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Corrupción inducida

en Control Mental

Pedro era un muchacho cargado de frustraciones que lo convertían en un ser introvertido y huraño. Fue precisamente su carácter el que llevó a sus padres a poner en manos de un refutado psicólogo a su hijo el mismo día que cumplió los dieciocho. Era el mayor de dos hermanas gemelas, Laura y Marta, sólo un año menores que el. Lo cierto es que ambas habían salido a madre que dejó su profesión de modelo muy joven para casarse y dedicarse a su hogar. Las tres lucían melena lacia y cobriza y además de una figura escultural sus ojos verdes y sus pobladas cejas provocaban que cualquier transeúnte se girara para observarlas a su paso.

            Desde la pubertad de las niñas, Pedro había adquirido la rutina de espiarlas en su alcoba y en el baño, de escudriñar sus móviles en busca de información y de grabar las conversaciones que mantenían ambas hermanas en la más estricta intimidad. Sin darse cuenta aquellas actitudes pueriles e inocentes revertieron en una obsesión enfermiza que le llevo a acumular grabaciones y videos que visionaba oculto mientras se masturbaba febrilmente. Las constantes burlas de las que sus hermanas le hacían objeto no contribuyeron a desanimar a Pedro en sus manejos y fraguó una especie de amor-odio que se reflejó en su carácter. Aunque siempre trató de guardar las apariencias bajo siete llaves su madre percibió el drástico cambio del joven en la rutina familiar y, tras descartar que fuera producto de llamada “edad del pavo”, decidió recurrir al profesional.

            El Doctor Sanders resultó un tipo simpático para Pedro y ambos congeniaron de inmediato. Se trataba de un tipo fornido de rostro imberbe y pelo cano que rozaba la cincuentena. Su exquisita profesionalidad en el trato a la par de la empatía alcanzada hizo que el joven se abriera cada vez más a medida que las terapéuticas sesiones semanales se sucedían. Fue la cuarta semana cuando Pedro le habló de la obsesión que sentía por sus hermanas, le explico que sus constantes chanzas y burlas hacía el le sacaban de quicio y la búsqueda de venganza se había convertido en un referente en su vida. Nunca fue consciente de la manipulación de su mente en manos del reputado psicólogo pero lo cierto es que acabó hablándole de los videos grabados con micro cámara en el aseo y en el dormitorio y de las innumerables pajas que se hacía mientras imaginaba a sus hermanitas sumisas y sometidas acatando sus mas intempestivas ordenes como putas esclavas.

—Creo que podría ayudarte en eso, muchacho.

            El rostro de Pedro pareció alumbrarse y sus labios dibujaron una pérfida sonrisa.

— ¿En serio?, ¿cómo?

—Siempre hablo en serio y sí, existen métodos infalibles, pero deberías ponerte en mis manos y acatar cuanto te diga.

—No hay problema, Sanders, estoy dispuesto a hacer lo que usted me ordene.

—Bien. ¿Has oído hablar del control mental?

            Pedro pareció desorientado.

— ¿Que coño es eso, doctor?

—Supongo que conoces a Katia, mi recepcionista.

—Bueno, la veo siempre cuando vengo a la consulta, realmente esta muy buena, pero es algo siesa y engreída, ¿no le parece?

            Sanders oprimió un botón del audífono que estaba sobre su mesa y la voz de su asistente resonó por el.

—Voy enseguida Doctor Sanders.

            El psicólogo se dirigió a Pedro.

—Creo que será mejor hacerte una demostración, siempre será más efectivo que intentar explicártelo con teorías.

            La joven entró en el despacho tras golpear con los nudillos. Vestía una bata blanca de enfermera y sandalias blancas de quirófano, a Pedro le pareció espectacular. Tenía el cabello lacio y negro recogido en una trenza y, si bien no era muy alta, lucía un tipo que al joven se le aconteció perfecto, su voz sonaba segura y dulce.

— ¿Qué desea Doctor?

—Quiero que conozcas a Pedro García, es más un amigo que un paciente.

            La chica lo observó y el reparó en sus ojos negros y en sus pobladas cejas.

—Hola señor, encantada...

            Sanders la interrumpió.

—“Shock Station”, Katia.

            Pronunció aquella frase en inglés y Pedro no entendió nada pero las facciones de la chica parecieron relajarse e incluso creyó percibir una sonrisa en sus labios.

— ¿Cuanto hace que trabajas para mi, Katia?

—Seis meses.

— ¿Te gusta tu trabajo?

—Me encanta, Doctor Sanders.

—Bien. Toma asiento y explícale a Pedro algo de tu vida, ¿quieres?

            La chica se sentó en el sillón de cortesía frente al despacho, junto al sorprendido joven.

—Tengo diecinueve años y hace dos semanas que me casé, estoy muy enamorada de mi marido. Ambos se lo debemos todo al Doctor Sanders. Es tan bueno... tan dulce...

