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Chantaje a un ama de casa hetero

en Dominación

Este relato apareció en la Literotica bajo el título de "Straight Housewife Blackmailed" escrito por la autora Silkstokingslover. La versión original está bellamente ilustrada por el arte de Rebecca Hap. Si alguien está interesado en tener la versión traducida e ilustrada, no dude en solicitármela. Espero disfruteis de la historia.

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¿Qué cómo terminé atada a una cama en la sede de la fraternidad mientras las chicas pagan por follarse mi coño o mi culo (25 dólares por mi coño, 50 por mi culo)? Una idea de mi hija para recaudar fondos para su fraternidad. Como siempre, protesté ante la idea, pero hace ya mucho tiempo que acepté que solo soy el juguete personal de mi hija, de sus amigos y, ahora también, de su fraternidad, así que sabía que mis protestas caerían en saco roto.

La colecta transcurre tal y como se esperaba, y Olivia, la presidenta de la fraternidad, es la primera en follarme, por ambos agujeros para comenzar la fiesta. Tras ella, por número son llamadas una a una, según su turno, para que me tomen como deseen.

La número nueve me folla con dureza y, mientras exprime mis tetas, me dedico a rememorar de nuevo como acabé convirtiéndome en la MILF juguete sexual de la fraternidad.

*****

La vida siempre cambia cuando menos te lo esperas. Regresaba a casa una o dos horas antes de lo que había previsto, tras una larga mañana haciendo recados y tras haber puesto fin a la reunión de la PTA (Asociación de Padres y Profesores) antes de tiempo porque no me sentía bien. En la cocina había dejado también la cesta de bienvenida que debía entregar a los nuevos vecinos.

De camino a casa, recibí un mensaje en el móvil, pero esperé hasta hallarme en la entrada de mi casa para leerlo.

El mensaje, proveniente de un número privado, era un archivo de  audio que, por curiosidad, abrí.

- Así se hace, puta de mierda, chúpame mi enorme polla, ponla a punto para ese estrechito culo que tienes. – decía alguien.

Lancé un ahogado grito. Ese tipo de palabras, independientemente de quien las dijese, siempre me habían escandalizado. Pero era una mujer quien hablaba y, eso, me confundió aún más. La mujer continuó hablando.

- Vas a ser un magnífico fichaje para nuestro club de chicas, puta.

La voz me resultaba vagamente familiar… aunque no conseguía ubicarla.

- ¿Quieres mi polla en ese culito que tienes, puta de mierda? – preguntó la desconocida.

- ¡Dios, sí! – fue la respuesta de su interlocutora, en la que, de inmediato, reconocí la voz de mi hija de dieciocho años Christina.

En estado de shock, multitud de preguntas se agolparon en mi mente. ¿Mi hija era lesbiana? ¿Realmente le estaban dando por culo? MI hija nunca había salido con ningún chico en serio, pero jamás hubiese pensado que fuese lesbiana. Sin embargo, de repente, ahora todo parecía posible.

- ¡Suplícamelo, perra! – exigió la desconocida.

- ¡Oh, por favor, Ama, fóllese mi culo! – suplicó mi hija. - ¡Lo necesito yaaaa…!

El mensaje de audio acabó ahí y yo permanecí sentada en mi coche preguntándome quien habría podido ser capaz de enviármelo.

En ese momento, recibí un SMS desde un número privado.

“¿Sabías que tu niña es una putita lesbiana?”

En ese instante mi confusión se transformó en rabia mientras respondía con otro SMS.

“¿Qué significa esto? ¿Quién eres?”

La respuesta provocó que un escalofrío recorriese mi columna vertebral y aumentase mi ira.

“Tu AMA”

Respondí, consternada por la pretenciosa actitud de esa extraña y, sin embargo, deseosa de averiguar más cosas sobre aquella grabación.

“¿Perdona? ¡Eso es ridículo!”

Unos segundos más tarde, recibí la respuesta, pero esta vez en forma de imagen adjunta.

La imagen me impactó más aún que el audio. Mi hija se hallaba inclinada sobre una mesa, siendo follada por Miranda Wellington, la mujer más rica y la zorra más grande de la comunidad y mi archienemiga. Al fondo de la imagen se veía a su hija Tamara, enemiga de mi hija, llevando colocado un arnés conectado a un dildo.

La expresión que se dibujaba en el rostro de Christina no estaba del todo clara. Podría ser tanto una expresión de placer como de dolor. ¿Estaba siendo violada por aquella perra? ¿Cómo había podido ocurrir cosa semejante? Tamara y Christina no se tragaban entre ellas, eran polos opuestos.

Christina siempre llevaba el pelo recogido en una cola de caballo o en unas trenzas, vestía de forma discreta y siempre sacaba buenas notas. Tamara, por el contrario, había salido a su madre. Era una perra que vestía como una puta e iba por la escuela llamando siempre la atención.

Otro mensaje entrante hizo que la foto desapareciese en el olvido.

“¿Sabías que tu niñita es una jodida puta lesbiana?”

Me puse a escribir la respuesta mientras bajaba del coche y me disponía a entrar en casa.

“Voy a llamar a la policía”

Entré en casa, cerré la puerta y fui directamente a la cocina.

- Hola, Sra. Wilson.

Grité mientras miraba directamente a los ojos de Tamara.

- ¿Qué demonios…?

- Cálmate. – dijo la joven.

- ¡Fuera de mi casa! – grité, furiosa.

- No lo creo. – contestó con una sonrisa poniéndose en pie.

- Lo estoy diciendo en serio. – amenacé.

- ¿El qué? – preguntó ella, avanzando hacia mí.

- Márchate… - dije nerviosa ante la actitud prepotente de Tamara.

Colocó sus manos sobre mis hombros y dijo con seguridad:

- Ahora no eres más que mi puta. Señora Wilson.

Traté de apartarme, pero su control sobre mis hombros era firme.

- Por favor, suéltame. – le exigí.

- La resistencia es inútil, puta. – continuó diciendo. - ¿Quieres ver otra fotografía?

- ¡No! – mi cabeza aun trataba de asimilar las revelaciones del archivo de audio y de la primera foto. - ¿Por qué la zorra de tu madre ha violado a mi hija?

Ella contestó lanzando una risotada.

- Eres tan adorable en tu pretenciosa ingenuidad.

- ¿Qué demonios significa eso? – pregunté tratando de zafarme de su presa una vez más.

De repente, me empujó al suelo y, antes de que pudiese defenderme, se sentó a horcajadas sobre mi pecho.

- ¡Paraaa! – protesté, moviéndome pero sin poder hacer nada.

La joven me propinó una sonora bofetada.

- Mira, perra. Tengo vídeos de tu hijita comiendo coños, montando dildos y, por supuesto, recibiendo en su culo. También dispongo de algunas fotos suyas, entre ellas la que viste con mamá y otra de tu niña masturbándose en el cine. Foto que, por cierto, ha iniciado todo esto.

- ¡Mentira! – dije tratando de aferrarme aun a la esperanza de que mi hija solo hubiese accedido a ello a la fuerza.

- Como te he dicho, - continuó al tiempo que su voz volvía a la normalidad, - tu hija ya era una ansiosa puta lamecoños antes de que nos conociese a mi madre y a mí.

- No te creo. – respondí tímidamente.

Ella sacó el móvil de su bolso, giró la pantalla hacia mí y me mostró una foto.

Solté un ahogado grito. Creía que nada más podría sorprenderme tras lo ocurrido en los últimos minutos…  pero me equivocaba. La foto era de Christina, en una sala de cine, y se lo estaba comiendo a otra mujer… y no a cualquier mujer… ¡Mi vecina de al lado y mi mejor amiga, Mary Spense!

- Lo sé. – dijo Tamara con sorprendente condescendencia. – A mi también me sorprendió. Christina parecía una chica tan dulce e inocente.

- Lo es. – contesté sin pensar y sin dejar de mirar la foto en la que aparecían mi hija y mi mejor amiga.

- Las apariencias engañan. – dijo sonriendo Tamara mientras guardaba de nuevo su teléfono.

- ¿Co… cómo sacaste esa foto? – tartamudeé tratando de recuperarme de la revelación que me había conmocionado como si un tornado me hubiese golpeado… convirtiendo en un lio mi vida bastante simple de ama de casa suburbana.

- En realidad es una captura de un video que un amigo mío tomó cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando.

- Oh… - fue todo lo que pude decir.

- Así que ahora, ¿vas a ser una buena madre y mantendrás la reputación de zorra de tu hija en secreto?

- ¿Me estás chantajeando? – le pregunté, dándome cuenta de la difícil situación a la que me enfrentaba.

