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Marcando territorio

en Sexo Anal

La academia de Safo 5: Marcando territorio

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El capitán Leander llevaba dos días sin dar señales de vida. Al tercer día de la capitulación de Mitilene se presento ya en el acuartelamiento en la playa de la isla de Lesbos.

-          ¿Pero mira lo que ha traído el gato? – dijo uno de subordinados con un claro acento de sorna.

-          Déjate de bromas Ptolomeo. – intentaba imponer su autoridad.

-          Si mi señor – devolvió el saludo militar

-          ¿Qué novedades hay?

-          Nuestro general te busca. No parece que este de humor.

-          Ahora iré a verle.

-          Por cierto. ¿Quién es ella?- dijo señalando a la mujer que le acompañaba.

-          Ella es… es mi prisionera.

-          Ya. Me enteré de lo que liaste en el templo. Ándate con ojo mi capitán. Lisandro te tiene ganas.

-          ¡Oh! ¡Qué conmovedor! – dijo con burla - ¿No sabía que me quisieses tanto?

Todos los componentes del escuadrón rieron a mandíbula batiente. Ptolomeo se lo tomo a bien, riendo también la broma.

-          Me agrada verte de tan buen humor. En realidad todos estábamos preocupados. Durante la batalla estuviste … errático.- dijo Ptolomeo

-          Bueno, no te preocupes por Lisandro. Se cuidar de mi mismo. ¿Dónde está, por cierto?

-          Búscalo en su tienda de campaña.

Allí se dirigió Leander. Era la tienda más grande. Se asomo por la entrada tras identificarse pertinentemente a los guardias. En su interior ya estaban acumulados multitud de cofres llenos de oro. Figuras de arte, esculturas y toda clase objetos de valor.  Leander saludo al general. Este no oculto un gesto de disgusto. Le acompañaba una muchacha joven. La recordaba del templo de Afrodita.

-          Mucho me temo que nos equivocamos bastante cuando te ascendimos. ¿Qué van a pensar tus hombres si su comandante en jefe desaparece durante dos días? ¡Dos días enteros!

Leander mantuvo silencio al no disponer de ninguna excusa factible.

-          Veo que ya parece que estás más sensato. Voy a pasar un poco por alto el incidente de anteayer. Pero eso si te digo- se aproximo antes ponerse en frente a pocos centímetros de la cara del capitán- repite algo parecido y conseguiré que te ajusticien. Si no fuera porque te portaste como un tío en la batalla ahora mismo ordenaba que te encadenasen.

-          Si… mi general.

-          Bueno parece que ya la cadena de mando está bien clara de nuevo. Hablemos de negocios ahora. Te hemos esperado para repartir el botín. Te puedes llevar cualquier cosa de lo que ves según tu rango.

-          Creo que simplemente me quedaré con Galatea. No quiero nada más.

-          ¡Ah! Con la poetisa. – dijo mirando a Galatea de arriba abajo, dando vueltas alrededor de ella  – bueno tú sabrás. Pero … ahora que la vio bien con la luz del día. Creo que te vas a llevar una gran parte. Posiblemente no te la mereces.

Lisandro le dio un azote en las nalgas. Galatea se quejo.

-          Me acuerdo que te encaraste conmigo el otro día. Debería quedarme contigo. Te enseñaría tu verdadera posición con mi látigo. Soy capaz de hundir cualquier voluntad. Y tú no serías ninguna excepción. En pocos días me suplicarías que te matase. Pero eso no sería lo que te esperaría.

Galatea rehuyó la inquisitiva mirada del general. Entonces miro allí en el fondo de la tienda a su alumna Philipa. Pero su mirada había cambiado, ahora su mirada despegaba odio. Pero parecía que le odiase a ella.

-          Mi general. Disculpe mi indisciplina en el templo. No volverá a ocurrir.

-          Ya, quieres quedarte con esta puta. Bueno yo también tengo mi putita particular. – dijo señalando a Philipa – Ya sospecho que la joven me dará un buen servicio. Lo he pensado mejor. Quédatela. No me apetece el esfuerzo de domarla. Creo que te cansarás de ella. Recuerdo su mirada el otro día. Es de las tercas.

