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Secuestro en Mali (3ª parte)

en No Consentido

Elizabeth sintió un vahído y sus músculos parecieron enquistarse. Sentía como el hombre desabotonaba su holgada blusa y la deslizaba por sus hombros mientras alguien, tras ella, la recostaba sobre el diván. Sólo un sujetador deportivo cubría sus pechos incipientes, pero la persona que estaba tras ella y que la recostó, desasió el cierre trasero y la prenda quedo desceñida sobre ellos. Aarón la observaba con lascivia mientras desabotonaba sus ceñidos jeans y la niña, aterrorizada e inmovilizada por aquella droga intentaba vanamente evitar a visión de su madre frente a ella, mientras una mujer con la cabeza entre sus piernas, hacía que estallase en orgasmos infinitos y constantes. Los brazos sobre su torso y las manos que acariciaban sus senos bajo la tela del sujetador le hicieron comprender que se trataba de una chica. Aarón había desabrochado los pantalones tejanos por completo y los deslizaba entre sus piernas mientras aquellas manos apartaban el sujetador para lanzarlo arrugado a pocos metros. Sintió tenues caricias sobre sus quinceañeros senos, culminados por prominencias rosadas del tamaño de una fresa sin rastro de pezón. Aquella visión pareció excitar al joven e impulsivamente deslizó por sus caderas las ceñidas bragas de la niña y separó sus rodillas frente a él. Observo el virginal sexo de la púber con morbosa curiosidad, su escaso vello púbico rizado y  rubio y los labios vaginales unidos entre sí. Ella sollozaba llorosa intentando vanamente mover cualquier músculo de su cuerpo y sintiendo, sin embargo, cada caricia y cada beso con angustia y repulsión. La mujer besaba el lóbulo de la oreja de Elizabeth, visiblemente excitada, pellizcando tenuemente sus pechos hasta hacer que de aquellas prominencias asome un pequeño pezón eréctil con algo más pigmentación que el resto.

A una orden de Aarón Jessica se separó de Mariela dejándola sobre la cama en la más absoluta desnudez. Parecía poseída de un insoslayable furor y quedo acostada sobre la amplia y lujosa cama con dosel sobre un gigantesco edredón de terciopelo de color blanquecino, con ambas manos acariciando su pubis, mientras arqueaba su cuerpo en constantes sacudidas, después,  un fornido militar llevó en volandas Elizabeth, para situarla junto a su madre que por un instante pareció calmarse. Aarón seco las lágrimas que resbalaban por los pómulos de Elizabeth y atuso su cabello rubio, después, ante la mirada ausente de Mariela, separó sus piernas obscenamente e hizo que yaciera con los brazos separados y las manos bajo su nuca.

—Ahora querida Mariela, vas a robarle a tu hija su primer orgasmo, creo que Jessica te ha enseñado la lección. Elizabeth esta inmovilizada y permanecerá así unos diez minutos más, pero siente cualquier roce sobre su piel y oye cuanto decimos. En ese tiempo debes conseguir que alcance el primer orgasmo de su vida y, sin embargo, permanecerá virgen. Cuando despierte deberá corresponderte, y no quiero fingimientos o simulacros, aún te queda un hijo a tu merced al que no tocaremos… de momento. ¿Lo has entendido?

—Eres un monstruo Aarón.

—Lo sé querida, pero recuerda que no basta tu aquiescencia, debes conseguir lo que te pido y para ello tendrás que esforzarte, olvidar que se trata de tu hija, recrearte en las sensaciones que Jessica te acaba de proporcionar.

Una especie de descarga eléctrica recorrió su columna vertical y asintió con la cabeza avergonzada. Elizabeth no daba crédito a lo que oía y entrecerraba los ojos entre lágrimas.

—Escucha Aarón, ¿con qué me drogasteis antes?

—No querida, lo siento en el alma pero de momento no voy a proporcionarte nada que obnubile tus sentidos, lo que hagas deberá salir de ti, de tu propia lujuria…

A una señal del hombre las luces de aquella inmensa sala se atenuaron y sonó una suave música. Los espectadores tomaron asiento sobre sendos sofás alejados de la cama que quedaban prácticamente en la obscuridad.

Mariela observó a su hija postrada e indefensa y acarició su pómulo mirándola fraternalmente.

—Lo siento Elizabeth… lo siento.