- Piensa en que estás protegiendo a tu hija. – contestó encogiéndose de hombros.

- Estate quieta ahí. – ordenó luego Tamara, levantándose y despojándose de su vestido. Al hacerlo, descubrí que no llevaba ropa interior. Como ya comenté antes, era una puta.

Aproveché el momento para intentar ponerme en pie, pero ella puso una pierna sobre mi pecho cuanto empecé a incorporarme.

- ¿No te había dicho que no te movieras?

- No soy un perro – le solté volviendo a mi posición, molesta por su trato condescendiente.

- No, pero eres mi mascota. – corrigió ella poniéndome su pie en mi boca.

- Para. – le dije moviendo la cabeza lejos de su pie.

- Lame los dedos de mis pies. – ordenó Tamara volviendo a colocar su pie en mi boca.

- No. – contesté, moviendo de nuevo mi cabeza.

- Eres un poco más terca que la puta de tu hija. – dijo sonriendo y volviendo a colocar su pie sobre mi cara.

- ¡No hables así de ella! – grité apartando violentamente su pie.

- ¡Basta! – rugió la joven.

Asustada por el tono de su voz, me quedé paralizada.

- Vamos, mi mascota, sé que lo deseas. – dijo mirándome fijamente. – Además, ya es hora de que vayas obedeciendo o de que permitas que tu hija se convierta en una sensación en Internet.

- ¡Eres una zorra de mierda! – le grité airada.

- Nunca dije que no lo fuese. – dijo encogiéndose de hombros y manteniendo su pie sobre mi cara. – Ahora ponte a lamer los dedos de mis pies, puta.

Suspiré, resignada, sintiendo como, en mi situación actual, no tuviese más remedio que obedecer. Abrí mi boca y comencé a lamer sus dedos del pie.

- Buena chica. – ronroneó con una condescendencia que no solo me molestó aún más… sino que se derramó sobre mi como una vergonzosa cascada en mi degradante tarea.

Tras un rato, apartó su pie y se sentó a horcajadas sobre mi cara.

Otra vez traté de alejarme, pero la presión de sus manos sobre mis muñecas me lo impedía.

- No te preocupes, mi madura mascota. Apuesto a que va a gustarte tanto como a tu hijita. – dijo mientras yo no podía apartar la mirada de su coño completamente afeitado, notando su fuerte y persistente olor justo encima de mi.

- ¡Nunca! – me defendí, sacudiendo la cabeza.

- ¿En serio? Christina adora comer coños. Mierda, creo que incluso piensa que pertenecen al grupo de los alimentos. – dijo riendo.

- Por favor, levántate. – le supliqué, tratando desesperadamente de salir de aquella situación a pesar de saber que sería inútil.

De pronto sentí como una mano se introducía dentro de mis pantalones dirigiéndose directamente hacia mi muy húmedo sexo.

- ¡Vaya! Parece que ver las fotos de tu hija te tiene mojadita.

- Nooooo… - gemí. Mi húmedo coño, mi cuerpo, me traicionaban a su contacto.

- Noooo… - replicó burlona mientras sus dedos separaban mis labios vaginales.

- Por favor, para… - protesté débilmente a pesar de que sus dedos me hacían sentir inexplicablemente bien.

- Oh, pero si solo estoy empezando. – dijo riendo, con uno de sus dedos apenas dentro de mí. – Aunque debo señalarte que las buenas sumisas lamecoños no deberían llevar pantalones. Llevan faldas o vestidos que faciliten el acceso a sus agujeros de puta.

Traté de hablar, de protestar, pero tener su coño a sólo unas pulgadas de distancia, sus palabras despectivas, su tono degradante y su dedo dentro de mi me tenían en un estado de nerviosismo que me impedía pensar con claridad. En cambio, me quede mirando fijamente su sexo y permití que me vejase una adolescente. Tampoco podía entender por qué mi coño estaba tan mojado… ¡no tenía ningún sentido!

- Ahora, lame mi coño, puta MILF y acepta, de una vez por todas, tu posición como mi mascota. – me ordenó antes de añadir. – al igual que tu hija.

- ¿Si lo hago nos dejarás a Christina y a mi en paz? – pregunté, queriendo saber si comerle el coño era el medio para lograrlo.

- No, pero no mostraré al mundo la puta lamecoños que es tu hija. – respondió ella mientras sujetaba mi cabeza con la mano que le quedaba libre y la llevaba hacia su sexo.

De mala gana, pensando en que cuanto antes empezara antes acabaría, empecé a lamer el sexo de Tamara. Me sorprendió el fuerte y atractivo aroma que desprendía y su dulce sabor. Nunca antes había estado con una mujer y siempre había imaginado que su sabor sería desagradable… sobre todo teniendo en cuenta las quejas de mi marido en las raras ocasiones en que me comió mi coño.

Tras un breve periodo de tiempo, ella soltó mi cabeza y comenzó a gemir.

- Eso es, Mami-puta. Únete a tu hija en mi club de mascotas.

- Esto es sólo por esta vez. – protesté.

- Claro que sí, contestó divertida.

- En serio. – reiteré entre lamidas a pesar de no estar segura de no desear de nuevo disfrutar de ese exótico sabor.

- La negación es tan adorable. – dijo condescendientemente Tamara al tiempo que retiraba su mano de mis pantalones.

Dándome cuenta de que, en mi sumisa posición, toda negociación sería inútil, me concentré el seguir lamiendo su mojado sexo.

- ¡Delicioso! – dijo de repente alguien.

Levanté la mirada y vi a Sarah, una de las bimbo animadoras. Llevaba una cámara en la mano y nos filmaba. Quise morirme allí mismo al darme cuenta de las consecuencias que tendría la situación en la que me hallaba.

- ¿De dónde sales tú? – pregunté.

- Del coño de mi madre. – respondió sarcástica y desagradablemente.

- ¿Cuánto tiempo llevas ahí? – pregunté rezando para que fuese poco tiempo lo que había filmado.

- Lo suficiente. – dijo encogiéndose de hombros.

- No me grabes, por favor. – supliqué desde mi indefensa posición en el suelo de la cocina.

- ¡Sigue lamiendo! – me ordenó Tamara, agarrando mi cabeza y enterrándola profundamente en su coño.

Resignada ante la impotencia de mi actual situación, cerré los ojos y me concentré en lamer y terminar la tarea de llevarla al orgasmo.

- Eres una comecoños nata, señora Wilson. – ronroneó Tamara recordándome con el tratamiento de señora que yo era madre y esposa.

Hice caso omiso de sus humillantes palabras y me centré en hacer que lograse su orgasmo, sabiendo que era la mejor manera de poner fin a esta terrible experiencia.

Me pregunté mientras lo hacía dónde estaría ahora mi hija. Me pregunté cómo acabó arrodillada en un cine complaciendo a Mary. ¿Por qué no le había plantado cara a esa zorra de Miranda? ¿Acaso estaba siendo chantajeada? ¿Realmente era mi hija lesbiana? Eso parecía. Irónicamente, también trataba de entender como había acabado yo tendida en el suelo lamiendo un coño.

- Eso es, mi madura esclava, lame a tu Ama. – gimió Tamara.

En mi cara apareció una mueca al oír la palabra “Ama”, pero decidí no protestar y ceder hasta que pudiese recuperar el control de la situación, todo sin dejar de chupar su clítoris tratando de desencadenar su orgasmo.

- Hmmmm… Así, puta… lámeme el coño igual que hace tu hija… - gimió.

- De tal hija… tal madre – bromeó Sarah.

Seguí lamiendo, chupando y penetrándola con mi lengua, deseosa de hacer que se corriese, deseosa de poner fin a aquella humillación… Sin embargo, inexplicablemente, sentía curiosidad por probar el sabor de sus jugos cuando se corriese. Su aroma y su sabor resultaba embriagador y me provocaba confusión, creando sentimientos en mi que nunca antes había experimentado.

- ¿Quieres beberte mi corrida, puta mía? – me preguntó Tamara.

Las palabras salieron de mi boca antes de que mi mente pudiese pensar en mentirle.

- Sí.

- ¡Pídemelo! – exigió ella.

Queriendo que se corriese de una vez y esperando acabar de una vez con aquella humillación, respondí apática.

- Por favor, córrete en mi cara.

- Por favor, córrete en mi cara ¿quién? – cuestionó.

Sabía que era lo que deseaba oír y también me daba cuenta de que estaba siendo grabada. Sabía que diciendo lo que ella quería oír sólo lograría concederle más poder sobre mí. Sin embargo, dije esas palabras de todas formas para acabar de una vez por todas con esto (o al menos eso fue lo que me dije a mi misma).

