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Mi cuñada Raquel 5: Ultrajada

en No Consentido

Mi cuñada Raquel 5: Ultrajada.

Tardé varias semanas en volver a quedar con mi cuñada Raquel. Después de que me confesara la participación de mi mujer en su última aventura sexual con el profesor de filosofía, yo no era capaz de pensar en otra cosa, y mis devaneos con Raquel pasaron a un segundo plano.

Cuando por fin conocí la versión de Aurora, mi mujer, sobre los episodios sexuales relatados por su hermana, me liberé de aquella obsesión y sentí renovados deseos de verla. Eso sí, no pensaba decirle nada de lo que me había contado mi esposa, de las diferentes perspectivas del mismo relato. No, aquellas confidencias me las reservaba de momento para mí. De alguna forma, me daban un poder misterioso sobre ellas: conocía, a través de sus variadas versiones los secretos más íntimos de ambas hermanas.

Aunque no solíamos citarnos en nuestras respectivas casas, el reencuentro tuvo lugar en la suya. Esperé dentro de mi coche, estacionado cerca de la puerta de su edificio, a que saliera su hijo Luís hacia el colegio. Entonces llamé a la puerta del interfono y ella me abrió. Cuando subí al piso, Raquel me esperaba en la puerta, preparada para regalarme dos horas de absoluta entrega apasionada, vestida con sólo un finísimo camisón de dormir que dejaba ver la rubia mata de su conejito y los grandes pezones oscuros.

En cuanto entré me besó en la boca de forma efusiva y me llevó de la mano hasta el baño.

Como hoy hace un poco de frío, he pensado que te apetecería un baño caliente.

Me ayudó, solícita, a quitarme la ropa, y cuando yo ya estaba completamente desnudo y convenientemente empalmado, Raquel me pidió que la desvistiera yo a ella. Así es que le quité los tirantes de los hombros, le fui bajando el suave camisón blanco hasta que cayó al suelo y tuve a mi cuñada hermosamente desnuda frente a mí.

Toda tuya. – Me dijo, adoptando una pose de sumisa muñequita.

Estuve abrazándola un buen rato, besándola, acariciándola,… con una pasión propia de quien está enamorado. Y se me escapó un "te quiero", que no pasó desapercibido a sus oídos.

Nunca antes me habías dicho que me querías.

Te quiero. – No me acudían a la boca otras palabras para acompañar o justificar aquella espontánea y sincera declaración. Y ella me respondió con otro "te quiero" que a penas susurró casi al tiempo que me besaba en los labios.

Entramos dentro de la bañera de agua caliente, espumosa y perfumada. Yo apoyé la espalda sobre un extremo de la bañera y ella se puso sentada de espaldas a mí, dejándose abrazar desde atrás y apoyando su culito contra mi verga.

Era muy agradable estar así, sintiendo en el cuerpo a la vez el placer del agua caliente y el calor del contacto con su piel húmeda y cremosa por efecto del jabón. No me cansaba de acariciarle las tetas y de jugar con sus pezones, de besarla en la nuca. Mis dedos se entretuvieron también, bajo el agua, en sus agujeritos, hasta conseguir su orgasmo, y yo me hubiese corrido igualmente con esos juegos preliminares pero reservé mi leche para su trasero.

Sin dejar de darme la espalda, agarrándose con las manos a ambos lados de la bañera, se puso de cuclillas, dejando su dilatado orificio al alcance de mi pene para que pudiera penetrarlo. Introduje primero la punta y comprobé que entraba sin ningún esfuerzo porque estaba suficientemente dilatado y enjabonado, por lo que le metí mi tiesa verga hasta el fondo en el primer envite. Era toda una gozada sentir cómo de deslizaba mi polla dentro de su culito. Raquel ayudaba moviéndose rítmicamente como si estuviera sentada en una mecedora, de forma que se metía y sacaba mi polla a su antojo, produciéndome un placer indescriptible. El balanceo de Raquel fue adquiriendo un ritmo cada vez más frenético, a la vez que me ordenaba entre gemidos que me corriera en su culo. "Córrete dentro de mi culito" me repetía una y otra vez en la culminación de su éxtasis. Y yo, por supuesto, seguí obediente sus instrucciones y descargué varias sacudidas de leche en el interior de su ano.

