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Amor o muerte

en Control Mental

Cuatro fornidos militares irrumpen en la celda y se abalanzan hacia ellas, mientras uno de ellos inmoviliza por detrás a cada una el otro inyecta en sus brazos sendas jeringuillas.

—Vamos niñas, creo que tenéis una cita.

María y Elena se sobresaltaron, pero María respondió en su idioma. Tenía el pelo revuelto y graso, dado que solamente le permitían ducharse con aguay nadie le había facilitado jabón o gel, se puso en pie y dio unos pasos hacia atrás apoyando su espalda en la pared.

— ¿A dónde nos lleváis?

—Azim ordena que te llevemos ante él.

Dos lágrimas surcaron sus mejillas.

—Pero nosotras no queremos ir

El soldado se carcajeó estentóreamente.

—No seáis imbéciles, podría llevaros arrastrándoos por los pelos ¿no crees?

Asumieron lo inevitable, estaban totalmente descompuestas y muy nerviosas, pasaron junto al guardián y caminaron junto a él preparándose para lo peor.

El heredero no se había demorado a ocupar las lujosas dependencias de su padre. Cuando llamaron a su puerta autorizó el paso y un hombre condujo a María y a Elena frente a él y salió de la estancia. Aquél era un momento esperado y Azim pensaba deleitarse al máximo. Ocupaba el centro de una cama inmensa con dosel y le flanqueaban dos mujeres muy jóvenes con marcados rasgos orientales. Los tres parecían desnudos bajo la ligera sábana de seda con el escudo de Zhrei bordado en ella. María quedó inmóvil frente a ellos y un temblor espinal le sacudió todo el cuerpo, se preguntó si sería capaz de aguantar de pie un sólo minuto más, vestía una holgada americana y aun así sentía que un sudor frío atizaba su cuerpo. Azim incorporó medio torso mostrando su pecho desnudo y le habló en inglés.

—Vaya querida, os he visto en más inspirados momentos, estáis horrible.

María se retiró el pelo de la frente sin dejar de temblar y permaneció en silencio, observándolo fijamente pero sin poder encubrir cierto terror en su mirada.

— ¿Sabéis? el día catorce de septiembre me erigiré Sultán de Zhrei ¿qué te parece?

María lo miró fijamente e hizo acopio de valor.

—Deja que mi padre y yo nos marchemos con Elena, Azim, no interferiremos en tus planes— su voz era trémula

—Querida, querida, querida…— adoptó una expresión frívola — ¿eso deseas?, verás yo tengo otros planes para vosotras.

— ¿Qué quieres?— pronunció aquello con la máxima desidia.

— ¡Vaya! parece que entramos en razón, ¿sabes?, tu vida y la de tu padre está en mis manos, quiero oír de tu boca que harás todo aquello que te ordene.

—Escucha Azim— su voz emitía cierto temblor que le obligaba a espaciar las palabras, —yo tengo mi vida y tú la tuya, dejémoslo así, te lo ruego.

— ¿Recuerdas lo altiva que te mostraste en la última recepción? , ¿Cuándo te dije que algún día serías mía? Repítelo.

Bajó la mirada y repitió aquella frase. Fue casi un susurro

—Antes muerta.

—No es por tu vida por la que tienes que temer ahora, sino por la de tu padre. Podría ordenar que lo mataran ahora mismo y a vosotras entregaros como carnaza a mis soldados, ¿sabes lo que les puede estimular unas monjil occidental?

A María le faltó el aire unos instantes y creyó que se derrumbaba, y a Elena le surcaron dos lágrimas por las mejillas.

Azim levantó la voz —di que harás cuánto desee.

Vaciló. —Haré…— su voz delataba nerviosismo y entrecortaba las frases —haré lo que me pidas, pero libera a mi padre.

—Vaya, la princesita pone condiciones— se dirigió a Elena, poniéndose en pie y mostrando su absoluta desnudez.

— ¿Qué te parece?

Elena cubrió su rostro con los brazos.

— ¿Serías capaz de convencerme María?

María repitió aquella frase, —haré lo que me pidas.

—Bien, eso es mucho más razonable, ahora dime querida ¿has estado alguna vez con otra mujer?

María pareció azorada y Azim levantó la voz de nuevo.

—Responde

La tensión hacía incomprensibles sus palabras

—No.

—Que pérdida de tiempo, ¿te gustaría?

—No.

—Dime querida, ¿Elena cuerpos te parece una mujer atractiva?

