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Secuestro en Mali

en Grandes Relatos

            Mariela y sus hijos habían sido detenidos a su paso por un puesto fronterizo y el vehículo de alquiler había sido confiscado. El joven jerifalte ocupaba las dependencias de su padre; era un hombre musculado con inequívocos rasgos orientales. Cuando llamaron a su puerta autorizó el paso y un hombre condujo a Mariela frente a él y salió de la estancia. Aquél era un momento esperado y pensaba deleitarse al máximo. Ocupaba el centro de una cama inmensa con dosel y le flanqueaban dos mujeres muy jóvenes con marcados rasgos orientales, ella reconoció de inmediato al joven, como un antiguo compañero de instituto, en Suiza, al que había repudiado siempre. El increíble parecido físico de las mujeres le hizo suponer que eran hermanas. Los tres parecían desnudos bajo la ligera sábana de seda y Mariela quedó inmóvil frente a ellos, un temblor espinal le sacudió su cuerpo y se preguntó si sería capaz de aguantar de pie un sólo minuto más, vestía una holgada americana y aún así un sudor frío atizaba su cuerpo. Aarón incorporó medio torso mostrando su pecho desnudo y le habló en inglés.

—Hola querida, ¿me reconoces? ¿Has dormido mal?, estás horrible.

            Mariela se retiró el pelo de la frente sin dejar de temblar y permaneció en silencio, observándolo fijamente pero sin poder encubrir cierto terror en su mirada.

— ¿Sabes? Tengo buenas noticias para ti, Susana y Carlos están bien, te envían recuerdos.

Mariela había enviudado hacía un año. Susana tenía sólo quince años y era el vivo retrato de su madre y Carlos acababa de cumplir los dieciocho. Aquel viaje a Malí había sido su regalo de aniversario.

            Lo miró fijamente e hizo acopio de valor.

—Deja que mis hijos y yo nos marchemos Aarón, su voz era trémula

            Lo había conocido en un colegio Suizo hacía años, nunca supuso que algún día heredaría una pequeña republica junto al río Jordán.

—Querida, querida, querida…— adoptó una expresión frívola — ¿eso deseas?, verás yo tengo otros planes para ti.

— ¿Qué quieres?— pronunció aquello con la máxima desidia.

— ¡Vaya! parece que entramos en razón, ¿sabes?, tu vida y la de tus hijos está en mis manos, quiero oír de tu boca que harás todo aquello que te ordene.

—Escucha Aarón— su voz emitía cierto temblor que le obligaba a espaciar las palabras, —yo tengo mi vida y tú la tuya, dejémoslo así yo no te rechace, estaba con otra persona.

— ¿Recuerdas lo altiva que te mostraste en la última vez?, ¿cuándo te dije que algún día serías mía?, repítelo.

Bajó la mirada y repitió aquella frase, fue casi un susurro —antes muerta.

—No es por tu vida por la que tienes que temer ahora, sino por la de tus hijos. Podría ordenar que los mataran ahora mismo y a ti entregarte como carnaza a mis soldados, ¿sabes lo que les motiva la violación?

            A Mariela le faltó el aire unos instantes y creyó que se derrumbaba, Aarón levantó la voz —di que harás cuánto desee.

            Vaciló —haré…— su voz delataba nerviosismo y entrecortaba las frases  —haré lo que me pidas, pero libera a Susana y a Carlos.

—Vaya, la princesita pone condiciones— se dirigió a sus acompañantes en árabe, ¿qué os parece?

            Las dos mujeres dibujaron una sonrisa trémula en sus labios, a pesar de no entender nada de aquella conversación que discurría en inglés.

— ¿Serías capaz de convencerme?

Mariela repitió aquella frase —haré lo que me pidas.

—Bien, eso es mucho más razonable, ahora dime querida ¿has estado alguna vez con otra mujer?

            Mariela pareció azorada y Aarón levantó la voz de nuevo.

—Responde

La tensión hacía incomprensibles sus palabras

—No.

—No mientas, ¿te gustaría?

—No.

            Aarón agitó el brazo desplazando la sábana y la arrojó al suelo mostrando los cuerpos desnudos de los tres. Una de ellas asía su pene masturbándolo lentamente mientras la otra acariciaba su torso.

—Dime querida, ¿cuál de estos dos cuerpos te inspira más para iniciarte en el lesbianismo?

            Mariela ocultó su rostro con las manos.

