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Esclavas blancas de Madame Cong: I. Las vacaciones

en No Consentido

Este relato es una recopilación en español de varios relatos escritos por Jackpot y aparecidos en la página BDSM Library, y que tienen en común la presencia, en mayor o menor medida, de Madame Cong, uno de los personajes secundarios aparecidos en “La Doctora en la Jaula”, también del mismo autor. Cada uno de los relatos puede leerse por separado.

No soy un buen traductor, y menos escritor, así que pido disculpas de antemano por los defectos que en el relato se encuentran.

I. Las vacaciones (o cómo me convertí en la esclava de un enano)

Aquella iba a ser nuestra gran escapada. Hacía más de tres años que Mike y yo no habíamos disfrutado de unas vacaciones y por fin habíamos logrado ahorrar el dinero suficiente para ir a Turquía. Siempre había querido visitar aquel país pues, aunque yo soy la típica californiana rubia de ojos claros, mi bisabuela era turca. Habíamos reservado en un gran hotel.

Nuestros problemas empezaron en el aeropuerto. La compañía aérea había perdido una de las maletas de Mike así que nos dirigimos al hotel esperando la llamada de la compañía, pero al llegar al hotel nos dijeron que no teníamos reservas, que probásemos a buscar otro hotel. Me puse verdaderamente furiosa, lívida.

- ¿Qué quiere decirme con eso de que “trate de conseguir otro hotel”? Hemos reservado en este, ¡quiero ver al gerente! – le grité a la joven recepcionista.

- ¿Cuál es el problema Madame? – preguntó el gerente.

- Mi marido y yo reservamos hace un mes y esta mujer está diciéndome que no está nuestra reserva.

- ¿Cuál es su nombre, Madame?

- Susan Hamilton.

- Bien, espere que lo compruebe.

- ¡No puedo creer que no la tengan! – dije con firmeza.

- Bueno, parece que aquí no consta. Con mucho gusto le daría otra habitación, pero estamos completamente llenos. Tal vez pueda usted conseguir otro hotel.

Ahora sí que estaba realmente a punto de explotar. Me estaba diciendo lo mismo que me había dicho antes la recepcionista.

- Mire, he pagado con mi tarjeta. ¿Por qué debería irme a otro sitio?

- Bueno, no está aquí, lo que significa que no se lo cobraremos. Y si se le ha cobrado se lo reembolsaremos.

- Tal vez tenga razón, cariño, sólo nos queda buscar otro hotel – dijo Mike en un quedo tono de voz, mientras yo cada vez estaba más enojada.

Justo en ese momento alguien me golpeó en la cadera. Me di la vuelta pero no vi a nadie tras de mí.

- Aquí abajo, señora.

Miré hacia abajo y pude ver a un hombre muy pequeño. “¡Dios mío, es un enano!” pensé para mis adentros. Era uno de los hombres más feos que había visto en la vida. Poseía una enorme cabeza y un rostro demasiado pálido.

- ¿Qué… quién demonios es usted?

- Soy el Señor Gaul, botones del hotel que hay al final de la calle. Puedo acompañarlos allí, si lo desean.

- Eso sería muy amable por su parte – respondió mi marido antes de que yo pudiese decir siquiera una palabra.

- Mike, no estoy segura de que deb…

- Síganme, por favor. – dijo mientras tomaba nuestras maletas, sorprendiéndome mucho su fuerza.

Una vez que llegamos allí, nos sentimos realmente abatidos. Habíamos reservado en un gran hotel y nos encontrábamos ante uno que, a lo sumo, sería un dos estrellas. Parecía más un motel que un hotel.

Me acerqué a un hombre gordo de pelo gris en el mostrador de recepción.

- Mire, mi marido está esperando una llamada desde el aeropuerto. ¿Cuál es el número del hotel para que puedan comunicarse con nosotros? – el recepcionista tenía un aspecto sórdido. Bajé los ojos para no mirarlo directamente. Me dio el número y llamé de nuevo al aeropuerto para comunicarles nuestro nuevo alojamiento.

- ¿Cuánto tiempo se quedará, Madame?

- Tres semanas-

- ¿Efectivo o tarjeta?

- Tarjeta, por supuesto. – dije con el ceño fruncido ante semejante estupidez.

- Setenta y cinco dólares por noche, Madame.

- ¿Setenta y cinco dólares por noche? ¿Por éste basurero? ¡Tiene que estar bromeando! Nos vamos a otro sitio. – me quejé.

- No hay nada en cuarenta millas a la redonda – dijo el recepcionista sonriendo con malicia.

- Anda, dale la tarjeta querida. – dijo Mike.

- ¡Esto es un asalto! Vale, muy bien, no tengo más ganas de seguir conduciendo. – Le tendí mi tarjeta al hombre para que la verificase.

- Lo siento Madame. Esta tarjeta ha caducado.

Ahora sí que estaba roja de rabia.

- ¿Cómo que ha caducado? Estoy segura de que está bien. Inténtelo de nuevo, por favor. No tenemos demasiado dinero – dije con firmeza. Él deslizó la tarjeta de nuevo por el datáfono con igual resultado. – Yo… yo… no entiendo…

- Lo siento Madame, pero debo cortar la tarjeta.

- ¡No, no, no…! – Traté de detenerle antes de que fuera demasiado tarde, pero cortó la tarjeta antes de que pudiese impedirlo y arrojó los pedazos a la basura. Casi me dieron ganas de llorar en ese momento presa de vergüenza y del hecho de que teníamos poco dinero disponible.

- Está bien Susan, tengo ciento cincuenta dólares aquí. – Mike le dio el dinero.

- ¿Pero qué vamos a hacer con eso? ¡Vamos a estar aquí tres semanas!

- Bueno, siempre la puedo poner a trabajar Madame. – dijo el hombre gordo y feo. Parecía un cerdo.

- ¡Váyase al infierno! – respondí con indignación.

- Voy a ver si consigo algo de dinero contactando con nuestro banco nena. – dijo Mike justo después de que el hombrecillo llegase de nuevo y colocase nuestras maletas en un carro.

- Habitación 66, Madame. – cogí las llaves que el recepcionista me ofrecía.

- Estoy seguro de que disfrutará de su estancia aquí, Madame. – dijo el enano a punto de salir ya de nuestra habitación. Una habitación tan repugnante como el resto del hotel, con trozos de pared desconchada y una fea moqueta verde manchada de rojo. Me pregunté qué podían ser esas manchas.

- ¿Cuál es tu nombre?

- Como ya le he dicho, Señor Gaul – sus ojos me traspasaron produciéndome un fuerte escalofrío.

- No, me refiero a tu nombre de pila.

- No tiene necesidad de saberlo, Madame. Puede seguir llamándome Sr. Gaul. ¡Inténtelo! – dijo de forma tajante tomándome por sorpresa. Me miraba directamente a los ojos.

- Ah, vale, sí, ¿Sr. Gaul? – dije de forma jocosa. No estaba segura de porqué, pero ese hombre me ponía muy nerviosa. No podía esperar a que se fuera.

- ¿Ve Madame? ¿A que no era tan difícil? – dijo sin quitarme ojo de encima.

- Ah… um… no, por supuesto que no. – le dije. Luego se volvió hacia mi marido, que le dio un billete de cinco dólares y se fue.

- Mike, no me gusta este lugar. Es muy caro. ¿Por qué no nos vamos a cualquier otro sitio? – le supliqué.

- Vamos a adaptarnos cariño. Además aun tengo que recuperar mi otra maleta.

- Pero esta habitación… y ¡el enano es espeluznante!

- Ignóralo cariño y pasemos un buen rato. – me atrajo hacia él tomándome entre sus brazos y dándome un húmedo beso.

- ¡Oh!, está bien, supongo que tendré que hacerlo.

Pronto unos golpes en la puerta nos interrumpieron. Era el enano otra vez.

- Discúlpeme, pero han llamado del aeropuerto diciendo que ya tienen su maleta – dijo dirigiéndose a mi marido.

- ¡Bien, genial! – dijo Mike sonriendo.

- ¿Pero por qué no la han traído? Son ellos los que la han perdido. – dije.

- Bueno, ellos necesitan una confirmación personal de propiedad, Madame. Llevaré a su marido al aeropuerto

- ¿Y me dejas aquí, Mike?

- Sólo tardaré unos minutos. Pronto estaré de vuelta.

- Vale, supongo que me vendría bien una ducha y así estar bien fresca para cuando regreses. – por alguna razón el enano se fijo en mí mientras abría la puerta. Luego ambos se marcharon.

Ese fue el comienzo de mi pesadilla, o quizás mejor debería decir del nacimiento de mi nuevo yo. En ese momento yo aun no tenía ni idea de lo que iba a suceder, pero iba a cambiar mi vida y la de mi marido para siempre.

*****

El Sr. Gaul llevó al señor Hamilton hasta su coche y le pidió que condujese.

- Pero estoy seguro que usted conoce mejor el camino que yo. – contestó Mike.

- Iré en la parte de atrás. Conduzca, vamos. – dijo como si fuese una orden, pero antes siquiera de que Mike pudiese girar la llave del contacto, el enano saltó sobre su cabeza con un paño empapado en cloroformo, ahogando a Mike y dejándolo fuera de combate.

Una vez el señor Hamilton estuvo fuera de combate, el enano procedió a atar y amordazar al hombre. Justo cuando había acabado, el gordo de la recepción salió de su mostrador para ayudar al Sr. Gaul, echándose a Mike a la espalda y metiéndolo en el maletero del coche.

- ¡Guau!, apuesto a que esta nueva zorra nos traerá montones de pasta.

- Cállate Lennie y vuelve a tu puesto.

- Sí Señor. – El Sr. Gaul parecía ser en realidad el encargado del lugar en vez de un simple botones.

El enano de inmediato se dirigió a la habitación 66, donde se alojaba Susan Hamilton, y llamó a la puerta. Ella aun no se había desvestido para la ducha y estaba deshaciendo las maletas, colocándolo todo en los cajones y perchas.

*****

 

 

 

Escuché los golpes en la puerta y me pregunté quien sería en ese momento. No esperaba volver a ver de nuevo al enano. Bajé la vista hacia él.

- Bueno, ¿qué quieres ahora hombrecito? – no podía creerme que le estuviese hablando así, pero quería demostrarle quien mandaba después de cómo me había intimidado con sus miradas.

- A partir de ahora te dirigirás a mí como Señor Gaul, ¿has entendido puta? – gritó en voz alta y su respuesta me dejó de piedra.

- ¿Cómo demonios me has llamado? ¿Cómo te atreves? ¡Voy a hacer que echen tu patético culo fuera de este lugar…! – mientras yo hablaba el irrumpió rápidamente en la habitación pillándome con la guardia baja y cerrando con llave la puerta tras él. Empecé a gritar.