-          Gracias señor.

-          ¿De verdad que no quieres nada más? No creo que nadie quiera volver de una guerra saliendo victorioso con las manos vacías y solo acompañado por una putita.

-          No Lisandro. Solo Galatea.

-          Como quieras. Bueno amarra a tu esclava y llévala a bordo de tu trirreme. Ordénale a tus hombres que empaquen. Nos vamos ahora mismo antes de que se haga tarde.

-          A sus órdenes.

Galatea acompaño a Leander a la salida. El capitán busco a sus hombres y les dio instrucciones para ir preparándose para volver. Adicionalmente le pidió una cuerda a Ptolomeo.

-          Lo siento Galatea. Pero es necesario – Le dijo mirándola a los ojos con suavidad, intentando tranquilizarla

Leander le hizo un nudo corredizo en las muñecas. No demasiado apretado, en realidad estaba flojo, solo para aparentar el papel. En menos de una hora ya estaba todo colocado en los navíos. El capitán condujo a la maestra dentro de uno de ellos. Debajo de cubierta había una jaula espaciosa. Allí había muchas mujeres y algunos niños. Entre ella estaba Philipa. Estaba sentada junto a las rejas, con la mirada perdida en el infinito. Los soldados cerraron la celda. Galatea intento consolar a su alumna y acariciar su rostro. Pero esta se levanto iracundamente.

-          ¡Déjame en Paz!

Los soldados rieron al ver la escena.

El viaje fue largo pero afortunadamente el mar estuvo en calma durante la travesía. Las mujeres no paraban de lamentar su destino y abrazaban con ternura a los niños que les acompañaban. Pero ya no había más lágrimas que derramar.

La flota amarró en el puerto de Helos. Luego siguieron a pie su penosa travesía hasta las murallas de la ciudad de los conquistadores. Una vez atravesada las puertas la ciudad aclamaba a los vencedores. Galatea se estremecía de terror al ver como todos allí, mujeres incluidas no paraban de insultarlas, anunciándoles también su próximo lastimoso destino. Leander tomo de la cuerda a Galatea y la separo de la comitiva dirigiéndose a su hacienda. En la puerta le esperaban sus padres. Estaban sonrientes y con claros rostros de orgullo. Leander les saludo con saludo militar. Estos respondieron idénticamente, con una cierta frialdad. Su hijo había cumplido su deber.

-          Padres. He vuelto.

-          Bienvenido a tu hogar. – dijo la madre

-          Una vez más dejaremos claro a los griegos que Esparta prevalecerá- se jacto el padre

-          Así será. Padre.

-          Bueno cuéntanos. ¿Cómo fue la batalla?

-          No hay mucha cosa que contar. En realidad fue fácil. La resistencia solo duro un mes.

-          Normal. Con soldados tan poderosos como tú no habrá enemigo que se resista.

-          Y … - comentó la madre – ¿y tu paga? No la veo.

-          Ella es mi paga.

-          ¿Solo ella? – dijo mirándole de arriba abajo la madre con un claro desdén.

-          Protestaré al rey.  – dijo con furia el padre- Lisandro te ha engañado. Esta no es la parte del botín que le corresponde a un capitán.

-          Fue idea mía. No digas nada.

-          ¿Cómo? – dijeron extrañados

-          Si, solo quería a ella.

-          Creía que te habías ya recuperado de la muerte de Kassandra. Pero creo que aún tienes los síntomas. – se lamento la madre.

-          ¡Bufff! – suspiro el padre – Bueno intentaré arreglarlo. No es cuestión de arriesgarte la vida en balde. De todas formas no me parece mal que te hayas quedado con una mujer. Después de la muerte de tu mujer puede que sea complicado que te encontremos otra pretendiente.

-          ¿Cómo te llamas? – dijo la madre.

-          Galatea, señora

-          Galatea.  Ya. ¿Y qué hacías?

-          Era … poetisa.

-          ¡Poetisa! ¿Has oído eso esposo? ¡Poetisa! ¡Nuestro hijo ha traído una miserable poetisa!

