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Propiedad de Oni

en Control Mental

Relato original de Jane's Heather aparecido en tres partes en la página Erotic Mind Control. Espero disfruten de la traducción.

 

I.- Dara McLean, U.S. Marshal

 

 

 

Dara McLean era un Marshal federal, un Marshal estadounidense, y no debería estar transportando reclusas a través del país. Eso la molestaba, pero por alguna razón, su supervisor de la Oficina del Marshal la había asignado esta misión. Llevar a una inmigrante ilegal, Oni Yamagutchi, desde San Francisco a Los Ángeles en uno de los coches del departamento para que declarase en un caso de proxenetismo.

Aparcó el coche frente a la explanada de la Prisión Federal de Frisco, un Vic Corona cuatro puertas blanco sin tapacubos y ocho antenas de radio. Su supervisor pensó que este era un buen coche para una misión encubierta. Los delincuentes no.

Mclean era una rubia alta de las que hacían volver las cabezas allí por donde pasaba. Mientras subía los escalones de la entrada, sonrió para sus adentros al notar como los funcionarios, encargados de hacer cumplir la ley, le lanzaban furtivas miradas. Su falda corta, su jersey de punto blanco y sus largas botas negras de caña alta y la cartuchera con su pistola automática, hacían de ella el sueño de cualquier fetichista.

Y parecía que todos los policías que allí estaban lo eran.

Mostró su documentación a los guardias de la entrada y unos diez minutos después, una de las celadoras apareció con la prisionera.

De inmediato le llamó la atención el aspecto de la pequeña asiática. Oni no llevaba el uniforme naranja típico de la prisión, sino que iba vestida con unos pantaloncitos cortos vaqueros, una camiseta gris sin mangas y un par de zapatos de tacón alto que le daban un aspecto bastante sexy. La celadora, obviamente, estaba siendo muy considerada con esa joven que, ni siquiera, estaba esposada.

Dara tomó a la prisionera del brazo, la condujo a una esquina de la sala y la puso contra la pared con el fin de cachear a la linda japonesita. Cuando la agente pasó las manos por la espalda de la prisionera, buscando armas ocultas, Oni empujó su cuerpo suavemente hacia atrás en un tentador movimiento sensual.

McLean se quedó sin aliento al notar el ligero contacto, casi como una descarga eléctrica. Involuntariamente su mano vagó hasta el perfecto culo de la joven. Esta se dio la vuelta y sonrió con una sonrisa seductora mientras miraba directamente a los ojos de la rubia Marshal. La agente se sintió mareada.

Recuperando rápidamente la compostura, McLean le colocó un par de esposas a la joven y la empujó hacia la salida tratando de ignorar las sonrisas cómplices de los carceleros mientras salía del edificio.

Se sacudió la cabeza para eliminar los extraños pensamientos que tan escabrosamente la habían asaltado al tocar a la muchacha. Sin duda la japonesita era bonita, pero Dara no era una “mastica felpudos”. Nunca lo había sido y jamás lo sería. Empujó a la sexy asiática dentro de la parte trasera del coche y dando la vuelta por el lado del conductor, abrió la puerta y entró en el coche.

Miró por el espejo retrovisor a la prisionera. Sus ojos se detuvieron demasiado tiempo en el rostro de la joven. De nuevo, esta respondió mirándola fijamente a los ojos, intentando atrapar su mirada.

Con un gran esfuerzo, Dara apartó la mirada de los ojos de Yamagutchi, entonces arrancó poniendo el poderoso coche patrulla en marcha abandonando la explanada de la prisión.

Unos minutos más tarde ya estaba en la 101 dirección a Los Ángeles. Eligió esta ruta porque la carretera discurría junto al mar y poseía alguno de los paisajes más bellos del mundo. Le encantaba disfrutar de ellos mientras hacía la ruta de la costa.

