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Todo gracias a mi madre

en Sexo Oral

Todo gracias a mi madre

Lara esperaba a que yo saliera del baño, sentada al borde la cama de mi habitación, distraída hojeando una de mis revistas de cómic erótico y dando ligeros movimientos de cabeza al ritmo de la música que escuchaba a través de los cascos del discman.

Ven a pervertirme con tus besos

Con tus artes de maestro consumado

Prometo ser sumisa y obediente

Abandonarme entre tus manos.

Ven a pervertirme con tus juegos

Que quiero doctorarme en tus pasiones.

Perderme en esos ritos tan prohibidos

Que encarecieron inquisidores.

Lara estaba de espaldas a la puerta y no me vio entrar a la habitación. Acompañaba con su voz la canción del disco de Malú que estaba escuchando, y por eso tampoco me oyó cuando me puse a su lado. Con las ganas que tenía de hacérmelo con ella, sólo faltaba que se pusiera a cantar unas letras tan calientes y que la pillara mirando mis más sobadas revistas de cómic erótico.

Estaba preciosa, con una faldita corta y una camisa blanca que transparentaba el sujetador, también blanco.

Ella creía que estaba esperando a que me acabara de arreglar para irnos al cine. Pero no era esa mi verdadera intención. Mi madre había salido con un nuevo amigo – estaba divorciada de mi padre desde hacía más de dos años- y me comentó que vendría tarde. Y yo le dije a Lara, para que no se temiera una encerrona, que mi madre estaba comprando en el Súper de abajo y que enseguida volvería.

Calculé que Lara y yo tendríamos unas 3 horas para nosotros solos. Tiempo suficiente, pensé, para ablandar sus defensas y disfrutar del sexo. Así es que me armé de valor y me planté totalmente desnudo ante Lara, orgullosamente empalmado gracias a los trabajos manuales de reanimación que tuve que hacerle a mi polla para que se sobrepusiera del temor al ridículo que podían depararos los siguientes episodios.

En una de las veces que Lara giró la cara hacia la puerta se encontró de frente con mi desafiante aparato apuntando a sus labios. Me apartó de su lado empujándome por la cintura, evitando tocar mi verga.

Pero ¿qué haces? ¡guarro! – Gritó Lara, sin percatarse que estaba elevando la voz al llevar los cascos puestos.

Estás gritando. – Le levanté uno de los auriculares del discman para pedirle que no chillara.

¿Qué te has creído? – Me preguntó casi en un susurro, enfadada.

Quiero que me la chupes.

¡Estás loco! No sé cuántas veces te voy a decir que yo no pienso hacerte eso.

Es algo natural. No va a pasar nada. – Dije intentando afectar normalidad en la situación, como un dentista a un niño que entra en su consultorio.

Será natural para vosotros, los tíos, pero no para mí. Yo no soy de esa clase de chicas.

Hasta entonces, no había conseguido de Lara nada más que unos apasionados besos, que me dejara acariciarle y chuparle las tetas, a penas que me mojara los dedos en su vagina y que, en tres ocasiones accediera a hacerme una paja, aunque una de las veces me dejó a medias porque estábamos en el cine y alguien inoportunamente se nos sentó a un lado, y otra vez fue un auténtico desastre porque no calculé bien las consecuencias de la corrida y lancé la leche a más de un metro del sofá de su casa, con tan mala fortuna que chorreó sobre unos libros del padre de Lara que estaban sobre una estantería y que limpiamos como pudimos.

Confieso que estaba obsesionado con que Lara me hiciera una mamada. Más incluso que de penetrarla. Supongo que es culpa de tanta revista de cómic porno, pelis X y fotos de Internet, pero lo cierto es que tal acto de entrega femenina, de sumisión, me atraía poderosamente y poblaba mi imaginación de agradables fantasías.

Lara me pidió que me vistiera y que nos fuéramos al cine, que mi madre estaba a punto de llegar. Entonces yo le confesé mi plan infalible de quedarme a solas con ella y que le aseguré que mi madre tardaría horas en llegar y que por tanto no debía preocuparse por eso.

Intentaba ganarme su confianza para volver a intentar que se dejara hacer. No creía poder soportar más fracasos. Y en ello estaba cuando se oyó un manipular de llaves en la puerta de entrada, risas, la puerta que se abría, el portazo, y los pasos en el pasillo: era mi madre con su nueva cita. Al parecer, también había pretendido engañarme a mí para quedarse a solas con su conquista.

No estaba dispuesto a que mi madre me pillara así, desnudo, y por un momento me puse tan ostensiblemente nervioso por la situación ridícula que se podía producir de un momento a otro si mi progenitora entraba en la habitación que a Lara le dio por echarse a reír. La hice callar, tapándole de forma melodramática la boca, para que su risa no nos delatara. Apostados detrás de la puerta entreabierta, esperamos a que se fueran a la cocina o al comedor para poder huir con dignidad de casa, pero en cambio, mientras estábamos escudriñando, yo a través de la rendija y Lara por la estrecha obertura de la puerta, fuimos testigos discretos de una apasionada sesión de sexo entre mi madre y su novio que se encontraban delante de nosotros en la habitación de ella.

¿Vamos a mi habitación? –le preguntó mi madre.

¿Tú quieres que entremos? – respondió él con otra pregunta como si necesitara que ella le convenciera.

Sí. Mi hijo está en el cine y tardará un par de horas.

Aprovechemos entonces esta ocasión – dijo él.

