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Elena en la playa

en Hetero: Infidelidad

ELENA EN LA PLAYA

Eran más de las 3 de la madrugada. Hacía calor aquella noche y Elena no podía dormir. Llevaba más de una hora dando vueltas en la cama, pugnando porque el cuerpo dormido y sudoroso de su marido no se aproximara al suyo.

Acalorada e insatisfecha: mala combinación para ser aún la primera semana del viaje de luna de miel. Elena ya empezaba a comprobar la facilidad con la que caen en un profundo sueño la mayoría de los hombres después de satisfacer sus necesidades sexuales, y más si llevan una copa de más, como era el caso de su marido.

Cansada de dar vueltas en la cama, se decidió a levantarse, se refrescó la cara en el lavabo y salió a la pequeña terraza. La vista desde el apartamento era de postal. Elena se acodó en la barandilla para disfrutar de la brisa del mar y del agradable rumor de las olas y enseguida sintió la atracción de la playa bañada por la luz la luna llena.

Salió del apartamento, tal como iba vestida, sólo con un liviano camisón de dormir y bajó las angostas y empinadas escaleras que llevaban a la pequeña playa. A esas horas de la noche ya no quedaba nadie por allí.

Se acercó al borde del agua y empezó a caminar sobre los romos guijarros de la orilla, dejando que las olas fueran salpicando sus pies descalzos. El agua estaba templada, ideal para un baño. Elena no se lo pensó dos veces, arrojó el camisón fuera del alcance de las olas y se adentró hasta la cintura en la misma orilla. Sumergió la cabeza varias veces hasta mojarse completamente y estuvo nadando, despreocupada, cerca de la orilla.

Cuando se disponía a salir del agua, vio, con asombro, que a escasos metros había un hombre desnudo, mirándola, que caballerosamente se volvió de espaldas al verla salir. Elena aprovechó esta circunstancia y se dirigió apresuradamente hacia el lugar donde había dejado el camisón, pero aquel extraño volvió la cabeza sin ningún disimulo para poder contemplarla desnuda antes de que pudiera cubrirse.

Cansada y asustada, Elena casi no podía respirar. Aquel hombre caminaba hacia ella y Elena se sentía absolutamente vulnerable en aquella playa solitaria. Tuvo el impulso de salir corriendo, pero no pudo, el miedo la retenía, y entonces giró la cabeza para evitar mirarlo, como si así defuera a desvanecer el problema.

Buenas noches, Elena.

Entonces ella reconoció la voz y exhaló un profundo suspiro de alivio. El peligro había pasado, pero continuó sin mirarle. Ahora se estaba ruborizando, avergonzada por el infundado temor que había sentido y por el pudor de encontrarse ante un hombre completamente desnudo, al que a penas si hacía una semana que lo conocía.

Se trataba de Gonzalo, un hombre de cerca de 50 años que había venido a la isla con su esposa, para celebrar sus bodas de plata, y que se alojaban en el mismo apartotel que Javier y ella.

Perdona si te he asustado. - Se disculpó él.

Buenas noches, Gonzalo. - Respondió Elena el saludo sin volverse aún.

¿No piensas darte la vuelta?

Gonzalo estaba junto a ella. Elena casi podía sentir el calor de su aliento contra su piel. El agua de mar le chorreaba los cabellos y caía sobre sus hombros desnudos y el fino camisón completamente mojado se le pegaba al cuerpo transparentándose todo.

Elena consintió en darse la vuelta y se encontró frente a frente con aquel maduro hombre al que había conocido durante la primera cena en el comedor del hotel y de quien comprobaba ahora, con sorpresa, qué acertada estuvo en cuando desde el primer momento apreció en él un poderoso atractivo.

Gonzalo tenía un físico envidiable, alto y de complexión vigorosa, y su rostro había sido agraciado por esa expresión de belleza serena que deja en algunas personas el paso de los años. Y también, para sorpresa de Elena, Gonzalo estaba extraordinariamente bien dotado. Mirara donde mirara, Elena parecía no poder dejar de mirar su poderosa verga medio empalmada, y él, que se dio cuenta de la atenta inspección que le estaba haciendo aquella preciosa joven, pasó a la acción forzando la situación.

¿Qué miras?

No estoy mirando nada. - Contestó Elena, esforzándose en mirarle sólo a la cara.

Pareces… nerviosa. - dijo él suavemente -. Espero que no sea por mi desnudez.

Su arrogancia aumentó la ira de Elena.

¡Tú dirás! - replicó tajante - ¿No se te ocurrió que podría asustarme descubrir a estas horas a un hombre desnudo espiándome?

No quería asustarte, - convino él, imperturbable – Y no te espiaba. Paseaba por la playa y no me pareció elegante ocultarme. ¿Te incomodo?

No me incomoda… normalmente. - matizó Elena, consciente que el rubor en su cara la estaría traicionando.