Pero en este viaje apenas podía echar un vistazo a la hermosa línea de costa. Cuando no estaba atenta a la carretera, sus ojos se posaban de nuevo en su prisionera. Y cada vez que se fijaba en los hermosos ojos marrones de Oni, sentía como si la mujer la traspasase con la mirada a través del espejo.

En una de las veces en que Dara observaba a su prisionera, Yamagutchi se pasó la lengua por sus labios para humedecerlos mientras miraba directamente a los azules ojos de la agente. “Esta chiquilla parece mirar a través mío”, pensó Dara mientras sentía como su sexo se humedecía sin saber por qué. Bueno, sí que lo sabía. Esa mujer la estaba excitando.

- Vas a estrellar el coche y matarnos a las dos. – dijo de pronto la prisionera con una ligera sonrisa en sus labios.

- ¿Qué? – preguntó Dara mientras miraba de nuevo a Oni a través del espejo.

- No le estás prestando atención a la carretera. Vas a chocar si sigues mirándome a mí en vez de mirar a la carretera. ¿Por qué no paramos para que puedas volver a recuperar el control?

- ¡Cállate, zorra! Estoy concentrada en todo momento. – escupió McLean.

- Entonces, ¿por qué puedo olerte desde aquí, querida? Huelo los jugos de tu coño, ¿no es cierto? Será mejor que pares. La mayoría de mis esclavas mágicas huelen como tú.

Dara quedó pensativa. Algo le estaba pasando y probablemente recuperaría el control de sí misma si respiraba un poco de aire fresco. Una señal de tráfico señalaba la presencia de un parque junto a la carretera no muy lejos de donde se hallaban, y tan pronto vio el desvío enfiló el coche hacia él deteniéndose delante de una de las mesas de picnic.

Salió del coche y respiró profundamente, tratando de serenarse después de haberse excitado tanto en el coche.

- ¡Hey! – oyó desde el interior del coche. - ¿No me dejas salir a estirar las piernas?

- No. Eres una prisionera. No hay nada mágico en lo que me pasa, zorra. ¡Cállate! – ladró Dara, sin la debida convicción en la orden que había dado.

- Vamos, querida. Déjame estirar las piernas. Estoy esposada, no puedo herirte.

Dara la miró y, sin saber cómo, se encontró abriendo la puerta trasera del coche y ayudando a la chica a salir. Luego la acompaño hasta la mesa cercana y se sentó. Buscando a tientas en su bolso, Dara sacó una botella de agua y se la entregó a la prisionera, observando como ella inclinaba la cabeza hacia atrás y vertía un poco de agua en su boca. El agua se derramó bajando por su barbilla  y formando un riachuelo entre sus jóvenes y erguidos pechos.

“Dios, sí que es sexy”, pensó Dara.

Oni echó un vistazo a su alrededor comprobando que se hallaban solas en la herbosa área de picnic. Clavó sus oscuros ojos en Dara y empezó a hablarle en voz baja.

- Me deseas, ¿verdad?

- ¡¿Qué?! No… no… por supuesto que no. – respondió la rubia nerviosamente.

Oni acercó su cabeza a Dara y sonrió.

- Me deseas, ¿verdad? No puedes resistirte a mí. Es casi mágico, ¿verdad? Simplemente eres incapaz de resistir.

- N… no… yo… yo… no… - McLean tartamudeaba, incapaz de dejar de mirar el hermoso rostro de Yamagutchi.

La japonesita levantó sus esposadas manos y pellizcó los pezones de Dara a través de su suéter blanco.

- Me deseas, ¿verdad… puta? – siseó la asiática.

“¡Estaba mal! ¡La mujer era su prisionera!”, pensó Dara intentando recuperar el control, pero era tan placentero sentir las manos de la hermosa joven oriental. Tan placentero… Tenía que detenerla de una vez.

Dara comenzó a levantarse, retrocediendo, intentando romper el contacto visual con la peligrosa joven.

