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Y de repente un extraño (1)

en Grandes Relatos

Algo hacía presagiar a María que peligraba algo más que su privilegiado estatus social si optaba por desobedecer las órdenes de aquel monstruo. Cuando irrumpió en la casa, haciéndose pasar por mensajero, le había parecido incluso atractivo; sus modales y el pausado deje de su voz la habían engañado por completo. Eran las ocho en punto de la tarde de un viernes como cualquier otro, de no ser porque  Fernando, su marido, estaría ausente todo el fin de semana por cuestiones laborales. Su hija Carla estaba en la ducha y Paula, la pequeña, hacía sus pinitos en la cocina intentando preparar algún tipo de menjurje inidentificable, convencida de que aquello serviría para cenar. Carla acababa de cumplir dieciocho años y Paula dieciséis. El mayor, Pablo, permanecía desconectado en su habitación preparando el inminente examen de selectividad. De hecho, quien abrió la puerta no fue ella sino Juan, su cuñado; el tío de los niños era lo que llaman en los círculos sociales un soltero de oro, corpulento, rubio, de ojos azules y para colofón,  muy rico. Solía frecuentar la casa de su hermano y la relación con Maria era excelente, ambos se habían convertido hacía tiempo en sus confidentes y en sus mejores amigos hasta el punto en que fue él quien promociono a su cuñada en su carrera de modelo recomendándola en una de las multinacionales textiles mas importante que acabó convirtiéndola en su imagen publicitaria sólo algunos meses después.

Lo cierto es que no hubo violencia, el falso mensajero fue invitado a franquear el umbral de la puerta con cortesía y éste procedió a abrir un grueso portafolios apoyándolo sobre la mesa camilla del lujoso recibidor. Vestía el impoluto uniforme gris propio de la marca comercial a la que dijo representar con los logotipos y los eslóganes correspondientes y parecía un profesional en toda regla. Juan permaneció expectante y sólo cuando aquel hombre empuñó un pequeño sub fusil de asalto y le apuntó a la sien mutó su expresión delatando más sorpresa que miedo. Aquello le pareció absurdo y por un instante concibió que pudiera ser victima de una broma pesada, pero sólo fue un instante porque la voz de aquel hombre disipó sus dudas por completo.

—Vamos a ser cautos Juan. Si obedecéis todo saldrá bien.

            Le contrarió más el que conociera su nombre que la intrínseca amenaza.

— ¿Cómo sabe…?

—Vamos al salón. Tu primero.

            Maria había observado la escena porque la doble puerta que separaba las piezas permanecía entre abierta y sus músculos se agarrotaron hasta hacerla palidecer. Aguardaba aterrorizada e inerte incapaz de reaccionar. El hombre habló de nuevo.

—Hola Maria, quiero que tomes asiento en el sofá y permanezcas tranquila, como le he dicho a tu cuñado no tengo intención alguna de dañaros pero tampoco vacilaré si intentáis contradecirme en algo o activar la alarma de la casa oprimiendo cualquiera de los diales de tu habitación, del salón o se despacho de Fernando.

—No sé quien es usted… yo— su voz tranqueaba y se hacía casi inaudible.

—Lo sé, no me conocéis, pero eso no importa, ahora siéntate.

            Obedeció con gesto trémulo. Vestía una blusa holgada y un pareo que disimulaba sus formas, aunque su metro noventa de estatura y la tersa piel de su rostro presagiaban una figura espectacular.

—Juan, ve a buscar a los niños y tráelos aquí, tranquilízalos y no intentes nada, sería absurdo.

            Mientras pronunció aquello tecleaba un moderno celular sin ni siquiera fijar la vista en el. Cuando logró reunir a todos en el amplió salón les ordenó que tomasen asiento frente a él sin dejar de sostener el arma con pulso firme. Transcurrió una media hora en que nadie se movió ni pronunció palabra alguna. Permanecieron expectantes intentando imaginar las intenciones de aquel hombre, mirándose entre si, haciendo cientos de cábalas sobre lo que les podría pasar y resguardando sus temores a fin de no alarmar a los demás con su inseguridad, de alguna forma todos parecían sentirse amparados en aquella situación, al menos nada les violentaba mientras durase la quietud. Quizá la que peor llevaba aquello era Paula, al menos su aterrorizada expresión así lo atestiguaba. Carla había tenido que salir a toda prisa del cuarto de baño cuándo su tío la llamó, únicamente había tenido tiempo de cubrir su desnudez con un tenue camisón de seda azul cuya transparencia le turbaba y hacía que no dejase de moverse intentando vanamente cubrir sus pechos con sus brazos o tensar la tela cruzando sus rodillas una y otra vez ante la mirada escrutadora de aquel desconocido. Ambas habían heredado los genes de su madre, eran muy altas y sus rubias melenas resbalaban por sus hombros hasta las mismas caderas. Pablo no parecía asumir la gravedad de aquella situación, estaba obnubilado y paseaba su mirada perdida por cada rincón de la casa sin fijarla en ningún punto, como si intentara abstraerse imaginando cualquier cosa que le ausentara de la escena.