- Por favor, córrase en mi cara, Ama.

Ella se incorporó para luego tenderse de espaldas.

- ¡Desnúdate, puta! – me ordenó.

Con el regusto de su sabor aun en mis labios, sólo pude tartamudear.

- Por… por favor… déjame que termine de darte placer…

- ¡Ya! – exigió con firmeza. - ¡O te aseguro que las fotos de tu querida hijita se convertirán en virales!

Con manos temblorosas, obedecí sabiendo que esa era la única forma de proteger a mi hija. Me desvestí sin mirar ni una sola vez a la cámara que me filmaba. Una vez desnuda, fui consciente de lo ridícula que era la situación: desnuda en mi propio hogar ante dos perras adolescentes.

- Ahora colócate a horcajadas sobre mí, mi mascota.

- Sí, Ama. – respondí sin pensar y me senté a horcajadas sobre su cara y, sin que me lo ordenase, enterré mi cara en su coño con ganas de hacer que se corriese.

- Muy bien, puta… - gimió mientras le daba placer al tiempo que recorría con sus dedos mi húmedo coño.

Al tiempo que sus dedos jugaban con los labios de mi coño, me regañó.

- Mis putas no tienen coños peludos.

- Lo siento, Ama. – dije usando de nuevo de manera inconsciente la palabra. Había dejado de arreglarme el sexo desde hacía un par de años, cuando decidí que era demasiado trabajo para las pocas veces que mi marido “bajaba” allí.

- Va a tener que estar afeitadito y suavecito como el culito de un bebe para la próxima vez que te vea. – me dijo dejando claro que lo de hoy no iba  a ser algo puntual.

Pensé en protestar, pero me centré en la tarea que se me había asignado, hacer que se corriese.

Lamí y exploré si sexo durante un par de minutos más, hasta hacer que su respiración se acelerase. Mientras lo hacía, sus dedos se burlaban de los labios de mi sexo, acariciándolos pero sin llegar a deslizarse en mi interior… me estaba volviendo loca.

 - Ya viene, mi esclava mamá… - gimió y segundos después se corrió en mi cara.

- No pares de lamer, mi mascota. – volvió a decir entre gemidos Tamara y yo la obedecí, deseosa de más de sus jugos. Este parecía aún más delicioso en exceso.

- ¡Déjame! – ordenó finalmente la muchacha.

Obedecí.

- ¡Gatea hasta el salón, mi mascota! – ordenó poniéndose en pie.

De nuevo obedecí. A pesar de las oleadas de vergüenza que sentía a través de mi por lo que acababa de hacer, mi ardiente coño me pedía un poco de atención.

- ¿Tú también quieres correrte, Mami-puta? – me preguntó Tamara una vez llegamos al salón.

- Sí. – admití avergonzada por mi repentino deseo de correrme a toda costa.

- Sarah, ¿por qué no te follas a nuestra nueva mascota? – dijo Tamara tomando la videocámara.

- Me encantaría. – dijo Sarah. Chasqueando los dedos, la muchacha me señaló una silla.

Avergonzada pero, sin embargo, absurdamente igual de excitada, gateé hasta la silla y me subí sobre ella.

- Mami-puta está empapada. – dijo Sarah mientras sus dedos jugaban con mi coño.

- ¿Por qué estás tan caliente, Sra. Wilson? – me preguntó Tamara.

- No lo sé… - respondí sin faltar a la verdad. Ni remotamente podía explicar por qué estaba tan excitada considerando la humillación que acababa de soportar.

- ¡Oh, yo sí lo sé! – exclamó divertida Tamara. - ¡Eres otra sumisa reprimida!

- ¿Una qué? – atiné a preguntar mientras los dedos de Sara se deslizaban dentro de mí.

- Eres una mujer fuerte, ¿no es cierto? – me preguntó Tamara.

- Sííí… - contesté con un gemido cuando tres dedos de Sarah invadieron mi coño.

- Y te gusta ser la responsable de todo. – continuó diciendo.

- Claro. – dije asintiendo con la cabeza. Por lo general, yo siempre estaba dando órdenes a los que me rodeaban.

- Así que cuando llegas a casa sólo deseas desconectar. – continuó hablando.

- Supongo que sí. – dije, estando de acuerdo con ella. Su evaluación resultaba bastante obvia.

- Por lo tanto, eres una sumisa y, sin saberlo, has estado buscando un Ama ya que, con toda probabilidad, tu marido es del todo ajeno a tus necesidades sexuales. – añadió la joven.

- ¡Joder! ¡Está tan mojada que seguro que podría meterle todo el puño! – exclamó Sarah al ver la facilidad con la que los tres dedos se deslizaban dentro de mí.

- Bueno, solo hay una forma de averiguarlo. – contestó Tamara.

- ¡Nooooo! – grité pero ya era demasiado tarde. Mi coño se dilató aun más cuando Sarah empujó todo su puño en mi interior.

Rápidamente el placer desplazó al dolor y creció a medida que la joven bombeaba su puño en mi interior. Unos minutos más tarde, bajo la influencia del puño de Sarah, mi respiración se hizo entrecortada y comencé a balbucear.

- ¡Oh, Dios! ¡Joder! ¡Joder! – gritaba, hacía rato que el dolor había dejado paso a un intenso placer.

- Solo las muy putas se corren con un puño. – dijo Tamara con una sonrisa.

- Y las guarras putas-mamás – agregó Sarah.

- Y las MILF lamecoños. – continuó Tamara acumulando sobre mí más apelativos despectivos que, de alguna manera, aumentaban mi placer.

- ¡Joderrrrrrr…! – grité cuando el orgasmo me golpeó duramente.

- Otra puta hetero se ha convertido. – rio Tamara mientras mi cuerpo se sacudía como si estuviese sufriendo un ataque epiléptico.

- En realidad es como la puta de su hija. – añadió Sara sacando el puño de mí provocando un explosivo sonido.

Mi debilitado cuerpo se mantuvo inmóvil mientras las oleadas de placer se alejaban de mí.

- Sra. Wilson, ahora debemos marcharnos. – dijo Tamara. – Pero si se te ocurre hablar de esto con nadie, tu hijita y tú os convertiréis en estrellas de Internet.

- Está bien. – Acepté. Solo deseaba que se marchasen para hacerme un ovillo y llorar.

- Vale. – y dándome una nalgada, se alejó hacia la cocina.

Unos minutos más tarde me di cuenta de que por fin se habían marchado y, por fin, me rompí. Cuando por fin fui consciente de lo sucedido, de lo que había hecho y de las graves consecuencias que iba a tener, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.

Sintiéndome sucia, recogí mi ropa y me dirigí a la ducha, tratando de lavar mi pecado como había intentado  Lady Macbeth… pero, al igual que ella, no pude hacerlo.

En la ducha, las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas. Esa noche tendría que tener una seria conversación con Christina.

*****

Durante el transcurso de la tarde, me fue completamente imposible pensar con claridad. Un millón de veces analicé la secuencia de los acontecimientos: El audio del anal de mi hija, la foto de ese momento y la de mi hija y mi mejor amiga, como me obligaron a lamer un coño y como me corrí como una puta con un puño metido en mi sexo… Todo ello se repetía una y otra vez en mi mente.

Intenté entablar la conversación con Christina cuando ésta llegó a casa con un aspecto tan normal y ajeno a lo que yo sabía. Esa noche, fui un par de veces hasta su habitación, pero no pude llamar a su puerta… ¡Estaba tan avergonzada de lo que había hecho…! Y eso que ella había hecho cosas aparentemente igual de malas o, incluso, peores.

También durante toda la tarde mi coño estuvo excesivamente húmedo, lo cual me hizo sentirme aún más frustrada cuando comencé a cuestionar mi sexualidad… ¿Por qué me había excitado tanto ser violentada? Esa noche, en la cama con Gordon, tratando de recuperar mi sexualidad, me hundí bajo las sábanas y comencé a chuparle la polla, algo que rara vez hacía y nunca de una manera tan directa. Tras un par de minutos, me senté a horcajadas sobre su miembro y lo monté, algo que nunca había hecho antes. Por desgracia, se corrió con demasiada rapidez, algo bastante común en él, sin que yo, siquiera, me acercase al clímax. Acostada en la cama, aún caliente, volví a repasar los sucesos de la tarde y me masturbé en silencio mientras que Gordon, como siempre hacía tras el sexo, roncaba profundamente.

Me corrí rápidamente, con un millón de preguntas sin respuesta revoloteando en mi cabeza.

