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Extirpar un clavo ardiendo

en Amor filial

Observó su cuerpo reflejado en el espejo de su alcoba, tenía un rostro angelical y su larga melena lacia y rubia se deslizaba por su espalda hasta rozar su cintura. Su tez pálida salpicada de pecas rosáceas hacía que sus inmensos ojos azules destacasen como perlas. El camisón de tenue seda azul transparentaba al trasluz sus firmes senos y las proporciones perfectas de su vientre y sus caderas. Sara no reprimió su deleite pero sintió cierto rubor al admirarse de esa forma, con gestos sinuosos deslizo los tirantes de la prenda por sus hombros y el camisón se desprendió acariciando sus caderas para caer arrugado a sus pies. Entrecerró sus ojos y deslizó la palma de la mano por su seno hasta sentir que el pezón se erguía oscureciéndose y silueteándose sobre la aureola y casi instintivamente jugueteó con los dedos de su mano izquierda con el rizado y rubio bello púbico para introducir un dedo entre sus labios vaginales. Era virgen, y no obstante aquellas caricias despertaban en ella un placer infinito y solitario que la hacían cautiva y provocaban en su cuerpo oníricos espasmos de placer que reflejaba el rictus de sus labios y su entrecortada respiración. Dio dos pasos hacia atrás sin dejar de acariciarse para recostarse sobre su cama y se llevó ambas manos a su sexo para acariciar su clítoris con denostada pasión. En aquellas situaciones su testosterona ardía a raudales hasta provocarle pequeños orgasmos que se multiplicaban como ecos. Nunca sospecho que alguien la espiaba hacía tiempo, que en las ocasiones en que se masturbaba algún desaprensivo controlaba cada gesto, cada jadeo ahogado, cada escalofrío. Ismael había instalado hacía tiempo una micro cámara oculta en el cuarto de su hermana y en su baño, lo hizo cuando descubrió accidentalmente aquellos juegos prohibidos y desde entonces leía en su rostro cuando ella estaba alterada o ansiosa y deseaba acariciarse. Cuando lo hacía ponía cualquier excusa para ausentarse a su dormitorio y entonces comenzaba el espectáculo. Jamás había dejado de excitarle aquello y el hecho de que fuese su propia hermana despertaba en el un morboso placer aun mayor. Sarita, su monjil y tímida hermana acariciándose con ofuscada pasión ajena a todo. Ismael la observaba desde el ordenador de su habitación colindante, en directo, mientras se masturbaba febrilmente hasta eyacular sobre su torso. La primera vez que vio a su hermana en esa guisa ella acababa de cumplir los dieciséis y el entraba en la veintena, al principio no dio crédito a la escena pero su sorpresa inicial se torno en curiosidad y casi al instante en desenfrenada lujuria. De aquello hacía dos años y sin embargo no había dejado de espiarla desde entonces hasta convertir aquello en una obsesión lacerante y enfermiza. Cuando Ismael estaba con su novia pensaba en Sara, al principio se odiaba por ello, pero después llegó a deleitarse dejando que su imaginación la suplantase y convirtiendo a Sara en un recurso para excitarse aún más. El problema es que aquella fantasía empezaba a hacerse insuficiente y escasa…, quería más, quería poseerla, hacerla suya como fuese con o sin el consentimiento de ella el cual, sabía a ciencia cierta, que no obtendría jamás. Cuando urdió el plan lo hizo a modo de fantasía pero a medida que lo perfilaba lo empezó a concebir como realista hasta el punto de dejarse llevar por el calculando cada detalle y las consecuencias que acarrearía aquello.

Ismael era un tipo fornido y sus facciones dejaban entrever, sin lugar a dudas, que era el hermano de Sara, siempre vestía casual, con polos Lacoste, jeans gastados, Sebagos y americana informal. En su círculo de amistades lo consideraban un joven atractivo y dócil que rebosaba simpatía y cautivaba a las chicas, lo tenía todo, deportista, rico, trabajador… a simple vista no se podía pedir más, nadie sospecho nunca sus morbosas obsesiones y sus oníricos rituales a costa de su propia hermana. Sara también era bien recibida en cualquier círculo, quienes los frecuentaban, decían de ellos, que eran la pareja de hermanos perfecta. Educados en la férrea disciplina de la fe, sus padres formaban el clásico matrimonio acomodado y avenido, en general aquella era una familia modelo.