La madre le dio un copón en la cabeza a su hijo. El padre se lamentaba llevando una mano a la cara.

-          ¡Bien! Escucha Galatea, o como te llames. La poesía es un arte que debilita las conciencias. – dijo la madre con desprecio

-          Pero es fuente de belleza. – se atrevió a replicar Galatea.

-          ¡Cállate! Ya ves para que te ha servido. Pero tienes razón en una cosa. Eres de buen ver. Creo que ya sé que puedes hacer. Si… Escúchame atentamente ¡Puta! No quiero a mi hijo solo debido a su viudez. Hasta que no consigamos una nueva esposa tú te encargarás de calentarle la cama. ¿Serás capaz?

-          Si … mi señora.

-          Esposo. Cuando lleguemos a casa dile a tu fulana que venga aquí.

-          Si esposa. Y tu hijo. Dirígete a palacio inmediatamente. El rey quiere verte para algo.

Los padres se dieron la vuelta sin despedirse. Leander sintió una leve desazón al ver la desilusión de sus padres. Entraron en el edificio y Galatea se derrumbo en el suelo llorando.

-          ¡Galatea! ¿Qué ocurre?

-          ¡No, nada!

-          Dímelo.

-          ¡Oh! Afrodita llévame a tu seno. No podré soportar estar aquí

-          No hagas caso a mis padres. Dentro de estos muros no te pasara nada. Te lo prometo.

Galatea se enjuago las lagrimas y tomo el brazo que le ofrecía el capitán para levantarse.

-          Escúchame amada. Tengo que marcharme. No temas nada. Dentro de un rato vendrá la esclava de mi padre. Abre la puerta y déjala entrar. Mientras habitúate a mi hacienda. Estás en tu casa.

Galatea asintió y vio como se marchaba el capitán. A pesar de sus palabras el miedo le recorrió al sentirse sola en aquella ciudad.

~ ~ ~ ~

Leander dejo a Galatea y subió la colina en la cual se encontraba el palacio del rey. En la puerta estaban en formación la tropa victoriosa expedicionaria a Lesbos. El rey Pausinias pasaba revista. El capitán llego a tiempo de hacer el saludo correspondiente a su escuadrón.

-          ¡Rompan filas! Oficiales diríjanse al palacio. Serán recibidos por nuestro rey. Soldados, comienza un merecido permiso.

Lisandro y sus lugartenientes entraron en el edificio. El resto de miembros del ejército se dispersaron. Leander siguió la comitiva. El venerable rey saludo formalmente al resto de capitanes agradeciendo su acto de servicio. Leander y Lisandro fueron dejados deliberadamente para el final. Una vez solos el rey ordeno que cerraran la sala.

-          ¡¿Cómo te atreviste a desobedecer mis órdenes, general?!

Lisandro se mantuvo callado. Leander le resultaba familiar la situación. Al parecer no fue el único que cometió desacato.

-          Lo dispuse bien claro. Intentaríamos negociar con Atenas y su liga. Pero no. Tú tenias otros planes y hiciste caso omiso a mi mandato.

-          ¿Negociar? – protesto el general – eso no es digno de Esparta. Esparta nunca negocia. Eso es de co… - el general paro la frase.

-          ¿De cobardes? ¿Quieres decir que soy un cobarde? Escúchame Lisandro. No tientes mi paciencia. Yo … yo soy heredero de Leonidas. Su sangre corre por mis venas. Gracias a mi antepasado Grecia sobrevivió a la invasión persa. Gracias al sacrificio de él y sus 300 frente a un ejército de un millón de enemigos en las Termopilas Grecia prevaleció.

-          ¿Prevalecer para qué? ¿Para que este dirigida por esa infecta ciudad de filósofos asaltacunas? Tú mismo lo has dicho gracias a nuestro pueblo todos los griegos siguen libres.

-          Pero todas las demás Polis fueron nuestras aliadas. ¡Aliadas! No sometidas. ¡Ya está bien! Si no fuera porque ahora tienes un gran prestigio te daría tu merecido. Esta es mi decisión. Mantendrás tu rango pero ya no tendrás mando en plaza. Buscaré a otro general.- dijo mirando a Leander.

