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Natalia (4 y último)

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Natalia (4 y último)

 

Anterior relato de la serie:

http://www.todorelatos.com/relato/20995/

Eligió a la hija. Entre Teresa, la madre, y Natalia, la hija, Carlos eligió seguir con la segunda y desde aquel momento su vida fue un auténtico deporte de alto riesgo. A los problemas habituales que comporta la trasgresión de los convencionalismos morales en toda relación entre un adulto y una adolescente, se añadía el cerco que Teresa, la madre de Natalia, estaba estrechando en torno a la subversiva pareja.

Teresa había dejado de insistir con llamadas de teléfono y mensajes de correo electrónico. Carlos se había acostumbrado a encontrársela esperando a la puerta de la oficina o incluso al salir de su casa. Por eso tenía que extremar las precauciones cada vez que se citaba con Natalia.

Carlos no cesaba de dar argumentos a Teresa para enfriar su relación, pero ella no parecía darse por aludida. Teresa sabía que había otra mujer – a parte, por supuesto, de la esposa – y no iba a parar hasta que Carlos le confesara la verdad o a descubrirla por ella misma. Y él, temía que la insistencia de su amiga acabara por desvelar que la secreta amante no era otra que su propia hija.

Natalia, por otro lado, tampoco ponía mucho de su parte para evitar aquella insostenible situación. Cada día exigía una mayor atención de su maduro galán. Se había aficionado a llamar a Carlos cuando estaba en su domicilio, simulando la voz para no ser reconocida como una jovencita, haciéndose pasar por una compañera de trabajo de Carlos.

Además, Natalia se comportaba de un modo más infantil, y peligroso. Pero el morbo del riesgo a ser descubierto en una relación prohibida no hacía más que añadir fuego a la pasión entre Carlos y Natalia, que cada vez se encontraban con más frecuencia y de forma más ardiente.

¿Cuánto mide? – Preguntó Natalia, refiriéndose al rabo de Carlos que tenía entre las manos.

No lo sé con exactitud. – Respondió desconcertado el hombre- No me lo he medido nunca.

Eso sí que no me lo creo. – Dijo ella de forma concluyente, como si supiera de cierto que todos lo hombres conocen su medida de pene de igual forma que la de sus zapatos o camisas. – Los tíos estáis obsesionados con esas cosas. No hay más que entrar en Internet y ver la cantidad de productos que ofrecen el milagro del alargamiento del pene.

Vaya. Veo que no sólo ves vídeos porno. También navegas por páginas guarras en Internet. – Comentó Carlos, percatándose que hasta aquel momento no había pensado demasiado en las aficiones eróticas que podía tener su lolita cuando no estaba con él.

A nosotras también nos gusta mirar. – Dijo Natalia con voz insinuadora.- ¿De verdad que no sabes cuánto te mide la polla?

Supongo que unos 16 centímetros… Pero ¿por qué me preguntas esas cosas?

Curiosidad. – Contestó con expresión infantil.- Mi amiga Verónica dice que la de su novio ¡mide 22 centímetros de largo y más de 6 de diámetro!

Estará orgullosa de su semental.

¡Ya te digo! – Y añadió, para demostrar que ella también estaba contenta con lo que tenía.- Yo también estoy orgullosa de la "mía".

Gracias, por la parte que nos toca. – Aceptó Carlos, refiriéndose en plural a él y a su pene.

De todas formas…, no creas que te vas a escapar: he traído una cinta de medir. – Sentenció Natalia a la vez que sacó del bolso una cinta métrica de costura ante la sorpresa de Carlos – Te la voy a medir ahora. Venga cariño – dijo dirigiéndose a la verga de su hombre - ¡Ponte bien gordita para mí!