- ¡Socorro, socorro, ayuda! – intenté correr hacia él para darle una patada, pero él me agarró la pierna y me mordió. El dolor era increíble. Me incliné para intentar levantarlo con mis brazos y hacer que me soltase, pero me sujetó las manos y tiró de mí. Mi propio peso me hizo caer de boca al suelo cosa que él aprovechó para levantarse de un salto y lanzarse con todo su peso sobre mi espalda. El golpe me hizo jadear para intentar tomar aire. Aprovechando ese momento de  debilidad, agarró mi barbilla y tiró de mi cabeza hacia atrás. Era más fuerte de lo que su talla hacía pensar. Estaba inmovilizada. Me retorcía tratando de liberarme, pero cuanto más lo hacía más me cansaba y más notaba la presión que ejercía sobre mi cuello y espalda. Temí por un momento que se rompiera con la presión. Cuando dejé de forcejear me miró a los ojos mientras me mantenía hacia atrás la cabeza.

- Abre la boca, puta. ¡Ábrela bien grande! – me ordenó. De nuevo traté de liberarme pero el dolor era insoportable. Poco a poco abrí la boca lo mejor que podía con toda la presión que me aplicaba a la mandíbula.

- Mm… eh… ehhh… - atiné a gruñir. Cuando tuve la boca abierta el enano escupió directamente en mi boca. Notar aquella cosa viscosa en la boca casi me hace vomitar, pero él me cerró con fuerza la boca con las manos para que no lo escupiera.

- Vamos perra, trágatelo todo, trágate mi jugoso y viscoso escupitajo, ¡hazlo puta!

Me sentí muy mal, pero no había nada que yo pudiese hacer. Él me acariciaba la garganta con la mano libre para hacerme tragar. Para su tamaño, poseía unas manos grandes y gruesas. Me tragué su escupitajo, me lo tragué lo más dignamente que pude. Cuando lo hice me dio dos palmadas en las mejillas y se bajó de mí.

- Sí gritas de nuevo te rompo el cuello – dijo clavando sus ojos en mí y permanecí silenciosa como un fantasma. - ¡Vamos, de pié!

Me levanté con lágrimas en los ojos y lentamente tiré de mi falda hacia abajo colocándomela bien.

- Bien puta, ¿cómo me llamo?

- S… Se… Señor Gaul. – dije tímidamente.

- ¿Y cuál es el tuyo? – me preguntó mientras yo miraba hacia abajo, a su pequeño cuerpo, sintiéndome indefensa ante la forma en que había sido capaz de controlarme.

- P… p… pu… puta – me atraganté mientras lo decía.

- ¡Más fuerte, que pueda oírte!

- ¡P… puta, puta, mi nombre es puta! – alcé la voz para él.

- Bueno, ahora que ya sabes cual es tu lugar, creo que podemos continuar perra. Creías que podías pegarme sólo porque soy enano y he sido yo el que te ha pateado el culo. Y no solo te lo he pateado, sino que además te lo voy a abrir.

Lo que le oía decir me estaba dejando bloqueada.

- Lo que oyes, puta. Te voy a abrir bien abiertos el culo y el coño. Voy a ensancharlos tanto que nunca volverás a quedar satisfecha con la polla de tu marido. – dijo burlándose de mí y sonriendo con malicia.

- Por… por favor… ¿por qué haces esto? – pregunté tímidamente.

- Porque me encanta coger a perras engreídas y orgullosas como tú y bajarles los humos.

Mis instintos se removieron y tuve una repentina sacudida de coraje.

- ¡Cuando vuelva mi marido…! – él no me dejo acabar.

- Tu maridito grande y malo está ahora en un sitio nada agradable y no creo que vuelva en un tiempo.

Me asusté de verdad al oír eso.

- No… no… no lo maten…

- No, pero lo haré si no haces todo lo que te diga puta, ¿está claro? – me miró con su pálida y enorme cara.

- Por favor, no me haga daño, por favor… - comencé a suplicar.

- Ven aquí, puta. Quiero echarle una ojeada a ese coñito.

Yo dudaba, pero volvió a gritarme.

- Te he dicho que vengas, perra. Ponte aquí, sobre mi cara y súbete la falda.

Me acerqué a él. Mis piernas parecían de gelatina. Me subí la falda para él y la dejé caer sobre su cabeza. Se colocó debajo de mí, lo sentía entre mis piernas. Apartó mis bragas hacia un lado y metió su lengua dentro de mi coño. Su lengua era húmeda y muy larga y me lamía muy bien. Trataba de permanecer impávida ante sus ataques, pero después de unos diez minutos de lamidas constantes, yo ya no podía soportarlo más y mi coño empezó a mojarse. No podía creer que aquel hombrecillo tan desagradable estuviese logrando excitarme. Era muy feo, pero lo hacía muy bien entre mis muslos y de repente me encontré agarrándome a su pequeño cuerpo, me estaba poniendo muy caliente. No me lo podía creer, avergonzada me pregunté que diría mi marido si me viese así. Tras lamerme tanto tiempo el coño pasó a lamerme también el clítoris. Yo estaba gimiendo, pero tras veinte minutos se detuvo. Mis manos, instintivamente, fueron a mi coño para acabar el trabajo que él había empezado, pero me detuvo dándome unas palmadas en las manos.

- No, tú no, putilla. No te toques a no ser que yo te lo diga. ¿Has entendido Coñito?

- Sí… sí… sí Señor. – dije con las rodillas temblorosas y el coño caliente y palpitante. Estaba tan avergonzada que no podía mirarle a los ojos. ¿Cómo había podido ese enano mojarme de esa manera? ¡¿Cómo?!

- Bueno puta. Creo que estás lo suficientemente mojada como para que montes un espectáculo para mí. Así que, ¿por qué no te vas quitando la ropa? Quiero que me hagas un striptease muy lento y muy erótico… ¡y hazlo bien, puta!

Mi cuerpo estaba en llamas, pero mi vergüenza no dejaba que los sentidos se apoderasen de mí. Le supliqué que parase.

- Por… por favor Señor, por favor, detenga esto, déjeme ir. Yo… yo prometo no contárselo a nadie.

- ¡Date una buena cachetada, puta! – dijo con fuego en sus ojos.

Estaba tan asustada de que me pegase de nuevo que no dudé en abofetearme a mi misma. Fue la sensación más extraña que había tenido. Me dolía, me había hecho daño yo misma, voluntariamente, para ese desagradable enano.

- Otra vez, puta, y en las dos mejillas. Más fuerte y más rápido. Bofetadas de ida y vuelta, jodida puta.

Me puse a llorar por el dolor que mis propios golpes me producían. Estaba agotada, totalmente derrotada a las órdenes de ese pequeño hombre. Comencé a frenar simplemente por agotamiento emocional y físico.

- Bien puta, ya es suficiente. Nunca volverás a desobedecerme, ¿verdad?

- N… no… no Señor, p… por favor… - yo temblaba de miedo y las lágrimas resbalaban por mi rostro. Mi cara estaba totalmente roja y dolorida.

- Ahora el striptease, y procura hacerlo bien. Empieza lentamente moviendo tus manos sobre la falda, sensual, apoyándola en los muslos. ¡Vamos mi pequeña puta!

Me miró y se acercó a mi falda. Empecé a girar lentamente mi cuerpo, moviendo las manos como una bailarina erótica por todo mi cuerpo, empezando, como me había ordenado, por mi falda. Me sentía como una prostituta, y en verdad me estaba convirtiendo en la puta de ese enano. Encendió la radio de la habitación y dejó sonar una extraña música turca. Me mandó a jugar y mover mis manos sobre mis pechos.

- Eso es puta, juega con esas tetas para mí. Acarícialas y pellízcatelas. ¡Demuéstrame lo puta que eres en verdad!

Me moví más rápido y pude notar mi coño empapándose, igual que cuando intenté masturbarme. Sus ojos me obligaban a obedecerle. Poco a poco me iba convirtiendo en su esclava. Empecé a quitarme la ropa y a arrojarla al suelo haciéndole a mi nuevo Amo un show como si yo fuese una vulgar puta barata. ¿Por qué estaba pensando en él como en un Amo? ¿Cómo podía estar controlándome de esa manera? Cuando sólo me quedaban puestos el sujetador y las bragas me mandó parar.

- Buena chica. En que buena putita te estás convirtiendo. Ahora métete los dedos en la boca. Actúa como si estuvieses chupando mi gran y jugosa polla y saborea tus propios jugos, perra. Métete un dedo en el coño. Jódetelo y ábrelo para mí. ¡Luego chúpatelo puta!

Me sentía indefensa y caliente. Acariciaba mi coño y mi clítoris con mis dedos como nunca lo había hecho antes. Lascivamente me chupaba los dedos, como si fuese el doble de puta o una ninfómana. Lo que estaba claro era que algo me estaba pasando: estaba disfrutando de su control. Estaba disfrutando de cada minuto que estaba expuesta a ese pequeño y feo hombre. “¿Por qué no se daba prisa mi marido en venir a salvarme? ¿Estaba él a salvo? ¿Podría siquiera detenerme ahora?”. Esos pensamientos corrían una y otra vez por mi cabeza.

Mientras yo seguía puteándome a mi misma follándome con mis propios dedos para él, el Sr. Gaul tomó mi bolso y vació todo su contenido. “¿Qué está haciendo?” me pregunté.

- Bien, sabes que no has podido pagar la factura, así que ¿qué piensas hacer, puta? Has reservado tres semanas en este hotel y apenas tienes para cubrir lo que debes. Dime, ¿qué podemos hacer al respecto?

- Por favor Sr. Gaul, por favor… déjenos ir a mi marido y a mí. No diré nada a nadie y no volveré nunca por aquí. Por favor, déjenos…

- Pero me debes dinero y ya no tienes ni tarjeta de crédito ni dinero en efectivo, ¿no es así zorra?

- S… sí Señor, pero…

- ¡Cierra la boca! Veamos que tienes aquí… tu identificación, tu pasaporte, el visado y los billetes de ida y vuelta. ¡Fíjate bien, puta!

Fue hacia un cajón y sacó de él unas tijeras comenzando a cortar todos mis papeles inutilizándolos. Miró su obra y luego a mí con una sonrisa muy extraña en su rostro.

- Probablemente seas una zorra muy hambrienta, así que te voy a dar de comer. Como parte de tu nueva dieta vas a comerte estos papelitos para mí.

Él se movió hacia mí mientras agitaba los restos de mi documentación. Grité.

