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Allanamiento de morada (y 3)

en Dominación

Mónica abrazó a Adriana y la beso, recostándola sobre el colchón, y esta reaccionó correspondiendo a su amiga con idéntica pasión. Su inexperiencia se hacía evidente en cada gesto, en cada caricia trémula, y sin embargo, tal vez por la embriaguez o por mero instinto, sus cuerpos comenzaron a reaccionar y sus actos parecieron dejar de ser producto de la coacción para convertirse en deseo. Unos minutos después habían perdido la noción de ser observadas y grabadas, y cualquier atisbo de rechazo había desaparecido de sus mentes. Mónica separó sus labios de los de Adriana y la observó fijamente.

—Te quiero Adri, te deseo.

Las facciones de Adriana se habían relajado por completo y su mirada desprendía un halo de lujuria.

—Yo a ti también Mónica, siempre deseé que nos amaramos.

Acarició su cabello para pellizcar su nuca y obligarla a unir sus labios con los de ella nuevamente. Hicieron el amor durante más de media hora y se provocaron espasmódicos orgasmos. Al principio fueron tímidos gemidos de placer, pero después sus cuerpos sudorosos se convulsionaron entre hondos y prolongados suspiros, que las hacían languidecer. Maria alternaba una prolongada felación a cada uno de los tres, mientras masturbaba sus penes con fruición, hasta que Raúl ordenó que trajesen a Mónica. Ella se incorporó para situarse frente a el con tembloroso equilibrio, sus pupilas delataban los efectos de la química y el alcohol, pero su mirada destilaba una extraña mezcla de odio y de deseo, se irguió frente a el sin ocultar su desnudez su desnudez, como hiciere antes.

— ¿Y ahora?, ¿qué más quieres de nosotras?, "hijo de puta"

—No parece que te halla disgustado el numerito, hasta creo que profesabas un deseo oculto por Adriana— Maria masturbaba quedamente el pene de su hermano y la observaba con indiferencia.

—Nos has obligado a hacer algo y lo hemos hecho. ¿No tenéis bastante?

—Ven Mónica, quiero que chupes mi poya.

Ya no había resistencia en sus actos, apartó a Maria de un violento manotazo e introdujo en su boca aquel falo para chuparlo con vehemencia. Maria, se retiró y sació su ansia, instando a Genaro a penetrarla y Tomás fue hasta Adriana, que permanecía sobre la cama con la mirada ausente, se situó sobre ella y introdujo su falo entre sus labios vaginales con inusitadas embestidas.

—Voy a correrme, no quiero que dejes de mamármela, Mónica— su deje era pausado pero firme.

Ella sintió como el prepucio del pene de Raúl resbalaba entre sus labios, cada vez mas lubricado por su lengua y, por fin eyaculaba, expulsando recortados chorros de semen que se estrellaban en su paladar hasta inundar su boca, el líquido pringoso y blanquecino resbaló por la comisura de sus labios y la chica alzó su tez para mirarlo fijamente con amenazante repulsión.

—Ahora haz las paces con mi hermana, "puta". Bésala como si tu vida dependiese de ello.

Maria la observo de soslayo con un rictus de placer, mientras Genaro cabalgaba sobre ella, con súbitas envestidas. Estaba fuera de sí y jadeaba. Mónica acercó su rostro al de ella y buscó sus labios para besarla y Maria correspondió a su gesto y sintió, con el roce de sus lenguas, el sabor del semen que acababa de engullir.

—Ahora abre tu coño para que absorba mi polla, querida. Quiero verte jadear como una perra.

Cualquier atisbo de dignidad había desaparecido y Mónica se sentó sobre el vientre de Raúl para asir su pene y orientarlo hacía su sexo forzando la penetración.

El alcohol y la droga habían hecho mella. Mónica y Adriana copularon con los tres ignorantes, incluso, de con cual de ellos lo hacían; buscando frenéticamente el placer entre aquellas sensaciones que obnubilaban sus sentidos, acatando cuantas exigencias les imponían sus captores. Engullendo hasta dos falos a la vez y provocando que su eyaculación simultánea regara sus mejillas para que después, Maria o cualquier otro lamiera su cutis con su lengua, deseando hasta rogar ser penetradas, lubricando sus anos con sus lenguas para facilitar a los chicos que las penetrasen por detrás. Aquella orgía duró varias horas.

Raúl interrumpió aquello y ordeno que se sirvieran nuevas copas. Ya no existía coacción en el ambiente y los seis exhibían su desnudez con evidente orgullo. Se habían sentado en el sofá, ajenos a la grabación, y Adriana y Mónica, cruzaban espontáneamente sus miradas, mientras ambas masturbaban el pene de su partner o realizaban una felación.

Maria estaba adormecida y borracha, tendida sobre el sofá con las piernas entre abiertas y su hermano la observaba con la mirada ausente. Estiró de los cabellos de Adriana por la nuca, obligándola a cesar la felación, y esta fijó su mirada en el.

— ¿Te gusta?

Adriana respondió con tono ebrio.

—Es muy guapa, Raúl.

— ¿Hasta que punto?

Lo observó meditativa.

—La haría mía en este instante.

Raúl se incorporó sobre la mesa de cristal y, una vez más, vertió aquel polvo blanco sobre su superficie.