Cuando Sara bajó al salón aún estaba algo excitada pero nadie hubiese reparado en ello excepto Ismael. Sus padres habían salido a pasar el fin de semana en casa de unos amigos franceses y el y su hermana se habían quedado solos en la casa. Era el momento preciso de llevar a cabo su estrategia.

—Hola Sara.

Ismael estaba en el sofá sosteniendo el mando la gigantesca televisión de plasma que colgaba en la pared. Sara se había vestido con unos minúsculos shorts y una blusa amplia que transparentaba un fino sujetador de seda blanca.

—Hola Isma, te has levantado pronto.

—Si, quiero aprovechar el día.

— ¿Tienes planes?

—Digamos que sí, pero ya lo irás intuyendo.

A Sara le extrañó que su hermano le hablase de ese modo, parecía otro.

— ¿Qué te pasa?, estás raro.

—Verás es que he descubierto algo curioso.

— ¿De que se trata?— pareció intrigada.

— ¿Qué estabas haciendo hace quince minutos Sara?— su rostro parecía sereno y su voz reflejaba templanza.

—Estaba en mi cuarto, ¿porqué?

—Ya se donde estabas, te he preguntado lo que hacías.

—Podría responderte que lo que a ti no te importa, pero en fin, estaba duchándome supongo.

— ¿Y antes de eso?

—Oye tío, este maldito juego me empieza a mosquear.

— ¿Te has llegado a correr?

Sara dio un respigo hacia atrás sin dar crédito a aquello. Tardó unos instantes en digerir su repuesta.

—Eres un cerdo, un maldito voyeur con tu propia hermana, ¿me estabas espiando, no es cierto?

Ismael pareció derrumbarse, el sudor cubrió su frente y a Sara le dio la sensación de que dos lágrimas surcaban sus mejillas.

— ¿Pero qué coño te ocurre Isma?, ¿estás loco?

—No lo sé Sara, no me encuentro bien— ahora el deje de su voz pareció vacilante.

— ¿Quieres que llame a una ambulancia?

—No Sara, tengo te explicarte algo.

—Pues hazlo.

Se sentó junto a el y pasó el brazo sobre su hombro.

—No se como decírtelo— vaciló —no es la primera vez que te espió, soy un mísero patético, un desgraciado.

—Tampoco es para tanto Isma eres un hombre y yo una mujer, sino fuéramos hermanos seguro que hubiese estado colgada por ti.

—No es eso Sara— ahora lloraba abiertamente sin ápice de disimulo —creo que estoy enamorado de ti, tengo pensamientos pecaminosos… no soy yo mismo.

Sara se distanció de su cuerpo para refugiarse en el otro extremo del sofá.

— ¿Pero qué dices? Tienes una novia perfecta, un trabajo envidiable y una familia que te adora, ¿por qué tienes que complicar tu existencia?

—Tú no lo entiendes Sara— acortaba las palabras y se interrumpía constantemente —te has convertido en mi obsesión, cuando estoy con Sonya pienso en ti, cuando hago el amor…

—Cállate Ismael, lo que dices no tiene sentido…: somos hermanos, ¿entiendes?, ¡hermanos!— alzó la voz para reseñar la última palabra y el joven pareció sumirse en la más profunda indefensión.

—Lo sé Sara y me odio por ello, debo encontrar una forma de poner fin a todo esto, ya no puedo más, me siento un cerdo y un hipócrita cada vez que hablamos tu y yo… cada vez que me cuentas tus problemas y yo juego a ser tu confesor, cada vez que te absuelvo y te tranquilizo con mis salomónicas e hipócritas sentencias— Rompió a llorar de nuevo y su hermana se situó junto a el para abrazarlo.

