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Irrupción familiar (4)

en Grandes Relatos

Ambas permanecían inertes, incapaces de ejercitar un solo músculos de su cuerpo ni articular palabra alguna. Las palabras de Miguel resonaban en sus mentes carentes de cualquier énfasis y sin embargo comprendían el significado de las frases hasta el punto de aterrorizarlas.

—Como os decía habéis entrado en la primera fase. No os inquietéis, en doce o quince minutos los efectos de la droga se disiparan paulatinamente.

Fue hasta ellas con paso quedo, ellas observaban impotentes como se acercaba y su imagen parecía desenfocada en sus retinas. Separó sus cuerpos con inusitada delicadeza y alzó el de Helena para recostarla entre sus brazos. Ella no sintió ninguna inercia mientras la trasladaba, cual bulto, hacía su cuarto. Muy lentamente la depositó sobre un amplio sofá del dormitorio situado estratégicamente frente a la amplía cama de este. Observó como salía de la habitación y no supo calcular el tiempo que tardó en regresar a ella. Ahora sostenía sobre sus brazos el cuerpo de Miriam y atinó a observar la mirada perdida de su amiga y las contraídas facciones de su rostro. Mientras hablaba, casi en susurros, la deposito sobre la cama.

—El problema es que al disiparse los efectos entrareis en la segunda fase, es la que mas me gusta.

Helena observó impávida como incorporaba a Miriam y desabotonaba lentamente su amplia blusa para deslizarla por sus hombros. Se deleitó unos instantes observando la desnudez de sus hombros y los senos cubiertos por un sutil sostén de seda azul que se ceñía a sus formas. Helena quería gritar, pedir auxilio… pero de su garganta no emanaba ni siquiera un sonido gutural. Miriam parecía un pelele entre sus brazos, abrazó su torso y palpó el cierre del sujetador para desasirlo, no sin cierta dificultad.

—No se quién habrá inventado esos malditos pasadores, podían haber pensado en el velcro.

Se tomó su tiempo calculando cada instante para observar como se holgaba la tela y el sujetador se desprendía sobre su vientre para mostrarle unos pechos proporcionados y perfectos coronados por una aureola rosada sin atisbo de botón. No resistió la tentación de rozar tenuemente aquella piel con la punta de sus dedos mientras observaba desafiante a Helena que yacía sobre el sofá.

—Cariño, nunca me dijiste que tu amiga estuviese tan excelsamente buena.

Los labios de Helena dibujaron un tenue rictus de desazón y Miguel se dijo que los efectos de la droga empezaban a prodigarse. Besó los labios de Miriam y volvió a tumbar su cuerpo sobre la cama para deslizar sus botas por sus piernas. El cuerpo de la chica se retrajo instintivamente un solo instante pero aquello no inquietó al hombre, sabía que el proceso estaba en marcha e incluso le tranquilizó aquel síntoma. Cuando hubo conseguido descalzarla la chica permaneció inerte, con la misma mirada ausente y todos sus músculos flácidos a merced de su captor. Observó de nuevo a Helena dibujando una pérfida sonrisa.

—Ahora viene lo mejor querida, te recomiendo que observes a tu amiga, seguro que nunca la habías visto así.

Llevaba un cinturón de cuero negro ceñido a su cintura y Miguel desplazó la hebilla para abrirlo, desabotonó cada uno de los ojales del jean y deslizó la prenda por sus pantorrillas. Sólo una braguita azul a juego con el sujetador vestía el cuerpo de la chica y una vez más se recreo en observarla.

—Realmente es una preciosidad, una muñeca…

Introdujo sus dedos entre el elástico para deslizar la prenda entre sus piernas y la situó frente a Helena en la desnudez más impúdica. Su frondoso bello púbico, de idéntico color de sus cabellos, no parecía haber sido nunca depilado, aunque dibujaba un triángulo perfecto. Deslizó la yema de sus dedos entre los alborotados rizos y entreabrió sus labios vaginales haciendo que el rosado clítoris asomara entre ellos ante la impávida mirada de su amiga.

