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La visita de mi sobrina Olivia

en Amor filial

LA VISITA DE MI SOBRINA OLIVIA

Desde que vinieron hace dos días, de vacaciones al pueblo, ella no ha dejado de insinuárseme. Se llama Olivia, es la mayor de las sobrinas de mi esposa, tiene 21 años y es francamente hermosa. Ha venido para quedarse un días en el pueblo y poder enseñarle a su marido en lugar en que nació y en el que todavía vive parte de su familia.

Como Ana y yo vivimos en la casa que era de los abuelos y estamos solos – no tenemos hijos -, normalmente los familiares que vienen de la ciudad se alojan con nosotros. Nosotros, por nuestro trabajo – tenemos una negocio de productos agropecuarios -, a penas si podemos movernos de aquí, por eso nos resulta grato tener esas visitas durante el verano y, aunque menos, también algunas Navidades.

Olivia hacía bastantes años que no había venido. Creo que todavía vivía la abuela y vino con sus padres y su hermano. Tendría unos 13 ó 14 años. Ya entonces me quedé prendado con ella. Era una jovencita preciosa pero ni punto de comparación con la voluptuosa hembra en que la habían convertido los años. Cuando la vi de nuevo antesdeayer, se me antojó que era una auténtica belleza latina, con larga melena negra de cabellos ondulados, ojos grandes y castaños, boca de labios carnosos, curvas sinuosas, unos pechos generosos, culo muy bien formado y unas caderas anchas que se cimbrean al andar y que obligan a cualquier mortal a girarse a su paso.

Ayer domingo, en la piscina, estuvo todo el tiempo jugando conmigo como si fuera todavía una chiquilla. Me echaba agua a la cara, me retaba a ver quién nadaba más rápido o quién aguantaba más tiempo dentro del agua, pero lo que verdaderamente me puso a cien era cuando se sumergía y buceaba por entre mis piernas, agarrándose del interior de los muslos para impulsarse, su espalda, sus nalgas y sus piernas se rozaban al pasar con mis agradecidos, aunque encogidos, testículos.

Cuando se cansó de bucear me pidió que yo hiciera lo propio y que la levantara a horcajadas para poder lanzarse al agua desde encima de mis hombros. El tacto bajo el diminuto tanga de su sexo en mi nuca era una sensación muy turbadora.

Su marido, Valentín, parecía estar familiarizado con la conducta tan extrovertida y descarada de Olivia y parecía no inmutarse ante el comportamiento de su mujer. Mi esposa, en cambio, que como tenía la regla estuvo todo el rato tumbada en una hamaca sin perder detalle de lo que su sobrina y yo hacíamos, estaba ostensiblemente disgustada a juzgar por la cara de desaprobación que me lanzó en cuanto salí del agua.

Por fortuna, Olivia le pidió a su marido y no a mí que le untara la crema bronceadora por el cuerpo, porque de lo contrario no sé cómo hubiera respondido Ana. Mi erección en esos momentos era muy difícil de disimular, así es que tuve que permanecer más tiempo de lo aconsejable, bocabajo, más aún cuando Olivia se desabrochó el sujetador del bikini para que su marido le echara crema por la espalda y pude contemplar por unos instantes, antes de que se pusiera también bocabajo, sus fabulosas tetas.

Aquella noche, se conoce que la pareja tuvo una intensa sesión de sexo porque estuvieron golpeando el tabique de la habitación de invitados con la cabecera de la cama durante un espacio de tiempo que se me hizo interminable imaginándome en pleno funcionamiento el deseado cuerpo de Olivia.

Mi mujer, desvelada y nerviosa también por el numerito de la habitación de al lado, consciente de mi excitación de aquel día, se apiadó de mí y me relajó la terrible erección que tenía con una eficiente masturbación.

A la mañana siguiente, Ana se levantó temprano y se fue a hacer unas compras, mientras yo me quedé desayunando y la parejita aún dormía. A los pocos minutos de salir mi mujer, Olivia apareció en la cocina, vestida con una camiseta muy ajustada que resaltaba su monumental busto y unos pantaloncitos cortos de dormir, anchos y de tela muy liviana, que permitían una visión de sus nalgas y de su morena mata de pelo al mínimo movimiento.

Bueno días.

