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¿Abuelo o padre?

en Amor filial

¿Abuelo o padre?

Cuando mi hijo Alberto y Sofía, mi nuera, nos anunciaron a mi mujer a mí durante la cena, que ella estaba embarazada, algo se me revolvió en la boca del estómago que me hizo venir ganas de vomitar – aunque me pude contener - y que me impidió pegar ojo en toda la noche.

Mi mujer, por supuesto, simuló estar encantada con la buena nueva, aunque yo sabía que no le hacía ninguna gracia y que la verdad era que el hecho de verse convertida en abuela a los 44 años era algo para lo que aún no estaba preparada. Ninguna mujer nace predispuesta para ser abuela por mucho que los convencionalismos se empeñen en establecer ese estereotipo para las mujeres con hijos en edad de procrear.

Yo, en cambio, no pude o no supe disimular mi inicial disgusto. Marta, mi esposa, lo achacó a lo mal que llevaría yo lo de ser abuelo a los 46. Mejor que piensen eso, me dije para mis adentros, y dejé que mi hijo y mi esposa hicieran algunos comentarios graciosos a cuenta de mi futura "abuelidad".

Cuando María y yo estuvimos a solas en nuestra habitación, mi mujer insistió en saber por qué me había sentado tan mal el anuncio del embarazo de Sofía, entonces tuve que improvisar el argumento de los inconvenientes que nos acarrearía tener en nuestra casa a un nuevo "invitado". Le dije que ya fui bastante condescendiente con mi hijo al permitirle venir a vivir provisionalmente con su esposa a nuestra casa como para además aceptar que no se esperasen a tener piso propio para aumentar su familia. Pero la verdadera razón de mi disgusto me la reservé para mí.

Desde que mi hijo nos presentó a su novia hace ahora unos dos años, aunque suene ridículo, me quedé prendido de su hermosura. Sofía era mi ideal de mujer. Inteligente, educada, guapa y muy atractiva físicamente. "Demasiado mujer para mi hijo" pensé la primera vez que la vi.

El noviazgo de mi hijo con Sofía tuvo algunos momentos difíciles para mí. Me obligó a cuestionarme muchas cosas que yo pensé tener superadas. Después de varias visitas a nuestra casa, Sofía se había convertido para mí en una obsesión, en el norte de mis pensamientos más lúbricos.

Dispuesto a remediar en parte el vacío que me provocaba su ausencia, rebusqué en los cajones de Alberto y no paré hasta que encontré un álbum de fotos de donde pude escoger una en la que Sofía estaba especialmente atractiva y seductora. La escaneé y la archivé en un directorio privado y protegido con clave de acceso donde guardaba como un tesoro a las más bellas y sugerentes diosas. A partir de ese día, Sofía compartía mi panteón particular con otras deseables jovencitas, modelos, actrices y mitos eróticos. Y, como las demás, se convirtió en objeto de mi adoración y pasiva protagonista de mis solitarios placeres.

Sofía, por supuesto, no sentía de forma recíproca mi admiración. Su relación conmigo era la que se espera de nuera-suegro. Sin embargo, unos meses antes de que se casaran, cuando pasaron una semana con nosotros en un apartamento en la playa, tuve la ilusa sensación de que ella se había mostrado particularmente cariñosa conmigo y que era muy consciente de la turbación que me provocaba su presencia. Pero fue eso, una sensación.

Entonces no pasó nada, salvo que mi mujer pudo aprovechar mi secreta y desproporcionada excitación para su propio disfrute, en sustitución de la verdadera destinataria de mis más inconfesables deseos.

Así es que, por lo general, me tenía que conformar con las pajas y los remordimientos de conciencia pensando en la increíble novia de mi hijo. Al menos, así fue mientras duró el noviazgo, porque la cosa cambió cuando tuve a Sofía viviendo en mi propia casa.

