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Juegos de campamento

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Juegos de campamento

Lo que empezó como la tradicional narración de historias de miedo en torno a la hoguera nocturna en el campamento de verano, se convirtió en una sorprendente experiencia sexual con dos muchachitas.

Era mi primer año como monitor de colonias. Tenía 19 años y la intención de pasármelo bien en plena naturaleza además de ganar un dinero extra para pagarme los estudios de la universidad. En mi concepto de pasármelo bien incluía el propósito de enrollarme con alguna de las compañeras monitoras. Especialmente con Claudia, no estaba nada mal, y estaba seguro que encontraría la oportunidad para llevármela a la cama – bueno, al saco de dormir -.

En el campamento de verano había unos 30 chicos y chicas, todos con edades comprendidas entre los 14 y los 16 años. Monitores, éramos 6: 3 hombres y 3 mujeres. Cada uno se responsabilizaba de una actividad diaria y de un grupo de 5 chicos o chicas. A la hora de dormir, cada grupo de 5 dormía en una tienda de campaña y los monitores dormíamos en dos tiendas: los 3 hombres en una y las 3 mujeres en otra.

La segunda noche yo oficiaba la ceremonia ritual del fuego de campamento. Había divido a aquellos jóvenes castores en tres grupos. Al primero le había ordenado que recogiera y cortara la leña para la hoguera, al segundo que preparara la cena y el tercero se quedó conmigo, en la tienda de campaña donde dormíamos los monitores, para preparar algunos juegos y sorpresas para amenizar la noche.

En el reducido y selecto grupo que se quedó conmigo estaban dos de las chicas más traviesas del campamento. Desde que llegaron el día anterior, no pararon de insinuarse, echándome miradas indiscretas y cuchicheando entre ellas entre risitas cómplices.

La más extrovertida de las dos colegialas, Rebeca, era una rubita más bien baja y rellenita, con unas buenas tetas y un culito tentador. La otra, Leticia, era algo más alta y delgada, con el pelo negro recogido en dos graciosas coletas. Aunque su cuerpo no era tan voluptuoso, tenía unas tetas pequeñas y bien formadas y una cara preciosa, en la que destacaban unos grandes ojos verdes y unos labios carnosos. Leticia parecía más tímida que su amiga.

Mi plan nocturno era el siguiente: Repartiría a tres de mis pupilos, otras tantas historias de terror, expresamente escogidas para generar miedo en el grupo, que tenían que aprenderse para poder explicarlas – con espontaneidad - a la luz de la hoguera como si fueran experiencias conocidas. Se trataba de historias urbanas, basadas en difusos hechos reales, que provocan mucho más miedo en la audiencia que no las típicas historias góticas de fantasmas y muertos.

A dos de ellos – un chico y una chica -, sin que lo supieran los demás, les indiqué lo qué tenían que hacer durante los relatos para aumentar el temor en los otros. Era fácil, durante el último relato, que trataba del rapto y asesinato de un joven, el chico elegido debía escurrirse disimuladamente entre los matorrales y esperar escondido unos minutos antes de volver a escena irrumpiendo ruidosamente para asustar a sus compañeros; la chica debía afectar mucho nerviosismo, alertando a los demás de que su compañero ya no estaba allí. El suspense debía durar unos minutos, suficiente como para crear, junto con las historias de terror, el clima adecuado para los juegos nocturnos.

A los demás de mi grupo de actividad, entre los cuales estaban Rebeca y Leticia, les hice creer que a los tres primeros y a los dos siguientes les había asignado un juego diferente para amenizar la noche, y con ellos preparé otro típico juego de campamento que consiste en marcar un camino, en las piedras y en los árboles, con señales fosforescentes, para seguir una ruta nocturna con linternas.

Lo que ellos no sabían era que la pintura que estábamos utilizando no era fosforescente y que el camino marcado no se distinguiría por la noche, el que resaltaría sería el que yo había marcado al mediodía y que llevaría a una tortuosa y larga travesía nocturna.

Durante el tiempo que estuvimos marcando las piedras y árboles del inútil sendero, las dos chicas no se separaron de mi lado, se retrasaban constantemente en los tramos más difíciles para que yo les ayudara, dándoles la mano o empujándoles desde atrás. En una de las ocasiones, a la rubita se le escapó un pícaro comentario cuando la cogí de la cintura para ayudarla a bajar de un montículo. Y la morena, que llevaba una camiseta ajustada, sin sujetador, rozó en dos ocasiones sus duros pezones contra mi espalda, haciendo como si se tropezase contra mí empujada por su amiga. Sin duda aquellas dos me estaban poniendo muy caliente.

Ya de noche, en torno a la hoguera, mientras cenábamos, tal como estaba previsto, mis elegidos empezaron a relatar, con natural espontaneidad, sus relatos. De vez en cuando, alguno decía alguna tontería o chillaba para asustar a los demás. Son los comportamientos típicos para evadirse del miedo. Pero lo mejor estaba por llegar, cuando durante el último relato la chica indicada rompió a gritar como una posesa. En el silencio de la noche aquellos gritos eran espeluznantes incluso para los que sabíamos que era un montaje. Ni que decir tiene que el ardid surtió efecto y que por unos minutos se produjo una gran tensión, tensión que acabó de estallar cuando el desaparecido irrumpió de un salto junto a la hoguera, gritando.

