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Una experiencia inolvidable

en Amor filial

         Marina intentó recordar a que edad alcanzó su primer orgasmo, por su mente pasaron fugaces escenas de su pasado, cuando aún era una niña, acariciando furtivamente su sexo con la delicadeza mas extrema en la intimidad que le otorgaba su cuarto. Comprendió que lo que realmente la movía ha hacerlo era la curiosidad de experimentar aquellas sensaciones que sus amigas describían en el colegio y recordó vagamente como aquellos, para ella entonces, pecaminosos gestos, le confinaban destellos de un placer desconocido, en forma de pequeñas descargas eléctricas, que erizaban su piel y se diluían al instante, provocando que intensificase aquellos roces, cada vez con más premura, para estimular aquellos flashes de placer.

         Recordó como en los episodios, cada vez menos frecuentes, en los que decidía masturbarse, sus gestos adquirían cierta maestría y el instinto le indicaba el lugar y la presión exacta para concadenar con el tacto aquellas tenues descargas hasta solaparlas por completo y desencadenar lo que supo después que se llamaba el orgasmo. Y recordó el día que descubrió que la vulnerabilidad a generar el balsámico placer no se limitaba a su sexo, sino que se extendía a otras partes sensibles de su cuerpo, como sus incipientes pezones, las sienes, su cuello…

         Cuando Mónica, su hermana, le sonsacó su incipiente afición esta le confeso que ella lo hacía también. Para Marina fue como librarse de un pesado yugo y aquella infantil conversación supuso diluir en un instante cualquier sensación de que sus caricias suponían una especie de pecado antinatural y lascivo. Aún no había cumplido los dieciséis y acababa de experimentar su primer periodo, Mónica cumplía dieciocho aquel día.

           Visionaban una película de época recostadas en dos sofás enfrentados y ambas vestían sendos pijamas de raso, aquella noche sus padres habían acudido a una cena y Mónica se había obligado a cangurear a su hermana.

— ¿Qué sientes cuándo lo haces, Marina?

—Al principio me provocaba un cosquilleo que recorría todo mi cuerpo— susurraba con evidente rubor, — ¿Y tú?

—Algo parecido, no es sólo el mero roce sino más bien la sensación de jugar con lo prohibido, el morbo de hacer algo tan absolutamente intimo.

— ¿Sabes?... —vaciló un instante, —no te imagino haciéndolo.

         Ambas estallaron en una carcajada contenida.

—Yo a ti tampoco, Mónica. ¿Qué cara pones cuándo te llega eso…?

         Mónica se irguió para sentarse, abrazó sus rodillas con sus brazos observando a Marina y se concentró cuanto pudo para adoptar un rictus perverso mientras entreabría su boca y tensaba sus músculos faciales entre entrecortados grititos. Marina la observó divertida sin poder contener la risa.

— ¡Joder!, Mónica, cualquiera diría que te están despellejando.

         Ella estallo también en una estentórea risotada.

—Te toca Marina, ahora a la que pica la curiosidad es a mí.

         Se recostó de nuevo en el sofá para observar a su hermana.

         Marina se concentró cuánto pudo extendiendo aún más su cuerpo sobre el sofá y adoptó una expresión seria mientras hacía el amago de acariciar su sexo sobre la tela del pijama. Solo unos instantes después su rostro pareció relajarse y sus labios dibujaron un círculo perfecto. Gemía y resoplaba mientras provocaba el vaivén de sus caderas. Mónica estalló de nuevo en risas.

—No me creo nada, eres la peor actriz del mundo.

         Marina se incorporó carcajeándose también.

— ¡Joder! Si cada vez que me acariciase reaccionara así los vecinos me sonreirían picaronamente cuando vieran pasar.

— ¿Lo hacemos de verdad?

         La pigmentación sonrojó sus pómulos al pronunciar esta frase y Marina reaccionó abochornada.

— ¿Estás diciendo que nos masturbemos de verdad?

— ¿Porqué no?, eres mi mejor hermana y nunca lo sabría nadie.

         Pareció meditar unos instantes.

—No creo que pudiese hacerlo de verdad en tu presencia, me cortaría el rollo, además los papás pueden aparecer de improviso.

—Apagamos la maldita tele y nos vamos a mi cuarto. No creo que entren allí a darnos las buenas noches, ¿no?

—Que corte tía. Si lo hacemos es bajo el pacto de no tocarnos entre nosotras,  me asquea imaginarme tortillera ¿vale?