—Oye Isma, tal vez yo también tenga algo de culpa, jamás debí contarte algunas cosas ni convertirte en mi aliado…

—Tú no tienes nada que ver en esto Sara, lo único que puedo hacer es salir de tu vida y de la de nuestros padres. Sino lo hago jamás podré volver a mirarte a los ojos a enfrentarme a mis fantasmas.

Sara lo abrazó con inusitada firmeza.

— ¿Qué estás diciendo Ismael? eres mi hermano, mi mejor amigo.

—Lo sé, pero no tengo alternativa.

—Haber hermano, analicemos fríamente tu problema: creo que has alimentado una obsesión que te ciega y que pudre tu existencia, no es más que eso: una maldita obsesión que se difuminará en el instante que hagas realidad tu fantasía.

Ismael enjuago sus lágrimas y la miró intrigado.

— ¿Qué quieres decir Sara?

—Hagamos que exhumes tus fantasmas— Besó levemente el lóbulo de su oreja para deslizar sus humedecidos labios por su pómulo hasta rozar la comisura de los labios.

—No quiero obligarte a Hacer esto, Sara. No tienes porqué hacerlo.

—Escucha Ismael: ¿Quién te ha dicho que no deseo hacerlo?, ¿qué cuando me has visto acariciarme yo no estaba pensando en ti?

Sara separó su cuerpo del suyo y se puso en pié ante él. Sus gestos parecían formar parte de una coreografía perfecta. Deslizó su blusa por su torso sin dejar de mirarle ni un instante y se deshizo del sujetador arrojándolo a sus pies. Cuando se desprendió de los ínfimos shorts de tela tejana sólo un minúsculo tanga azul cubría su completa desnudez.

—Quiero que hagas realidad tu fantasía, serás el primer hombre de mi vida y haré que alcances el éxtasis más sublime, pero después volveremos a ser hermanos y jamás mentaremos lo ocurrido hoy. ¿Estás de acuerdo?

Ismael asintió con la cabeza sosteniéndole la mirada y su excitación se hizo evidente.

—Solo una cosa Sara: dime que tú también deseas hacerlo.

Sara no contesto, por toda respuesta fue hasta el en clara invitación a que se irguiese y le abrazó reclinando la cabeza sobre su hombro. Durante varios minutos danzaron una melodía inexistente sin proferir palabra alguna, sintiendo el roce de sus torsos y besándose apasionadamente en los labios.

— ¿Crees que estoy fingiendo?

—Creo que eres una diosa.

Lentamente le indujo a sentarse de nuevo y deslizó la cremallera de sus bermudas para hurgar en su interior y asir la verga enhiesta de su hermano. Era la primera vez que hacía algo así, pero actuó por intuición. Llevó el falo hasta su boca para succionarlo con sus labios con lascivia. No esquivaba su mirada, volvía a sentir como aquella sensación de inusitado placer recorría su columna vertebral. Ismael se recostó echando su cabeza hacía atrás para rendirse a aquellas sensaciones prohibidas que le proporcionaba su hermana. Sara provocaba que sus dientes rozasen su falo mientras acariciaba sus testículos con la mano y se introducía este en su boca hasta hacer que el prepucio rozase su garganta. Ismael la instó a levantarse para evitar eyacular en su boca y esta lo hizo situándose ante el. Muy lentamente deslizó aquel tanga minúsculo por sus caderas y ella le mostró orgullosa su desnudez más impúdica.

—Vamos a mi cuarto Isma, quiero se tuya.

Aquel fue el día más largo de sus vidas. Incluso en la intimidad más estricta jamás volvieron a hablar de ello. Ismael tiene en la actualidad cuarenta años, quemó sus fantasmas y las incestuosas grabaciones de su hermana y esta felizmente casado con Sonya con dos retoños en su haber. En cuanto a Sara se casó con un magnate del petróleo del que se divorcio un par de meses mas tarde con una cuantiosa indemnización dineraria y ejerce de modelo para uno de los modistos más reputados del mundo. Las vueltas que da la vida y lo fácil que resulta extirpar un clavo ardiendo. ¿No es curioso?

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