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El Jardín Prohibido de Carla (2)

en Autosatisfacción

EL JARDIN PROHIBIDO DE CARLA. 2ª parte – relato de El Escribidor.

En el relato anterior mientras Carla descansaba en su jardín tuvo un orgasmo mientras soñaba que le chupaban su coñito. Cuando despertó estuvo espiando al hijo adolescente de sus vecinos. http://www.todorelatos.com/relato/19908/

 

Durante los dos siguientes días, Carla a penas si salió al jardín. No hizo muy buen tiempo esos días, pero no fue ese el motivo principal de que no se dejara ver demasiado fuera de la casa, sino más bien cierto pudor de encontrarse con la presencia en el jardín de al lado del vecinito masturbador, a quien de forma inmadura había estado espiando mientras se masturbaba hojeando las páginas de revista porno.

A Carla tampoco le apetecía nada reencontrarse con la malcriada mascota de sus vecinos.

El húmedo sueño, por otra parte, del que había disfrutado aquella mañana en su jardín, cosquilleaba aún entre sus piernas como un dispositivo de alarma que no era capaz de desactivar. Desde aquella misma mañana, Carla sentía el impulso incontenible de sofocar el pequeño incendio en que se había convertido la ardiente humedad de su rajita.

Minutos después del incidente en el jardín, sudorosa y desconfiada de haber sido lamida en su rincón más íntimo por el perro de los vecinos, Carla se metió en la ducha para desprenderse de inmediato de los olores que aquella sesión de sexo inconsciente habían dejado en su piel. Mientras enjabonaba su piel mojada por la ducha con la cremosidad de una esponja, se detuvo en afelpado pubis y empezó a frotárselo suavemente, consiguiendo una agradable sensación de placer, un placer que le fue exigiendo cada vez más, hasta que acabó por sentarse dentro de la bañera para facilitar el trabajo de sus dedos dentro de su solícita rajita y que culminaron un prologado orgasmo.

Sola en casa hasta que Pablo, su marido, regresaba cansado de madrugada, Carla no tenía otra forma de consolar aquella sensación de calor entre sus piernas, que la autosatisfacción.

Aquella misma tarde, mientras estaba sentada en el sofá del salón, viendo unas escenas ligeramente sensuales de una teleserie, se sorprendió a sí misma hurgando de nuevo con los dedos en su conejito. Paulatinamente, y al margen ya de las imágenes frías del televisor, Carla se fue excitando, buscando con sus dedos la erección de sus clítoris e introduciéndolos después cada vez más adentro. Se levantó el vestido de una sola pieza, quedándose completamente desnuda, y entonces se estiró a todo lo largo del sofá y continuó con los trabajos manuales en su coño y con una reciente dedicación también a sus pezones que agradecían sus caricias tornándose duros como pequeños guijarros.

De madrugada, en la cama pero sin poder conciliar el sueño, esperó ansiosa la llegada de su marido. Se había acostado completamente desnuda, para ahorrarse los preámbulos, pero su hombre vino tan cansado que en cuanto se metió bajo las sábanas se quedó dormido sin percatarse siquiera de la explícita invitación de Carla a disfrutar de su hermoso cuerpo ni de los posteriores mimos y caricias que ella le regalaba para provocar su interés.

Esperó infructuosamente a que Pablo reaccionara a sus sugerentes e inequívocas intenciones. Cansada de intentar despertar su interés, insatisfechas sus necesidades de hembra, reanudó sus prohibidos juegos en soledad, pero esta vez, no tuvo suficiente con sus dedos y después de unos minutos de placer necesitó recurrir a un improvisado sucedáneo de pene. Fuera de sí, contoneándose en la cama junto a su ausente marido, alargó la mano hasta un rincón de la mesilla de noche donde se encontraba un cirio de cera perfumada sin estrenar que ella había preparado para dar ambiente a la que debería ser la primera noche romántica del matrimonio en su nueva casa. La vela, que era de proporciones considerables, le facilitó un fogoso aunque silenciado orgasmo, al lado de su dormida pareja.

