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Irrupción familiar (2)

en Grandes Relatos

Helena sintió la sutil vibración de su móvil cuando estaba apunto de subir al autobús. Observo la pequeña pantalla y constató que aquel número no estaba identificado en su archivo

—Dígame.

— ¿Helena?

— ¿Quién es?

— ¿No sé si me recuerdas? Soy Miguel, compañero de la facultad de Sergio.

—Creo que sí, ¿qué quieres?

— ¡Verás!, necesito hablar contigo, es sobre tu hermano, creo que tiene un problema muy grave, no sé si debería decírtelo, pero creo que eres la única persona que puedes ayudarle.

— ¿Qué clase de problema?, ¿de qué me hablas?

—No puedo decírtelo por teléfono, deberíamos vernos en algún sitio.

— ¿Porqué no me lo cuenta el mismo?

—Supongo que no se atreve, está metido en un buen lío y le puede costar muy caro.

— ¿Sabe el que me has llamado?

—En absoluto, creo que si se enterase me mataría.

—Está bien, dime cuándo y dónde.

—Podríamos vernos en mi apartamento a eso de las cinco. Vivo con un compañero de estudios pero el no estará.

—No creo que sea buena idea. Prácticamente o te conozco de nada y no me atrae especialmente encontrarme contigo a solas, ¿entiendes?

—Lo entiendo, pero creo que no hay más remedio, lo que debo enseñarte no lo puedo hacer en un lugar público y además soy gay, es decir que puedes estar muy tranquila.

Helena sonrió para sí reprochándose su desconfianza.

— ¿Tiene eso algo que ver con el problema de mi hermano?

—Descuida— rió abiertamente —el es completamente "hetero", su problema no tiene nada que ver conmigo.

—Está bien, dame tu dirección, estaré allí a las cinco en punto.

—No le digas nada a nadie, ¿de acuerdo?, esto tiene que quedar entre tú y yo, Sergio no tiene que saber jamás que te lo he contado.

—No se lo diré a nadie.

A las cinco menos cuarto Helena llamó a la puerta del pequeño apartamento. Se dijo que jamás hubiese pensado que Miguel pudiese ser Gay pero, por otra parte se había llevado más de una sorpresa en esas cuestiones. Cuando abrió la puerta lo hizo con una expresión circunspecta, como si algo muy grave estuviese ocurriendo, la chica agradeció que no hiciese el amago de besarla cortésmente.

— ¿Qué diablos ocurre con Sergio? Miguel.

—Entra, ponte cómoda, te traeré un refresco.

—No quiero nada, acabemos con esto cuanto antes, ¿qué ocurre con mi hermano?

Tomó asiento en un pequeño sofá sin desprenderse siquiera de la chaqueta y Miguel se sentó frente a ella.

—Digamos que no he sido del todo sincero contigo Helena, la verdad es que necesitaba verte a solas.

En el cerebro de la chica saltaron todas las alarmas. Se levantó como disparada por un muelle y se dirigió a la puerta.

—Eres un imbecil, debí haber supuesto que se trataba de una broma o algo así.

No había percibido que el joven había cerrado la puerta con llave y zarandeó la manecilla inútilmente.

—Abre la maldita puerta, déjame salir de aquí o llamo a la policía.

—Espera muñeca, no haré nada que tú no desees, te dejaré marchar pero antes quiero que veas algo.

Conectó una pantalla plana que había sobre la mesa del salón y esta parpadeó unos instantes. Helena permanecía inmóvil junto a la puerta.

—No tengo nada que mirar, abre la puerta…

La percepción de un jadeo entrecortado interrumpió sus palabras, tardó sólo un instante en reconocerlo como suyo y por un momento perdió la noción del tiempo y del sentido. Aquella pantalla mostraba su cuerpo, en la desnudez más impúdica, en su propia cama, acariciándose el sexo sobre las sábanas entre pequeños estertores de placer. Su rostro se enrojeció y sintió un odio ancestral por aquel hombre.

— ¿Qué coño significa eso? Voy a llamar a la policía.

Asió nerviosamente su teléfono pero el temblor distal se hacía evidente.

—Suelta eso princesa, se trata solo de un chantaje. Siéntate donde lo habías hecho antes y escucha lo que te voy a decir.

Helena pareció no percibir sus palabras y emitió un fuerte grito de auxilio, pero Miguel se había incorporado y cegó su boca con la palma de la mano.

—Escucha, puedes marcharte ahora mismo, pero si lo haces estas eróticas escenas poblarán los ordenadores de medio mundo. Ahora tranquilízate y asiente con la cabeza si has comprendido lo que he dicho.

Helena inclinó la frente repetidamente doliéndose de la presión que ejercía sobre su maxilar y Miguel separó su mano lentamente. Lo observó con una mirada fría y distante.

—No vuelvas a ponerme la mano encima, eres un "hijo de puta".

—Lo sé princesa, ahora siéntate y escucha.