Alberto y ella ya habían fijado la fecha de boda y llevaban meses mirando pisos para alquilar, pero los precios estaban por las nubes y conforme se acercaba el día del casamiento, las posibilidades de encontrar algún alquiler asequible a su economía se fueron esfumando.

Lo lógico hubiera sido aplazar la fecha de la boda hasta que estuvieran instalados, pero a alguien – luego supe que a Sofía – se le ocurrió la feliz idea de vivir provisionalmente en casa de los papás, y como el piso más grande era el nuestro y además sólo estábamos mi mujer y yo mientras en el piso de los padres de ella vivían además dos hermanos, convencieron a mi mujer para que aceptara esa componenda y me convenciera a su vez a mí.

Ni que decir tiene que a Marta le costó convencerme. Argumenté, claro está, motivos prácticos: "los jóvenes deben vivir su propia vida, sin interferencias", "`pueden esperar un poco más hasta encontrar piso", y otros motivos similares, pero la verdad era que me daba miedo o reparo o ambas cosas a la vez, compartir techo con la mujer de mis sueños.

Mis temores no fueron infundados. Cuando tuve a Sofía paseando por la casa, en ropas más informales – aunque siempre recatadas -, cuando compartía sofá con ella viendo el televisor, cuando la veía perderse tras la puerta del baño y me la imaginaba desnuda dándose un baño o sobre todo, cuando la sabía sola en la cama porque mi hijo ya había marchado temprano al trabajo, no podía evitar sentirme excitado e inevitablemente nervioso. Pero ni los sucedáneos que me ofrecía hacerlo con mi mujer pensando en Sofía ni las socorridas incursiones a la pantalla del ordenador para masturbarme ante su imagen, podían calmar mis deseos de hacer el amor con mi querida nuera.

Y como dice el refrán: "tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe"… Se rompió. Una mañana en que la me quedé solo porque tenía tareas pendientes que era más productivo hacer en el estudio de casa, estaba frente al ordenador, tomándome un descanso, con el pantalón del pijama bajado, meneándomela con una mano mientras con la otra pasaba las imágenes de mi virtual Sofía y de mis otras diosas particulares, apareció ante la puerta del estudio la Sofía de carne y hueso. Pero Sofía se limitó a pasar por delante de la puerta y saludarme con un lacónico "Buenos días". Había llegado mucho antes de lo habitual de su trabajo y yo no me esperaba aquella irrupción.

Yo estaba convencido de que había tenido que verme tocándomela pero si fue así, lo disimuló, porque siguió moviéndose por la casa con naturalidad y hablándome – una vez yo había puesto a buen recaudo mi frustrada verga y cambiado las imágenes de la pantalla –, explicándome a distancia, sin entrar en el estudio, por qué había regresado ese día más temprano de lo habitual. Rogué a un dios desconocido que obrase el milagro de hacer entrar a Sofía en el estudio y que provocara en ella una irremediable necesidad de saber qué estaba haciendo y de acabar con lo que yo había empezado, pero esas cosas sólo pasan en la ficción – deduje - y como era de esperar, tampoco pasó entonces. Así es que me tuve que contentar con aliviarme en el lavabo de la excitación que me había producido la peligrosa sorpresa de la presencia, al natural, de mi deseada Sofía.

Los siguientes días, en los momentos en que pude disfrutar de la soledad de la casa, me faltaba tiempo para entregarme al placer solitario ante el ordenador, recreándome con la imagen predilecta de Sofía, sonriéndome pícaramente desde la pantalla. Estaba casi convencido que mi nuera me había visto y esa escena, convenientemente desbordada, ya estaba incorporada a mis fantasías con ella.

Pronto tuve la oportunidad de saber Sofía sí se percató de lo que yo estaba haciendo y que sólo la indecisión y el corte que le produjo una situación tan comprometida impidió que en aquella ocasión entrara, pero su curiosidad fue mayor que sus reparos y a sabiendas de lo que probablemente se encontraría en una nueva mañana en la que yo estuviese solo en casa, entró sin hacer ruido y se plantó delante de la puerta abierta del estudio, pillándome in fraganti mientras me acariciaba los testículos ante las imágenes de mis admiradas modelos.

