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La fiesta

en Orgías

            

Bastan sólo unas gotas, o eso me han asegurado, para que las tres estén a mi merced, y lo más divertido es que mañana no recordarán absolutamente nada de lo que ocurra esta noche. Con la excusa de que el vino se oxigene Anabel me pide que abra sendas botellas de Rioja y lo hago. Me tiembla el pulso pero consigo introducir en una de ellas lo que considero una dosis suficiente.

Cuando llaman a la puerta saltó literalmente a recibirlas. Vero y Mónica están exultantes. Visten traje chaquetas, que presupongo de marca, y lucen un tipazo envidiable. Ambas de estatura similar, cabello entre cobrizo y rubio, tacones altos ojos rasgados y facciones aguileñas. Me apresuro a besar sus mejillas y las dos me corresponden el gesto en el instante en que aparece Anabel para darles la bienvenida. Ella también está radiante. Ansío comprobar la efectividad de la droga.

Anabel, mi nueva compañera de piso, siempre insiste en su condición de lesbiana con la misma vehemencia que Vero y Mónica se jactan de su heterosexualidad, pero lo cierto es que yo pretendo que las tres sean mis esclavas y consigan romper tabúes. Puede ser muy divertido el mero hecho de observar sus reacciones. Me apasiona la velada.

Hemos hablado de temas intrascendentes, de política, de religión y de un montón de temas más y los cuatro nos hemos acomodado en los sofás, Anabel junto a mí y Vero y Mónica frente a nosotros. No puedo negar que me ha deleitado observar como las facciones de las tres iban perdiendo rigidez a cada sorbo y como la conversación de cada una perdía fluidez y ganaba soltura. Parece contradictorio pero era así. Al principio fueron matices, como expresar opiniones sobre temas que jamás se hubieran atrevido a airear a cuatro vientos o mostrarse receptivas a sopesar conclusiones susceptibles a ser catalogadas de ineptas o ignorantes pero después, sus gestos se hicieron más naturales, sus rostros adquirieron cierta pigmentación y sus movimientos ya no parecían reflejos. A Vero no le preocupaba que la posición de sus rodillas me abriera una excelsa visión de su minúsculo tanga, perspectiva que llamaba la atención de Anabel y en el que fijaba su mirada cada vez con menos disimulo, y  Mónica dejó de abotonarse el escote cada vez que este se abría mostrando su canalillo. Tengo que reconocer que aquello era muy divertido. Fue en el instante preciso en que decidí comenzar mi experimento.

—Propongo un juego.

         Todas me observaron expectantes. En la botella no queda una sola gota de vino y sus expresiones me fascinan.

—Tú dirás.

         Observo a Vero, su mirada es difusa pero dibuja un rictus sonriente en sus labios.

—Jugaremos al juego de la verdad, mentir no es una opción, ¿tenéis agallas para hacerlo?

         Mónica y Anabel sonríen complacientes asintiendo con la cabeza y Vero las secunda pero interpela.

— ¿Cómo sabemos que seremos sinceras?

         Aferro su mano haciendo que parezca accidental pero ella asía la mía con inusitada energía, también tiene la mirada perdida.

—Buena pregunta Anabel, si dos creen que no es cierto el mentiroso se obligará a pagar una prenda.

         Las tres asienten de nuevo.

— ¿Empiezo yo?

         Ríen  al unísono.

— ¿Cuánto hace que Mónica y tú vivís juntas?

         Vero parece incomoda.

—Unos tres años.

— ¿Te gusta?

— ¿Qué quieres decir?

—Si la deseas.

—La deseo ¿cómo?

—Sexualmente.

         Se aparta de Mónica y parece airada.

—Es una tía, ¿no?

—Pues Claro, como tú, Verónica, por eso te pregunta si la deseas.

         Verónica me interrumpe taxativa.

— ¿Tú desearías a un tío aunque viviese tres años contigo?

         Parece ofuscada.

—No lo sé. No… no, seguro que no.

— ¿Cómo lo sabes Anabel?, ¿has estado alguna vez con un tío?

