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Prisionera en Marruecos 2ª Parte

en Dominación

            La besó fugazmente y giró su torso para ocultar su cara con la almohada.

— ¿Cómo sé que cumplirás tu palabra?

Tengo un celular, permitiré que hables con tu familia una vez a la semana, pero podrás confirmar que están bien, nada de encargos ni mensajitos, ¿de acuerdo?

            Asintió con la cabeza y Magi tiró de la sábana destapando a Mabel.

—Voltéate.

            Obedeció e intentó vanamente cubrir sus pechos y su sexo con los brazos.

—Extiende los brazos sobre tú cabeza, Mabel.

            Estiró su torso y obedeció una vez más. Magi acaricio su vientre  y reaparó en sus axilas, la imposibilidad de depilarse hizo que un rubio vello revoltoso las poblara y Magi lo acarició con las yemas de sus dedos.

—Siempre me han gustado las axilas pobladas, es algo sensual para mí, en el futuro no quiero que te depiles Mabel.

            Temblaba y sintió como la mano de Magi recorria su cuerpo hasta alcanzar su sexo.

            Mabel sólo se había masturbado una vez desde que la ingresaron allí, oculta en las letrinas, fué  más por evadirse que por ansía de placer. Su experiencia sexual era más bien nula, fugaces afaires con algún amigo que pretendía derecho a roce, pero ni siquiera habían lloegado a culminar, algunas veces por no haber previsto comprar preservativos y otras por pura y dura vergüenza. Sintió como los expertos dedos de Magi sparaban sus labios vaginales, efimeras punzadas en forma de reflejos nerviosos recorrieron su columna vertebral. Quería abstraerse, quería no sentir nada y sin embargo…

—Estas primeras noches seré yo quién te de placer a tí, cuando haya explorado cada milimetro de tu cuerpo aprenderás a amar y entonces serás tú quien consagres tu existencia a satisfacer mis más ínclitos deseos…

            La voz de Magi sonaba conciliadora y neutra, cada palabra se hacía eco en el cerebro de Mabel llevándola a un estado casí catatónico.

—Dejate llevar, princesa, deshazte de cualquier tabú.

            Asió su brazo por la muñeca y llevo la mano de Mabel a su propio sexo.

—Vamos pequeña, acariciate…, date placer

            Al principio sólo fueron trémulos gestos con sus dedos tratando de sentir su clitoris pero la voz de Magi y la tensión de aquellos momentos la subyugaron probocando que se prestase por completo a su placer. Magi observó como los pezones reaccionaban a sus propias caricias en forma de erección y como introducía sus dedos cada vez más dentro de su sexo. Las facciones de Mabel adquirieron una tensión extraña, su respiración se acelaraba por momentos en forma de contenidos supiros y su cuerpo estallaba en pequeñas convulsiones que destellaban placer. Aquello duró varios minutos y Mabel alcanzó sendos orgasmos que la hicieron delirar. Se incorporó sudorosa y miró a Magi desconcertada.

— ¿Qué me has hecho?, ¿qué me ha pasado?

—Yo nada, has sido tú.        

—No puede ser cierto, yo jamás haría algo así y menos en presencia de testigos.

            La empujo por los hombros incitándola a acostarse junto a ella y la tapó de nuevo con la sábana. Mabel sintió como Magi la abrazaba y como sus pezones se clavaban en su espalda como escarpas. Una vez más oyó la voz de Magi muy cerca de su oido.

—Yo no soy un testigo y tú harás lo que te ordene, ¿recuerdas? soy tu protección…

            Besó su cuello con inusitada dulzura y Mabel sintió de nuevo una punzada nerviosa, giró su rostro y sus miradas se encontraron. Fué como si algo en su cerebro ordenara su reacción, entreabrió sus labios y buscó la boca de Magi, fue un beso eterno, sus labios se rozaban probocándo que sus salivas se mezclasen, se sentía incapaz de dejar de besarla y cada segundo crecía en ella el deseo más profundo de poseer a aquella rolliza mujer negra por la que jamás se hubiese sentido atraida, la desaba por encima de todos y de todo. Palpo el poblado sexo de Magi con gesto nervioso y le sorprendió su tacto sedoso y suave.

—Vamos pequeña, hazlo.

            Al principio no comprendió lo que Magi pretendía pero la mujer se incorporó y entreabrió sus rodillas para mostrar su sexo desnudo, Mabel besó uno de sus pezones y se lo introdujo en la boca succionándolo y probocando que se agigantase en su interior y después, muy lentamente bajó el rostro hasta su sexo y lamió su contorno con fruición. Un sabor dulce recorrió su paladar mientras trataba de introducir entre sus labios el himen de la mujer. Magi se retorcía de placer y varias veces estallo en un orgasmo que inundó su sexo y la boca de Mabel.

            Magi había cumplido su palabra y permitió que Mabel hablase con su hermano en varias ocasiones constatando que estaban todos bien. Las siguientes semanas transcurrieron con rutinas muy precisas. Mabel se había convertido en una especie de criada y confidente de Magi. Ella sólo le permitía dormir con ropa si tenía la menstruación, siempre debía aguardar su llegada a la celda desnuda y mostrándo alegría y sumisión, debía besarla y esperar cualquier ordén para acatarla de inmediato, lavar su ropa, darle cualquier tipo de placer, o simplemente, masturbarse frente a ella introduciendose alguna hortaliza que previamente le había ordenado robar del comedor. Magi rompió la virginidad de Mabel una de las primeras noches y lo hizó con sumo cuidado de no dañarla, Mabel agradecía cada gesto de la mujer, había creado una extraña admiración que hacía que no se cuestionase ni una sola ordén recibida.

            Aquella tarde Magi le había ordenado acariciarse y Mabel lo hacía sin pudor alguno, semi sentada en un estante frente a ella, procurando facilitarle la visión.

—Tengo una sorpresa para tí, querida.

—…me gustan las sorpresas…—se interrumpía cuando sentía un estigma de placer —me gustan…—

—He conseguido un permiso para tí y para mí el fin de semana, vendrás conmigo a mi casa, ¿qué te parece?

            Dejó de acariciarse y fué hasta ella para abrazarla.

—Eso es maravilloso, pero pensaba que no podría obtener permisos antes de ser juzgada.

—Mi mano es larga y tortuosa pequeña. Ahora continúa lo que estabas haciendo, pero hazlo sobre la cama.

            Sorpresivamente para Mabel, Magi le tendió un calabacín mediano.

—Quiero que te masturbes con esto, pero esta vez quiero que consigas introducirtelo potr detrás, tómate el tiempo que necesites y te rrecomiendo que lo lubriques a fondo, no quiero que te hagas daño ¿comprendido?

            Mabel lo asió con firmeza.

— ¿Me dolerá?

—Sólo al principio, pequeña, después llegará a gustarte.

            Mientras se esforzaba en lamer la hortaliza Magi le hablaba en tono bajo.

—Conoceras a mis sobrinos, ella es Anna y su hermano se llama Paolo, naciewron en tú pais, en España.

            Mabel respondía sis perder la concentración.

—Que bueno, es estupendo.

            Mabel tardaría aún varias semanas en averiguar que ella era el objeto de un experimento psicológico, una cobaya humana en manos de la industría farmaceutica y de gentes sin escrúpulos como la propia Magi.

CONTINUARÁ

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