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MicroRelatos ElEscribidor

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EL ÁRBOL

Microrelato de El Escribidor

Desde que tengo uso de razón recuerdo el gran árbol que presidía el jardín trasero de mi casa. A los diez años me subía en él y me sentaba a horcajadas en sus ramas para espiar desde lo alto a la madre de mis vecinitas mientras se duchaba. A los veinte años grababa un corazón atravesado por una flecha con las iniciales en su interior de C.R. quien nunca se llegó a fijar en mí y que se casó al año siguiente con mi mejor amigo. A los treinta años, durante una fiesta en el jardín, mi cuñada y yo nos ocultamos allí y me dejó que le echara un polvo rápido contra el árbol. A los cuarenta, con la excusa de hacerle un refugio en el árbol a mi hijo, me pasaba el tiempo espiando a la adolescente hija de mis vecinos cuando se duchaba. A los cincuenta colgué el extremo de una hamaca en el árbol y me pasaba horas muertas descansando y masturbándome cuando nadie me veía. A los sesenta años, un día, la nieta de los vecinos me sorprendió haciéndome una paja en la hamaca y tuve que sobornarla con dinero para que no me delatara, a cambio, también conseguí que fuera ella quien saciara su curiosidad acabándome el trabajo con sus suaves manos. A los setenta, mis hijos estuvieron a punto de talar el maldito árbol porque les apenaba verme llorar casa vez que me sentaba bajo sus ramas. A los ochenta años…A los ochenta… ¿De qué carajo te estaba hablando?

 

 

CELOS QUE NUBLAN LOS SENTIDOS

Microrelato de El Escribidor

El corazón le bombeaba fuerte y sentía como si las venas fueran a estallarle en sus sienes. Un dolor en el pecho le ahogaba. Sabía que estaba a punto de sorprender a su esposa con otro en su propia cama y el cuerpo le estaba reaccionando como si acabara de bajarse de una montaña rusa. Cuando abrió la puerta de casa, las sospechas se hicieron realidad. Sobre el respaldo de una silla colgaba una americana que no era la suya y hasta el comedor llegaban los jadeos de su mujer. Con él a penas si gemía. No se sentía con fuerzas para seguir, quería huir, pero no lo hizo. Se dirigió a la habitación, con una casa vez mayor sensación de angustia. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos: su mujer estaba encima de un tipo, en posición invertida, él boca arriba, con la cabeza entre sus piernas, comiéndole el coño, mientras ella hacía lo propio con la polla del hombre dentro de su boca. A él nunca quería mamársela. En cuanto salía un poco de líquido la dejaba porque decía que le daba asco el sabor. "¡Puta!" Gritó, y entonces ella reparó en su presencia, levantó levemente la cabeza, sin soltar la verga de su boca y ambos cruzaron sus miradas sorprendidas. "¿Quién es usted?" Preguntaron casi al unísono el engañado marido y la mujer del 69. "¿Quién es usted?" "¿Qué hacen en mi cama?". Aquella mujer no era su esposa. No sabía qué estaba pasando. La cabeza le daba vueltas, le faltaba el aire, no podía evitar las ganas de vomitar. ¿Qué estaba pasando? Estaba muy confundido, por momentos la vista se le nublaba y creía que se desmayaría de un momento a otro. Salió corriendo, asustado por el estado al que le habían llevado sus celos. "¿Me estaré volviendo loco?" Se preguntaba, ya en la calle, lívido, asaltado por sudores fríos, cogiendo aire a bocanadas, mientras en su casa, su esposa salía del cuarto de baño y se metía en la cama con su amiga y el novio de ésta para continuar con los jueguecitos a tres a los que tanto se habían aficionado los últimos tiempos.

 

 

EL CULO DE MI SANTA ESPOSA

Microrelato de El Escribidor

Mi esposa es una santa y tiene un culo divino. Divino y sagrado, porque no hay manera de que me deje pecar con él. No sé en qué momento de nuestra relación se me reveló la existencia de esa parte tan misteriosa y espiritual de mi mujer. Supongo que desde que empezó a darme la espalda en la cama para poder imaginarse mejor que era cualquier otro y no yo quien descansaba cada noche a su lado. Sea como fuere, lo cierto es que adoro su culo. Y aunque de momento la liturgia se haya limitado a unos respetuosos roces de mi venerable miembro contra él, creo que ella también bendice mi devoción por su oculto objeto de culto. Está permitiendo que mis ejercicios espirituales en el remanso de sus nalgas se conviertan en un ritual. Anoche, gracias a Dios, incluso me dejó bendecírselo con mi leche. Ahora rezo con todas mis fuerzas para que se obre el milagro y mi esposa sacrifique por mí su virginidad y se cumplan así los designios del Señor.