María ocultó también su rostro con las manos.

—Eres un maldito enfermo Azim.

El futuro sultán se levantó y fue hacia ella sin que su propia desnudez le causara el mínimo pudor y le abofeteó el rostro.

— ¡Maldita hipócrita!, te he preguntado si Elena te parece atractiva ¿no me has oído?, y contesta lo que quiero oír.

Azim la asió por muñeca retorciéndosela en la espalda y María se cubrió el rostro con el antebrazo izquierdo.

— ¿Quieres que tu padre viva un día más, o prefieres que acompañe a mi padre y a su edecán? Seguro que él y Mohammet le estarán esperando allí arriba.

Gritaba y parecía fuera de sí. María tragó saliva, le dolía el brazo y le temblaban las piernas, tenía gran dificultad en articular las palabras, pero pensó en su padre.

—Sí—, de nuevo, dos lágrimas surcaron por sus pómulos. Ignoraba si lo que más le humillaba de todo aquello era la propia situación o que él la viera llorar. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano libre y Azim la soltó volviendo a la cama para dirigirse  la Elena en su idioma.

—Bueno Elena, creo que a la “princesita” le gustas, ¿Qué te parece?

Elena no contesto y María intentaba mirar hacia otro lado, sintió nauseas.

—Deberías ir hasta ella y explicarle lo que sientes.

María sintió una arcada y se acurrucó sobre sí misma abrazando sus rodillas con los brazos. Elena se había agazapado en una esquina haciendo un ovillo con su cuerpo y sentía verdadero terror. Azim se dirigió de nuevo a ella.

—Levántate— hubo un silencio —levántate— elevó la voz más de lo que lo había hecho hasta ahora, —quiero que te desnudes frente a María.

Se situó frente a María temblorosa y se acercó a ella. Con marcado temblor distal desabotonó los botones de su blusa deslizándola por los hombros mostrando un sujetador azul traslucido. Sus pechos eran pequeños y firmes y estaba muy asustada.

—Haz lo que le diga Elena, está loco.

María permanecía erguida, con los brazos inertes cayendo por sus caderas, incapaz de responder a estímulo alguno. Azim intervino desde la lejanía.

—No lo estás haciendo muy bien, creo que tu padre no verá amanecer.

Para María fue una punzada de dolor que le atravesó el alma, Elena se había detenido y permanecía inerte frente a María, al fin, tímidamente María abrazó a Elena y acaricio sus pechos sobre la tela, mientras rozaba los  labios a su cuello a fin de fingir un beso, pero Elena era incapaz de reaccionar aun proponiéndoselo,

Azim se dirigió a Elena y le habló en su idioma.

—Pequeña, pareces incapaz de despertar el mínimo interés en Elena, creo que ya no me sirves ¿sabes lo que hago con las prostitutas frígidas?

María le susurró de nuevo en el oído.

—Por favor haz algo o nos matará.

María se giró hacía el hombre.

—Escúchame Azim, haremos lo que me pides, pero has de jurarme que no nos pondrás la mano encima, que no te acercarás a nosotras y que respetarás la vida de mi padre, si lo haces — vaciló—  verás amarnos.

Se sorprendió así misma por aquel ataque de valor inesperado.

—Está bien, si me satisfacéis, os iréis de esta habitación sin que os toque y no acabaré con nadie, pero me tienes que jurar que la noche de mi proclamación serás mía, si accedes concederé la libertad a HAzim y os dejaré marchar— Azim era víctima de su propia excitación. —Ahora adelante princesas, mostradme lo que sois capaces de hacer dos mujeres hermosas.

María intentó un último quiebro que le evitase aquella situación.

—Si te lo juro, ¿por qué quieres verme con esta Elena ahora?

Azim sonrió, —buen intento querida, se trata de tu propia humillación, el precio que tienes que pagar por salvar la vida de tu padre.