Esta vez Sofía entró en la habitación y se puso detrás de mí, aparentando un interés normal por mi trabajo, y se puso a mirar descaradamente la pantalla del ordenador en el momento en que aparecía la foto de una de mis musas favoritas: Koika. Oculté mi empinada polla bajo los pantalones del pijama aunque supuse que a esas alturas eso ya no iba a cambiar las cosas.

¡Vaya, vaya, suegro! Veo que te gustan jovencitas. – Yo había enmudecido, a pesar de encontrarme en una situación mil veces imaginada-. Parece mentira que una chica tan delgada pueda tener unos pechos como esos ¿Esas mujeres existen en verdad?

No sabía qué hacer ni qué decir - si es que en momentos como esos se puede hacer o decir algo apropiado – hasta que finalmente las palabras brotaron de mi boca sin que estuviera muy seguro de qué demonios estaba hablando.

Es uno de los pocos placeres gratuitos que quedan: admirar a mujeres jóvenes y hermosas.

Tu mujer no es vieja y se conserva muy bien. – Yo no sabía a qué venía aquella amonestación y como no repliqué nada, insistió - ¿Marta no te parece atractiva? Creí que erais la pareja perfecta.

Me gusta mi mujer y la quiero… pero…

¿Pero? – Me interrogó Sofía.

… Pero tengo otras necesidades que ella no puede satisfacer.

Entonces veo que no existe la perfección en la pareja, que es una quimera. – Casi podía sentir su aliento en mi nuca mientras me hablaba en un susurró, a mi espalda.

No estoy tan seguro. Creo que estas fantasías, no sólo no hacen daño al matrimonio sino que, de alguna manera, le permiten sobrevivir. – Me sorprendí a mí mismo con un argumento que me pareció tan razonable.

Me gustaría ver cómo reaccionarías si sorprendieras a Marta masturbándose ante la imagen de jovencitos superdotados. – Sofía también tuvo a punto su argumento en contra.

No lo he pensado. – Confesé.

Bueno… y cómo funciona "eso" – Por un momento temí que "eso" se refiriera a cómo funcionaba una masturbación, pero por fortuna, añadió -. Mientras… te acaricias ¿piensas que son esas chicas quienes te lo hacen?

Más o menos.

Y siempre con es chica, con esa rubita tetona.

No, tengo otras fotos. – Reconocí, temiendo y deseando a la vez que ella pudiera conocer mi más oculto secreto.

¡A ver! ¿Me las enseñas? – Me pidió a la vez que hacía ademán de coger el ratón para pasar la pantalla.

¡Sofía! – Exclamé, afectando un resto de sensatez que en realidad había perdido por completo.

¿Qué? ¿Qué pasa? ¡Déjame ver las fotos!

Me da mucho corte… Sofía, parece que disfrutes torturándome.

Sí ¡Disfruto torturando a mi suegro! – Dijo de forma melodramática.

Preferiría que lo dejáramos así. – Dios sabe que no quería decir eso, pero lo dije.

¡Uh! Me parece que mi suegrecito tiene imágenes más fuertes… Si quieres ya lo hago yo. Yo pasaré las imágenes.

Sofía… Déjalo, por favor. – Le pedí sin mucha convicción.

No me voy a asustar. Tranquilo, yo también navego por Internet. Qué te crees, que solo los tíos miráis páginas "de esas". – Me hacía gracia que ni en esas circunstancias Sofía perdiera la compostura al hablar y que prefiriera decir "de esas" en lugar de hablar con propiedad de páginas guarras o porno.

Lo cierto es que no le impedí que cogiera el ratón e hiciera clic sobre el cursor de las imágenes, que iban sucediéndose ante su vista mientras ella hacía comentarios graciosos o malintencionados sobre las anatomías de cada una de las mujeres que aparecían.