Él no dejaba de contemplarla descaradamente y Elena sintió el impulso de ponerse, de forma un tanto cómica, un brazo cruzado a la altura del pecho y una mano tapando por debajo de su vientre, preguntándose si él habría notado el contorno de sus pezones y su afelpado sexo bajo la tela mojada. No estaba segura que bajo la luz de la luna se pudieran apreciar tales detalles.

¿Por qué no miras entonces como lo has hecho antes? – Preguntó sin rodeos Gonzalo.

¿Cómo miraba? – Devolvía la pregunta Elena intentando eludir la cuestión.

Mirabas con interés esto. –afirmó Gonzalo, a la vez que llevó su mano a la barbilla de Elena y la empujó hacia abajo con suavidad para que dirigiera su mirada hacia su enhiesto aparato. - Me gusta cómo me la miras - agregó, haciendo que la acelerada circulación de la sangre aumentara el rubor de Elena -.

Eres muy vanidoso. – Le soltó Elena.

¿Acaso no merece la pena lo que ves? - Preguntó Gonzalo indicando con una mano en dirección a su polla - Supongo que estás aquí, sola en la playa a estas horas, por el mismo motivo que yo: porque en la habitación no encuentras lo que quieres.

Tenía calor, no podía dormir. – Replicó Elena.

Ya. Llevas unos días casada. Yo llevo toda una vida, y sé que si tu marido esta noche te hubiera dado lo que necesitas no estarías aquí, bañándote sola.

No creo que mi relación de pareja sea de tu incumbencia.

No lo es, lo siento. Pero me gustas, desde el primer día que te vi soñaba con disponer de una oportunidad como esta.

Una oportunidad ¿para qué? –Preguntó Elena, fingiendo ignorancia.

Para conocernos mejor. Para satisfacer nuestros deseos.

¿Deseos? –Continuó Elena pretextando no entender, pero sin dejar de admirar la verga maravillosa de su interlocutor.

No te hagas la tonta, por favor. – Respondió Gonzalo- No finjas que no se sentías atracción por mí desde que nos conocimos, igual yo por ti. Elena, te deseo.

Resulta agradable sentirse objeto de deseo. – Y continuó, afectando conocimiento de causa.- Pero en esta vida no siempre se pueden satisfacer todos los deseos.

Entonces, Elena, que apenas si había apartado la vista de la polla de Gonzalo durante la conversación, se percató que sus últimas palabras estaban enfriando el ambiente y que el aparato de Gonzalo empezó lentamente a retroceder, y no pudo evitar soltar una risa.

¿De qué ríes? – Preguntó Gonzalo, sorprendido por la reacción de ella.

Me parece que tus deseos se están enfriando. – Dijo Elena entre risitas mientras señalaba con un dedo hacia el sexo insatisfecho de él.

El hombre echó una mirada hacia la parte baja de su bien formado cuerpo, comprobando que su pene había languidecido algo y esperó sólo unos instantes, animado por la radiante risa de Elena, a que recuperase su forma rígida y arqueada.

¡Qué extraño! –dijo ella, en tono divertido-. ¡Qué extraño parece así, a la luz de la luna! ¡Tan grande, y con el capullo tan brillante!

Elena se mordía el labio inferior entre los dientes con visible excitación. Lo que no pasó desapercibido a Gonzalo, que se decidió a aprovechar la ocasión.

¡Tómalo ahora! ¡Es tuyo! - dijo él.

Y ella se estremeció y sintió cómo se desvanecían sus defensas cuando Gonzalo dio un paso adelante y la estrechó entre sus brazos, haciendo que su verga golpeara contra su vientre mojado.

Elena gimió una débil protesta cuando él cogió una de sus manos y las colocó sobre su polla. La sintió latir poderosa entre sus manos. Levantó la vista para decirle con su mirada que le gustaba y vio en los ojos de él el mismo destello del deseo. Su cuerpo se arqueó contra él por instinto y su camisón de seda se pegó a él.

Te quiero follar... Estos días no he podido dejar de pensar en ti. Le decía él al oído en medio de la excitación.

Elena le pedía que no dejara de susurrarle esas tentadoras palabras al oído, y se sorprendió a sí misma pidiéndole que la follara.

Él estaba muy excitado, sus manos recorrían de una a otra parte el cuerpo de Elena arrancando el placer con sus expertas caricias. Ella sentía que nadie la había tocado así antes, nadie la había excitado de esa forma y Elena sólo podía seguir sus instintos. Se quitó el camisón y se tumbó boca arriba sobre la arena.

Gonzalo se hincó de rodillas, entre las piernas de Elena, y empezó a lamer la superficie de su salada piel. Primero se con la punta de la lengua en los preciosos y erectos pezones, trazando círculos, haciendo que el cuerpo de ella se estremeciera y se arqueara de placer. Luego fue bajando, dando suaves lametones por su vientre, hasta su inquieto conejito. Besó los labios vaginales y empezó a meter la punta de la lengua en la caliente y mojada vagina de Elena. Con destreza, Gonzalo fue hurgando cada vez en aquella rajita agradecida, excitando el clítoris, arrancando gemidos de placer de Elena, que tomó la cabeza del hombre y se la apretó contra su sexo, demandándole mayor dedicación, hasta que llegó a un prolongado orgasmo.

