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La Doctore en la jaula III

en Dominación

III

 

 

                - ¡Enfermera Hamilton! No se imagina lo emocionada que estoy de verla otra vez esta mañana. – dijo Tara con una falsa sonrisa en sus labios.

                - El placer es todo mío. ¿Te vas a tomar tus pastillas o llamo a los enfermeros para que te ayuden? – Dijo mientras empujaba con los dedos las píldoras en la boca de Tara. A Laura le encantaba la sensación de poder que le producía administrar las medicinas a esa loca, aunque no se sentiría tan segura sin los dos guardias armados que se encontraban detrás de ella.

                - Déjeme decirle algo, enfermera. Hace unos años una compañera suya trató de hacer lo mismo y le mordí los dedos. Tuvo suerte de que pudiesen reimplantárselos. Si quiere probar, siga adelante.

                - ¿Tenemos que pasar por esto todo los días? ¿Por qué no se toma las pastillas como una buena chica?

- Deje las medicinas aquí y verá que no están cuando regrese. ¿De acuerdo?

                - Eso no prueba que te las haya tomado – La enfermera frunció el ceño.

                - ¿Y donde las voy a esconder? Ni siquiera se me permite tener un inodoro propio. Tengo que usar el de la galería.

                - No lo se, pero eres famosa por tus engaños.

                Lo que Laura Hamilton desconocía era que los dos guardas que la acompañaban se hallaban inmóviles, como una especie de robots inanimados, incapaces de oír o reaccionar ante cualquier cosa que se dijese en la sala.

                - ¿Mis engaños? Hable con el Dr. Vance al respecto. Hay cámaras en toda la sala. Estoy segura de que lo graban todo.

                - El Dr. Vance no está hoy aquí.

                - ¡Oh! – Tara mostró un falso interés - ¿Y dónde está?

                - Por lo que sé, padece de una extraña afección cutánea alrededor de los labios y la boca. No vendrá en unos días.

                Tara se echó a reír.

                - ¡Dios mío!, siento mucho oír eso. ¿Puedo hacerle una pregunta?

                - Sí, adelante.

                - Últimamente la veo estresada. ¿Tiene algún problema del que desee hablar?

                - Mi vida personal no es asunto tuyo, puta.

                - No vuelvas a llamarme otra vez así, ¿entendido? – Tara miró furiosa a los ojos de la enfermera. Ésta comprobó que hablaba en serio y se sintió atemorizada.

                - Lo siento. El comentario estaba fuera de lugar. Sí que he estado un poco estresada últimamente – trató de aparentar firmeza para que no se notase su miedo.

                - Ven, siéntate aquí junto a mí en la cama. Prometo no morderte. – bromeó. – Además los guardias me detendrían si intentase algo.

                Su voz sonaba dulce, pero, como siempre, escondía segundas intenciones. Sus encantos estaban comenzando a actuar sobre Laura.

                - Bueno, supongo que todo irá bien – dijo Laura echando una fugaz mirada a los guardas sin percatarse de que en ese momento eran como estatuas de piedra. Se sentó junto a Tara.

                - Dime querida, ¿qué es lo que anda mal?

                - Estoy intentado dejar de fumar. Llevo más de una semana sin hacerlo – le confesó.

                - Sí, es muy difícil dejar de fumar. Sobre todo si tienes problemas en casa con la familia.

                - ¿Qué quieres decir?

                - ¿Tu marido no está a la altura de tus expectativas?

                - ¿Te has parado a pensar que tal vez sea sólo el trabajo lo que me estrese, todos estos locos alrededor? – se defendió ella.

                - Puede ser cierto, pero en ese caso ¿por qué dejas de fumar en vez de decir en casa y en el trabajo que estás estresada?

                - Porque podría perder mi trabajo. ¿Qué te hace pensar que es mi marido?

                - ¿No es así? – la voz de Tara parecía angelical.

                - Sí, lo es. – admitió Laura finalmente.

                - Cuéntamelo todo.

                - Verás, no es que no conectemos ni nada parecido y, créeme, el sexo es genial. Sólo es que él es un vago perezoso. Sólo tiene un trabajo a tiempo parcial y soy yo la que tengo que cargar con casi todos los gastos de la casa.

                - Veo que haces más de lo que te corresponde, niña.

                - Sí, yo también lo creo. Ni siquiera limpia la casa y eso que él pasa en ella más horas que yo.

                - No creo que este sea un buen momento para dejar de fumar. ¿Cuántas cajetillas acostumbrabas a fumarte al día?

                - Un paquete o un paquete y medio – la enfermera hizo una mueca.

                - ¡Eso no es nada! Yo solía fumarme dos cajetillas y media la día y no hay nada malo en mis pulmones. Creo que deberías volver a fumar de inmediato.

                - Pero le prometí a mi marido que lo dejaría. Odia verme fumar. – dijo frunciendo el ceño.

                - Así que debes hacer todo lo que tu marido te dice, como una buena esposa. ¿Acaso no tienes voluntad propia? – Tara metía el dedo en la llaga.

                - ¡Por supuesto que sí! – la enfermera Hamilton parecía molesta.

                - Entonces, ¿por qué no lo demuestras ahora?

                - Está prohibido fumar aquí dentro, ya lo sabes. – le respondió sorprendida.

                - Muchachos, ¿les importa que fumemos aquí? - Dijo Tara a los guardias.