Buenos días, tío. – Dijo en un tono muy cariñoso a la vez que me propinaba un tierno beso en la mejilla y se sentaba a mi lado.

Es muy temprano ¿Qué haces levantada a estas horas? – Le pregunté, pensando "con lo cansada que debes estar después de pasarte media noche haciéndolo con tu marido".

El olor a café recién hecho… El café es mi droga.

También la mía – Le dije, con una voz que me salió ligeramente temblorosa, probablemente turbado por la proximidad de sus pechos, de los que no podía apartar la vista por más que me esforzara.

Olivia se percató de mi azoramiento. Me miraba fijamente a los ojos como si estuviera escudriñando mis pensamientos y me hablaba suave y a unos palmos de mi cara, como si estuviéramos intimando.

¿Sólo o con leche? – Acerté a preguntarle, después de llenar media taza de café.

Pónmelo solo y yo me echaré la leche. – Respondió mientras cogía la leche condensada y se le llevaba junto a los labios para tomarla directamente del bote. – ¿Te importa? – Me preguntó, pidiéndome permiso para tomar la leche de esa forma.

No. Adelante. – Y añadí – Si te gusta más así.

Olivia cogió el bote y para no chuparlo lo puso a unos centímetros de su boca, dejando que el hilo de leche condensada le cayera sobre sus labios entrecerrados. La imagen que ofrecía, poniendo morritos para que la leche le untara los labios y después relamerse con la punta de la lengua, era muy sugerente, y ella debió de advertir mi interés en su maniobra porque giró un poco la cara para mirarme y se sonrió. En ese momento de falta de atención en lo que hacía, la leche le chorreó un poco por la nariz, alrededor de los labios, por la barbilla... Dejó el bote y soltó unas risitas de niña mala, con la cara embadurnada de leche.

No se limpió. Se quedó mirándome, como sorprendida por mi permanente atención hacia ella.

Tíito ¿Qué miras? – El apelativo cariñoso de tío sonó provocativo, como todo lo que hacía.

Tu cara. ¡Si te vieras en un espejo!

Ya me estoy viendo en un espejo: no dejas de mirarme y me veo en tu mirada.

¿Y qué ves? – Me aventuré a preguntar, con miedo de que pudiera ver el deseo en mis ojos, la libidinosidad de imaginarme que aquella leche que salpicaba su cara era la réplica de muchas otras caras de fotos porno que había visto, de hermosas modelos a las que les habían corrido en la cara después de una mamada.

Veo que me miras con deseo, igual que hace siete años ¿Te acuerdas?

Me acuerdo, pero eras una niña…

Olivia se sonrió de forma maliciosa como diciendo: sí,sí, ya, una niña. Y entonces se llevó un dedo índice a la cara, lo untó con un poco de la leche condensada que la manchaba y se lo metió en la boca de forma inequívocamente sensual. Me tenía hipnotizado. Tenía que seguir para ver en qué acababa aquel excitante juego y le pregunté:

¿Y qué más ves?

Veo que te gustaría acabarte la leche que me mancha la cara. – Y cuando dijo esto último, volvió a llevarse un dedo, esta vez a la nariz, y cuando lo tuvo untado de leche lo chupó como si estuviera haciéndole una mamada.

No pude resistirme a aquella inesperada invitación y empecé a besarle y lamerle la cara, la barbilla, los labios. Introduje mi lengua en su boca y ella me devolvía los besos azucarados por el sabor de la leche. Le levanté la camiseta, dejando al descubierto sus preciosos, y con la boca llena de dulzor empecé a mamarle los pezones, grandes y duros. Aquello era una locura: su marido o mi mujer podían entrar en cualquier momento. Éramos tío y sobrina – aunque no carnales. Y la palabra carnal inundó todos mis pensamientos ¿No era carnal? Claro que era mi sobrina carnal: las carnes prietas de su culo, sus pechos carnales, sus labios carnosos, la carne de mi verga queriendo entrar en su carnal agujero. Quería saciarme de su carne, comérmela a besos.

