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Historia de un depravado 2ª Entrega

en No Consentido

Maite observaba al perro de frente y recorría con su mirada el cuerpo del animal. Su pecho se contraía al ritmo de su respiración. Entre sus colmillos se desprendía un flujo de espesa y blanquecina saliva. El perro se sentaba sobre sus patas traseras y Maite distinguía  entre ellas su rojizo miembro en erección, asomando el gigantesco prepucio surcado por varices y salpicado por la saliva que se desprendía de sus fauces.  

Sentía una profunda repulsión, lo observaba en la distancia, consciente de la mirada inquisidora de Omar e instintivamente deslizo la mano hacía su sexo tratando inútilmente de obtener algún estímulo.

Solo unos segundos después se acerco temerosa. Apenas se tenía en pie. Por un instante sintió un mareo repentino que le hizo albergar la posibilidad de desmayarse y anheló que ello ocurriera antes de acometer aquel acto abyecto y depravado.

 El perro parecía adiestrado, sabía exactamente lo que se esperaba de el y volteo su cuerpo apoyando el lomo sobre el suelo. Maite, muy lentamente se colocó sobre el y  situó sus piernas abiertas sobre su miembro. De alguna forma se  obligaba a abandonarse y a buscar la ignota satisfacción en aquel trozo de carne.

Omar asistía a la escena enfebrecido. Maite  situó su  rostro a escasos centímetros del hocico del perro y flexionó sus rodillas para abrir las piernas totalmente, el esfuerzo provocó que el falo del animal se abriera paso entre sus labios vaginales e hizo que su prepucio hoyase su sexo hasta acariciarle el clítoris, percibiendo el roce del enorme pene con su vulva y los humores del perro se mezclaron con los suyos.

Maite sentía una profunda repulsión y sin embargo algo en su interior le impedía dejar de perpetrar aquello. Sus pezones parecían despertar pugnando por henchirse sobre las rosadas aureolas y las pulsaciones de su corazón se desbocaron por momentos en forma de pequeñas descargas eléctricas en su vagina y sus senos. La cadencia acompasada y lenta anonadaba sus sentidos.

Los cadenciosos movimientos de la chica sobre el can, diluían cualquier sospecha de coacción. Sus pechos  oscilaban acompañando el vaivén de su torso sobre el erecto pene y sintió en su vagina cada una de sus cavernosas venas.

Un ápice de cordura hacía que mantuviese su rostro alejado del hocico del can mientras respiraba entre ahogados gemidos. Maite, con el pene en sus entrañas, echó su torso hacia atrás para apoyar las manos en el suelo e incrementó la cadencia pélvica sobre el pene de la bestia.  Echada hacia atrás, con los brazos extendidos y las manos en la alfombra, vio cómo los músculos del vientre del perro se tensaban en cada penetración y el miembro del animal se adentraba aún más en sus entrañas y, sin embargo, era ella la que provocaba el movimiento.

La saliva del perro enaguaban los huecos que producían sus cuerpos al rozarse emitiendo un sonoro chapoteo. En la mente de Maite el ansia de placer la transportaba a asumir su condición de esclava y rendida a la lujuria, en sus actos ya no había espacio más que para albergar pensamientos lascivos.

Sudorosa y extasiada por el esfuerzo, incorporó sus doloridos brazos y colocó sus manos a ambos lados de la oscura cabeza del animal procurando que el pene permaneciese incrustado en su vagina y aceleró de nuevo la cadencia de sus gestos, sintió como una oleada de placer la devoraba.   

A pesar de la violencia de los gestos, observaba detenidamente los ojos inexpresivos y marrones de aquel perro, cuya impasibilidad la fascinaba. La mirada del perro la excitaba. Su falo enorme, enhiesto y expandido, hurgaba en su interior sin buscar la mínima aquiescencia, manejado por ella misma con sus gestos.

La voz de Omar resonó entre las paredes de la sala confundiéndose con los gemidos de Maite.

