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Irrupción familiar (1)

en Grandes Relatos

Se acurrucó entre las sábanas abrazando sus rodillas. Dieciocho años de acomodada y placentera vida. Justo ese día le abría las puertas de su emancipación, le posibilitaba poder sacarse el carné de conducir evitándole así los desagradables madrugones, para asistir a la facultad, aún en los más intempestuosos días de invierno, aún retozó un rato más abrazada a la gigantesca y mullida almohada de plumas y dejando que la seda de las sábanas rozase su piel provocándole placenteras caricias. Helena gustaba de prolongar unos minutos aquellos despertares festivos para deleitarse en la vigilia, para planificar el día que se abría ante ella. Hacía ya tiempo que dormir desnuda se había convertido en un hábito y solo utilizaba camisón cuando pernoctaba en casa de Miriam, su mejor y más íntima amiga, cuando sufría el resignado periodo o cuando viajaba con sus padres, lo que hacía cada verano desde que le alcanzaban los recuerdos. Extendió los brazos para desperezarse y fue al cuarto de baño colindante para darse una prolongada ducha, gustaba recrearse en el espejo y le divertía advertir como el deje somnoliento de su rostro adquiría cierta comicidad a aquellas horas. Nunca se considero una belleza y sin embargo, en la facultad y en su círculo más íntimo, todos la consideraban una mujer sin par.

Poseía las medidas corporales perfectas que ya querrían para sí muchas modelos de pasarela, medía casi uno ochenta y su rostro dibujaba unas facciones perfectas que hacían innecesario el maquillaje más sutil. Aquella ducha duró más de diez minutos y salió de ella para abrazar su cuerpo con una mullida toalla azul celeste que anudo en su pecho. El vapor originado por el agua hirviendo anegaba el ambiente, a pesar de que había dejado la puerta del baño abierta de par en par. Dejo transcurrir unos minutos para que se desempañara el espejo observando su rostro en el, sus inmensos ojos azules, su nariz respingona, su blanca piel, su largo cabello rubio cobrizo… todo se desfiguraba en el reflejo y aún así se dibujaba en el, el onírico retrato de una diosa legendaria.

Se vistió con unos jeans muy ajustados y una holgada camisa de seda blanca. Rara vez utilizaba sujetador y, sin embargo, ello era inapreciable para cualquiera, dada la firmeza de sus senos. Bajo rauda las escaleras que conducían a la planta principal y entró en la cocina en la convicción de que Rosana tendría preparado el desayuno.

—Buenos días señorita Helena.

Rosana entró al servicio de sus padres poco después de nacer ella. Era una rolliza sesentona de color y adoraba a aquella familia más que a la suya propia a la que carácter efusivo y cariñoso la hacían encantadora.

—Hola Rossy, ¿qué exquisito manjar has preparado hoy a tu princesa?

Marina, Sergio y Andrés estaban semiocultos en la amplia despensa y no le dieron tiempo a contestar.

— ¡Cumpleaños feliz!, ¡cumpleaños feliz!...— aquello parecía una desafinada tonadilla.

Andrés, su hermano, sostenía una inmensa tarta de chocolate con dieciocho chispeantes velas y Marina y Sergio, sus padres coreaban abrazados la melodía.

—Estáis completamente locos— El rostro de Helena irradiaba felicidad.

Marina tenía cuarenta y nueve años y hacía dieciséis, cuando nació Sergio, que había abandonado las más reputadas pasarelas internacionales. Su aspecto no respondía a su edad. Era rubia, como Helena, y de similares facciones y medidas, lo que hacía que en innumerables ocasiones las tomarán como hermanas. Andrés rozaba el medio siglo y su aspecto respondía al de un perfecto caballero inglés aunque su cuerpo, producto de innumerable cultivo de gimnasio, era fornido y cada músculo, prominente y moldeado. Conoció a Marina en la pasarela Cibeles de Madrid, cuando está desfilaba para Yves Saint Lorent y, ya entonces, era un adinerado empresario y una de las primeras fortunas de España, fue un noviazgo fugaz y, a los pocos meses, contraían matrimonio celebrando el enlace con uno de los banquetes más opulentos de entonces.