            Pedro no daba crédito a lo que oía.

—Bien Katia, ahora quiero que sientas una gran atracción por el joven, que lo seduzcas. Olvida que yo estoy aquí.

            Katia se giró hacia Pedro mientras flexionaba su cintura sobre la silla para apoyar sus codos en sus propias rodillas y mirarle fijamente apoyando su barbilla entre las palmas de sus manos.

—Me gusta... usted me gusta mucho... Señor García.

            La cadenciosa voz de Sanders resonó en la cabeza del joven.

—Ahora proponle cualquier cosa Pedro, hará cuanto le ordenes.

—Quiero besarte.

            Pronunció aquello sin convicción alguna, seguro de que se trataba de un juego orquestado por los dos, pero Katia se incorporó para sentarse su regazo y pasó sus brazos por sus hombros. Sin mediar palabra dirigió sus labios a los de el y los entreabrió permitiendo que su lengua rozase sus comisuras y acariciase la de él, de nuevo la voz de Sanders la interrumpió.

—Sabes hacerlo mucho mejor, pequeña.

            Katia se puso en pie como su un resorte se hubiese accionado en su cintura y situó frente a ellos. Muy lentamente desabotonó su bata blanca para deslizarla por sus hombros, vestía un tenue sujetador de seda azul y unas minúsculas braguitas de idéntico color. A Pedro le subyugó su expresión risueña, su mirada dulce y la esbeltez de sus formas. Arqueaba sus caderas con gestos cadenciosos mientras acariciaba sus pechos sobre la tela y deslizaba la palma de su mano para introducirla entre el elástico de su tanga. El pene del muchacho pugnaba por librarse de la bragueta abotonada de sus jeans mucho antes de que Katia desabrochara su sujetador con inusitada habilidad y les mostrase los senos para acto seguido deslizar su tanga y mostrar a ambos su sexo poblado por un rizado bello vaginal en forma de un triangulo perfecto.

—Ahora acompáñanos a la habitación, pequeña.

            A Pedro le sorprendió que las indicaciones de Sanders sonasen como meras sugerencias.

            Sanders les condujo tras una puerta que enlazaba la sala anexa. A Pedro le impresiono la decoración del que llamaban el dormitorio. Se trataba de una amplia estancia presidida por una cama size-long y en uno de sus extremos, bajo un gigantesco ventanal un moderno jacuzzi con capacidad para seis personas.

            Katia se acostó sobre la cama sin dejar de acariciarse.

—Ven Pedrito, fóllame como a la puta que soy.

            El joven se desvistió con gestos inquietos e imprecisos y situó su cabeza entre sus piernas entreabiertas para lamer cada milímetro de su sexo y Katia jadeaba sin pudor mientras asía su nuca forzándole a hundirla aún más en el.

            Ninguno percibió que Sanders se había desnudado también hasta que se sentó sobre la cama para besar a Katia. La chica estaba fuera de sí pero abrazo la cabeza del hombre para corresponderle con inusitada pasión. La saliva fluía entre sus labios y extendió su brazo para asir el pene erecto de Sanders y masturbarlo con gestos febriles. Sudaba por cada poro de su cuerpo y Pedro cesó de succionar su clítoris para acomodar su torso entre sus rodillas y penetrarla. Sintió como su miembro se abría paso en su interior con una facilidad pasmosa y como cada embestida dilataba la vagina de Katia en la humedad de su sexo provocando que ella se contorsionase entre gemidos de placer.

            Tras mas de una hora en que la joven se obstinó en satisfacer a ambos con inclusión de mamadas simultaneas y todo tipo de obscenidades, Sanders invitó a Pedro a que tomase una ducha junto a Katia y tras hacerlo y adecentarse el también se dirigió a ella para sugerirle que se vistiese de nuevo y acudiera a su puesto de trabajo. Un segundo antes de que saliera por la puerta habló a su oído con voz tenue:

—“End Station”, Katia.

            Pedro parecía perplejo y Sanders habló con él varios minutos de nuevo en su despacho.

—Bien Pedro, ahora ya sabes lo que es el control mental, lo cierto es que todos pueden ser victimas propiciatorias, tú, tus hermanas, tus propios padres. Sólo hay que saber mover los hilos y entonces permanecerás inmune, serás el puto amo, ahora dime, ¿quieres continuar?

—Pedro asintió entusiasmado.

— La próxima sesión es el martes ¿verdad? Necesito que traigas en un “pendrive” esos videos que has grabado a tus hermanas pero hazlos extensivos a tu madre y a tu padre. Necesito saberlo todo de ellos y de vuestras costumbres familiares.

—No hay problema.

            Se despidieron cortésmente y en recepción Pedro saludo a Katia.

—Hasta el martes, señorita.

            La joven lo observó con la mirada distante y el gesto borde, tal como acostumbraba a recibirle.

—Adiós Señor García.

CONTINUARÁ.

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