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La fiesta (2)

en Orgías

Hemos ocupado los mismos sitios que cuando empezamos nuestra fiesta, yo sentado junto a Anabel y Vero y Mónica en el sofá enfrentado, sólo que en esta ocasión, ambas se abrazan y no les preocupa lo más mínimo entreabrir sus rodillas para mostrarnos sus zonas más íntimas. Por su parte Anabel ha pasado su brazo sobre mi hombro y apoya en él su rostro. Verónica habla con determinada soltura.

—Ahora soy yo la que propone un nuevo juego.

            Todos asentimos sin disimular cierto entusiasmo. Mónica ha servido cuatro Gin Tónic´s  que están frente a nosotros sobre la mesa.

—Propón.

            Me hago el condescendiente.

—La intención de Fer era utilizar la química para obtener nuestra obediencia.

            Cierto desazón y no finjo el rubor que me asalta por mi absurda decisión pero p3ermanezco callado.

—Pues bien, convirtamos su sueño en realidad. Durante la próxima hora seremos sus esclavas, haremos cuánto nos ordene sin objeción ni vacilación alguna, ¿qué os parece, chicas?

            Vero la mira dubitativa.

— ¿Y si se pasa de rosca?

—Lo asumimos y transcurrida esa hora nos largamos y no volvemos a verle nunca más.

—Demasiado fuerte ¿no?

—Cierto,  Anabel, es un juego peligroso, pero si traspasa los límites no nos pondrá las manos encima nunca más y se pasará el resto de su vida recordando esta noche en la puta  nostalgia, porque nunca volverá a vivir nada parecido.

            Me siento incómodo.

— ¿Puedo hablar?

            Las tres me silencian con el gesto.

—No Fer, aún no, estamos debatiendo tu regalo.

            Vale Vero.

—En todo caso deberíamos tener la posibilidad de obtene4r algo a cambio: “quid pro quo” ¿no os parece?

—Un término muy letrado, Mónica. Me parece justo.

—A mi no Vero, eso lo decidiremos después, sólo le haremos jurar que se avendrá a ello.

            A mi no Mónica, estoy aquí.

            Responden al unísono con mirada inquisidora.

—Cállate.

—Determina las reglas, Anabel.

—Está bien: Sólo deberá ordenarnos realizar actos encaminados a nuestro placer aún desde la aquiescencia y sumisión.

— ¿Placer desde la sumisión?, suena a sado, ¿no?

—Los límites estarán en su imaginación, si nos obliga a flagelarnos frente a él lo haremos pero abra traspasado esos demarcaciones.

— ¿Puedo hablar?

            Todos ingerimos un sorbo del exquisito Gin Tónic.

—Tienes un minuto. Objeta.

—No pienso objetar nada, me habéis puesto como una “moto” y sí, me gustaría follaros a las tres, pero no sin que vosotras lo deseéis también, ¿me explico?

            Vero me interrumpe.

—Si no deseáramos jugar a ese juego no lo haríamos. Puedes ser un amo creativo y ocurrente desde la convicción de que obedeceremos cada una de tus órdenes o ser un blando mojigato. Tu éxito estriba en hacernos sentir cautivas, obligadas pero expectantes, humilladas pero deseosas de experimentar dicha humillación, temerosas pero anhelantes, ¿lo entiendes?

—Más o menos.

Mi excitación va en aumento y mi pene evidencia mi estado. ¿Son oníricas sirenas? Me pregunto si estoy viviendo un sueño.

— ¿Entonces? Estamos de acuerdo las tres.

            Vero y Mónica asienten con la cabeza.

—Fernando, jura que tras haber transcurrido tu hora accederás a hacer cuánto te ordenemos y a aceptar las reglas que te impongamos.

            Sonrió y me golpeo el pecho en señal de adhesión.

—Lo juro.

—Bien. Tu tiempo ha comenzado.

            La voz de Anabel transmite sentencia. Dudo como debería ser la puesta en escena ideal, pero a la vez, me digo que pocos hombres en el mundo dispondrán o han dispuesto de una situación similar. Tres diosas veinteañeras a mi merced, atentas a mis sugerencias para obedecerme sin vacilar, nuevamente me pregunto si se trata de un “puto” sueño.

—Vero y Mónica, quiero que os desbagáis de esos ridículos camisones y os abracéis mutuamente. Mónica, te ordeno que le digas a Vero algo lascivo, que le pidas que haga algo que no osarías pedirle a nadie.

            Reaccionan como resortes. Ambas se despojan de sus respectivos camisones y se abrazan enfrentando sus torsos. El tono de voz de Mónica es absolutamente audible.

—Quiero tragar tu saliva, Vero.

            Reacciona situando su rostro sobre el de ella, parece salivar unos instantes a tenor  del vaivén de su mandíbula y acerca sus labios a pocos centímetros de los de Mónica. Cuando los entreabre su saliva se desprende por la comisura de su boca en forma de sutiles hilillos que se estrellan sobre la mandíbula de  Mónica hasta que ésta entreabre su boca. Distingo a la perfección como el líquido trasvasa a la perfección para depositarse en su paladar y el movimiento de su epiglotis me prueba su ingestión.  Un solo segundo después unen sus labios y se hace evidente la humedad por el sonido de su roce. Reparo en que se miran fijamente y detecto en su mirada un brote de pasión.

