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La confesión de mi mujer (mi cuñada Raquel 4)

en Sexo con maduros

La confesión de mi mujer (4º relato de mi cuñada Raquel).

Después que Raquel me confesara la participación de mi mujer en su última aventura sexual con el profesor de filosofía, no podía apartar aquella imagen de mi mente.

Una y otra vez veía a aquel maduro galán repantigado en el asiento del cine, con la polla erguida y los huevos fuera de la bragueta disfrutando de la auténtica paja a dos manos que le regalaban sus dos aventajadas y gemelas alumnas. Y mi imaginación se disparaba, inventando nuevas y alternativas continuaciones de aquel relato de Raquel. En el más común, Aurora, mi mujer, se hincaba de rodillas entre las piernas de su profe en una especie de rito religioso de adoración y se entregaba devota a una comunión en el que ese improvisado dios le dejaba lamer y chupar su sagrado miembro.

En otras ensoñaciones veía a las dos hermanas montándose numeritos en la cama para solaz de su maestro, quien las dirigía en sus movimientos para saciar sus fantasías y aumentar su placer, para luego ponerse entre ellas y follarlas simultánea e ininterrumpidamente en sus virginales agujeritos, delanteros y traseros.

No podía aguantar más aquellos delirios que me había producido el último relato de mi cuñada. Tenía que conocer toda la verdad para poder ceñirme a los hechos con la más escrupulosa exactitud y evitar así los desvaríos de mi calenturienta imaginación. Así fue como me decidí a conocer la historia de los labios de mi propia esposa.

Era enormemente difícil porque, primero, yo no debía conocer aquel pasaje de su vida y, segundo, decirle que me lo había contado su hermana era algo casi una confesión de mis aventuras extraconyugales con mi cuñada. Así es que utilicé subterfugios para sacar a conversación nuestras respectivas etapas de estudiantes de instituto o incluso, disparatar sobre asuntos trascendentes para intentar acabar hablando de filosofía. Y cuando ya creía que no me había dado resultado aquella estrategia, Aurora me sorprendió recién nos habíamos acostado con una confesión:

No sé cómo, pero creo que sabes alguna cosa de mi pasado que te inquieta.

¿Qué quieres decir? – contesté, fingiendo estar desconcertado.

Ya sabes qué quiero decir. –Aurora se acomodó la almohada en el respaldo de la cama y se sentó de forma que se intuía que iba a empezar un largo relato- Los últimos días has estado intentando decirme algo. Instituto,… Filosofía… Tú sabes algo.

Cariño, no sé… - empezaba a disculpar mi ignorancia pero Aurora no estaba dispuesta a dejarme seguir fingiendo.

No finjas. Acaso ¿he hablado en sueños? – Y aquí mi mujer hizo un alto en la conversación que presagiaba una incómoda situación-.

No. – Contesté sorprendido por la idea de Aurora de que mis conocimientos sobre aquel episodio de su vida me hubiera sido revelado por una indiscreción mientras dormía.

Es igual. A menudo he soñado con aquellos días, por eso pensé que… - Se detuvo en la explicación y continuó- pero ahora lo que quiero es explicártelo. Hace tiempo que debí hacerlo.

Entonces yo también puse mi almohada en el respaldo de la cama y me senté dispuesto a confirmar mis informaciones sobre las primeras experiencias sexuales de mi mujercita.

Aurora se remontó a sus primeros romances inocentes en la época del instituto. Le oí pronunciar nombres y circunstancias que ya antes había escuchado, pero mostré cierto interés para que la impaciencia no me hiciera perder los relatos más esperado. Que por fin llegaron.

 

Reconozco que a nuestros dieciséis años, con aquel uniforme de faldas cortas que mostraban nuestras braguitas al mínimo movimiento indiscreto y blusas blancas, casi transparentes, por las que despuntaban nuestros descontrolados pezones, debía ser una visión irresistible para cualquier hombre. Lo era para nuestros tontos y salidos compañeros de clase y también para los profesores, fuera cual fuera su estado o edad. Una vez pillé al profesor de filosofía, Don Antonio, el más viejo del instituto – tenía más de 60 años – sobándose la entrepierna mientras le miraba el culito a mi hermana, que estaba asomada en una ventana de clase, cuando creía que nadie lo veía.

