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Irrupción familiar (3)

en Grandes Relatos

Helena llegó a su casa sobre las diez. Su rostro denotaba asco y contrariedad. Subió las escaleras como una exhalación y cerró su habitación por dentro sin reparar siquiera en el saludo que le profirió su hermano desde la sala de estar. Sintió sobre su piel el agua helada de la ducha y enjabonó su cuerpo con gestos compulsivos. De alguna forma quería olvidar lo ocurrido, matar al maldito chantajista, acabar con todo; y sin embargo, era consciente de la imposibilidad de hacerlo. Escrutó infructuosamente cada palmo de la estancia en busca de cámaras o micrófonos, pero allí no había nada. Luego le explicaría Miguel que las habían desmontado hacía días. Se sentó sobre el borde de la cama arropada por un grueso albornoz y se seco las lágrimas con el dorso de las manos y bebió copiosamente antes de coger el auricular y marcar el teléfono de Miriam a fin de aclarar su voz.

—Hola Miriam.

Hablaba con hilillo de voz, intentando no delatar su estado de ánimo.

— ¿Helena?

— ¿Cómo estás?

—Te noto rara.

—Verás: Tengo que contarte algo.

— ¿Y bien?

—Tengo novio.

—Creía que venías de un entierro, ¿qué coño te pasa?

—No… no. Estoy feliz, quiero presentártelo cuanto antes.

—Esto es muy raro Helena. No pareces muy entusiasmada.

—Es que estoy agotada, ha sido un día muy duro.

—Pues tú dirás.

—Ha organizado una cena en su casa mañana, quiere conocerte.

—Vale, llamaré a Eduardo.

—No, mejor ven sola, creo que se ha gastado una pequeña fortuna en la cena y sólo cuenta con los tres.

—Bueno, iré sola, pero háblame un poco de él, explícame algo…

Helena y Miriam hablaron largo rato y la primera consiguió templar sus nervios a fin de aparentar algo de convicción.

Cuando llegó frente a la puerta de Miguel, eran las cinco y cuarto, ni siquiera precisó llamar a ella. El la abrió violentamente y sin mediar palabra alguna le propinó un estruendoso bofetón haciendo que girara la mandíbula y la introdujo en el apartamento estirándole por los pelos para cerrar la puerta tras de sí. Helena cayó sobre el sofá y se acurrucó temerosa.

— ¿Pero que haces?, ¿estás loco?— dos lágrimas surcaron sus mejillas.

—Te dije a las cinco y son las cinco pasadas, ¿es que no hablo claro?

Hundió su rostro entre las rodillas con absoluta indignación.

—En adelante obedecerás mis ordenes a raja tabla— por un instante pareció tranquilizarse — ¿Hablaste con Miriam?

Sintió con la cabeza sin atreverse a articular palabra alguna.

—Contéstame cuando te pregunto.

—Si, vendrá a las diez— Pronunció aquello con un hilillo de voz.

—Bien querida, ahora ve a ducharte y espérame en la cama, ponte el camisón azul que te he comprado, te quiero sugerente y cariñosa.

Helena se puso en pié y entró en la habitación colindante esquivando su mirada, jamás imaginó que pudiese llegar a sentirse tamaña humillación. Cuando lo hizo cerró la puerta y la visión de la prenda de dormir, doblada sobre las sábanas, le helo la sangre, pensó que sería incapaz de vestirse de tal guisa pero las palabras de Miguel resonaron en sus tímpanos como rayos lacerantes.

—Y date prisa, entrare en cuanto sirva dos wisckies.

Sabía que la imagen de ella, semi recostada sobre la cama, con la tenue tela de aquel ridículo camisón trasparentando cada milímetro de su anatomía no podía producir en nadie el mínimo sentimiento erótico. Sabía que todos y cada uno de sus músculos temblaban como si fuesen de gelatina y que la expresión de terror en sus facciones provocarían un subido cabreo en aquel "hijo de puta", pero lo subestimaba por completo, era un sádico, un maldito maltratador y cuando se paro bajo el vano de la puerta con dos copas en la mano la escena le subyugó hasta el punto de deleitarse en ella unos minutos. Aquella chica hermosa y frágil, temerosa y herida, a su merced excitó su libido d e tal modo que no pudo contener una erección. Estaba completamente desnudo y fue hasta ella para asir sus hombros desnudos con firmeza, su inútil aversión se hacía evidente. Puso el baso frente a ella y le obligó a beber su contenido.

—Bebe querida, el Whisky desinhibirá un poco tu mojigatería.