Al final, todo fueron suspiros de alivio y risitas nerviosas: la primera parte de la noche había sido un éxito. Ahora quedaba la segunda, el paseo nocturno con linternas.

Rebeca y Leticia, que no estaban al caso de las historias de terror y del numerito del muchacho perdido, fueron de los que más padecieron la tensión y el miedo del momento. Se sentaron junto a mí ante la hoguera, una a cada lado, y cuando comenzaron los relatos noté cómo me tomaban del brazo y se apretaban a mi cuerpo cada vez con mayor fuerza. Yo notaba su miedo en el contacto con mi piel y un cierto placer en estar dando mi protección a aquellas dos traviesas muchachitas.

Lo que yo no me esperaba es que la experiencia fuera tan intimidadora que hiciera que en el momento de iniciarse la ruta nocturna con las linternas, las dos chicas insistieran en quedarse en su tienda y ahorrarse nuevas sorpresas. Los chicos no podían quedarse solos en ningún momento, así es que, aunque Claudia se ofreció voluntaria para quedarse con ellas, me quedé finalmente yo por sentirme de alguna manera responsable y porque sabía que Claudia, al fin y al cabo, también estaba asustada y no les ayudaría nada su presencia.

Así fue como me quedé aquella noche de canguro de las dos adolescentes, mientras los demás se aventuraban por una ruta que les llevaría a perderse durante más tiempo del que ellos preveían.

En cuanto nos quedamos solos, Rebeca adujo unas repentinas ganas de dormir y se echó en el suelo, sobre una esterilla, apoyando su cabeza sobre mi muslo derecho. Leticia no se soltaba de mi brazo izquierdo y se recostaba sobre mi hombro. El fuego de la hoguera se estaba consumiendo, pero otro fuego empezaba a encenderse dentro de mí.

Rebeca se fue acomodando sobre mi regazo como si fuera una almohada, con su cara prácticamente apoyada sobre mi bulto, que iba creciendo dentro de mis pantalones hasta el punto de dolerme. La muchacha se había dado cuenta de lo que había provocado y, para mi sorpresa, empezó a besuquearme la tela donde apretaba mi dura polla y los huevos. Era una sensación muy agradable.

Por su parte, Leticia no quiso ser menos, y su abrazo se fue haciendo cada vez más cálido. Ronroneaba como una gatita apretando su cara contra mi pecho y me ofreció sus labios para que la besara. Y yo no me pude resistir, y empecé a besarla con pasión en su deseable boquita mientras su amiga me estimulaba abajo.

No fue necesario que yo me molestase demasiado, me limité a ser obediente a los deseos de aquellas dos mujercitas. Rebeca me desabrochó el cinturón y me bajó los pantalones y los calzoncillos, dejando mi ilusionado pene, orgullosamente libre y preparado para satisfacerlas. Leticia se sumó a la estimulación directa. Mientras ella me la acariciaba y nos besábamos en la boca, Rebeca empezó a pasar su lengua por mi capullo, a besarme con suavidad y a metérsela finalmente en su boca. Cuando hubo probado las primeras mieles de mi pene, se intercambiaron las tareas, y fue Leticia la que se puso a mamármela de forma increíblemente efectiva, succionando mi polla de forma que entraba y salía de su boca como si la estuviera follando. En los besos de Rebeca pude notar el sabor de mi propio semen.

Aquellas adolescentes me estaban haciendo el hombre más feliz de la tierra.

Las dos se quitaron sus camisetas y me dejaron masajear y chupar sus tetas y sus pezones, mientras ellas seguían con sus manos y sus boquitas ordeñando mi polla que estaba a punto de estallar. Cuando estaba preparado, les advertí que me corría, pero Leticia, que era la que estaba aplicada en mi verga, hizo oídos sordos y dejó que descargara dentro de su garganta, para fastidio de Rebeca que amonestó a su amiga por no haber dejado que fuese ella quien acabara la mamada.

Les dije que no se preocuparan por eso, que había para las dos. Les pedí que se tumbaran sobre las esterillas, una al lado de la otra, desnudas, y me puse a comerles el coño simultáneamente, a la vez que con las manos les masajeaba las tetas. Ellas también ayudaban en los masajes, acariciándose los pechos una a la otra, de una forma que no hacía más que aumentar mi excitación.

No me había planteado si eran vírgenes o no. Antes de seguir, les pregunté, y sus risas como respuesta fueron suficiente para entender que ya tenían experiencia. Así es que me dispuse a follarlas a las dos. Primero me puse encima de Rebeca y se la metí hasta el fondo, mientras con los dedos hurgaba en el conejito mojado de Leticia. Estuve haciendo metiéndola y sacándola dentro de aquel coñito cálido hasta que solté una buena descarga de leche. Entonces me puse sobre Leticia y la cabalgué mientras con mis dedos jugueteaba en el receptivo culito de Rebeca. Me costó soltar la tercer corrida casi seguida pero valió la pena para satisfacer a aquellas dos niñitas que se prometían pasar, a mi costa, el mejor campamento de sus vidas.

Cuando regresaron los demás, magullados y cansado, maldiciéndome por preparar un camino tan escarpado, yo les pedí que no gritaran para no despertar a las dos muchachas estaban en su tienda durmiendo como dos angelitos.

06/06/04 [ carlos_62@wanadoo.es ]