Yo conocía bien la secuencia de las fotografías - las tenía en orden alfabético - y sabía que era inminente que saliera la imagen de Sofía, pero ya que estaba metido en aquella situación tan embarazosa, decidí dejar que los acontecimientos se precipitaran.

Cuando por fin llegó mi adorada fotografía, Sofía exclamó "¡eres un cerdo!" y me propinó una torta suave en la cabeza.

¿Cómo has conseguido esta foto mía? – Preguntó disgustada.

Se la cogí a Alberto y la escaneé.

¡No me lo puedo creer! – Y al cabo de instantes añadió - ¡Menos mal que estoy vestida!

Preferí no comentar nada al respecto, pero me hubiese gustado saber si había alguna fotografía de ella desnuda porque, de existir, me habría disgustado no haberla encontrado para incluirla en mi colección privada. Sofía continuó con su comprometido interrogatorio.

¿Te haces… pajas con mi foto? – No le contesté porque era una pregunta retórica y ella intuyó la respuesta.-. ¡No lo entiendo!

¿Qué es lo que no te puedes entender, que me gustes, que me masturbe pensando en ti? – Me armé de valor para seguir esa conversación -. Me gustas y no tengo la culpa de que seas la mujer de mi hijo.

Pero… soy, la mujer de tu hijo, y no está bien. – Terció ella.

Ya sé que no es… apropiado.

¿Sabes? El otro día te vi meneándotela ante el ordenador. – Dijo Sofía confirmando lo que yo ya imaginaba.

Lo supuse.

¿También tenías entonces mi foto? – Me preguntó directamente.

Sí. – Le contesté.

Suponía que yo te gustaba... porque notaba que te ponías nervioso cuando yo estaba cerca de ti, pero…

Te deseo, Sofía. Desde que mi hijo nos presentó, te deseo. – No había vuelta atrás.

¿Qué voy a hacer contigo suegro? No sé si sentirme halagada o enfadarme.

Tendrías motivos para ambas cosas. – Reconocí.

El tiempo que transcurrió hasta que Sofía se decidió a continuar la conversación se me hizo eterno. En la pantalla del ordenador ella me miraba con la más hermosa de sus sonrisas mientras que a mi lado, la de verdad, fruncía el ceño asaltada por un mar de dudas.

Creo que se lo diré a tu hijo y a tu mujer… – Mi cara debió reflejar la estupefacción que sentía en aquellos instantes, pero ella continuó- A no ser…

¿A no ser… qué?

… A no ser que no acabes lo que estabas haciendo y me dejes ser una espectadora.

¡Cómo! – Exclamé sorprendido.

Creo que tengo derecho: ya que utilizas mi foto para excitarte, sería justo que yo pudiera ver el resultado ¿No?

¿Qué pretendes? – Le pregunté, ansioso por conocer el final de aquella situación.

Quiero ver como te masturbas delante de mi foto.

¡Estás loca! – Y yo también estaba loco por desearlo con todas mis fuerzas.

¡Venga! No te hagas el estrecho ahora. Sé que lo estás deseando. ¡Va, quiero verlo!

Obediente, saqué de nuevo mi indecisa polla del pantalón del pijama y empecé a masajeármela suavemente.

Era una sensación extraña, al contrario de lo que uno pueda pensar, tener a la mujer de tus sueños escudriñándote con la curiosidad de un entomólogo no es muy excitante de buen principio. La "cosa" no se me tensaba como era de esperar y yo empezaba a pasarlo mal.

Sofía se percató de lo azorado que estaba y de lo forzada que era la situación para mí, así es que en un increíble gesto de misericordia decidió ayudarme.

¡Déjame a mí! – Exclamó con autoridad.

Pe… Pero… pero ¡qué haces! – Tartamudeé al ver cómo Sofía se me acercaba más y cogía mi polla con sus manos.