                - Para nada, adelante. - Dijo uno de ellos mientras el otro asentía con la cabeza. La enfermera Hamilton estaba noqueada y se preguntó por qué las dejaban hacer algo como eso. Lo que no sabía era que Tara estaba influyendo en ellos. Cuando se dio la vuelta, Tara tenía un cigarrillo encendido en sus labios. Dio una larga y profunda calada y soltó el humo sobre la cara de la enfermera. Luego se lo sacó de los labios y se lo pasó a ella.

                - ¿De dónde diablos has sacado ese cigarro? ¿Cómo has podido encenderlo siquiera? ¿Quién te lo ha dado?

                - ¿A quién le importa? Anda, vamos, échate una sabrosa calada – Tara la tentó y ella no pudo resistirse. Tomó el cigarrillo y se sintió bien. El humo que Tara había echado en su rostro lo trajo todo de vuelta. La encantadora adicción se abrió paso una vez más en su cerebro y colocó el cigarrillo en su boca como si de un delicioso dulce se tratase. Aspiró agradable y profundamente el humo del tabaco hacia su pecho y luego lo expulsó suavemente por sus fosas nasales. Se había olvidado de lo maravilloso que podía ser el sabor de un cigarrillo. También era cierto que era un hábito desagradable y dejaba todo el cuerpo oliendo a cenizas, pero era eso lo que quería recuperar. Durante unos minutos se perdió en las volutas de humo y algunas cenizas cayeron al suelo.

                - ¡Oh! Mira lo que estoy haciendo. Voy a tener que limpiar esto. – dijo.

                - Tonterías, no pienses más en eso. Disfrutar del humo no es sólo lo que quieres, ¿verdad Laura? – dijo Tara haciendo que su tono de voz sonase deprimente.

                - Tienes razón. Mis nervios están muy tensos. Admitió Laura.

                - Vale. ¿Sabes lo que pienso?

                - No, ¿qué?

                - Que deberías fumarte dos, o tal vez hasta tres, paquetes al día. Créeme, no existe ninguna prueba fehaciente de que fumar sea malo para la salud. Claro que dicen todas esas cosas y que los científicos dicen que tienen pruebas. Pues bien, ¿Cómo explicas que existan casos de gente que con noventa y cinco años de edad nunca hayan estado enfermos y se hayan tragado el humo de más de dos paquetes al día?  Te digo que es una tontería. – Los astutos ojos de Tara se escondieron tras una sonrisa.

                - Quizás tengas razón. Quizás deba fumar más y no menos. – La mente de la mujer se mostraba confusa bajo la manipulación de Tara White

                - Voy a decirte algo, tú tenías razón – Tara se acercó más a la enfermera Hamilton e hizo el gesto de estar contándole un secreto.

                - ¿Sobre qué tenía razón?

                Se acercó aun más a su oído y le dijo en un susurro:

                - No me he estado tomando las pastillas.

                - Tenía la corazonada de que no lo hacías. ¿Qué has hecho entonces con ellas? – La enfermera Hamilton sonrió.

                - No puedo decírtelo, no vaya a ser que las encuentres. – Tara soltó una risita.

                - Puedo meterme en un montón de problemas por eso, Señora White. – respondió Laura muy seria.

                - No te preocupes por eso. Ahora gírate y mira allí un momento – dijo señalando hacia donde se encontraban los guardias.

                Laura se levantó rápidamente de la cama diciendo:

                - ¿Dónde están? Se supone que no pueden dejarme a solas contigo. – el pánico se apoderó de ella.

                - Siéntate y no te preocupes Seguramente habrán visto que charlábamos y que no hacíamos nada malo. – Tomó a Laura del brazo y volvió a atraerla hacia la cama.

                - ¡Informaré de esto! – dijo asustada la enfermera.

                - ¿Por qué vas a hacerlo? – Tara clavó su mirada en la de la enfermera. Notaba el miedo que le provocaba.

                - Por favor… por favor… no me hagas daño… - suplicaba Laura.

                - No deseo hacerte nada, querida. De hecho, me siento muy mal por lo que te pasa. Debe ser tan deprimente llegar a tu casa con el ambiente que allí te espera... Veo a tu marido tan cruel y desconsiderado contigo. Si yo estuviese en tu lugar ya hubiese dejado todo eso atrás, sobre todo si mi marido me tratase tan mal. Es tan triste y deprimente… Déjame ayudarte. – Tara seguía socavando la mente de la enfermera y no pasó mucho tiempo hasta que Laura se rompió y comenzó a llorar. Tara la atrajo aun más hacia sí para que ella llorase en sus brazos.

                - Ya, ya, todo va bien. – Tara la consolaba. – Tengo una idea. Creo que estas pastillas pueden beneficiarnos a ambas. No creo que yo las necesite, pero tú sí. Pueden ayudarte a relajar tus nervios y a que te sientas mejor. ¿Ves estas dos pastillas de aquí? – levantó un vaso con cuatro pastillas y señaló a dos de ellas. – Una es un poderoso anti-psicótico y la otra es hipnótica. Tomadas juntas te hacen sentir maravillosamente al mismo tiempo que actúan como un relajante muscular. ¿Quieres seguir sintiéndote mal?. – Laura parecía una Eva tentada por la serpiente en el Jardín del Edén.

                - Soy consciente de cuál es la utilidad de las pastillas y de su uso, y no soy yo la que está loca aquí. ¡Eres tú! ¡No necesito pastillas! – contestó Laura.

                - No se trata de estar loca, querida. Todos nos asomamos de vez en cuando al abismo de la locura y necesitamos algo para alejarnos de él. Piensa en ello. Puedes tomarte todos los días esas pastillas y ni siquiera necesitas receta para hacerlo. No sé qué seguro médico tienen los empleados del centro porque estas pastillas cuestan un dineral.