María reaccionó, tragó saliva, y sopesó aquella situación con toda la frialdad que fue capaz. Estaba en manos de un asesino, de un loco, que no dudaría en acabar con medio mundo por obtener lo que buscaba y entonces lo decidió, si alguna vez tenía oportunidad de hacerlo, lo mataría. Poco a poco, entre gestos trémulos, abrazó Elena entrelazando su cintura entre sus brazos y buscó sus labios para fundirlos con los suyos. Elena respiró entrecortadamente y respondió prolongando aquellos besos cuanto podía, introduciendo la lengua entre los labios de María y  entre sinuosas caricias, desabotonó su sujetador y lo deslizó por la espalda de su amiga dejando a la vista sus pechos desnudos. Por un momento temió que Elena la rechazase y se apresuró y arrojo su chaqueta al suelo. Azim acariciaba febrilmente a su acompañante mientras le obligaba a realizarle una prolongada felación. Elena deslizó sus brazos por la espalda de María y acarició su torso con las palmas de las manos hasta rozar con la punta de sus dedos el cierre del pequeño sujetador de seda azul, María correspondía a todo aquello sin saber muy bien qué hacer, besando su tez fugazmente, intentando disimular avenencia, reparando en la comisura de sus labios; a Elena todo aquello parecía desagradarle y no obstante actuaba como si no fuera la primera vez que lo hacía, como si repitiese gestos aprendidos. Acarició la cadera de María hasta introducir sus dedos en la cremallera de su falda, disimulada entre pliegues y la deslizó sutilmente provocando que ésta resbalase por sus piernas. Después se situó frente a ella y besó sus pezones desnudos, intentando que María mostrase alguna excitación, empujó su torso hacia atrás, sobre el sofá, dejándola semisentada y lamió su vientre deslizando la tela por sus caderas hasta que únicamente unas ligeras bragas azul cielo, a conjunto con el sujetador, cubrían su sexo dejando adivinar su pubis, para deleite de Azim.

Le ordenó a ambas que se levantaran y Elena se situó tras María, frente a él, ofreciéndole la mejor perspectiva; acarició sus antebrazos, deslizó sus manos por su cintura y las retuvo sobre sus pechos desnudos, que esta vez se excitaron al tacto. Por fin, muy lentamente deslizó las bragas de María por sus caderas dejando al descubierto su sexo. María hizo ademán de cubrirse con sus manos, pero Azim negó con la cabeza nuevamente y se dirigió hacia ellas mostrando su excitación.

—Has dado tu palabra Azim— de nuevo nauseas.

—Sólo pretendo que os pongáis cómodas chicas— tomó asiento en el sofá de piel y ordenó a su amante que le acompañara —quiero que retocéis en la cama.

Elena se puso en pie y se despojó de los ceñidos jeans azules mostrando unas bragas blancas de usanza antigua. Con gesto nervioso asió su cintura y se despojó de ella flexionando las rodillas. Temblaba. A diferencia del de María, cuyo escaso y rubio bello vaginal se entrelazaba entre sí en sutiles rizos el sexo de ella estaba cubierto de un bello negro y frondoso.  María condujo a Elena hasta la cama asiendo suavemente las puntas de sus dedos con su mano y ésta se dejó llevar. Ambas se recostaron en ella.

—Ahora bésala Elena, quiero ver como goza una “puta” occidental.

Ambas acercaron sus labios para besarse de nuevo y María posó la palma de su mano sobre el sexo ya desnudo Elena tratando de estimularla con tenues caricias nerviosas mientras introducía la punta de sus dedos entre los labios vaginales tratando de rozar su himen y Elena se dejó hacer. Un escalofrió recorrió su columna vertebral obligándola a arquear su cintura y María situó su rostro entre las piernas de Elena para acariciar el sexo con su lengua y tratando introducir ésta entre su ya delatados labios vaginales. Elena estalló en un orgasmo que inundo su sexo y María incremento sus caricias provocando que este se prolongase. Cuando el cuerpo de Elena se relajó, tras efusivos y entrecortados jadeos, María la abrazó y besó de nuevo sus pechos .Muy lentamente fue deslizando el rostro por su vientre hasta acostarse sobre la cama con las piernas entreabiertas. Instintivamente María introdujo su mano entre sus piernas. Elena sudaba, pero observó a María y sintió un deseo brutal de poseerla. Elena nunca había sabido o no había tenido necesidad de disimular un orgasmo y aquella era una situación lasciva y humillante, pero María le gustaba. Se concentró cuanto pudo, extenuante, apartó la mano de María de su sexo e introdujo sus dedos por el mientras besaba sus labios con lascivia. Los cuerpos de ambas padecían espontaneas sacudidas que jamás habían experimentado, sus pezones erectos parecían querer saltar de sus aureolas y sus furtivas caricias rozaron la violencia más extrema,  ambas explotaron como un volcán en erupción mientras la joven violaban su más preciada intimidad ante la mirada depravada de su captor, doblegándose a sus más bajos instintos. Por un instante María tuvo la sensación de que iba a desfallecer, pero solo experimento una profunda extenuación. Sabía lo que Azim esperaba de aquel esperpéntico espectáculo y la imposibilidad física de tomar iniciativa alguna y no obstante, superó cualquier tabú dispuesta a devolver a Elena sus caricias. La asió por la cintura para situarse sobre ella mientras la besaba febrilmente en los labios y acarició su sexo hasta que esta estalló nuevamente en un prolongado orgasmo. Se separó de ella avergonzada.