- No, no, no…, por favor, no… no puedo…

- ¡De rodillas puta! – de nuevo me miraba con sus horribles ojos. Tambaleándome me arrodillé frente a él mientras él tomaba uno de los trozos de papel.

- Ahora abre bien la boca, perra de mierda. Eso es, bien grande. – dijo metiendo los trozos de documento en mi boca. – Ahora mastica, querida. ¡Vamos zorra! Quiero que mastiques todo y te lo tragues. Voy a escupirte en la boca para ayudarte. ¡Abre, vamos! Buena chica. – y escupió dentro de mí cerrando después mi boca y haciéndome masticar. Cuando vio que el papel se iba reduciendo me frotó la garganta para hacerme tragar.

- Owmph, owmph, owmph… - yo seguía masticando y comiendo mientras él se aseguraba de que no pudiese parar. Sus dedos jugaban con mi boca y mi mandíbula hasta que finalmente me había tragado todo el papel. Mi garganta estaba irritada por el esfuerzo pero al final lo había conseguido. – guuuh… gulp.

- ¡Vamos, abre! – volvió a escupir varias veces en mi boca otra vez. – Buena chica, esto te ayudará a que te puedas tragar el resto. – y fue a por el resto de los recortes que habían sido mi documentación.

- ¿Te ha gustado la cena, puta? Jajajajaja… - dijo estallando en carcajadas.

- ¿Cómo te sientes ahora con la barriguita llena de papel? – dijo golpeándome el estomago con su mano dura abierta haciéndome torcerme con una mueca de dolor.

- Quítate las bragas, puta, y siéntate aquí, en el centro de la habitación. ¡Hazlo ya!

En ese momento pensé que estaba loco, pero obedecí ciegamente. Yo estaba aterrorizada, pero para mi vergüenza, mi coño estaba muy mojado.

- Volveré enseguida. No te atrevas a moverte de donde estás o te haré comer cosas que nunca has soñado – me dijo al tiempo que sujetaba mi barbilla y me miraba directamente a los ojos. Parecía que estuviese mirando directamente en lo más profundo de mi alma. Su mirada me hizo estremecer.

Salió de la habitación y en ese momento pensé en usar el teléfono para llamar a la policía o en levantarme y buscar un objeto que me sirviese de arma o en, simplemente, salir corriendo y tratar de escapar de allí; pero era como si ese pequeño hombre me tuviese paralizada, como si el enano controlase totalmente mi cuerpo y mi mente. Mi coño seguía goteando directamente sobre la alfombra y cada vez que tomaba la decisión de levantarme me lo pensaba mejor: “¿Qué harían conmigo si desobedecía? ¿Por qué me excita tanto el poder que tiene sobre mí?” Pensé en lo que acababa de hacer, comerme mi documentación. Me tocaba el sexo mientras lo hacía. ¿Por qué me mojaba tanto esta humillación? Mi mente continuaba divagando.

Una hora más tarde regresó a la habitación. Yo casi estaba dormida en el suelo cuando entró dando una palmada y gritando:

- ¡Despierta, despierta mi pequeña puta! Es hora de continuar con tu entrenamiento y mi amigo Lennie está aquí para ayudarnos.

Me disgustaba que el hombre gordo de recepción estuviese con él. Me pregunté a que se refería exactamente con lo del entrenamiento. Yo seguía sentada en la alfombra.

- ¡Vamos, de rodillas puta! – obedecí de inmediato.

- No tendrás que preocuparte más por tu maridito. Ya lo hemos enviado de vuelta a los Estados Unidos en un cajón. – dijo con una siniestra risa.

Me encontraba totalmente aterrorizada. Sabía que nadie me podía ayudar, estaba completamente sola y ahora sólo me quedaba intentar sobrevivir. Aun así, con cada palabra que aquel enano me decía, mi coño se ponía más y más húmedo. Mis propios pensamientos me humillaban. Allí estaba, de rodillas para él, vestida sólo con mi sujetador y esperando impaciente la próxima orden. ¿Cómo podía haber caído tan bajo?

- Abre bien tus bonitas piernas para mí. ¡No juntes las rodillas! ¡Ahora puta!

Separé mis piernas tanto como pude mientras Lennie fue hacia el armario y abrió un compartimiento secreto. Hurgando entre mi ropa llegó a él y sacó una gran cantidad de cuerdas que llevó al Sr. Gaul.

- Bueno, creo que voy a atarte bien los muslos para que no puedas volver a juntarlos, y lo mismo voy a hacer con tus brazos. ¿No te parece una buena idea, puta? – me decía mientras abofeteaba la cara interna de mis muslos. – Mantenlos bien separados, jodida puta.

Me ató las piernas tan separadas como nunca las había tenido. Separé tanto las rodillas que pensé que me iba a hundir en la alfombra. El roce de la alfombra me quemaba la piel de las rodillas. Sujetó el extremo de las cuerdas  de mis muslos a unos ganchos atornillados al techo, luego tomó mis muñecas y las ató al techo de la misma manera. Mis extremidades estaban abiertas y separadas. Parecía un águila y sólo mis rodillas estaban en contacto con el suelo. Apenas podía moverme.

- Así estarás cómoda. – me dijo dándome una palmadita en la cabeza. Como una cobarde bajé la mirada, de alguna manera ese hombre había penetrado en mi alma.

- Vamos Lennie, puedes empezar a abrir un poco a esta zorra.

El gordo se arrodilló y se dirigió hacia mí. ¿Qué iba a hacerme ese cerdo vil y repugnante? Mis ojos estaban abiertos de par en par y cada vez estaba más aterrorizada.

- Gracias Señor. Me encanta romper a las nuevas perras. – dijo Lennie.

- Saca tu coño puta, sácalo tanto como puedas.

- Por favor, Señor, no…

- ¿Vas a discutir conmigo? – gritó.

Inmediatamente me callé y obedecí. Fue muy difícil hacerlo por la forma en que estaba atada, pero después de algunos esfuerzos y empujones me las arreglé para conseguir dejar mi coño expuesto y al alcance de Lennie.

- Buena chica – me dijo sonriendo el enano.

- Ahora Lennie métele un dedo en el coño.

- Sí, Señor. ¡Bien perra, vamos a abrirte para papá!

Hundió su dedo en mi apretado orificio. Comenzó a moverlo de dentro a afuera, haciendo verdadera fricción ya que no lo hacía con delicadeza. Por un momento pensé que me iba a romper, pero poco a poco mi sexo estaba respondiendo con más y más humedad.

- Bueno, ahora el segundo dedo. – dijo el Sr. Gaul.

- ¡Ewwww! ¡Emmmmm! – empecé a resistirme cuando el segundo dedo entró acompañando al primero, y antes de que supiera lo que estaba pasando un tercer y cuarto dedo entraron también en mí siguiendo las indicaciones del enano.

- No puedo Amo, no, Amo, por favor, es demasiado, me está dilatando demasiado… por favor, ¡pare! ¡Ehhhhhh…, ehhhhh…, ehhhhh…! – grité cuando los dedos entraron profundamente en mi coño. A pesar del dolor mi coño estaba empapado y pude ver una gran mancha de humedad en la alfombra. Aunque también había un poco de sangre. Ahora ya sabía de donde venían las manchas rojas de la alfombra verde. Estaba avergonzada, follándome los dedos de ese gordo feo y repugnante y comenzando a gemir por ello.

- ¡Ohhhh… ohhhh… mmmmmm…!

- Eso es, puta. Vamos Lennie, ahora el quinto.

No podía creerlo. El puño del gordo estaba dentro de mí coño. Lo metió hasta la muñeca y luego comenzó un movimiento de metesaca. Bombeaba una y otra vez, apretando más y más. El dolor dejó paso al placer y comencé a experimentar múltiples orgasmos.

- Oooohhhhhhh… mmmmmmmmm… ewwwwww…

De repente, Lennie se retiró. Yo jadeaba de cansancio y, queriendo aun más, me frotaba mi coño contra la alfombra. No podía sentir mis piernas abiertas y notaba la ingle a punto de desgarrarse.

- Muy bien, puta. Ya estás abierta. ¿Crees que la polla de tu marido puede complacerte ahora? – dijo el Sr. Gaul. - ¡RESPONDE PUTA!

- Umm, no… no Señor.

A continuación tomó un corto pero grueso tubo que Lennie sacó del armario. Lo metió en mi coño y lo aseguró para que no se cayese. Tenía la longitud aproximada de la mitad del brazo de Lennie.

- Así se te mantendrá bien abierto esta noche hasta que tus nuevos invitados lleguen mañana.

- ¡Owwwwee! ¡Eh! – gemí.

- Desátala Lennie, pero no le quites el tubo del coño.

No podía caminar, mis ingles estaban dadas de sí. Me desplomé al suelo, pero Lennie me levantó y me puso en la cama.

- Ahora vas a dormir ahí hasta que mañana te necesite. Entonces atenderás a muchos hombres para mí. Si te quitas el tubo o lo ajustas lo sabré. Si lo haces mañana tendrás motivos suficientes para arrepentirte, perra. Ahora duerme, los batidos proteicos los tomarás mañana. – El enano sonrió y luego salió de la habitación junto con Lennie. Ahora me encontraba sola, en mi cama a oscuras y con un grueso tubo manteniendo mi coño abierto. Mis jugos comenzaron a fluir de nuevo. A pesar de todo lo que ya había pasado, aún seguía excitada y esperaba ansiosa más situaciones humillantes y degradantes de parte del Sr. Gaul. “¿En qué me estaba convirtiendo? ¿Qué es eso de los batidos de proteínas?” mis pensamientos estaban fuera de control mientras trataba de dormirme.

Sólo fui capaz de dormir unas pocas horas. Pesadillas aterradoras me asaltaron la mayor parte de la noche y, por alguna razón, esas pesadillas me devolvieron a la realidad. Por primera vez decidí enfrentarme al Sr. Gaul, ese enano de mierda que había hecho de mi vida una repentina pesadilla. Iba a ser fuerte, no dejaría que sus ojos y la humillación a la que me sometía, me hipnotizaran más. Dejaría la lujuria en mi entrepierna. Iba a ser difícil, pero estaba decidida.

*****

 

 

 

Sobre las siete de la mañana me despertó una joven llamada Julia que hacía las labores de limpieza del hotel. Me quitó el tubo de mi sexo y me ordenó estarme quieta. Miré hacia mi coño y me di cuenta de que jamás lo había visto tan dilatado. ¡Era enorme! “Podría meter un camión ahí dentro” pensé. “Ese hijo de puta ha convertido mi raja en un enorme agujero como dijo que haría”. Mi enfado crecía. “Y luego dicen del diablo”, Julia abandonó la habitación y entró el enano.