                - Todavía no tengo seguro médico. – comentó abatida la enfermera Hamilton.

                - Entonces ya sabes que tenemos que hacer. ¿Por qué no te das una oportunidad? Te juro que no diré nada a nadie. – Laura estaba como hipnotizada. Cogió una de las píldoras del vaso que Tara le ofrecía y la acercó a su boca.

                - No se… nunca he tomado pastillas como estas antes. Están diseñadas para mantener sedadas a personas peligrosas como tú. Estas pastillas son superfuertes.

                - No te pasará nada por probar – dijo Tara con voz baja y tentadora.

                - Me meteré en problemas si alguien se entera.

                - Te he prometido que nadie se enterará.

                - Podría tomarme sólo una porción, no es necesario que me la tome entera. – Estaba empezando a sucumbir.

                - Es una idea estupenda. No quiero ver a una mujer tan guapa como tú tensa y deprimida todo el día. Venga, tomate las pastillas como una niña buena – le alcanzó un vaso de agua desde la mesa.

                - ¿No me verán haciéndolo? – señaló las cámaras.

                Tara se levantó de la cama y se interpuso entre las cámaras y la enfermera Hamilton.

- Solucionado. Sólo verán mi espalda. Tómalas lentamente y con cuidado. Al final no ha sido un problema el que hayan salido los guardias. ¿No crees enfermera Hamilton?

- Bueno sí, es cierto. Aunque no entiendo porqué se fueron.

- Vamos, no dejes que tu linda cabecita se preocupe de eso. Conozco la manera de controlar las cosas que aquí suceden como has podido comprobar. - Tara sonrió.

- ¿Me estás diciendo que se fueron por algo que hiciste?

- Sí, así es. Ahora tomate ya las pastillas enfermera Hamilton. – La seriedad en la mirada de Tara hizo mella en el ánimo de la enfermera.

- Bueno, voy a hacerlo. Al menos por esta vez.

- ¡Maravilloso! – Tara desbordaba alegría. Su genio había triunfado otra vez. Laura se tragó una a una las pastillas del vaso dejando solo una de las cuatro.

- ¿Por qué te dejas una? – preguntó Tara.

- No creo que deba tomármelas todas. Con tres creo que es suficiente.

- Pero ya que has llegado tan lejos, ¿por qué no te las acabas todas?. Sólo es un antidepresivo. Vamos, se una niña buena y abre la boquita… Chuuuu… Chuuuuu… mira el trenecito… - Tara tomó la última pastilla y la metió en la boca de la enfermera Hamilton. Cerró luego la boca de ella y frotó su garganta para que tragase la pastilla sin agua. - ¡Buena chica!

- Espero no ponerme mala con estas pastillas. – dijo Laura con una mueca de preocupación en su cara.

- No, estoy segura que estarás bien. En pocos minutos te sentirás en el cielo. Ahora, enfermera Hamilton, el Dr. Vance me había prometido un baño privado para hoy. Me deja tomarme uno al mes, ¿sabías? – Tara cambió su tono de voz suave a otro más autoritario.

- Debo mirar primero el programa. Se supone que debes ir a las duchas comunes de este ala, no a un baño privado.

- Puedes llamar al Dr. Vance si quieres. – Tara insistió aunque la verdad no había ningún baño privado programado.

- No creo que sea necesario. Te creo.

- ¡Bien!, pero antes de irnos, ¿por qué no seguimos charlando un rato más? Es tan agradable tener con quien hablar. Cuéntame más de ti, de tus sueños y ambiciones. Incluso, si te apetece, podemos seguir hablando de lo frustrante que es tu marido. – Otra vez el tono de su voz volvía a ser suave.

La enfermera Hamilton comenzó a abrirse aun más. Entregó su corazón a esa asesina desquiciada. La historia de su vida quedó almacenada en el cerebro de Tara para poderla utilizar más adelante. No hay nada más peligroso que una mujer que conozca la vida de otra con sus debilidades y deficiencias. Tara acechaba a su presa y tomaba lo que quería. No era una mala estratega, planificaba cuidadosamente todo los pasos que daba. Y estaba consiguiendo que su indefensa víctima se fuese rindiendo poco a poco, quedando aprisionada en las redes de Tara.

Tras veinte minutos de conversación, las pastillas comenzaron a surtir efecto en la enfermera Hamilton. Sus ojos se volvieron vidriosos y comenzó a arrastrar las palabras al hablar. Sentía que se movía a cámara lenta. Sacudió la cabeza unas cuantas veces para luchar contra esa sensación.

- No te resistas, Laura. Relájate y déjate llevar. ¿No es una sensación maravillosa?

- Sí, lo es.

- Ahora sabes lo que es estar drogada en un manicomio, como el resto de nosotros. A partir de ahora necesitarás a diario estos medicamentos. ¿Entendido enfermera?

- Sí, cada día. Me siento tan raaaarrrrraaa… - arrastraba las palabras al hablar.

- Vamos, corre, ve a buscar a los guardas y celadores. Quiero ya mi baño – Tara le dictaba instrucciones pero Laura apenas podía moverse.

- Errrrrr… sí, tu baño. – se esforzaba para poder hablar.

- ¡Lucha contra los efectos! Vas a estar tomando estas pastillas mucho tiempo, así que acabarás acostumbrándote. No queremos que nadie piense que te estás medicando, ¿verdad?

Ella lo intentó y contestó:

- Ummm… no. Bien, para el baño necesitaremos un guardia armado que te vigile, así que buscaré a una guarda para ello.

