miprimita.com

El Jardín Prohibido de Carla (3 y último)

en Jovencit@s

El jardín prohibido de Carla (3 y último).

 

Anteriores relatos de Carla en:

http://www.todorelatos.com/relato/19908/

http://www.todorelatos.com/relato/20794/

La afición de Carla por la autosatisfacción había ido en aumento, hasta el punto de haber encargado a través de Internet un consolador de considerables dimensiones para intentar mitigar el deseo de ser penetrada por una potente verga, sin los inconvenientes que las relaciones extraconyugales suelen acarrear.

Era sábado por la tarde, habían pasado los tres días anunciados por el vendedor como plazo límite de entrega del "juguete" de uso adulto, y Carla ya desesperaba de tenerlo antes del próximo lunes, cuando llamaron a la puerta y se encontró con la sorpresa que el vecino de la casa de al lado le traía un paquete etiquetado con un escandaloso adhesivo rojo donde se leía: "material para adultos".

Buenos días, perdone que la moleste. Soy su vecino. El cartero dejó ayer este paquete por error en nuestro buzón, y creo que es para usted. ¿Carla Hidalgo, no?

Sí, debe ser para mí, gracias. – Y tendió la mano para recoger el paquete, ruborizándose al leer la llamativa etiqueta.

Tome. – Le entregó el paquete a la vez que le lanzaba una sonrisa que a Carla le disgustó porque la interpretó como un gesto inapropiado de complicidad.

Gracias. – Dijo secamente Carla, esperando que tras la despedida, su vecino desapareciera pronto de su vista.

Por cierto. Aún no había tenido tiempo de presentarme: me llamo Alan Quesada. Espero que algún día puedan venir usted, su marido y sus hijos a nuestra casa.

No tenemos hijos. – Terció Carla.

Nosotros sí: un chico, Gabriel, de 15 años.

Carla sintió un repentino sofoco al oír hablar del vecinito al que había espiado mientras se pajeaba y al que ella misma había provocado sus lúbricas maniobras exhibiéndose impúdica en su jardín.

Se lo diré a Pablo, mi marido. Seguro que le encantará la invitación. Es usted muy amable. – Dijo Carla, agradeciendo de fríamente la invitación.

En cuanto al seto de separación,… - Al oír esto, Carla se estremeció, imaginándose que su vecino pudiera conocer algún detalle de lo ocurrido días atrás en el jardín.- Si me permite que se lo comente ahora. Lo pusimos mientras su vivienda ha estado desocupada. No hemos querido poner una valla de obra hasta consultarlo con los nuevos propietarios. Y ahora que ya están ustedes instalados, espero que podamos hablar del tema.

De acuerdo, pero a mí ya me está bien el seto. – Dijo Carla aliviada.

¿Lo dice de verdad? Mire que nosotros tenemos un perro un tanto rebelde y en más de una ocasión lo hemos sorprendido pasándose a su jardín. – Carla pensó "¡si usted supiera!" - Lamentaríamos mucho que le estropeara las plantas o que la pudiera asustar. No hace nada, pero no a todo el mundo le gustan los animales.

No se preocupe por eso. Me gustan los perros, y si lo sorprendo con mis plantas se lo diré. Si hace falta, ya pondremos remedio. De todas formas, ya se lo comentaré a mi marido.

Con aquella caja en las manos, que contenía un formidable consolador, y después que el vecino le mencionara a su masturbador hijo adolescente y al perro lamedor de semen – quién sabe si también lamedor de su rajita -, Carla tenía ganas de quitarse de encima a aquel tipo y probar su flamante aparato.

Buenos días. Ha sido usted muy amable. Ya le diré a mi marido que nos pasemos una tarde.

Buenos días, señora.

A Carla le faltó tiempo para desenvolver el paquete y sacar el esperado consolador. Estaba encantada con la compra: 20 centímetros de largo y 6 de diámetro, de látex, simulando a la perfección una impresionante verga y sus duros testículos.

Preparó un baño perfumado, se desnudó y se metió dentro del agua con su particular "patito de goma". Se sentó en la bañera y fue deslizando sus manos enjabonadas por toda la superficie de su piel y en las hendiduras íntimas y familiares de su cuerpo,

Incrustó el pene de látex, por la parte inferior, en el grifo de la ducha, consiguiendo un ajuste casi perfecto que permitía sujetar firmemente el juguetito. Carla, de tanto en tanto, atraída por la majestuosidad de aquella verga, lo frotaba con sus cremosas manos como si lo estuviera masturbando, y se sorprendió a sí misma hablándole al trozo de plástico como si de un verdadero varón se tratara.

¿Quieres que te la chupe?

Y Carla enjuagaba con agua el impertérrito pene y se ponía a cuatro patas dentro de la bañera, inclinándose hasta que sus labios se posaban sobre la punta del capullo y empezaba a metérselo en la boca, chupándolo con suavidad, como si temiera hacerle daño. Mientras, con sus dedos Carla exploraba sus íntimos rincones, pasando simultáneamente del culito al coño.

Cuando estuvo suficientemente excitada y sus agujeritos convenientemente lubricados, se incorporó de la bañera, abrió ligeramente las piernas y se puso justo encima del improvisado adorno del grifo, que apuntaba infalible a la entrepierna rasuradita de Carla.

Ahora dejaré que me folles ¿Vale, cariño? – Le consultaba Carla al invisible hombre que mostraba tales atributos.

Y Carla se fue agachando lentamente, dejando al principio que el capullo sólo rozara sus labios vaginales, y después fue dejando que la penetrara. Carla estaba encantada con su juguete dentro de ella. Se agachaba y se levantaba lo necesario para que aquella sintética polla fuera haciendo un extraordinario trabajo de excitación. La mujer, que se sujetaba fuertemente con una mano a la mampara del baño, hurgaba con los dedos de la mano libre su húmedo culito, regalándose una increíble sesión de placer.