- Bien, buenos días, mi nueva puta. ¿Cómo estás esta mañana?

Salté sobre él tratando de arañarlo, pero debido a su poca estatura, tropecé cayendo al suelo.

- ¡Vas a pagar por esto, puta! Hoy ibas a recibir la visita de varios hombres, pero lo he pospuesto un poco ya que una amiga mía está en la ciudad. Saluda a Madame Cong. – dijo abriendo la puerta.

- ¡Que te jodan! – dije levantándome del suelo.

- Bueno, parece que aún no ha aprendido mucho.

- Mis disculpas, Madame, pero debía haberla visto anoche como una perra en celo… ¡Y mire lo que he hecho con su coño!

Madame Cong era una mujer de baja estatura. Vestía un traje de cuero negro de dos piezas y botas de tacón alto que la hacían parecer más alta. Su pelo era largo y negro.

- Sí que lo veo. ¿Has abierto ese coño para mí?

- ¡Vete también a la mierda, Madame! ¡No soy lesbiana! – contesté sintiendo que mis fuerzas habían regresado. Fue un gran error. Recibí la mayor bofetada que en la vida podía recordar. Fue rápida y repentina. Una bofetada con el revés de la mano abierta. Me arrastré hacia atrás sobre la cama. De nuevo volví a sentir miedo

- Antes de que acabe contigo, follarás cómo, cuando y con quien yo diga. ¿Te ha quedado claro puta de mierda? – No respondí. Me di cuenta de que el Sr. Gaul salía de la habitación dejándonos solas.

- Tu nombre era Susan Hamilton, pero creo que ahora es Puta, ¿no es así? ¡Es mejor que me respondas Puta! ¿No es así? – me dijo levantando la voz.

Yo estaba muy asustada y temía que me volviese a pegar, por lo que contesté en voz baja.

- S… sí.

- Sí, ¿qué?

- M… mi nombre es… mi nombre es Puta – estaba empezando a ejercer en mí el mismo efecto que el Sr. Gaul. Me atemorizaba, pero de alguna manera lograba encenderme.

- Te dirigirás a mí como Madame, ¿está claro Puta?

- S… sí, Madame.

- Bien, ahora se que grado de sumisión puedo esperar de ti… pero poseo otras técnicas con las cuales quizás consiga aun más. ¡Ahora túmbate de espaldas sobre la cama!

- Por favor… Madame, por favor, déjeme ir… déjeme en paz… - dije entre sollozos.

- Ya me has oído, Puta. En la cama y desnuda. Te quiero tumbada ya. ¿Vas a hacerlo ya, perra?

Me dirigí hacia la cama tal como me había ordenado, quitándome primero la ropa.

- ¡Guau…! ¡Qué pedazo de culo tiene la turista americana! Sacaré un buen fajo de billetes vendiéndote en Tailandia, mi dulce putilla. Contonéate para mí, muévete como una zorra sexy para mí.

Ella observaba mi cuerpo igual que lo haría una cámara y yo me encontré de repente moviéndome para ella. ¿Qué me estaba pasando? ¡Me estaba convirtiendo en una puta para ella!

- Ahora échate hacia atrás y estate quieta, perra. Vamos a jugar al juego de los dedos. Voy a presionar con mi dedo tu pequeño y dulce clítoris y tú vas a hacer todo lo posible por no responder al contacto. Apuesto a que no serás capaz de controlarte y que solo la presión de mi dedo va a conseguir que tu coño se encharque para mí. – dijo mirándome directamente a los ojos. Su largo pelo negro parecía querer tragarme mientras la miraba. Tuve de nuevo un momento de rebeldía.

- ¡Vete a la mierda puta bollera! ¡No soy lesbiana!

Madame Cong no perdió la sonrisa. No hubo bofetada esta vez. Simplemente se subió a la cama y se acercó a mí. Sujetándome con su brazo izquierdo, colocó uno de sus dedos de la mano derecha en mi clítoris presionando con fuerza y manteniéndolo allí mientras me miraba. Yo trataba frenéticamente de no responder a su toque, pero tras sólo diez minutos, la presión del dedo sobre mi coño comenzó a quebrar mi resistencia. Tras veinte minutos, mi coño estaba empapado y yo estaba comenzando a moverme disimuladamente arriba y abajo intentando acrecentar el placer que estaba sintiendo.

- Así que mi putita no es lesbiana, ¿verdad? – me reprendió. – Creo que en este momento mi putita haría cualquier cosa para correrse sobre los dedos de su señora. Incluso me comerías el coño si yo te lo pidiese. – dijo sonriendo.

- ¡Ohhhh… ohhhh… emmm…! - esteba empezando a gemir para ella.

- Así, mi putita bollera, se que quieres que te folle con el dedo. Estás desesperada porque lo haga… pero no puedes tener todo lo que quieres. Puedo estar todo el día así. Puede que seas incapaz de volver a pensar en otra cosa después de esto.

Estaba perdiendo el control. Quería tener su dedo dentro de mí y correrme sobre él, pero ella no se movía, seguí presionando con firmeza y la excitación me estaba llevando a un grado severo de frustración. Incansable, Madame Cong siguió y siguió con su tortura y yo trataba de alcanzar el clímax sin lograrlo. Tras una hora, mi captora había conseguido que todo a mi alrededor me diese vueltas. Entonces, el Señor Gaul entró en la habitación y Madame Cong se detuvo girándose hacia él, momento en el que, desesperada, traté de llevarme las manos a mi coño. Una fuerte bofetada me lo impidió.

- ¡Ni se te ocurra, puta! – me gritó.

- Aquí tiene su bolsa, Madame. – dijo el enano.

- Gracias, Señor Gaul.

- ¿Cómo va con ella? – le preguntó a Madame mientras me sonreía.

- Hará todo lo que yo le diga, te lo aseguro. Déjanos solas ahora, por favor.

- Como desee, Madame. – dijo el Señor Gaul mientras salía de la habitación.

Madame Cong abrió su bolsa y extrajo un extraño objeto similar a una polla.

- Esto, mi pequeña puta, es una polla-biberón. Gag y alimentador todo en uno. Esta bolsa de aquí se llena con casi cuatro litros de jugo seminal. Estoy segura de que estás hambrienta. – Dijo con mirada siniestra y sonrisa placentera.

- ¡No, no, por favor, mphhhh…! – atiné a decir antes de que ella introdujese el objeto en mi boca sujetándolo a mi cabeza con unas correas. Tras asegurarlo, enganchó la bolsa llena de líquido a un gancho que a tal fin se hallaba en el cabecero de la cama. El líquido comenzó a descender poco a poco hacia mi boca y no me quedo más remedio que tragar si no quería asfixiarme. Periódicamente, Madame Cong exprimía la bolsa de manera que el semen no dejase de bajar hacia mi boca. Estaba tragando semen y sentía como mi vientre se llenaba del repugnante fluido.

- Eso es, puta. ¡Chupa! Chúpalo todo hasta tu boca, imagínate que es la jugosa polla de algún viejo verde que te estás trabajando en una esquina cualquiera. Chúpala, ¡vamos!, chupa como una buena perra.

- Mphhhhh… mphhhhh… putsssz… mphhhhh… - yo seguía tragando, luchando por mi vida, tratando de no asfixiarme. – ggggaaa… ggggaaaa…

- Así. Mi putita, hasta el fondo… trágatelo todo. Ahora es momento de seguir otra vez con el juego del dedo. – Y volvió a colocar uno de sus dedos sobre mi clítoris. Todo volvía a suceder otra vez, como una tortura lenta y sensual. La presión de su dedo hacía que mi coño ardiera y prolongó esa sensación durante, al menos, otra hora más. Una hora en la que yo no dejaba de mamar de la polla-biberón y en la que mi coño estaba loco de deseo por sus dedos.

- ¿Quiere esa perlita mi dedito? ¿Lo quieres mi putita? ¡Eso es, frótate arriba y abajo sobre el dedito de la Señora!

El oír su voz no hacía más que empeorar la situación en la que estaba. Todo lo que decía me encendía como si no pudiese concentrarme en otra cosa que no fuese más que en su dedo. Incluso me había olvidado de la polla-biberón. En lo único que podía pensar era en su dedo.

- Apuesto lo que sea a que la señora Hamilton jamás pensó que un día suplicaría  que la follase el dedo de otra mujer. ¿Verdad que lo deseas? ¿O quizás deseas convertirte en la putilla barata de un enano y mía, eh, preciosa? Eso es, sólo quieres seguir jugando con el dedo de Madame. Todo lo que quieres es el dedito de Madame, todo lo que quieres es el dedo de Madame Cong. El dedo de Madame es tu único mundo, tu único deseo ahora… y debes obedecer en todo a Madame si quieres que siga jugando con su dedito. La puta que hay en ti sólo quiere complacerme y tú quieres hacerlo, ¿verdad que sí, mi puta? – dijo retirando el dedo de mi sexo y quitándome el artilugio de mi boca.

- ¡Ohhhh… sííí… por favor, Madame, por favor… deme su dedito, por favor Madame… oh.., por favor… deje que me corra… tengo que correrme… por favor! – empecé a suplicar, empezando a hablar como ella. Me había perdido en las sensaciones que su dedo me producía.

- Bueno, si eso es lo que quiere mi puta, eso es lo que tendrá… pero para conseguirlo te quiero ahora entre mis piernas y comiéndome bien el coño, Puta. ¡Voy a mostrarte la puta perra-bollera que realmente eres, Señora Hamilton!

No pude contenerme y corrí hacia sus piernas a lamer su sexo. Nunca antes en mi vida había lamido el coño de una mujer y aquí estaba, lamiendo y chupando como si fuese una tortillera. Había perdido completamente el control sobre mi cuerpo y mi mente. Me estaba transformando en la lesbiana que antes había negado ser. “¿Qué era yo ahora?” ¡Dios, si mi marido me hubiese visto así, lo bajo que había caído, lo puta en que me estaba transformando…! ¡Dios! ¡Deseaba tanto el contacto de ese dedo que haría cualquier cosa por recuperarlo!

- ¡Qué bien lo comes, perra! ¡Y eso que dijiste que no eras bollera! Pues chupas como si lo fueses, zorra. Si sigues portándote como una niña buena creo que tendrás mi dedo. – dijo mientras sujetándome del pelo me hundía más en su sexo.

- Sí creías que habíamos dilatado bien tu coñito… ¡Espera hasta que terminemos con tu culo…! – dijo lanzando un grito.

Me sorprendió el comentario. “¿Qué es lo que pensaba hacer con mi culo?” pensé por un instante, pero el deseo de sentir su dedo en mi clítoris era más fuerte así que continué aplicándome a lamer y chupar su sexo. Finalmente, Madame Cong acabó corriéndose sobre mi boca y mi lengua.