- No, quiero a la poli, la chica nueva, Pamela. ¿La conoces? – ordenó Tara.

- Vale, buscaré a la nueva de inmediato. – Laura estaba demasiado drogada para pensar con claridad y acató las órdenes. Se dirigió a la puerta y pulsó el timbre.

*****

               

- Vamos – dijo. Su voz no sonaba tan brusca como la de los otros guardias. Quizás porque Pamela no era uno de los guardias de seguridad del centro sino uno de los pocos agentes de policía que estaban asignados al centro psiquiátrico.  Había empezado haciendo servicios de complemento allí, pero hacía poco que la habían asignado fija.

                Como la mayor parte de los agentes del cuerpo, se encontraba en una espléndida forma física. Era bonita, con un hermoso pelo rubio dorado y un amplio pecho que llenaba deliciosamente su uniforme. Las miradas que le lanzaba a Tara cada vez que coincidían no pasaron desapercibidas para ella, lo que la hizo suponer que la agente era lesbiana. Esta noche comprobaría si su hipótesis era cierta.

                - Qué bonita habitación. Lo que me he estado perdiendo – dijo Tara alegremente.

                - Date prisa. No entiendo porque no mandan a una celadora o a una enfermera para que esté aquí contigo. – dijo Pamela mirando la bañera, que aún no se había terminado de llenar.

                - Necesito una enfermera aquí. – dijo comenzando a manipular su radio.

                - No, no hace falta. La enfermera Hamilton nos ha autorizado.

                - Sí, pero esto no es normal. Este baño es solo para reclusos con privilegios y generalmente con tratamientos a corto plazo.

                Tara la corrigió:

                - No somos reclusos. Aquí preferimos el término “residentes”. Se nota que eres nueva y no conoces la jerga.

                - Reclusos o residentes, lo mismo da. El noventa por ciento de vosotros no sois más que locos o criminales dementes. Queda poca población aquí dentro que considerar normal – la voz de la agente sonaba antipática.

                Tara se dirigió hacia la bañera.

                - ¿Qué te parezco? – dijo mientras se quitaba el vestido y dejaba ver su perfecta piel clara. Podía sentir en su espalda clavados los ojos de la oficial Pamela y el sonido de su profunda respiración.

                Aunque fingía no estar interesada, apenas podía apartar la vista del erótico cuerpo de Tara. Sus ojos parecían fundirse por momentos para luego dulcificar su mirada. Bajo la vista y dijo:

                - Vamos, adentró. Esto no es un desfile de modelos.

                - ¿No te parecen adorables mis pezoncitos? ¿Y este atrevido pecho no te parece precioso? Venga, se que te gustan. Te he visto mirarme muchas veces. Aprovecha la oportunidad y tómalos. ¿Por qué no lo haces, oficial? – miró con intensidad a los ojos de Pamela. Sabía que Pam no aguantaría mucho más las ganas de acariciarla.

                - ¡Basta ya! – gritó Pam. – Eres una loca peligrosa. Tengo una pistola y no dudaré en usarla, así que sin trucos.

                - Se que lo harás, pero ahora vas a dejar la pistola y la porra en el suelo y te vas a quitar el uniforme para mí. – La voz de Tara sonaba firme y autoritaria. Tenía el presentimiento de que la agente de policía era sumisa por naturaleza, como la mayor parte de sus víctimas.

                - ¿Cómo?

                - ¡Ya me has oído, perra. Quítate la jodida ropa y desnúdate! – Tara levantó la voz y Pam desvió la mirada. Fue una señal de derrota y Tara supo que la mujer se entregaría a ella.

                - No puedo hacerlo. Aquí no.

Tara intervino

                - ¡Oh, sí que podemos! Sabes lo mucho que lo necesitas. ¡Desnúdate!

                Pamela dejó la porra en el suelo y se soltó el cinturón con la pistola dentro de su funda, dejándolo junto a la porra. Luego comenzó a desabotonarse la camisa azul de su uniforme dejando que cayese al piso. Siguieron los pantalones y los zapatos. Por último se despojó de sus calcetines quedando vestida únicamente con sus bragas y sujetador de satén rosa. Su cuerpo ardía de deseo y Tara lo sabía.

                - Muy bien, querida. Juguemos. Imagina que tengo una cámara y que posas para mí. – Hizo como si sujetase una con las manos. – Perfecto, gírate… ¡Oh, sí! Agáchate, muéstrame ese culito… Así, levántalo y sácalo para mí… - Pamela obedecía las indicaciones de Tara. Estaba disfrutando mostrándole su cuerpo. Después de un rato Tara le ordenó ponerse de pie, con la espalda recta y los brazos a un lado.

                - Ahora quítate el sujetador y aprieta tus pechos juntos para mí.

                - Uuhmmmm – se quejó Pamela mientras lo hacía.

                - Buena chica. Ahora ofréceme esas tetonas. – le dijo Tara con una amplia sonrisa en sus labios. Ella obedeció colocando sus pezones a la altura de los encantadores ojos de Tara.

                - Quítate esas bragas de mierda y vamos a la bañera. Se me ha ocurrido un juego. Vamos a jugar que tu eres la loca y yo la policía. Voy a ponerme tu uniforme, oficial Pammy. ¿O debo llamarte oficial Pammy Coño? – Tara se echó a reír y Pamela se metió en la bañera. Estaba llena de agua caliente y entró con cuidado. Mientras tanto Tara recogía la ropa de la oficial y empezó a vestirse de forma lenta y sensual.

