hora que era y lo lejos que quedaba ese lugar, yo, en agradecimiento por el día de fiesta, me ofrecí voluntario para hacer el servicio. No tenía otra cosa mejor que hacer salvo cenar con mis padres y con mi hermano menor.

Así es que cogí la grúa y el equipo de herramientas que podían serme útiles para la avería eléctrica que decía tener el vehículo del cliente y me encaminé hacía la Cantera.

La noche era muy fría y la niebla apenas si permitía ver más allá de tres o cuatro metros la carretera. Por suerte no había circulación alguna y el riesgo de colisionar con otros vehículos era prácticamente inexistente. Pero aún así, tardé casi media hora en llegar.

En un cruce con un camino forestal estaba el Chrysler, del que al ver las luces de mi grúa salió un hombre embutido de pies a cabeza en un abrigo oscuro. Me hizo señas para advertir su presencia y paré la grúa a un lado del camino.

Después de los saludos de cortesía me interesé por la avería con la intención de repararla lo antes posible, porque, a decir verdad, el frío allí era insoportable.

No lo sé. Lo conducía yo pero no es mío. Es de ella. – Dijo, y a continuación hizo un gesto señalándome hacia la parte de atrás del vehículo, donde se adivinaba la figura de una persona recostada en el asiento- Creo que hemos estado parados demasiado rato aquí, y ahora no arranca.

Lo más probable es que se hayan quedado sin batería. Abra el capó, le echaré un vistazo. – Le pedí mientras golpeaba las palmas de mis manos enguantadas para ahuyentar el frío -.

No se moleste. Hace mucho frío para ponerse a intentar arreglarlo ahora. ¿Por qué no lo engancha y lo lleva a su taller? Allí podrá trabajar en mejores condiciones.

La verdad es que me extrañó que no quisiera que se lo reparara allí mismo. Si era la batería habría sido cuestión de 10 ó 15 minutos. Pero, a fin de cuentas, el cliente siempre tiene razón, y yo me iba a ahorrar pasar un mal rato.

En su afán por que nos marcháramos lo antes posible, el cliente me ayudó a enganchar el coche y a subirlo en la plataforma.

Le tengo que pedir un favor. Ya le he comentado antes que el coche no es mío, que es de la señorita que está en el asiento de atrás. Supongo que comprenderá la situación... – Empezó a decir lanzándome una mirada de complicidad que me hizo asentir, confirmándose mi sospecha de que se trataba de algún desliz extraconyugal -.

Sí. Me puedo imaginar... la situación.

He pedido un taxi. Estará a la entrada de la ciudad, junto al puente de la Avenida de la Estación ¿lo conoce?

Por supuesto. – Contesté.

El favor que le voy a pedir es que me deje allí primero antes de dejar el vehículo en el taller.

No hay ningún problema: el cliente siempre tiene razón.

Pero es que... – Se interrumpió, sorprendido por mi ignorancia- me parece que no me ha entendido: que me deje a mí, sólo a mí.

¿Y la señorita? – pregunté.

No tiene que preocuparse por la señorita. Ha bebido más de la cuenta y lo mejor que podemos hacer es dejar que duerma la mona. – Sentenció dedicándome otra vez la misma mirada de complicidad.

No sé...

Por supuesto le pagaré un extra por las molestias. – dijo echándose mano a la cartera.

No es por el dinero. Es que no puedo dejar a la señorita sola en el taller durante toda la noche. Y además, mañana es fiesta, y el taller estará cerrado.

Claro, disculpe. ¿Lo espera su mujer o su novia? En estas fechas, es lógico. Perdone.

No, no me espera nadie. – Contesté algo enfadado porque aquel tío parecía haber leído en mi rostro un cartel que decía "estoy solo, mi novia me dejó y no tengo nada mejor que hacer".

Sólo le pido que esté en el taller hasta que ella despierte. Mientras tanto puede aprovechar para mirar la avería, y así, podría llevarse el coche ella misma. ¡Tome! – Había extraído varios billetes de su cartera y me los metió en el bolsillo del abrigo.

Está bien. – Dije mientras comprobaba que la joven se retorcía y acurrucaba en el asiento trasero como una gata faldera.

 

El hombre se subió conmigo en la grúa y la joven permaneció todo el trayecto, atrás, en la plataforma de la grúa, dentro de su vehículo. Cuando llegamos al cruce de la Avenida de la Estación, el taxi ya le estaba esperando. El cliente me dio las gracias, y me pidió, sin convicción alguna en sus palabras, que "cuidase de ella".