- Detente, perra tonta. Sabes bien que no quieres alejarte de mí. ¿Quieres que te toque otra vez? ¿Quieres que te excite? Así tu coño estará húmedo. Siéntate, déjame llegar hasta tu suéter y pellizcarte las tetas.

La Marshal se dejó caer de nuevo en el banco.

- No… no, por favor… no lo hagas.

- ¿El qué, querida? ¿Qué no te toque? ¿No te gusta lo que sientes? Quiero oírte decir “por favor, Sta. Yamagutchi, no pare. Pellizque de nuevo mis tetas”.

 McLean se quedó mirando a los ojos de la bella asiática y sintió como su capacidad de resistir se fundía. Intentó luchar contra las sensaciones que crecían en su interior, pero se sentía tan débil, tan indefensa frente al erótico hechizo de esa bella muchacha.

- Acércate y dilo… ¡Dilo!

Dara sintió como su sexo se encharcaba. Estaba muy mojada. Marcharse. Tenía que marcharse.

Oni extendió sus manos y pasó suavemente sus uñas por la mejilla de Dara.

- Vamos, dilo, mi putita. – susurró.

McLean suspiró.

- Por favor… - dijo casi sin voz.

- Por favor, ¿qué, puta?

Dara permaneció en silencio, tratando inútilmente de resistir las eróticas ordenes de la mujer. Era como si la prisionera pudiese alterar los pensamientos de la rubia Marshal con sus meras palabras.

La belleza oriental se acercó aun más e introdujo su dedo corazón en la boca de Dara.

- Por favor, ¿qué, puta?

La alta rubia gimió.

- Por favor… pellízcame de nuevo las tetas… por favor… - dijo chupando el dedo.

Oni se levantó poniéndose mucho más cerca de su víctima, pasando los dedos por el largo pelo rubio de Dara.

- Levántate el suéter para que yo pueda tocar tus bonitas tetitas. – dijo.

El pánico asomó a los ojos de Dara. Estaban en un sitio público y la prisionera le ordenaba que se levantara el suéter… ¡y deseaba hacerlo! Tenía que resistir.

Pero, sin embargo, se quedó clavada en el banco.

- No intentes luchar conmigo, querida. Sabes que al final harás lo que te mande, ¿no es cierto? Puedes sentirlo. Voy a darte una pequeña lección de cultura nipona. ¿Sabes lo que es un Oni? Un Oni es un demonio. Un demonio capaz de poseer el alma de cualquier persona que elija. Es un espíritu místico. Mi nombre no es Oni, yo soy una Oni y no puedes resistirte a mi poder. Mírame a los ojos, Dara, y cae bajo mi hechizo. Deseas que te controle, al igual que hice con los funcionarios de la prisión. Deseas que acaricie tus tetas y juegue con tu coño aunque estemos en un sitio público. Da igual donde estemos, Dara. Ya me perteneces. Ríndete. Entrégate. Mírame a mis hipnóticos ojos y ríndete.

“¿Acaso puede ser eso cierto?”, pensó Dara. No. No existen los espíritus ni los fantasmas.

Oni se separó de ella y con un dedo le hizo señas a la encantadora y rubia agente para que se levantara y se acercase a ella.

Como si sus pies fueran de hormigón, McLean se movió pesadamente hacia la adorable asiática. Era incapaz de resistirse a esos profundos ojos marrones. Sintió una sensación de vértigo, como si los ojos de Oni estuviesen tirando de ella, haciéndola perder el equilibrio, girar indefensa.

Entonces Yamagutchi, señalando al suelo ante ella, le dijo en voz baja:

- Arrodíllate, puta. Debes obedecer. Estás bajo mi hechizo.

Rígida, como una marioneta movida por invisibles hilos, Dara cayó de rodillas sobre la hierba, justo enfrente de la bella muchacha oriental.