                Tara se burlaba de ella tocándose los pechos mientras se abotonaba la camisa y el pantalón. Incluso le ofreció una visión completa de su hermoso culo cuando se dio la vuelta para recoger el cinturón y la porra. Se habían cambiado los papeles. Ahora ella era la oficial de policía y Pamela parecía la residente. Se acercó dominante a la bañera y, separando las piernas, dijo:

                - Te gusta lo que ves, ¿verdad Pam? – colocó ambas manos a la cadera para remarcar el efecto dominante.

                Pamela la miró desde la bañera.

                - Sí, eres preciosa. ¿Cómo sabías que me gustaban las mujeres?

                - Podía sentirlo. – respondió desafiante. – Y creo que Pammy quiere jugar con su coñito y hacerme sitio en la bañera. ¿No es así? – dijo con voz dulce pero grave.

                - ¡Vamos puta loca, métete ya en la bañera y fóllame de una vez! – Pamela trató de que su voz sonase firme. Estaba tan caliente que no podía aguantar más tomaduras de pelo, pero fue un gran error. Tara rápidamente se abalanzó sobre ella, agarró su pelo y le empujó la cabeza bajo el agua manteniéndola así. Lo hizo tan rápido que, incluso, un poco de agua acabó en sus pulmones. Pamela descubrió que Tara era extremadamente fuerte, demasiado. Luchaba pero Tara le mantenía la cabeza bajo el agua. Sentía que sus pulmones luchaban por conseguir aire. Pamela luchaba pero Tara era demasiado fuerte. Intentó deslizarse dentro de la bañera con la esperanza de que Tara soltase su presa pero no lo consiguió.

                Tara notaba como la vida escapaba del cuerpo de Pam. Si seguía sujetándola moriría bajo sus fuertes brazos, así que tiró de la cabeza de la oficial sacándola de debajo del agua.

                - Bwwwweehhgh…. – Pamela cogió aire y un poco de agua salió de su boca. Su respiración era jadeante.

                - Bien, creo que no vas a volver a decirme que es lo que tengo que hacer, ¿verdad? – dijo Tara con un tono de voz condescendiente – Asiente con la cabeza si me entiendes.

                Pamela asintió con la cabeza. Todo su entrenamiento no la había preparado para mantener a raya la sádica naturaleza de la mente de Tara White. Ya no estaba excitada pero sí muy asustada.

                - Vas a tener que sufrir una penitencia por hablarme de esa manera. ¿Está claro?

                - No me hagas daño, por favor – las palabras apenas salían de su boca.

                - Esa lengua debe pagar. ¡Sácala y ofrécemela!

                - Noooommmmm…. Pamela estaba en estado de shock. Trataba de mantener la boca cerrada pero los dedos de Tara se movían como gusanos por su interior tratando de sacarle la lengua.

                - He dicho que la saques y la dejes fuera. ¿Tienes alguna duda sobre si te voy a rajar tu jodida lengua si la sacas? ¡Hazlo! – gritó Tara y Pamela sacó su lengua manteniéndola fuera.

                - Buena chica. Si no hubieses obedecido te la hubiese arrancado, o podría habértela rajado a través de la boca. ¿Verdad que lo sabes? – Pam asintió de nuevo con la cabeza.

                - Me has desobedecido tratando de tomar el control y eso no se lo permito a nadie. – La fría mirada en los ojos de Tara no hacían presagiar nada bueno para Pamela. Tenía la certeza de que algo iba a ocurrir.

                - Lo siento, antes estaba tan caliente que no podía esperar más a que entrases en la bañera. ¿Puedes perdonarme, por favor? – suplicó con tono patético.

                - Mi dulce, dulce Pamela. ¿Cómo crees que puedo ser capaz de hacerte daño? Sin embargo tienes que aprender la lección. Te voy a dar a elegir: Puedo sacarte un ojo, puedo cortarte la punta de la lengua, sacarte todas las uñas de los dedos o partirte el dedo meñique. ¡Vamos, elige!

                No había vacilación en la voz de Tara. Por un instante Pamela pensó en dar un paso y defenderse de alguna manera. Le lanzó una mirada, una mirada cargada de desafío.

                - He visto algo en ti, Pamela. Querías atacarme, lo que es una idea estúpida. Si me vas a atacar asegúrate primero de que puedes ganar. Ahora dime, ¿qué eliges? ¿Qué vas a darme?

                - Toma mi dedo meñique. – Las palabras eran apenas audibles.

                - Es la opción menos dolorosa. Has elegido bien. Ahora pídeme que te rompa el meñique y ofrécemelo.

                Pam cerró el puño de su mano izquierda manteniendo fuera su meñique. Levantó el brazo hacia arriba y lo extendió fuera de la bañera. Miró hacia Tara y descubrió los ojos más fríos y aterradores que jamás había visto. Apenas podía pronunciar palabra alguna.

                - ¡Vamos zorra, suplícame!

                - Por fa… por favor, rómpame mi meñique.

                - ¡Más alto! Quiero oírte bien alto.

                - ¡Por favor! ¡Por favor, rómpeme mi meñique! – Pamela gritó. Ahora estaba completamente histérica. Tara no la hizo esperar. Tomo su mano y cerró el puño alrededor del meñique de Pam. Con un movimiento rápido se lo movió hacia atrás y hacia un lado y se lo rompió.

                - ¡Ohhhhhhhhhhh, Owwwwwwwweee! ¡Maldita puta! ¡Maldita puta! ¡Lo has hecho! ¡Me has roto el dedo! ¡Voy a matarte perra! – metió la mano en la bañera con la esperanza de que de alguna manera el agua aliviase su dolor. Se sentía a punto de desmayarse.