—Vamos querida, se suya, demuéstrame lo sucia y depravada que puedes llegar a ser, come su boca como perra que eres…

Poseída por la pasión, sin dejar que el falo del animal perdiese fuelle en su interior  asió con ambas manos la cabeza del perro y hundió su boca abierta entre sus fauces buscando con su lengua la del animal y sus papilas gustativas le transmitieron un sabor amargo y desagradable. El enorme cánido se incorporó y Maite, con el pene aún dentro de su ser y la boca hundida en la del perro, se vio obligada a enlazar sus piernas y sus brazos en el cuerpo del animal para no perder el equilibrio. El animal volteó sobre si y ella y ella quedo tendida sobre su espalda férreamente agarrada a su pelaje.

Sin ser capaz de reconocerse a ella misma buscó con su lengua la garganta del perro y hundió tanto su boca en el que los dientes se marcaron en su tez como efímeros cardenales. La saliva del animal inundaba su boca y obstruía sus fosas nasales deslizándose por su barbilla. El can respondía adiestrado y su lengua chorreante penetraba en su boca, obligándola a expulsar chorros espumeantes que perfilaban la comisura de los labios. Los músculos faciales de la chica se contrajeron mientras la macilenta y larga lengua del animal acariciaba su paladar llenándolo por completo hasta rozar su esófago.

El perro lamia con fruición cada  confín de su boca provocando que su saliva comenzase a rezumar a borbotones por la nariz por la nariz de Maite y la asfixia  pareció producir en ella un estigma de nuevo placer que la condujo a n inexorable orgasmo. El can realizó una finta imposible con su cuerpo y hundió los omoplatos con firmeza, penetrando analmente a la chica e introduciendo su falo hasta los testículos en una serie de envestidas de denostada violencia.

        De nuevo la voz de Omar resonó en la sala pero esta vez Maite no reparó siquiera en ellas, el hombre se masturbaba con delación apoltronado en un sofá frente a la escena.

— ¿Te gusta cómo te folla, perra? Parece que te hace disfrutar. ¿Te gusta cómo revienta tu coño y tu culo?, ¿Te gusta cómo te da placer?

        Maite estalló de nuevo en sensaciones. Esta vez el orgasmo fue brutal, introdujo aún más su boca provocando que el perro hundiese aún más la lengua en su garganta, lamiendo con delirante lascivia su chorreante lengua en una danza infernal.

4ª PARTE

El andrógino.

UNA SEMANA DESPUES

Irene tenía quince años y su rostro irradiaba dulzura. Sus facciones angulosas su cabello lacio y rubio, sus ojos azules como ágatas y sus finos y rosados labios la conferían un halo angelical otorgándole la virtud de la inocencia aún sin conocerla ni tratarla. Su hermano Juan tenía gran similitud con ella, no sólo físicamente, sino en su caracteres, en su forma de expresarse e incluso en su modo de hablar y relacionarse con su entorno. Habían llegado a Tucán hacía sólo unas horas y en este instante sus padres movían cielo y tierra a través de la embajada y la policía estatal para conocer el paradero de sus hijos. Para los hombres de Omar aquel trabajo que su jefe llamaba captación constituía una tarea sencilla y por supuesto excelentemente remunerada.

Omar observaba la imagen de los niños en la pantalla de plasma acompañado por Maite sin prestar excesiva atención a la pantalla.

—Creo que disfrutaste con el perro.

        Maite agachó la cabeza consternada para contestar

—Si señor, disfruté follándome a aquel perro.

        Omar pellizcó cariñosamente su mejilla.

—Que linda eres, ¿Cómo decías que te llamabas?

—Me llamo Maite Señor…

— ¿Y que más?

        La chica parecía compungida.

—Soy su esclava Señor.

—Así me gusta pequeña, creo que pronto permitiré que te reúnas con tu hijo, por el momento pienso regalarte el mastín— sonrió ecuánime, — ¿estas contenta?

        Maite asintió en silencio sin levantar la mirada.

—Mira eso pequeña… no te parecen hermosos.

        Un escalofrío recorrió su columna vertebral, sabía perfectamente lo que les esperaba a aquello chicos.

—Si, señor, son muy hermosos.

—Bueno haré que nos lo traigan esta noche, ya se nos ocurrirá que hacer con ellos, ¿te parece?

        Bajó de nuevo el rostro y respondió con el silencio.

        CONTINUARÁ

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