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Perversión facultativa (y 6)

en Control Mental

Rubén no reconocía a Adriana, durante años había sido una pacata reprimida y en ese instante se comportaba como una puta ansiosa, dudó, pero se dijo que no dejaría pasar aquella ocasión ni por todo el oro del mundo. Mientras se percibían claramente las voces joviales de los invitados en el salón Adriana sacó su pene y se lo metió en la boca mientras sujetaba sus testículos con la mano. Aquella situación morbosa, el riesgo inminente de que alguien entrará allí y los sorprendiera hizo que el joven se excitará aún más y provocó que eyaculase entre los labios de la chica. Adriana alzó su tez y lo observo a los ojos con mirada angelical engullendo hasta la última gota de su semen ante la incrédula mirada de Rubén.

—Vamos querido, disimula y unámonos a nuestros invitados, ¿te ha gustado?

No fue capaz de contestar.

Media hora de charla y varias copas fueron suficientes para caldear un ambiente que ya de por sí prometía desmadre.

— ¿Quieres que te enseñe mi ordenata, Alba?

La niña se sentía extraña pero no incomoda, de alguna forma Raquel no le parecía la chica que tantas veces se había cruzado con ella en la escuela sin mediar palabra alguna.

— ¡Vale!, ¿dónde lo tienes?

—En mi cuarto, esta arriba, ¿vamos?

Laura guiño un ojo a Adriana y esta le devolvió una pícara sonrisa. Ambas habían observado como Raquel, a espaldas de Friederik, había doblado la dosis de aquel placebo, diluyendo varias gotas en la copa de la niña.

Entraron en el cuarto de Raquel y esta cerró la puerta tras de sí. En unos instantes sujeto a Alba por sus caderas e hizo que se apoyase en la pared acercando su rostro al de ella.

—Escucha Alba— hablaba entre susurros —eres la chica más atractiva de la escuela y tu lo sabes, sólo déjate llevar.

La chica forcejeó unos instantes para desasirse del abrazo.

—Yo…— balbuceaba.

—Sólo déjate llevar. No hables.

Aquellas sensaciones se le hacían extrañas y un escalofrió recorrió su columna vertebral mientras Raquel introducía la lengua en su boca hasta lamer su paladar. Sintió como deslizaba suavemente la cremallera de su vestido por la espalda y como este resbalaba por sus hombros hasta mostrar un precioso sujetador de satén también de color negro. Separó su cuerpo del de ella para observarla fijamente y Alba no se movió. Permaneció inerte frente e incapaz de reaccionar de algún modo.

—Eres preciosa.

Unió de nuevo sus labios a los de ella y la arrastró hasta la cama obligándole a recostarse sobre ella con dulzura. Lentamente deslizó una tirilla del sostén para deslizarla por su brazo y desnudó uno de sus senos para observar su pezón oscuro y tenue. Alba seguía sin reaccionar pero sentía un deseo infernal de actuar o consentir en algo que era incapaz de definir. Observó aletargada como Raquel se desnudaba frente a ella y por primera vez se recreo en la situación de que una chica se desnudara en su presencia, por mero instinto, supo que quería abrazar a aquella chica, hacerla suya de algún modo. Ya no importaba que hubiese gente abajo esperándolas o el tiempo que tardasen, Alba se desnudó por completo y rogó a Raquel que le abrazará. Raquel dilató aquellos instantes para admirar el cuerpo desnudo de su nueva amiga, sus calidos y tersos pechos, su melena rubia y el lacio y escaso vello púbico que afloraba en su sexo, pero solo fue solo un instante, movida por un deseo brutal se acostó junto a ella y la besó nuevamente.

La excitación hizo que ninguna de las dos se diese cuenta que la puerta había sido abierta por alguien. Andrés y José las observaban con absoluta impunidad, Andrés no daba crédito a la escena: su casta novia retozando con otra chica y, sin embargo, la situación le estaba excitando más de lo que nunca hubiese llegado a imaginar, aquel maldito potingue había hecho mella en el y lo que más deseaba en el mundo era unirse a ellas. José le abrazó tenuemente situándose a su espalda y mordisqueó el lóbulo de su oreja mientras acariciaba su pene erecto sobre la tela del pantalón.

— ¿Te gustaría que nos uniéramos a ellas Andrés?

Asintió con la cabeza incapaz de disimular su emoción. Estaba abotargado y confuso.

—Entonces, ¿es falso que Raquel sea tu hermana?

—Puedes pensar lo que quieras.

Tras sufrir el primer orgasmo de su vida producto de las caricias de Raquel, Alba se incorporó y vio a su novio y a José anonadados frente a ellas. Por un instante se ruborizó, pero de nuevo, aquella increíble sensación de placer invadió sus nervios. Raquel gesticuló en clara intención de invitar a los chicos a unirse a ellas y estos lo hicieron. Muy lentamente desabotonó los pantalones de Andrés y este permaneció inmóvil, cuando deslizó el pantalón por sus caderas el hilo del slip mostraba claramente su paquete y ella deslizó el elástico para asir su verga y masturbarla con tesón. Alba permanecía espectantante dejándose acariciar por José que se había situado a su espalda para acariciar sus senos.

Diez minutos después ambas parejas copulaban y los cuatro retozaban sobre la cama entre suspiros y jadeos audibles desde cualquier punto de la casa, aunque a esas alturas ya no importaba.

Adriana y Laura habían iniciado un sugerente juego erótico y todos se habían avenido a participar sin oponer objeción. A Laura le había sido impuesta como prenda escenificar una escena de amor con su hermano Abel y bailaban abrazados al son de una canción lenta, observados por su cuñada Soraya, que se masturbaba quedamente, recostada sobre el sofá, con el rostro desencajado de placer. Adriana permitía que Rubén, su perplejo novio, que introdujese su lengua entre sus labios vaginales, mientras Rosa, la hermana de este, le realizaba una placentera felación. Por su parte, una embarazadísima Miranda, intimaba semi desnuda con Friederik, jugueteando en el sofá, junto a Soraya, entre lascivas caricias y Carla y Paula, las hijas gemelas del Doctor, hacían que Carlos, el futuro papá, las penetrase anal y vaginalmente, adaptando todas las posiciones imaginables entre mutuas carantoñas y risillas nerviosas.

Desde aquella noche las vidas de todos dieron un vertiginoso giro, ya nada volvería a ser igual. El placer carnal se convirtió en el único leiv motiv de sus existencias y el Dr. Friederik Malevich consiguió el reconocimiento de una comunidad sectaria y oculta que reunió más de doscientos adeptos que se reunían regularmente para realizar orgías y bacanales, sin que sus vidas cotidianas reflejasen tan abyecta diversión. Y colorín colorado, Señores, este cuento se ha acabado.

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