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Allanamiento de morada

en Dominación

Mónica era una belleza, pero su carácter, soberbio y altivo, hacían que sus compañeros de estudios guardasen las distancias y optarán por evitarla para no oír sus improperios. Tenía diecinueve años y, en verano, vestía casi siempre ceñidos jeans de cintura muy baja y originales camisetas, la mayor parte de ellas de reconocidas marcas, que se ceñían a su esbelto cuerpo, consciente de que aquello abría sobre ella, no solo las miradas de sus compañeros, sino también las de ellas, algunas envidiosas, otras anhelantes. Su cuerpo le había llevado a realizar diversas incursiones sobre algunas pasarelas de renombre e incluso había conseguido ser esponsorizada como la imagen de alguna firma cosmética local pero se había negado ha abandonar sus estudios negándose a escuchar los cantos de sirena que le auguraban una vida de riqueza y de placer, pudiendo incluso llegar al celuloide. Toda aquella áspera personalidad, se diluía, cuando al atardecer, regresaba a su apartamento compartido y se encontraba con Adriana. Tenían la misma edad, las mismas aficiones y compartían sus sueños de futuro. Ella también era muy hermosa, a diferencia de Mónica llevaba el cabello corto de un moreno natural, casi azabache y su estatura era considerablemente menor, pero tenía un cuerpo escultural, producto de muchas horas de gimnasio. Entre ellas había algo más que connivencia y amistad y, sin embargo, sus conversaciones sobre tal o cual muchacho del agrado de una de las dos adolecían de malicia o perversión, rozaban siempre la pueril cautela que les imponía su sólida educación religiosa.

Aquel día Mónica y Adriana coincidieron en la puerta de su apartamento y ascendieron juntas en el moderno ascensor.

—El profesor Varó es un idiota.

— ¿Te ha vuelto a catear?

—Solo hace que mirar mis pechos, Mónica, está enfermo.

—Te ha vuelto a catear.

—Si.

Observó a su amiga y dibujó un rictus gracioso con sus labios provocando la sonrisa de ella.

—Tal vez, si te pusieras camisas más holgadas.

El ascensor se detuvo en el quinto y Mónica empujo la puerta para acceder al pequeño distribuidor. Cuando lo hicieron les sobresalto la figura de una chica, sentada en el primer escalón del rellano. Había dos apartamentos por piso y ellas jamás habían coincidido con su hipotético vecino, por lo que pensaban que el piso estaba desalquilado.

— ¿Qué haces aquí?— el tono de Adriana resultó muy brusco y la desconocida levantó la cabeza para observarlas mostrando unos preciosos ojos verdes. Era evidente que había llorado.

— ¿Sabéis quien vive en el segundo?

Adriana negó con la cabeza mientras Mónica metía la llave en la cerradura de su puerta.

—Siento haberos sobresaltado— tenía una voz dulce y armoniosa, —esperaba encontrarme con alguien aquí.

— ¿Quién te ha abierto?

—Llamé a un piso por el interfono y alguien me abrió.

—Serán "gilipollas"— Adriana parecía sumamente molesta.

Cuando se disponía a entrar tras Mónica para cerrar la puerta tras de si algo le indujo a detenerse.

—Aquí no vive nadie, o al menos eso creemos. Te han engañado.

La muchacha rompió a llorar desconsoladamente, parecía un llanto sincero y a ambas les sobrecogió.

—Oye no se lo que te ha ocurrido, pero aquí no vive nadie, créeme, vete a tu casa y mañana busca en otro sitio.

—No puedo.

Aquello hizo que Mónica se asomase también con cierta intriga.

— ¿No puedes irte a tu casa?

—No tengo casa aquí— balbuceaba constantemente, —Raúl era mi novio, me pidió que viniera y me dio esta dirección, he viajado desde Toledo.

—Pues vete a un hotel, "maldita sea", Barcelona esta a rebosar de hoteles y pensiones— Adriana estaba empezando a impacientarse.

—No tengo un céntimo, he venido "a dedo".

—Escucha Adriana, no te alteres, yo le dejaré unos euros para que no tenga que dormir en la intemperie y sanseacabó, ¿de acuerdo?

—No conozco la ciudad ni he comido nada desde hace dos días, si me dejáis entrar y comer algo prometo marcharme después y no volver a molestaros.

Se miraron desconcertadas buscando su aquiescencia.

— ¿Cómo te llamas?— el tono de Adriana pareció más sereno.

—María Gómez— realmente parecía asustada y desamparada.

—Bueno, dejaremos que entres y te daremos algo de cenar, luego miraremos en Google algún hostal cercano, te daremos algo de dinero y te indicaremos como ir, nada más que eso, ¿comprendes?

La chica secó sus mejillas con la manga de su blusa y por primera vez esbozó una sonrisa, —gracias, sois unos ángeles.

Las tres entraron en el apartamento y Mónica cerró la puerta con dos vueltas y enganchó la cadenilla de seguridad como era su costumbre.

—Voy a ducharme y después haré algo de cenar— dijo aquello mientras se dirigía a su cuarto.

—Lo haré yo, no te preocupes— se dirigió a María, —tú siéntate aquí mientras te preparo algo, debes estar hambrienta.

Adriana percibió el ruido del agua mientras se disponía a cortar una barra de pan.

— ¿Qué te apetece, Maria?— dijo aquello elevando el tono de su voz a fin de que ella pudiese oírla, pero la chica estaba tras ella y le respondió al oído con voz susurrante.