Permanecieron allí varias horas en las que prácticamente sólo habló el sin hacer amago de acercarse o sentarse junto a ella. Le obligo a escuchar grabaciones telefónicas de su padre con sus socios, altamente comprometedoras a niveles financieros, interrumpiendo a ratos la locución, para apostillar frases relativas al posible carácter criminal de los negocios descritos. Le obligó a observar a sus propios padres enzarzados en juegos sexuales de la más variada índole que, de hacerse públicos de algún modo, sin duda, les avergonzaría en extremo. Aquella tarde, Helena descubrió que su madre tenía una aventura sentimental con su mejor amiga y oyó, de su propia voz, la descripción de las situaciones más obscenas vividas con ella. Durante todo este tiempo no había parado de llorar y sus ojos estaban enrojecidos.

—Digamos que la publicación de todo esto hundiría a tu familia y os llevaría a la ruina. Es muy posible que tu padre acabará en la cárcel con sus socios y posiblemente también Marina; por lo que he averiguado hasta ahora tu madre es accionista en muchos de los opíparos negocios de tu padre. ¿Estás de acuerdo?

— ¿Qué quieres de nosotros?, ¿quién te ha facilitado todo eso?

—Todo a su tiempo, querida, por el momento sólo tienes que responder a mi pregunta.

Helena secó sus mejillas con los puños.

—Creo que nada de eso debe salir a la luz. ¿Qué puedo hacer para que me devuelvas todo ese material y lo olvides todo?

Miguel pareció reconfortarse con aquellas palabras.

—Veo que eres una mujer inteligente. ¿Quién dijo que todas las rubias son tontas?

—Escucha: Mi padre me cedió una especie de fideicomiso para ahorrarme los impuestos de la herencia.

—Lo sé, asciende a trescientos cincuenta mil euros y lo tienes invertido a plazo fijo en el Banco Internacional a un interés del cuatro y medio.

Helena lo observó con cierta curiosidad.

—Podría dártelo sin que nadie se enterase.

Por primera vez Miguel rió jocosamente.

—Es un buen principio, pero tú y tu familia haréis que gane mucho más. Yo no soy hombre de propinas.

—Entonces, ¿qué coño quieres?

Se incorporó para sentarse junto a ella y Helena se apartó cuanto pudo pegando su cintura en el brazo del sofá.

—De entrada quiero que no me rechaces, que acates cuanto te pueda insinuar, que olvides tu monótona y mojigata existencia…

—Eres gay.

De nuevo estalló en una estruendosa carcajada.

— ¿También te tragaste eso? Aunque reconozco que no me importó nada que Sergio me hiciese una felación, ahora que lo pienso, hasta me gusto.

—Eres un maldito "hijo de puta"— dos lagrimas surcaron de nuevo sus mejillas.

— ¿Cómo crees que he obtenido todo esto?, necesitaba un cómplice.

—Sergio no…— ocultó su rostro con las manos —dime que no es verdad, que no ha sido el.

—Me gustaría hacerlo, pero no sería cierto.

Hizo el gesto de acariciar su mejilla pero Helena reaccionó con un violento manotazo.

—No me toques.

—No estás en situación de exigir nada. Levántate.

Helena obedeció con gesto vacilante. Alejar su cuerpo de aquel monstruo le suponía un considerable alivio.

—Vamos a poner las cosas en su sitio. Por el momento me deleitare con tu cuerpo, desnúdate para mi.

Fue una orden tajante que perforó su cerebro.

—No lo haré— su mirada proyectaba un odio cerval pero, por un instante, se sintió desvanecer.

—Claro que lo harás, estás en mis manos… vamos, no puede resultarte muy difícil, sólo recuerda que estás salvando a tu familia de la ruina.

—Si lo hago, ¿olvidarás todo esto?

—No seas ingenua, sólo estamos al principio. Ahora desnudaras tu cuerpo y el tiempo hará que desnudes también tu mente para mí, ¿lo entiendes? A partir de este instante me perteneces, harás cuanto te ordene y lo único que dará sentido a tu vida será mi complacencia. Serás mi novia, mi amante y mi esclava— la mirada de Miguel destilaba ira y rencor —olvidaras tu condición de niña consentida y "pija" para convertirte en mi "puta".

Parecía fuera de sí. Golpeó la mesa con inusitada violencia, alzando la voz hasta conseguir que Helena se estremeciera de terror.

—Si desobedeces una sola insinuación, si te revelas o intentas dañarte de algún modo…, si intentas desaparecer de mi vida, tus seres mas queridos perecerán en la hoguera de su propia vanidad.

El llanto nublaba su vista y sintió como sus músculos desvanecían hasta el punto de no poderse sostener en pié.

—Miguel…— balbuceaba en un vano intento de vislumbrar alguna lógica en aquella situación —no me hagas esto… no nos lo hagas.

El joven tomó asiento de nuevo y pareció relajarse.

—Desnúdate para mí.