— ¿Quieres un poquito mas?

Adriana no respondió, pero doblegó el billete y aspiro las rayas con fruición.

— ¿Sabes? Mónica; Adriana y tu sois muy hermosas— pasó su brazo por su hombro entre su pelo moreno, — ¿cuánto hace que vivís juntas?

—Cuatro años— sintió como Raúl deslizaba la mano para asir su pezón pellizcándolo con cariño y giró su rostro para besarlo en los labios.

— ¿Y nunca te sentiste atraída por ella?

Dibujó una enigmática sonrisa.

—Tal vez.

— ¿Y por Maria?

De nuevo la misma sonrisa e idéntica respuesta.

— ¿Harías algo por mí?

—Pídemelo, sino nunca lo sabrás— arrastraba las palabras e ingirió un nuevo sorbo de malta.

—Sedúcela, haz que te adore.

Mónica se levantó con oscilante equilibrio y se sentó junto a Maria apoyando su cara en su pecho desnudo.

—Hola María, ¿te gustaría que te besara?— vacilaba y el tono de su voz denotaba su ebriedad.

Maria fijo su mirada en ella y la abrazó para unir sus labios a los de ella y Raúl se dirigió a Adriana.

—Ve tu también querida, únete a ellas.

Adriana fue hasta ella con paso vacilante y abrazó a las dos. Maria se estiró cuanto pudo eternizando el beso de Mónica y Adriana introdujo su cara entre sus piernas mientras acariciaba el pecho de su amiga.

—Volvamos a la cama— los ojos de Mónica destellaban deseo.

Aquel trío duró más de una hora, los cuerpos de las tres se convulsionaban al sentir las caricias de sus manos, al introducir sus dedos en su sexo.

— ¿No tenéis ningún juguete sexual en casa?

Mónica alzó la mirada.

—No.

—Improvisaremos uno, Genaro ve a ver que encuentras en la cocina.

Se demoró unos instantes pero volvió sosteniendo un racimo de grandes zanahorias que todavía conservaba el matojo de hojas.

—Sirve esto Raúl.

—Es perfecto, dáselo a las niñas, que se diviertan un rato.

Las tres se miraron sin disimular cierto entusiasmo y se sentaron sobre la cama abriendo las rodillas y encogiendo sus piernas para mostrar a los chicos sus la mejor perspectiva de sus sexos y asieron los vegetales para introducirlos lentamente entre jadeos. Tomás situó el trípode frente a ellas nuevamente y ninguna de las tres pareció percatarse. Alcanzaron el orgasmo simultáneamente y, una vez más, los chicos se unieron a ellas.

 

Cuando los cuatro salieron de allí dejaron muy claro que aquello iba a ser el principio de una gran amistad. Se llevaron la depravada grabación de la orgía tras obligarlas a visionarla y amenazaron con enviarla a sus familiares y amigos si denunciaban los hechos. Lo cierto es que la filmación delataba la total aquiescencia de ambas y en ella no había atisbo de violación sino una participación consentida e incluso deseada. Reían, bebían y esnifaban cocaína sin que pareciesen obligadas, y lo peor, es que sabían que su consumo era un delito. Tras marcharse, las dos cayeron en un soporífero sueño y cuando despertaron, una desagradable sensación de resaca inundaba sus mentes. Recrearon lo vivido en silencio, estaban terriblemente avergonzadas y sin embargo había nacido un extraño vínculo entre ellas que se negaban a aceptar. Durante dos días sólo hablaron lo imprescindible negándose decisiones, evitándose a cada instante y encerrándose en sus habitaciones respectivas, sabían que aquella convivencia no podía durar y ambas esperaban que la otra tomase la decisión de mudarse, pero el tiempo se hacía eterno y parecía que aquello no fuese a ocurrir. La tercera noche Mónica se armó de valor y golpeo con los nudillos la puerta de Adriana.

— ¿Puedo pasar?

—Adelante— se cubrió con la manta hasta el cuello y Mónica percibió que había llorado por la humedad de sus ojos.

—Escucha Adri…

—No me llames así, maldita sea, dime lo que sea y márchate de aquí.

—Yo no tuve la culpa, no tuvimos otra opción, ¿lo entiendes?

— ¿Eso es todo?

—Eres cruel, cruel contigo misma y conmigo.

Adriana sollozó cubriéndose el rostro con las manos,

—Lo siento.

—Yo también, pero ¿vamos a tirar por la ventana nuestra amistad por aquellos hijos de puta?

— ¿Qué quieres hacer? ¿Qué sigamos como si aquello un hubiese ocurrido?

—No lo sé, Adriana, ¿tú qué piensas?

—Sabes: el único recuerdo que pervive en mi de todo aquello que no me produce repulsión y me haga sentir sucia fue…— se interrumpió.

—Suéltalo Adriana, desahógate, yo te quiero.

—Fue el de tenerte entre mis brazos.

Mónica fue hasta ella y la abrazó.

—Lo sé Adri, yo también sentí aquello, te sentí mía.

Tuvo un amago de reacción para zafar su gesto pero se rindió a este para corresponder a Mónica abrazándola también. Apartó su cabello rubio y besó su cuello. Adriana parecía desconcertada, y sin embargo, por un instante, deseó que Mónica prolongara aquel beso eternamente.

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