—Vete a la mierda, Verónica.

         Intervengo como si de un tutor se tratase.

—Vero tiene razón, Anabel, estamos jugando al juego de la verdad. Contesta.

—Nunca he estado con un hombre, me repugna sólo imaginarlo.

         Verónica parece recrearse y no me conviene.

— ¿Cómo lo sabes?

         Las interrumpo entusiasmado.

—De la misma forma que sabes que te repugna Mónica y jamás le mostrarías tu afecto.

         Vero gira su cara para observar a Mónica y esta le devuelve la mirada. Intuyo que de las tres es la más perjudicada por la droga.

—A mi no me repugna Mónica, la quiero y me parece la tía más atractiva del mundo.

         Mónica sonríe con deje imbécil.

—Pues no es exactamente lo que has dicho.

—He dicho qué…

         Anabel interrumpe de nuevo.

—Que Mónica te repugna.

—Maldita sea. Has sido tú la que ha utilizado ese verbo respecto a estar con un tío. Puta lesbiana.

         Lo último que deseo es que todo esto se salga de madre. Debo corregir los flecos como sea.

 –Vero, estás faltando el respeto a Anabel y ofendiendo a Mónica.

         Verónica parece ensimismarse, abraza a Mónica y dirige su mirada a Anabel.

—Lo siento, tía, no he querido decir eso.

—Entonces has mentido.

—No es eso Anabel, yo…

         Quiero focalizar el tema, me entusiasma.

—Anabel tiene razón. No odias a Mónica, la adoras… la deseas.

         Mónica parece despertar de un incipiente letargo. Ladea su cabeza y observa fijamente a Vero despejando su frente de cabello, en actitud risueña.

— ¿Nunca has pensado que tu a mí también me gustas?

         Verónica esquiva el gesto.

         Debo intervenir antes de que se rompa la magia. Recuerdo haber leído historias sobre sectas y presuntos gurús que manipulan las mentes.

—Si estamos dispuestos a desnudar nuestras mentes, ¿por qué no desnudamos nuestros cuerpos?

         Las tres me miran con inquietante vacilación pero no parece que desprecien mi propuesta. Sus miradas delatan embriaguez y es Anabel la primera en responder.

— ¿Por qué no?, ¿puede haber algo que afiance más nuestra amistad?

         Las tres parecen confundidas y se miran entre sí con expresión compungida, pero Mónica reacciona poniéndose en pie frente a Anabel y a mí y desabotona su chaqueta con gestos quedos. Anabel me sorprende una vez más.

—Hazlo tú Veró, porqué no desnudas a Mónica.

         Ante mi estupefacción Verónica se incorpora para situarse frente a Mónica y procede a desabotonar su blusa tras separar sus manos con un roce. Ambas se observan fijamente y sus cuerpos se contornean ante nosotros en una danza sensual y etérea. Anabel interrumpe de nuevo y su tono suena a orden.

—Bésala.

         Verónica ha desabrochado el sujetador de Mónica y deslizado la blusa por su espalda, pero interrumpe el gesto y une su rostro al de ella. Ambas se besan abrazadas meciendo sus cuerpos y observo la caricia de sus lenguas entrelazadas y como se mezcla su saliva en la comisura de sus labios. Necesito imperiosamente que se amen.

Muy… muy lentamente, con gestos entre eróticos y torpes, se desnudan mutuamente sin dejar de besarse ni danzar al son de una sintonía imaginada y percibo que Anabel, observante y sentada junto a mí, está aún más excitada que yo. Cuando ambas se despojan de la totalidad de su ropa observo ensimismado la forma de sus cuerpos, sus pechos desnudos rozándose entre sí, sus sexos, el rizado bello, que se oculta esporádicamente entre sus inglés, en forma de triángulo perfecto…

—Creo que si ellas lo han hecho yo también debería intentarlo.

—Intentar qué, Anabel.

—Estar con un tío… contigo por ejemplo.