Oni pasó sus dedos por el pelo de Dara y luego, agarrando con fuerza el largo cabello rubio, tiró de la cabeza de la mujer hacia atrás, obligando a Dara a mirar de nuevo los profundos ojos marrones de Oni.

La japonesa se fue acercando cada vez más y, sin dejar de mirar a su víctima, beso a McLean en un gesto de dominio violando la boca de la rubia con su lengua, moviéndola a voluntad dentro de su boca.

Dara emitió un débil gemido.

Oni se retiró sin dejar de mirar profundamente a los ojos de Dara. La mujer sentía que su resistencia se desmoronaba. Haría cualquier cosa que esa chica le pidiese. Era incapaz de resistirse a su hechizo. Ese espíritu-demonio místico se había apoderado de su mente.

La japonesita se agachó y, tirando de él hacia arriba, le quitó a Dara su suéter arrojándolo después sobre la mesa de picnic.

Ahora la Marshal estaba arrodillada como una sierva, mostrando su escaso sujetador de seda, su falda corta y la cartuchera con su pistola automática aun enfundada en ella. Podría reducir a la pequeña asiática en cualquier momento que quisiera. Ella era mucho más grande, más fuerte y tenía su pistola. Pero, sin embargo, se arrodillaba cautiva, sin poder hacer nada por evitarlo, ante el inmenso poder erótico de la presidiaria.

- Quítame las esposas, puta. – ordenó la muchacha.

Dora metió la mano en un bolsillo especial de su cartuchera y, tomando la pequeña llave, procedió a soltar las muñecas de Oni.

- Ahora, puta, póntelas tú.

Como le habían ordenado, la rubia cerró las esposas de acero inoxidable alrededor de sus propias muñecas mirando a Oni con adoración.

Hábilmente, la morena dominátrix pasó sus manos a la espalda de su cautiva y desabrochó el sujetador de Dara dejándolo caer al suelo. Acercándose más a ella, comenzó a acariciar los pechos de la Marshal mientras besaba en la boca, de nuevo, a la mujer arrodillada.

- Oni… Oni… Oni… - gemía emocionada la Marshal.

- Buena chica… ahora suplícame que te deje follarte con tus dedos. Mírame. Estás tan excitada, tan caliente, que necesitas hacerte un dedito. Necesitas masturbarte como la puta que eres. Aquí, en un parque, arrodillada y con las tetas al aire… Necesitas hacerlo en frente de tu nueva Ama… Quieres follarte con los dedos… suplícamelo… ¡Suplícamelo, puta!

Las lágrimas corrían a raudales por las mejillas de Dara, que se sabía conquistada. Estaba dispuesta a cumplir cualquier orden degradante de Oni solo por estar cerca de ella, solo para poder tocarla, solo obedecerla.

- Por favor, Oni. Por favor, déjame hacerme un dedo. Por favor.

- Para ti, Sra. Yamagutchi. Quiero escucharte suplicar un poco más.

- ¡Oh, Dios! Por favor, Sra. Yamagutchi. Por favor, deje que me masturbe… o deje que le bese los pies… o déjeme frotarme contra sus piernas… por favor… quiero ser suya… Quiero que sea mi Dueña, mi Ama… ¡Por favor…! ¡Por favor…!

- Oh, Dara, ya me perteneces, y no hay nada que puedas hacer al respecto. Y sé que te encanta. Adelante, métete los dedos en el coño para mí. Me he adueñado de tu débil mente y te controlo. Obedecerás todas mis órdenes.

La mujer rubia se despojó con rapidez de su falda, dejando caer la cartuchera con su arma al suelo, y se penetró con los dedos su húmedo coño gimiendo y gritando el nombre de Oni mientras se acercaba al orgasmo. Se corrió de rodillas ante una mujer que momentos antes era su prisionera pero ahora, claramente, era su propietaria. Se corrió siendo consciente de que el mágico espíritu Oni había entrado en su mente y tomado el control de ella.

