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Las apariencias engañan: Ramona

en Hetero: Infidelidad

Segundo ejercicio literario acometido por un grupo de autores de TR. Si en el anterior el argumento principal fue un naufragio, en este lo son las falsas apariencias de recato y castidad de mujeres y hombres antes de casados.

Las apariencias engañan: Ramona.

 

Ramona y yo estábamos pasando un fin de semana en el campo, en un complejo de bungalows, junto con otros compañeros del trabajo de ella, y como ella y yo éramos la única pareja del grupo, para no hacer de menos a los demás – al menos esa fue la versión oficial -, optamos por dormir en habitaciones separadas. Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. Ramona compartía su habitación con su amiga Diana y yo con un tal Isidro, un chico nuevo en la empresa en la que trabajaba mi novia.

La verdadera razón de dormir en habitaciones diferentes era que nuestra relación estaba en una fase muy delicada. Llevábamos casi seis meses y yo aún no había conseguido los favores de Ramona, a pesar de mi insistencia. No se trataba de llegar virgen al matrimonio – me solía decir ella – sino de ir poco a poco. Pero yo no veía el momento en que Ramona me dejara pasar al siguiente nivel y me tenía que consolar pensando que el premio de disfrutar del magnífico cuerpo de Ramona bien valía la espera.

Por lo demás, el hecho de que yo estuviera allí, en una salida de compañeros de la empresa de ella, se debía a una mera cuestión de celos. No me hacía gracia que mi novia saliera todo un fin de semana con otras personas, hombres incluidos, por lo que le pedí que no hiciera esa excursión. Al final la cosa quedó en tablas: consiguió convencerme para que les acompañara yo también, en un gesto que resultaba incómodo, casi ridículo, porque yo iba a ser la única persona ajena a la empresa, pero que restablecía mi orgullo masculino herido.

El primer día había pasado con más pena que gloria. Durante la excursión que hicimos por la tarde, vi la ocasión de apartarnos del grupo para tener un rato de intimidad con mi novia y la aproveché, fingí un ligero cansancio - que fue motivo de bromas y de indisimuladas risitas de algunos de los amigos de Ramona – para quedarme con ella a solas.

Era un rincón maravilloso en que los árboles, junto al río, formaban una especie de refugio natural. Ver a Ramona en ropa deportiva, con la camiseta marcándole las espléndidas tetas, me había puesto a cien. Lo intenté todo, pero ella se escudó en que los otros estarían esperándonos, en que podría vernos alguien, y al final, después de mucho pugnar, sólo logré que me dejara verle fugazmente los pechos y que accediera a que les diera unos rápidos lametones.

No sé si aquello fue una buena idea o no, porque cuando nos incorporamos al grupo, Ramona tenía los pezones tiesos como dos pitones bajo la camiseta, para solaz de los tíos del grupo y comentarios variados de las amigas.

Por la noche, después de cenar todos juntos en el comedor del hotel, acompañé a Ramona hasta su cabaña y pude estar con ella un rato a solas. Lo intenté todo. Estaba absolutamente salido. Todos los meses de espera contenida se estaban precipitando aquel fin de semana y mis deseos de acostarme con mi novia eran ya irreprimibles, máxime después de haber visto cómo se la comían con los ojos sus compañeros de trabajo.

Estábamos sentados sobre su cama y empezamos a besarnos y a toquetearnos. Ramona también parecía estar acuciada por la necesidad sexual, porque por primera vez, noté que sus defensas eran más débiles y que me dejaba meterle mano sin que me sobresaltara a cada momento con sus "aquí no" o "ahora no". Me dejaba hacer y también se animaba a llevar la iniciativa. Sin insistirle como otras veces, llevó su mano a mi paquete y empezó a sobarlo con energía hasta que mi verga completamente empalmada sólo necesitó una leve ayuda para salir del pantalón del chándal y dejarse acariciar directamente por sus manos.