- Trágatelo todo, perra.

Y así lo hice.

- Buena puta. Ahora retírate y quédate arrodillada. ¡Enséñame tu blanco culito! – aún jadeaba por el orgasmo que mi boca le había proporcionado.

Desde su posición, Madame Cong observó como, arrodillada, arqueaba mi cuerpo para mostrarle mi trasero con la esperanza de recibir, por fin, el anhelado dedito. En vez de eso se levantó y se dirigió al teléfono que estaba junto a la cama y llamó a recepción.

- ¡Trae al perro! – dijo alto y claro con el fin de que la oyese.

- ¡¿Qué?! No, por favor, Madame, seguro que no quiere hacerme eso… por favor… ¡Oh, Dios! ¡Un perro no! ¡¡¡Por favor, no… un perro no!!! – grité aterrada. Quería echar a correr pero, ¿hacia donde ir? Recé para mis adentros para que no se atreviese a hacerme algo tan sucio como eso.

La puerta de la habitación se abrió dando paso a Lennie. Este entró con una correa en la mano tras la cual marchaba un enorme Gran Danés. Era un hermoso animal grande y negro. Vi como, entre sus piernas, su pene ya se encontraba erecto. El miedo me paralizó al imaginarme esa cosa dentro de mí.

- No tienes por que preocuparte, puta. Tu coño no es digno de la polla de Búster. El pobre no sentiría nada tras el trabajito que el Sr. Gaul ha hecho en él. Pero tu culo es ya otra historia.

No podía creer lo que oía. Un perro, un Gran Danés, iba a follarme el culo. Mis pensamientos giraban en un gran remolino.

- Por favor, Madame Cong… eso no… ¡Le prometo ser buena a partir de ahora…! ¡No lo haga, por favor! – le rogué y supliqué, pero no quiso escucharme.

- ¡Cállate, zorra! ¡Vamos, Búster, monta a tu nueva perra! – al oír la orden el perro obedeció al instante. Lennie lo soltó y de inmediato saltó sobre la cama para, tras lamerme durante un momento el ano, montarme. Notaba como Madame ayudaba al animal a violentar mi culo, como separaba mis nalgas para que su aparato entrase en mi interior. Cuando al fin lo consiguió un grueso nudo bloqueo la polla en mi interior haciéndome gritar de dolor.

- ¡Owwwwwwweee…! ¡Noooo… ehhhhhhhh…! ¡Owweee… por favor!

El perro comenzó entonces a follarme y me sorprendí al notar que mi coño de nuevo estaba mojado. ¡Un perro me daba por culo y yo estaba respondiendo como una perra en celo!

- Eso es, Búster, fállatela bien duro y bien profundo, fállatela como la perra que es. ¿Te acuerdas cuando te dije que te follarías cualquier cosa con tal de tenerme? Bien, ¡no deberías haberme tentado, señora Hamilton!

Madame Cong era tan cruel como para permitir que un enorme animal me diese por culo. En solo un par de días había pasado de ser una hermosa turista americana de vacaciones a una perra en celo jodida, ni más ni menos, por un perro de verdad. Avergonzada bajé la cabeza cuando noté como el perro se corría y derramaba su semen en mis entrañas mientras yo seguía jugando con mi coño.

- ¿Tu coño aún no tiene suficiente, perra? Será mejor que no te muevas mucho aún o Búster puede destrozarte ese precioso culito. Hay que desmontarlo correctamente. – dijo ayudando al perro a retirarse para luego llamar a Lennie otra vez por teléfono. Este volvió y se llevó al perro.

- Bien, bien. Qué bonito culo tenemos aquí. Lo voy a abrir igual que el Sr. Gaul hizo con tu coño. – en su voz brillaba el vicio y yo me asusté.

De nuevo volvió a abrir su bolso y extrajo de él una bolsa de enema. Con ella en la mano se dirigió al baño para llenarla. Cuando regresó con ella llena, comencé a suplicar de nuevo.

- No, un enema no, por favor… no me gusta eso, por favor… haga conmigo lo que quiera, Madame, pero por favor, un enema no.

- Ya estoy haciendo contigo lo que quiero, así que deja de quejarte perra. Ahora agáchate. La bolsa lleva casi cuatro litros de agua y vas a meterla toda en tu vientre. No puedo meter mi mano en un culo lleno de mierda, ¿has entendido, puta?

Mientras me hablaba de esa manera, saco también de su bolsa un enorme dildo. Era un consolador bastante desagradable, lleno de protuberancias que le daban el aspecto de estar lleno de venas a punto de estallar.

- Ahora, señora Hamilton, ábrete bien. Madame Cong va a limpiar apropiadamente a su niña. – y metió la boquilla del enema en mi ano y colgó la bolsa al poste de la cama.

- Emmmm… ewwwww…. Emmmm… - gemí mientras el agua empezaba a invadir mis entrañas.

- Así, Puta. Disfrútalo. Con esto voy a conseguir hacer reventar tu vientre y, cuando la bolsa esté vacía, voy a meterte este consolador en el culo y voy a sujetarlo allí para que retengas el agua tanto tiempo como yo quiera. Uy, perrita, tu barriga se está empezando a hinchar ahora. Te está quedando bonita y gorda, como la de una cerda. ¡Oh, sí, ahora eres una cerdita gorda!

Madame Cong acariciaba mi vientre hinchado frotándolo como si yo estuviese embarazada de varios meses.

El enema terminó de entrar en mis intestinos y seguidamente me introdujo el consolador sujetándolo con unas correas alrededor de mis caderas. Sufría de una extraña sensación. Me dolía la barriga, pero mi coño seguía palpitando de excitación. Sentirme llena, con toda esa agua en mi interior y con el dildo en mi culo, se traducía en un sentimiento que jamás antes había tenido. Esta mujer conseguía que hiciese cosas tan sucias qué jamás hubiese podido creer antes.

- ¿A que mi pequeña parece embarazada? Oh, sí, puedo decirte que te pareces mucho, mucho a una cerdita. ¡Saca barriga para mí, cerdita! – me ordenó.

Saqué barriga, cosa que no era difícil ya que tenía ya un gran tamaño. Realmente parecía que estaba embarazada.

- Eso, así, mas afuera – decía mientras con sus manos abofeteaba mi barriga como si estuviese tratando de mover el agua de mi interior.

- ¡Qué puta eres! Mírate ahora, señorita Quisquillosa, no eres más que una gorda puta-cerda, solo otra puta-cerda para mí y para mi establo. Anda, vamos al baño. Seguro que mi niña tiene ganas de hacer caquita. ¿A que sí? Sólo tienes que pedírmelo.

- Por favor, Madame, no… - no quería admitir la imperiosa necesidad que tenía de eliminar el agua.

- Bueno, ya que no quieres, vuelve a la cama y acuéstate mientras jugamos de nuevo al dedito. – dijo sonriendo como el gato que se comió al canario.

“¿Cómo voy a aguantar mucho más esto?” – pensé. De nuevo su dedo en mi clítoris y recordaba bien lo que me hizo sentir antes. La tortura iba a empezar de nuevo. Presión directa sobre mi clítoris y todo empezó otra vez. Yo no podía resistir las sensaciones que el contacto enviaba a mi cuerpo, pero ella no me dejaba alcanzar el orgasmo. Siempre encontraba una forma de aplicar la suficiente presión con el dedo para encenderme pero no la bastante como para masturbarme.

- ¿Le gusta a mi embarazadita mi dedito? Oh, sí, seguro que sí. Yo se que a ella le encanta sentir el dedito de Madame. El dedito de Madame en su perlita hinchada, como a una niña sucia y traviesa. – se echó a reír como si yo fuese un bebé o algo así. Este tratamiento duró cerca de una hora, hora en la que yo trataba por todos los medios montar en el dedo de mi captora y meterlo dentro de mi coño.

Me estaba frotando tan fuerte como podía, tratando de correrme, pero ella no me dejaba. Al fin, se detuvo y yo volví a suplicar de nuevo.

- Por favor, por favor, Madame Cong, por favor, deje que me corra. ¡Oh, Dios, tengo que correrme! ¡Por favor! – dije casi a punto de llorar.

- ¿Me prometes que vas a ser una buena puta y a comportarte correctamente para Madame?

- ¡Oh, sí, sí Madame! ¡Voy a ser una buena puta para usted! – dije esperanzada de que le agradase mi respuesta y me dejase alcanzar por fin el orgasmo.

- Bueno, ya te ha follado un perro para mí, así que ahora ¿qué tal un par de dedos y una malo en tu culo? – estaba arrojando un cebo para que yo picase.

- ¡Oh, Dios, Madame, sí, cualquier cosa, por favor, por favor, sólo deme el dedo! – me miró a los ojos como si yo fuese una cachorrilla.

- Entonces ya sabes que tienes que pedirme antes. – yo estaba confundida y no sabía que decir.

- ¿Baño? – dijo dándome una pista de lo que deseaba de mi.

- Por favor, Madame, por favor, déjeme ir al baño. Tengo que hacer caquita. – dije completamente avergonzada al ver que haría cualquier cosa por correrme en el dedo.

- Buena chica, vamos. – yo estaba feliz de que mi respuesta le hubiese agradado. Tomándome de la mano me llevó al cuarto de baño. Yo no podía creer que su intención fuese ver como me aliviaba en el inodoro.

- Ahora vas a ser una buena chica y harás caquita para que Madame te vea, enséñale a Madame la putita cagona que estás hecha.

Avergonzada, accedí y deje salir todo lo que estaba en mi interior. Se me hacía extraño ser observada por otra mujer mientras lo hacía. De alguna manera, llegué a mojarme mientras me observaba evacuar. Finalmente terminé y ella me ordenó limpiarme bien y volver a la cama. Mientras me aseaba, ella me esperaba en el dormitorio.

- Ahora, puta, de rodillas en la cama. Es el momento de dilatar ese pequeño culito tuyo. ¡Quiero conseguir que entren al menos cuatro pollas en él!

Al oírla me quede lívida del susto.

- Por favor, Madame, no más… por favor… ¡Déjeme en paz! – volví a suplicar.

- ¡Cállate de una vez, zorra! Empecemos con un dedo dentro de tu culito.

Con un movimiento, al principio suave, empujo el dedo en mi interior para luego comenzar a bombear con él.

- Eh… eh… eh…

- Eso es, puta. Tú puedes. Ahora dos dedos.

- ¡Emmmm…. Eeee….!

- Ahora a por el tercero, puta. Así, fóllate mis dedos, se que te gusta sucia puta, ¡lo adoras!