Sergio, como no podía ser menos, era un muchacho cultivado y de complexión atlética, aunque pasaba por esa edad difícil que aquí se llama la "del pavo".

El desayuno fue opíparo y transcurrió entre bromas, risas y la promesa a Helena, de su padre, de que el mismo día en que obtuviera el carné de conducir la obsequiaría con un flamante deportivo.

Aquella mañana estival Sergio evitó acompañar a sus padres de recados con la excusa del estudio y se quedó solo en la casa, ya que era el día libre de Rosana y su hermana Helena había quedado con Miriam en casa de esta. Solo un cuarto de hora después Miguel apareció en su casa y este le recibió eufórico.

— ¿Qué pasa chaval?

—Creo que lo he conseguido, tío.

—No me jodas, te creía incapaz de hacerlo.

Miguel conocía a Sergio desde su más tierna infancia y compartía los estudios con el. Aunque algo mayor, también procedía de una adinerada familia pero, sin duda, no sería plato de gusto como amigo del hijo de cualquiera.

—Vamos a tu cuarto, enséñamelo.

—Primero la pasta.

Sacó un puñado de billetes de cien euros y se lo mostró sin soltarlo.

—Cuando lo vea con mis propios ojos muñeco.

Ambos subieron a la primera planta y cuando pasaron frente a la puerta del cuarto de Helena Miguel lo detuvo sujetándole por el brazo.

— ¿Pero que coño haces?

—Espera, déjame entrar ahí.

—Esta es la habitación de Helena.

—Por eso, imbecil, ¿crees que no lo sé?

Abrió la puerta y entro en ella. Sergio aguardo expectante bajo el vano y observó como el muchacho se encaminaba a la cómoda que había frente a la cama y abría los cajones uno a uno.

— ¿Qué buscas?— pareció más un quejido que una pregunta escueta.

— ¿Tú que crees?

No dio crédito a la escena: Miguel sostenía entre sus dedos sendos tangas de Helena y se los llevaba a su nariz.

—Eres un maldito cerdo.

—Cree el ladrón que todos son de su condición— lo observo altivo — ¿quieres oler los efluvios de tu hermana?, o me dirás que no la has deseado jamás.

Sergio se fue de allí para dirigirse a su habitación y Miguel lo siguió llevándose las prendas consigo. Ambos se acomodaron en silencio frente a la pantalla del ordenador y Sergio insertó un CD en la ranura correspondiente de la torre. Tras varios segundos una maravillosa y adormecida Helena se desperezaba en ella frente al espejo de su aseo frente a un espejo empañado.

— ¡Joder!, esta como un queso.

Aquello fue solo el trailer de una película que duró más de una hora. Sergio, asesorado por Miguel, había conseguido introducir micro cámaras en todas las zonas sensibles a que Helena o Marina estuviesen desnudas de forma que pudiesen obtenerse tomas diversas, picados, perspectivas ampliadas y zoom. La calidad de la imagen y su nitidez hacían que pareciese un film profesional y ofrecía la posibilidad de realizar cualquier montaje.

Miguel asió el Mouse para operar sobre las imágenes a fin de obtener la máxima concreción.

—La muy puta de tu hermana no se rasura el coño, ¿lo ves?

Sergio percibió un sentimiento de angustia, por un instante una sensación de profunda repugnancia le hizo proferir una indisimulable arcada.

—Entiendo que de reparo la posibilidad de que ver a tu hermana te ponga cachondo, pero a mi no. Mira mi polla.

Miguel se había desabotonado el pantalón y su verga asomaba enhiesta por el elástico del slip y Sergio evitó ver aquello.

—Escucha Sergio: mejor no tengas que ver el CD que tu mismo has grabado, para evitarlo quiero que me hagas una felación.

—Estás completamente loco— dos lágrimas surcaron sus mejillas

Miguel se irguió para bajarse la ropa hasta las rodillas y volvió a tomar asiento frente al ordenador. Su pene estaba completamente erecto por la excitación.