Helena hizo amago de negar con la cabeza pero la mirada del joven le convenció de que no debía contradecirle y bebió su contenido provocándola tusivas arcadas. Ni siquiera esperó a que pudiese ingerir el contenido, el joven unió sus labios a los suyos aferrando sus pómulos con firmeza y haciendo inevitable que el licor trasvasase varias veces por sus bocas despertando en ella un sentimiento de profundo asco y repulsa.

—He comprado esto— Le mostró una caja de condones acercándosela con gesto tembloroso, su voz sonaba ronca y entrecortaba sus palabras.

—Pero que dices, ¿Crees que voy a ponerme una gomita? Tú serás la madre de mis hijos, entupida.

Durante más de dos horas la obligó a adoptar las posturas más obscenas, ha expresarle deseos obscuros y morbosos, a fingir placer y a que le rogarse, una vez más, que se vaciase dentro de ella, pero solo sintió suplicio y asco. Cuando Miguel se sintió exhausto se acostó sobre la cama y alcanzó su brazo para obligarla a acariciar su pene flácido. Ya no era dueña de sus actos y con la mano aún temblorosa acarició su escroto levemente confiando en conseguir no excitarlo. Ahora te contaré mis planes para tu amiguita Miriam. Todas las alarmas saltaron en su cerebro pero el no le permitió que dejase de masturbarle el pene.

—Esa chica y tú sois más que amigas.

—No sé a que coño te refieres, Miriam y yo no somos lesbianas.

—Eso ya lo sé, me refiero a que sois socias.

Helena observó al joven de soslayo interrumpiendo sus caricias.

—No se a que te refieres.

—Si vuelves a dejar de masturbarme te cerceno la muñeca… me refiero a que hace dos años invertisteis cincuenta mil euros en una empresa para celebrar eventos juveniles: "botellones" o algo así. Comprasteis un local, y parece que la cosa funciona. Habéis obtenido, sólo este año, más de treinta y cinco mil euros netos. ¿Estáis muy bien relacionadas?, ¿no es cierto?

— ¿Cómo sabes todo eso?— Por primera vez lo miró a los ojos reanudando las caricias en su pene.

—Quédate con que lo sé.

—Ella no es rica.

Miguel estalló en una interminable carcajada.

—Pareces imbecil. Sé que su padre es concejal y que frecuentáis los mismos ambientes, ¿crees que si se tratara de alguien pobre hubieras hecho tan buenas migas?

Por primera vez, Helena pareció azorada, aquel monstruo que la obligaba a masturbarlo había apuntado una in certeza. Se preguntó si ella sería capaz de haber cosechado su amistad con Miriam si ella hubiese sido una indigente, o simplemente no fuese rica.

— ¿Qué coño quieres de nosotras Miguel?— Era la primera vez que lo llamaba por su nombre.

—Yo dirigiré vuestro antro, me pagareis una pequeña fortuna por hacerlo— elevó su mirada al cielo mientras Helena, sin dejar de abrazar el falo entre sus dedos, percibía como, este, adoptaba la posición más eréctil.

—Creo que estás loco.

— ¡Bueno!, estás masturbándome mientras urdimos un plan, acabas de ofrecerte a mi en las posiciones mas abyectas que se puedan concebir y en cambio, osas poner en duda mi cordura. ¿No te parece algo entupido?

Encendió un Marlboro y proyectó varios círculos de humo al haz de la luz reflejada por la persiana entre abierta, a la vez que abrazaba su hombro, para acercar su pómulo al de ella.

—Sabes que estás enfermo. Esto no te puede funcionar.

Miguel se había acurrucado en una esquina cubriendo su cara con los brazos para evitar la mirada de Helena.

—Créeme Helena—irguió su rostro y sus facciones denotaron tensión —jamás hubieras estado entre mis brazos… yo nunca hubiera conseguido conquistarte… nunca hubiera podido llegar a formar parte de tu entorno— alzó la voz y esta sonó entrecortada por sollozos — Soy un verdadero arribista…

Por un instante, Helena no dio crédito a la escena y fue hasta el para asir su muñeca alzada y ayudarle a levantar. Sólo tardó unos segundos en arrepentirse del gesto.

—Eres una verdadera imbecil… una soberbia— jocosas carcajadas inundaron cada rincón de aquella sala — ¿has pensado, por un solo instante, que puedes vulnerar mi voluntad?

Helena estaba derrotada. Cualquier atisbo de racionalidad se había esfumado ante aquel monstruo.

— ¿Qué coño quieres de nosotras?

—Faltan cinco minutos para que aparezca aquí, y por lo que me has dicho, vendrá sola: Tendrás que convencer a tu socia de que tú y yo somos novios, incluso de que nos vamos a casar en breve. Yo apareceré unos instantes después; cuándo lo haga, quiero que la hayas convencido para que comparta nuestra cama.

