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Perversión facultativa (5)

en Control Mental

Raquel sostenía una fotografía y se la mostró a su hermana. Aquella noche habían dormido muy poco y ahora, los cuatro desayunaban semi desnudos en la cocina, con la máxima naturalidad del mundo, dando buena cuenta de varias tostadas con mermelada y té o café. José estaba especialmente exhausto y se preguntaba si algún día sería capaz de repetir la proeza de llegar a provocar a las chicas más de diez agradables orgasmos.

— ¿Quién es Raquel?

La niña le alcanzó la fotografía.

—Se llama Alba, es una compañera de clase de mi edad, ¿a qué es guapa?

Adriana se la mostró a Laura.

—Es una belleza, ¿sois amigas?

—Que más quisiera, prácticamente no hemos hablado nunca, es presuntuosa y muy creída, creé que los demás somos sus sirvientes o algo así.

—Y te gustaría bajarla de su pedestal, ¿no es cierto?— Laura esbozó una enigmática sonrisa.

—Más bien que se estrellara en la caída.

Todos rieron a coro.

—Qué edad tiene— ahora era José el que sostenía la foto.

—Dieciséis, creo.

— ¿Porqué no te las ingenias para que venga a la fiesta de esta noche?

—Sí, ¿y como narices lo hago? José.

—Tiene novio.

—Creo que sí, un empollón muy apocado, pero físicamente no esta mal. Se llama Andrés

—Entonces invítalo a él y ella vendrá también.

—Es que casi no lo conozco.

—Descuida, lo haré yo. No se como coño ha pasado pero esta foto me está poniendo cachondísimo.

Las tres lo miraron alucinadas y profirieron una incrédula carcajada.

—Si lo haces podrás pedirme lo que quieras hermanito, te deberé un favor.

—Pensaré en ello— a estas alturas el pene del muchacho estaba completamente erecto.

—Bueno, ¿en quién más has pensado Adriana?

Miró a su amiga en silencio para provocar su intriga.

—En Carlos y en Miranda.

Laura no dio crédito.

— ¿Estás loca?, Miren está de más de seis meses.

—Verás querida, siempre me preguntado como serán en la cama.

—No te digo que sea fea, incluso la considero atractiva, pero son un par de pacatos, seguro que el la dejo embarazada por inseminación artificial.

Todos rieron de nuevo.

— ¿Qué otra monstruosa invitación sugieres Adri? ¿Tal vez algún caballo o varios perros?

—No, eso lo dejo para los zoofílicos a mi me va más la carne humana.

A tenor de las risas de todos, aquel día prometía diversión.

—Rubén y Rosa.

— ¿Tu novio y su hermana?, estás "zumbada" querida.

—No es mi novio, para su desgracia a lo máximo que le he permitido llegar es a un par de morreos furtivos. ¿Y tú en quién habías pensado?

—Bueno…yo— Laura vaciló indecisa —he invitado a Abel y a su mujer.

—Vaya! Así que yo soy una salida y tú invitas a Soraya y a tu hermano, pero Abel no era del Opus Dey o algo así.

—No sé si aún lo es, pero el caso es que está muy bueno el "cabrón"

José intervino divertido.

—Y Friederik, ¿traerá a alguien?

—Nos llamó ayer pero dijo que sería una sorpresa. Solo habló de dos personas a las que trata hace tiempo en su consulta.

—Es decir. Vamos a ser quince. Tendremos que hacer sitio, ¿no os parece?

—Friederik vendrá sobre las cuatro, quiere preparar las bebidas el mismo.

— ¿A qué hora hemos convocado a la gente?

—A las diez, pero ten en cuenta Lau que José tiene que confirmarnos la asistencia de la princesita amiga de Raquel y de su novio.

—Sé donde están ahora mismo. Siempre van al parque a esta hora— Raquel parecía entusiasmada.

— ¡Tortolitos!, nos vestimos y vamos a su encuentro hermanita. Que parezca algo casual: ya me encargo yo de convencerles.

—De acuerdo, pero no tardéis mucho, vamos a tener mucho trabajo aquí.

—Lo prometemos— Raquel abrió su camisón y contorneo su cintura mostrando a todos su más absoluta desnudez — ¿habéis observado mis nuevos pezones chicas, ¿a qué ya no parecen los de una cría?

Laura y Adriana estallaron en una nueva risotada.

—Estás loca querida.

A las doce Raquel y José habían conseguido embaucar a la parejita para acudieran a la fiesta e incluso pernoctarán en la casa y regresaron al apartamento. Cuando entraron en el, Adriana y Laura habían dejado una nota comunicándoles que habían salido a comprar.

— ¿Recuerdas que me hiciste una promesa si conseguía invitar a esa chica?

—Pídeme lo que quieras hermanito.