         Se despoja de su ropa sin dejar de observar a Mónica y a Vero y ambos percibimos por el rabillo de sus ojos que ellas también nos observan a nosotros mientras sucumben a sus reciprocas caricias. Anabel esta “cañón”. Desabrocha la bragueta abotonada de mis jeans sin dejar de observar la escena ni un instante y me obsesiono el roce de sus pechos sobre mí con movimientos geocéntricos. Lo cierto es que es preciosa. Me mira con los ojos muy abiertos solo un segundo antes de introducir mi pene entre sus fauces y soy consciente de que todo esto acaba de empezar. Son Marionetas a mi merced.

         Mónica se ha recostado sobre el respaldo del sofá deslizando su cuerpo de forma que su nuca se apoya en la cabecera de este con las piernas obscenamente abiertas y Vero se arrodillado sobre la alfombra frente a ella. Distingo a la perfección como el sudor humedece sus cuerpos y como la nariz respingona de Vero se introduce entre los labios vaginales de su amiga provocándole una expresión de placer.

         Tardo solo unos minutos en correrme copiosamente y Anabel retira su boca de su pene para mirarme alborozada.

—Eres fantástica, Anabel.

         Me masturba provocando que el semen salpique su rostro.

—Nunca había estado con un hombre, ¿sabes, Fer?

—Lo imaginaba, ¿qué has sentido?

         Sonríe y vacila.

—No lo sé… puede que me hayas abierto nuevos horizontes.

—Mira a Vero, ¿crees que lo está haciendo bien?

—Espera.

         Se levanta y va hacía ellas sin siquiera secarse la humedad de su rostro. Me sorprendo cuando se sitúa tras Vero y masajea sus hombros desnudos con dulzura. Ella separa su boca del sexo de Mónica y voltea su rostro, se besan con inusitada pasión unos instantes y truncan sus posiciones de forma que ahora es Anabel quien se acomoda entre las piernas de Mónica.

—Mira Vero.

         Entreabre los labios vaginales de Mónica con delicadeza e introduce entre ellos su dedo índice, observo como subyace ente ellos el rosado clítoris en forma de una bolsita aforme y rosada que adquiere una desmesurada dimensión mientras el cuerpo se contrae espasmódicamente. Su cara sonrojada acusa un estado de excitación exacerbado y se hace evidente la humedad que provocan los flujos vaginales. Mónica emite profundos suspiros que confluyen en sonoros  jadeos.

—Sigue, Vero… no pares, por Dios, sigue.

         Vero y yo nos miramos y sonreímos la confusión. Vero decide no contradecirla entonces. Anabel cesa sus caricias e insta a Vero a retirarse a un lado. Mónica parece contrariada e instintivamente lleva su mano derecha a su sexo para acariciarse con enérgicos masajes, su cara es un poema y habla entre suspiros.

—Vero, Vero… sigue por favor…

         Anabel me mira y hace un gesto con su cabeza, interpreto su oferta a la perfección y acudo de inmediato. Sitúo mis  caderas entre las piernas de Mónica y esta abraza mi cintura con los  brazos empujando mi cuerpo contra el de ella. Mi pene deambula en busca del objetivo y siento como Vero lo aferra con su mano para dirigirlo allí. Al principio introduzco lentamente el prepucio imprimiendo un sostenido vaivén, Mónica jadea y grita sin el mínimo rubor.

—Te quiero Fer, métemela… métemela entera… hazme tuya…

         Se incorpora y aplasta sus pechos contra mi tórax, siento sus pezones como escarpas que laceran mi piel y me besa mientras acelero la cadencia provocando que la penetración alcance mis testículos. Observo a Vero y a Anabel frente a nosotros y la visión aumenta mi excitación. Se besan lascivamente mientras no dejan de mirarnos con el rabillo de sus ojos, percibo claramente sus voces aunque susurran entre ellas.

—Anabel como has conseguido excitar a Mónica así.

         Sonríe.

—Quieres experimentar algo parecido, ¿verdad Vero?

         Le devuelve la sonrisa y se recuesta sobre el sofá emulando la posición que antes adoptara Mónica.

—Vas a sentir algo distinto.