*****

Cuando llegó la mañana siguiente, decidí ir directamente a la casa de Miranda para enfrentarme con ella. Llamé a su puerta y pronto estuve frente a ella.

- Tenemos que hablar. – le solté con firmeza.

- Claro que sí. – asintió ella franqueándome el paso y dejándome entrar en su casa.

Una vez dentro, se dirigió a la cocina.

- ¿Puedo ofrecerte algo de beber? – me preguntó.

- No. – contesté secamente.

- ¿Estás segura? – volvió a preguntarme. – Mi hija me ha contado que te encanta beber.

- ¡Maldita perra! – grité. - ¡Déjanos a mi hija y a mí en paz!

Me respondió divirtiéndose claramente con la situación.

- No creo que tengas mucho que decir al respecto. Sobre todo después de haber visto el video que me mostraron anoche.

- Si lo sacas a la luz, tu hija también se verá involucrada. – repliqué, servil ante el hecho de que hubiese visto el video.

- Oh, los videos pueden ser editados para ocultar la identidad de tu Ama. – dijo con una sonrisa.

- ¡Que te jodan! – le solté en un arranque de ira fruto de mi sentimiento de impotencia.

- Pues en realidad creo que es un muy buen momento para ello. – dijo tomando un sorbo de su café.

- ¿Qué?

- Me vendría bien un orgasmo mañanero. – continuó diciendo.

- ¡Que te jodan! – volví a soltar.

- Oh, confía en mí. Eso se puede arreglar. – me contestó sin dejar de sonreír. – Así que o te arrodillas ahora mismo y me comes el coño o te vas a dar la vara a otro sitio y tendré para el almuerzo a tu hija aquí.

- ¿También la chantajeas? – pregunté.

- Realmente no tienes ni idea de quien es tu hija, ¿verdad? – preguntó ella, avanzando hacia mí igual que su hija había hecho ayer.

- La conozco bien. – contesté. Aunque eso no era del todo cierto tras las revelaciones del día anterior.

- Seguro que sí. – dijo riendo al tiempo que miraba su reloj. – Mira, tengo que marcharme dentro de quince minutos y mi hija dice que eres una lamecoños decente. Creo que es un buen momento de saber si su evaluación es correcta.

- ¡Estás enferma! – dije retrocediendo y girándome para salir.

Ella me sujetó de una mano haciendo que me volviese, de nuevo, hacia ella.

- ¡De rodillas, perra!

Desafiante, le mantuve la mirada aunque mis rodillas temblaban.

- Tienes dos opciones. Obedecer como una buena mascota o sacar toda esta mierda a la luz. Tú decides. – dijo ella con frialdad.

Tras unos instantes de indecisión por mi parte, ella apoyó sus manos sobre mis hombros y me obligó a arrodillarme. Se despojó de sus pantalones cortos y sus bragas mientras yo la observaba abrumada por un sentimiento de vergüenza, incapaz de levantarme.

- Ahora acércate y lámeme tal y como le encanta hacer a tu hija. – me ordenó.

Clavé mi mirada en ella cuando mencionó a mi hija. Pero no en sus ojos… sino en su depilado sexo. De repente sentí una imperiosa necesidad de obedecer.

- Si lo hago, ¿dejarás en paz a mi hija? – pregunté.

- Si ella así lo quiere.

- ¿Y controlarás a tu hija? – agregué.

- Me aseguraré de que ella mantenga tu secreto y el de Christina a salvo. – afirmó ella.

- Promételo. – le rogué.

- Sí, lo prometo. Pero siempre y cuando tú también te conviertas sin condiciones en mi mascota. – puntualizó ella.

Mis mejillas ardían, rojas de vergüenza. Pero estaba dispuesta a sacrificarme por mi hija.

- Está bien. – dije aceptando sus condiciones.

- Bien. – dijo ella sonriendo. – Pues a lamer, mi mascota.

Vacilé. Había ido allí para tratar de defenderme y, sin embargo, ahora me encontraba de nuevo arrodillada, de nuevo mirando fijamente un coño y, de nuevo, salivando de gusto.

- Vamos, mi mascota. Las dos sabemos que lo estás deseando. – ronroneó.

Mi fortaleza despareció y me incliné hacia delante para saborearla.

Apenas me había inclinado cuando ella sujetó la parte posterior de mi cabeza y me condujo hacia su coño. Empecé a lamer. Su olor era más fuerte que el de Tamara, pero su sabor era menos amargo. Curiosamente, cuanto más lamía más natural me parecía el estar arrodillada. Mi mente desconectó y sólo se centró en una tarea… conseguir que se corriese.

Lamí y saboreé aquel coño durante unos minutos. Ella estaba a punto de llegar cuando oí, de pronto, otra voz.

- ¿Pero qué…?

- No pasa nada, Eleanor. – dijo Miranda. – Solo estoy disciplinando a mi nueva mascota.

- Ooo… bien… - tartamudeó la voz.

Traté de ver quien era la intrusa, pero Miranda sujetó con fuerza mi cabeza manteniéndola en su lugar.

- Sigue lamiendo, puta. – me ordenó antes de explicarme. – Eleanor es sólo otra de mis muchas mascotas.

Obedecí pese a la curiosidad de saber quién era Eleanor y qué aspecto tenía. ¿Habría alguien más que conociese mi secreto?

Un par de minutos más tarde descubrí que Miranda era toda una fuente, ya que mi cara se cubrió de flujos cuando su orgasmo la golpeó.  Mientras se corría, sostuvo con fuerza mi cabeza contra su sexo, así que tragué la mayor cantidad de fluidos que pude.

Finalmente, me soltó.

- Tamara está en lo cierto. – me dijo. – Eres una lamecoños nata.

- ¿Dejarás a Christina en paz? – pregunté aun arrodillada y con mi cara cubierta de sus jugos.

- Si eso es lo que ella quiere. – asintió.

- ¿Y tu hija va a dejarnos en paz? – continué preguntando, con la esperanza de que esta horrible y loca experiencia estuviese llegando a su fin.

- Una vez más, sí si eso es lo que ella desea… - dijo haciendo una pausa  - y lo que tu quieres.

- Es lo que quiero. – contesté.

- Estoy segura de que piensas eso. – dijo sonriendo mientras tomaba sus bragas y se las ponía. – Pero recuerda que, sin importar lo que decida Christina, tú sigues siendo mi coño.

Hice una mueca de desagrado al oír la palabra “coño”.

- ¿No podemos hacer un trato? – pregunté.

- Lo hemos acabado de hacer. – dijo. – Ahora sal de mi casa, tengo que prepararme.

Avergonzada y caliente, me marché de su casa más confundida y frustrada que cuando llegué.

Esa noche, una vez más, traté de hablar con Christina, pero no podía ni siquiera imaginar como abordar el tema. En vez de eso, recé para que mi entrega a Miranda acabase con esta situación. También esa noche le di vueltas a quien podría ser Eleanor… y también recé para que no hubiese visto mi cara, que sólo hubiese visto mi cabeza enterrada en el coño de Miranda.

*****

La mañana siguiente me quedé dormida hasta tarde, Gordon y Christina habían salido temprano, y sólo me desperté cuando oí el timbre de la puerta. Al principio no hice caso, pero éste seguía sonando insistente una y otra vez. Molesta, me puse la bata y bajé hacia la puerta dispuesta a morder a quien fuese el que estuviese llamando.

Cuando abrí la puerta me encontré con Sylvia, una de las mejores amigas de Christina. Al verme, ella sonrió.

- ¿La he despertado, Sra. Wilson?

Le devolví la sonrisa. Sylvia era la amiga de Christina que más me agradaba.

- Sí, pero probablemente ya iba siendo hora de levantarse.

- Dejé mi libro de mates en la habitación de Christina hace unos días, ¿puedo subir a buscarlo? – me preguntó dulcemente.

- ¡Claro! – dije asintiendo con la cabeza dejándola entrar en casa.

La joven subió a la habitación de mi hija mientras yo me dirigía a la cocina a prepararme una taza de café bien cargado, que falta me hacía.

Un par de minutos después, Sylvia me llamó.

- Sra. Wilson, ¿puede subir un momento?

Sin pensar en el motivo de su llamada, subí a la habitación de Christina y solté un ahogado grito cuando vi a la amiga de mi hija, completamente desnuda, llevando un arnés unido a un consolador.

- ¿Qué es lo que estás haciendo, Sylvia?

- Jugar con mi regalo de cumpleaños. – respondió ella acercándose a mí.

- ¿Cómo? – le pregunté. A pesar de que la había escuchado con claridad me negaba a creer que esto me estuviese sucediendo de nuevo, especialmente con alguien tan dulce como Sylvia.