Olivia estaba disfrutando con mis besos y mis ávidos lametones, pero era evidente que quería más. Estaba muy caliente y ella misma se bajó los pantaloncitos y me ofreció, en mi singladura por la superficie de su cuerpo, su afelpado coño. No me lo pensé dos veces me arrodillé en el suelo y me hundí entre sus piernas. Su rajita estaba húmeda y caliente y su sabor ya no era el de la leche, aunque también sabía a néctar de los dioses. Pero Olivia no quería que su tiíto se quedara sin la leche del desayuno y cogió de nuevo el bote y derramó unos hilos sobre su vagina. La lamí hasta la extenuación mientras con los dedos hurgaba bajo su culo, acariciando el excitante puente que conecta los dos íntimos agujeritos.

Ella estaba fuera de sí, retorciéndose de placer sobre la silla, estirándome de los pelos para que aumentar el ritmo de mi mamada, hasta que su cuerpo se estremeció y dejó de estirarme del cabello y me besó la frente como muestra de agradecimiento. Pero no se acabaron ahí las pruebas de su agradecimiento. Me pidió que me sentara, me bajó los pantalones del chándal, cogió mi verga dolorida por el calentón que llevaba, y después de rociármela con un poco de la bendita leche, me hizo una mamada sublime, aunque, desgraciadamente para mis deseos, breve, porque mi semen no tardó nada en salir a chorro, descargando dentro y fuera de su boca, adornándola con la misma apariencia que había tenido minutos antes.

Cuando acabamos, nos quedamos quietos, mirándonos embobados como dos enamorados. Ella con su cara embadurnada de leche y yo con una sonrisa agradecida mientras mi polla colgaba libre del pantalón. En esos instantes, mi mujer asomó por la puerta de la cocina y nos dio los buenos días, quedándose ahí, sin entrar. Olivia y yo nos quedamos aterrados, sin saber qué hacer. Nos había sorprendido.

Pero la escena dramática no se desató. En seguida nos dimos cuenta que el mantel de la mesa de la cocina le impedía a Ana ver que ambos estábamos desnudos de cintura para abajo, y al ver que Olivia tenía aún el bote de leche condensada en las manos y la cara toda salpicada de viscosidades blancas, no se le ocurrió otra cosa que regañar a su sobrina por tomar así la leche. Dejó la cesta de la compra a la puerta de la cocina y me pidió que metiera yo las cosas en la nevera y en la alacena mientras ella iba al lavabo a cambiarse.

Olivia y yo no pudimos dejar de reírnos ante la cómica situación mientras nos componíamos la ropa. Durante los siguientes días que duró su estancia en mi casa porque, como era de prever, la escena de Olivia con la cara manchada de leche fue objeto de comentario gracioso en sucesivas conversaciones con su marido, o por teléfono, con su madre. Olivia y yo, obviamente, también nos reíamos.

El resto de los días en que Olivia estuvo en el pueblo no volvimos a disponer de un rato a solas, por lo que nos tuvimos que contentar con miradas cómplices y algún que otro roce en la piscina o bajo la mesa del comedor. No estaba dispuesto a que se fuera así sin que hubiéramos tenido ocasión de profundizar algo más en nuestra afectuosa relación familiar, por eso, la última noche, le pedí que nos viéramos en la cocina, de madrugada, cuando nuestras parejas ya estuvieran durmiendo. La espera fue eterna. Temía que Ana me echara en falta de la cama y bajara para ver si estaba en la cocina o el comedor. Pero por fin apareció Olivia, con una camisa de dormir pero sin nada más debajo.

¿Tiíto, me vas a hacer el desayuno?

Hubiese querido untarle todo el cuerpo de leche condensada pero ella tenía que volver a la cama con su esposo y difícilmente podría disimular la viscosidad y dulzura de su piel. Sin embargo sí me dejó pringarle un poco el coño, y se lo estuve lamiendo hasta que se corrió. Después, como despedida, se acodó sobre la mesa de la cocina, ofreciéndome el espectáculo de su hermoso trasero y de su lamida rajita y le metí mi verga por el coño, desde atrás y me agarré a sus tetas. Olivia no paraba de decirme con dulzura: sigue así tiíto, te quiero tiíto mientras yo la embestía con mi enardecida polla, loco de excitación.

Fue un polvo fantástico para una despedida. Desde entonces, los desayunos, nunca han vuelto a ser lo mismo.

 

14/07/04 carlos_62@wanadoo.es