                Tara sacó la pistola de su funda y rápidamente se la metió dentro de la boca.

                - ¡Chúpala, chúpala! Como si fuese una polla. Será mejor que lo hagas bien o apretaré el gatillo y acabaré con tu vida ahora mismo. ¡Mámala puta! Vamos, bien adentro de tu boquita – Tara empujaba la pistola cada vez más adentro de su garganta hasta acabar provocándole nauseas.

                Pronto una gran cantidad de babas salían de la boca de Pamela. Tara hizo que lamiera con su lengua toda el arma, como si de una buena polla se tratase. Era excitante, era lujurioso, era aterrador, era Tara White en su mejor momento. Fingió que iba a apretar el gatillo y luego guardó el arma en su funda.

                La maniobra fue una distracción perfecta que consiguió que, durante unos momentos, Pamela olvidase el dolor que le producía su fractura. La voz de Tara adquirió un tono suave y cariñoso que calmó el terror que asomaba a los ojos de Pam. Tara le acarició suavemente la cara y las mejillas y seguidamente le dio un dulce y profundo beso. Quería calmarla.

                Pasó a acariciar con fuerza el clítoris de Pam y siguió con sus tetas. Las apretó y acarició, mordió sus pezones y tiró de ellos. Volvió a prestar atención al coño de la asustada oficial jugando con él durante unos minutos. Sorprendentemente Pamela respondía a las caricias a pesar del dolor que sentía en su mano.

                - Creo que necesitas que te tome, ¿no es cierto Pamela?

                - Sí, por favor. Tómame. Por favor, ¿puedes tomarme ahora?. Lo necesito desesperadamente. – en este punto Pamela hubiese sido capaz de cualquier cosa con tal de satisfacer sus ansias de sexo.

                - Si quieres que me desnude y me meta ahí contigo antes tendrás que darme algo a cambio. ¿Lo harás?

                - Sí, lo haré, pero por favor, fóllame ahora.

                - Muy bien, quiero que uses tus hermosas uñas contigo misma.

                - ¿Qué quieres decir?

                - Quiero decir que me sorprende que una oficial de policía tenga unas uñas tan cuidadas y largas. Debes estar orgullosa de ellas.

                - Siempre he tenido las uñas largas. Querían que me las cortase cuando me uní al cuerpo, pero me mantuve en mis trece y cuando se convencieron de que no me impedían hacer bien mi trabajo me dejaron seguir teniéndolas así. ¡Dios, como me duele! – comenzó a llorar.

                - Deja de quejarte y concéntrate en lo caliente y húmedo que está tu coño. Estoy muy feliz de que tengas esas uñas. ¡Son tan sexys! Mira como mis tetas juegan con la camisa de tu uniforme… así me recordarás cada vez que te lo pongas. Cuando salgas de aquí llevarás mi olor impregnando toda tu ropa, incluso en tu sujetador. Ahora mírame fijamente Pammy Coño, porque voy a masturbarme y me voy a meter los dedos profundamente. Quiero que veas cómo me mojo. Voy a correrme y a empapar tus bragas. Cuando te las pongas llevarás los restos de mi placer entre tus piernas. Vamos frótate el coño y las tetas para que estés bien caliente cuando me meta en la bañera contigo, perra. – Pamela obedeció tratando de no usar la mano izquierda para no lastimarse aún más su dedo meñique.

                - ¡Ohhhh, no debería hacerlo! Estoy tan caliente… me encanta verte jugar con mi uniforme… ummmmmmm….

                - Quiero que te claves las uñas bien profundo en tu piel. Aráñate bien fuerte las piernas, el abdomen y las tetas. Quiero que laceres tu cuerpo para mí y me ofrezcas tu sangre. Aráñate para mí, muéstrame lo buena puta que puedes llegar a ser.

                - Eso me dolerá… y no se si podré hacerlo con mi meñique en este estado.

                - Esta es la regla: Sin castigo no hay recompensa. Utiliza tus otros nueve dedos. Un gran placer siempre va acompañado de un gran dolor. Ahora enséñame cuanto me deseas y clava tus uñas profundamente en tu piel. ¡Vamos puta!

                La pobre Pamela no podía ya pensar con claridad. Había caído completamente en las redes de Tara White. Lo único que deseaba en ese momento era obedecerla en todo lo que le pidiese. Su cerebro se convirtió en parte de su vagina y su mente en una parte de la mente de Tara. Empezó a arañarse con furia todo su cuerpo. Quería demostrarle a Tara que podía ser una buena puta y obtener su recompensa.

- Así puta, así. Vamos, más rápido y más fuerte. Quiero verte todo el cuerpo lleno de marcas sangrantes. Rasga tu hermosa piel para mí y se la pequeña policía viciosa y puta que llevas dentro. – Pamela obedeció. Se arañó más y más fuerte clavándose las uñas más y más profundamente. La sangre comenzó a manar de sus heridas. Se estaba infligiendo un cruel castigo y no podía parar de hacerlo. Tara había tomado el control sobre su mente y no había manera de escapar.

Una vez que Tara encontraba una debilidad en su presa la exprimía al máximo. Su plan de acción era siempre el mismo: seducir y controlar. Jamás pensaba en que una presa pudiese escapar de sus redes. Una vez que empezaba era implacable y penetraba cada vez más y más en el subconsciente de la víctima. Sabía exactamente como abrir las mentes y extraer todos la suciedad que en ellas se alojaban. Le gustaba convertir en putas sedientas de sexo a las santurronas, y ella era una maestra en ello.