El día siguiente transcurrió de una forma similar. Carla se levantó temprano, hizo algunas tareas domésticas, salió a comprar, y disfrutó de un frugal almuerzo junto a su marido antes de que este se marchara al Restaurante, donde pasaría el resto de la jornada. Y cuando se encontró de nuevo sola en la casa, se quedó completamente desnuda y preparó lo necesario para otra sesión de amor no compartido. Carla puso en el vídeo una película porno de las que su marido creía tener ocultas en el escritorio de su despacho y se tendió en el sofá provista de su querido y encerado falo de olor a jazmín y pasó un buen rato compartiendo sus orgasmos con los de la muñequita rubia protagonista de la peli porno, a la que dos superdotados machos se la metían de todas las formas imaginables.

La noche del domingo casi se repitió la historia con su marido. Pablo no parecía tener demasiadas ganas de practicar el sexo pero los mimos de su mujercita, desnuda a su lado en la cama, lo mantuvieron despierto el tiempo suficiente para que Carla le arrancara un necesitado polvo.

Durante los precipitados juegos preliminares de Pablo excitando con su lengua la húmeda rajita de Carla, él la sorprendió con un comentario favorable a la nueva y dulce fragancia de jazmín con que Carla se había perfumado su conejito. A Carla se le contrajo por un instante todo el cuerpo, ante la fugaz impresión de que su marido podía conocer su reciente y secreta afición por los cirios perfumados, pero sólo fue un instante, después su cuerpo se relajó para dejar paso a una agradable penetración.

El lunes, que también era fiesta, amaneció con un sol radiante. Carla se sintió con fuerzas suficientes para enfrentarse al sentimiento de vergüenza que le produjo el incidente de su orgasmo inconsciente de la semana anterior y lo inapropiado de su conducta al disfrutar libidinosamente espiando al hijo de los vecinos y se decidió a pasar parte de la mañana disfrutando de su tranquilo y aromático jardín. Al día siguiente debía volver a la rutina del trabajo y no quería desaprovechar la ocasión de tomar el sol y descansar.

Carla se tumbó en la hamaca, vestida con un diminuto bikini cuya parte de arriba a penas si le cubría la corona de los pezones y las braguitas tanga que dejaba al descubierto su generoso y bien modelado trasero.

Esta vez no se adormeció bajo los rayos del sol. No podía evitar estar atenta a posibles movimientos en el jardín vecino. Y evitó, a pesar de que su cuerpo se lo reclamaba con insistencia, acariciarse su rincón más íntimo.

Cuando ya se disponía a volver al interior de la casa, escuchó al jovenzuelo de los vecinos llamar a su perro en el jardín. Miró hacia los setos y creyó adivinar el morro de Rocco asomando entre los enebros. Se hizo un silencio y Carla intuyó que el muchacho también se había acercado para contemplarla. Hizo como si no se hubiera dado cuenta de su presencia y, de tanto en tanto, echaba una mirada fugaz hacia los setos, comprobando que sus sospechosas eran ciertas y que su vecinito estaba admirándola furtivamente.

La sola idea de que un muchachito estuviera espiándola, recreándose en la visión de su cuerpo como podía hacerlo en las modelos de una revista porno, excitó enormemente a Carla. Sus pezones hermosamente endurecidos y su coño humedecido que exhalaba fragancias de jazmín estaban reclamando que le dedicaran un poco de atención.

No podía creerse lo que estaba haciendo, pero lo cierto es que Carla se quitó el sujetador del bikini y empezó a pellizcarse suavemente los pezones y a masajearse las tetas al ritmo de las contorsiones de placer de todo su cuerpo.

Carla estaba segura que el muchacho ya estaría babeando por ella, maniobrando con desesperación su inexperta polla, y esa imagen la calentaba aún más, haciéndole llevar sus dedos a su hambrienta rajita para mayor recreo de su adolescente voyeur. Estaba disfrutando con aquello. Masturbarse ante la mirada atenta de otra persona era una novedad excitante en su discreta experiencia sexual.

Cuando Carla por fin alcanzó el orgasmo, giró la cabeza descaradamente hacia el jardín vecino para sorprender al jovencito, pero solo vio asomar por entre los enebros del seto la cabeza del perro que se amorraba contra el césped de este lado del jardín, lamiendo lo que Carla imaginó que era el líquido fruto del placer que había arrancado a su secreto admirador.

 

Anterior relato de Carla: http://www.todorelatos.com/relato/19908/

 

 

18 de mayo de 2004 [© carlos_62@wanadoo.es ]