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Mi cuñada Raquel 6: otra vez humillada

en No Consentido

Mi cuñada Raquel 6: otra vez humillada

Volví a aquella discoteca de las afueras de la ciudad una semana después. Me ha costado meses de terapia entender las razones que me hicieron volver a aquel antro, pero ya no importa, forma parte de mi pasado y he aprendido a vivir con ello.

Mi cuñada Raquel y yo nos habíamos encontrado, como en otras ocasiones, en el piso de Sonia, una amiga suya, divorciada, que pasaba la mayor parte del día en el trabajo y que amablemente dejaba las llaves a Raquel para nuestras citas clandestinas.

Estábamos en el sofá de la sala de estar, yo, sentado, y Raquel echada, con su cabeza apoyada en mi regazo. Quiso contarme cómo acabó la historia de su última experiencia sexual con aquel ligue de discoteca que la había llevado a la caja de carga de un camión y la había sodomizado y obligado a realizarle una felación contra su voluntad.

Pensarás que estaba loca, pero lo cierto es que inventé una excusa ante mi marido para escaparme de nuevo el viernes siguiente por la noche a aquella discoteca. Aquella humillación había tenido el efecto de una nociva droga que engancha desde el principio. Sabía el riesgo que corría pero necesitaba volver a ver al cerdo que me había tratado de aquella manera tan salvaje. No podía quitarme de la mente el olor a fruta podrida y el sabor repugnante de su polla, ni tampoco podía evitar que aquellas imágenes me produjeran una extraña excitación. Quería más. Ya lo había vaticinado el cabrón aquel: "ahora te duele, pero ya verás como dentro de unos días vendrás como una perra a pedirme más".

Me incomodaba escuchar la continuación de aquella historia que me excitaba porque no me parecía correcto disfrutar con el relato de una humillación en la que mi amada cuñada había sido la víctima.

Allí estaba, acodado en la barra como esperando a que yo, u otra madurita insatisfecha fuera a buscarlo. Me vio llegar pero esperó a que fuera yo la acudiese a donde él estaba. Me recibió con un "buenas noches, mamita" y me estrechó contra su cuerpo cogiéndome con una mano el trasero y con otra la cabeza, dándome un beso en la boca y metiéndome su gorda lengua. Su aliento apestaba a cerveza. Cuando acabó de morrearme dijo cuánto le gustaba mi boca, haciendo inclinar mi cabeza con su mano para que mirara en dirección a su abultado paquete.

Se acabó de tomar la cerveza y le indicó al camarero que yo pagaría las consumiciones, que, a juzgar por el importe, tuvieron que ser numerosas aquella noche. Me tomó de un brazo y tiró de mí hasta la salida y, como la semana anterior, me condujo hasta los aparcamientos. Yo deseaba volver al escenario de aquel sucio camión, pero esa vez no estaba allí y la intención de aquel macarra de barrio era otra.

Cuando estuvimos en el hueco de una plaza de aparcamiento vacía, entre vehículos estacionados, bajo la potente luz de una farola, dijo "aquí mismo". Yo no estaba dispuesta a padecer semejante humillación de forma casi pública, así es que me volvió de repente toda la cordura que había perdido la última semana y le repliqué que regresaba a casa, que no quería nada con un tipo tan cerdo como él. Pero eso lo excitó más aún. Me llamó "perra" y me gritó que me iba a dar lo que había venido a buscar.

Se quitó el calzado, los pantalones y los calzoncillos, dejando al descubierto el descomunal aparato que yo tan bien recordaba y me empujó para que me tumbara el asfalto. Cuando estuve así, estirada boca arriba, me arrancó la ropa violentamente, la falda, las braguitas, la blusa y el sujetador, dejándome en el suelo desnuda y a su merced. Yo estaba aterrada, la cabeza me daba vueltas como en un tiovivo y creí que me iba a desmayar de un momento a otro.