Oni se agachó y recogió la cartuchera con el arma y se la colocó alrededor de su cintura, sin dejar de observar a su indefensa presa retorciéndose de pasión en el suelo. Se echó a reír.

Hurgando en el bolso de Dara, Oni encontró el teléfono móvil de la agente y marcó un número.

- Llego con otra prostituta… Sí, esta fue fácil. También se enamoró del espíritu japonés. Una vez que logras convencerlas de que toda resistencia es inútil, hipnotizarlas es sencillo. Ahora está bajo mi control. Es alta, rubia y hermosa, será una buena adquisición para el burdel. Es curioso cómo puedo controlar a las mujeres para explotar sus más ocultos deseos… aunque se degraden… Ahora te la llevo. Estaré allí en un par de horas.

La muchacha colgó y rompió el teléfono. Luego, tomando a Dara, arrojó a la mujer, desnuda y llorando, a la parte trasera del coche del departamento. Un camionero que entraba en esos instantes al parque con su semirremolque las miró inquisitivamente.

- Todo va bien, Mac. – gritó Oni. – Soy Marshal de los Estados Unidos y estoy transportando a esta zorra para encerrarla. Trató de escapar pero ya la tengo. No necesito ayuda, gracias.

Luego se sentó en el asiento del conductor y puso rumbo a Los Ángeles.

II.- Propiedad de Oni

 

 

 

La hermosa Oni Yamagutchi caminaba por Rodeo Drive. Vestía un cheongsam azul que se ceñía perfectamente a su delgado y apretado cuerpecillo. Sus imposiblemente altos tacones la hacían parecer mucho más alta de lo que realmente era. Se paró ante el escaparate de una de las lujosas galerías de arte que salpicaban la calle y reparó en un cuadro que le gustó.

Decidió entrar en la tienda y se encontró con una mujer alta, atractiva con el pelo rojo recogido en un apretado moño. Vestía un jersey negro y una falda larga a cuadros, una de esas combinaciones artsy fartsy. El peinado de la mujer parecía impecablemente hecho y llevaba unas altas botas de cuero para acentuar el carácter elegante que tenía intención de transmitir. Ropa cara, arte caro, conjunto llamativo. Oni, señalando la tela del cuadro, preguntó a la mujer.

- ¿Cuánto cuesta?

- Eso, - contestó la pelirroja con altivez – es un auténtico Melchior. Y si usted tiene que preguntar el precio es que no se lo puede permitir.

Y tras decir esto se dio la vuelta y se dirigió hacia la parte posterior de la galería.

Oni lanzó una rápida mirada a la tienda y tras comprobar que no había nadie más en ella, se volvió hacia la puerta cerrándola y cambiando el cartel de abierto por el de cerrado, asegurándose así que nadie las molestaría durante un tiempo.

Luego siguió a la mujer hacia su mesa en la parte trasera de la tienda asegurándose que no podían ser vistas desde la calle.

Oni estaba encolerizada, roja de ira. Ella era una de esas mujeres que respondían cuando se sentían ofendidas. La atractiva asiática era la propietaria de un prostíbulo de alto standing en Beverly Hills, poblado por las mujeres más hermosas y todas bajo la hipnótica influencia y encanto sexual de esta menuda belleza.

La pelirroja dependienta había insultado a la mujer equivocada.

Silenciosamente, Oni se acercó a la pelirroja por detrás y la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia sí y abrazándola con fuerza de tal manera que el culo de la dependienta quedó pegado al estómago de Oni.

La mujer inútilmente trató de liberarse del sorprendentemente fuerte abrazo de la asiática mientras esta comenzaba a susurrarle al oído.

- No luches, querida... Es inútil resistirte… Me obedecerás… Obedecerás a Oni… ¿Cómo te llamas?