—Eres un maldito enfermo Aarón.

            El joven se levantó y fue hacia ella sin que su propia desnudez le causara la mínima impudicia y le abofeteó el rostro con inusitada violencia haciendo que perdiese el equilibrio unos instantes.

— ¡Maldita hipócrita!,  te he preguntado cual de las dos te gusta más, ¿no me has oído?

Aarón la asió por muñeca retorciéndosela en la espalda y Mariela se cubrió el rostro con el antebrazo izquierdo — ¿quieres que tus hijos vivan un día más?, ¿ó prefieres una sesión de sexo duro protagonizada por tu hijita? Seguro que su hermano desea tirársela en secreto—. Gritaba y parecía fuera de sí.

—Mariela tragó saliva, le dolía el brazo y le temblaban las piernas, tenía gran dificultad en articular las palabras, pero pensó en ellos.

—Aquella— señaló a una de las jóvenes y de nuevo, dos lágrimas le surcaron los pómulos. Ignoraba si lo que más le humillaba de todo aquello era la propia situación o que él la viera llorar, se secó las lágrimas con el dorso de la mano libre y Aarón la soltó volviendo a la cama para dirigirse a la joven en su idioma.

—Bueno Elizabeth, creo que a la “princesita” le gustas más tú, ¿qué te parece?

            La joven evocó una sonrisa forzada y él la besó lascivamente en los labios. Mariela intentaba mirar hacia otro lado y sintió nauseas.

—Deberías ir hasta ella y explicarle lo que sientes, como has hecho con tu amiga hace un momento.

            Mariela sintió una arcada y se acurrucó sobre sí misma abrazando sus rodillas con los brazos. Se había agazapado en una esquina haciendo un ovillo con su cuerpo y sentía verdadero terror. Aarón se dirigió de nuevo a ella.

—Levántate— hubo un silencio —levántate— elevó la voz más de lo que lo había hecho hasta ahora —quiero que te laves, que te pongas atractiva para mí  y que vuelvas de inmediato, tienes un minuto.

            Entró en el baño con paso oscilante y allí se frotó la cara con agua helada; eso devolvió parcialmente la pigmentación a su rostro. Por un instante se sintió aliviada, pero sólo fue una sensación esporádica que se diluyó de inmediato, observó la lúgubre sala de aseo. Mientras lo hacía entre gestos temblorosos, oyó la voz de Aarón reclamando de nuevo su presencia y otro escalofrío recorrió su espina dorsal, la joven oriental aguardaba de pie mostrando su más absoluta desnudez.

Se situó frente a la cama y Elizabeth se acercó a ella. Sus pechos eran pequeños y firmes y parecía asustada, la abrazó sutilmente y le susurró al oído de forma que fuera imperceptible para Aarón.

—Haga lo que le diga señorita, está loco— le habló en un torpe inglés.

Mariela permanecía erguida, con los brazos inertes cayendo por sus caderas, incapaz de responder a estímulo alguno. Aarón intervino desde la lejanía.

—No lo estás haciendo muy bien, creo que tus hijos no verán amanecer.

            Para ella fue una punzada de dolor que atravesó su alma, Elizabeth insistía inútilmente en provocar cierta reacción en aquel trozo de hielo, acariciaba sus pechos sobre la tela y asía sus glúteos, mientras la besaba en el cuello, pero Mariela era incapaz de reaccionar aún proponiéndoselo, Aarón se dirigió a la joven oriental y le habló en su idioma.

—Pequeña, pareces incapaz de despertar el mínimo interés en mi invitada, creo que ya no me sirves ¿sabes lo que hago con las prostitutas frígidas?

            Elizabeth le susurró de nuevo en el oído.

—Por favor haga algo o me matará.

Mariela se giró hacía el hombre.

—Escúchame Aarón, haré lo que me pides, pero has de jurarme que no me pondrás la mano encima, que no te acercarás a mí y que respetarás la vida de mis hijos, si lo haces — vaciló— me verás amar a esa chica—. Se sorprendió así misma por aquel ataque de valor inesperado.

—Está bien, si me satisfaces, te irás de esta habitación sin que te toque y no acabaré con nadie, pero espero un espectáculo intenso, sin ningún tipo de tabú, si accedes os concederé la libertad y dejaré que os marchéis — Aarón era víctima de su propia excitación. —Ahora adelante princesa, muéstranos lo que eres capaz de hacer con una mujer hermosa.