Helena recobró la compostura y deslizó la chaqueta por sus hombros. Lentamente desabotonó su holgada blusa blanca y esta se abrió, mostrando sus senos perfectos y desnudos. Observaba al joven deleitarse con la escena, pero su mirada huidiza y perdida y sus gestos temblorosos evidenciaban su imposibilidad de tomar conciencia exacta de sus actos. El la miraba con lujuria y ella convirtió sus gestos en una mera rutina. Desabrochó el ceñido pantalón tejano y lo deslizó por sus caderas para doblarlo quedamente y depositarlo sobre el sofá. Nunca había estado desnuda frente a nadie y la situación le avergonzaba en proporción geométrica en que esta le excitaba a el.

—Muy bien Helena, ahora deshazte de ese ridículo tanga. Ya te he visto desnuda otras veces, ¿recuerdas?

Deslizó la prenda por sus caderas e hizo ademán de cubrir su sexo con las manos, pero la mirada escrutadora del muchacho se lo impidió. Miguel se levantó una vez más y se dirigió al mueble del salón para apagar la luz y conectar el Compact Disc. Una melodía acompasada y lenta inundó la estancia; John Lennon susurraba en el silencio "Nine Dream". Aquel maldito "cabrón" había averiguado, de algún modo, que aquella era su canción favorita, pero ahora sonaba diferente en sus oídos. Miguel se había desecho de su camisa y sólo vestía un pantalón holgado que parecía de pana. Helena observó su torso: su vientre dibujaba una trabajada musculatura en forma de marcadas almohadillas.

—Estás muy guapa.

Helena odió aquel cumplido, pero permaneció inerte, con los brazos alicaídos junto a su torso desnudo. Lentamente fue hasta ella y abrazó sus caderas rozando el tórax con sus pechos desnudos y obligándola a bascular su cuerpo al son de la melodía. Acercó los labios a su oído mientras acariciaba sus hombros. Hablaba en voz muy baja, casi entre susurros.

—Puedes hacer que tu vida sea un infierno…— los cuerpos de los dos se contorneaban al ritmo quedo de aquella canción, —…o puedes aprender a ser mía hasta que yo diga basta.

Las palabras retumbaban en su cerebro hasta el punto de asquearle, pero algo le decía que debía seguir aquel maldito juego hasta el final, hasta que vislumbrará una salida racional a todo aquello. Lentamente rodeó con sus brazos la cintura de Miguel. El percibió como sendas lágrimas de impotencia resbalaban sobre su hombro desnudo, pero atribuyó aquello a la vulnerabilidad de Helena. Para el estaba consiguiendo hacerla suya.

—A partir de este instante eres mi novia, me introducirás en tu ambiente, me presentarás a tus amigos, a tus padres… mientras sirvas a mis fines el secreto de tu familia permanecerá oculto.

Buscó los labios de la chica para fundirlos con los suyos, Helena hizo el gesto de evitarlo pero bastó un instante de lucidez para desaconsejarse el rechazo. Unió sus labios a los suyos entreabriéndolos y no pudo evitar que sus lenguas se rozaran.

—Vamos ha hacer el amor.

—Soy virgen— pareció un lamento.

—Lo sé, si eres complaciente intentaré no lastimarte.

Cualquier atisbo de velada ternura se había esfumado de su rostro.

—No me obligues ha hacerlo, por favor.

La mano de Miguel hurgaba su sexo provocando en ella un gesto huidizo. Había desabotonado el pantalón y sus boxers denotaban la erección de su pene. Fijó su mirada en sus ojos un instante y no atisbó la mínima compasión en ellos; quedamente deslizó la prenda por sus caderas, sintiendo una inexorable repulsión, pero sabía cual era exactamente su condena. Miguel la obligó a arrodillarse frente a el y oprimió su nuca con ambos brazos para obligarla a introducir en su boca aquel falo gigantesco. Helena se esmeró en lubricar el glande con su saliva, pese a las repulsas arcadas que aquello le producía. El joven contuvo su orgasmo hasta el final, a un solo instante de explotar, condujo a la chica hasta la cama y la instó a acostarse sobre ella. Hicieron el amor durante más de una hora y la obligó a fingir placeres desconocidos, ha disimular aquiescencia, ha decirle que lo amaba. No mostró ternura alguna, violó su himen hasta hacerlo sangrar, hasta obtener la prueba fehaciente que el había sido el primero.

—Nunca olvidarás este momento, querida, ahora ya somos novios formalmente.

Helena lo observó con estupor, estaba avergonzada y compungida pero sentía para sí que obtendría una oportunidad de desquitarse, de hacerle sufrir en sus carnes todas aquellas vejaciones.

—Ahora vístete, puedes marcharte. Quiero que mañana organices una cena aquí con tu amiga Miriam, dile que vas a presentarle a tu novio, cítala a las diez y tu ven a las cinco, necesito darte algunas instrucciones.

Helena se vestía semi oculta en un extremo del salón.

— ¿Qué pretendes?

—Te lo diré mañana, pero haz que asista sola, sin el tal Eduardo con el que está flirteando, ese tipo no me gusta para ella.

—Esto absurdo, ¿cuánto tiempo crees que serás capaz de monopolizar mi vida?¿cuánto tiempo crees que tardaré en desenmascarar tu chantaje?

—Si mis cálculos no fallan toda tu vida.

—Eres un "hijo de puta"

—Lo sé.

CONTINUARÁ

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