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Perversión facultativa (3)

en Control Mental

Habían transcurrido varias semanas sin que ninguna de las dos hubiese vuelto a visitar al Doctor Malevich y no obstante, en sus más íntimos pensamientos, ambas se sentían presas de aquel monstruo. Recordaban vagamente las sesiones impartidas por el y su última visita a su apartamento cuando José y Raquel, los hermanos de Adriana, estaban allí; y aún confundiendo los recuerdos, sin duda inducidas por la maldita química del medico, afloraban en ellas sentimientos de impudor y repugnancia mezclados con sensaciones de un inmenso placer carnal, que hacía que anhelaran revivirlo cada instante. Aunque en todo ese tiempo no se habían relacionado sexualmente, la vida cotidiana de las dos se había convertido en una represión constante que cada día se hacía más evidente para ambas. Si hacía unos meses, a ninguna de las dos les importaba en absoluto mostrar su desnudez a los ojos de la otra, ahora cuidaban celosamente de cubrir sus cuerpos con sendos albornoces y evitaban salir desnudas de la ducha o abrazarse, como hacían cuando se sentaban en el sofá, cualquier noche, para ver una película en la televisión, y sin embargo, se espiaban semi ocultas para admirarse mutuamente. Sus miradas y sus gestos rezumaban un constante anhelo reprimido de tocarse, de estrecharse entre sus brazos y de dar u obtener aquel placer que intuían haberse procurado. Ahora imperaban largos silencios salpicados de conversaciones vanas, ya no se relataban sus proezas ni las anécdotas intrascendentes con las que antes reían, ridiculizando a sus compañeros de aula o a sus profesores. Friederik Malevich había conseguido su alección. El deseo se hacía más evidente cada instante y cada vez era más difícil disimularlo. Aquel viernes coincidieron en su apartamento porque a ambas les había fallado el plan. Adriana llegó a las ocho, era una tarde fría y lluviosa de un invierno triste, cuando abrió la puerta creyó que no había nadie pero un tenue sonido procedente de la habitación de Laura disipó cualquier atisbo de duda. La puerta estaba entornada y Adriana espió por la ranura, no dio crédito a la escena: Su amiga estaba sobre la cama, semi incorporada y desnuda, su mirada parecía huidiza y sus facciones denotaban un rictus de denodado placer. Se introducía rítmicamente lo que a Adriana le pareció una berenjena o algún otro vegetal, mientras con su mano izquierda acariciaba sus pechos entre silenciosos jadeos y contorsiones que parecían descoyuntarla.

Por unos instantes Adriana pareció azorada, temió que Laura la sorprendiera espiándola pero se vio incapaz de dejar de hacerlo, movida por un extraño impulso abrió la puerta de par en par y ella solo tardó unos segundos en percatarse de ello. Miró a Adriana fijamente y no hizo gesto alguno de cubrir su desnudez, simplemente sonrió a su amiga en una clara invitación a unirse a ella.

—Ven conmigo Adriana— su mirada era limpia y no albergaba ni un atisbo de pudor o desvergüenza.

—Laura, yo…— hizo ademán de evitar su mirada pero ella se había levantado y pellizcó tenuemente su mentón obligándola a mirarla fijamente.

— ¿Tú qué? Adriana, ¿no me deseas?— abrazó su nuca y unió sus labios a los de ella mientras acariciaba su torso. Adriana se dejó llevar unos instantes para responder después, eternizando aquel beso, jugueteando con su lengua para mordisquear sus labios.

—Deja que tome una ducha Laura, no tardaré.

—No lo hagas, estoy bastante incontrolada.

Cuando entró en la habitación Laura la aguardaba anhelante, lo hizo desnuda y sonriente y no pronunció palabra alguna, simplemente se recostó junto a ella y la abrazo. Ambas se fundieron en un beso y a partir de entonces cada noche, como aquella, hicieron el amor sin ningún tipo de rubor, entregándose completamente una a otra.

Aquel fin de semana cambio sus vidas, a partir de aquellos días todo fue distinto. Aquella maldita droga había hecho mella adicionándolas de tal modo que obnubilaba cualquier sentido que no fuese la búsqueda de placer con cualquiera y en cualquier parte. El experimento de Malevich había resultado un contundente éxito. Cuando las visitó aquella tarde dominical vino solo. Como siempre, tomó asiento en el sofá y las obligó a sentarse frente a el.

—Supongo que pensareis que habéis sido abducidas, chicas— sonrió pérfidamente.

—Sólo sabemos que eres un maldito "hijo de puta" Malevich— Laura sostuvo su mirada con denodado coraje.

—La cuestión querida es que yo solo he conseguido que fluyeran vuestros deseos más ocultos, ¿comprendes?

—Eso no es cierto: nos has drogado— Adriana parecía más apocada.

—Digamos que he incluido en vuestra dieta habitual cierto preparado químico que contribuye a liberar vuestra libido, el problema es que es altamente adictivo, y más aún, si quien lo ingiere, en lo más profundo de su ser, desea liberarse de sus propias carencias e inhibiciones.

—No creo en nada de lo que dices Friederik.