El acompasado timbre de la puerta principal les sobresaltó sobremanera.

—Carla, ve a abrir la puerta— El hombre pareció dibujar una sonrisa perversa y la niña negó con la cabeza.

—Bien— parecía calmado —es la primera negativa que recibo, si vuelve a ocurrir tu hermana sufrirá las consecuencias.

            La mirada del hombre la hizo reaccionar, se levantó dirigiéndose a la puerta con visible tensión, se maldijo por no haber encontrado otra prenda que no fuese aquel maldito camisón, la tenue tela transparentaba sus duros y proporcionados pechos hasta el punto de resaltar sus pezones rosados y abultados, sus caderas firmes y su sexo púber. Aquello le avergonzaba.

—Tranquila pequeña, pronto no tendrás nada que ocultar.

            Abrió la puerta con gesto tembloroso intentando calibrar el peso de aquellas palabras. Un hombre y una mujer de unos cuarenta años la observaron desde el vano con cierta curiosidad y Carla intentó alertarles.

—Avisen a la policía, ¡por Dios!, nos han secuestrado.

            La mujer la miro entre intrigada y divertida.

—Tu debes ser Carla… la verdad, eres preciosa, Raúl no mentía— atusó el pelo de la niña perfilando una pérfida sonrisa, —vamos pequeña, preséntanos a tu familia.

            Carla corrió asustada a pertrecharse de nuevo en el diván, junto a su madre, y ésta la acogió entre sus brazos.

—Bien, va siendo hora de aclararos un poco la situación: tal como ha dicho la bocazas de mi hermana mi nombre es Raúl, ella es Verónica y su chico se llama Twyter, en realidad ignoro si es su nombre real, pero todos le llaman así— asió una pitillera entre sus dedos e hizo ademán de encender un inmenso habano. Maria le dirigió una mirada inquisidora. — ¿Algún problema?...

—Nunca se ha fumado en esta casa, respételo— se había armado de valor antes de decir aquello.

            Sin vacilar un instante prendió el puro mientras lo mecía entre sus dedos con parsimonioso movimiento.

—Si me dejas acabar de explicaros vuestra situación todo será más fácil, Maria— se introdujo el puro y pareció absorber una calada eterna antes de expulsar el humo en perfectos aros sobre si —Fernando, tu marido, es un redomado hijo de puta que debe su fortuna a sus incontables viajes a mi país, su equipo recluta niñas de apenas doce años y las alecciona para satisfacer las más ignotas fantasías de presuntos millonarios que acuden allí para que les proporcionen la satisfacción sexual que no obtienen en sus casas— se detuvo para inspirar otra profunda calada antes de proseguir —tu marido, Maria, es un competo hijo de puta que debe su fortuna a brindar el tercermundismo a su interés sin reparar en ningún tipo de compasión ni vergüenza.

—Eso es mentira— Juan alzó la voz y su tono pareció mas una indignación ante a aquel discurso que un mero reproche.

—No te equivoques. Sería absurdo que nosotros os conociéramos a todos y vosotros a nosotros no nos hubieseis visto nunca, ¿no te parece?

—Yo no le creo— Maria permanecía abrazada a su hija y sostuvo su mirada inquisitoria cuanto pudo.

—Haces mal— por primera vez depositó el arma junto a el y unió las palmas de sus manos sobre el tabique nasal como si tratase de aclarar sus ojos —haces mal María, Fernando es un hijo de puta que ha construido un infierno a base de traficar con drogas y prostituir a chiquillas sin futuro.

—Si eso fuera cierto se sabría— el tono de Juan sonaba inquisitorio, aun a su pesar.

—No seas imbecil y deja que acabe—  el tal Twyther lo observó de soslayo inclinando su cabeza sobre el hombro.

—Ahora ya sabéis porque estamos aquí…—Raúl se interrumpió unos instantes antes de proseguir —mi hija se llamaba Sondra y cayo en las fauces de Starkwin… tenía doce años.

—Relájate Rau, hemos venido por algo… ¿recuerdas?— Verónica pasó su brazo sobre el hombro de Raúl y este asió de nuevo el arma y pareció reaccionar.

—Bien, ahora quiero que llames a Fernando y me lo pases— dirigió su mirada a Maria y le ofreció el teléfono —cuando le hayas saludado me lo pasas, dile solamente que soy Raúl y que quiero hablar con él.

            Maria asió el aparato temblorosa y marcó la tecla que memorizaba el número del Hotel Chester de Ámsterdam.

—Póngame con el Sr. Díaz— la operadora tardó solo un segundo en transferir la llamada —Hola Fernando.

— ¿Qué te pasa Maria?, tienes una voz extraña.