Cuando se la saqué y empezó a chorrearle el semen caliente cogí una esponja enjabonada y empecé a limpiarle el culito, y le pasaba también la esponja por el coño, y ella se deja hacer, gustosa, ronroneando como una gatita agradecida. Le pedí que se sentara dentro de la bañera, pero esta vez, de cara a mí. Dejé que se sentara sobre mis piernas, dejando mi todavía dura verga pegada a su barriguita, de forma que parecía que era un atributo sexual suyo. Raquel cogió la esponja, la hundió en el baño, le escurrió el agua y comenzó a frotarse con suavidad sus hermosas tetas. Yo se las restregaba después con mis manos. Entonces ella arrojó la esponja dentro del agua y me pidió que le chupara los pezones. Y me puse a ello, degustando con la punta de la lengua el sabor entremezclado de la espuma y mi propio semen que había dejado la esponja, mientras mi cuñada me masajeaba la polla de una forma maravillosa con sus manos enjabonadas.

En esos juegos estábamos cuando se decidió a contarme sus últimas experiencias sexuales.

Hace ahora casi un año, la semana en que cumplí los 35, salí con amiga del barrio, Sonia, una chica más joven que yo, divorciada, para celebrar de forma especial mi aniversario. Yo quería pasar una noche loca. Necesitaba "marcha en el cuerpo". – Me insistió, para que no quedara duda de cuál era su intención aquella noche: buscaba sexo, sensaciones diferentes que las que le daba su marido.

 

Fuimos a una discoteca cutre de las afueras de la ciudad. Me había arreglado en la casa de mi amiga Laura para que mi marido no sospechara de mis intenciones. Me había vestido terriblemente provocativa: tacones altos de aguja, - yo pude imaginarme cómo realzaban su bonito culo - una falda cortita y una camisa muy escotada y casi transparente que dejaba ver el sujetador de lencería fina que llevaba en conjunto con las braguitas.

Qué imagen más tentadora. Sigue – le pedí -.

¿Con mi relato…, o con la paja que te estoy haciendo?. – Mientras me contaba su historia seguía masturbándome con suavidad. Mi polla estaba enormemente agradecida y dispuesta a descargar nuevamente.

Con las dos cosas. Sigue.

Enseguida se nos fueron acercando los primeros pretendientes. Y yo fui rechazando solicitudes para bailar o tomar algo hasta que la invitación vino de un jovenzuelo, de unos 18 ó 19 años, moreno de piel, de cabellos cortos y negros llenos de brillantina, alto y robusto. – Yo pensé: el semental que estabas buscando- Mi amiga me advirtió que aquel chico tenía fama de ser un auténtico cerdo con las tías, pero yo no estaba interesada precisamente en tener un romance sino en disfrutar de una buena sesión de sexo que me hiciera olvidar que iba a cumplir los 35.

El joven no perdía el tiempo con convencionalismos, nada más empezar el baile empezó a meterme mano en el culo y a restregar su paquete contra mi vientre. Y antes de que acabara la pieza, me gritó al oído si quería que nos fuéramos de allí, a un lugar más tranquilo. – Al picadero directamente, pensé - Le dije que sí, enormemente excitada por la rapidez con que se sucedían los acontecimientos, me despedí de Laura y salimos de la discoteca.

Nos dirigíamos hacia los aparcamientos. Yo creí que nos subiríamos en su coche y que me llevaría a algún lugar discreto, pero me equivoqué. En cuanto nos encontramos en los aparcamientos, aquel morenito echó unas miradas alrededor y me llevó hasta un viejo camión que tenía abiertos los portones traseros de la caja de carga.