-          ¿Qué? Él.

-          ¿Algún problema?

-          No, mi rey.

-          Bien, márchate.

Lisandro se alejo maldiciendo entre dientes. Una vez solos Pausinias volvió a hablar.

-          Eres ascendido a general de nuestros ejércitos con carácter inmediato.

-          Es un honor mi rey. Pero creo que … no me siento capacitado.

-          Ten más confianza en ti, eres de una digna familia de espartanos y sé que lo harás perfectamente. Te he elegido porque me he enterado de que fuiste el único que tuvo los arrestos suficientes de enfrentarse a Lisandro. En cierta forma te hago un favor. Ahora ya no podrá hacerte nada ya que sois del mismo nivel. Lo conozco lo suficiente. Aunque te diga que te ha perdonado eso es falso. En poco tiempo te devolvería la afrenta que le hiciste.

-          Gracias mi rey.

-          En realidad no tienes que darme gracias. En cierta forma te he puesto en el ojo del huracán. Es posible que dentro de poco me pidas que te licencie.

-          Devolveré su confianza en mí.

-          Confianza. Si. Una cosa. No te atrevas a discutir mi mando. Ya estoy muy harto de motines. Contigo no tendré la paciencia que tengo con Lisandro. Si no fuera de la familia lo mataría.

-          Entendido

-          Y ahora te encomiendo la primera misión. Vamos tú y yo a arreglar este desaguisado. Sé que no será fácil pero hay que intentarlo.

-          ¿Él que mi rey?

-          Apaciguar a los atenienses. Iniciarás una labor diplomática en su ciudad. Con un poco de suerte aún estemos a tiempo de llegar a un alto el fuego. Es desalentador ver a Grecia desangrarse en una lucha interna.

-          Me marcharé inmediatamente.

-          No, esperaremos. Ahora estarán furiosos y posiblemente te maten nada más verte. Dentro de un mes.

-          Como ordene majestad.

-          Eso es todo. Puedes retirarte.

Leander hizo una reverencia y se marcho hacia su casa.

~ ~ ~ ~

A los pocos minutos de marcharse Leander alguien daba golpes en la puerta. Galatea sospecho que se trataba de la “fulana”. Abrió y vio a una chica joven, bonita, de piel tostada y ojos negros. Un cuerpo bonito.

-          Hola me llamo Meritamon. Me han ordenado que viniera. ¿Eres la esclava de Leander?

-          Si… soy su esclava. Pasa. Mi nombre es Galatea.

-          Yo soy la esclava de su padre. La señora de la casa me ha ordenado que te instruya.

-          ¿Instruirme?

-          Si, debo enseñarte tu labor como me la enseñaron a mí.

-          ¿De dónde eres?

-          Nací en el Alto Egipto, mi padre se arruinó debido a las malas cosechas y tuvo que venderme. Me llevaron los negreros por el Nilo hasta Tanis. Allí embarque y fui vendido en esta ciudad hace ya dos años. Sé que mi principal virtud es mi belleza y por eso soy la querida del padre de Leander.

-          ¿La querida? ¿Y su esposa?

-          Debes comprender que el matrimonio entre espartanos es una pura formalidad para continuar el linaje. No hay amor. Según su tradición el amor te debilita y te crea vulnerabilidades y no hay sitio para los débiles en Esparta. Es una frase que repiten a menudo.

-          Por todos los dioses. Este lugar es enfermizo.

-          Bueno eso es la fachada. Algunos como el padre de Leander en realidad no están tan dominados por dicha costumbre y es por eso que nosotras. Las esclavas del placer en realidad somos sus autenticas amantes. Ya te lo he dicho el matrimonio es pura formalidad. Y nosotras no solos damos goce sino cariño.

-          ¿Sí?

-          Y tienes mucha suerte. Conozco al hijo de mi amo. Sé que es un buen chico. Solamente tienes que hacerlo bien y tu estancia en esta casa no solo no será traumática sino que en cierta forma tú también podrás ser feliz. Solo hay que apaciguar los corazones de estos hombres que en realidad son esclavos de la ciudad aunque ellos no se percaten.