—Será mejor que hagas lo que te digo.

Ahora los ajenos protagonistas eran el padre y la madre de Sergio. Marina yacía sobre la inmensa cama del cuarto principal en su más absoluta desnudez, era de noche, pero todas las luces de la estancia permanecían encendidas. Estaba hermosa y excitada. El cuerpo fornido de su marido apareció por la derecha del plano y este situó su cabeza entre las piernas de ella para besar su sexo. Sergio interpreto la severa mirada de Miguel como una orden escueta, avergonzado, asió su pene e inclinó su cabeza para introducirlo entre sus labios. Le pareció asqueroso y repugnante pero lubricó aquella berga con su lengua mientras su amigo se recostaba hacía atrás deslizando entre sus dedos las ínfimas braguitas de Helena, entre los jadeos de la pareja que copulaba frenéticamente en la pantalla. A Sergio, aquello, le pareció eterno, pero su amigo asía su nuca obligándole a ralentizar el vaivén de su cabeza cuando este sentía cercana la inevitable eyaculación. Transcurrieron más de diez minutos de calvario. En la siguiente escena, Helena, aparecía desnuda sobre su lecho, en la más estricta intimidad, por la luminosidad de la estancia diríase que anochecida, pero la luz aún se filtraba entre las finas cortinas de satén. Helena palpo su pecho suavemente con su mano izquierda y situó su mano derecha sobre su sexo, la expresión de su rostro denotaba excitación, muy lentamente introdujo sus dedos entre sus labios vaginales. Miguel aplico el máximo zoom disponible y observó el rizado bello púbico de Helena con absoluta nitidez, solo unos minutos después la chica emitía entrecortados jadeos y arqueaba su cintura en contenidos espasmos. Esta vez el joven obligó a Sergio a acelerar la cadencia de sus gestos y su glande rasgo su paladar. El semen se proyecto en contra su garganta en entrecortados chorreos inundando su boca hasta el punto de anegarla. Sergio miró a Miguel con mirada suplicante y a este le excitó aún más que brotase por la comisura de sus labios humedeciendo sus pómulos.

—Has hecho un buen trabajo, Sergio…— rió —en todos los sentidos.

Se irguió de nuevo para ajustarse los tejanos.

— ¿Qué hay del audio?

Escuchó aquella pregunta mientras se lavaba la cara en el curto de baño anexo. En ese instante se odiaba así mismo más que nunca pero se dijo que su familia pagaría muy caro la atención que le había dispensado a su hermana en detrimento de la suya.

—Tengo más de cinco horas de conversaciones telefónicas de mi padre, de mi madre y de Helena, algunas te sorprenderán, no sabía que mi padre manejara negocios tan turbios ni que mi madre hubiese tenido una relación lésbica que duro dos años. En cuanto a Helena es una completa monja…

— ¿Tú crees?

—Bueno, ya lo juzgaras tú mismo. También tengo el pasword de su correo y muchas fotos de sus viajes con su amiguita Miriam, esquiando y en la playa con la peña, pero nada demasiado comprometedor. Juraría que hasta es virgen.

—Bueno, esto acaba de empezar, creo que con una buena formación llegara a ser muy puta.

—Me juraste que no dañarías a nadie.

—No lo haré, tengo planes mucho más lucrativos, por cierto, ¿te gustaría tirártela?

Habían bajado al recibidor y Miguel se disponía a despedirse.

—No creo que pudiese hacerlo, pero si a su amiga Miriam, esta como un puto tren.

—Eso está hecho— tendió su mano para recibir el material pero Sergio apartó su brazo.

— ¿No olvidas algo?

—"Coño", es cierto— Miguel sacó un fajo de billetes y ambos se intercambiaron los paquetes.

—Te llamaré mañana, no dejes de grabar ¿entendido?

—No lo haré, pero nunca más me pidas que te haga una mamada o te arrepentirás.

Miguel caminaba por el parterre y no se giró para responder.

—Ya veremos.

CONTINUARÁ

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