Las palabras y las intenciones de Natalia de medirle el pene, como si se tratase de un sastre que toma medidas para un traje o de un alumno realizando un experimento escolar, excitaron enormemente a Carlos, quien se dispuso a colaborar gustosamente en el proyecto. Le pidió a Natalia que estimulara su órgano para conseguir las mejores dimensiones y esta respondió aplicadamente, llevándosela a la boca y mamándosela de la forma más sensual que sabía, haciendo que la punta del capullo rozara contra sus morritos y succionándolo como si estuviera penetrando un coño. De vez en cuando dejaba de chuparla y, dirigiéndose a Carlos, le preguntaba: "¿Así está bien?" Pero él le pedió que siguiera con aquellos trabajos preliminares hasta que su polla hasta a punto de reventar y entonces la animó a que la midiera.

Natalia cogió la cinta de costura y la alargó desde los huevos, contra los que apretaba un extremo, hasta la punta del nabo.

 

¡17 centímetros! – Exclamó encantada por el resultado- Y ahora, la envergadura. – Y rodeó la cinta en la parte más gruesa del agradecido pene de Carlos para conseguir la siguiente medición.- ¡5 centímetros y medio de diámetro! … No está mal.

¡Qué!… ¿He aprobado?

No sé, no sé… Está un poco justito. – Expresaba sus dudas Natalia, burlándose de Carlos.

Es un instrumento para dar y recibir placer. ¿Acaso tú no disfrutas con él?

Sí… pero Verónica dice que no hay nada como que a una le metan un buen salami de más de 20 centímetros. – Y entonces Natalia se echó a reír.- Eres tonto ¡Trae aquí!.

Cogió de nuevo la polla y se la metió en la boca con apasionada determinación, mamándola mientras con una de sus manos estrujaba los huevos de Carlos, que enseguida destilaron una espléndida corrida dentro de la boca de su predilecta pupila.

Después, Carlos se sentó en una mecedora y puso a Natalia horcajadas sobre sus piernas, de cara hacia él, y se entretuvo mordisqueándole y lamiendo los frutales pezones y estimulando su rajita hasta que notó los hilos de humedad rezumando y entonces se la metió hasta el fondo, abrazándola con fuerza mientras ella cabalgaba con su tiesa verga dentro como una amazona sobre un caballo desbocado. El placer que debía sentir era tan intenso que los gritos de Natalia sonaron con estruendo fuera de la cabaña.

Cuando acabaron de amarse, Carlos se puso a preparar algo de a comida, mientras Natalia se quedó en el dormitorio trasteando por los armarios y la cómoda de la habitación.

Natalia se paseaba por la cabaña vestida con la camiseta de Carlos a modo de camisa de dormir, entrando y saliendo de la cocina para enseñarle a su maduro amante los descubrimientos que iba haciendo en los cajones de los anfitriones de la casa. A Carlos no le gustaba aquel exceso de confianza en la casa de su amigo, pero no podía por menos que sonreír con las ocurrencias de su pequeña.

Uno de esos descubrimientos de la muchacha fue el de una peluca de pelos acrílicos, negra y brillante, que parecía parte de un disfraz de carnaval. Se la puso para ver cómo le quedaba y se la dejó puesta al comprobar que Carlos pareció excitarle verla convertida por unos instantes en otra persona. Así es que, profundizó en aquella transformación y, además de la peluca, se pintó los labios con un escandaloso carmín rojo, se rasgó los ojos con lápiz negro, se empolvó la cara con talco y, finalmente se colocó alrededor del cuello un ordinario y pomposo collar de bisutería, ofreciendo, en conjunto, la imagen de una muñequita.

A Carlos le resultó especialmente excitante y estaba deseando tomar a aquella muchachita que jugaba a ser por unos minutos la mamá de la casa, pero optó por tomar primero fuerzas con la comida que ya estaba lista sobre la mesa.

Cuando estaban sentados a la mesa, comiendo, llamaron a la puerta. Carlos dudó en abrir. No en vano no estaba en su propia casa y su compañía no podía ser del dominio público, así es que le pidió a Natalia que se ocultara en la habitación mientras él comprobaba quién llamaba a la puerta.