         La niña la miró e intentó vanamente sonreír, parpadeo dos veces en señal de asentimiento. Mariela se sentó sobre el vientre desnudo de su hija y flexiono su tronco sobre el de ella haciendo que sus pechos desnudos se rozasen entre sí y acercó su rostro al de ella para introducir su lengua humedecida entre la comisura de sus labios.  Prolongo aquel beso unos eternos minutos y después desplazó su cuerpo para situarse junto a Elizabeth y muy lentamente deslizo sus brazos por sus caderas hasta palpar sus pechos desnudos. La niña sintió como un pequeño calambre recorría sus músculos y logró contorsionarse levemente. Mariela estaba absorta y lamia con ternura aquel pezón que ahora si se levantaba erecto y obscuro, dejando de emular el pecho de una niña. El cuerpo de Elizabeth se contrajo de nuevo y Mariela observo a su hija, sus labios dibujaban un rictus de placer y de sus ojos ya no se desprendía rastro de lágrima alguna.

—Mamá—era un tono cariñoso y dulce—mamá lo he sopesado todo, tenemos que hacerlo… tienes que conseguirlo…por favor.

Se incorporó para situar su torso sobre el de su madre y acercó sus labios a los de ella. Sus lenguas se rozaron y Mariela rozo fugazmente el sexo de Elizabeth acariciando su escaso vello púbico  suavemente, como si intentara alisar aquellos rizos. El cuerpo de la niña sufrió una espontánea convulsión y emitió un gemido entrecortado provocado por un placer que jamás había sentido.

— ¿Estás bien Elizabeth?

La niña asió firmemente la muñeca de su madre y condujo su mano hacia su coño.

—Sigue mamá, te lo ruego…

Mariela beso de nuevo sus labios mientras entreabría hábilmente sus labios vaginales e introducía muy levemente la punta de su dedo índice entre ellos para ejercer una suave rotación. El cuerpo de Elizabeth se contrajo varias veces y profirió involuntarios y entrecortados jadeos audibles desde cualquier lugar de aquella habitación. No existía fingimiento alguno. Lamió  cada milímetro de su  piel mientras deslizaba su rostro entre sus pechos deteniéndose en su vientre liso

—Fantástico, nadie diría que pudieseis albergar tanta pasión. Veamos como agradeces a tu madre sus servicios Elizabeth.

         Las dos miraron a Aarón con desidia pero sabían que aquel monstruo no se arredraría jamás. Elizabeth se situó de rodillas tras su madre y pasó sus brazos sobre los hombros de ella para acariciarle los senos con dulzura. Mariela ladeaba la cabeza sintiendo los besos de su hija en el cutis de su cuello y ésta jugueteaba con sus pezones erectos provocando que parecieran saltar de su  areola, con su desafiante erección; se desplazó hacia atrás para tumbar a su madre sobre la cama y deslizó su cuerpo entre sus brazos para situar el sexo sobre su rostro, al mismo tiempo que introducía su cara entre las rodillas de Mariela,  haciendo que su lengua se abriera paso en él, hasta rozar su clítoris ardiente.  Mariela estaba fuera de sí y, sin embargo actuaba con cautela ante el riesgo de desvirgar a su hija, pero sentía en su paladar los flujos vaginales de Elizabeth y las reflejas sacudidas de sus caderas, cada vez que introducía su lengua en él.

Ya no importaba nada, ambas parecían ajenas a cuanto les rodeaba susurrándose al oído entre jadeos y toda clase de improvisadas posturas que hacían que el sudor resplandeciese en su piel. Aquella escena duro más de una hora y ambas se abrazaron agotadas sumiéndose en un profundo sueño.

—Realmente increíble Dr. Deán, su terapia me ha sorprendido, ¿cómo cree que despertarán?

         El hombre respondió a Aarón con una seguridad aplastante.

—Serán sus esclavas, harán cuanto les pida y disfrutarán con ello. Por cierto, me parece un acierto por su parte haber conservado la virginidad de la pequeña.

—Bueno, ahora ya conoce lo que supone un orgasmo y deseara mucho más, ¿no le parece?

— ¿A quién le reserva el placer de poseerla?, si no es indiscreción.

Aarón le observó con altivez.

—Según nuestros informes siente un gran respeto por su hermano… lo venera; la próxima sesión consistirá en que la niña vea como se folla a su madre y le garantizó que no le gustará.

         Ambos rieron al unísono congratulados.

—Creo que disfrutaremos mucho de estas hembras Aarón, son las mejores que has podido reclutar.

CONTINUARÁ.   

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