-          Tienes razón. Ya conozco a Leander.

-          Ya te has acostado con él.

-          Si estuvimos juntos un par de días en Lesbos. Y me trato muy bien. ¿Sabes? Me confundió con su esposa

Meritamon se detuvo a contemplar con detenimiento a Galatea.

-          Pues sí. Tienes un cierto parecido. Pero ella no era tan mayor. Además desde mi punto de vista tú la superabas en hermosura.

-          Al parecer tuvo una visión de Karissa. Ahora yo soy su protegida. No me trata como una esclava.

-          ¡Vaya! Lo dicho, una suertuda.  Pero aún así creo que me deberías hacer caso.

-          ¿En qué?

-          Yo soy la esclava de su padre y si no quieres tener problemas debes seguir siéndolo. Al menos de paredes para afuera.

-          Si, tiene sentido.

-          Pero creo que deberías también serlo para adentro.

-          No entiendo

-          ¡Ay! Galatea.- dijo ruborizándose -  Porque aunque te parezca extraño hacer de esclava de placer con un amo adecuado es increíblemente gozoso. Y creo que Leander podrás sentir cosas únicas. Si te soy sincera, creo que si las mujeres de Esparta sintiesen lo que nosotras sentimos querían hacerse también esclavas de sus maridos.

Las mujeres rieron. Ahora Galatea respiraba aliviada. Al parecer iba a disponer de una amiga dentro de Esparta.

-          Bueno ¿Qué me recomiendas?

-          Pues por lo que me has contado Leander está siendo dulce contigo. Eso está bien. Pero te aconsejo a que también seas complaciente. Ofrécete a que te posea de vez en cuando. Entrégate en tu totalidad. Que te disfrute sin tapujos. Llévale al paraíso haciendo que te folle a su antojo. Si haces eso aunque tú seas su esclava será él quien este bebiendo de tus manos.

Ahora ambas mujeres comentaban divertidas. Ya Galatea se le había ido el miedo.

-          Querida Meritamon. Tengo que confesarte que no tengo mucha experiencia con hombres.

Meritamon la miro extrañada.

-          ¿Y eso? Eres preciosa, los hombres seguro que suspiran por ti.

-          En realidad con Leander ha sido mi primera vez.

-          Pues pareces mayor.

-          Tengo 28 años

-          Bueno no te preocupes. Sigamos con lo que he venido a hacer. En los días que estuvisteis juntos como lo hicisteis.

-          Pues me lamio mi sexo durante mucho tiempo. No te puedo decir la de veces que me hizo correrme.

-          ¡Por todos los dioses! ¿Un espartano haciendo sexo oral a una mujer y además esclava? Eso es único. Como se enteré la ciudad se convertirá en un hazmerreir. Te recomiendo que no se lo cuentes a nadie. Pero eso sí que te digo. Desde luego eres una suertuda. Quien estuviera en tu lugar.

Otra vez las risas recorrieron la habitación.

-          Pues más razón para lo que te digo. Debes impedir a toda costa que deje de estar encaprichado de ti.

-          ¡Guíame amiga mía!

-          Supongo que te marco.

-          ¿Marcar?

-          Los esclavos para trabajos manuales son marcados a fuego con el distintivo de la familia. Las esclavas de placer nos marcan de otra forma.

-          ¿Cómo?

-          Con el esperma de nuestro amo. Allí donde se ha corrido un espartano se supone que no debe entrar otro. Es como la marca de un territorio.

-          ¡Ah! Entiendo. El primer día hicimos el amor.

-          Vale, te marco por la vagina.

-          En el segundo le hice una mamada.

-          ¿Tragaste su venida?

-          Si, suponía que debía hacerlo así.

-          Buena chica. Te marco en la boca. ¿Qué más?

-          Nada más

-          Entonces falta el tercero.

-          ¿El tercero?

-          Entonces he llegado a tiempo. Lo dicho una suertuda. Te prepararé para que no te resulta traumática.

-          No sé de que hablas.

-          Tu culo chica, tu culo.