Vamos a hacerlo bien. Tú mira la foto mientras yo te lo hago. Pero no me mires a mí porque me daría mucha vergüenza. ¿Vale? Mira la foto – Se la veía francamente comprometida con la empresa de satisfacer mis necesidades más inmediatas.

…Vale. – Acepté encantado la proposición.

Entonces, relájate suegro. Y, sobretodo, quiero que mires a la pantalla del ordenador. – Y añadió: - ¿Estaba guapa en esa foto, verdad?

Preciosa. – Murmuré sin a penas voz, presa del placer que me producía sentir las caricias de sus manos en mis partes.

Y la Sofía de carne y hueso empezó a ordeñarme con magistral habilidad, cogiéndome los huevos con una mano y masajeándomela con la otra mientras la Sofía virtual me sonreía cariñosamente desde la pantalla del ordenador. Mi verga recobró en unos instantes sus mayores proporciones para admiración de mi querida diosa que lanzó un bonito calificativo al verla con tal esplendor. Obedecí en cuanto a no mirarla a ella pero mi vista se desplazaba del monitor a la maravillosa visión de sus preciosas y eficientes manos.

Cuando estuve a punto de correrme tomé un pañuelo de papel y se lo di. Sofía lo puso sobre mi capullo en forma de capuchón – se notaba que tenía práctica con el klinnex - y siguió con sus maravillosas maniobras hasta que por fin pude soltar una buena eyaculación sin que Sofía dejara de sobarme hábilmente los huevos.

¿Ya está? – Preguntó.

Sí – Logré decir de forma casi inaudible, ahogado aún por la sensación de placer.

¡Ves! No ha sido tan traumático ¿Te ha gustado? – Me preguntó como si no supiese que aquella experiencia era un sueño para mí.

Mucho. Lo malo es que…

¿Qué?

… Que no sé cómo lo voy a hacer a partir de ahora después de esta experiencia "al natural".

¡Vaya, el suegro no es tonto, no!

Perdona…

No hombre no. Te entiendo. Pero tú también entenderás que aunque no me haya importado… auxiliarte en "tu trabajito". Esto no está bien y no se debería volver a repetir.

Entonces ¡Qué sentido tiene haberlo hecho hoy, si no se puede repetir!

En esta vida no se puede tener todo lo que se quiere.

Quiero más, necesito más. Sofía… - No sabía como intentar convencerla.

No sigas suegro. – Y sentenció -. No.

Y me dejó con la polla al aire y su imagen virtual sonriéndome de forma cómplice desde el ordenador.

A partir de ese momento mi vida se convirtió en un verdadero tormento. Había probado las mieles de su amor pero no podía volver a probarlas. Sofía me esquivaba. Las pajas ya no me resultaban excitantes. Mi mujer pagaba en su cuerpo las embestidas de mi furia de sexo sin que yo tuviera en cuenta en ningún momento su placer sino solo mis ansias de liberar la tensión que acumulaba.

Cada mañana tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no meterme dentro de la habitación de mi hijo y mi nuera cuando sabía que ella ya estaba sola en la cama. Y no sé qué me lo impedía: un resto de estúpida conciencia paterna, el riesgo de ser descubierto por mi esposa o el miedo a ser rechazado.

Pero, para mi sorpresa, la que dio ese paso fue Sofía. Habían pasado unas tres semanas desde la bonita sesión de trabajos manuales en el estudio. Marta, mi esposa, había marchado aquella noche de viernes con unas amigas a la despedida de soltera de una compañera del trabajo y no volvería hasta la mañana siguiente. Mi hijo Alberto, durante la cena, había bebido más de la cuenta el lambrusco fresco que tanto le gusta y al parecer, se fue a la cama a dormir poco después que yo me fuera también. Yo me había acostado pronto, más que nada porque no me apetecía nada quedarme solo con la parejita, muriéndome de envidia y celos de mi hijo.