Yo le comía los pezones y le estrujaba con pasión las tetas y le frotaba el coño bajo las braguitas, notando cómo se humedecía la tela. Era increíble, por fin, empezaba a disfrutar de la pasión que Ramona me había reservado durante tanto tiempo.

Ella me estaba haciendo una paja mientras yo le empezaba a meter los dedos en su rajita. Ramona se dejaba hacer. Me encantaba notar cómo se retorcía de placer y cómo todo su cuerpo me estaba reclamando más. La eché sobre la cama y le bajé los pantalones y las bragas, dejando al descubierto su hermoso y hasta entonces, para mí, desconocido conejito. Yo también me desnudé y me puse sobre ella, con la polla completamente empinada que apuntaba con firmeza hacia el ansiado objetivo. Metí sin dificultad el capullo y me sentí en la gloria. Ramona parecía estar absolutamente entregada pero me equivoqué, aún tuvo reflejos suficientes como para recordarme que debía ponerme un preservativo. Idiota de mí, incrédulo de mis propias opciones aquella noche, no tenía ninguno encima. Intenté seguir con el mete saca, diciéndole a Ramona que no se apurase que la sacaría antes de correrme dentro, pero ella no me dejó seguir, me dijo que en su neceser que estaba sobre la repisa del lavabo, tenía una caja, y me invitó a cogerlos.

Salté de la cama directo a los condones, dando gracias a Dios por lo previsora que había hecho a mi novia cuando se oyó el ruido de la llave en la puerta y la voz de Diana saludando a Ramona al entrar en la habitación.

Yo no sabía qué hacer, me asomé y vi que Ramona se había tapado con la sábana y que le indicaba a Diana que yo estaba en el lavabo. Confié en que mi novia supiera quitarse de encima a la amiga pero me equivoqué. Ramona aprovechó aquella inoportuna intrusión para reafirmarse en su castidad, que había estado a punto de ser expugnada, y me trajo la ropa hasta el lavabo pidiéndome que me vistiera.

Aunque llegué a pensarlo, hubiese sido una tontería por mi parte hacerme fuerte en el baño para forzar que Ramona lograse invitar a su amiga a marcharse un rato, mientras nosotros acabábamos lo que habíamos empezado, pero mi novia no me dio ninguna opción, por lo que salí del improvisado refugio – nunca mejor dicho – "con el rabo entre las piernas". Diana se despidió de mí con una ostensiblemente sonrisa en la cara y Ramona y yo aún nos quedamos un momento en el porche de la cabaña.

En otro momento, en otro lugar, le habría pedido a Ramona, casi suplicado, que al menos, para no dejarme así, me hiciera una de esas maravillosas y eficientes pajas que tan pocas veces me había regalado y que hasta entonces eran todo un hito en nuestra relación sexual, pero Diana estaba presente y yo sabía que bajo ningún concepto mi novia iba a acceder a tal petición.

Desconsolado - en toda la extensión del término -, lamentando mi mala suerte, me entretuve caminando fuera del recinto. Llevaba casi media hora paseando sin rumbo fijo cuando la casualidad hizo que me parara a descansar en el asiento de un columpio que daba justo frente a la ventana de la cabaña que ocupaban Rubén y Leonardo, compañeros del trabajo de Ramona.

Desde mi posición no los podía ver, pero parecía que habían tenido visita y se les oía hablar animadamente. No le di mayor importancia, pensé que se habrían reunidos varios compañeros para correrse una juerga nocturna sin haberme dicho nada a mí, pero no me importó porque, a fin de cuentas, yo era un intruso y además, lo último que me apetecía era estar haciendo el indio con ellos. Pero al poco rato me pareció escuchar el sonido inconfundible de jadeos y gemidos de placer. A aquellos dos no me los imaginaba habiendo conseguido que ninguna de las chicas aceptara una invitación a su habitación - el comentario generalizado de las féminas es que eran "unos cerdos" -, por lo que supuse que estarían viendo una película porno. Aún así, me picó la curiosidad y me aventuré en acercarme hasta la ventana, con cuidado de no ser sorprendido espiándolos.