Se echó sobre mí con todo su peso y empezó a lamerme todo el cuerpo con un poseso, la boca, las tetas, el vientre. Yo notaba su enorme palo golpeándome y mojándome. Cuando se bajó hasta mi coño y empezó a chuparlo con desesperación, fui incapaz de sentir otra sensación que no fuera miedo. Mi cuerpo se contraía ante la acometida de aquel salvaje, y él debió darse cuenta porque de repente cambió de actitud, me dijo que no gozaría si estaba tan tensa, y me tomó por los hombros para que me incorporara. "Apóyate contra ese coche" me ordenó. Quedé sentada y él se plantó, hincado de rodillas frente a mí, con su tranca amenazante a la altura de mi cara y me obligó a chupársela. Le tuve que coger los huevos, que no me cabían en una mano, y apretárselos fuerte como él me pedía, y pasarle la lengua a todo su rabo antes de metérmelo en la boca.

Como la vez anterior, aquel energúmeno no se conformó con que me metiera la punta de su capullo, me estiraba de los pelos para hundir su polla cada vez más en mi garganta. Me dolía la comisura de los labios de abrir tan forzadamente la boca y me venían arcadas que no me veía capaz de contener. El muy cerdo estaba aguantando de lo lindo, retrasando la eyaculación mientras disfrutaba de aquella mamada humillante.

Cuando por fin se corrió, sin avisarme, abundantes chorros de leche caliente inundaron mi boca y mi garganta. No pude superar tanto asco y vomité, por poco casi encima de su polla, pero él se apartó y yo devolví a un lado, junto a una rueda del coche estacionado.

Me iba a incorporar del suelo para marcharme pero él no me dejó, me anunció que todavía no había llegado lo mejor. Me puso contra el capó del coche, de espaldas a él, y empezó a lamerme con deleite el coño y el culo. Yo estaba muy tensa, no podía relajarme en aquella situación. Temía, además, que en cualquier momento nos pudiera ver alguien. Yo no dejaba de mirar alrededor, vigilante de que nadie se aproximara. Pero él notaba mi tensión y profundizaba con su lengua en mis orificios para derribar mis defensas, hasta que lo consiguió. Su dedicación en mis agujeritos estaba consiguiendo excitarme, y mi cuerpo se relajaba cada vez más para facilitar sus acometidas.

Dejó de importarme que alguien me viera de aquella guisa y me concentré en disfrutar de aquella brutal mamada. Pero cuando me tuvo así, completamente indefensa, lanzó un silbido y al instante apareció, de entre los coches estacionados, un muchacho que no debía pasar de los 15 años. "Saluda a mi hermanito, puta" me dijo.

Aquel chaval era un poco más bajo que él y estaba más bien obeso. Mi dominador no me dejó incorporarme, me obligó a continuar en aquella posición expuesta, esperando a que su hermano se preparara. Cuando el muchacho se sacó la polla de la bragueta no dudé en que debían de ser hermanos porque el tamaño de su miembro también era de proporciones mayúsculas. Le dijo que me la metiera por el coño, que ya estaba "en su punto", y a mí me ordenó que disfrutara de la polla virgen de su hermanito.

Entró de un solo impulso. Mientras el mocoso se lo hacía conmigo, él se recostó a mi lado en el capó del coche, metiéndome mano en las tetas y los dedos en la boca para que se los chupara como si fueran su verga. La enorme polla de su hermanito golpeaba dentro de mí, haciéndome daño a cada sacudida, pero por suerte, su inexperiencia le hizo correrse enseguida. Lanzó un fuerte suspiro y la sacó de mi coño.

Cuando se disponía a meterla de nuevo en sus pantalones, el hermano mayor le reconvino, y le dijo: "no irás a dejar que la señora no acabe su faena", y acto seguido me obligó a que se la chupara. "Límpiale la verga a mi hermanito, puta".