Cuando acabó de correrse, Carla, agradecida, besó con dulzura la punta de su cumplidor nabo, degustando el sabor de sus propios jugos. Después lo lavó, lo secó con una toalla y lo dejó sobre un taburete del baño, todo ello con una delicadeza como si tratara de un bebé.

Estaba encantada con su nuevo amante y ansiosa por explorar nuevas experiencias a su lado. Le fascinaba aquella presencia fálica y como prueba de reconocimiento, lo dejó sobre el sillón favorito de su marido, permitiendo que aquellos 20 centímetros de látex usurparan en su ausencia el lugar reservado al cornamentado cónyuge

Los días eran cada vez más largos, se acercaba el verano y la noche tardaba en llegar. Carla aprovechó aquella luminosa tarde de mayo para disfrutar de su jardín. Y no pudo evitar, después de regar sus plantas, asomarse al seto de enebro para mirar al jardín vecino: no había nadie. Así que decidió invitar a su imaginario a disfrutar con ella en la hamaca.

Entró en la sala y volvió al jardín con su trofeo entre las manos, tomó asiento y enseguida empezó a frotar su sintético pene por debajo del vestido contra la tela de sus braguitas, buscando la hendidura de su rajita.

No podía evitar mirar hacia el tramo de seto por donde se escurría el perro de los vecinos y donde, en una y otra dirección, como espía y como espiada, había sentido la excitación del voyeur.

Poco a poco fue levantando la goma de la entrepierna de sus braguitas y haciendo que el pene de plástico se acercara a su ansiado destino. Primero la punta y después el resto de la polla fue penetrando con facilidad en su interior. Carla no dejaba de contonearse sobre la hamaca, aquel aparato insensible le estaba produciendo una maravillosa follada. Tenía el rostro casi desencajado de puro placer, cuando vio moverse el seto y a una persona junto a la obertura, pero ya no podía parar. Aceleró los movimientos del consolador dentro de su coño con la esperanza de acabar antes de ser sorprendida por sus vecinos. Pero llegó tarde. Rocco, el retriever de los vecinos, entró en su jardín y se plantó delante de ella con la lengua fuera, en una actitud juguetona.

Carla se quedó helada. Dejó de maniobrar dentro de su rajita y sintió miedo de hacer algún movimiento que atemorizara al can. En esto que el adolescente hijo de los vecinos, Gabriel, asomó la cabeza y llamó a su mascota, pero éste se limitaba a mirar hacia el seto cuando oía su nombre pero no se movía de entre las piernas de Carla.

Al final, Gabriel optó por entrar al jardín para llevarse a su perro. El muchacho estaba tan ruborizado por la vergüenza como Carla, en aquella posición indecentemente vulnerable. El chico tiró de la correa del perro para apartarlo, pero el animal se resistía. En un momento que el chucho se alejó un poco de su entrepierna, Carla aprovechó para sacar su juguetito mojado del coño. Cuando Rocco vió aquel pedazo enorme de plástico de color encarnado y olores sexuales, saltó hasta las manos de Carla y se lo arrebató con la boca, mordiéndolo y corriendo hasta su jardín con el preciado trofeo entre sus fauces.

El chico y Carla se quedaron frente a frente, enmudecidos por la incomodidad de la situación. Finalmente, Gabriel rompió el silencio para disculparse por la travesura de su perro.

Carla recobró cierta entereza y le replicó:

¿Sólo te vas a disculpar por las travesuras de tu perro? ¿Tú no has hecho nada de lo que disculparte?

Gabriel volvió a enrojecer. Era obvio que la mujer le había sorprendido en alguna ocasión espiándola. Pero Carla, al ver la reacción de timidez y de arrepentimiento del chico, intentó suavizar la situación, explicándole que no tenía demasiada importancia, que es normal que los chicos de su edad tengan curiosidad por ciertas cosas.

Pero el muchacho quería disculparse de todos sus pecados, y le confesó que la primera vez que la vio metiéndose los dedos, dormida, no pudo evitar la tentación de entrar en su jardín para mirar en primera fila tan extraordinario espectáculo, y que llegó a ponerse entre las piernas de la señora con la intención de lamerle allí, como había visto hacer miles de veces en las revistas porno, pero que no se atrevió y que se volvió a su casa antes de que ella despertara. Después, le contó a Carla, tuvo que hacerse una paja, mirando una de aquellas revistas, pensando en lo que acababa de ver.

¿Te gusta lo has visto? – Preguntó directamente Carla al chico.

Sí, señora. Está usted muy buena.

Gracias por el cumplido pero si me llamas señora me harás sentirme muy mayor. ¿Te parezco muy mayor?

No. Me gusta.

¿Quieres acabar lo que ha estropeado tu perro? – Le preguntó, a la vez que se quitaba las bragas, se abría de piernas y mostraba su increíble coño al estupefacto muchacho.

Y entonces el chico se puso a cuatro patas, con la cabeza entre las piernas de la mujer, frotó su boca contra el sexo de Carla, mojándose la cara con los líquidos de ella, y por fin acertó a meter la lengua dentro de la rajita, lamiendo como un perrito hasta que consiguió que Carla echara un profundo suspiro de placer mientras le temblaban las piernas de estremecimiento.

Después lo hizo pasar a su casa, le preparó una merienda y ambos se conjuraron para no decirle nada a nadie. Si era capaz de guardar el secreto, Carla le había prometido a Gabriel, proseguir con sus enseñanzas.

 

 

06/06/04 [ carlos_62@wanadoo.es ]