Entré la grúa en el garaje y bajé el coche de la rampa, casi de forma brusca, confiando en que aquella mujer despertaría y, con un poco de suerte, podría volver a casa pronto.

Pero no se despertó todavía. Estaba profundamente dormida, tapada con un abrigo de pieles que la cubría a modo de manta. Tenía una cara preciosa, así dormida, con un mohín de niña mimada de ceño fruncido y la boca con los labios en forma de o que acaban de decir no en sueños, pero que invitaban a besarlos.

Me hubiese pasado horas admirando aquella belleza dormida abandonada en una gélida noche de invierno por su amante, imaginándome qué cuerpo habría debajo del abrigo, pero la condición del buey es arar, y la mía, como mecánico era arreglar el coche. Así es que me puse a mirar la avería que, como era de esperar, se solventó con sólo recargar la batería y cambiando el líquido anticongelante.

Pasaban algunos minutos de la medianoche. No me apetecía quedarme en el taller toda la noche, por lo que probé suerte otra vez, a ver si se despertaba. Abrí la puerta trasera, la llamé, le zarandeé un poco, tirando de sus piernas, pero nada, no se despertaba, sólo mascullaba un "déjame dormir" y un nombre que no entendí. Pero aunque no conseguí despertarla, sí que conseguí comprobar lo que mi imaginación calenturienta se atrevió a apostar: estaba desnuda debajo del abrigo.

En uno de los zarandeos para que despertara, aquella mujer se removió en el asiento, dejando al descubierto parte de la espalda y el pecho izquierdo. Era una auténtica belleza, tenía un cuerpo exuberante y, a juzgar por los condones usados y de los pañuelos de papel que había a los pies del asiento, aquel tipo había dado buena cuenta de ese cuerpo.

Me senté en un extremo del asiento trasero y levanté un poco más del abrigo para descubrir unas largas piernas y unas nalgas perfectas que sobresalían de unas diminutas bragas blancas. Era una mujer de las que sólo se ven en las revistas o en el cine, una auténtica modelo.

Nunca me habría creído capaz de una acción como esa. Supongo que la misma circunstancia del abandono de la mujer por parte de su amante de aquella manera, la certeza que ambos habían conseguido acabar con la batería del coche tras varias horas de sexo en la parte posterior del coche, y el increíble cuerpo de aquella rubia, habían agitado mis bajos instintos. Instintos que no se quedaron en la mera contemplación sino que fueron mucho más atrevidos.

Mientras con una mano acariciaba aquellas piernas interminables, el culo y la generosa teta que quedaba al descubierto, con la otra calmaba la exultante erección que parecía querer romper la cremallera del mono.

Poco a poco fui notando que la joven se estimulaba con las caricias, que ronroneaba como una gatita agradecida. Como pude, la empujé para que quedara boca arriba, pudiendo contemplar todo el cuerpo en toda su espectacular dimensión.

Ahora me entretenía con ambas manos en sus pechos voluminosos. Los estrujaba, esperando que brotase una láctea ambrosía que no me atrevía a buscar con mi propia boca sedienta, mientras ella se retorcía cada vez más, complacida.

Ciego de placer, me quité el mono de faena y los calzoncillos. Mi polla no paraba de lubricar. Cogí un preservativo que encontré en el asiento y me lo puse en previsión de lo que estaba por venir.

Si no se había despertado todavía, no tenía por qué hacerlo ahora. Así es que me puse prácticamente encima de ella, con mis huevos reposando sobre su barriga y con mi polla entre sus pechos. Cogí una teta con cada mano y las fuí masajeando a la vez que meneaba mi cintura hacia delante y hacia atrás de forma que me pajeaba con sus tetas, mientras aquella belleza, hurgándose el coño con los dedos, se movía al ritmo de mis embestidas y dejaba escapar dormidos suspiros de placer.

A penas aguanté un minuto y me corrí. Llené el condón con una cantidad increíble de leche. Y aquella belleza no se había despertado. Me quité el preservativo y me limpié el nabo con un klinnex.

Después, en un acto de deformación profesional, limpié el coche de los restos de la juerga anterior y de mi suprema cubana, y volví a cubrir a la joven con el abrigo.

