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Corrupción inducida (2)

en Control Mental

   Aquella misma tarde Pedro adquirió dos micro cámaras más y las instaló en el dormitorio de sus padres y en el baño anexo. Había adquirido una gran maestría en su instalación y experimentaba constantemente para obtener el mejor ángulo de visión aún con la dificultad que entrañaba el hecho de que debía mantenerlas ocultas. Ahora contaba con seis cámaras distribuidas por todas las estancias. Se trataba de pequeños ingenios coreanos dotados con activación automática mediante sensor de movimientos, grabadora de voz y una aceptable calidad en visión nocturna.

            Se preguntó porqué no se le había ocurrido nunca espiar también a sus progenitores, pero lo cierto es que la propuesta de Sanders no le desagrado en absoluto. Se fraguaba la venganza. Era miércoles y la familia cenaba unas pizzas en torno a la mesa del comedor.

— ¿Qué tal con el Doctor Sanders?, Pedro.

            Laura interrumpió a su padre.

—Eso: ¿que tal el loquero?, Pedrito.

—Puedes callarte, Laura.

            Su madre pareció enfadada y las gemelas se miraron entre sí esbozando una sonrisa burlona.

—Bueno: parece un gran profesional, papá. De hecho creo que me resultará muy provechoso.

            Marta interrumpió de nuevo mientras daba cuenta de una porción de pizza.

—Seguro que lo convierte en un tipo disciplinado y cuerdo, “papi”.

—Dejad de burlaros de vuestro hermano, es la primera vez en la vida que me parece un ser adulto.

            María asió la mano de su marido sobre el mantel reafirmando su aseveración.

—De hecho he sostenido hoy una larga conversación telefónica con el Señor Samuel Sanders y me ha confirmado que Pedro presenta una gran predisposición. Por cierto Marta, creo que tus últimas calificaciones en matemáticas distan bastante del aprobado.

            La joven observó a su madre con expresión risueña.

— ¿Y?...

—Sanders me ha hablado de un programa de capacitación en el ramo de Ciencias, te he apuntado, serán sólo un par de sesiones.

            Marta se irguió desafiante.

—No me vas ha mandar al loquero, mamá, yo no soy Pedro, ¿entiendes?, yo no estoy loca...

            Manuel, su padre, intervino con voz autoritaria.

—Claro que asistirás a esas sesiones, cariño. El doctor Sanders es un reputado profesor y nos lo agradecerás en el futuro.       

            Pedro no daba crédito a lo que oía. Su propia madre había sostenido una larga conversación telefónica con Samuel Sanders y éste la había convencido para llevar a su consulta a su hermana más vulnerable. Aquello prometía.

            Marta pareció aceptar que su suerte estaba echada y Laura decidió no apoyar su reticencia, sin duda por el riesgo que entrañaba que también ella fuese conminada a la consulta de aquel maldito loquero con cualquier otra barata excusa. La cena transcurrió entre conversaciones intrascendentes y Pedro permaneció expectante y en silencio imaginando para si a toda su puta familia denostada a sus caprichos.

            Cuando se retiró a su habitación, cruzó el pestillo, como solía, y se dispuso a visionar en su ordenador todo cuanto aquellas cámaras ocultas estaban grabando.

            La habitación de ambas era muy amplia y contaba con sendas camas separadas por una amplia mesita de noche. Laura y Marta se desnudaban en su habitación lanzando cada prenda a sendos montones de ropa desordenados que parecían acumular vestuario de otros días. Sus voces sonaban limpias y diáfanas en los pequeños altavoces del ordenador de Pedro.

— ¿Te puedes creer que mamá me haya pedido hora con el loquero?, Lau.

—No es un puto loquero Marta, además Pedro dice...

—Pedro es subnormal, ya lo sabes.

—Pedro dice que es un tío legal...

— ¿Porqué no has intercedido? “capulla”

—Porqué no hubiese servido de nada, y tú lo sabes. ¿Ó quieres que acabe yo también sesionando con el loquero?

—Eres una verdadera “cabrona”

            Pedro optó por aflojar la cintura de sus “jeans”. No era la primera vez que veía a sus hermanas desnudas pero la forma de desenvolverse en la intimidad de su cuarto le subyugó. Cuando ambas entraron en su cuarto de baño sólo tuvo que presionar una tecla de su ordenador para que las imágenes captasen su interior. Laura entró en la ducha mientras Marta permanecía frente al espejo tratando de pellizcar lo que parecía un granito en su pómulo. Observó los pezones de su hermana reflejados en el con la máxima nitidez un segundo antes de esta se anudase una toalla sobre el pecho. El ruido de la ducha no impedía en absoluto la audición.

— ¿Sabes?, el novio de Miriam le ha regalado un consolador.

            La risa de Laura se confundió con el estruendo del agua.

—No me jodas.

—Te lo juro. Me ha dicho que incluso le ha pedido que se masturbe con el.

— ¿En serio?

—Lo que oyes, dice que contribuirá a su estabilidad emocional.

            La risotada simultánea de ambas pareció desentonar el audio unos instantes. Pedro sabía perfectamente quien era Miriam y tardó sólo un segundo imaginarla masturbándose con aquel consolador. Cuando Laura salió de la ducha y Marta entró en ella Pedro reparó en su parecido idéntico y en la proporcionalidad de sus cuerpos.

            Se había desprendido de sus pantalones y trataba vanamente que su miembro no reaccionase a sus caricias interrumpiendo el vaivén de sus masajes cada vez que sentía la premura del orgasmo. Tecleó de nuevo una tecla de su ordenador y la cámara numero cuatro centro la imagen del dormitorio de sus padres.

            María, su madre, se desprendía de su ropa con inusitada parsimonia mientras su padre la observaba recostado sobre la cama. Nunca la había visto desnuda y observó abstraído cada uno de sus gestos. Realmente era una mujer de bandera. Subió el audio para oír su conversación.

—Creo que a Marta no le ha hecho ninguna gracia que le concertara una cita con Sanders.

—Ella se lo ha buscado, querida, no haber sacado insuficiente en “mates”.

—Ya lo se, pero...

—Escucha María, me debes una, ¿recuerdas?

            Se volvió hacía el esbozando una pícara sonrisa.

— ¿Una mamada?, ¿serás “cabrón”?

—Exacto.

            Su padre deslizó el edredón sobre su torso desnudo y Pedro observó su pene erecto.

—Sabes que dijimos que una al año.

—Es que hace casi un año, María.

—Está bien, prepárate “muñeco”.

            María se situó entre sus rodillas y Pedro observó como su madre introducía el pene entre sus labios para realizarle una placentera felación en el instante preciso en que él se corría copiosamente mientras los imaginaba a todos a su merced y capricho. Al día siguiente tenía una nueva cita con Sanders y sin duda cumpliría su cometido, visionarían aquellos videos y el sabría como actuar.

CONTINUARÁ  

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