—Pero que borde eres Marina, ni tu ni yo somos lesbianas y además eres mi hermana, no es mas que un juego prohibido, como la güija en un cementerio o las prendas.

—Esta bien, vamos allá, pero no sé si conseguiré ponerme.

—Creo que tengo un DVD bastante porno que se olvidó el primo Rafa este verano, podemos ponérnoslo en la tele de mi cuarto.

— ¿Lo has visto?

—Le eché un vistazo hace tiempo, lo cierto es que el porno me aburre sobremanera.

         Ambas se encerraron en el cuarto de Mónica y ajustaron el pestillo de la puerta. En el fondo sentían infinita vergüenza mientras se despojaban de los pijamas entre disimuladas y furtivas miradas mutuas. Los cuerpos de las dos estaban perfectamente proporcionados a su edad. Mónica rescató el DVD del altillo de su armario y situó la televisión frente a la cama antes de insertarlo en la ranura.

— ¿Dónde nos ponemos?

—En mi cama, creo que será lo más cómodo, ¿no?

         Se tumbaron una en cada extremo del colchón sobre las sábanas y Marina oprimió el botón del mando a distancia para sintonizar la imagen.

         Estuvieron en silencio varios minutos sin atreverse ninguna siquiera a gesticular, pero su expresión denotaba cierta concentración nerviosa.

—Menuda tranca tiene el tipo, ¿crees que existen tíos con semejante aparato?

—Ni puta idea, personalmente preferiría no cruzarme con ninguno, ¿sabes lo que ha de doler que te claven eso ahí?

         De nuevo silencio mientras la imagen se centraba en dos chicas muy jóvenes besándose en los labios con pasión mientras se desnudaban mutuamente. La escena duró largo rato, Mónica fue la primera en atreverse a acercar el dorso de su mano a su sexo con disimulo y Marina volvió un instante su mirada apercibiéndose. Tras unos instantes ella lo hizo también acariciando tenuemente su himen con el índice.

         Lo cierto es que aún disimulando cierta absorción en la pantalla se espiaban mutuamente evitando que sus miradas se cruzasen. Marina observó como los pezones de Mónica se erizaban asomando de las rosáceas aureolas creyó percibir como su respiración se entrecortaba provocando, aún inaudibles, jadeos. Se dijo que su hermana estaba consiguiendo entrar en situación con mucha más celeridad que ella y procedió a incrementar la intensidad de sus caricias entre sus labios vaginales a fin de adentrarse del todo en aquel mundo onírico de incontrolado placer.

         Un cuarto de hora después ambas habían perdido cualquier  inhibición, sus jadeos se confundían y Marina reposaba su cabeza sobre el hombro de su hermana mientras acariciaba su clítoris con desenfrenado ímpetu. Mónica cesaba sus caricias cuándo sentía la inminencia del orgasmo a fin de retardarlo un poco mas para reanudar los roces de inmediato, entre espasmódicos movimientos de cadera, en el instante que las punzadas de placer parecían difuminarse. Sus hombros desnudos se rozaban ante aquel televisor que hacía mucho tiempo que había dejado de emitir cuando Mónica percibió como su hermana se corría copiosamente entre gemidos de placer. Marina se relajo jadeante para observarla, sin dejar de apoyar la cabeza sobre el hombro de su hermana, mientras esta dosificaba magistralmente sus caricias para concadenar varios orgasmos que ocluyeron en un torrente sensaciones prohibidas. Mónica se relajo también entre jadeos y pasó el brazo por el hombro de su hermana.

— ¿Cómo lo consigues, Mónica?

— ¿A qué te refieres?

—Lo sabes muy bien— la observó esbozando una sonrisa, —correrte cuando a ti te da la gana y dosificar tus orgasmos.

         Mónica sonrió.

—Es una vieja técnica oriental que me enseño un lama, allí en la india.

—Vete a la mierda…, en serio, ¿cómo lo haces?

—Es muy sencillo: cuando sientes que te vas a correr dejas de masturbarte y piensas en tu abuelo, en el momento que notas que se aleja cualquier sensación vuelves ha hacerlo con la precaución de reactivarlo… y así sucesivamente hasta que tu cuerpo dice basta y te ordena que explotes de una puta vez, ¿entiendes?

         Rió burlona.

—Enséñame ha hacerlo.