Me puse de rodillas frente al gordito para chupársela, pero el otro me ordenó que me pusiera como un perrito, a cuatro patas. Yo sabía lo que estaba a punto de suceder pero no me veía con fuerzas para resistirme o huir, así es que le hice caso. Me puse en posición, destrozándome las rodillas contra el suelo, y empecé a mamársela al pequeño monstruo mientras el mayor me la metía sin ningún tipo de consideración por detrás, por el culo, y me exprimía las tetas y estiraba de los pezones como si estuviera ordeñándome. El enorme pedazo de carne flácida que era la polla del menor enseguida recuperó sus fantásticas dimensiones dentro de mi boca. De tanto en tanto yo miraba hacia arriba y comprobaba cómo el pequeño cerraba los ojos de puro placer que le estaba produciendo mi felación.

Por atrás, el mayor de los hermanos me embestía como un loco, arrancándome gritos de dolor. Yo rezaba porque aquello acabara pronto, le suplicaba que me dejara ya. En esto que apareció allí otra persona, un viejo que al parecer se disponía a subir a su coche y que al oírme gritar de dolor se imaginó una violación y se encaró con los jóvenes: "¿Qué hacéis bestias? ¡Parar!". Pero mi sodomizador, sin dejar de follarme el culo, se le volvió y amenazó al viejo con partirle la cara si no los dejaba en paz. Además, se permitió el lujo de replicarle "No ve que es nuestra putita. Si no le gusta lo que ve, lárguese de aquí".

El pequeño que por unos instantes había sacado su polla de mi boca, volvió a meterla cuando comprobó que su hermano mayor controlaba la situación. El viejo se metió en su coche y se quedó allí, mirando por la ventana, sin duda, haciéndose una paja a costa de mi humillación.

Primero se corrió el hermano mayor, descargando su leche dentro de mi culo, e instantes después, el pequeño, que la sacó a tiempo para eyacular contra mi cara, la boca, los ojos y el pelo, poniéndome toda perdida con su semen.

A lo lejos se empezaron a escuchar voces de gente que salía de la discoteca, así es que decidieron dar por finalizada aquella sesión. El mayor de los hermanos recogió del suelo mis braguitas desgarradas y se las entregó al otro, diciéndole que eran su primer trofeo con las tías, y se marcharon del lugar entre risas, dejándome allí, sucia, desnuda y dolorida.

El viejo del coche me echó una mirada, como sopesando sus posibilidades, pero se conoce que descartó que yo pudiera darle más placer del que ya le había dado contemplando cómo me follaban, puso en marcha el auto y se largó de allí. Así es que me puse la falda y la blusa como pude y volví a mi coche para venir a este piso de mi amiga, porque, tal como estaba no podía regresar a casa.

Raquel me dijo que había aprendido de forma amarga la lección, y que superar aquel trance le costó semanas de terapia y situaciones muy tensas en su matrimonio, porque su marido no se explicaba su comportamiento. Me confesó que el mejor antídoto fue llamarme por teléfono e iniciar nuestra apasionada, aunque prohibida, relación.

¿Por qué pensaste en mí? – Le pregunté.

No debería decirte esto, pero la manera en que mi hermana habla de ti, fue creando una imagen muy positiva, tanto en el plano sexual como en el afectivo. Y he comprobado sobradamente que estaba en lo cierto. Haces que me sienta amada cuando lo hacemos. Has conseguido que me respete a mí misma a pesar de lo que hacemos, como cuñados, esté socialmente mal. – Cuando dijo eso yo le dio un beso en los labios-. Mi amiga Sonia, la dueña de este piso, también tiene mucha culpa de que te llamara aquella mañana.

¿Qué tiene que ver Sonia? – Pregunté. Hasta entonces, para mí Sonia sólo el nombre de una amiga cómplice de mi cuñada.

Ella no cree en el psicoanálisis. Es más práctica que todo eso. Fue ella la que me animó a llamarte. Yo le había contado el interés que habías mostrado por mí los primeros años, y cómo te rechacé porque estabas casado con mi hermana. Sonia me hizo un diagnóstico casero, me dijo que lo que me pasaba es que tenía un amor frustrado y reprimido por mi cuñado. Que debía saber si aún existía aquel deseo y, si lo había, satisfacerlo. "No seas tonta. Si no lo haces tú lo hará otra. ¿O crees que le será fiel a tu hermana siempre?"