            Mariela reaccionó, tragó saliva y sopesó aquella situación con toda la frialdad que fue capaz, estaba en manos de un asesino, de un loco, que no dudaría en acabar con medio mundo por obtener lo que buscaba, y entonces lo decidió, si alguna vez tenía oportunidad de hacerlo lo mataría. Poco a poco, entre gestos trémulos, abrazó a la chica entrelazando su finísima cintura entre sus brazos y buscó sus labios para fundirlos con los suyos. Elizabeth respiró aliviada y respondió prolongando aquellos besos cuanto podía. Entre caricias sinuosas, desabotonó la chaqueta de Mariela y deslizó la prenda por su espalda dejando a la vista sus hombros desnudos. Aarón acariciaba febrilmente el sexo de su acompañante mientras la obligaba a lamer su verga. Elizabeth deslizó sus brazos por la espalda de Mariela y le acarició su torso con las palmas de sus manos hasta rozar con la punta de sus dedos el cierre del pequeño sujetador de seda azul, Mariela correspondía a todo aquello sin saber muy bien qué hacer, besando su tez fugazmente, intentando imitar los gestos de ella, reparando en la comisura de sus labios; a Elizabeth todo aquello parecía desagradarle y no obstante actuaba como si no fuera la primera vez que lo hacía, como si repitiese gestos aprendidos. Acarició la cadera de Mariela hasta introducir sus dedos en la cremallera de su falda, disimulada entre pliegues y la deslizó sutilmente provocando que ésta resbalase por sus piernas. Después se situó frente a ella y besó sus pechos desnudos succionando sus pezones, oscuros y erectos, intentando inútilmente que Mariela mostrase alguna excitación, empujó su torso hacia atrás, sobre el sofá, dejándola semisentada y pasó la lengua por su vientre mientras deslizaba la tela de la falda tubo por sus caderas hasta que únicamente unas ligeras bragas azul cielo, a conjunto con el sujetador, cubrían su sexo, dejando adivinar su pubis, para deleite de Aarón.

Les ordenó a ambas que se levantaran y Elizabeth se situó tras Mariela, frente a él, ofreciéndole la mejor perspectiva; acarició sus antebrazos, deslizó sus manos por su cintura reteniéndolos sobre sus pechos desnudos, que muy a su pesar, se excitaron aún más al tacto de las caricias. Por fin, muy lentamente deslizó la seda por sus caderas dejando al descubierto su sexo, poblado de pequeños rizos rubios. Mariela hizo ademán de cubrirse el sexo con sus manos, pero Aarón negó con la cabeza nuevamente y se dirigió hacía ellas mostrando su excitación. De nuevo sintió nauseas pero se repuso evitando vomitar. Elizabeth besaba tensamente su lóbulo izquierdo uniendo sus pechos a su espalda y deslizó su mano por el vientre hasta introducir sus dedos entre los labios vaginales de Mariela para deleite de Aarón. Sintió un espasmo que le hizo flexionar ligeramente la cintura, era como una muñeca en los brazos de su captor.

—Ahora poneos cómodas chicas— La otra joven proseguía la felación permitiendo que Aarón hurgase en su ano sin ningún recato. Se levantó para tomar asiento en un mullido sofá de piel y ordenó a su amante que le acompañara —quiero que retoces con ella en la cama.

Elizabeth condujo a Mariela hasta la cama asiendo suavemente las puntas de sus dedos con su mano y ésta se dejó llevar. Ambas se recostaron en ella.

—Ahora bésala Elizabeth, quiero ver como goza una “puta” occidental.

            La joven posó la palma de su mano sobre el sexo desnudo de Mariela y trato de estimularla con tenues caricias nerviosas, introduciendo un par de dedos entre sus labios vaginales mientras besaba sus labios y los  acariciaba con su lengua  tratando de enlazarla con la suya, de nuevo besó sus pechos y deslizó su rostro por su vientre. Mariela nunca había sabido o no había tenido necesidad de disimular un orgasmo y aquella era una situación lasciva y humillante, pero sólo había una forma de acabarlo y ella lo sabía, tuvo que concentrarse cuanto pudo, dejar la mente en blanco, hacer acopio de sensaciones parecidas y por fin consiguió disimular aquella sensación indeseada que jamás había experimentado con ninguna otra mujer, aparentemente explotó como volcán en erupción mientras la joven violaba su más preciada intimidad ante la mirada depravada de su captor, doblegándose a sus más bajos instintos. Por un instante tuvo la sensación de que iba a vomitar pero aparentó cierta extenuación.