Me llamó la atención que Aurora mencionara en su relato a otro profesor, también de filosofía, y pensé que aquella disciplina académica debía tener algún efecto afrodisíaco que yo no acerté a encontrarle cuando estudiaba en el instituto.

Don Antonio era el típico viejo verde que aprovechaba la más mínima ocasión para restregarse cuando pasaba cerca de una de las chicas y al que se le iba la vista detrás de los prominentes senos de las jovencitas.

En aquella época mi hermana estaba obsesionada con la pérdida de la virginidad. Yo estaba saliendo con Fabián y ya sabía lo que eran las necesidades sexuales de un hombre, pero creía que las cosas tenían que ir poco a poco y, en cuanto a Fabián,… debía conformarse con los jueguecitos propios del primer nivel de relación sexual. Ya sabes,… toquetearnos,…y todo eso. – Cuando escuché a Aurora decir "y todo eso" dudé por instante en pedirle aclaraciones, y ella debió adivinar mi intención por la expresión de mi cara porque sin decirle nada me aclaró.- Le hice… algunas pajas y le dejé meterme mano, pero él parecía no tener bastante.

No pude evitar sentir lástima por aquel desconocido competidor, por no haber conseguido lo que yo pocos años después sí conseguí, pero no hice ningún comentario y dejé que Aurora continuara su relato.

Raquel y yo estábamos muy unidas. No había nada que no nos contáramos. Pero noté ciertos celos por mi relación con Fabián y tuve que escuchar de forma insistente su consejo de que debía dejar al chico hacer su trabajo con mi virginidad, y, cómo no, que ella "ya se habría abierto de piernas". – Su expresión me sonó exageradamente vulgar en su boca, pero era su relato-. Y la verdad es que empecé a desconfiar de ella. Noté que tonteaba mucho con mi novio. Que a la mínima ocasión en que yo me ausentaba, Raquel le tiraba los tejos. Temí que le diera lo que yo aún no estaba dispuesta a darle. Y no andaba equivocada. Una tarde que llegué después que ella al instituto, vi de lejos cómo discutía con Fabián y marchaba corriendo. Y después se había metió en una clase vacía, a lloriquear por su fracaso. Me imaginé que mi novio le había dado calabazas.

Me había enfadado tanto con la idea de que Raquel hubiera pretendido hacerme el salto con mi novio que cuando vi entrar al profesor de filosofía me vino a la mente la imagen del viejo babeando en secreto por mi hermana y me asaltó la idea de vengarme de Raquel y de enfriar de golpe sus calenturas.

Aurora me estaba contando la misma historia que ya sabía por Raquel pero con el profesor cambiado. Donde mi cuñada puso a un maduro profesor suplente, Arturo, de unos 40 años, Raquel ponía a un viejo maestro de 60. Tenía curiosidad por saber cómo iba a acabar todo aquello.

Me dirigí a Don Antonio y le expliqué que mi hermanita había sufrido el rechazo de un hombre, que se había encerrado en aquella aula vacía y que no había manera de consolarla. El profesor no perdió el tiempo en acudir a la llamada de la doncella doliente y se metió en la clase. Yo estaba segura que el viejo verde aprovecharía para restregarse a gusto con mi hermana y que ella, al darse cuenta de las intenciones de aquel desgraciado, lo despacharía con un guantazo. Así es que mientras la gente estaba en las aulas yo me quedé fuera y me aposté junto a la puerta de entrada de la clase vacía donde estaban mi hermana y el profesor, sin que ellos me vieran, y esperé acontecimientos.

Estaba ansiosa por burlarme de mi hermana. Pero…, no te creerás lo que pasó. – Yo me temía que sí me iba a creer lo que pasó- Don Antonio empezó a consolarla de forma paternal, mesándole los cabellos, dándole palmaditas en la espalda, pero el cabrón debió ver tan vulnerable a mi hermana que empezó a meterle mano por debajo de la blusa, sobándole las tetas, sin que Raquel se revolviese. Al contrario ¡estaba gozando, la muy puta! Yo no sabía qué hacer. Aquel carcamal medio calvo y de carnes flácidas y blancas estaba abusando de mi hermanita porque yo la había echado en sus brazos y yo no era capaz ni de articular palabra.