Una vez que Tara penetra en la mente de su presa, la abre como a una sandía madura y manipula todo su contenido. Era malvada y astuta. En todo momento era la mujer dominante que podría y quería ser. Mantenía un férreo control tanto físico como mental de las vidas de sus víctimas. Afortunados eran los que escapaban de él. Sólo una mente fuerte podría defenderse de los manejos de Tara, aunque cuanto más fuerte fuese esa mente, más fuerte sería su derrota y mayor el placer de Tara. Tara White sabía cómo jugar con sus víctimas y hacerles alcanzar nuevos niveles de éxtasis.

- ¡Basta ya, puta! ¡Es suficiente! – Tara tuvo que gritar para lograr que Pam parase. – Voy a meterme en la bañera contigo y vas a tener tu premio por ser una buena chica.

Tara se quitó la ropa de la oficial y se acercó con movimientos sexys a la bañera. Le estaba dando un buen espectáculo para encender aun más a Pamela. Antes de entrar separó sus piernas y adelantó su sexo hacia delante frotándolo repetidamente mostrándole a Pamela lo húmedo que estaba. Finalmente se metió en la bañera, enfrente de la oficial. Las piernas de ambas se tocaban.

- Pamela, deslízate hacia arriba, acércate a mi regazo – El movimiento de Pamela al deslizar su coño por el fondo de la bañera casi consigue que se corriera. Ahora, ambos coños se tocaban y Tara aprovechó para hundir profundamente el pulgar en el interior de Pamela. Comenzó un mete saca que hacía gritar a la oficial cerca ya del éxtasis.

- ¡Esta es mi chica!  La putilla necesita que se la follen y que lo hagan bien. – Tara cogió el pulgar derecho de Pamela y se lo puso en la boca. – Chúpatelo como si fuese un chupete. Chúpatelo. Quiero que finjas que eres una niña pequeña. Quiero que te chupes el dedo mientras yo hago que te corras. Eres mi niñita y vas a correrte para mí. ¡Córrete para mí ahora, perra! ¡Lléname con tus asquerosos jugos el pulgar. ¡Cuando hayas acabado te los voy a poner en la boca, puta! ¡Vamos, córrete ya, perra! – Tara seguía follando con el pulgar a la pobre chica mientras ella seguía chupándose el dedo.

                - ¡Oh, sí! ¡Fóllame, por favor! ¡Oh, sí, mierda, justo ahí…! ¡Justo ahiiiiiiiiiiii…. Ohhhhhh…. Siiiiiiiíí…! – alcanzó un orgasmo como no había sentido nunca.

                Ya sabes que tienes que hacer. Abre tu boquita como una niña buena y chupa mi pulgar. Trágate todo lo que me has dejado en él, putita.

- Hummmmmm… -Pamela estuvo chupando largo rato, bebiendo todo el jabón, agua y jugos que lo cubría y tragándolos como Tara había ordenado.

- Buena niña. Ven y dame un dulce y húmedo beso – Muackkkkkk – Ahora eres mi putita. Voy a necesitar tu ayuda, oficial. Vas a vigilar a una mujer que se unirá a nuestra institución como residente. Tiene un montón de obsesiones mentales y voy a necesitar tu ayuda. ¿Verdad que me ayudarás, Pamela? – Los ojos de Tara lo decían todo. Si no la ayudaba Pamela sabía que estaría en un aprieto, podía perder hasta la vida. ¿Qué otra opción le quedaba?

- Sí Tara, haré todo lo que digas. – dijo con un sumiso tono de voz.

- Bien querida, ahora es mejor que vayas a curarte ese dedo. Diles que resbalaste al acercarme el jabón. Fue un resbalón extraño y caíste sobre tu meñique rompiéndolo.

- Sí Tara. – un nuevo lazo se había formado.

*****

                - Hola, ¿la residencia del Dr. Vance? – preguntó una voz sonora y sensual.

                - El Dr. Vance no se encuentra aquí en este momento. ¿Quién es? – respondió Linda

                - Oh, simplemente tenemos una oferta especial que ofrecerle.

                - Lo siento, soy la Señora Vance, su esposa, y no estamos interesados en nada de lo que pueda ofrecernos.

                - Pero es una oferta especial para ingresar en la Clínica Gracie.

                - ¿Cómo?

                - Sí, tenemos una oferta especial para ingresar en la Clínica Gracie. Entendemos que debe estar pasando por unos momentos muy difíciles y que su mente es frágil. Nos gustaría darle una oportunidad de ingresar cuando admita, con honestidad, que tiene problemas mentales y que realmente necesita una estancia en nuestras instalaciones.

                Durante unos momentos Linda quedó noqueada y se hizo el silencio, luego dijo:

                - ¿Qué es esto?

                - Solo pretendo ayudarla, señora Vance. Entiendo por lo que está pasando. Por eso es necesario que reciba tratamiento cuanto antes. Estoy segura de que tiene un buen seguro médico y puede comenzar de inmediato un tratamiento a priori de seis meses, aunque podrían ser más dependiendo de su estado.

                - ¿Es esto una broma? ¿Quién es usted exactamente? – se le aceleró el pulso.

                - Ya se lo he dicho. Sólo alguien que se preocupa por usted. Se que últimamente, sobre todo en estos días, estás muy frustrada.

                - No se quién eres ni lo que pretendes, pero no me pasa nada malo… ni física ni mentalmente.

                - Pero te pasa. Sólo lo estás negando y te podemos ayudar a superarlo en la clínica. Solo tienes que inscribirte en… - la voz le dijo una dirección.

                - Voy a colgar. Si vuelve a llamarme llamaré a la policía. – Linda Vance colgó con furia.