Yo me movía arriba y abajo sobre sus dedos. Me sentía como una puta. Quería más y más a medida que ella iba abriendo mis entrañas. Lo más curioso del caso es que antes de esto, jamás había permitido a nadie que me hiciese sexo anal, ni siquiera a mi marido, y ahora lo estaba disfrutando follándome los dedos de Madame como una puta barata.

- ¡Para! ¡He dicho que pares, perra! – gritó Madame sacando los dedos de mi ano. - Tengo una sorpresa para ti.

Me di la vuelta para ver como se había sujetado alrededor de su cintura un arnés con un enorme consolador. Iba a darme por culo con él.

- Vas a necesitar lubricación, así que se una buena chica y chupa, chupa como si fuese una polla de verdad. ¡No la muerdas! – dijo dándome una palmada en una nalga. – Eso es, lame desde la base hasta la punta como si fuese real y luego métela toda en tu garganta y chúpala.

- Urgh… ugggh… yumppp… - Me atraganté.

- Vamos, puta, trágate toda mi polla. ¿No esperabas que te hiciese esto? Vamos, ya antes tragaste semen de verdad, así que ¡traga, perra! El semen de antes tenía una semana. ¿Le gusto a mi perrita?

Fruncí el ceño al recordarlo. El sabor era horrible. Me percaté de que le gustó mi expresión y comenzó a carcajearse.

- ¡Ahora a por tu culo! – rápidamente me puse en posición y Madame, sin previo aviso, lo hundió en mi culo. Comenzó entonces a bombear cada vez más rápido.

Grité con todas mis fuerzas como si estuviese siendo violada. Aun así, notaba como su dedo volvía a mi clítoris mientras me follaba llevándome ese punto de presión a un grado de tortura que me volvía loca. Estaba ardiendo de deseo, pero no dejaba que alcanzase el orgasmo. Durante un buen rato estuvo jodiéndome hasta que, de pronto, saco el dildo de mis entrañas.

- Es la hora de la siguiente fase de tu dilatación, perra. – dijo mirándome amenazadoramente.

Volvió de nuevo a introducirme los tres dedos anteriores para luego seguir con el anular y el pulgar también. Tras moverlos durante un rato acabó por meter su puño entero en mi culo.

- ¡Owwwwwwweeee… owwwwwwee…! ¡Oh, Dios mío! ¡Madame, por favor… me va a destrozar…! ¡Owwwwweee... oweeee… eh… eh…!

- Abre bien ese culo para mí, puta. Ahora si que lo tienes grande y gordo, ¿verdad que sí, perra?

- S… sí… ¡Oh, Dios, Madame, es enorme…! - Su brazo estaba ahora dentro de mí, moviéndose adentro y afuera sin dejar de follarme. Pensé que nunca iba a parar. Gracias a Dios, al fin lo hizo.

Yo lloraba con la cara en la cama y mi culo en pompa, dejándome caer como una bola en la cama cuando sacó el brazo de mi culo. Mientras seguía llorando, Madame se dirigió de nuevo a su bolsa y sacó un cinturón de extraño aspecto.

- Este va a ser tu dispositivo de castidad, puta. Deberás llevarlo con orgullo. Impedirá que te toques y te corras durante la noche. – dijo volviéndose a echar a reír de nuevo.

Lo colocó sobre mí y lo cerró con llave. ¡Ahora no podía tocar mi coño! Desesperadamente quería tocarme, pero era imposible. Los métodos de tortura de Madame Cong eran terriblemente eficaces.

- Descansa, lo vas a necesitar para lo que te espera mañana. Vas a tener las pollas que el Señor Gaul te había prometido. Observaré tu progreso mientras te follan mañana.

De nuevo se dirigió hacia el teléfono. Le ordenó a Lennie que enviara al Señor Gaul y a Julia.

- Bueno, Madame Cong, ¿ha sido mi putita productiva hoy? – preguntó el enano cuando llegó.

- De hecho ha sido muy productiva, Señor Gaul. Alcanzará un alto precio cuando haga las calles para mí. Pero ahora quiero que descanse. Julia, mañana la quiero con un traje de sirvienta, después de todo, tiene que empezar a trabajar para pagar su deuda. – Ambos se echaron a reír. El Señor Gaul le había contado todo lo que había pasado al llegar al hotel.

- Le daré el tratamiento completo, Madame. – respondió Julia.

No me quedaba voluntad para tratar de luchar contra ellos. Me estaba resignando a convertirme en una puta, parecía que no iba a poder escapar de mi nueva vida. Cuando salieron de la habitación me dijeron que durmiese bastante. Mientras trataba de conciliar el sueño, pensé en que jamás hubiese imaginado las cosas horribles que había hecho en los dos últimos días. Me había convertido en la puta de estos dos Amos, y en la perra de un perro también.

*****

 

 

 

Llegó el siguiente día y me desperté tarde, pasadas las nueve de la mañana. Julia entró poco después y comenzó a hacer su trabajo. Pensé por un momento que, quizás, esa chica podría ayudarme, pero rápidamente descubrí lo contrario.

- ¡Arriba, esclava! Aquí tienes tu ropa para hoy. Una criada debe aprender a responder rápidamente a alas necesidades de su Señora. Vas a llamarme Señora y, si haces las cosas mal, te azotaré con el látigo del Señor Gaul. ¿Has entendido, esclava?

Esta vez no protesté. Sabía que hacerlo sólo me acarrearía más dolor.

- Sí, Señora. – estaba derrotada.

- Ahora irás a preparar el desayuno. Aquí tienes la lista de lo que deseamos. Vamos, te mostraré la cocina. – dijo sonriendo. Mi rebeldía volvió a aflorar.

- Mira, perra. Soy una huésped del hotel, o al menos así fue hasta que el enano cabrón se metió conmigo. ¿Quién te crees que eres? Yo contribuyo a que te paguen el sueldo. – dije temiendo después cual sería su respuesta.

Sin decir palabra, inmediatamente me dio un puñetazo en el estómago. No lo esperaba y el golpe me dejó sin aliento. Tratando de recuperarme, le lancé un puñetazo para defenderme, pero ella se agachó esquivándolo fácilmente y devolviéndome un rodillazo en mis ingles que hizo que me doblara de dolor. Daba la impresión de que allí todos sabían pelear mejor que yo.

- ¡Voy a azotar ese culo hasta quitarte el sentido! ¿Quieres intentarlo de nuevo, perra? – dijo mirándome con desprecio. Su hermoso pelo castaño le cubría las mejillas. Era raro verse dominada por una criada, que, al fin y al cabo, es lo que era después de todo.

- Pe… pero Señora, si soy voy a ser una criada, ¿por qué tengo que cocinar? – dije haciéndome la listilla.

- Porque yo lo digo. Ahora lárgate a trabajar. Te enseñaré la cocina.

Se me ordenó preparar tortitas, salchichas y huevos para dos, como estaba dispuesto en mis instrucciones. Me apresuré a realizarlo todo pues estaba hambrienta. Cuando todo estaba dispuesto fui a prepararme un plato para mí.

- ¡Quieta! No vas a compartir la mesa con tu Ama. Vamos, a gatas como una perrita. – dijo sonriendo de oreja a oreja.

- Por favor, Señora, ¡Oh, Julia!, me han secuestrado y enviado a mi marido de vuelta a los Estados Unidos. Por favor, no dejes que me hagan esto. Por favor, ayúdame a escapar. – supliqué lo mejor que pude.

- ¡Maldita puta! ¿Aún no te has dado cuenta de que no eres más que una esclava blanca y que te estamos entrenando para ello? ¡Ahora ponte de una vez a cuatro patas, perra! – sus ojos alejaron de mí toda esperanza.

Temblando, me coloque en la posición que me había ordenado. “¿En que me estaba convirtiendo?” – me pregunté a mi misma. Tiró una salchicha al suelo y me indicó que me la comiese.

- Eso es, perrita buena – dijo acariciándome el pelo. Luego llenó un cuenco con agua y lo puso en el suelo.

- Vamos, se una buena perrita y bebe, lame como una perrita y luego ven a gatas hasta tu encantadora Señora. – me ordenó mientras volvía a su asiento.

Yo saqué la lengua y empecé a beber el agua como haría un animal. Estaba actuando como una perra para ella y mi coño se estaba mojando otra vez. Cuando terminé de beber me arrastré hacia ella.

- ¡Perrita buena! ¿Quiere mi perrita jugar a traer la pelota, eh?, ¿quieres? – dijo tratando de engatusarme. Tomó una tortita de su plato y la arrojó por encima de mi cabeza.

- Ve a buscarla, perrita… date prisa… más rápido, más rápido… vamos perrita… jajajaja.

Yo, a gatas, me lancé lo más rápidamente posible a cogerlo con mi boca.

- Así, tráela de vuelta, perrita… perrita buena… buena chica. – dijo cogiendo la tortita de mi boca y soltó una risita mientras me acariciaba el pelo. En ese momento tenía unas ganas enormes de masturbarme, pero el cinturón de castidad me lo impedía. “¡Dios!, ¿por qué me excita tanta humillación?” – me pregunté a mi misma mientras anhelaba cada vez más ser su perrita. De uno de los ganchos que había en la cocina tomo un collar y una correa. Al parecer por allí había otro perro o tal vez fuese de Búster, no lo sabía con seguridad. Julia se acercó a mí y me los colocó, sacándome de la cocina y llevándome a gatas hasta las habitaciones.

Caminamos entre las personas que allí se alojaban y que entraban y salían de sus habitaciones. “¿Qué clase de personas se hospedarían en esta casa de locos?” – me pregunté mientras seguía mi camino a cuatro patas. Al pasar por una mujer, esta exclamó:

- ¡¿Pero qué demonios es esto?!

- Oh, nada. – dijo sin dar importancia a sus palabras. – Sólo estoy quebrando a la nueva criada. –dijo y ambas se echaron a reír.

Sus palabras me humillaron pero paradójicamente me hicieron humedecer aún más. Secretamente estaba deseando sentir el contacto del dedo de Madame Cong. Me di cuenta que, de alguna manera, nos había condicionado a mí y a mi clítoris. “¡Dios mío! ¿Qué me había hecho esa mujer?”

- Por aquí, perrita. – y me metió en el baño de una de las habitaciones. Luego me quitó el collar y la correa.

- Aquí es donde vas a empezar a trabajar como criada. El Señor Gaul me ha dicho que debes un montón de dinero por tu estancia aquí, así que te tienes que ganar el sustento y saldar la deuda.

Bajé la vista hacia el suelo. Alguien había ya colocado allí un cubo con agua jabonosa y un cepillo. Supe de pronto que la idea era que fregase de rodillas.