Y mi madre lo tomó de la mano y entraron juntos a la habitación, como dos jóvenes enamorados que pasean por el parque. Él se quedó en mitad del cuarto contemplando cómo mi madre se desvestía para él hasta quedar totalmente desnuda. Confieso que pareció muy atractiva y bien conservada para sus 45 años pero un sentimiento de culpa por invadir su intimidad me empujaba a cerrar la puerta de mi habitación y dejar de espiarlos. Pero mi curiosidad, y sobretodo la de Lara, me impidieron alejarme de la puerta, y aún pude ver como aquel tipo se quitaba la camisa, los zapatos y los pantalones, y cómo de ridículo se veía semidesnudo, con los boxers y con los calcetines puestos. Pero a mi madre esa imagen no debió parecerle ridícula porque acto seguido se sentó al borde la cama, le tendió las manos invitándole a acercarse y cuando lo tuvo junto a ella, le bajó los boxers y empezó a masajearle la polla con delicadeza y a sobarle los huevos. Desde mi ángulo no podía apreciar bien los atributos de aquel tipo pero Lara sí y, a juzgar por su expresión de sorpresa y por la mirada pícara que me echó, intuí que el aparato del novio de mi madre era de notables proporciones.

Mi madre pasó al segundo nivel del juego que, sin duda -por los suspiros de placer que le arrancaba- hacía las delicias de aquel afortunado varón. No había que ser un adivino para saber que mi madre le estaba haciendo a su nuevo novio aquello que yo tanto ansiaba que me hiciera Lara, quien, por otra parte, no perdía detalle del espectáculo que se ofrecía delante de nosotros.

Después de un momento, el hombre le pidió a mi madre que se echara, y ella obedeció y, tal como estaba sentada se dejó caer en la cama, quedando con las piernas sobre el suelo. Él quiso sacar todo el partido a esa atractiva posición, poniéndose de rodillas ante ella, separándole ligeramente las piernas e iniciando una comida de coño que mi madre agradeció con sonoros alaridos de placer mientras le cogía la cabeza, empujándola hacia su sexo con fuerza.

Sabía que esa escena acabaría por traumatizarme para el resto de mis días pero ahora ya era incapaz de dejar de espiar a mi madre. Me estaba poniendo terriblemente cachondo y Lara también. Podía notar la excitación en Lara, su respirar cada vez más acelerado. Y decidí aprovechar la ocasión que se nos brindaba. Me puse detrás de Lara, agachado, mientras ella permanecía de pie, mirando por la puerta entreabierta a través de sus piernas, que empecé a acariciar.

Era casi verano y Lara llevaba puesta una falda corta y no llevaba medias. Le fui acariciando los muslos, notando los escalofríos que le producía mi tacto cada vez más próximo a su entrepierna. Me atreví a bajarle con suavidad sus braguitas, y saboreé mi parcial triunfo cuando comprobé que ella dejó que se las bajara por completo y que le ayudara a quitárselas. Era un momento maravilloso, increíble. Estar entre las piernas de mi chica mientras contemplaba como mi madre se corría de placer por la comida de coño que le estaba haciendo un tipo desconocido para mí.

Mis dedos buscaron el contacto húmedo y cálido del conejito de Lara y enseguida lo encontraron. Ella abrió un poco sus piernas para facilitar mis manejos y empezó a arquear su culito hacia atrás cada vez que le arrancaba un instante de placer. Sus líquidos empezaban a empañar mis dedos y era una sensación que me resultó muy agradable.

Así estuvimos un rato hasta que acabó la primera corrida de mi madre que se levantó de la cama y le pidió a Luís – así se llamaba al parecer aquel tipo- que se echara en la cama mientras ella, para nuestro pesar, cerró la puerta de su habitación. "No vaya a ser que mi hijo venga antes de lo previsto".

Nos quedamos sin una distracción inesperada pero, para mi fortuna, continuó otro espectáculo aún mejor. Lara estaba fuera de sí, completamente mojada y excitada. Se sentó en el borde de la cama y se estiró de igual forma que había visto a hacer a mi madre. Era obvio lo que quería, y yo estaba dispuesto a dárselo.

También yo cerré la puerta de mi habitación y de dirigí hacia la cama, me puse de rodillas entre las piernas de Lara y empecé a lamerle el coño como cientos de veces había visto hacer en las películas porno y que ahora acaba de ver hacer en directo. Empecé con suaves besos en sus labios vaginales, luego le fui pasando la punta de la lengua, dejando que fuera penetrando poco a poco en su coño y saboreando su sabor que se me antojó exquisito, a lo que Lara respondió agarrándome la cabeza y tirando hacia ella con fuerza. Sin duda Lara estaba disfrutando como nunca.

Se movía de forma cada vez más acelerada, pidiendo con gritos contenidos que siguiera así, que se lo chupara más, mientras continuaba restregándome contra ella hasta dejarme casi sin respiración. Por fin alcanzó un prolongado orgasmo, soltó mi cabeza, me ayudó a levantarme y me atrajo sobre ella. Cuando estaba encima suyo empezó a besarme en la boca, saboreando sus propios fluidos. Yo le desabroché la camisa y ella misma se quitó el sujetador. Sus pequeños pechos en forma de limón quedaron al descubierto, empecé a acariciarlos, a chuparlos. Sus pezones, grandes me volvían loco. Dejó que me entretuviera con sus tetas y que volviera con mis dedos a su coño durante varios minutos, pero luego me pidió me levantara. Temí que el juego hubiera terminado, pero me equivoqué. Lara, de nuevo emulando a mi bendita madre, se sentó en el borde la cama, me pidió que me pusiera ante ella y cuando tuvo mi ilusionada verga delante de su boca, miró hacia arriba con gesto de inocencia y me preguntó:

Dime ahora lo que quieres.

Vale –dije-. Cierra los ojos y abre la boca.

NI que decir tiene que lo que a continuación ocurrió es uno de los encuentros sexuales más maravillosos que me han sucedido. Y todo, gracias a mi madre.

 

 

28/04/04