— ¿Tienes bastante cerdo?

Azim fingió perplejidad —creía que os había gustado querida.

— ¿Podemos irnos?

Permanecía frente a él con aquella sábana de fina seda semi ceñida a su cuerpo. María se puso en pie, cubriendo su desnudez con la tela.

—Pero pequeña, estás a la defensiva— ella lo observó impasible — desinhíbete ante mí.

Intentó denotar la máxima desgana pero maquinalmente dejó que la sábana que la cubría se deslizara por su torso. De nuevo volvió a estar completamente desnuda frente a él.

—No te muevas, quiero explayarme con tu imagen.

Obedeció y permaneció inmóvil mirándole con odio. Su rubia melena despeinada y revuelta resbalaba por sus pómulos y su cuerpo temblaba como una hoja al viento. Azim se sentó desnudo en un extremo del camastro, separó impúdicamente sus rodillas ofreciéndole su imagen más obscena de su pene flácido y ordeno a las dos jóvenes que se marcharan de allí.

—Creo que no cumpliré mi promesa, venir hasta mí.

Elena y María se observaron fijamente, las orbitas de sus ojos enrojecida y el rastro de las lágrimas en sus mejillas delataba su estado de excitación producto de aquella droga. Sin objeción se acercaron en silencio resignadas y se arrodillaron frente a Azim, Sus cabellos se entrelazaban y sus pómulos se rozaban tenuemente. Ambas observaban al hombre, acobardadas.

—Empieza tu María  

María asió el pene de Azim mientras  Elena pasaba el brazo por sus hombros para acariciar sus senos. Lentamente aquel pene flácido se irguió entre la cadenciosa masturbación de María y esta lo introdujo entre sus labios. La felación duró varios minutos y a instancia de Azim, Elena y María turnaban la acción, mientras se besaban lascivamente en el trance excitando al hombre aún más. Por fin, mientras era Elena la que introducía en su boca el pene de Azim, este eyaculo copiosamente. Asió la nuca de la chica entre estertores de placer y hundió su falo hasta el paladar de la chica provocándole irremediables arcadas.

—Ni se te ocurra soltar una sola gota de semen, pequeña.

Elena se obligó asqueada a guardar en su paladar aquella acida esperma.

—Ahora besa a María, no quiero ver ni una gota de mi semen deslizando la comisura de vuestros labios.

 María observo a Elena un instante y unió sus labios a los de ella. El flujo seminal fluyó entre sus bocas, mientras intentaban febrilmente que no saliera de ellas. Por fin separaron sus rostros y observaron a Azim suplicantes con los pómulos hinchados.

—Quiero que os lo traguéis todo, hacedlo por mí, pequeñas.

Ambas ingirieron el esperma de Azim con resignación y asco y profirieron estentóreas arcadas.

El pene de Azim estaba nuevamente flácido y sin embargo obligó a María a flexionar su cuerpo sobre la cama de forma obligándola a abrir sus rodillas por completo y se situó sobre ella. La droga relajaba los músculos de la chica y subyugaba sus reacciones. Azim la penetro salvajemente entre violentas convulsiones y María gimió dolorida.

 

Laura estaba atada a una silla de metal y Azim fue hasta ella. Sostenía un vaso rebosante de vodka y el líquido se derramaba por sus bordes. Un hombre sujeto su cabeza de la chica hacía atrás y Azim derramó el líquido en su boca. Entre ambos la forzaron a cerrar la mandíbula y Azim tapó su nariz a fin de obligarla a ingerir aquel líquido. Cuándo lo hizo, Laura sintió náuseas y tosió copiosamente. Repitieron aquello varias veces. Rubén estaba atado junto a su hermana en otra silla frente a frente y sacudía su cuerpo con gestos  espasmódicos en la más absoluta impotencia. Laura tenía los ojos vidriosos y sentía un mareo brutal, estaba a punto de desfallecer, pero Azim sabía cuál era la dosis exacta para evitar el coma etílico.  Laura vestía unos jeans muy ceñidos y una blusa blanca abotonada hasta el cuello y su cabello se deslizaba por su frente en mechas despeinadas. Azim se dirigió a Rubén con mirada enfermiza  y le habló muy pausadamente.