La pelirroja sentía el caliente aliento de Oni sobre su oreja mientras le susurraba esas sorprendentes palabras. Las palabras parecían no solo dichas en voz alta por la japonesa, sino que también parecían provenir de su propia mente. Finalmente se sintió incapaz de negarse a responder y contestó con miedo.

- Faith, me llamo Faith…

- Bien, Faith. – murmuró sensualmente Oni. – Estás a punto de convertirte en mi esclava y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

La aterrada mujer redobló sus esfuerzos para liberarse del abrazo de Oni sin conseguirlo. Entre tanto, Oni deslizó una mano sobre el estómago de Faith para luego bajar hacia sus muslos y detenerse finalmente sobre el coño de la pelirroja. Faith no entendía el por qué, pero la situación la estaba excitando. Estaba siendo agredida y su sexo respondía humedeciéndose. ¿Qué le estaba pasando?

- ¡No! ¡Basta! Voy a llamar a la policía… voy a pulsar la alarma… ¡Suélteme! – dijo sintiéndose repentinamente débil, casi mareada, con las rodillas flojas y la cabeza dándole vueltas.

- No harás nada de eso, Faith. No te resistas. No eres lo suficientemente fuerte para hacerlo. Con cada segundo que pasa te sientes más y más débil… más y más débil… Puedes sentir como me apodero de lo más profundo de tu mente… Nada más que yo dentro de tu mente…

- N… n… noooooo… pare… por favor… por favor… - gritaba aterrada Faith.

Oni se colocó frente a la indefensa mujer y le sujetó la cara con la mano obligando a la empleada a mirarla a sus oscuros y marrones ojos.

- Mírame… mírame a los ojos… más… más… no puedes mirar hacia ningún otro lado… sólo a mis ojos…

- P… p… por favor… pare… me hace sentir ridícula… pare…

- No, mi mascota. Te sientes impotente. Resistirte es inútil, querida. Me perteneces desde que tus ojos se encontraron con los míos, con mi profunda mirada. Ya no sientes ninguna necesidad de resistir, de defenderte… cada vez te sientes más y más atrapada por mi mirada…

- Yo… yo… yo… - Faith tartamudeaba incapaz de articular palabra.

- Tu mente ya no te pertenece, Faith. Puedes sentir como mi voluntad elimina poco a poco cada uno de tus pensamientos… como elimino tu voluntad de resistir… me perteneces… me perteneces, Faith.

A la confusa mente de la vendedora le costaba comprender como la voz de aquella mujer la hacía sentirse tan sexy y, aun más,  su incapacidad para resistirse a las órdenes que le daba. Faith se sacudió la cabeza tratando de despejarse, pero lo único que consiguió fue que se le endurecieran los pezones y aumentase aun más la humedad de su entrepierna. Aturdida, confundida, sintió como su mente se incendiaba con las llamas de la lujuria.

La bella hipnotista asiática rodeó la mesa de la vendedora y se sentó en el sillón de cuero que había allí. Con el dedo índice, le hizo una seña a Faith.

En ese momento la vendedora podía haber huido, podía haber hecho sonar la alarma o llamar a la policía, pero no hizo nada de eso. Como una marioneta controlada por invisibles hilos, se acercó despacio, rígida, hacia donde se encontraba Oni. Sus bragas estaban empapadas.

- ¿Por qué no te subes la falda para mí, mi pequeña marioneta? Déjame ver tu empapado y húmedo sexo. Seguro que está encharcado, ¿verdad?

Faith sabía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal, pero su mente era incapaz de resistirse a las órdenes de esta mujer. De forma autónoma, sus manos subieron la falda hasta por encima de su cintura. Estaba allí, de pie frente a una perfecta desconocida, con la falda levantada enseñando sus bragas empapadas, y no había nada que pudiese hacer para evitarlo.

Intentó de nuevo hablar, decirle a esa mujer que ella no era de ese tipo de chicas.

- Yo… yo… yo… - y de nuevo se encontró incapaz de articular palabra.