Solo en la cama, como no podía ser de otra manera, me masturbaba pensando en mi adorada nuera cuando ella apareció tras la puerta y se metió a mi lado en la cama. Yo no podía dar crédito a lo que estaba pasando pero no era momento para preguntar, para saber, sino para disfrutar aquella bendita oportunidad que se estaba brindando. Así es que la ayudé a quitarse la camisola de dormir y yo hice lo propio con mi pijama y me puse a besarla por toda la superficie de su cuerpo.

Me estremecía sólo con el roce de su piel. Mis manos deambulaban por todo su cuerpo, produciendo la respuesta inmediata de Sofía que se retorcía de placer como si nunca antes la hubiesen tocado.

Al final, atraqué entre sus piernas y me dediqué con fruición a lamerle la vagina, metiendo y sacando la lengua como si de un ágil y escurridizo pene se tratase, logrando que Sofía llegara al primer orgasmo.

Después me puse sobre ella y se la metí con facilidad, hasta el fondo, mientras Sofía se cogía las piernas con las manos, arqueándose todo lo que podía para conseguir una mayor penetración, haciendo que mis huevos golpearan junto a su culo – el perineo, creo que se llama – cada vez que la embestía. Me corrí enseguida pero pude aguantar unos instantes más hasta que mi nuera se corrió de nuevo.

No podía creerme lo que estaba sucediendo, sólo se me ocurría abrazarla y besarla y darle las gracias por esos momentos inolvidables.

Entonces ella me dijo que tenía que volver a la cama con su marido y yo le insistí, le imploré que se quedara un rato más conmigo. Quería saber, quería oír de sus labios que me deseaba igual que yo a ella. Sofía se limitó a decirme que pocas mujeres pueden presumir de que un hombre tenga su fotografía entre su colección más privada, entre actrices y modelos de revista. Que le encantaba ser una de mis "diosas".

Aquellas palabras me llenaron de gozo pero no traslucían si nuestra relación tenía algún futuro o no. No me atreví a preguntar. Me limité a abrazarla y a estimular de nuevo mi rejuvenecido miembro, esta vez contra su culo.

Se diría que nunca se lo habían hecho por detrás y no iba a ser yo tampoco quien la desvirgara así. Fui rozando mi pene entre sus nalgas, mojándolo todo con mis líquidos seminales de forma que se movía con facilidad en su culo y de tanto en tanto buscaba su íntimo agujero y le introducía la punta de mi pene, sin forzar la penetración. A la vez, con mis dedos, hurgaba en el interior de su húmedo coño, excitando su clítoris. Como comprobé que le gustaba como se lo estaba haciendo no quise ir más allá, así es que acabé corriéndome en su trasero y consiguiendo que ella también llegara al orgasmo con mi masturbación.

Por aquella noche fue todo. Me dormí como un angelito sin pararme a pensar las repercusiones que podían tener lo que habíamos hecho ni lo que nos esperaba a partir de entonces.

Al día siguiente, sábado, en un momento en que nos encontramos a solas en la cocina, ella me dejó darle un furtivo beso en los labios y me puso en las manos una fotografía que se sacó de debajo de la blusa. Era una fotografía de Sofía desnuda. No se le veía nada. Era una de esas típicas fotografías en que la mujer, aunque desnuda, adopta unas posturas en que no se le ve nada. En la foto, con una playa azul de fondo, Sofía está sentada sobre la arena, con las piernas recogidas y cruzadas a la altura de los pies y los brazos abarcándolas, de forma que no llegaba a vérsele nada. Me dijo que la escaneara y que se la devolviera cuanto antes.

No pude esperar mucho tiempo para hacer lo que me había pedido y esa misma tarde escaneé la fotografía, la archivé en mi colección privada y se la devolví por la noche, utilizando la misma fórmula de encuentro fortuito en la cocina. Aunque no me resistí a preguntarle quién le había hecho aquella fotografía. Me contestó "no preguntes", y me dejó solo en la cocina con la sensación de que hubo otro hombre antes que de mí que se prendó de su belleza y que quiso inmortalizarla con aquella fotografía.