—Ahora os liberaré a los dos y ambos protagonizareis un espectáculo para mí.  Quiero ver cómo te follas a la borracha de tu hermana.

Rubén lo observó incrédulo.

—Jamás haré eso— Balbuceaba y su voz sonaba temblorosa.

—Si no lo haces lo harán mis perros, la zoofilia es una experiencia que me place contemplar.

Laura se balanceaba en su asiento y la conversación se le hacía lejana e incomprensible.

—Estás loco.

—Escúchame bien, muchacho, quiero que te corras dentro de ella y que ella lo disfrute, si percibo fingimiento intervendrán mis hombres y ella sufrirá hasta límites insospechados antes de perecer ¿lo has entendido?

Rubén asintió con la cabeza, compungido y Azim ordeno a sus hombres que los liberarán y les condujesen a sus aposentos.

Laura caminaba renqueante completamente mareada y en silencio.

Azim se había desnudado por completo y tomó asiento en un lujoso sofá acomodándose entre María y Elena que parecían obnubiladas, también estaban desnudas y ambas estaban radiantes y hermosas. Cuando Rubén vio a su novia allí, pareció hundirse, pero María pasó su brazo por el hombro de Azim y beso sus labios con lascivia mientras acariciaba con su mano el pene flácido de hombre.

—Vamos chicos, que empiece el espectáculo, y recuerda Rubén, pon todo el interés del mundo en satisfacer a tu hermana.

Rubén observó a Laura tambaleante frente a él y percibió su mirada huidiza y sus ojos lagrimosos, pero decidió que estaba a merced del tirano.  Lentamente, abrazó a Laura y le susurró al oído

—Lo siento Laura, no puedo hacer otra cosa.

—Bésala— Fue una orden escueta proferida por Azim cuyo pene había empezado a despertar ante las caricias de María.

Ante el desconcierto de su hermana Rubén unió sus labios a los suyos mientras abrazaba su cintura con firmeza. Laura temblaba como una hoja al viento y su reacción fue e rechazo pero Rubén no desistió y asió sus glúteos con las manos uniendo aún más su cuerpo al de ella. Elena besaba a Azim mientras acariciaba el cabello de María que ahora le hacía una larga felación a este.

Rubén susurró de nuevo al oído de su hermana

—Déjate llevar, Laurita.

Laura pareció reaccionar a aquello y pareció serenarse. Rubén se separó de ella unos centímetros y lentamente desabotono su blusa para deslizarla por sus hombros. Vestía un sujetador de fina seda que cubrían sus pechos incipientes. Rubén deslizó la cremallera de los ceñidos tejanos de Laura y los deslizó por sus caderas para extraer la prenda por los tobillos. Laura parecía un robot y su estado de ebriedad se hacía evidente en su ausencia de reacciones. Ahora solo vestía unas ligeras braguitas a conjunto del sujetador y Rubén la condujo a la inmensa cama con dosel que presidia aquel dormitorio. Observó impotente como Azim se contorsionaba de placer mientras eyaculaba en la boca de María, el semen resbaló por la comisura de sus labios y Rubén pudo ver con toda nitidez como María ingería este esbozando una sonrisa.

Azim inquirió a Elena.

—Ahora tú, muñeca, vamos a ver si superas a la campeona.

Rubén intentaba vanamente evadirse de su entorno, se había desnudado por completo y su pene estaba flácido lejos de cualquier excitación, sin embargo, desasió el sujetador de Laura y la obligó a recostarse sobre el edredón de la cama. Muy lentamente acarició sus pequeños senos coronados por dos aureolas pálidas y prominentes que ocultaban sus pezones y acercó su boca a ellos para lamerlos con ternura. Laura sintió un espasmo, pero seguía absorta y ausente. Rubén deslizó su mano bajo la cintura de sus bragas, palpó tenuemente el escaso bello que cubría el sexo de su hermana y sintió como su pene alcanzaba una desproporcionada erección.

Azim había llegado al orgasmo una vez más y María y Elena se besaban y acariciaban apasionadamente con palpable excitación.