No daba crédito a lo que estaban viendo mis ojos: aquellos dos cabrones se lo estaban montando con mi Ramona. Ella, a cuatro patas en mitad de la habitación, se la chupaba a Leonardo mientras Rubén se la metía desde atrás de forma desenfrenada.

Ramona parecía haber hecho aquello toda la vida. Tenía a sus dos compañeros de trabajo fuera de sí. Cuando acababan corriéndose en una posición, ella misma se apresuraba a cambiar de postura para mayor disfrute de aquellos dos afortunados machos.

La cabeza me daba vueltas y una sensación de angustia se había apoderado de mí. Había perdido la noción del tiempo contemplando aquella ignominiosa orgía pero, en cualquier caso, me pareció una eternidad, una eternidad en la que mi novia le comió la polla a los dos y se dejó meter por delante y por detrás hasta que los dejó secos y exhaustos. Pensé que si se hubieran incorporado más tíos a la fiesta, Ramona habría podido con todos.

No entendía nada. Después de medio año de relación en el que Ramona no había parado de pedirme tiempo porque aún no estaba preparada, y ahora…, ahora resultaba que era una auténtica puta y que lo que a mí me negaba con obstinación a otros se lo regalaba "abiertamente".

Debí haberme apartado de aquella ventana pero asistí impávido a toda la sesión. Cuando acabó con ellos, Ramona se vistió, y salió de nuevo a la calle, mudada con la piel de recatada señorita.

Durante unos instantes no sabía si coger el coche y poner tierra de por medio para no volver a verla más, o enfrentarme a la realidad y pedirle explicaciones – como si lo que acababa de ver necesitara explicarse.

Al final, ofuscado, más por la ira de haberme perdido durante tanto tiempo las increíbles artes ocultas de mi novia que por la vergüenza de los cuernos recién descubiertos, me decidí a ir en su busca y "cantarle las cuarenta".

Cuando estuve delante de la puerta de su bungalow, oí cómo lloriqueaba y cómo su amiga Diana la consolaba. "No te pongas así, mujer. Ya no tiene remedio". Me intrigó lo que pudiera contarle a su amiga, así es que me quedé escuchando, primero detrás de la puerta y luego, junto a la ventana, donde además podía verlas.

Ramona le explicaba a su amiga, con pelos y señales, lo que – según sus propias palabras – "le habían hecho esos cerdos". Le narró desde el momento en que entró a pedirles el mapa de senderos para pasear conmigo a primera hora de la mañana, y cómo Rubén y Leandro empezaron a tontear con ella hasta que la convencieron para que se descubriera el pecho delante de ellos porque se habían apostado a que sus tetas eran de silicona y ella les demostró que eran bien naturales. Y de ahí, pasaron a toquetearla y no consiguió que pararan y se empezaron a calentar y le hicieron desnudarse del todo y entonces sí que perdió toda la dignidad que le quedaba y ellos se aprovecharon de ella.

"Manuel me ha dejado muy caliente esta noche. Cada día insiste más, me calienta… y mira, mira lo que ha conseguido". Manuel soy yo, y no daba crédito a la excusa que Ramona daba a su amiga para justificar su acto.

Mi novia contó a su amiga que primero se la chupó a Leonardo y que no le había desagradado pero que la segunda vez, a Rubén, le gustó más. También reconoció ante su amiga que no estuvo mal cuando le dieron por culo, pero que, por suerte, sólo le metieron la punta porque, sobre todo Leonardo, tenía el pene más grande que había visto jamás y seguro que le habría hecho mucho daño.

Diana le preguntó por su virgo y Ramona le contestó, en tono muy confidencial, que lo perdió a los diecisiete años con un amigo de su padre. Después de esa nueva revelación, esperaba que la conversación entre las dos amigas me desvelara también detalles de esa oscura historia pero Ramona no quiso hablar más, se perdió tras la puerta del baño y cuando regresó se metió en su cama y apagaron las luces.