—No es cuestión de lo que creas o no querida, ven aquí— fue una orden escueta y llana y Laura obedeció maldiciéndose a si misma, —bésame.

Abrió sus labios y sintió humedecerse su sexo. Como si alguien le impusiese aquellos gestos deslizó la cremallera del pantalón del doctor con gesto trémulo y hurgó con su mano hasta asir el flácido pene y sonsacarlo de allí sin dejar de lamer su rostro. Adriana observaba aquello ensimismada, casi sin percatarse que estaba acariciando su entrepierna con los dedos, sobre la seda azul del escueto camisón. Malevich le ordenó con la mirada que se uniera a ellos y Adriana no vaciló un instante. Asió su pene mientras era succionado por su amiga y sus pómulos se rozaron mientras turnaban aquella felación. Cuando Laura introducía el falo hasta rozar su paladar, Adriana besaba su cuello y lamía su rostro, estrujando su pecho entre sus manos.

—Veis queridas, vuestras creencias no importan— se había corrido y su esperma salpicó el rostro de las dos que parecían esperarlo boquiabiertas para engullirlo y besarse después con incontrolable deseo. El doctor las observo complacido distanciándose unos metros. Se habían desnudado por completo y se habían tumbado sobre la mullida alfombra, entrelazando sus cuerpos. Parecían explorar cada milímetro de su piel entre prolongados besos, ajenas a su espectador pero deseando que se uniese a aquellos juegos. Adriana ceso un instante sus caricias y dirigió su mirada al hombre.

—Necesito que me folles Friederik— Laura jamás había percibido tal lascivia en su amiga.

— ¿Si querida?, ¿lo dices en serio?

Introdujo su dedo índice en su boca para después meterlo entre sus labios vaginales mientras sostenía la mirada con la suya.

—Te complaceremos en todo— Laura se había situado tras Adriana y abrazaba su torso para masturbar su sexo mientras le acariciaba los pechos erectando sus pezones.

—Si lo hago Adriana no será por el conducto habitual, ¿entiendes?

—Por donde tú quieras— arqueaba su cintura sucumbiendo a las caricias de su amiga.

—Pero dime, ¿te han dado por el culo alguna vez? El miembro del hombre parecía desperezarse.

—Nooo…— prolongaba cada palabra hasta convertirla en un jadeo.

—Entonces Laura tendrá que ayudarte un poco, no me gustaría lastimarte.

No hicieron falta más palabras. Adriana se situó en posición canina y entreabrió las rodillas al máximo para mostrar su pequeño y virginal ano y Laura asió sus caderas para introducir su lengua en el y lubricarlo. Malevich observaba expectante.

—No sé si será suficiente queridas.

Adriana asentía con la cabeza entre espasmódicos gestos.

—Hazlo ahora, cabrón, necesito que me encules. Laura había logrado introducir tres dedos en el e imprimía una sostenida carencia de vaivén. El doctor ordenó a la joven que se apartase y adoptó su posición. Lentamente el prepucio se abrió paso entre la constreñida piel del ano y Malevich introdujo el pene entre sus nalgas hasta los mismos testículos. Por un instante Adriana sintió que se rompía pero aquellas punzadas de dolor se convirtieron en plácidas sensaciones que aumentaban a medida que el hombre aceleraba el movimiento de caderas para penetrarla hasta el fondo y al instante, casi extraer su pene por completo. La chica jamás imaginó que podría llegar a un orgasmo vaginal cuando era penetrada por el ano, pero estallo en un ahogado jadear irrefrenable.

—Sigue, ¡maldito cabrón!, no pares— de nuevo entrecortaba sus palabras.

Laura introdujo su torso bajo ella y percibió en su rostro sus pechos oscilantes, la epidermis sudorosa de su amiga y aquella desenfrenada tensión hizo que desease ella también ser sodomizada, pero no fue necesaria manifestación alguna, cuando el hombre abandonó la posición perruna estaba agotado. Adriana besó de nuevo a Laura y la instó a que tumbase boca a bajo sobre la alfombra. Cuando lo hizo besó su culo pequeño y respingón para asir sus nalgas y separarlas cuanto pudo a fin de lamer su ano con fruición como le había hecho a ella hacía un momento. Malevich no tardó en reponerse y, desvirgó analmente a Laura, que como Adriana, gozo de más de un orgasmo hasta rendirse agotada.

—Vamos a continuar vuestra alección. Creo que podremos llegar muy lejos— vacilo un instante, —no os podéis imaginar hasta donde puede llegar el placer, el mejor orgasmo que hayáis sentido prolongado más de seis minutos en el tiempo y en su punto mas álgido— ambas lo observaban subyugadas sin dejar de acariciarse mutuamente —llegareis a desmayaros, vuestras piernas flaquearán y perderéis el equilibrio hasta caer agotadas de placer, y entonces… sólo entonces, seréis completamente mías. Por el momento vamos a montar una fiesta el sábado próximo, quiero una lista de amigos y conocidos de las dos, no obviéis a nadie… ¡ah! Adriana, consigue que acudan tus hermanos, me cayeron muy bien.

Ambas asintieron sonrientes y se besaron de nuevo.

Continuará.

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