—Ahora tú, Verónica. Pídele que haga algo obsceno.

            Mónica pasa el antebrazo por su boca para enjuagar la humedad. Ambas tienen el pelo revuelto y me atrevo a decir que un rictus de contenida perversión.

—Vero: quiero saber lo que has sentido cuando te meabas con las caricias de Anabel.

            La observa entusiasmada.

— ¿La lluvia dorada? Es bestial, creo que he concadenado veinte orgasmos a la vez. No podía más.

—Quiero que me hagas mear de gusto, Vero. Simultanear veinte orgasmos como tú.

            Vero parece confundida.

—Yo no sé…

            Anabel reacciona. Hasta entonces ha permanecido atenta y abstraída. Ni siquiera me ha tocado.

—Puedo ayudarte.

— ¿Lo harías?

—Solo ayudarte, Vero; explicarte cómo hacerlo.

—Te quiero, sabes.

            Mónica se recuesta en el sofá apoyando sus hombros sobre el respaldo y adopta una posición rotundamente obscena. Separa sus rodillas por completo y las flexiona apoyando sus pies sobre el cojín.  Observo como cierra sus ojos, expectante y como su ombligo se contonea levemente a tenor de la tensión de sus músculos ventrales. La escena hace que mi pene alcance una erección inusitada. Anabel pinza el de de Verónica para conducirlo al sexo de Mónica y acompaña su gesto masajeando el himen tenuemente. Los labios sellados y la tensión de sus músculos faciales y ventrales hacían evidente que esta conteniéndose, su cutis ha adquirido una considerable rojez Y Vero, sin dejar de acariciar su clítoris se incorpora para besar sus labios con desatada pasión, cuando Anabel presiona su estomago en un gesto ensayado observo cómo entre los dedos de Vero se proyecta un chorro de líquido que dibuja una parábola perfecta y me asombro al constatar como de inmediato todos sus músculos pierden rigidez y concadena varios orgasmos que se solapan entre sí arrancando de su garganta guturales jadeos de placer. Anabel aparta su rostro para evitar salpicarse y sustituye las caricias de Verónica entre sus labios vaginales  mientras la humedad cala su brazo. No se detiene hasta que el líquido acaba de fluir y Mónica expira exhausta abandonándose por completo quedando rendida sobre el sofá. Yo me corro copiosamente entre jadeos sin ni siquiera tocarme.

—Cómo coño habéis hecho eso… es fantástico.

            Anabel sonríe divertida.

—Se llama “lluvia dorada”, es un clásico, pero no se puede hacer siempre. No está bien visto.

            Mónica aún balbucea.

—Joder…, creo que nunca había tenido un orgasmo igual.

            Vero acaricia su tez.

—Uno no, cariño, han sido por lo menos media docena.

—Sé más trucos, puedo llevaros al éxtasis a ambas.

            Todos reímos e intervengo intrigado.

—Y estos trucos son extrapolables a mí.

—Supongo.

            Mónica se incorpora sudorosa.

—Qué os parece si limpiamos todo esto y nos duchamos, tenemos todo el fin de semana por delante. Además aún no has catado a Vero y a Anabel, ¿no lo deseas?

            A todos nos parece una fantástica idea pero creo que Mónica ha omitido un pequeño detalle.

—Olvidas que has invitado a tu hermano y a Andrés el wek end, preciosa.

— ¡Joder!, es verdad, vamos a tener que guardar las apariencias.

            Anabel nos dirige a todos una enigmática sonrisa.

— ¿Ó no?

            Nos miramos perplejos y Vero la interpela con gesto desafiante.

— ¿Qué quieres decir con eso?

—Es mi hermano coño, no pienso acostarme con él, ¿entiendes?

—Ni tienes por qué hacerlo, sólo digo que ya veremos lo que ocurre, los caminos del sexo son recónditos y además Andrés es el jefe de Anabel. Lo he dicho en broma: guardaremos las apariencias, enterraremos nuestro secreto y nos comportaremos como verdaderas mormonas.

            Reímos de nuevo.

Hemos dejado la casa como los chorros del oro y Vero y Mónica aún están en su cuarto. Cuándo me estoy sirviendo un señorial Gin Tónic Anabel aparece en el salón. Está exultante, con el pelo recogido en una coleta y un ceñido vestido floreado que dibuja sus formas con asombrosa precisión.

— ¿Me sirves uno a mi también?, Fer.

—Claro que sí Ana Isabel.

—Serás cafre, me llamo Anabel.

—Perdona mi amor.

—Quiero hablar un momento contigo.

            Se sitúa a mi espalda mientras escancio su bebida y murmura en mi oído abrazando mi torso.

—Quiero que hagas algo por mí.

            Estoy muy intrigado, pero volteo mi rostro y beso sus labios.