- Tamara me dijo que tú serías mi regalo cuando cumpliese los dieciocho. – dijo inclinándose  sobre mí, aun desconcertada, y dándome un beso.

Sus labios eran suaves y, sin pensar en lo que hacía, le devolví el beso… un momento mucho más íntimo y placentero que el libertinaje y la humillación sufrida en los últimos días.

- ¿Qué es lo que te ha contado Tamara? – le pregunté incrédula cuando ella rompió el beso.

- Tan sólo que tú eres su esclava y que harás sin vacilar todo lo que te pida. – respondió ella, desanudando la cinta de mi bata.

- Pero eres la mejor amiga de mi hija… - respondí.

- Fuiste mi primer amor, Sra. Wilson. – dijo terminando de abrir mi bata.

Sus palabras me sorprendieron e hicieron que me sonrojase. Mi marido daba por hecho de que ya me tenía y escuchar que alguien me encontraba atractiva me hizo sentir bien. Mientras ella acercaba su boca a mi pecho, protesté débilmente.

- No deberíamos hacer esto…

- No puedo rechazar un regalo tan hermoso. – contestó mientras mordía mi pezón. Gemí.

- Pero… pero esto está mal…

- ¿Lo está? – preguntó moviéndose hacia mi otro pecho.

- Síííí… -logré contestar mientras su cálido aliento me derretía.

- Siempre he deseado que llegase este momento, Sra. Wilson. – dijo tomándome de la mano y guiándome hacia la cama. Yo la seguí como una chiquilla enamorada, sintiéndome bien al ser amada, incluso aunque una parte de mí gritaba que todo esto estaba mal.

- Chúpame la polla, Sra. Wilson. – me ordenó una vez estuvimos las dos en la cama.

El ciclo de aturdida confusión e innegable calentura volvió a invadirme cuando obedecí sin dudar su orden, abriendo ansiosamente mi boca y tomando allí mismo, en la cama de mi hija, aquella polla de plástico.

Ella me sujetó del pelo y me guió mientras yo no dejaba de mirarla, excitada y deseando que me follase… con mi coño chorreando de deseo.

Esta vez mi deseo parecía que iba a convertirse en realidad.

- A cuatro patas. – me ordenó un par de minutos más tarde.

- Sí, Ama. – contesté sin pensar antes de percatarme de mi error.

- Ama… me gusta como suena. – ronroneó la joven mientras se situaba detrás de mí y deslizaba su juguete de plástico dentro de mi necesitado coño.

- ¡Oh, sí…! – gemí cuando empezó a follarme… Mi sentido de la moralidad se apagó por completo cuando comencé a disfrutar siendo follada por la mejor amiga de mi hija.

- Eres muy sexy,  Sra. Wilson. – dijo Sylvia sujetando mis caderas y comenzando a moverse con fuerza.

 Sus palabras me halagaban y, al mismo tiempo que las decía, me follaba con fuerza pero yo no conseguía correrme. Frustrada, dándome cuenta de qué era lo que necesitaba, comencé a suplicarle aplicándome términos despectivos a mí misma.

- ¡Fóllate a tu puta! ¡Hazme tu perra, Ama! - Ella no entendió lo que le pedía, así que continué explicándole. – Insúltame, Ama. Trátame como la puta que soy…

Mi deseo fue esta vez obvio.

- Fóllate a ti misma como la puta que eres. – me ordenó dejando de moverse.

- Sí, Ama. – dije obedeciendo de inmediato, moviéndome y rebotando sobre su polla lo que creo un nuevo estímulo.

Ella continuó hablándome mal.

- Eso es, asquerosa puta lesbiana… Fóllate como la puta que eres… ¡Me encanta jugar con mi propia MILF!

Mi orgasmo se acercaba, así que moví mis caderas hacia atrás tomando toda aquella polla en mi interior, deseando que fuese aún más grande.

- ¡Vamos, córrete! – dijo entonces ella. - ¡Córrete asquerosa mami-puta! ¡Córrete sobre la polla de la mejor amiga de tu hija y en su propia cama!

No pude explicarme el por qué la mención a mi hija provocó que mi orgasmo se disparase y me golpease en ese instante.

- ¡Joooooooder… Síííí…!

Una vez me hube corrido, Sylvia se retiró de mí, tomó la almohada de Christina y la froto arriba y abajo sobre mi chorreante coño. Débilmente, protesté.

- Nooo…

- No te atrevas a cambiar la funda de esta almohada y lavarla. – me ordenó con una pícara sonrisa.

- Está bien. – acepté a regañadientes, de nuevo abrumada, pero esta vez enamorada, por mi Ama.

Luego, la joven se despojó del arnés y, empujándome de espaldas sobre la cama, se colocó a horcajadas sobre mí.

- Ahora cómemelo, puta.

No dudé en hacerlo en esta ocasión, aunque a diferencia de mis primeros dos coños, éste no estaba rasurado. Su esencia parecía estar aprisionada en aquel vello púbico, una esencia que me atrajo hacia ella. Aunque fue difícil hallar el camino hacia su coño a través del vello, una vez que lo hice, comencé a lamer con avidez.

- Así… - gimió la muchacha. – Cómemelo igual que esta mañana hizo tu hija.

Mi mente de nuevo comenzó a dar vueltas ante la idea de que, no sólo Christina y Sylvia habían mantenido relaciones sexuales hoy, sino que yo también estaba lamiendo el mismo coño que mi hija ya se había comido esta mañana… parecía casi como si se tratase de incesto. Sin embargo, de alguna manera, también me excitó saber que mi hija y yo compartíamos un tabú secreto.

- ¿Esto te gusta, verdad? – me preguntó entre gemidos.

- ¿El qué? – pregunté yo entre lametones.

- El saber que Christina y tú sois dos putas sumisas.

- No. – le contesté. Aunque ya no estaba para nada segura de mis pensamientos, de ninguna manera iba a admitirlo abiertamente.

Sylvia se retiró alejando su coño de mi cara y yo intenté inclinarme para continuar lamiendo. Mi hambre por satisfacerla era la única cosa que ocupaba mi mente. Ella puso la mano sobre mi cara alejándome de su sexo.

- No más coño hasta que me digas la verdad.

Su sexo estaba tan cerca… y de repente era inalcanzable. Admití lo que estaba ya claro.

- Sí, me gusta que Christina y yo seamos unas putas.

- Lesbianas. – añadió ella.

- Sí, putas lesbianas. – puntualice para que me permitiese continuar.

Ella nuevamente acercó su coño a mi cara.

- Gracias. – contesté absurdamente antes de continuar lamiendo.

- Eres una puta sumisa incluso mayor que tu hija. – dijo riendo mientras comenzaba a frotar su coño contra mi rostro.

Lamí y chupé lo mejor que pude, y en poco menos de un minuto sentí sus jugos deslizarse sobre mis labios. Seguí lamiendo hasta que ella, finalmente, se apartó.

- Mierda, no me puedo creer que Tamara también te posea.

- ¿También te tiene a ti? – pregunté mirándola a los ojos. Ella me sonrió.

- Eso es algo que tendrás que descubrir. – e inclinándose sobre mí me besó.  – Espero que podamos repetir más adelante. – dijo rompiendo el beso.

- Yo también. – dije devolviéndole la sonrisa, perdidamente enamorada de ella.

Sylvia se vistió y se marchó, dejándome allí preguntándome cuan profundo era ese sentimiento lésbico.

Fue después de la cena cuando recibí un mensaje de Christina diciéndome que estaba de fiesta con Sylvia celebrando su cumpleaños. “¿Qué otra cosa podrían probablemente estar celebrando?”, me pregunté. Irónicamente, sentí una punzada de celos al no estar allí con ellas.

Definitivamente debía hablar ya con Christina de todo esto pero, sin embargo, no sabía que decir.

*****

Si las cosas no estaban ya suficientemente descontroladas, pronto las cosas fueron a peor a medida que más y más personas entraron a formar parte del juego de retorcido sexo lésbico en el que tanto mi hija como yo actuábamos como sumisas.

A la mañana siguiente, recibí una llamada telefónica de Bertha, un miembro de mi Iglesia, pidiéndome que acudiese de inmediato a su casa para un asunto bastante urgente. Aunque una parte de mí se preocupó ante la idea de que ella conociese algo de mi secreto o del de Christina, me tranquilicé pensando que Bertha exageraba, como hacía siempre.

Llegué a su casa y me sorprendió encontrarla aún en bata y zapatillas. Inmediatamente me pregunté si iba a usarme tal y como habían hecho las otras. Cortésmente me preguntó que si me apetecía café.