—Oye…— vaciló —estoy con tu hermano y los niños y…

— ¿Qué cojones pasa?, ¿dónde estás?

—En casa… es que…

— ¿Quieres dejarte de gilipolleces? Ponme con Juan, parece que estés borracha.

            Raúl le arrancó el teléfono de las manos y se lo llevó a su oído.

—Hola Fernando.

—… ¿Y tú quien coño eres?, tú no eres Juan.

— ¿No me recuerdas?— la voz acompasada y firme de Raúl carecía de cualquier connotación.

—Voy a llamar a la policía, si es una broma te aseguro que no tiene ninguna gracia.

—Hazlo Fernando, y aprovecha para hablarles de Starkwin. Por cierto, tienes una familia maravillosa: tu mujer es preciosa… y tus hijas, bueno, yo diría que Paula aún es muy joven, pero Carla está en su plenitud, ¿le compraste tú ese camisón?

—Váyase de mi casa, voy a llamar a la policía ahora mismo.

—Yo no me precipitaría Fernando, cuando lleguen aquí sólo habrá cadáveres y tú tienes mucho que perder, ¿no es cierto?

—Maldita sea, ¿qué es exactamente lo que quieres?

— ¡Vaya!, veo que empiezas a reaccionar. ¿Has oído hablar de los secuestros expres?, se trata de que alguien irrumpe en el núcleo familiar, secuestra a sus seres queridos y no los suelta hasta que el individuo en cuestión ha depositado su fianza.

— ¿Sólo quieres el puto dinero?... ¿cuánto quieres?

            Permaneció unos instantes en silencio mientras se atusaba la barbilla con altivez.

— ¿Seis millones?

—Estás completamente loco, no tengo esa cantidad.

—Lo he pensado mejor: que sean doce. Cuando sepas cómo y dónde los puedes obtener me haces una llamada, pienso quedarme aquí el fin de semana…— vaciló — ¿aún no sabes quién soy?

—Raúl Ortega— el tono de su interlocutor pareció cansino y lastimero —escucha Raúl, yo no manejo las riendas de la organización, son otros quienes captan a las niñas…

—Si vuelves a decir una palabra más que no sea cuando y donde puedo recoger la pasta cerceno la yugular de todos y cada uno de los habitantes de esta casa, si oigo una puta sirena haré que cada ladrillo vuele por los aires y lo único que encontrará la bofia serán cadáveres exhumados, ¿lo has entendido?

—Júrame que mientras tanto no harás daño a nadie…— su voz rozaba el patetismo —júramelo, ¡por Dios!

            Raúl no contestó y se limitó a colocar el audífono sobre su base. Todos le observaban desconcertados y con patente incapacidad de reaccionar a todo aquello.

— ¿Ahora que hacemos Rau?

—Bueno hermanita, disponemos de cuarenta y ocho horas de plácida convivencia familiar, ¿tú que opinas?

—Nos prometiste un espectáculo genial— Twyther no dejaba de observar a Carla.

—Tienes razón, escuchad familia: vamos a daros la posibilidad de que todos salgáis ilesos, aunque lo cierto es que me apetecería mucho más cargarme a alguien, Fernando no dejo nunca que nadie se divirtiera y mi hijastra padeció todo tipo de vejaciones en manos de millonarios y barrigones turistas extranjeros que pagan verdaderas fortunas por tirarse a una cría— se atusó el flequillo, juntó sus labios y chamuscó el puro entre sus dedos en la taza más cercana — yo no soy así, prefiero ver gozar a alguien hasta la propia extenuación que verlo padecer en manos e un maldito pedófilo…

— ¿Qué esperas de nosotros exactamente?

            Ladeó de nuevo la cabeza varias veces, como si quisiera re situar su sien sobre la espalda,

—Vuelves a interrumpirme Maria, eres incansable.

—Si quieres pasta ya la tienes, yo puedo dártela.

—Ya lo sé Juan, ya lo sé…, pero es que busco algo más: algo que el dinero de Fernando puede comprar versus lo que ningún dinero del mundo podría comprar.

— ¿Por ejemplo?

—Una fiesta liberal: veros follar como conejos, júrame que nunca has deseado a tu cuñada.

            Maria cruzó la mirada con su cuñado un solo instante, como evitando su reacción.

—Estás completamente loco, eres un maldito chantajista.

            Se irguió haciendo el gesto de desperezarse.

—Ahora quiero que os desnudéis por completo— se irguió y frotó sus manos con fruición —si alguna de vosotras o vosotros, no lo hace, entenderé que me estáis contradiciendo, y tal vez Juan tenga razón y no me importará nada que no sea la puta pasta. Os juro que la voy a obtener igual y por lo tanto me alegraría mucho no tener que lastimar vuestros egos o vuestra miserable dignidad.

CONTINUARÁ EL 15/7/2011   

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