—Ya te he dicho que no somos lesbianas— Helena intentaba vanamente cubrir su desnudez.

—Pero nunca has desestimado el hecho de que ocurriese un "flirtee" accidental, ¿no es cierto?

—No lo es. Te repito que Miriam y yo no somos lesbianas, ¿entiendes?

—Descuida, hacerlo te resultará más fácil de lo que imaginas.

El timbre de la puerta sonó con estrepitosa percusión.

Miriam vestía una blusa de seda negra, con cuello de pico, cuya falda le llegaba a las rodillas, y unos ceñidos jeans grises, con las pantorrillas empotradas en unas botas hípicas caña alta y lustroso cuero negro.

—Hola, soy Miriam.

Miguel la observó repasando su estatura con la mirada. Por el tono de su voz se trataba de una joven locuaz y además hermosa. Se preguntó porqué había lanzado el anzuelo a la virginal Helena en lugar de haberlo hecho con la personita que tenía ante sí, predispuesta a conocer al novio de su amiga, pero se dijo que, sin duda, la familia de Miriam tenía menos posibles aunque su padre fuera concejal.

—Hola. Tú debes ser Miriam ¿No?— Miguel parecía eufórico, —soy Miguel, el novio de Helena… ella está en el baño.

La chica estudió a su anfitrión con disimulo, supo al instante que no era el tipo de hombre que pudiese gustar a Helena y sin embargo…

— ¿Qué tal?— besó amistosamente su mejilla —desde luego una no gana para sustos, podría decirse que vuestra relación ha sido… ¿cómo diría?, epatante.

Miguel rió amablemente.

—Bueno, verás: a mi Helena me había gustado siempre, era ella la que no se había fijado en mí, lo que realmente no es extraño. Pero siéntate, te serviré algo de beber.

Miriam tomó asiento frente al televisor con la esperanza de que Helena no se demorase demasiado.

Hablaron de temas banales ante sendas cervezas frescas y unas almendras tostadas, cuando Helena apareció, estaba radiante. Vestía un ceñido traje negro que resaltaba su talle y zapatos de tacón de aguja. Miriam la observó incrédula en la convicción de que aquel no era su estilo pero se limito a halagar su inusitada elegancia.

— ¡Joder!, estás guapísima.

Miguel se levantó para ir a su encuentro y asió su hombro propinándole un frugal beso en los labios que Helena no correspondió.

—Veo que ya os habéis presentado.

Miriam se percató de inmediato del gesto esquivo de su amiga para evitar aquel beso. Ahora sabía a ciencia cierta que algo muy extraño estaba ocurriendo.

— ¿Pero qué "coño" pasa aquí Helena?, ¿de qué "carajo" va todo esto?

Miguel percibió que su trabajado plan se iba al garete pero no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer tan pronto. Observó a Helena con incontenida ira.

—Eres una maldita bastarda. Lo has estropeado todo.

Miriam le interrumpió con vehemencia.

—Nos vamos de aquí Helena, ya me contarás luego…

Sintió un ligero vahído que atribuyó al enérgico gesto que había realizado al levantarse pero sólo unos segundos después perdió el equilibrio y cayó de nuevo en el sofá. Quiso hablar, pero no pudo articular palabra alguna, sintió como sus músculos se agarrotaban de tal modo que se le hacía imposible cualquier tipo de reacción. Percibía con total nitidez la escena pero se le hacía lejana, como si no formase parte de ella, como si solo fuese una mera espectadora. Observó con impotencia como Helena iba hacía ella con evidente alarmismo, pero sus palabras sonaban lejanas en sus oídos y la imagen de su amiga parecía difuminarse. Sólo unos segundos después perdía el conocimiento.

— ¿Qué le has hecho?, eres un verdadero "hijo de puta"— alzó la voz como jamás lo había hecho.

—Tranquila "muñeca", se trata de una droga sintética de efectos muy diversos.

—Te mataré— la tez se inundó con sus lágrimas.

—Ya lo harás en otro momento, ahora escucha: la dedromicina es un conglomerado de esencias farmacológicas cuyos efectos se manifiestan en la persona que la ingiere en varias fases sucesivas…

Helena sintió un escalofrío que recorrió su columna vertebral.

—Primero sentirás un sopor que te hará insoportable permanecer erguida.

De repente sintió como su lengua se acartonaba y sus músculos flaqueaban.

— ¿A mi… a mi también… también… también me has drogado?

—Deja que te explique los efectos. Intenta prestar atención.

Helena sujetaba el rostro de Miriam, sentada junto a ella, en un vano intento de arroparla y esta la fijaba su mirada huérfana en la suya, como pidiendo auxilio de algún modo.

—A ti también, querida. Déjame que te explique mi plan B.

CONTINUARÁ.

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