— ¿Qué te parece eso?, ¿no es increíble? Creo que tu amiga aún es virgen.

Helena sintió una especie de descarga eléctrica que afloró por sus venas y la hizo estremecer, pero sus músculos parecieron resucitar. Fue capaz de balbucear unas palabras.

— ¿Qué estas… haciendo? Estás… estás completamente loco, eres un maldito… enfermo.

—¡Bien! Creo que ese menjurje está dando resultado. Observa mientras puedas.

Se apartó del cuerpo de Miriam para tomar asiento junto a ella y paso el brazo sobre su hombro obligándola a recostar su cabeza sobre el. Por un instante Helena no dio crédito a la escena. Miriam pareció recuperar sus reflejos, su rostro perdió la rigidez y su mirada pareció definirse. Casi imperceptiblemente incorporó su torso y extendió la mano palpando su desnudez; miraba a ambos con una expresión cautiva, como si su cerebro estuviese procesando una situación distinta a la que tenía ante sí. Muy lentamente deslizó la palma de su mano izquierda sobre el vientre hasta alcanzar el pubis e introdujo dos dedos en su sexo mientras acariciaba su seno con la diestra. Helena pareció observar una sonrisa cómplice en su rostro.

—Esta no es ella.

—Por supuesto que lo es querida. La que tu conocías no era ella, esta si lo es, es su ego, la desinhibición de su altruista personalidad cargada de dogmas y prejuicios.

—No quiero ver esto.

—Ten paciencia, tú también te disfrutaras de esto.

Asió su pómulo para dirigir su mirada y unió los labios con los suyos ante la impotencia de Helena. Miriam había abandonado cualquier atisbo de pudor para entregarse por completo a sus instintos. Introducía frenéticamente varios dedos en su sexo mientras se convulsionaba entre delirantes gemidos de placer contorsionando su cintura con movimientos convulsos.

—Lo ves princesa, ¿dirías que esta sufriendo?

La mente de Helena pareció obnubilarse, confundía los recuerdos y sintió como sucesivos escalofríos recorrían su cuerpo apoderándose de su propia voluntad. Muy dentro de sí no daba crédito a aquellas sensaciones, pero en solo un instante pasó de sentirse abatida e inerme a percibir desconocidas emociones que fluían en su sistema nervioso haciéndola convulsionar. Casi sin pretenderlo relajó cualquier sentimiento de rechazo para introducir sus labios entre los de Miguel y deseo prolongar aquel beso eternamente. La imagen de Miriam frente a ellos, concentrada y absorta en procurarse un orgasmo, le excitó sobremanera y por primera vez en su vida sintió la vital necesidad de estar con ella. Miguel rechazó sus labios y palpó la entrepierna de la chica sobre la tela.

—Estás mojada.

Helena no respondió. Atusó su larga melena rubia despejándose la frente y lo miró fijamente.

—Quiero que me contestes querida: ¿deseas estar con Miriam? Se sincera.

Asintió tímidamente cabizbaja.

—No has contestado a mi pregunta, ¿lo deseas realmente?

—Necesito amarla.

—Entonces debes proponérselo a ella, ¿no te parece?

Helena se irguió torpemente para sentarse sobre el edredón junto a ella y ambas se miraron esquivas. Miriam se había relajado y jadeaba.

—Miriam yo…

No hicieron falta más palabras, ella acarició su brazo con ternura sin dejar de observarla fijamente y se incorporó para abrazarla por los hombros. Deslizó la seda del vestido para acariciar los pechos desnudos de su amiga mientras besaba su cuello con extrema suavidad.