Lo que quedaba de la noche se me hizo interminable y no conseguí pegar ojo. Aunque no estaba muy seguro de que fuera lo más acertado, resolví hacer como si nada y seguir el juego a Ramona, a ver hasta dónde era capaz de llegar.

El sábado se repitió la historia, no conseguí estar ni un momento a solas con Ramona y al final del día me despedí de ella dejándola en el bungalow con su amiga Diana. Esperé escondido a que hiciera de nuevo una incursión a la cabaña de sus amigos, pero no salió. Cuando estaba a punto de abandonar la vigilancia, observé cómo Leonardo y Rubén se presentaron furtivamente en la cabaña de Ramona. No pasaron de la puerta. Oí cómo discutían algo durante unos minutos y finalmente fue Diana quien salió y les acompañó hasta su cabaña, dejando allí sola a Ramona.

No sabía qué hacer, si aprovechar la coyuntura de que mi novia estaba sola e intentarlo por enésima vez o, como al final hice, comprobar qué se disponían a hacer aquellos dos con Diana en su bungalow.

Aunque Diana no llegaba al atractivo y la sensualidad de Ramona - era algo delgada para mi gusto, con poco pecho y un culo también escaso -, verla en acción con Leonardo y Rubén, repitiendo todas las escenas que mi novia le había relatado la noche anterior, me excitó al máximo y no pude evitar pajearme mientras contemplaba aquella orgía.

Contrariamente a lo que cabría esperar, después de ese esclarecedor fin de semana, no corté con Ramona. Sentía la estúpida necesidad de saber por qué se había comportado así conmigo y cómo acabaría todo aquello.

Poco a poco, como ella misma me había anunciado desde el principio, fue relajando sus limitaciones y dejándome disfrutar cada día más de sus extraordinarias dotes amatorias. De las pajas pasó a las mamadas – impresionantes -, me dejó acariciar su zonas más íntimas, pudimos hacer finalmente el amor cuando cumplíamos justo un seis meses de relación y, a partir de ahí, me dejó disfrutar de todos sus encantos – incluido su maravilloso culo - sin restricción alguna.

Fingir un noviazgo con cuernos consentidos para lograr los favores de Ramona era una cosa, pero casarme con ella era algo que no se me había pasado por la cabeza, sin embargo, su poder de convicción – y de seducción – fueron tan grandes que sucumbí y acepté una fecha para nuestro enlace.

La orgía con los dos tíos de su oficina no me la podía quitar de la cabeza, pero lo que verdaderamente me inquietaba era conocer la historia de ese misterioso amigo de su padre que la desvirgó.

Por extraño que pueda parecer, a dos meses de la boda, me las ingenié para que se organizara una nueva salida al campo. Quería ver cuán fiel me era Ramona a esas alturas de noviazgo, ahora que ya tenía quien la consolara de sus - por tanto tiempo reprimidos - deseos sexuales. Pero esta vez, ella no quiso que durmiéramos en habitaciones distintas, así que, sin decirme nada, dispuso que ocupáramos el mismo bungalow, por lo que, difícilmente podría suceder algo parecido a lo que pasó la vez anterior. Estaba equivocado, en parte.

Poco antes de la medianoche, cuando Ramona y yo nos disponíamos a meternos en la cama e iniciar una maratoniana sesión de sexo, llamaron a la puerta. Era Diana. No recuerdo qué excusa dio para presentarse allí a esas horas de la noche pero después de lo que pasó, ese detalle carecía de importancia. No hay palabras para describir aquel regalo anticipado de bodas. Se diría que las mujeres lo habían planeado porque sin preámbulos ambas amigas se desnudaron y se metieron en la cama invitándome a acostarme con la dos.

Cuando se marchó Diana, Ramona se sinceró conmigo, y me dijo que lo que acaba de pasar "me lo debía". Claro que no me confesó la verdad, sino que reconocía que quizás se había excedido al poner tantas limitaciones en nuestras relaciones sexuales y que lamentaba haberme hecho sufrir durante tanto tiempo. Pensó que me gustaría realizar uno de las fantasías de todo hombre y no le costó convencer a su amiga Diana.

