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Tren de deseo (2 y último)

en Amor filial

Tren de deseo (2 y último)

 

Anterior relato sobre Sara:

http://www.todorelatos.com/relato/21082/

 

 

En cuanto finalizó las tareas en la cocina de la Universidad, antes de entrar en clase, Sara llamó a su hermano Paul.

Mientras fregaba los montones de platos de la jornada anterior, Sara no podía evitar las imágenes lúbricas que le venían a la mente cuando pensaba en su hermano. No estaba segura, pero creía sentir algo parecido a los celos, cada vez que recordaba que Paul había aprovechado que su madre estaba fuera esos días para meter en su casa, y en su cama, a una de sus amiguitas, sin importarle que ella pudiera escucharlos fornicando durante toda la noche.

Paul. ¿Ya estás despierto? – Preguntó Sara secamente.

Sí. Son más de las nueve. Claro que estoy despierto. – Y añadió, preocupado.- ¿Te pasa algo hermanita?

Me pasa que no voy a tolerar que otra noche me traigas a tus ligues a casa. – Contestó Sara ostensiblemente enfadada.

Oye, oye… pero quién te has creído que eres tú para decirme lo que puedo o no puedo hacer. Te recuerdo que soy tu hermano mayor.

Bueno. Ya lo sabes. – Sentenció ella antes de colgar la comunicación.

¿Sara?… ¡Sara!

Paul se quedó estupefacto ante la llamada de su hermana. No sabía qué pensar, si aquella bronca había sido fruto de una repentina asunción del rol de la mamá ausente por parte de Sara o, lo que era más probable, un ataque insólito de celos. Paul se dijo que, fuera lo que fuera lo que le pasara a su hermana, ya lo arreglaría a la noche, cuando volviese del trabajo. Pero, por si acaso, no tenía intención de invitar a ninguna amiga a compartir su cama.

A ambos les rondó por la cabeza la idea de evitar encontrarse aquella noche. Sara se moría de vergüenza sólo de pensar en la escenita de celos que le había montado a su hermano por teléfono. Mientras Paul, dudaba de sus verdaderos sentimientos hacia su hermana y de su inconfesable culpa por haber despertado conscientemente en Sara, desde que era una adolescente, el interés por el sexo, por su sexo.

Paul se decía a sí mismo que eso son cosas que pasan en todas las familias, que los deseos a veces se manifiestan sin que uno pueda evitarlo, que no hay mal en ello si no se va más allá del pensamiento. Pero se estaba mintiendo. Cada vez que seducía a una mujer, o la comparaba mentalmente con su hermanita, o disfrutaba pensando en el morbo que le daría que Sara lo estuviera observando. Desde que adivinó que su hermana lo espiaba cuando se metía en el baño, o cuando se pajeaba fantaseando con las braguitas de su madre - también con las de la propia Sara, pero sólo cuando ella estaba fuera de casa - Paul sentía un placer especial.

En una ocasión, hizo evidente antes los ojos de su hermana su flirteo con una monitora de campamento, convencido de que la curiosidad adolescente de Sara, acabaría por llevarla a espiarlo mientras follaba con aquella tía. Y estuvo en lo cierto. Sara no se percató, pero Paul vio cómo ella observaba con atención todo lo que ocurría en la cabaña. Aquel, por ese motivo, fue uno de los polvos más placenteros que Paul había tenido en su dilatada vida de fornicador.

Anoche, Paul forzó la misma situación. Entró en su casa a escondidas de su hermana, a su amiguita Jenny. La tía más caliente y con los orgasmos más ruidosos que había conocido jamás. En cuanto empezó a trabajar el cuerpo rellenito de aquella putita, Jenny no paró de gemir y gritar como una posesa, y era evidente que Sara estaría escuchando aquel concierto de placer, aunque no supiera que estaba hecho en su honor.

Dudaron, pero al final los dos se dispusieron a enfrentarse a sus fantasmas sexuales. Cuando Paul entró en la casa, Sara hacía escasos minutos que había llegado. Se cruzaron unos fríos "buenas noches", se fue cada cual para un lado de la casa, y sólo se volvieron a encontrar, una hora después, en torno a la mesa, para cenar un bocado.

Sara se mostró atenta con su hermano en lo referente a la comida. Le preparó una tortilla y le sirvió un vaso de zumo de naranja. Pero evitó toda referencia a las palabras de aquella mañana. Paul también estaba tenso, no sabía qué decir, ni siquiera, si debía decir algo.