José pasó sus brazos sobre sus hombros y la besó apasionadamente y ella le palpó la entrepierna sobre el jean mientras jugueteaban con sus lenguas.

—Quiero repetir lo de la "lluvia dorada"

Raquel pareció contrariada.

—No sé… no se si me parece excitante.

—Lo prometiste.

—Esta bien, vamos al baño.

Ambos se desnudaron completamente y la indujo a sentarse en la bañera frente a él. Raquel lo observaba en silencio. José asió su flácido pene e hizo resbalar la piel hasta asomar el prepucio, unos segundos después el líquido brotó por el para estrellarse en el rostro de ella; Raquel cerró los ojos y ladeó su rostro, pero sintió el calor en su tez y no pareció desagradarle. Cuando terminó hizo que ella se irguiera y acciono el mando de la ducha para que el agua se estrellara en sus cuerpos abrazados. Estaba excitado.

Friederik llegó a las cuatro en punto con británica puntualidad y los cuatro lo recibieron con in contenida euforia.

—Bueno, pues creo que esta noche nos divertiremos de verdad.

Adriana lo besó en los labios abrazando su torso con firmeza mientras Laura intentaba ansiosa apartarla de el para besarlo también.

—Vamos chicas, un poco de dignidad, parece que estéis en celo, mirad a Raquel.

Se zafó de ambas delicadamente y fue hasta ella.

— ¿Qué tal querida?

Sonrió y le besó también.

—Tenía ganas de verte Fred.

—Nunca me habían llamado así. Me gusta.

La abrazó correspondiéndole el beso ante la mirada inquisitoria de José.

—Tengo un nuevo experimento que causará furor. Laura, ve a la cocina y tráenos algo de beber, una naranjada o algo así.

La chica se obedeció presurosa y los demás lo observaron reverencialmente.

— ¿De que va esto?

—Es un nuevo fármaco que desinhibe completamente cualquier prejuicio. No voy a aburriros con su composición química, pero sus efectos son abrumadores, es inocuo y completamente inofensivo, ¿cómo lo ves Adriana?

—Habrá que verlo.

Laura regresó con una jarra de lo que parecía naranjada y varios vasos.

—Sirve un baso Lau.

Obedeció y Friederik sacó un pequeño cuentagotas diluyendo varias en el líquido.

—Voy a necesitar un voluntario— miró a Laura buscando su aquiescencia y esta no vacilo un instante. Ingirió la totalidad del contenido y en sólo unos instantes sintió un prolongado calor deslizándose por su traquea. Nadie daba crédito a aquello, los ojos de la chica parecieron agigantarse por momentos y la pigmentación de su cutis se enrojeció considerablemente. Parecía poseída por un deseo brutal, arrancó los botones de su blusa y deslizó su falda por las caderas para arrojarla junto a ella. Vestía un pequeño tanga rosa y un ligero sujetador a juego y alternaba su mirada en cada uno de los improvisados testigos, se palpaba la lujuria y el ansia en cada expresión de su rostro, tras unos instantes se desnudó por completo y tomó asiento frente a ellos sin ápice de rubor en su mirada. Como si no fueras dueña de sus actos pellizcó sus enrojecidos pezones con fruición y acarició su sexo para introducir sus dedos en el. Se contorneaba entre incontrolables jadeos de desenfrenado placer. Adriana y Raquel la observaban incrédulas Y el doctor sonreía complacido.

—Ayúdala José. Préstale auxilio.

El muchacho fue hasta ella mientras se deshacía de sus jeans. Ni siquiera tuvo tiempo de sacárselos del todo. Una Laura desconocida hasta entonces se puso en píe para abalanzarse sobre él y asir su pene. El espectáculo duró varios minutos hasta que la chica sintió mitigar el efecto de la droga exhausta y avergonzada.

—Es fantástico— Adriana y Raquel habían gozado y trataron de que Friederik les permitiese beber también de aquel mágico elixir pero el hombre se lo impidió. Aún queridas, reservar vuestra fogosidad para la fiesta. José, aún aturdido, besó la mejilla de Laura y esta agradeció su gesto.

— ¿Qué me ha pasado?

—Te has desinhibido por completo Lau, te has dejado llevar por tus impulsos.

—Ha sido como un maravilloso sueño José, sólo el recuerdo de aquella sensación me pone la carne de gallina.

—Pero descuida, querida— Friederik le hablaba con dulzura —ha sido una dosis exagerada, en realidad con un par de gotas el proceso es mucho más gradual, ellos no sufrirán este Shok.

— ¿Porqué no?, será mucho más divertido.

—Escucha José, tómatelo como un experimento científico, sus mentes no están preparadas para concebir una bacanal, no debemos permitir que sus propios deseos lleguen a cohibirles, ¿entiendes?, se trata de un proceso gradual.