Me quedé allí, viendo cómo se la llevaba en brazos hasta un rincón para continuar con sus asquerosos besuqueos y cómo le metía la mano bajo las bragas arrancando grititos de placer de mi hermana. Hasta que sonó el timbre de llamada a las clases y yo marché corriendo para que no me sorprendieran allí.

Aquella noche tuve pesadillas por culpa de aquella escena. Y Raquel, por cierto, no me dijo nada de lo ocurrido. Yo me imaginé que no pararía hasta que no consiguiera que la desflorasen y que si había decidido que fuera el triste profesor de filosofía, no cejaría en su empeño.

Cuando me pidió que nos apuntásemos a unas clases de repaso que Don Antonio iba a dar en su casa para los alumnos que quisieran ir mejor preparados a los exámenes finales del bachillerato, a mí ya no me albergaba ninguna duda de sus intenciones. Pero no le desvelé mis temores. Al segundo día de clase en el piso de alquiler de Don Antonio, comprendí qué quería decir mi hermana con "clases de repaso". Me quedé helada cuando encontré al viejo "repasándose" a Raquel en su cama, a donde ella se había echado un rato pretextando un ligero dolor de cabeza.

Me asomé para ver cómo estaba y me encontré el blanco culo desnudo del profesor echado sobre el cuerpecito de mi hermana, montándola con un frenético ritmo que anunciaba una inminente corrida. Pero lo peor es que Raquel parecía disfrutar de lo lindo con la polla de aquel viejo metida dentro de su coño. Yo me quedé inmóvil, sin saber si debía intervenir en aquel espectáculo tragicómico o salir corriendo. Y, en esa indecisión mi hermana me vio y me lanzó una mirada como de triunfo por haber conseguido algún tipo de reto antes que yo.

¡Qué asco me daba aquel tipo! Aquello tenía que acabar, pero yo no me atrevía a decirle a mi hermana que desde el principio yo había tenido que ver con aquella penosa aventura. Así es que cuando Raquel me dijo que fuéramos al cine con el profesor a ver no sé que película subtitulada, yo accedí, pensando que cuando estuviéramos los tres solos sería un buen momento para ponerle al viejecito las cosas en su sitio.

Era el momento que esperaba y temía, cuando Aurora me contara su participación en aquel trío, pero aún albergaba esperanzas de que las pequeñas modificaciones sufridas por el relato original alcanzaran también a esta parte y mi mujercita no acabara haciéndole ninguna cochinada a aquel pervertido profesor.

Cuando estábamos en el cine – continuó Aurora su relato – en una fila de atrás, sin más espectadores alrededor, Don Antonio se situó entre las dos y enseguida empezó a meterle mano a mi hermana… Era el momento que yo había pensado pegarle un grito a aquel hijodeputa y llamar la atención de la sala para ponerlo en evidencia y arruinar su carrera. Pero cuando oí a Raquel ronroneando como una gatita complacida por las caricias del viejo y vi cómo le bajaba la bragueta y le sacaba el aparato más enorme que podía imaginar, mis objetivos cambiaron y, en vez de ponerme a gritar, sin poderlo evitar, me puse a mirar lo que hacían de forma descarada. Mi hermana pajeaba aquella verga mientras se dejaba meter mano en las tetas y bajo las bragas. Se estaba corriendo con aquello y yo, sin darme cuenta… me estaba excitando muchísimo.

No era el momento de decírselo, pero yo también me estaba excitando con aquel relato de mi mujer y su gemela, y mi verga hacía ya minutos que había montado su tienda de campana bajo mi pijama.