- Ahora a trabajar, criada. Quiero este piso tan limpio que se pueda comer sobre él. Como no esté lo suficientemente limpio, vas a lamer todo lo que se te olvide. ¿Ha quedado claro?

- S… sí, Señora. – contesté con desanimo.

- Bien. Ahora la señora Hamilton se ha convertido en una criada. Disfruta de tu nueva posición. – dijo riéndose y abandonó la habitación.

Froté, froté y froté. Limpié todo el baño, no solo el suelo. Sabía que si no lo hacía así luego me esperaría un severo castigo. No creo que nunca antes hubiese limpiado un baño con tanta diligencia. Era como si yo fuese una persona completamente diferente, una esclava obedeciendo órdenes. Este pensamiento me humedecía.

Julia entró a examinar mi trabajo. Me puse firme ante ella como un capitán en un barco a punto de hundirse.

- ¡Eh! ¡Ajá! Bien, muy bien, has hecho un gran trabajo, esclava. Te convertirás en una maravillosa esclava. – me dijo sonriendo, pero justo después escupió en el suelo.

- Vaya, ¿qué es esto, puta estúpida? ¿Te olvidaste de esto? ¡Vamos, límpialo! ¡Límpialo con la lengua! – ordenó.

- No es justo, Señora Julia. Lo ha hecho a propósito. Me he partido el culo por usted. – Comencé a llorar. Unas lágrimas resbalaron por mis mejillas.

- Para ya, jovencita. Ahora, si haces un buen trabajo para mí y limpias eso con la lengua, te daré una recompensa. – dijo sonriendo lascivamente.

Tenía la esperanza de que la recompensa fuese que me quitase el cinturón de castidad, así que rápidamente me arrodillé a lamer su escupitajo.

- Así, querida. ¡Qué buena chica!, déjame ver esa lengua… sácala toda y lame mi escupitajo, lámelo todo como una perrita buena. ¿Te gusta lamer mi saliva? ¡Eres una puta barata! ¡Vamos, arrástrate hacia el inodoro!

“¡El inodoro!” - pensé para mis adentros.

Julia se acercó a él y levantó la tapa. ¡Gracias a Dios que había lo había limpiado bien! Se quitó los zapatos y metió los dedos de un pie en el agua, sacándolos después y volviendo a bajar la tapa. Se sentó en el inodoro y colgando el pie frente a mí dijo:

- Ahora, esclava, quiero que me dejes el pie bien limpio. Esta es tu recompensa y espero que hagas un buen trabajo. Quiero que brille. ¡Lame, puta! – me miró fijamente a los ojos como si yo solo fuese un pedazo de mierda, con lujuria y dominación. Su mirada me puso muy nerviosa, deseaba huir.

- S… sí, Señor… sí, Ama. – tartamudeé.

Julia me daba instrucciones de cómo debía hacerlo. Tenía que empezar por el dedo más pequeño e ir progresando hasta llegar al dedo gordo. Lamía con avidez, como si toda mi vida lo hubiese estado anhelando. No me podía creer lo caliente que me ponía lamer los dedos del pie de esta criada. “Esta es mi recompensa” – pensé – “¡Sí tan solo pudiese jugar con mi coño!”.

- Buena chica, ahora chúpame el dedo gordo como si fuese una polla de verdad. Imagínate que está jugosa y mojada de semen… Así… así… más rápido, más rápido… Fóllate la boca con él, puta. ¡Lo amas! Dime lo mucho que lo amas.

- Yo… yo… lo amooooooo… - dije sin dejar de chupar.

- Lo sé, puta, lo sé.

Cuando acabé con su pie fuimos a la habitación y me dio un extraño plumero. Era un plumero, en efecto, pero habían sustituido el mango por un consolador. Parecía una falsa polla. Julia empezó a lubricarlo con su propia boca. Era tan erótico ver como lo hacía. Se afanaba por hacerlo lo más real posible, como tratando de tomarme el pelo. Cuando acabó, me lo pasó.

- Agáchate y mételo directo en tu culo. – lo decía en serio.

- Por favor, Señor…

- ¡Hazlo ahora, esclava! ¡Déjate de perder el tiempo! Mételo ya en tu jodido culo. Quiero que desempolves la habitación, pero quiero que lo hagas con tu trasero. – dijo y se echó a reír histéricamente.

Empujé el mango dentro de mi ano. Sorprendentemente entró con facilidad. Madame realmente debía de haber abierto bien mi culo la noche anterior. Luego me ordenó recogerme la falda y comenzar a limpiar el polvo de la habitación.

- Se creativa, criada. – agregó.

Parecía tan estúpida pasando alrededor de los muebles tratando de quitarles el polvo extendiendo mi culo y estirando las piernas. Resultaba incomodo mantener levantada la falda al mismo tiempo. Me sentía idiota y Julia, que se dio cuenta, se reía y reía de mis esfuerzos.

- Pero que buen plumero puedes llegar a ser. ¡Levanta la colita! Buena chica, jijiji…

Después de unos minutos de seguir con esta tarea, y después de haber realizado algunas más, por fin se me permitió descansar. Eran alrededor de las tres de la tarde y me quedé dormida. Yo soñaba y soñaba y soñaba. Imágenes de pesadilla de repugnantes encuentros sexuales, de mi cinturón de castidad y de cómo trataba de romperlo con mis dedos para poder masturbarme. En mi vida jamás había tenido sueños tan lascivos. Incluso mi mente se estaba convirtiendo en la de una guarra.

Durante este tiempo también tuve un extraño sueño con mi marido tratando de rescatarme solo para verme disfrutando de las pollas de otros hombres bombeando dentro de mí. Luego lo veía alejarse asqueado dejándome allí con todas aquellas pollas que luego se convirtieron en serpientes.

******

Mi descanso terminó repentinamente. El Señor Gaul tiraba de mis pies.

- ¡Arriba puta, despierta! Es hora del batido de proteínas que te prometí.

Asustada, me terminé de despertar.

- Por favor, Señor Gaul… déjeme marchar… No voy a decir nada… ¡Por favor…! – y me eché a llorar.

- ¡Ya basta, puta! ¡Ahora me perteneces y harás lo que me salga de los cojones! – de nuevo sus ojos. Tanta crueldad en un hombre tan pequeño. Era como si él ya no fuese un enano y con su crueldad me estuviese eclipsando.

- Ahora vas a atender cuatro pollas para mí, perra. Vas a lamer y a chupar cada una de ellas. Se hará difícil que no se corran en tu boca, pues el objetivo es que lo hagan en tu precioso culito. ¡Ah!, se me olvidaba, el truco estará en que las cuatro te lo follaran a la vez, putita. ¡Las cuatro a la vez!

- Pero… ¿Cómo…? – el Señor Gaul no me dejo acabar.

- ¡Silencio, perra! Lo harás. Madame Cong ha conseguido que tu agujero sea más flexible para este fin. También estará allí para ayudarlos a montarte. Cuando lo hagan, nos sentaremos a ver tu rendimiento. ¡Ahora al suelo arrodíllate de inmediato!

En ese instante hizo su aparición Madame Cong seguida por cuatro hombres. Uno de ellos era Lennie, acompañado por otro feo hombre gordo de barba gris a su lado. Los otros dos eran muy delgados, pero muy altos, de piel oscura y bigote.

- Rodéenla, señores – ordenó Madame. Ella y el Señor Gaul se sentaron a mirar.

- Mámalas bien, puta. Hazlo como te he enseñado. – me dijo Madame.

- Perra, iras hombre por hombre y les bajarás la cremallera a todos. A continuación volverás al primero e irás chupando por turnos a cada uno de los integrantes del círculo. – dijo el señor Gaul.

Me acerqué al primer hombre, el gordo de barba. Parecía muy sucio. Le abrí la cremallera y sacó su polla. Aún estaba algo flácida y colgaba medio enroscada. Sin embargo, pude comprobar como poco se iba endureciendo ante mis ojos.

Pasé al segundo hombre. Era muy alto y guapo, y además se veía limpio. Repetí la acción anterior, pero su miembro ya estaba duro al salir del pantalón. Era algo más delgada que la del gordo con barba, pero un poco más larga.

Luego le llegó el turno a Lennie. Su polla era la más desagradable y la acariciaba ante mí después de que se la sacase del pantalón. Mi mente estaba mareada ante todas esas pollas que me rodeaban. Deseaba poder jugar con mi coño, pero el cinturón de castidad me lo impedía.

Me acerqué al cuarto hombre. También era alto, pero no tanto como su compañero. Tenía un aspecto grasiento. Saqué su polla y descubrí que era la más larga de todas, tal vez unos veinticinco centímetros. “¡Dios!” – pensé - ¡La de Mike apenas llega a los veinte!”. La polla de ese hombre me puso a cien.

- Ahora de nuevo al primero. Empieza por meneárselas. Usa las dos manos y trabájatelas de dos en dos. ¡Has tus deberes, puta! – insistió el enano.

Agarré las pollas y comencé a tirar de ellas tan firmemente como pude. Mi cuerpo se bamboleaba arriba y abajo sobre mis rodillas que se raspaban contra la alfombra. Las rodillas me quemaban, pero seguí haciendo mi trabajo y las rotaciones.

- Así puta, como si ordeñases a una vaca en una granja. – dijo Madame mientras se reía.

- Ahora a lamer y chupar, perra. – ordenó el Señor Gaul.

Me puse a chupar la polla del gordo. Lamiéndola en toda su longitud desde abajo hacia arriba tal como me había enseñado Madame. Luego la engullí con mi boca y la chupé durante un rato para luego pasar al siguiente, y así hasta completar el círculo. Me estaba mareando de tantas vueltas, de tanto chupar y lamer las pollas de estos desconocidos, tratando de conseguir erecciones duras y firmes. En las puntas de todas ellas brillaban ya algunas gotas de líquido preseminal.

- Ompppphhh… slurpppp… buzzzzth… - yo seguía chupando y chupando.

- Acérquense, caballeros. Puta, lame la punta de las pollas en rotaciones más rápidas. Usa la punta de la lengua. – ordenó Madame.

- Lippppp… lippppp…. – cada vez giraba más rápido, rozando con mi lengua las puntas de sus miembros. La velocidad hacía que me creyese a punto de desmayarme a consecuencia de la sensación de mareo. Finalmente Madame ordenó parar y los hombres retrocedieron.

Fue una sensación increíble el estar rodeada por cuatro hombres con sus pollas erectas. Me sentí como si estuviese en una jaula de pollas. Hacia donde quiera que mirase, siempre había una polla apuntándome. Mi coño estaba encharcado bajo el cinturón de castidad. ¡Cómo anhelaba jugar con él!