José asintió con la cabeza sin acabar de convencerse.

—Está bien, tú eres el científico, lo haremos como digas.

—Así me gusta muchacho, muchacho; confía en mí.

A las diez menos cuarto llegaron los primeros invitados. Friederik había ordenado a las chicas que se vistiesen con elegancia pero sin estridencia alguna y que se maquillasen muy poco. Adriana y Raquel vestían sendos vestidos de satén con estampado floreado y Laura un traje de dos piezas y una blusa de seda granate, el doctor y José vestían "casual" con americanas deportivas y pantalones vaqueros. Alba y Andrés fueron los primeros en llegar. Ella era una preciosa rubia que aparentaba mucha más edad, tenía las facciones angulosas, los labios finos, ligeramente pintados y una larga melena rubia natural que rebasaba sus caderas. Su ceñido traje negro presagiaba unas formas de modelo de pasarela. Andrés vestía corbata y traje y parecía un chico tímido y retraído. Se hicieron las presentaciones de rigor y todos se sentaron en salón. Tras ellos entraron Rubén y su hermana Rosa. Rubén era un joven de cuerpo atlético que llevaba varios meses tonteando con Adriana sin llegar a conseguir que se acostaran, en su fuero interno le parecía una mujer reprimida, pero habían salido varias veces, sobretodo, porque esta había trabado una buena amistad con Rosa. Ella era una joven de veintipocos años, atractiva y dulce, y esa noche se había vestido con sus mejores galas: un ceñido pantalón de cuero negro y un largo blusón que le llegaba a las rodillas, la transparencia de su tela hacía evidente que no usaba sujetador alguno. Carlos, Miranda, Abel y Soraya llegaron a la vez. Abel besó a su hermana Laura en el pómulo señalando la espaciosidad de la sala y le presentó a Soraya.

—Querida, esta es Laura, mi hermana.

Ambas se besaron educadamente y Laura halagó su vestimenta. Por un instante temió ser descubierta mientras la desnudaba con la mirada intentando intuir sus formas bajo la holgada tela de su traje. Carlos y Miranda eran amigos de Adriana y de Laura desde hacía más de seis años. Se habían casado hacía unos meses y se hacía evidente el avanzado estado de gestación de la chica. Formaban una buena pareja y parecían avenidos, aunque no eran el tipo de personas que alegrarían una fiesta y por su forma de vestir, excesivamente pacata, podrían haber ido a asistir a una misa.

Tras las presentaciones tomaron asiento en el salón improvisando algunas sillas. Adriana habló primero.

—Os agradezco mucho que halláis venido chicos, creo que nos lo pasaremos bien esta noche— se dirigió al que habían presentado como Fred —pero creo que faltan tus invitados Fred, ¿no es cierto?

En este instante sonó de nuevo el interfono y el doctor se dirigió a el para pulsar la tecla de apertura.

—Aquí están querida, seguro que son ellas.

Cuando entraron todos fijaron sus miradas en ellas: Carla y Paula eran dos muchachas completamente idénticas; su corto cabello negro, sus ojos azules, su cuerpo varonil pero esbelto, hacían que parecieran un reflejo de sí mismas. Ambas vestían con idéntico ropaje deportivo que les confería un aspecto descuidado y, sin embargo, su belleza era cautivante, hasta el punto en que todos los comensales las observaron con delación.

—Os presento a Carla y Paula, mis hijas, habréis notado que son mellizas, ayer cumplieron veinte años.

Las chicas mostraron su sonrisa mas sincera y besaron a todos castamente para sentarse en torno a ellos con una inusual naturalidad.

Friederik había conectado el aire acondicionado tras insuflar en el un gas inocuo cuya propiedad consistía en embotar parcialmente los sentidos sin llegar ha hacer desvanecer a nadie. Nadie percibió que fluía de los colectores y, como director de orquesta, indicó amablemente a Adriana que fuera a por las bebidas. Rubén se ofreció a acompañarla y en el salón se inicio la típica charla insustancial sobre el clima o la película de moda.

— ¿Cómo estás Adriana?

La chica lo observó directamente a los ojos.

—Mira Rubén, tengo que explicarte muchas cosas… he sido muy injusta contigo, ¿sabes?, yo se que me deseas y que me quieres y siempre has respetado mis deseos, pero yo también te quiero, y ya va siendo hora de demostrártelo.

Aquella frase le cogió desprevenido y enrojeció ostensiblemente.

— ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que esta noche podrás hacer conmigo lo que quieras.

Depositó la bandeja sobre el mármol y lo abrazó para besarlo. Rubén pareció nervioso sin atreverse a creer todo aquello pero Adriana introdujo su brazo en la bragueta hasta rozarle el pene con la mano.

Continuará. (Esta vez sí; última entrega)

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