-          ¿Mi… culo? – dijo con un cierto temor Galatea.

-          En realidad es el más importante. Porque es el orificio de las esclavas. Nosotras somos las que les proporcionamos ese placer y ¡les encanta!.

-          Pero… me da un miedo horrible.

-          Hija, tranquilízate. Recuerda lo que te he dicho. Una vez que haya hecho el anal ya serás totalmente suyo. Marcada como propiedad de Leander.

-          Aún me cuesta hacerme a la idea. Pero… si … lo haré

-          Ese es el espíritu. Se tú la que se lo ofrezcas. Así será mucho mejor.

-          Bueno pues tranquila que aquí está tu amiga Meritamon para ayudarte.

-          De acuerdo.

-          Desnúdate.

Galatea no sintió ningún pudor y se quito la túnica.

-          ¡Hummm! Veo que antes de nada debe afeitarte

-          ¿Afeitarme?

-          Yo también tengo el coñito rasurado. Me lo hago a menudo. Es el símbolo de sumisión y ofrecimiento. Que nuestro sexo sea bien visible. Mi amo dice que el mío es una preciosidad.

-          Bueno. Si así estoy más guapa a ojos de Leander.

-          Menos mal que he traído mis utensilios porque me imaginaba que iban a ser necesarios. Te daré los míos, ya conseguiré otros. Voy un momento al baño a por jabón.

La egipcia saco una tijera y una navaja de afeitar. Recorto la mata de pelos luego con el jabón de la casa refregó el monte de Venus de la poetisa. Con ayuda de agua se formo espuma adecuada y pasó la cuchilla.

-          Perfecto. Ni un solo pelo. Ya eres una perfecta esclava.

Otra vez las risas alegraron el ambiente.

-          ¿Has visto como se hace?

-          Si la próxima lo hare yo sola.

-          Bien ahora otra lección- dijo con una sonrisa- ¿Tienes aceite de oliva?

-          Si creo haber visto en la cocina. Voy a por él.

Galatea recorrió desnuda las habitaciones y volvió con un frasco que despedía un agradable aroma de variedad hojiblanca.

-          Bien ahora te prepararé para tu anal. Vamos a la cama. Y túmbate de forma que tus piernas queden fuera apoyándote en tus rodillas.

Se dirigieron a la habitación y la griega se coloco en dicha postura.

-          Ahora tranquila que no te pasará nada.

-          Confió en ti.

Entonces la egipcia se unto con abundante aceite en su mano izquierda. Con un dedo penetro levemente el ano. Galatea retrocedió un poco el culo ante el contacto

-          ¡Tranquila!

-          Molesta

-          Ya lo sé querida. Pero es mejor que te dilate y lubrique. Aguanta y te costará menos.

-          Sigue

Meritamon lo volvía a intentar. Pero Galatea se quejaba. Así que intento proseguir masturbando con suavidad el clítoris desnudo de su amiga. La caricia provoco un suave placer a la poetisa de forma que las molestias ya no le incomodaban tanto y la egipcia ya pudo meter el dedo índice sin problemas. Lo saco y se untó ahora el índice y el corazón. Vuelta a la dilatación mientras seguía la masturbación con la derecha. La experiencia ya empezaba a ser placentera a Galatea que no ocultaba su placer. La egipcia soltaba leves risitas, divertida. Galatea recordó en esos momentos a Sophie, su amante, y por un momento se le paso por la mente que esa egipcia podría convertirla en su amante. Ella necesitaba el contacto femenino que tanto disfrutaba, y ahora estaba en la gloria. Incluso llego a pensar en una relación a tres. Poder disfrutar de ambos mundos. Las caricias que aprendió con Safo con la egipcia y el nuevo placer recién descubierto con Leander. Lo mejor de los dos mundos. Pero inmediatamente cayó en que ella era propiedad de su suegro, bueno eso era mucho decir eso de suegro. Pero era imposible que dejase de ser la amante del padre. Eso era una ilusión fútil. Mientras continuaba en esos pensamientos la egipcia empezó a dar vueltas con los dos dedos de su ano para ensancharlo más. Con la derecha se atrevió a penetrarle. Eso ya fue demasiado y lleno dicha mano de sus jugos debido al portentoso orgasmo que le había provocado su amiga.