—No digas chorradas Marina, no pienso masturbarte, ¿recuerdas nuestro pacto?

—Eres mi hermana mayor, Mónica, tu deber es enseñarme.

         Marina adoptó una expresión infantil que rogaba complacencia.

—Estas muy loca, hermanita, sería algo así como un incesto, ¿lo entiendes?

—En este momento he olvidado lo que significa incesto.

         Ante la perplejidad de Mónica, Marina acercó sus labios a los de ella y la besó fugazmente, su primera reacción fue esquivar el gesto y reprenderla con violencia, pero algo frustró su reacción. Mónica sintió la calidez de aquel beso, el roce sutil de sus labios y permitió que Marina ciñera su torso con los brazos provocando que sus senos se rozaran.

—Nunca te había sentido tan cerca Mónica— susurraba a su oído con dulzura.

         Un millón de sentimientos encontrados estallaron en su cabeza, se recostó indefensa sobre la cama, estaba dejándose llevar sin oponer resistencia, la mano de Marina se posó sobre su pecho y el roce izo que su pezón reaccionase erizándose desafiante. Su hermana lo introdujo entre sus labios para lubricarlo con fruición mientras deslizaba el brazo por el torso hasta su sexo para palpar el rizado bello y juguetear con los bucles que formaba.

—Si tu me enseñas yo haré cuanto me pidas, seré tu esclava.

         Mónica buscó de nuevo los labios de su hermana y esta vez entreabrió los suyos permitiendo que sus lenguas se rozasen en un baile infernal, victima de un frenesí desconocido.

—Esto ya no es un juego, Marina.

—Nunca lo ha sido, siempre te he deseado Mónica.

         Deslizó el rostro por su vientre pausando el recorrido varias veces para besar su piel, quería que Mónica sintiese la humedad de su lengua recorriendo cada milímetro de su epidermis. Muy quedamente cambió de posición para introducir su cabeza entre las rodillas de su hermana y se demoró largo rato entre sutiles lamidas antes de introducir su lengua entre los labios vaginales de su hermana. Mónica sintió un respingo subyugante e inclinó su cabeza hacia atrás mientras sujetaba férreamente las sienes de Marina y sus caderas oscilaban ligeramente en cada ocasión que la humedad de la lengua de su hermana penetraba la oquedad de su sexo con la máxima dulzura.

         Cuando estalló, Marina sintió en su paladar el sabor de los flujos vaginales inundando su garganta y ello le provocó un orgasmo que le condujo hasta el éxtasis.

—Te quiero Marina.

—Yo también a ti, ahora obedéceme pequeña.

         Se irguió para tomar asiento en un diván cercano y entreabrió las piernas recostándose en el.

—Quiero que te sientes sobre mis rodillas y te dejes llevar.

         Marina obedeció de inmediato y se colocó sobre ella dándole la espalda y recostándose también sobre su pecho. Mónica pasó los brazos por sus hombros para asir sus pechos desnudos y realizando pequeños círculos sobre ellos como placentero masaje. Hablo a su oído mientras mordisqueaba su lóbulo.

—Voy a enseñarte como debes masturbarte, dame tu mano.

         Marina asió sus dedos y Mónica condujo el brazo a su sexo dirigiendo sus gestos. Lentamente la indujo a entreabrir sus labios vaginales y sintió el tacto del virginal himen de su hermana asomando entre ellos en forma de una pequeña y suave bolsita. Marina no tardó en reaccionar a las caricias inducidas y sintió la premura del orgasmo, casi simultáneamente Mónica la obligó a retirar su mano y la sensación pareció aletargarse, pero casi de inmediato incidió en los gestos provocando que la placentera sensación se reanudase con más fuerza. Repitió el gesto varias veces provocando que el estimulo cesase para nacer de nuevo de inmediato una y otra vez hasta que percibió que el anhelo de su hermana rozaba la desesperación y a modo de traca final imprimió un ritmo infernal a sus caricias para que Marina se corriese copiosamente entre jadeos mientras besaba sus labios.

         Su madre había preparado el desayuno y Marina y Mónica se habían sentado en la mesa dispuestas a prepararse las tostadas.

— ¿Qué tal ayer, chicas?

—Vimos una peli y nos fuimos pronto a dormir, estábamos cansadas.

         Ambas cruzaron sus miradas y esbozaron una picara sonrisa.

— ¿No hicisteis nada?

—Bueno, a ratos recordamos al abuelo.

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