—Pídeme lo que quieras.

— ¡Verás!, es algo delicado, no estoy dispuesta a que Mónica nos joda está aventura por la presencia de Joaquín.

— ¿Y qué quieres hacer? Es lógico, son hermanos y no quiere mostrar ante él su faceta más libertina, ¿tú no harías lo mismo?

—Quiero que utilices el vino con que pensabas obsequiarnos con Mónica.

— ¿Cómo?

            Lo cierto es que su propuesta me sorprende.

—Con Mónica, con Andrés y con Joaquín.

—Estás completamente loca.

            Se aparta de mí como un resorte.

—Soy virgen y tortillera, ¿sabes? Voy a obsequiarte  con algo muy preciado para mí. Y además: ¿de dónde salen tus putos prejuicios, cuándo estabas dispuesto a drogarnos a las tres?

             Lo cierto es que me confunde y vacilo al responder.

— ¿Y Verónica? Percibirá de inmediato el ardid.

—He hablado con ella, está deseando follarse a Joaquín y a Andrés no le hace precisamente ascos. Tampoco quiere que se trunque la fiesta.

—No pienso hacerlo. Cuando planeé todo esto estaba fuera de mí, no fui consciente de las consecuencias que todo ello podía reportarme…

—Está bien, Verónica y yo nos vamos. Lástima que seamos las únicas que podríamos alegrarte la fiesta.

            Medito y se me aturullan las ideas.

—Espera.

            Anabel recupera la antigua posición y se sitúa a mi espalda para mordisquear el lóbulo de mi oreja.

— ¿A qué espero?, Fer

— ¿Dónde habéis puesto esa maldita botella?

—Eso está mucho mejor, Fer… mucho mejor.

            Se sitúa frente a mí para besarme mientras acaricia mis testículos. Vero y Mónica aparecen en el salón en ese instante y nos observan divertidas. Las dos llevan los mismos blusones que utilizaban antes. También están preciosas.

— ¿Sigo siendo el puto amo?

—Por supuesto, tu tiempo aún no ha terminado, ¿ordenas algo?, “amito”

—Gracias Mónica, nos queda esta noche de intimidad, conociendo a Andrés aparecerán por la puerta a las diez de la mañana así que ordeno y mando que hasta entonces las tres deambulareis por la casa como dios os trajo al mundo.

—Estás zumbado, amiguito.

—Vamos Vero, no te hagas de rogar. Desnudaos ya.

            Para mi sorpresa las tres obedecen de inmediato.

— ¿Y tú?

—Dadme un segundo.

            Me despojo de mis calzoncillos y, por un instante, me choca mi pene flácido campaneando como el cascabel de una baca en su cuello. Todas se descojonan de mi.

— ¿Alguna orden más, mi Señor?

            Medito unos instantes pellizcando mi barbilla sin dejar de observarlas ni un momento.

—Si: Quiero que las tres os cuadréis marcialmente frente a mí y permanezcáis inmóviles y en silencio unos minutos. Sin reíros, ¿de acuerdo?

—No jodas.

—He dicho en silencio Anabel. Obedeced.

            Las tres adoptan la postura requerida frente a mí. Lo cierto es que sólo pretendía someterlas a un minucioso examen para mi propio deleite. Fruncen el ceño y contraen sus músculos faciales para evitar estallar en una carcajada, pero yo estoy a lo mío. Volteó alrededor de ellas deteniéndome a cada instante. Anabel está a la derecha, la observo: es la más alta, tiene el cabello negro recogido y trenzado con un pequeño lazo de terciopelo azul, los pechos perfectos coronados por dos pezones negruzcos, el vientre liso y el vello púbico, poblado y rizado, de idéntico color a su cabello, rasurado en forma triangular. Sella sus labios y alza la mandíbula al genuino estilo marcial. Mónica está en el centro, observo la mirada pizpireta de sus ojos azules alzando la vista al infinito, posiblemente es la que tiene mejor cutis, su cabello rubio se desliza por sus hombros formando una melena lisa, sus pechos son algo más sinuosos que los de Anabel y las aureolas no dibujan sus pezones con la misma claridad. No me resisto a la tentación de pinzar uno de ellos con los dedos y retorcerlo sutilmente, ella parece tener dificultad en contener la risa, pero lo hace y, como por arte de magia, el pezón emerge en su aureola pigmentándose de un color oscuro. Reparo en los pelillos rubios que pueblan sus labios genitales, algo menos poblados pero perfectamente  delimitados en una zona triangular de envergadura inferior a las de Verónica y Anabel. Vero es, posiblemente la más atractiva de las tres o, por lo menos, la que a mí me gusta más: es la más alta y la que tiene el cuerpo más atlético de las tres, ojos castaños, largo cabello cobrizo, facciones aguileñas… reparo en sus pechos y distingo un pequeño lunar sobre uno de sus pezones, me intriga y Verónica se apercibe. Lo acaricio con mis dedos y de paso deslizó el gesto para rozar su pezón que se eriza como una púa. Sonrió y las tres estallan en una risotada incontenible y simultanea.

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