Entonces Gonzalo se echó encima de ella y empezó a besarla en la boca, con desesperación, haciendo que Elena sintiera el sabor salado de su propio cuerpo y de su sexo. Cogió su empalmada verga y la metió con facilidad dentro del coño de Elena, que soltó un gemido de placer cuando sintió que entraba hasta el fondo.

Él empezó a menearse dentro de ella, arrancándole el máximo placer. Metía y sacaba su polla, dejando unos instantes sólo la punta del pene rozando los labios, de forma excitaba a Elena enormemente, y que la hacía pedirle, fuera de sí, con gritos ahogados, que se la metiera más.

Gonzalo sacudió dentro de ella varias descargas de leche y permaneció dentro aún un rato más, esperando a que remitieran los contoneos de placer Elena.

Cuando la excitación de sus cuerpos se hubo calmado, Gonzalo se salió del interior cálido de Elena y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Elena tenía la espalda y el culo llenos de arena.

Vamos al agua. – Dijo él al tiempo que tiraba de la mano de Elena hacia la orilla.- Hay que lavar ese culo y ese coñito.

Se metieron hasta la cintura y él empezó a lavarla. Cogía agua en sus manos y se la echaba a Elena por los hombros para luego frotar con suavidad su espalda, sus pechos. Cuando hubo eliminado todo vestigio de arena, Gonzalo metió la mano bajo el agua y se entretuvo en sus espléndidas nalgas.

Elena estaba encantada con aquel delicado baño. Se estaba dejando hacer como una niña pequeña, aunque el sobresaliente pene de Gonzalo que asomaba su punta fuera del agua, le devolviera la conciencia de que se trataba de un juego de adultos.

Gonzalo empezaba a hurgar en el secreto agujerito de ella, buscando algún escondido grano de arena, mientras lo encontraba o no, sus dedos, bajo el agua, se iban introduciendo lentamente dentro del culito de Elena, que soltaba gemidos de gusto. Cuando Gonzalo exploró aquella preciada cueva, la hizo avanzar unos metros hacia la orilla, hasta que el agua cubría sólo hasta las rodillas de ella, y se puso detrás, para empezar a meter su rejuvenecida polla dentro de aquel culito. Se agarró a las tetas de ella, empezó a apretarlas como si estuviera exprimiendo con delicadeza un limón, y por atrás fue dejando que la punta de su capullo fuera haciendo su trabajo de exploración.

A Elena nunca le habían dado por atrás y sintió una mezcla de temor y ansiedad al notar la polla de Gonzalo pugnando por penetrarla. Él notó la repentina tensión de Elena y le susurró al oído que se relajase, que no le haría daño.

Te gustará. Ya verás. – Le tranquilizaba Gonzalo, sin dejar de empujar su pene hinchado en el agujerito de ella.

Elena ya estaba notando la sensación de calor dentro de su culo junto a un gratificante frescor en sus nalgas, palmeteadas por el agua en un ligero oleaje que se estaba sincronizando con las rítmicas embestidas de Gonzalo.

Poco a poco, aquella tranca imponente se fue adaptando en el interior del culito de Elena que estaba empezando a gozar de aquella intromisión, arrancándole grititos para mayor excitación de Gonzalo, que aceleró el ritmo de sus embestidas hasta que soltó una nueva corrida, esta vez dentro del culito de Elena, que agradeció con profundo suspiro de placer la nueva experiencia.

Creo que será mejor que regresemos a nuestros apartamentos, antes de que un paseante nocturno nos encuentre así. – dijo Gonzalo mientras salía del cuerpo de Elena y se enjuagaba su polla en el agua.

Aún tenemos por delante una semana ¿verdad? – preguntó Elena esperando confirmar los cálculos que había hecho de la estancia de Gonzalo y su mujer en la isla.

Me temo que no. Nosotros habíamos reservado sólo una semana. Nos vamos mañana. –Se lamentó Gonzalo, mientras a Elena se le desvanecían las esperanzas de continuar unos días más con aquella nueva relación.

Entonces, esto es un adiós.

No tiene por qué serlo. Vivimos a menos de dos horas de distancia. Y yo tengo que ir al menos una vez por semana a tu ciudad.

¿Vendrías a verme? – Preguntó Elena con una voz que sonó infantil.

Claro. No deseo otra cosa.

Dejaré un sobre a tu nombre en la recepción del hotel, con mi dirección y el número de mi teléfono móvil.

Elena le dio un beso en los labios a Gonzalo, cogió su camisón mojado y lleno de arena y marchó desnuda hacia su apartamento, mientras él la veía alejarse admirado de su sensacional belleza.

 

 

15/05/04 [ carlos_62@wanadoo.es ]