-          Te he hecho que te corras. – dijo Meritamon con risas.

-          ¡Guau! Ha sido increíble. Eres casi tan buena como mis amantes.

-          ¿Amantes? ¿Pero no has dicho que apenas tienes experiencia?

-          Con hombres. En mi ciudad estuve con muchas amantes. Aún recuerdo a mi maestra Safo

-          ¿Safo? La genial poetisa. ¿Fuiste alumna de ella?

-          Si, y amante.

-          Ahora me encaja todo. Entonces eres poetisa.

-          Si mi amada egipcia.

-          Si no fuera tan tarde te pediría que me cantases algo. Pero en cualquier momento vendrá tu amo. ¿Así que has visto como se hace?

-          Si.

-          Pues en los próximos días hazlo tu misma a diario. A ver si con un poco de suerte tienes tiempo para que tu ano se acostumbre. Cuando llegue le haces una buena mamada y te dejará en paz. Creo que con un par de semanas de tratamiento estarás lista.

-          Gracias cariño.

-          Bueno me despido. Con lo que te hecho me han entrado ganas de que mi amo me dé por el culete. Se lo pediré.

-          ¿Pedírselo, tú?

-          ¡Ay, preciosa! Los hombres no son tontos. Una buena sodomización les gusta a todos. Es la forma más clara de posesión. Y eso de poseernos es una de las cosas que más les entusiasma del sexo. Pero hazme caso. Trata de que te tome por delante un par de semanas antes de ofrecérselo.

-          Lo haré

-          Bueno, ahora sí que me voy. Suerte. Ha sido una fortuna también para mí conocerte. Esta ciudad es muy dura y entre nosotras debemos ayudarnos.

-          Muchas gracias por todo y que pases una feliz noche- dijo con un guiño.

Las mujeres se despidieron y Galatea se dispuso a entregarse a Leander cuando volviese.

~ ~ ~ ~

Leander descendió la colina y se dirigió de nuevo a su hacienda. Al abrir la puerta Galatea le beso apasionadamente lanzándose a sus brazos desnuda.

-          ¿Y esto?

-          Te deseaba verte. Menos mal que estas aquí.

-          ¿Ha venido la esclava de mi padre?

-          Si

-          ¿Y qué tal?

-          Me ha enseñado muchas cosas. Además mira.

Leander observo el sexo depilado de la poetisa y como resultado su miembro se endureció aún más.

-          ¡Buff!

-          Te estás excitando.

-          Pues sí, no soy de piedra.

-          ¿Cómo ha ido todo?

-          Buenas noticias. He sido ascendido a general. Lisandro ha sido apartado de la cadena de mando. Tenias que haber visto la bronca que le echó nuestro rey.

-          Me alegro. Es un puto cabrón.

-          No es todo. Pausinias me ha ordenado que establezca contactos diplomáticos con Atenas. Intentaremos volver a la paz

-          ¿Sí?

-          Me ha dado poderes plenipotenciarios. El rey está dispuesto a devolver la libertad a tu reino. Si los atenieses firman es posible que regreses a tu casa con todos los prisioneros.

-          ¡Oh cielos! – dijo abrazando fuertemente al capitán.

-          Me encanta verte tan contenta.

-          Bueno, me has dado unos regalos fantásticos. Me has dado esperanza. Así que he pensado… darte yo un regalo también.

-          ¿Cuál? – dijo Leander con interés

-          Mi… culo.

Leander quedo paralizado. En un instante la lujuria le apoderó pero al instante se echo atrás

-          No. No hagas eso. No es necesario.

-          Para mí lo es. Quiero ser tuya.

-          Pero… es denigrante. Es cosa de esclavas. Y no quiero tratarte como tal. Para mí no lo eres.

-          Pero aún así quiero ofrecértelo. No me lo rechaces por favor.

-          Si pero… te dolerá.

-          ¿Y?

-          Galatea , no me tientes

-          Si que te tiento. Ven vámonos a la cama.