- No, gracias. – contesté. – Tengo otros compromisos esta mañana.

- Bueno, quizás tengas que cambiarlos. – respondió Bertha, siempre dada al dramatismo.

- ¿Qué es lo que sucede? – pregunté, algo preocupada por si se trataba de algo relacionado con mi hija y rezando para que no lo fuese.

- Sígueme. – dijo.

Se dirigió a la cocina y yo la seguí. Cogió su teléfono y me lo entregó.

- Esto es un e-mail que recibí ayer noche.

Como asunto llevaba “Una nueva forma de adorar”. Mi estómago dio un vuelco al asumir que era otra imagen de mi hija.

De mala gana abrí el mensaje y de nuevo me encontré mirando una foto de mi hija en una situación comprometida… esta vez parecía haber sucedido en el estudio de la Biblia de la semana pasada. Reconocí a la chica que estaba encima de Christina como Rebecca, la hija del Predicador. Justo cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor, ahí estaba la hija del Predicador con mi hija cometiendo el pecado definitivo.

- ¿Quién te ha enviado esto? – pregunté.

- No tengo ni idea. – contestó encogiéndose de hombros y tomando de nuevo su teléfono se sentó en una silla tras su mesa de cocina. – Pero he recibido varios correos más de esa persona anónima.

- ¿Y qué dicen? – pregunté con un suspiro sintiendo ya las nefastas consecuencias de su tono.

- Que harías todo lo posible por mantener todo esto en secreto. – contestó.

- Tú también no. – dije al darme cuenta de lo que insinuaba.

- Mira. – dijo ella mirándome incómoda por la situación que se planteaba. – También existen imágenes muy comprometedoras de mi hija.

- Deja que las vea. – exigí.

Ella lanzó un suspiro, tecleó en su teléfono y me lo tendió.

Me quedé mirando la foto de su hija, sosteniendo dos pollas en sus manos y el rostro cubierto de semen.

- Por lo menos a tu hija le gustan los chicos. – bromeé.

- Me alegra de que te lo tomes a broma. – me espetó.

Me disculpé.

- Lo siento. Es tan solo que estos últimos días han sido una verdadera locura.

- El chantajista promete que esta foto y la de tu hija no saldrán a la luz siempre y cuando haga una cosa. – continuó diciendo.

- ¿El qué? – pregunté esperando ya algo humillante.

- Qué te haga mi puta. – reveló.

- ¡No puedes estar hablando en serio! – dije quedándome sin aliento. Oírla decir “puta” era algo casi tan sorprendente como todo lo que había visto y me había sucedido hasta ahora.

- ¡Bajo la mesa, Jane! – me ordenó.

- ¡No puedes estar hablando en serio! – protesté.

- Me han dicho que eres realmente buena en eso, así que vas a hacer lo que te mande. – continuó diciendo.

En ese instante mi teléfono vibró indicándome que había entrado un mensaje.

Hice clic en él esperando lo peor. Otra foto de mi hija siendo humillada con el título “Tu hija en el instituto”.

En ella mi hija besaba la pierna de alguien en el vestuario femenino mientras otra chica observaba desde atrás.

- ¡Mierda! – maldije.

- ¿Qué? – me preguntó ella.

- Esto se está descontrolando. – dije con rabia.

- Mucho más que eso. – dijo ella de acuerdo conmigo.

Otro mensaje de texto entró en ese momento.

“Obedece, Bertha, o tu hija sufrirá las consecuencias”.

- ¿Y qué se supone que tengo que hacer por ti? – pregunté frustrada.

- Cómemelo. – contestó ella.

- Digamos que lo hice y dejémoslo así. – dije sin saber si Tamara podría llegar a enterarse o no.

- No puedo - dijo ella.

- ¿Por qué?

- Se supone que tengo que llamar a un número cuando empieces para que el chantajista pueda escuchar.

- ¡Joder! – maldije sin estar segura de como poder lidiar con eso.

- Voy a llamar. Ella dijo que si no lo hacía antes de las once, enviaría la foto de mi hija a todo el instituto. – dijo claramente petrificada por el miedo.

En ese momento sonó mi teléfono. Era un número privado y asumí que se trataba de Tamara.

- ¿Qué? – respondí.

- ¿Esa es la manera de hablar con tu Ama? – me preguntó Tamara.

- Esto tiene que acabar. – dije con firmeza.

- Como ya te he dicho con anterioridad, puta estúpida, esto apenas ha empezado. – respondió con su habitual tono firme y condescendiente.

- Por favor. – rogué. – No puedo seguir haciendo esto.

- ¿Qué? ¿Comer coños? – me preguntó burlona. – No estoy de acuerdo con eso. Eres una comecoños nata y es mi obligación ayudarte a que disfrutes de ello.

- Pero… - empecé a protestar.

- ¡Cállate, puta! – me interrumpió. – Yo soy el Ama y tu mi sumisa. Por tu desobediencia serás castigada. Ahora te comerás el coño de esa perra de la iglesia y dejarás el móvil descolgado para que pueda escuchar.

- Por favor… - rogué desesperadamente.

- Ahora tu hijita también será castigada. – dijo interrumpiéndome de nuevo. - ¿Acaso eres demasiado estúpida para entender cómo funciona esto?

Derrotada, a regañadientes, me arrodillé y me metí bajo la mesa comenzando a lamer a Bertha. Su coño estaba sorprendentemente mojado y gimió al contacto.

Lamí rápidamente, mortificada por lo que estaba haciendo de nuevo y, también, mortificada por la humedad en mis bragas. ¿Por qué obedecer siempre acababa excitándome? ¿Por qué siempre me mojaba cuando me comía un coño? ¿Por qué estaba Tamara tan decidida a humillarme? Esas y muchas otras preguntas rebotaban en el interior de mi mente mientras seguía lamiendo el sexo de Bertha.

Por suerte, no transcurrió demasiado tiempo hasta que conseguí que se corriese y, en tan solo un par de minutos, lo hizo. A diferencia de los anteriores coños que comí, éste apenas goteó. No hubiese podido decir que se había corrido si no fuese porque gritó, entre gemidos, un sonoro “Me voy”.

- ¿Ya estás contenta? Ya me comí el coño de Bertha como usted me había ordenado. – Le dije a Tamara saliendo a rastras de debajo de la mesa.

- M… m… mamá… ¿eres tú? – oí preguntar a una voz. Era Christina. Lancé un grito ahogado.

- ¿Christina?

- ¿Mamá?

- Tenemos que hablar. – dije.

- Estaré en casa después del instituto. – contestó claramente trastornada.

- Yo también.

- Y mamá… - comenzó a decir mi hija.

- ¿Sí? – pregunté herida por la forma en que lo había descubierto todo.

- Estoy tan, tan, tan apenada… - dijo ella, obviamente llorando.

- Está bien, cariño. Hablaremos de ello cuando lleguemos a casa. – dije intentando consolarla.

- Todo esto está pasando por mi culpa… - siguió diciendo entre lágrimas.

- Está bien. – continué consolándola. – Todo saldrá bien.

Colgué y miré a Bertha, que aún se recuperaba de su orgasmo.

- Tenemos que poner fin a esto.

- Estoy de acuerdo. – asintió ella.

- Estaremos en contacto. – le dije antes de salir de su casa decidida a poner fin a esto de una vez por todas.

Llegué a casa sobre las tres, una media hora antes de lo que Christina normalmente solía llegar a casa, sólo para sufrir otro momento impactante. Vi el coche de Christina en el camino de entrada a casa y decidí acercarme con sigilo. Cuando me acerqué lo suficiente a casa, escuché a mi hija gimiendo.

- Sí, Ama, fóllese mi culo y luego haga que mi mami le chupe la polla cuando llegue a casa.

Me quedé helada.

- ¿Y deseas convertir a tu madre en tu juguete sexual personal? – oí preguntar a Tamara.

- ¡Dios, sí! – gimió Christina. – Haré todo lo que me pidas.

No podía creer lo que acababa de oír. ¡Mi hija había admitido que deseaba convertirme en su sumisa!

- No. Quiero saber si tú quieres que la puta de tu madre se convierta en tu juguete sexual personal. – dijo Tamara.

- Sííí…- respondió Christina. - ¡Quiero mi propia mamá-mascota!

- Ven aquí, puta. – Tamara me ordenó.

Al principio no me moví de mi sitio, avergonzada de haber sido sorprendida espiando, finalmente me decidí a entrar.

- Tamara, vete ya. – dije antes de entrar para no ver a mi hija, presumiblemente en el sofá, siendo sodomizada.

- ¡Mamá! – gritó sorprendida Christina tratando de cubrirse, pero Tamara continuó aferrando con fuerza sus caderas sin dejar de follársela.