         Hurga su sexo con sus dedos realizando movimientos concéntricos y sutiles. Vero exhala entrecortados jadeos. Separa tenuemente sus labios vaginales, Verónica alza sus brazos por encima de su cabeza y parece totalmente sometida, durante unos minutos Anabel somete su clítoris a precisas y estudiadas caricias que provocan literalmente que el cuerpo de Vero se convulsione entre gemidos de placer. Observo como la otra mano de Anabel acaricia su ano e introduce en él su dedo índice. Habla a su oído.

—Has oído hablar del punto “G”, princesa.

Vero no puede responder, solo gime.

—Ahora vas a sentir una reacción extraña, no intentes evitarla ¿de acuerdo?

         Esta sudorosa y la tensión de sus facciones delatan su ansiedad, pero asiente con la cabeza sin dejar de jadear.

—Ha…ré lo que me… ordenes, Anabel— entrecorta cada palabra varias veces.

         No doy crédito y Mónica también parece sorprendida. El cuerpo de Vero se relaja y la expresión de sus facciones pierden toda rigidez, incluso sonríe y, de repente, vemos  como entre los dedos de Anabel destella un hilo de cobriza orina que se eleva sobre su vientre y salpica sobre sus pechos y su rostro cuando cae.

—No habíais oído hablar de la lluvia dorada, ¿cierto?

         Aumenta la cadencia de sus caricias e introduce uno de sus dedos en su sexo, Verónica salta literalmente mientras el liquido con deja de fluir cada vez con más intensidad, y entonces ocurre, Vero parece concadenar varios orgasmos que se solapan entre sí, se mueve convulsamente, jadea… y, por fin, se recuesta de nuevo en el sofá completamente extenuada, habla con un hilillo de voz cansada.

—Gracias Anabel, bésame, lo necesito.

         Ella obedece sonriente y acerca su pómulo al de Vero, ambas sonríen y se besan con inusitada pasión.

—Creo que deberíamos descansar un poco, ¿no os parece, Chicas?

         Las tres me miran con expresión burlona y Vero es la primera en contestar.

—Mónica y yo vamos a ducharnos, nunca me había sentido tan guarra.

— ¿Te refieres a sucia o a lasciva?

         Reímos a coro.

—Las dos cosas… pero me encanta.

         Anabel interrumpe.

—Pues esto acaba de empezar, se me mas trucos.

—Estamos ansiosas, ¿verdad Vero?

—No te puedes imaginar hasta que punto, Mó.

         Las dos desaparecen tras la puerta y Anabel y yo nos quedamos solos, Me mira con cierta veneración.

—Sabes una cosa, Fer: soy virgen y me gustaría seguir siéndolo, ¿lo entiendes?

—Claro Anabel  y lo respeto… pero

—…Pero me ha gustado la forma en que me has acariciado, me ha gustado hacerte una felación y, aunque no sé exactamente lo que puede llegar a gustarme te permitiré que me penetres por detrás.

         No doy crédito y mi falo adquiere de nuevo una considerable magnitud. Anabel repara en ello y sonríe. Es la sonrisa más cautivadora que he visto jamás.

— ¡Vaya!, creo que he despertado al muñequito, ¿qué me dices, Fer?

— ¿Tú qué crees?

—Una ducha rápida y resucitamos la fiesta, ¿te parece?

—Eres un ángel.

Mónica y Vero están de pie bajo la ducha. El agua se estrella en sus cabezas y rompe  en forma de gotas que resbalan por sus cuerpos desnudos. Vero enjabona el vientre de su amiga desde atrás utilizando una suave y densa esponja, acerca su boca a su cuello y tras acariciarlo con la lengua habla en su oído.

—Me reprocho todo el tiempo que hemos perdido, creo que seré incapaz de dejar de desear hacerte el amor ni una sola noche más, ahora sé que siempre me has gustado, Mónica.

         Vuelve la cabeza para buscar sus labios.

—Tú a mi también, Vero, te quiero.