Y Aurora continuó.- El profe debió darse cuenta de mi indefensión porque de repente me cogió una mano y se la llevó a su polla para que se la masajeara yo también. No me resistí. Viendo disfrutar a mi hermana, no fui capaz de rechazar aquella invitación, y me apliqué en aquel empalmado pene, mano sobre mano con mi hermana, hasta que don Antonio roció los asientos de delante con varios estallidos de leche. Entonces él me cogió por la cabeza e intentó atraerme hasta su polla, pidiéndome que acabara de chupársela, pero yo no accedí. Mi hermana, en cambio, no necesitó que se lo pidiera, se agachó y empezó a mamársela. Primero limpiando con la lengua los restos de semen de la punta de su capullo y luego, cuando al parecer le había cogido el gusto a aquella nueva experiencia, empezó a metérsela en la boca y a follársela como si la tuviera dentro del coño. El profesor estaba disfrutando como un loco. Llevó una mano hacia mi falda y la metió bajo mis bragas, buscando con los dedos hasta que encontró mi rajita mojada y los metió. Yo me dejé hacer con sus ásperos dedos. Era un verdadero experto. Me hizo correrme mientras él eyaculaba sin avisar, dentro de la boca de mi hermana, que no estaba preparada aún para ese "trago". A Raquel le vinieron arcadas y empezó a vomitar encima del viejo. Le puso los pantalones, la camisa y, por supuesto, la polla perdida de vómitos. Don Antonio soltó un bramido cuando sintió la caliente miasma sobre su pene y no pudo reprimir un "¡asquerosa!" dirigido a mi hermana. Aquel insulto me hizo recobrar la razón y, sin pensármelo le propiné un puñetazo en la cara y le grité "cerdo pervertido" una y otra vez hasta que los pocos espectadores del cine centraron su atención en lo que estaba pasando allí y se encendieron las luces, desvelando a todos lo que parecía la típica escena de viejo verde que había intentado propasarse con dos inocentes muchachas.

Salimos corriendo de allí, muertas de miedo y de risa. Nos prometimos no volver a hablar nunca más de aquello y nos alegró saber que Don Antonio había pedido al día siguiente la jubilación anticipada y ya no volveríamos a verlo nunca más. – Y volviéndose hacia mí- Y ahora tú, cariño. Dime ¿me habías escuchado en sueños?

 

No estaba dispuesto a confesarle la verdad. Mi relación con mi cuñada era un tema imposible de abordar, absolutamente tabú. Si algún día se descubría…, mala suerte. Pero por ahora, las cosas estaban bien así.

No. Tu hermana… tu hermana me contó algo hace mil años, cuando os conocí. No conocía los detalles, solo que ella había tenido alguna aventurilla con un profesor de filosofía.

…hace mil años y ¿te acuerdas ahora de eso? – Me estaba cercando y yo no sabía como salirme de aquel acoso.

Un compañero del trabajo me explicó hace unos días un hecho parecido que le ha pasado a su hija, de 15 años, en el instituto, y me acordé de aquella historia de tu hermana.

¿Qué compañero? – Insistió Aurora en su interrogatorio.

No lo conoces. – Le contesté.

No sé por qué, pero no te creo. – Yo tenía la impresión de que estaba jugando conmigo pero decidí pasar al contraataque para evitar el tercer grado al que me estaba sometiendo.

Creí que me habías contado todas tus experiencias anteriores a conocerme, pero veo que no me lo habías dicho todo. – Le insinué -.

No es para sentirse muy orgullosa, hacerle una paja a un viejo.

Un viejo es un hombre. Algún día yo también tendré su edad y seguiré teniendo las mismas necesidades.

¿Te ha puesto cachondo mi historia, verdad? – Preguntó Aurora afectando una voz de mujer vulgar que me excitó enormemente.

¿Tú qué crees?

Yo creo que tu pequeño se ha despertado y está esperando mis caricias. – El tono de su voz, insinuante, me estaba poniendo a cien.

Chúpasela a tu viejecito.

Y Aurora se dedicó durante casi media hora a mi agradecida polla, consiguiendo que me corriese dos veces, una de ellas dentro de su boca, mientras ambos, más que probablemente teníamos en mente la escena de las dos adolescentes con el viejo corruptor.

 

Relatos anteriores sobre Raquel:

1ª parte http://www.todorelatos.com/relato/20301/

2ª parte http://www.todorelatos.com/relato/20091/

3ª parte http://www.todorelatos.com/relato/20411/

 

 

10 mayo de 2004 [ carlos_62@wanadoo.es ]