Estaba amaneciendo. Pronto debería decidirme a despertar a aquella preciosa mujer. Fui haciendo tiempo. Pasé una bayeta al coche y preparé la factura, tomando los datos de la documentación del coche, a nombre de un hombre que debía ser su padre o su marido.

En una de las ocasiones en que me asomé al interior del coche para ver si se la chica se despertaba, me admiró de nuevo su cuerpo, al descubierto al habérsele caído el abrigo. Ahora se encontraba boca abajo, con las piernas ligeramente encogidas porque la anchura del asiento no daba para más. En aquella posición, su culito quedaba levantado, mostrando su conejo y su deseable agujero de forma inocentemente provocativa.

No podía dejar pasar aquella invitación. Pero esta vez preparé mi propio material. Abrí la puerta del coche y entré. Con unas toallitas húmedas le limpié el coño y el culo. Y empecé a lamerle. Le lamía por dentro, excitando su clítoris, y por fuera, toda la extensión de sus labios vaginales, mientras acomodaba mi barbilla en la entrada de ano. Ella se retorcía de placer, subía y bajaba su culo al compás de mis lametones, provocando unas penetraciones de la lengua más profundas, hasta que tuvo un orgasmo prolongado que le hizo proferir grititos de placer. Y todo eso sin despertarse.

Para concluir, no podía desperdiciar aquella entregada posición, por lo que me puse un preservativo y empecé a metérsele por el culo, no sin antes haber jugado con mis dedos.

Fui metiéndole la polla a medida que su agujero se iba dilatando. Estaba claro que su culo no era virgen, de lo contrario hubiera requerido más dedicación y paciencia llegar a metérsela casi hasta los huevos como había acabado haciendo en poco tiempo.

Si antes se retorcía con la chupada de coño que le hice, ahora con la enculada, estaba fuera de sí. Embestía con su culo hacia atrás con más fuerza que la que yo usaba para meterle la polla. Y si antes había soltado grititos ahora lanzaba auténticos alaridos, hasta el punto que me asustaba que se despertase y que comprobase que un desconocido se estaba aprovechando de su estado. Pero ya no podía parar, el control lo llevaba ella, y aún después de correrme dentro de su culo, ella siguió apretándose contra mí, arrancando hasta el último momento de placer.

Quedé exhausto y convencido de que aquella mujer todavía tenía cuerda para más asaltos, pero ya no tardaría en despertarse y no era cuestión de jugarse el trabajo, por no hablar de los problemas que se podían derivar de una denuncia por lo que había hecho.

Me senté en el sillón del jefe y recosté la cabeza sobre el escritorio, quedando irremisiblemente dormido, hasta que una voz me despertó. Era la mujer del coche, quien, desde el interior del mismo, me preguntó dónde podría vestirse. Le señalé el lavabo, y ella salió del vehículo, completamente desnuda, echándose por encima de los hombros el abrigo. Cogió las llaves del contacto y abrió el maletero, donde cogió una bolsa con la que se dirigió hasta el lavabo.

Sin cerrar la puerta, se sentó sobre la taza del water y echó una interminable meada. Después abrió el grifo del lavabo y cuando salió el agua caliente se humedeció una toalla y se fue limpiando con ella todo el cuerpo. Era todo un espectáculo asistir a aquella sesión de higiene, de la cual, yo procuraba no perderme detalle, ya que al parecer a ella no le importaba.

Del interior de la bolsa cogió unas braguitas y una camiseta y se las puso. Después un pantalón y la sudadera de un chándal, también unas zapatillas deportivas. Así vestida parecía un estudiante de poco más de dieciocho años.

Después de lavarse la cara y arreglarse el pelo salió del lavabo y me preguntó por la factura. Yo le dije que lo cubrí el seguro, que sólo debía firmarme la conformidad.

Me extrañó que no me preguntara sobre lo ocurrido aquella noche, por qué estaba en el taller, dónde estaba su acompañante,... qué había hecho con ella... Pero no. Ni un comentario al respecto. Cuando se marchaba, ya desde el interior del coche, me dijo "Felicidades y gracias... por todo".

Me quedé sin saber qué decir pensando por qué me habría felicitado. Recordé entonces, mientras veía el Chrysler marchar calle abajo, que era mi cumpleaños. E intuí que aquella noche de lujuria había sido el regalo sorpresa de mi jefe.

 

23/04/04