         Vero desliza uno de sus brazos y acaricia el sexo de Mónica suavemente, emulando los gestos que Anabel le realizó a ella sólo unos minutos antes, Mónica parece sufrir una pequeña descarga eléctrica que recorre su columna vertebral y eriza el vello de sus brazos.

—Es bestial, Vero. Nunca imagine que pudiera sentirme así.

—Lo sé… ¿Cómo te ha sentido cuando Fer te ha follado…?

—En la gloria, es distinto… ¿no sé?..., supongo que son placeres diferentes.

—Claro que lo son, yo también estoy deseando hacerlo con él, ¿te molesta?

— ¿Estás loca?, Claro que no, te besaré y acariciaré cada centímetro de tu cuerpo mientras lo hacéis. Deseo ver cómo te lleva al orgasmo…

—Gracias Mo, te quiero.

         Mónica voltea su cuerpo para abrazar a Vero Se besan de nuevo con desenfrenada pasión y sus cuerpos se rozan sutilmente lubricados por efecto del jabón.

         Los cuatro nos reunimos de nuevo en el salón, Mónica y Vero visten un sutil camisón corto que parece de seda. Ambos son de color marfil y su transparencia hace evidente que no llevan nada más. Se han recogido el pelo en forma de coletas que resbalan por su nuca hasta la cintura y sin atisbo de maquillaje están exultantes, entran cogidas de la mano y sonrientes. Anabel y yo vestimos un pijama corto y una holgada camiseta. Me preocupa que se hagan evidentes mis constantes erecciones, pero al fin y al cabo qué más da, saben que son ella quienes me las provocan y no deja de ser un acicate, me pregunto hasta dónde puede llegar la orgía y me cercioro de cualquier efecto de la droga se ha diluido en ellas, actúan por su propia voluntad sin coacción ni abducción alguna.

         Mónica trae una botella de vino en sus manos.

— ¿Te apetece Fer?

—Siempre es buen momento para el vino, Mónica.

—Te advierto que es esa en la que has introducido la burundanga, no sé si te sentara bien.

         Me cercioro de que está llena hasta arriba y me sonrojo. Se hace evidente mi estado de ansiedad.

— ¿Entonces?...

—Ninguna de nosotras la ha probado Fer, en ningún momento nos hemos sentido ausentes.

         Parecen serias, no sé decir ni qué hacer, nunca había imaginado ese escenario y de repente las tres estallan en una risotada burlesca y simultanea, Anabel interviene,

— ¿Creías en serio que estábamos drogadas? Menudo ingenuo.

         Vero viene hacía mí y me abraza.

—Eres muy tonto, Fernando… muy, muy, muy tonto.

         Mónica y Anabel se unen a nosotros y emulan el gesto de Vero sonrientes.

— ¿Qué os parece si continuamos con la fiesta, chicas? Aunque Fer merece un castigo.

—Al fin y al cabo todo esto no lo hubiéramos vivido sin su nefasta intervención ¿Le perdonamos, Mó?

         Las tres asienten ante mi perplejidad.

—Okey Vero, ¿Anabel?

         Anabel me mira  y achina sus ojos en una intrigante mueca pero sólo un segundo después besa mis labios.

—Te queremos, Fer.

         Siento como mi pene lucha por escabullirse por mi cintura lacerado por el elástico que mantiene la prenda semi ceñida a las caderas.

—Entonces, todo ese teatrillo, el que parecierais ausentes…

         Las tres se sitúan ante mí, relajan sus facciones, provocan que sus miradas se pierdan en la lejanía, relajan sus músculos y dejan caer sus brazos sobre los costados. Mónica me interpela divertida.

—Estaba ensayado, so-idiota.

— ¿Y cómo sabíais…?

—Digamos que simplemente lo intuíamos.

         Vero interrumpe a Anabel

—Por tu forma de hablarnos, por tratar de desnudarnos con tu mirada cada instante, porque leímos el letrero pegado en tu frente que decía que te morías por follarnos a las tres.

         Se descojonan a la vez y me siento un pardillo, un cordero degollao.

—Y ahora, ¿qué tal si te dejas de gilipolleces y nos follas a las tres, Fer?

            

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