Miguel había conseguido el escenario perfecto para aquella filmación, sendas cámaras captaron cada instante combinando planos cortos con generosas perspectivas y cambios de luz que resaltaban los detalles sin dejar un solo resquicio a la imaginación de cualquier espectador. Lo que empezó como una tímida rastra de insinuaciones cohibidas entre dos amigas intimas derivó en la mutua y absoluta entrega de sus cuerpos, en el ansía de ofrecerse y obtener el máximo placer sin la mínima inhibición sexual. Miriam acariciaba el cabello de su amiga mientras separaba sus rodillas entre jadeos entrecortados mientras Helena mordisqueaba su clítoris introduciendo su lengua entre sus labios vaginales. Sus miradas denotaban deseo y ansía, sus caricias destilaban sinceridad y aquiescencia y sus orgasmos no fueron fingidos sino producto del deseo y la pasión. Cuando Miguel se desnudó y se unió a ellas, estas parecieron contrariadas, pero sus abducidas mentes albergaron la posibilidad de obtener un placer aún mayor. El joven no tardó en conseguir la complicidad de ambas e incluso cierta rivalidad para que sufragasen con creces sus más ínclitos deseos de perversión. Miriam sollozó ligeramente cuando el miembro de Miguel condenó su virginidad sin la suavidad más cauta, pero Helena se obstinaba en consolar su dolor sosteniendo su rostro junto al de ella y besando sus labios con pasión para sosegar cualquier dolor, esmerándose en lubricar el pene del muchacho antes de la penetración, ofreciéndose a sí misma con la mayor persuasión para evitar que la hiriera.

Cuando despertó un enjambre de cien mil abejas parecía resonar en su cabeza. Helena estaba desnuda junto a Miriam y sus recuerdos se difuminaban a solo un segundo de intentar rememorarlos. Miriam abrió los ojos y su mirada vidriosa pareció entrelazarse con la de Helena, instintivamente cubrió sus senos con los antebrazos y la observo suplicante.

— ¿Qué ha pasado Helena?, ¿qué hacemos aquí? Me duele mucho la cabeza.

—A mi también… No recuerdo nada.

—Yo puedo refrescaros las memorias queridas.

Ambas cubrieron sus torsos con la sábana y se incorporaron con inusitada violencia.

— ¿Qué nos has hecho?, ¿qué hacemos aquí?

—Os propongo que desayunemos, mientras lo hacemos veremos una película interesante y constructiva. Podéis ducharos en el baño anexo, vuestra ropa esta ahí, os espero en la sala.

Habían decidido marcharse de inmediato. Miriam supo de inmediato que había sido violada y se lo dijo a Helena entre sollozos. Los recuerdos se fragmentaban en difusas imágenes y variopintas sensaciones y ambas determinaron que pondrían una denuncia, pero primero había que salir de aquel infierno y sortear al perro que lo custodiaba.

Cuando entraron en el salón Miguel las esperaba sonriente.

—He preparado el desayuno.

—No deberías haberte molestado, nos vamos, ya tendrás noticias nuestras.

—La puerta está cerrada— volteó un llavín entre sus dedos —pero podréis marcharos dentro de un instante.

—Eres un maldito hijo de puta, te vamos a denunciar, ¿lo sabes?

—Querida Miriam, siempre tan impulsiva.

—Nos has drogado, nos has rogado y nos has violado.

— ¿Tú crees?

Oprimió el botón de un mando a distancia y la imagen de la moderna pantalla de plasma las dejo petrificadas. Miriam parecía poseída masturbándose sobre la cama con inusitado deleite mientras profería entrecortados gritos de placer mientras en un ángulo superior de la pantalla Helena besaba apasionadamente a Miguel mientras masturbaba su pene.

—Dura varias horas. La verdad es que estuvisteis fantásticas, ahora sentaros.

No daban crédito a aquello, pero lo cierto es que cada escena emanaba perversión y aquiescencia mutua. Las lágrimas surcaron las mejillas de las dos y Helena pareció sollozar más que rogar.

—Déjanos marchar.

—Deberíamos hablar un rato los tres juntos, como buenos amigos, además la película os gustará, de veras.

— ¿Qué harás con ella?

—Lo que vosotras decidáis, lo que es seguro es que haría las delicias de cualquiera y con hay juez en el mundo que se tragase que retrata una violación. Menudo par de viciosas reprimidas estáis hechas.

Miriam intentó sobreponerse.

— ¿Qué quieres que hagamos?

—De momento sentaros. Os lo explicaré detenidamente.

CONTINUARA.

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