—Vosotras habéis sido tan amables en invitarme que me veré obligada a compensaros de algún modo.

El corazón de Adriana dio un vuelco en su pecho e instintivamente asió con más fuerza el cuchillo de pan y se giró pero la chica se había situado tras ella y empuñaba un arma corta apuntándole a la cabeza.

—Suelta eso y no grites— su voz sonaba sosegada y tranquila, —o ninguna de las dos veréis amanecer.

Con gesto tembloroso dejó el cuchillo sobre el mármol deslizando su cuerpo hacía atrás para buscar un apoyo.

—Eso está mejor, ahora escucha, harás todo lo que yo te diga sin oponer resistencia, si no es así os mataré a las dos ¿has entendido?

Asintió con la cabeza y dos lágrimas surcaron sus mejillas.

El agua seguía corriendo ruidosamente y se percibía el tarareo lejano de una cancioncilla fácil.

—Quiero que te sientes aquí y que no digas nada— le acerco la clásica silla de cocina con los posabrazos de metal y Adriana tomó asiento compungida.

María tomo una especie de bufanda, sedosa y larga y con ella ató los brazos y las piernas de la chica a los posabrazos y a las patas, con indudable maestría, después la obligó a abrir la boca para introducir en ella una ciruela mediana y la amordazó anudando el trapo por su nuca.

Adriana sufría espasmos y hacía que la silla se sacudiese con violencia pero Maria le propinó un contundente puñetazo que hizo oscilar su mandíbula y pareció tranquilizarse. Después acaricio dulcemente su mejilla y se sentó frente a ella dominando la puerta de la cocina que quedaba tras la espalda de la chica, impotente y amordazada.

El agua dejó de fluir y Mónica alzó la voz.

— ¿Qué habéis preparado para cenar chicas?, mientras, nos contaras lo que te ha ocurrido.

—Ven Mónica, estamos esperándote en la cocina.

—Ya voy, me pongo el pijama y voy.

Mónica se vistió con un pijama corto y la holgada camisola con el mismo estampado, se calzó unas graciosas pantuflas en forma de cabeza de león y se cubrió el pelo con una toalla, a modo de turbante, a fin de que se secase el cabello por si solo.

Cuándo entro en la cocina de esa guisa un escalofrío recorrió su columna vertebral, por un momento creyó desvanecerse pero consiguió tenerse en pié.

— ¿Pero que haces?

Maria le apuntaba directamente a la frente por encima del hombro de Adriana. Había dispuesto una silla gemela junto a la de ella y la instó a que tomara asiento en silencio. Cuando lo hizo, ambas se miraron fijamente, y su mirada expiraba terror. Dos minutos después ambas estaban atadas y amordazadas frente a Maria que se paseaba distraídamente mientras roía un currusco de pan.

—Chicas, tengo unos planes estupendos para vosotras dos, nos lo vamos a pasar estupendamente— vacilo divertida, —aunque tendremos que invitar a unos amigos, claro.

Cogió su teléfono móvil y marco una serie de números mientras las observaba con expresión burlesca.

—Hola Charly, ya estoy aquí.

Transcurrían unos segundos hasta que retomaba la conversación.

—Si, si, si. Realmente están buenísimas.

…

—Todavía no he hablado con ellas, no están en situación.

…

—Lo haré.

…

—Calle Marino Alzaga, 36 5º1ª

…

—De acuerdo.

…

— ¿Cuánto creéis que tardareis?

…

— ¡OK!, Chiao bambino, os esperamos aquí, traer todos los bártulos.

Desconectó el móvil y las observó con deleite.

—Tenemos como mínimo una hora, chicas. Mientras tanto hablaremos entre mujeres de nuestras cosas, ¿no os parece divertido?,

Asió por sus asas uno de los bolsos y extendió sobre la mesa su contenido.

—Adriana Martín Ferrando, la foto de tu DNI no te hace justicia—, observó una caja de compresas y la dirigió su mirada hacía Adriana mientras la sostenía frente a ella.

— ¿No tendrás la regla, verdad?

Adriana estaba compungida e inmóvil pero volteó su rostro en sentido de negación.

—Bueno, ya hablaremos de ello.

Maria recorría la estancia mientras analizaba el contenido de aquel bolso y se hacía con una pequeña agenda que abrió por su mitad.

—Vaya cariño, estás muy bien relacionada socialmente, tienes suerte, a mi no me conoce nadie todavía pero a lo mejor me hacéis famosa— rió jocosamente.

Durante casi diez minutos hurgó en los bolsos de las dos en su presencia, entre comentarios soeces o inquietantes y ante sus miradas esquivas de terror e incomprensión.

—Bueno, mientras llegan los chicos voy a proceder a quitaros la mordaza, si gritáis o intentáis cualquier cosa os rajare la garganta como a cerdos en la matanza. Sé que atentó al protocolo pero me siento muy sola hablando para mi, así que voy ha haceros algunas preguntas comprometidas que responderéis con la máxima sinceridad, no tengo una máquina de la verdad que me indique si mentís, pero si alguna lo hace y yo simplemente lo intuyó, rajaré su cutis con el cuchillo para provocarle una cicatriz irreparable. Si persiste en el engaño lo haré una vez más— se interrumpió para deleitarse en su discurso, —y así hasta cuantas veces haga falta hasta dejaros el rostro irreconocible. Quiero que asintáis con la cabeza si me habéis entendido.

Ambas lo hicieron y Maria procedió a desasir las mordazas para después, sentarse de nuevo frente a ellas.

Continuará.

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