- ¡Desnúdate, puta! – me ordenó tajantemente Tamara al tiempo que continuaron los gemidos de Christina.

- Por favor, márchate, necesito hablar con mi hija. – le rogué.

- ¡Ahora, puta! – gritó Tamara.

Una vez más mi coño humedeció mis bragas como consecuencia de su tono autoritario y, de nuevo, obedecí.

- ¿Cuánto te gusta que te dé por culo, puta? – le preguntó Tamara a mi hija.

Christina me miró antes de responder.

- Me encanta, Ama.

- Y deseas realmente poseer una Mami-puta, ¿verdad? – preguntó Tamara de nuevo, pero esta vez estando yo presente.

- Sí. – contestó Christina.

- Sí qué. – cuestionó Tamara.

- Sí, quiero que mi madre se convierta en mi juguete sexual personal. – admitió Christina.

- Pues inspecciona a tu nueva mascota. – le ordenó Tamara a mi hija sacando el consolador de su culo.

Tamara se acercó a mí y empujándome con fuerza logró que me arrodillase para, luego, meterme en la boca el consolador con el que momentos antes se follaba el culo de mi hija.  Me sentí terriblemente avergonzada, pero también, por el contrario, sentí un gran placer… Placer que parecía que solo podía conseguir a través de la obediencia.

Después de unos instantes, Tamara sacó el dildo de mi boca.

- Inclínate sobre la mesa, madre. – me ordenó Christina.

- Cielo… - empecé a protestar.

- ¡Ahora, puta! – me exigió Christina con una autoridad que me sorprendió.

Obedecí y una lágrima comenzó a deslizarse por mi mejilla mientras Christina se colocaba detrás de mí y comenzaba a manipular mi culo.

- ¡Qué culito tan estrechito, mami! – ronroneó Christina en un tono de voz que nunca le había oído.

- Sí, lo guardé para ti, mi putita. Sé cuánto te gusta dar por culo. Imaginé que deberías ser la primera en tomar la “virginidad” de tu madre. – dijo Tamara.

- ¡Gracias! – respondió mi hija como si acabase de recibir el mejor regalo del mundo.

- Es lo menos que puedo hacer por mi putita obediente. – dijo Tamara mientras mi hija empujaba uno de sus dedos en mi culo.

- ¡Ohhh…! – gemí tanto por la sorpresa como por la ligera sensación de quemadura.

- ¿Alguna vez has tenido una polla en el culo, madre? – preguntó Christina.

- ¿Qué? ¡No! – contesté.

- ¿Quieres una? – volvió a preguntar con una sonrisa taimada.

- ¡Christina! ¿Cómo puedes siquiera hacerme una pregunta así? – dije tratando de mantenerme digna, cosa que era imposible en la incómoda situación en la que me encontraba. Recé para que Christina solamente estuviese haciendo esto obligada por Tamara.

- Porque somos iguales. – contestó mi hija.

- ¿Quééé…? – intenté preguntar mientras su dedo penetraba más profundamente en mi culo.

- Ambas somos unas putas sumisas. – continuó diciendo Christina. – Y las putas permitimos que nuestros todos sus orificios sean usados para el placer de los demás.

- Y disciplina. – agregó Tamara.

- Sí, por supuesto. – rio Christina como una tonta colegiala.

- Christina… todo esto está mal. Todo lo que he hecho ha sido con la intención de protegerte. – protesté, aunque seguí permitiendo que su dedo permaneciera en mi culo.

- ¿Te pedí que me protegieses?

- No, pero es lo que hace una madre. – le señalé.

- Ay, mami. – dijo con un suspiro. – Realmente no lo entiendes, ¿verdad?

- ¿Entender qué? – pregunté desconcertada a partes iguales por la situación y la conversación.

Ella sacó el dedo de mi interior.

- Mamá, todo esto era parte del plan.

- ¿Qué plan? – pregunté aún más confundida.

- Sígueme a mi cuarto.

- ¡No!, me lo explicas aquí. – exigí.

- ¡Haz lo que te digo de una jodida vez! – me gritó Christina agarrándome del pelo.

Asustada, la seguí hasta su habitación. Mientras Tamara se tendía en la cama, Christina se recogía el pelo en una cola de caballo.

- Lo sucedido en estos últimos días ha sido orquestado por mí. – dijo finalmente mi hija.

- ¿Qué? – atiné a preguntar, sintiéndome como si estuviese dentro de una de esas pelis de Bugs Bunny donde el personaje recibe un sartenazo en la cabeza.

- Quería convertirte en mi puta, pero antes debía comprobar tu grado de sumisión. – continuó diciendo mi hija mientras agarraba un consolador doble aumentando aún más si cabe mi confusión.

- ¿Planeaste tú esto? – pregunté a pesar de que la respuesta era obvia.

- Sí, un día que le estaba haciendo una comida de coño a Sarah, ¡Dios, qué delicioso lo tiene!, me pregunté si a ti también te gustaría su sabor. Ese pensamiento puso en marcha un complejo plan que ha llegado a su plenitud en este preciso momento. – dijo al tiempo que lubricaba una de las cabezas del doble dildo y yo me percataba de la finalidad de aquel doble consolador. Planeaba sodomizar a su madre.

- ¿T… tú… tú planeaste todo esto? – dije tartamudeando, repitiéndomelo a mí misma al tiempo que sentía como la humedad de mi sexo resbalaba por mis muslos.

- Sí, ahora vas a ser mi obediente mami-puta. – dijo Christina haciendo que me inclinase sobre la mesita de su habitación.

Antes de que pudiese responder, se inclinó hacia delante y deslizó el doble consolador en mi coño y en mi culo.

- ¡Oh, Dios, noooo…! – dije entre gemidos mientras notaba como mi culo se dilataba de forma poco natural.

- No te preocupes, mami, después del dolor siempre llega el placer. – ronroneó mientras se pegaba a mí y tiraba de mis pezones.

Su cuerpo sobre el mío, sus manos en mis pezones y las dos pollas en mi interior estaban consiguiendo que mi mente se hiciese papilla. No dije nada, no protesté. Solo trataba de lidiar con el dolor en mi culo que contrastaba con el placer en mi coño.

- Creo que le gusta que le den por culo. – bromeó Tamara.

- De tal hija, tal madre. – Añadió Christina mientras continuaba follándome lentamente.

Desafortunadamente, ambas tenían razón. Poco a poco el dolor se disipó y de repente me encontré suplicándole más.

- ¡Más fuerte, nenita! ¡Fóllate el culo de mami más fuerte!

- ¿Nenita? Supongo que querrás decir Ama. – corrigió Christina.

- S… sí… sí… Ama. – asentí entusiasmada. Cautivada por la sensación de sumisión a mi propia hija y el placer que la acompañaba, estaba dispuesta a llamarla como ella quisiese.

- Bien, puta. – ronroneó y, accediendo a mi petición, comenzó a follarme en serio, su cuerpo golpeando el mío con cada embestida al tiempo que yo seguía suplicando más.

- ¡Oh, sí…! ¡Joder…! ¡Qué bueno, nenita! ¡Ama! ¡Joder, mierda…! ¡Qué bueno…! ¡Dios, a mami le encanta…! ¡Fóllame, fóllame, fóllame…! – balbuceé como una lujuriosa y caliente perra en celo.

Tras ser follada con fuerza durante unos minutos, Christina volvió a sorprenderme.

- Puta, ven a lamer el coño de mi madre.

- Sí, Ama. – respondió sumisa Tamara.

¡No podía dar crédito a que mi propia hija fuese la que hubiese liderado todo esto…! Sin embargo ahora, en retrospectiva, tenía mucho sentido. Ella es demasiado inteligente como para permitir que la fotografiasen o grabasen en situaciones comprometedoras.

Vi como Tamara se arrastraba bajo la mesita y pronto el triple placer que sentía, los dos consoladores en mi culo y coño además de las manos de mi hija en mis pezones, se transformó en un cuádruple placer cuando Tamara comenzó a chupar mi clítoris. Toda esta atención especial hizo que mi cuerpo comenzase a temblar y, en menos de un minuto, comencé a gritar.

- ¡Jodeeeeerr… me voyyyyyyy….!

Christina no dejó de embestir mis dos orificios mientras tamara, ansiosamente, lamía todos mis fluidos.

Finalmente, con mi cuerpo hecho gelatina, Christina se retiró y se despojó del arnés con los consoladores.

- Mami, ven aquí y haz que tu Ama se corra.