Primero subió él para reconocer el sitio y luego me ayudó a subir. Aquel camión olía fatal, como a fruta pasada. La luz de una farola del aparcamiento alumbraba el interior del camión, mostrando varias cajas vacías, y restos de frutas o verduras esparcidos por el suelo. Intenté convencerle para que nos fuéramos a otro lugar, le propuse llevarle a una habitación de hotel, pero él me respondió que allí estaríamos bien, que nadie les molestaría y que sólo debía preocuparme por disfrutar de su polla. Y mientras me decía eso, se bajaba la cremallera y se sacaba por la bragueta un aparato descomunal. Nunca había visto una verga como aquella, larga y gruesa como un brazo. Aquella situación me empezaba a asustar, pero sola visión de aquella polla me impedía pensar con claridad y se me olvidó por completo de la suciedad del camión.

Aquel tipo ni siquiera esperó a que me desvistiera, me cogió por los hombros y me obligó a agacharme hasta ponerme de rodillas, con la cara frente a su verga, y entonces me abrió la camisa a la fuerza, haciendo saltar los botones, y empezó a magrearme las tetas al tiempo que me pedía a gritos que le chupara la polla.

Yo le obedecí. Cogí con las dos manos aquel monstruo que tenía frente a mi boca y empecé a besarlo en la punta del glande. El tío, que no estaba para sutilezas, me ordenó que me la metiera bien entera, que me iba a follar la boca. Era casi imposible meterse una verga como aquella en la boca, pero como pude, fui tragando con dificultad, saboreando con disgusto los primeros fluidos de aquel cerdo que me producían arcadas. Yo no quería seguir chupando aquel pene pero él me cogió por los pelos y empezó a moverme la cabeza a su antojo, al ritmo que le pedía la paja que se estaba haciendo en lo más profundo de mi boca.

Le pedí a mi cuñada que esperara un momento antes de continuar con el relato y que acabara la paja que me estaba haciendo desde hacía unos minutos porque la imagen de aquella forzosa mamada había acelerado mi excitación. Raquel se mojó las manos de nuevo en el agua espumosa del baño y culminó la masturbación de mi pene que salpicó su liso vientre de semen. Se lo limpié con la esponja y la invité a que continuara.

No me avisó de que se corría y creí estar a punto de ahogarme cuando sentí sus interminables chorros de leche que escupían en mi garganta. Quise devolver el semen pero aquel desgraciado no me dejó. Me obligó a tragármelo. No paraba de llamarme perra y puta. Y no acabó todo ahí. Se puso detrás de mí, me empujó por la espalda ordenándome ponerme a cuatro patas, y cuando me tuvo así, me subió la falda, me arrancó las braguitas y empezó a lamerme el culo y el coño como un loco.

Cuando se cansó de lamerme, empezó a meterme los dedos por el ano, con fuerza, hasta el fondo, provocándome una extraña mezcla de dolor y placer que nunca antes había sentido y, después… me folló por atrás. Hundió casi enteros sus más de 20 centímetros de polla en mi culo. Y el dolor entonces se me hizo insoportable, era como si algo se me estuviera rompiendo por dentro. Aguantaba como podía las embestidas de aquel energúmeno, gritaba y lloraba implorándole que me dejara ya, pero mis gritos le excitaban aún más y hacían aumentar sus acometidas. Hasta que por fin soltó dentro de mi culo una nueva descarga de leche.

Yo no podía dejar de llorar. Estaba aterrada y dolorida. Cuando la sacó de mi culo aún estaba empalmado y temí que continuara follándome, pero se limitó a limpiársela con mi pelo y se quedó las bragas desgarradas como trofeo, dejándome allí, sucia y casi sin poder moverme por el desgarro que me había producido una penetración tan salvaje. Antes de irse me dijo "ahora te duele, pero ya verás como dentro de unos días vendrás como una perra a pedirme más".

Aunque no sabía si Raquel "volvió a por más", sentí la necesidad de consolarla. Quité el tapón de la bañera, abrí los grifos de la ducha, nos pusimos de pie y nos duchamos abrazados, besándonos bajo el agua caliente. Después nos secamos y salimos de la ducha para meternos en su cama de matrimonio, donde hicimos una vez más el amor antes de que volviera su hijo y yo tuviera que marcharme.

13/05/04 [ carlos_62@wanadoo.es ]