El día señalado para la boda se acercaba y yo ya no tenía tan claro, tal como me había propuesto, que después de resarcirme por lo que Ramona me hizo aquel fin de semana fuera ahora a consumar mi venganza dejándola en el último momento.

Tener sexo con Ramona era la experiencia más maravillosa que podía concebir y aunque en el fondo sabía que no había excusa posible para su comportamiento de aquel fin de semana en el que me puso los cuernos, empecé a notar que cada día me importaba menos, si, al fin y al cabo, era conmigo con quien ella quería estar.

Así es que me dejé llevar por esa agradable ilusión de poseer a Ramona, me olvidé de mis propósitos de humillarla en el último momento y me casé con ella. Por si acaso, le pedí que dejara el trabajo en la oficina y que buscara un empleo cerca de casa, a lo que ella accedió después de valorar que, efectivamente, la oficina se encontraba muy lejos de nuestra residencia y que le llevaría todo el día en desplazamientos.

Nos casamos, tuvimos una bonita ceremonia y un memorable viaje de bodas a Cancún, e iniciamos nuestra feliz convivencia de casados, hasta que una sombra del pasado se cruzó en nuestro camino. Un mes después de la boda, Ramona encontró trabajo en un despacho de abogados, como secretaria. Está cerca de casa y la remuneración es más elevada que la del puesto anterior, pero lo que de verdad me inquieta es que el jefe es "un viejo amigo de su padre".

 

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De: CherieRamona@telefonica.net

Para: TitoJuanjo@hotmail.com

Tema: No sé estar sin ti.

Fecha: 14 de abril de 2004 - 04:42:10

He conocido a un chico. Manuel. Me lo encontraba cada mañana en la parada del autobús y al final, después de varias semanas, él mismo se me presentó un día, al otro me invitó al cine y, casi sin darnos cuenta, estamos saliendo.

No es normal que un chica de 22 años como yo no salga con nadie. He rechazado a muchos hombres los últimos años. Por ti, sólo por ti. Pero desde que me dijiste que no pensabas dejar a tu esposa y me insinuaste que las cosas "ya están bien como están", yo no podía continuar hipotecando mi vida.

Merezco tener una vida normal. Casarme, formar un hogar, tener hijos. Creo que Manuel puede ser la persona con la que aborde esa empresa, pero no puedo dejar de pensar en ti. Sé que lo abandonaría todo a la mínima señal que me hicieras y no quiero hacerle eso a Manuel. Sería injusto, él no tiene la culpa de nada. Por eso quiero ir poco a poco con él. Para darme tiempo a "desengancharme" de ti.

Aquel día de mi diecisiete cumpleaños encendiste en mí en fuego que no sé apagar. Necesito que me hagas sentir viva como sólo tú sabes hacerlo. No puedo, hoy por hoy, imaginarme haciéndolo con otra persona que no seas tú. Pero ardo de deseo. Manuel se entrega cada día más a esa misión que parecía imposible de sustituirte. ¡Si él supiera los verdaderos motivos de mi resistencia!

Te quiero, te deseo, te necesito, pero no sé si podré soportar más tu indiferencia. Este fin de semana voy a pasarlo con un grupo de compañeros y compañeras del trabajo. Manuel también se ha autoinvitado. Hay dos que llevan varios meses detrás de mí, como si fueran perros en celo. Son unos auténticos pervertidos y me han insinuado que podrían ofrecerme una experiencia única. ¿Qué te parece? ¿Sigues pensando que lo que haga con mi vida es cosa mía? Pues vale… Tú te lo pierdes, a partir de ahora otros tendrán lo que durante estos últimos cinco años te he reservado para ti solo.

Estás a tiempo de evitarlo. Llámame o devuélveme tu respuesta a este mensaje y seré tuya otra vez.

Tu Ramoncita.