No dudé ni un instante. Quise darle el mismo placer que ella me había dado. Quería saborearla… obedecerla… entregarme incondicionalmente a ella… Me acerqué a mi hija y enterré mi cara en su sexo, comenzando a lamer con avidez.

Feliz de haber adquirido recientemente un poco de experiencia lamiendo coños, preguntándome si eso también había formado parte de su plan, me dediqué a lamer con un hambre insaciable, como jamás había sentido antes. Exploré cada centímetro de su sexo, saboreé cada gota de humedad como si fuese un manjar celestial y pronto conseguí que su respiración se acelerase.

- Hmmmm… a mami le gusta comerme el coño, ¿verdad? – preguntó Christina.

- Con locura, Ama. – admití, dándome cuenta de que la vergüenza había dejado de estar presente en el repertorio de mis emociones.

- Bien, porque tus tres orificios son a partir de ahora de mi propiedad. – agregó agarrando mi cabeza al tiempo que comenzaba a restregar su coño contra mi cara.

Quise preguntarle acerca de su padre, pero me era imposible ya que trataba de respirar mientras ella usaba mi cara para darse placer. Poco después se corrió y yo lamí ansiosamente la mayor parte del jugo que fluía de su coño, sabiendo que me arrodillaría ante ella sin dudarlo en cuanto me lo pidiese. Finalmente, soltó mi cabeza y, con una sonrisa, se dirigió a mí.

- Creo que papá está a punto de llegar. Deberías asearte, hueles a sexo.

- ¿Qué pasará con tu padre? – le pregunté, abandonando ya todo deseo de luchar contra mi sumisión hacia ella.

- Oh, tengo planes para él. – contestó misteriosa.

- Por supuesto que lo tienes. – dije poniéndome en pie.

Salí de su habitación con la cabeza dándome vueltas pero, extrañamente, con una sensación de tranquilidad. Ya no sería nunca más chantajeada, aunque en realidad nunca lo había estado. Y aunque debería sentirme furiosa con Christina por todo lo sucedido me sentía, finalmente, sexualmente liberada… liberada por primera vez en mi vida.

*****

  

Tres semanas más tarde, tras comerle el coño infinidad de veces y tras usar ella mi culo otras tantas, por fin Christina decidió hacer frente a Gordon. Al parecer, mi marido llevaba engañándome con su secretaria, mucho más joven que él, desde hacía más de un año y Christina se aseguró de vengarse de ambos. Primero, Tamara se encargó de seducir y dominar a la perra.

La zorra admitió que Gordon le pagaba un extra de quinientas libras al mes por chuparle la polla y dejarse follar con regularidad.

También nos informó que, en ocasiones, acudía a un lugar llamado “Steamworks”, conocido por ser un club gay.

Brevemente me sentí menospreciada. ¿Acaso no era lo suficientemente buena para él que tenía que pagar a su secretaria e ir a clubs gay? Sin embargo, Christina me recordó que mi verdadera vocación era la de ser una comecoños y que, quizás, la de su padre fuese la de ser un chupapollas.

El plan que había trazado para Gordon era casi tan retorcido como el que uso conmigo. Simplemente decidió follarme con sus consoladores en mi cama de matrimonio mientras él, en el salón, veía los deportes y luego atraerlo al dormitorio con el delator sonido de nuestros jadeos sexuales.

Al oír el alboroto, Gordon subió a la habitación para encontrarse a su hija jodiendo a su esposa.

- ¿Qué demonios…? – balbuceó.

 - ¿Cuánto tiempo llevas tirándote a tu secretaria? – le espetó de golpe Christina.

- ¿C… c… cómo? – tartamudeó él, claramente sorprendido tanto por lo que estaba presenciando como por haber sido descubierta su infidelidad.

- ¡Qué cuánto tiempo llevas tirándote a esa guarra! – le solté ahora yo, mientras Christina no dejaba de follarme y su padre, mi marido, seguía observándonos.

- ¿Cuánto hace que eres un chupapollas? – añadió ahora Christina.

- ¿Qué? Yo… um… ¿qué estáis haciendo las dos? – preguntó finalmente tratando de cambiar de tema.

- Me estoy tirando a mamá. – contestó Christina. – Algo que, aparentemente, tú no haces bien.

- ¡Christina! – exclamó él sorprendido ante como le estaba tratando su hija.

- Tiene razón. – gemí sin dejar de moverme sobre el consolador. – Nuestra hija folla mucho mejor que tú.

- Jane… ¡Esto es incesto! – señaló.

- Y tú me empujaste a esto al engañarme con la zorra de tu secretaria y al dedicarte a chupar pollas. – le contesté yo.

- ¡Desnúdate! – le ordenó Christina.

- Christina… - intentó protestar él.

- ¡Ahora, chupapollas! – gritó mi hija.

Sorprendido, obedeció tal y como yo había hecho con anterioridad. Sorprendentemente, su patética polla estaba dura cuando terminó de desvestirse.

- Vamos a ver lo bueno que eres chupando pollas. – dijo Christina sacando el consolador de mi coño. Acercándose hacia él, lo tiró al suelo y le metió el dildo en la boca.

Él chupó y yo no pude dejar de reír mientras lo hacía. No voy a aburriros con detalles, pero después de humillarlo verbalmente, Christina le dio por culo y logró que admitiese que le iban más los hombres que las mujeres. Pagaba a su secretaria para que fuese su puta en un intento de convencerse a sí mismo de que no era gay, pero la realidad era que le gustaba mucho más chupar pollas que joder coños, algo parecido a lo que había descubierto yo, que me gustaba más comer coños que follar con tíos. Al final, acordamos una separación amistosa y, al final de ese verano, nos divorciamos.

En los meses siguientes, Christina se dedicó a probar mi grado de obediencia. En una de esas ocasiones me llevó a un club de lesbianas llamado “Le Chateau” donde fui subastada a una hermosa pareja de lesbianas.

Aunque me sentí en un principio avergonzada por haber sido alquilada como si fuese una prostituta, aquella acabó siendo una de las noches más satisfactorias, tanto sexual como románticamente, de mi vida… ya que no me follaron, sino que me hicieron el amor.

En ese tiempo pensé que ya nada podría sorprenderme más, pero Christina encontró la manera de hacerlo.

Llegué a casa el día antes de su graduación, cargada con toda la comida para la fiesta que le estaba preparando a ella y a sus amigas cuando al entrar al salón oí a Christina hablar.

- ¿Te gusta esto, puta?

- ¿A quién te estás tirando en mi lugar? – le pregunté mientras doblaba la esquina del corredor.

Cuando la vi, me quedé petrificada.

- ¿M… m… m… mamá? – pregunté tartamudeando.

- Ya sabes que la abuela siempre me trae golosinas. – dijo Christina despegando su cara de entre las piernas de su abuela.

- Sí. – atiné a decir asintiendo anonadada con la cabeza mientras observaba a mi madre desnuda con su nieta entre las piernas.

- Bueno, pues he pensado que me gustaría probar otro tipo de golosina. – me dijo con una sonrisa.

- Y no es de las que aceptan un no por respuesta. – agregó mi madre.

- Te creo. – contesté finalmente riendo.

- Ven y únete a nosotras, mamá. – sugirió Christina antes de volver a centrar su atención en el coño de su abuela.

Durante las siguientes dos horas, nos lamimos y follamos entre nosotras, acabando en una rueda donde cada una comía el coño de la que tenía delante mientras al tiempo que con sus dedos hurgaba en su culo. Fue un acto dulce e íntimo, diferente a la mayoría de mis encuentros con Christina, en los cuales ella era claramente la que mandaba.

No fue, por el contrario, un encuentro tan dulce e íntimo el que tuvimos la noche de  su graduación. Noche en la que todas sus conquistas lésbicas acudieron a nuestra casa para pasar una noche de desenfreno sexual.

Esa noche la pasé atada, tendida en mi cama con el culo en pompa, lista para ser follada por cualquiera de las invitadas que quisiese tomarme.

No me sorprendió que todas lo hiciesen y me follasen entre todas una docena o más de veces por todos mis orificios.

A mí, por supuesto, me encantó ser el centro de atención esa noche y, a pesar de ser humillante, resulto ser igual de excitante.

El resto del verano transcurrió en una heterogénea mezcla de encuentros sexuales. Luego vino la Universidad y mi hija se unió a la fraternidad y sugirió la colecta de fondos “definitiva”.

Cuando la número nueve acabó y la que tenía el diez se preparaba para joderme, sonreí al rememorar el increíble y jodido viaje que me había llevado hasta allí.

Un viaje que me había llevado a descubrir mi verdadera sexualidad y mi verdadero lugar en la vida… ser la sumisa de mi hija.

 


 

 

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