— ¿Tienes bastante cerdo?

            Aarón fingió perplejidad —creía que te había gustado querida.

— ¿Puedo marcharme?

            Permanecía frente a él con aquella sábana de fina seda semi ceñida a su cuerpo.

            Mariela se puso en pie.

—Pero pequeña, estás a la defensiva— ella lo observó impasible —desinhíbete ante mí.

            Intentó denotar la máxima desgana pero maquinalmente dejó que la sábana que la cubría se deslizara por su torso. Ahora estaba completamente desnuda frente a él.

—No te muevas, quiero explayarme con tu imagen.

            Obedeció y permaneció inmóvil mirándole con odio. Su rubia melena despeinada y revuelta resbalaba por sus pómulos y su cuerpo temblaba como una hoja al viento. Aarón se sentó desnudo en un extremo del camastro, separó impúdicamente sus rodillas ofreciéndole la obscena imagen de su flácido pene.

—Ahora, si quieres que los chicos sobrevivan, tendrás que trabajártelo a fondo, sin fingimientos ni actuaciones, arrodíllate frente a mí y ruega.

            Mariela obedeció y su rostro quedó a pocos centímetros de su pene flácido. Ahora lloraba copiosamente y eso excito a Aarón sobremanera. Alzó su tez para mirarle a los ojos.

—No lo hagas… haré lo que me pidas.

—Entonces adivina mis deseos y actúa como lo haría una puta en celo y no una frígida monjil.

            Asió su pene con las manos temblorosas y lo introdujo entre sus labios torpemente mientras este recuperaba su erección. Sintió una profunda repugnancia pero se obligo a lubricarlo con su lengua en posición canina. Aarón miró a Elizabeth y esta supo de inmediato lo que el joven esperaba de ella, lo había hecho muchas veces. Situó su cara entre los glúteos de Mariela y chupó su ano introduciendo en el su lengua mientras sobaba sus pechos pellizcando sus pezones con acritud. Mariela sintió un profundo dolor y por un instante separo sus labios del pene de Aarón para gritar, pero este asió su nuca obligándola a reanudar la acción. El prepucio golpeaba su garganta forzando su paladar hasta hacerle sentir arcadas y una mezcla de dolor y repugnancia recorrió su columna vertebral, cuando eyaculó en forma de esporádicos chorreones el semen inundo su cavidad bucal por completo. Aarón le separo la cabeza obligándola estirando sus cabellos obligándola a mirarle una vez más. Tenía el rostro compungido y el rastro de las lágrimas secas que habían surcado sus mejillas delataban su estado, mientras el semen blanquecino resbalaba por la comisura de sus labios.

—Trágatelo Mariela, si una sola gota más resbala de tu boca me los cargo.

            Lo miró con expresión de abatimiento y Aarón observó como su campanilla reverberaba en su cuello como muestra inequívoca de que la chica estaba ingiriendo aquella esperma. Luego tosió copiosamente y se llevo las manos al rostro para ocultar su mirada, avergonzada.

            Elizabeth y su hermana Jessica se abrazaban frenéticamente junto a ellos besándose con lascivia y restregando sus pechos en una danza esporádica y lenta. Sabían que debían mostrarse ardientes aún cuando Aarón las ignorase bajo la amenaza de severos castigos si se mostraban esquivas. Había llegado a manipularlas hasta el punto de obligarlas a amarse incluso cuando estaban solas en sus habitaciones muy lejos de el y ellas habían asumido su condición de esclavas llegando a disfrutar con todo aquello. Aarón las interrumpió.

— Bueno chicas, ahora prestadme atención, vamos a domesticar a esta puta occidental— hablaba en árabe — ¿sabéis lo que tenéis que hacer?

Sonrieron separando ligeramente sus cuerpos desnudos y asintieron con la cabeza. A Elizabeth le dio la sensación que esperaban esa orden y Jessica respondió.

— Quieres que te la preparemos.

— Eres muy lista pequeña, pero primero quiero oírla gemir, que provoquéis que estalle en un orgasmo que no olvide jamás.

Como en un guión mil veces ensayado Jessica fue hasta ella y asió su brazo.

—Acompáñame princesa, primero tenemos que asearnos— A diferencia de su hermana hablaba un cultivadísimo inglés.

CONTINUARÁ

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