Su sorpresa fue mayúscula cuando detrás de la puerta apareció Teresa.

¡Eres un cerdo! – Le espetó a la cara Teresa sin mediar otra palabra antes y dejando a Carlos sin saber cómo reaccionar ante aquella aparición.

Teresa… - Acertó a decir él, como si acabara de reconocer a su amiga en la imagen de aquella visita.

¡Cómo has podido traicionarme así!

A Carlos se le vino el mundo encima. Era la peor de sus pesadillas: Teresa había descubierto que tenía una relación con su adolescente hija. Y aunque muchas veces había pensado qué haría cuando llegara esa ocasión, ahora se encontraba sin ningún argumento, totalmente desarmado.

¿Quién es ella? ¿La conozco? – Preguntó Teresa, trayendo una mayor confusión a la mente de Carlos.

¿Qué quieres decir? – Preguntó él sin saber exactamente qué estaba pasando, intentando ganar tiempo para su mente recobrara la capacidad de pensar.

Quiero saber con quién te acuestas.

Ahora lo veía con claridad: Teresa no sabía que la mujer con la que estaba era su hija Natalia. Y se abrió un poco de luz en la brumosa espesura de la culpa que asfixiaba a Carlos. Pensó que si Natalia era capaz de no fastidiarlo todo haciendo acto de aparición, él conseguiría que Teresa se fuera de la cabaña y podría posponer su confesión para un momento más propicio – probablemente "nunca".

Pero la niña traviesa que no acaba de madurar que era Natalia no pudo evitar asomarse a la puerta de la habitación, dejando que su madre la viera durante unos instantes. Ambas mujeres se cruzaron la mirada. Carlos, en medio de las dos, imploraba porque el suelo se abriera a sus pies y se lo tragara. Todos los temores que le habían asaltado desde que inició su prohibida relación con Natalia se le materializaban ahora de golpe, como un deslizamiento de piedras por una ladera que caen sin remedio sobre su cuerpo inmóvil.

Lo realmente sorprendente estaba aún por llegar. Natalia volvió a la habitación, y Teresa lanzó un lamento: ¡lo siento! Se dejó caer en la mecedora en la que momentos antes habían cabalgado su hija y su amante e imploró perdón a Carlos y a su jovencita novia.

Carlos dudaba sobre lo que estaba pasando allí. ¡Teresa se estaba disculpando por molestar a su hija y su amante!

Me siento avergonzada, Carlos. Te quiero y pensaba que tú también me querías. – Teresa estaba llorando desconsoladamente y Carlos se había quedado de pie en mitad de la sala, sin saber qué debía hacer.- No tengo ningún derecho sobre ti, sé que puedes estar con quien quieras. No estamos casados. Y aunque lo estuviéramos, conozco las reglas del juego: nosotros hemos hecho lo mismo a espaldas de nuestras respectivas parejas.

Yo también… lo siento. – Empezó a disculparse Carlos, aunque sin saber exactamente de qué estaba pidiendo perdón.

Por favor, espero que perdones mi estupidez. – Dijo Teresa a la vez que se levantaba y se dirigía a la puerta para marcharse, y añadió, alzando la voz en dirección hacia la habitación.- Señorita, espero que disculpe mi intromisión.

Era imposible, era increíble. Teresa no había reconocido a aquella chiquilla pintarrajeada y con peluca postiza a su propia hija.

Cuando la madre marchó, Natalia salió llorando desconsolada de la habitación, con la pintura de los ojos dibujando lágrimas negras en su cara y con los labios espantosamente descoloridos alrededor de la boca. Se abalanzó hasta Carlos, estrechándolo con todas sus fuerzas, y ambos fundieron sus bocas que sabían más que nunca a culpa y a pecado.

 

[Espero que os haya gustado, en conjunto, esta serie de 4 relatos sobre Natalia. Gracias por vuestra atención y por vuestros votos].

 

31 de mayo de 2004 [ carlos_62@wanadoo.es ]