- Ha llegado el momento de montar a mi pequeña puta. – dijo Madame llevándome hacia una cama y tendiéndome boca abajo. Luego tomó al hombre de miembro más largo detrás de mí y colocó su polla en mi culo. El otro hombre delgado se colocó a horcajadas sobre mi espalda y también apuntó su polla hacia mi ano. Su polla también era larga y delgada. Madame metió los dedos en la parte superior de mi culo mientras que la polla del otro hombre se metía en la parte baja y tiró de ella con fuerza.

- ¡Owwwwwe! – grité.

- ¡Cállate, puta o te amordazo! – replicó Madame.

Maniobró fácilmente con la polla del otro hombre. Tras el trabajo de la noche anterior, mi ano se había vuelto muy flexible.

A continuación le toco el turno a Lennie y al gordo, que se colocaron a mis costados. Los dos hombres mantuvieron una fiera lucha para mantener sus pollas en mi ano. Tomo un tiempo antes de que las cuatro pollas, por fin, se pudiesen acomodar en mi ano, pero, increiblemente, lo hicieron. Las cuatro estaban duras como rocas, y la sensación era la misma que la de sentir el puño de Madame en mi interior. Mientras los cuatro bombeaban, Madame volvió a su asiento a contemplar su obra.

- ¡Mírate ahora! ¡Sólo eres una puta cerda para mí! ¿Cómo te sientes, señora Hamilton? ¿Qué se siente al ser mi puta y la de todos estos hombres? – preguntó sin esperar respuesta.

- ¡Vamos, puta! Cógelo todo, dentro y fuera, hasta el fondo de ese dilatado culo. Hazlo para mí. – dijo el Señor Gaul.

- Eh… eh… eh…enthhhh… enth… emmmmm… ummmmm… ohhhh… eeeehhhh… - Yo estaba jodiendo y jodiendo cuatro pollas para el Señor Gaul y Madame Cong. Podía sentir como dilataban y llenaban mi culo. Eran cuatro pollas calientes que estaban calentando mi culo. Yo estaba ardiendo.

- ¡Pídeles más, puta! – me ordenó Madame.

- ¡Oh… más… más… mássss… ohhhh… síííí… más…!

- Diles “Señores, por favor, clávenmelas más hondo y fuerte” – volvió a ordenar.

- Se… se… señores, por favor, clávenmelas más… más… hondo y fuerte… ¡oh… sí… fóllenme… fóllenme bien!

- ¡Diles que te follen como a la puta que eres! – gritó Madame.

- ¡Fóllenme, fóllenme como a la puta que soy! ¡Por favor, señores, jódanme, jódanme bien mi culo! ¡Oh… sííííí… folladme bien…! – había perdido completamente el control.

- Mira a la putita, mira como se coge todas esas pollas para nosotros. – dijo el Señor Gaul.

- Voy a conseguir mucho dinero con ella en la cuadra. – dijo Madame.

Yo seguía follando y follando, queriendo engullir con mi culo todas aquellas pollas. Deseaba que ese momento durara para siempre. Incluso, a pesar de mi cinturón de castidad, estaba a punto de correrme, aunque el roce que el aparato producía estaba empezando a resultar algo doloroso. Estaba empapada de pies a cabeza. El sudor corría por mi vientre y por todo mi cuerpo.

- ¡A correrse, señores! Disparen todo su semen en el culo de esta puta para nosotros. – ordenó Madame.

- ¡Ahhhhhh… ehhhhh… emmmmm… ohhhhh… oh… oh… ehhh…! - gruñí al sentir todos los chorros golpeando dentro de mí casi a la vez Era como una ráfaga. Uno tras otro, y otro… parecía que estaban corriéndose todos a la vez. Les había hecho alcanzar el éxtasis con mi culo.

- Muy bien, caballeros. Estarán de acuerdo en que esta puta ha merecido el precio que han pagado por ella. – dijo el enano.

Los hombres, con sus miembros colgando, se levantaron de la cama.

- Chúpalas y déjalas bien limpias antes de que estos caballeros se marchen. – me ordenó Madame.

Me acerqué a cada hombre y me afané en lamer sus pollas hasta dejarlas limpias y secas. Saboreé cada resto de pringue que permanecía en ellas. Me sentí más puta y sucia que nunca. Ansiaba tener más pollas. Mi vida no volvería a ser la misma después de esta experiencia.

Después de que los hombres se hubiesen marchado, Madame Cong me ordenó de nuevo arrodillarme en el suelo. Ella seguía sentada, pero el Señor Gaul se puso en pie, se acercó a mí y, bajándose la cremallera del pantalón, dejó caer su miembro. Mis ojos casi se salen de sus órbitas. Su polla era la más larga y gruesa que había visto en mi vida. Tenía al menos treinta centímetros de largo. Se puso a acariciarla ante mi cara y, para mi asombro, aun creció más.

- Vamos, puta. Chupa mi polla. Va a ser tu nueva piruleta. Vas a lamerla y a adorarla y luego te la vas a meter toda en la boca. ¡Hazlo ya, puta! – dijo el enano gritando sus últimas palabras.

Agarré su enorme polla y empecé a acariciarla con las manos para después pasar a lamerla. La lamí varias veces de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Estaba muy excitada, la quería muy dentro de mí, pero sólo me permitían tenerla en mi garganta. En todos los años que estuve con mi marido, jamás le había chupado la polla, pero aquí me estaba convirtiendo en una jodida chupapollas para este enano. ¡Me había convertido en toda una puta, una guarra! ¡Y le estaba chupando la polla a un enano!

Disimuladamente eché un vistazo hacia donde se encontraba Madame. Ella estaba masturbándose y, percibiendo mi mirada, me miró con severidad. Madame tenía las piernas muy separadas. Pude ver sus muslos, su piel, y el brillo de humedad que salía de su sexo. Eso me excitó aún más y me dediqué a chupar y lamer cada vez más rápido. Pensé que el Señor Gaul se correría dentro de mi boca y mi garganta, pero no lo hizo. Sacó su polla de mi boca y se corrió sobre mi cara y mis tetas. Fue la mayor corrida que había visto jamás. Quedé cubierta de cremoso y blanco semen. Me froté los pechos con las manos disfrutando del olor de su semen.

- Buena puta, ahora a lamer toda esa cremita y luego, con los dedos, te quitas la de tu cara. – ordenó Madame.

Febrilmente me dediqué a frotar mi pecho y mi cara, arrastrando todo el semen que pude con los dedos para lamerlo después.

- Para chuparse los dedos, ¿a qué sí, puta? – dijo él.

- Mírate, señora Hamilton. Sólo eres una putita blanca cubierta de semen. ¡Vamos, vuelve a la cama y acuéstate de espaldas! – ordenó Madame.

- Madame, estoy muy interesado en saber cómo logra tal control sobre ella. – dijo el Señor Gaul.

Madame, como ya hizo antes, se acercó a la cama y, sacando una pequeña llave del interior de una de sus medias, abrió mi cinturón de castidad. Inmediatamente, ansiosa como estaba, intenté llevar mis manos a mi sexo.

- No, no, puta. ¿Acaso no recuerdas el juego del dedito? – dijo.

Colocó su dedo sobre mi clítoris y comenzó la presión. En ese momento yo ya era una puta que había perdido el sentido.

- ¿Así que esa es la manera de lograrlo? – preguntó el enano.

- Sí, es muy sencillo, pero a ella le produce tal frenesí que en lo único que puede pensar es en masturbarse y correrse. ¿No es cierto, puta?

- Ehhhhh… s… sííí… Madame. – conteste entre los gemidos que me provocaba su dedo.

- Ella sólo ama a mi dedito. Señor Gaul, creo que esta perra ya está lista. Envíemela en una caja. Estaré esperando por ella en Tailandia. Ahora me pertenece. Sin embargo, creo que tres semanas más de servicio con Julia le ayudaran a comprender cual es su nueva posición en la vida. Será una buena esclava y doncella para mí, ¿verdad querida? – dijo mirándome con ojos de cachorrillo.

- S… sí, Madame – volví a gemir tratando de engullir su dedo con mi coño, pero ella hábilmente lo evitaba.

- ¿Sabías que cada uno de los hombres que te han follado esta noche han pagado mil dólares por hacerlo? Piénsalo, puta. He ganado cuatro mil dólares esta noche en tan solo dos horas. Vas a ser muy rentable haciendo de puta para mí, mi pequeña perrita. – dijo echándose a reír.

Madame me colocó luego otra vez el cinturón de castidad cerrándolo con llave y dándole esta al Señor Gaul.

- Ahora dile al Señor Gaul que deseas ser embalada y enviada a mí como mi esclava blanca. ¡Dilo, puta! ¡Dilo, puta de mierda! – insistió.

- P… p… por favor, Señor Gaul, p… por favor… em… embáleme y… y… envíeme junto a Madame. Yo… yo… quiero ser su esclava blanca. – las palabras que dije me hirieron profundamente, pero era lo qué más deseaba ahora.

- Muy bien, querida. Sí eso es lo que deseas. – El enano y Madame Cong rieron. Luego ella se levantó de la cama y salió de la habitación.

- Bueno, putilla. Has recorrido un largo camino hasta aquí. Ya no tendrás que preocuparte tampoco por buscar a tu marido. Lo han pillado intentando entrar droga en los Estados Unidos y le espera una buena temporada de cárcel. – dijo el hombrecillo sonriéndome.

A pesar de lo que me decía, yo seguía pensando en Madame Cong. De alguna manera, era lo único en lo que podía pensar ahora mismo.

- Por favor, Señor. ¿Creé que finalmente Madame me dará su dedo cuando llegue a Tailandia? – pregunte con un casi inaudible tono de voz.

- Si eres una buena esclava, estoy seguro de que lo hará. Ten en cuenta que ella me ha prometido que te tendré. Así que, a pesar de que ahora le perteneces, es muy probable que seas mi esclava para el resto de tus días una vez que hayas aprendido algunos trucos nuevos con ella. ¡Jajajajajaja!. – el Señor Gaul no paraba de reír. Cuando acabó me ordeno dormir y salió de la habitación.

Me quedé allí y mil pensamientos empezaron a correr por mi cabeza. “¿Qué sería de mí en Tailandia? ¿A cuantos hombres desagradables y diferentes tendría que servir? ¿También debería atender a mujeres?” Mi mente ardía, pero mi coño estaba aun más caliente.

Me sentí triste por mi marido, pero yo ya sabía que jamás podría volver a su lado. Me habían cambiado. Me había convertido en una puta por culpa de un enano que apenas alcanzaba la mitad de mi tamaño.

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