                Transcurridos unos cinco minutos, el teléfono volvió a sonar. Sabía que podía ser la misma mujer de antes y decidió no descolgar con la esperanza de que su voz quedara grabada en el contestador. Finalizada la llamada descolgó el teléfono para escuchar los mensajes. No había ninguno. Volvió a colgar e inmediatamente el teléfono volvió a sonar.

                Durante más de media hora el teléfono estuvo sonando sin que Linda tuviese el valor de descolgar. Dudó entre desconectar el teléfono o llamar a la policía. Finalmente descolgó.

                - ¿Hola?

                - No ha sido muy amable por tu parte el colgarme el teléfono, señora Vance. Eso podría costarle a su marido aun más sufrimiento.

                Linda estaba muy asustada, pero las palabras de su interlocutora también habían despertado su curiosidad.

- ¿Qué pasa con mi marido?

                - Nada, sólo que se cual es el origen de ese extraño sarpullido que tiene alrededor de los labios y que le impiden ir a trabajar estos días.  – la voz al teléfono tenía un tono zalamero.

                - ¡Lo sabía! ¡Tiene una aventura! ¿Eres tú? – preguntó con firmeza poniendo la mano libre sobre la parte superior de su pecho.

                - Yo no he dicho eso. Sólo dije que entendía su difícil situación, especialmente ahora que él ha encontrado un nuevo amor. – dijo su interlocutora con voz astuta.

                - ¿Nuevo amor?

                - Seguro que sabes cuál es su nueva obsesión. La que ha conseguido romper su matrimonio.

                - ¿Qué obsesión?

                - Ya sabe de quién hablo. De su nueva novia, el colchón. Conozco todo el asunto.

                - Ya es suficiente. ¿Quién eres y qué quieres? ¿Cómo sabes esas cosas de mi marido?

                - Se todo sobre su marido, señora Vance – la voz sonaba lenta y con un volumen bajo.

                - ¿Eres una enfermera de la clínica?

                - Sí, de hecho lo soy – mintió la voz al teléfono – Se que necesita ayuda y yo estoy aquí para ayudarle.

                - ¡No necesito tu ayuda! ¡Es él el que necesita ayuda!. Seguro que tiene una aventura contigo, quienquiera que seas. – empezó a sentirse mareada y las palmas de sus manos se volvieron sudorosas.

                - De acuerdo, déjeme mostrarle algo.

                - ¿Qué quieres que vea?

                - Mire hacia abajo un segund, señora Vance.

                Miró hacia el suelo y se sintió confusa.

                - No entiendo. No hay nada.

                - Ah, pero lo hay. ¿No es agradable echarle un buen vistazo a esas abandonadas tetitas que tiene, señora Vance? Estoy segura que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que jugó con esos hermosos pezones y esas bonitas tetas, ¿no es cierto?

                Linda no podía dejar de mirarse el pecho. Sintió un extraño cosquilleo en su interior.

- Estás completamente loca. La policía oirá esta conversación. La he grabado.

                La voz al otro lado, en vez de colgar, replicó a Linda:

                - Usted sabe que es ilegal grabar una conversación con otra persona sin su consentimiento previo. Hmmmm… tal vez no lo sepa, han cambiado tantas leyes en estos días. Sin embargo yo sí se algo. Ha tenido un pensamiento sucio, ¿verdad señora Vance?

                - ¿De qué estás hablando? – Linda se ruborizó.

                - Mientras me llamabas loca tenías un insoportable deseo de acariciar esos hermosos senos, ¿no? Apuesto a que ahora estás empapada pensando en la posibilidad de ponerte a jugar con esas hermosuras. Vamos querida, puedes confiar en mí.

                - ¡Cállate! – colgó el teléfono. Este volvió a sonar después de unos minutos y ella volvió a descolgar.

                - Mira, te he dicho que voy a ir a la policía y voy a pedir que localicen la llamada.

                - Eso no solucionará nada. Sólo estoy aquí para ayudarla y puedo leer su mente. Se lo que le excita. ¿Por qué no saca esas tetitas para mí y juega con ellas, señora Vance? – La voz al teléfono sonó autoritaria.

                Linda miró su pecho y lanzó un suspiro. La idea era tan tentadora, pero luego dio una patada de ira y contestó:

                - ¡Vete a la mierda! – y colgó para de inmediato llamar al servicio de atención telefónico.

                - Operadora, ¿en qué puedo ayudarle?

                Sus manos temblaban mientras hablaba.

                - Sí, operadora, me gustaría localizar la última llamada que he recibido.

                - ¿Tiene algún problema, Señora?

                - Sí, estoy siendo acosada.

                - Bien, Señora. Podemos rastrear la llamada – dijo la mujer – pero no podemos revelarle información  sobre esa persona o número de teléfono sin una autorización. Le sugiero que ponga este hecho en conocimiento de la policía y, mientras tanto, nosotros rastrearemos la llamada. ¿Ha hecho otras llamadas antes de ponerse en contacto conmigo?

                - No, no lo he hecho. Iba a llamar a la policía ahora.

                - Muy bien, Señora. Le sugiero que use el teléfono móvil u otra línea, si dispone de ella,  y mientras tanto nosotros nos ocuparemos del asunto. Le doy un número de control para que se comunique con nosotros una vez esté lista y haya hablado con la policía.

                Fue a por su teléfono móvil para llamar a la policía. Sintió deseos de mirar si la conversación había quedado bien grabada pero decidió no interferir con la investigación. Podría esperar hasta que la policía viniese y entonces ella tendría la prueba.

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