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Secuestro en Mali. 2ª Parte

en Grandes Relatos

Mariela se dejó llevar por aquella chica sumida en la más profunda vergüenza. Entraron en el amplio aseo y Jessica parecía relajada

—Toma querida, bébete esto, debes estar sedienta.

            La ofreció un baso de agua y Mariela agradeció el gesto, sentía el sabor amargo del semen que el joven le había obligado a ingerir entre arcadas y de alguna forma se sentía algo mejor alejada de aquel monstruo. Aquella droga diluida en el líquido era absolutamente indetectable por su textura y su ausencia de sabor y sus efectos sedantes eran poco predecibles hasta que llegaba al cerebro. Jessica abrió el grifo de la ducha y la presión a aquella temperatura hizo que se empañasen los espejos.

—Entra  Mariela, te sentirás mejor.

            Le cohibía su desnudez y tener que asearse frente a aquella muchacha, pero sentía una necesidad vital, como si toda aquella agua pudiera limpiar su alma de todas las vejaciones. Entró torpemente en la bañera, sus gestos le hacían parecer una zombi y obedecían a un estado catatónico y ausente. La presión de aquel chorro rompiendo sobre su frente hizo que se relajase un instante y Jessica se situó tras ella masajeándole los hombros suavemente con abundante jabón. Mariela quería evitar a toda costa que sus cuerpos desnudos se rozasen, pero le fallaban las fuerzas y le sobrevenía una debilidad latente que le impedía cualquier reacción. La chica acercó sus labios a su oído y le hablo en ingles, con una cadencia melódica, mientras acariciaba su torso y su espalda.

—Escucha Mariela, Aarón es un maldito monstruo, pero nosotras protegeremos a tus hijos, confía en mí.

            Aquellas palabras le insuflaron esperanza, tal vez Jessica decía la verdad y como ella era víctima de la perversión de aquel hombre. Se sentía desamparada y perdida y sin embargo aquellas palabras en su oído, aquella voz, se filtraba en sus sentidos produciéndole un sentimiento de amparo y protección.

—Júrame que no protegeréis— su voz era imprecisa y trémula.

—Tienes mi palabra querida.

            Mariela creyó apreciar como una lágrima se deslizaba por el pómulo de Jessica y esta aferro sus pechos contra su espalda mientras prolongaba las caricias sobre sus pechos desnudos. Una vez más quiso zafarse de aquel gesto pero ahora estaba mareada y aquellos gestos le confundían.

—Déjate llevar Mariela, eres la mujer más hermosa que he visto jamás, deja que te proteja y te consuele.

            Rozo los labios con los suyos mientras deslizó su brazo para acariciar su sexo suavemente y Mariela sintió como si una fina daga se hundiese en su piel.

—No lo hagas.

—Déjate llevar, desinhíbete de todo.

            Sus labios se rozaron y Jessica introdujo su lengua entre la comisura de su boca para que se rozase con la suya.

—Solo te quedo yo Mariela… solo te quedo yo para protegerte a ti y para proteger a tus hijos.

            Mariela confundía sus pensamientos y los dedos de aquella joven introduciéndose hábilmente entre sus labios vaginales le producían destellos de indeseado placer.

—Nos protegerás ¿verdad?

—Mariela, confía en mí…

            Entreabrió sus labios para permitir que la lengua de Jessica hurgase su paladar y giró su torso para abrazarla. Por primera vez en toda su vida Mariela sintió punzada de atracción por alguien de su propio sexo. Estar a solo un centenar de metros de aquel monstruo le brindaba protección y aquella chica la alejaba de la hoguera.

—Lo intentaré Jessica…— Su voz denotaba nerviosismo.

—No tienes que hacer nada Mariela. Sólo deja paso a tu instinto, déjame amarte.

            Con gestos trémulos asió su torso y ella la abrazo correspondiendo a sus caricias, se sentía una persona diferente, ajena a cualquier atisbo de recuerdo. Jessica seco el húmedo cuerpo de Mariela acariciando suavemente la toalla sobre el y después la condujo de la mano al dormitorio.

—No me hagas salir ahí— fue más un gemido que un ruego.

—No temas cariño, no hay nadie, estamos solas tú y yo.

            La recostó sobre la cama acompañando sus hombros y abrazó su torso desnudo para besarla en los labios tenuemente. Mariela sintió que necesitaba aquello pero su mente divagaba fundiéndose en una amalgama de recuerdos imprecisos, abrió sus labios y sus lenguas se rozaron. Pensó que si realmente conseguía seducir a aquella chica esta la protegería del monstruo a ella y a sus vástagos, ignorante de que toda aquella escena iba a ser grabada y presenciada desde la estancia contigua.

            Susana vestía unos jeans ceñidos y una camisa de seda blanca muy holgada que solo permitía intuir sus pechos incipientes propios de la pubertad. Había sido conducida hasta allí por dos fornidos guardianes separándola de su hermano y su blanquecino rostro hacía evidente su estado de nerviosismo y crispación. Aarón estaba sentado sobre un sillón de piel junto a la joven Elizabeth ignorante de que solo media hora antes había yacido con su madre en presencia de aquel cerdo. Los guardianes la sujetaban firmemente por las axilas obligándola a mantenerse erguida y el hombre asintió con la cabeza sin cruzar palabra alguna. El mas fornido intuyó la orden y clavo una finísima jeringuilla en su antebrazo provocando en ella una sensación de picazón. Estaba llorando.

—Eres una joven muy bonita, te pareces muchísimo a tu madre, ¿sabes?— Habló en un cultivado inglés.

—No se porque estoy aquí, déjenos ir…— Le respondió en el mismo idioma, entre lágrimas,  el instante exacto en que el efecto de aquello le provocaba un vahído.

—Preciosa, estas aquí porque tu madre lo ha querido así, ven muñeca, siéntate junto a nosotros.

            Los hombres la obligaron a tomar asiento empujándola con violencia.

—Eso no es cierto— ahora un súbito mareo inundo sus sentidos.

—Si lo es, te demostraré que no te miento.

            Pasó un brazo sobre su hombro y deslizó la mano sobre su seno sobre la tela haciendo que esta se convulsionara en un espasmo.

—Déjeme…

            Aarón ordenó algo en árabe a uno de sus hombres y este accionó una manivela semi oculta que abrió de par en par sendas cortinas haciendo que se abriese la visión de la sala contigua. Susana no dio crédito a aquella visión, su madre sostenía la cabeza entre las piernas de una joven que se convulsionaba espasmódicamente entre alaridos de placer mientras esta acariciaba sus nalgas con inusitada lascivia. La niña hizo el gesto de cubrir sus ojos con el brazo pero Aarón la sujetó con fuerza obligándola a ver  aquella tórrida escena mientras Elizabeth desabrochaba los primeros ojales de su blusa.

CONTINUARÁ   

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