Rubén deslizó la última prenda por las caderas de Laura y la obligó a separar obscenamente las rodillas. Azim observaba impávido la escena, varios pelillos rizados y rubios coronaban el sexo virginal de Laura y Rubén entreabrió sus labios vaginales con mesura hasta hacer que asomase su himen rojizo. Muy lentamente acerco su cabeza a él para lamerlo profusamente. Laura sintió una convulsión y por primera vez esbozó una tímida reacción. Rubén prolongo varios minutos aquella felación y le tranquilizo que su hermana pareciese despertar sofocando así la previsible ira de Azim. Laura sintió el primer orgasmo de su vida. Estaba confusa  y, sin embargo, aquel placer inundaba sus entrañas. Sin saber muy bien porque lo hizo, se incorporó y observo el pene de su hermano, salvo en alguna película o fotografía jamás había visto ninguno. Sintió un impulso irrefrenable de asirlo con sus manos y percibió su piel tensa. Había situado su cintura entre las rodillas de Rubén, deslizo la piel hasta hacer que asomase el glande y repitió varias veces la acción hasta convertirla en una masturbación en toda regla. Rubén sintió como el placer inundaba sus extremidades y su respiración entrecortada evidenciaba su excitación. Laura estaba ausente, había conseguido olvidar su entorno y obviar que estaba siendo observada. Introdujo el pene de su hermano entre sus labios y sintió como este rozaba su paladar hasta provocarle arcadas.

 

María y Elena estaban muy excitadas y observaban a Azim con expresión rogativa.

—Que pasa cachorritas, queréis participar también ¿no es cierto?

—Déjanos hacerlo Azim, no te defraudaremos—el tono de María era muy dulce y Elena asintió con la cabeza suplicante.

—Está bien, id allí y preparadme a la muñeca, pero no me la arredréis, quiero que culmine con Rubén y que disfrute de verdad, ¿entendido?

Ambas asintieron de nuevo con la cabeza, entusiasmadas y se dirigieron a la cama.

Rubén acababa de correrse y Laura sintió cierta repulsión cuando el pringoso liquido inundo su paladar pero Elena había accedido por su espalda y obligo a Laura a girar su rostro antes de que esta pudiese escupir nada. Sin mediar palabra alguna unió su boca  a la de ella asiéndole la tez con inusitada firmeza y obligándola a entreabrir sus labios para que el semen de su hermano fluctuase a la de ella. Laura parecía desconcertada. María besaba apasionadamente a Rubén y el pene de este, que se había relajado tras el orgasmo provocado por Laura, creció de nuevo entre las manos de su novia.

Ahora Laura recuperaba el sentido por momentos y los efectos etílicos comenzaban a diluirse pero sentía un increíble furor que trastornaba sus reacciones. Tras ingerir el semen por completo Elena sostuvo la mirada a Laura que la observaba, a su vez, con los ojos muy abiertos. Su expresión era de súplica y parecía admirar la desnudez de Elena. Instintivamente Laura lamió el cutis de Elena salpicado por el semen de Rubén y unió sus labios a los de ella para rozar su lengua con dulzura. Rubén estaba fuera de sí y María miró a Laura acariciando su pómulo.

—Que hermosa eres Laura—hablaba con dulzura—ven aquí, hagamos que tu hermano disfrute.

Laura obedeció dejándose llevar, sentía como si su cuerpo le arrastrase a aquella depravación. María la indujo a recostase sobre la cama y ella lo hizo. Elena asía el pene de Rubén mientras este situaba sus caderas entre las piernas de Laura, con parsimonia, condujo la verga del joven entre los labios vaginales de Laura fundida en un beso lascivo con María. Rubén sintió que los virginales labios vaginales de su hermana se entreabrían y Laura sintió una punzada de dolor que la hizo quejarse levemente, pero la voz de María en  su oído le sosegaba, su sexo estaba dilatado y húmedo y facilitaba la entrada del pene de Rubén en sus entrañas.

Rubén penetró en ella e intensificó la cadencia de los movimientos de  su cintura que se acompasaron con los de ella. Las facciones de Laura se tensaron y gimió entre sollozos de placer. Aquello duró varios minutos y para deleite de Azim, ambos alcanzaron un orgasmo simultaneo que les dejó sudorosos y exhaustos. Rubén había roto el himen de su hermana y un hilillo de sangre resbalaba por sus piernas, pero el rostro compungido de Laura denotaba un placer extremo que tornaba el remordimiento en un placer mutuo que se agradecieron con un beso prolongado y lascivo.

   

 

 

 


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