Tomo del brazo a su amo y lo llevo al dormitorio. Este se dejo llevar y la lujuria empezaba a tomar poder en su conciencia. Le ayudo a quitarse el uniforme militar y su pene hizo aparición con una portentosa erección. Un cierto apuro le llego a Galatea al verla. Era bastante grande. Pero no se echaría atrás. Se puso en cuatro en la cama invitando a su amo a poseerla. Leander ya no tiene apuros en tomarla por su ano. Acerca su boca al ano y lame, siente un extraño sabor grasiento pero sigue estimulándola. Galatea agradece la caricia y acerca sus nalgas para sentir más el contacto. Luego vienen los dedos. Primero uno solo, luego dos. A Galatea no le molesta y sigue disfrutando.

-          Qué raro. Está grasiento.

-          Me he preparado para ti. Así se deslizará fácilmente

-          Has pensado en todo.

-          Venga, no te hagas derogar. Métemela de una vez. Quiero sentirte bien adentro. Pero por favor despacito.

-          Si mi amada.

Leander apunto su glande al estrecho orificio. A pesar de la dilatación tuvo que hacer un esfuerzo para poder entrar. De forma lenta, presionando ligeramente. Poco a poco. Aún así y con dicha delicadeza Galatea le dolía pero ocultaba las molestias para que su amado Leander no tuviese dudas.

A centímetro por minuto llego hasta el final, Galatea se sentía desgarrada por dentro. Y mordía la cama para no soltar gritos.

-          ¿Sigo querida?

-          No pares

Leander comprendió que debía ayudar un poco más así que bajo el brazo tras el estomago y busco el sexo de Galatea. Gracias a las caricias Galatea empezó a sentir placer y pudo engañar al dolor que sentía.  Por su parte Leander esta disfrutando de unas sensaciones que nunca había disfrutado. Percibía como su pene era apretado con firmeza y su pene se acoplaba al ano como si de un guante se tratase. El placer era colosal y tenía que hacer esfuerzos para evitar correrse.

-          Relájate preciosa. Estás muy apretada y no puedo.

Galatea obedeció y el dolor ya se difuminaba hasta casi desaparecer. Ahora sin tantas molestias podía concentrarse en las sensaciones que sentía. Estaba empalada, casi partida en dos. Ahora entendía a la egipcia. Escuchando los gemidos del capitán imaginaba el tremendo placer que le estaba provocando. Aquello tan apretado le estaba volviendo loco.

-          ¡Oh diosa Afrodita! … Benditas sean tus discípulas… - grito Leander - … Te quiero … te amo … ¡Galatea!

Esas palabras de amor fueron un insuflo al corazón de la poetisa que empezaba a disfrutar ya también con el hecho de darle este placer a su amado. Las manos del capitán le hacia tiritar de placer en su coñito.

Leander se salió y Galatea protesto. Pero el capitán la volteo para ahora hacerlo de frente. Esta vez la penetro sin dificultad hasta dentro, ya la dilatación era óptima.

-          Solo quiero verte los ojos, amada mía

-          Tienes razón, yo también quiero verte.

La cara de Leander era de pura lujuria. Ahora podía hacerse una imagen del placer que estaba sintiendo él. Y debía ser grandioso, como era así. La percepción de estar dando tanto placer aumento aún más su excitación. Ahora su ano le trasmitía sensaciones gozosas. Dentro de su culo estallo una corriente eléctrica que impacto en su cerebro y esta reboto en su vagina que estallo en un orgasmo lleno de flujos. La vibración de su vagina paso por las paredes al ano provocando que Leander no aguantase ni un solo segundo más derramándose copiosamente en el orificio rectal de la maestra. Galatea disfruto enormemente de su corrida así como ver como su amado temblaba de placer y gruñía a gritos derrumbándose sobre su cuerpo. No hacía falta ser muy lista para darse cuenta de que su hombre había disfrutado muchísimo. Mientras le acariciaba y besaba a su amante que respiraba dificultosamente encima de ella. La cosa estaba clara. Había que repetirlo y mucho y mejor. Sería la esclava de Leander con todas las letras.

Continuará …

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