El domingo, mi hijo y Sofía estuvieron fuera todo el día, en casa de los padres de ella, de forma que me tuve que contentar con mi nueva Sofía virtual para satisfacer en solitario mi necesidad de amarla.

El lunes, como tantas veces había imaginado, como tantas veces había querido, entré en la habitación de Sofía y me metí en la cama con ella. No me rechazó. Se diría que me estaba esperando y que se había preparado para la ocasión antes de que yo entrara. Despedía un tenue y dulce olor a perfume, y su piel estaba fresca, como recién lavada.

Teníamos poco tiempo, el despertador de mi esposa sonaba invariablemente a las siete de la mañana y ya eran las seis y media.

Sofía se entregó en cuerpo y alma y volvimos a hacerlo como la primera vez, pero sin más preámbulo. Sofía se cogía las piernas y se balanceaba al mismo ritmo que yo la embestía con mi polla para conseguir así que se la metiera hasta el fondo. Mi nuera se contenía los gemidos y los gritos que seguro hubiera dado si hubiésemos estado solos.

Y esa fue nuestra maravillosa rutina de lunes a viernes, cada día laborable, durante al menos dos meses: besos furtivos cuando nos encontrábamos a solas, apresurados polvos matinales entre las seis y media y las siete, y notables masturbaciones en la soledad de mi estudio ante la sonrisa enamorada de mi Sofía virtual.

Las mañanas fueron regalándome nuevas experiencias. Sofía, en una ocasión que tenía la regla, me permitió penetrarle por atrás y ambos disfrutamos de esa forma de sexo hasta el punto de repetirlo tan a menudo como podíamos.

Un día le pregunté si mi hijo no había notado nada y Sofía me pidió que no habláramos nunca de su relación con Alberto. La situación no era justa para su marido pero lo habría sido menos si ella hiciera confidente a su padre y amante de los detalles de su convivencia. Sofía tenía razón. Y no volví a insistirle, hasta que nos anunció su embarazo.

Yo tenía que saberlo. A la mañana siguiente de su anuncio me faltó tiempo para llamarla a la oficina en la que trabajaba. Quedé con ella a la hora del almuerzo en un parque céntrico de la ciudad y allí le pedí explicaciones. Estaba muy confundido. Por un lado me asaltaban remordimientos por el daño que podría haber hecho a mi hijo pero por otro, me enorgullecía de poder ser yo el padre de la criatura que crecía en el vientre de mi amada Sofía.

Mi nuera me confesó que no podía saber quién era el padre, y que no sabía qué hacer al respecto de nuestra relación. Me confesó que había pensado poner tierra de por medio con la excusa que con el niño debían buscar con urgencia un piso y que como en la ciudad los precios seguían desorbitados, lo mejor era trasladarse a una ciudad más pequeña, en el extrarradio del área metropolitana. Alberto podía pedir un traslado a la sucursal de la zona y ella, "para lo que gano" podía buscar otro empleo cuando hubiera nacido el crío.

Estaba claro que eso hubiese sido lo "más conveniente" pero una vez se me pasó el temor inicial por las consecuencias de lo que había hecho, decidí apostar porque continuaran en mi casa para no perder a Sofía. La convencí para que no se marchara y por la noche, durante la cena, convencí a mi hijo y a mi esposa que lo mejor era que se quedasen en casa hasta que el pequeño pudiera ir a la guardería. Argumenté que con el embarazo y posteriormente con el parto, Sofía habría de dejar el trabajo y necesitaría atención que no se le podría dar si se fueran a vivir lejos. Todos estuvieron encantados de que yo no sólo aceptara esa situación familiar sino que incluso la promoviera. Claro está, que la persona más satisfecha de que se prolongase esa situación era yo.

Cuento los días que faltan para que mi nuera coja la baja médica y pase todo el día en casa.

 

© carlos_62@wanadoo.es 15/07/04