Por fin Sara pudo romper el silencio.

Oye, perdona lo de esta mañana. No tengo ningún derecho a decirte a quién puedes o no puedes traer a casa. – Y añadió, ahora sarcástica – Vendrá tu novia esta noche.

No disimules. Tú sabes que la de anoche no era Marga.

No la vi. Sólo la oí gritar como un cerdo degollado.

¡Cómo te pasas! – Le reprochó Paul la comparación, aunque sabía que era un buen símil.- Era Jenny. Creo que la conoces.

¡Quién no conoce a la Jenny-muñeca-hinchable del instituto!

Pues ella siempre me ha hablado bien de ti. Creo que te admira. Jenny, aunque no lo parezca, es una buena chica, sólo que… - Y Paul se calló porque no quería entrar en detalles íntimos con Sara.

… sólo que le gusta más una buena polla que un caramelo a un niño. – Acabó la frase de forma libre Sara, con el propósito de enfadar a su hermano.

Al menos ella sabe lo que quiere. – Dijo Paul, arrepintiéndose de inmediato de lo que acaba de decir.

¿Qué has querido decir? – Interrogó a gritos a su hermano.- ¿Qué coño has querido insinuar con eso de que "ella sabe lo que quiere"?

Nada. – Musitó Paul, arrepentido, en voz muy baja.

¡Nada, no! – Continuaba gritando Sara.- ¡Quieres decir que yo no sé lo que quiero! ¿Verdad?

Sí. – Confesó él.- Creo que no sabes lo que quieres.

¿Qué te gustaría escuchar? – La pregunta no obtuvo respuesta e insistió.- ¿Qué te gustaría escuchar? ¡Que lo que quiero eres tú! ¡Que quiero acostarme con mi hermano!

La situación ya no tenía vuelta atrás. Sara estaba completamente ruborizada por la vergüenza y asustada por las consecuencias de su indiscreta pregunta. Paul, en cambio, se quedó lívido, casi petrificado, a pesar de estar confirmando sus sospechas.

Nadie se atrevía a seguir con aquella resbaladiza conversación, así es que Sara se encerró en su habitación y echó encima de la cama, rompiendo a llorar desconsoladamente.

Paul tardó en reaccionar, pero sintió la necesidad fraternal de consolar a su hermana, porque sabía que gran parte de culpa la tenía él por haber despertado el interés sexual de Sara, confundiéndola en un periodo tan delicado para la formación de las personas como es la adolescencia. Así es que entró en la habitación de su hermana, que estaba echada sobre la colcha enroscada sobre sí misma como un feto, y se sentó a su lado, en un extremo de la cama. Le pasó las manos por la cabeza y le estuvo acariciando la larga y negra cabellera negra de Sara, mientras ella seguía lloriqueando.

Pero Sara se fue liberando del lastre de la vergüenza que había sentido y empezó a notar el calor de las caricias de Paul. Ahora se sentía segura y protegida por su hermano mayor, como cuando era pequeña. Aquella evocación de su niñez fue seguida de inmediato por las lúbricas imágenes de su hermano apretando su paquete contra su culito, de su hermano masturbándose en la habitación de su madre, de su hermano follando con la monitora del campamento… Y no pudo evitar que su entrepierna se humedeciera y que sus pezones empezaran a erguirse y a ponerse duros y apetitosos como dos cerezas recién recolectadas. Y se dio la vuelta, quedando boca arriba sobre la cama, mirando a los ojos a su hermano, esperando que él leyera en su mirada lo mucho que lo había deseado, lo mucho que lo deseaba ahora, en ese mismo instante.

Paul, casi hipnotizado por aquella mirada tan desesperadamente intensa, empezó a desabotonar la camisa de Sara, muy lentamente, como si quisiera evitar que cualquier brusquedad rompiera el hechizo. Cuando hubo desabrochado la camisa y tuvo ante sí los hermosos pechos de su hermana cubiertos por un transparente sujetador, Sara le echó los brazos sobre los hombros y lo atrajo hacia ella para besarlo con pasión en la boca. Paul dejó caer su cuerpo sobre el de Sara y se dedicó con toda su alma a satisfacer a las, por tanto tiempo contenidas, necesidades de su hermanita.

Aquella noche, Sara gimió y gritó con tanto desenfreno o más que Jenny-muñeca- hinchable y se preguntó si a partir de ahora ella también se había convertido en otra zorrita de su hermano.

 

31 de mayo de 2004 [ carlos_62@wanadoo.es ]