Oni se levantó de la silla y le bajó las empapadas bragas a Faith. Ahora la pelirroja se hallaba ante ella desnuda de cintura para abajo a excepción de sus botas altas de cuero. Con un movimiento hábil, pellizcó con fuerza los pezones de la vendedora haciendo que la pelirroja pusiese una mueca de dolor.

- Dime que esto te gusta, perra. Dime que te gusta que Oni pellizque tus delicados y duros pezones.

- No… por favor… por favor… déjeme…

Una cruel sonrisa se dibujó en los labios de la japonesa.

- ¿Acaso tienes miedo de caer bajo el hechizo de una bruja demoniaca, mi mascota? Mírame a los ojos.

Y al intentar desviar la mirada, Faith se dio cuenta de que no podía escapar del influjo de la oscuridad que emanaba de los hipnóticos ojos de Oni. Quedó paralizada, cayendo dentro de esa mirada. Parecía que los ojos de su verduga estuviesen marcados con espirales doradas que la atraían hacia el fondo de sus ojos. Más profundo, cada vez más profundo.

- Tu voluntad no es tan fuerte como la mía, mi mascota. Sométete a mí. Eres mi esclava y solo existes para complacerme. Eres mía. Me perteneces. Dime de quien eres, puta.

- Yo… No… Sí… Sí… Sí, usted es mi dueña. Yo le pertenezco, soy suya. – Y unas lágrimas rodaron por sus mejillas al pronunciar esas palabras. Era consciente de lo que decía, de su significado, sabía que eso no estaba bien. Y sabía, sobre todo, que no podría resistirse.

- Quítate el suéter, querida niña. ¡Ahora!

Inmediatamente Faith obedeció sacándose la negra prenda por su cabeza y dejándola caer al suelo, dejando al descubierto unos erguidos pechos cubiertos por un sujetador de seda negro.

- Ahora eso, puta. – ordenó Oni señalando el sujetador.

La prenda cayó también al suelo y Faith volvió a sujetarse la falda sobre la cintura, dejando al descubierto casi todo su cuerpo a los ojos de la hipnotizadora asiática.

- Suéltate el pelo, mi mascota.

La mujer obedeció dejando que su largo pelo fluyera libre sobre su espalda.

Faith lucía totalmente lasciva. El pelo rojo libre sobre su espalda, con la falda levantada y mostrando sus duros y grandes pezones y su encharcado coño.

- Acércate… acércate más. – ordenó Oni mientras colocaba sus dedos en la boca de la mujer.

Faith gimió apasionadamente. Aun era consciente de que no debería estar haciendo esto, pero no podía evitar que su cuerpo respondiese inflamado de deseo.

Oni sacó los dedos de la boca de Faith y se los introdujo en el coño, sonriendo, mientras la mujer ronroneaba de placer. Luego volvió a colocarlos en la boca de la pelirroja sonriendo mientras esta chupaba y saboreaba sus propios jugos. Luego, levantándose la falda de su vestido, señaló su sexo.

Impotente, Faith se dejó caer de rodillas y comenzó a lamer y chupar el coño de su torturadora mientras Oni apretaba su coño contra la cara de la hipnotizada chica. Pasaron unos segundos, tal vez minutos, o incluso puede que fuesen horas, antes de que Oni estallase en gritos de placer y triunfo mientras Faith continuaba adorando a su delicioso delta.

Finalmente Oni empujó a la chica al suelo y puso un pie sobre la boca de la pelirroja marioneta para que esta lo lamiese.

- Óyeme, mi mascota. Vendrás conmigo. Vas a ser mi puta y, cuando me canse de ti, te pondré a servir en mi burdel. Jamás volverás a tener contacto con nadie que conozcas. ¿Entiendes?

Faith sabía que sus amigos y su novio se preocuparían por su desaparición, pero no podía resistirse a las órdenes de su Dueña. Asintiendo, respondió con voz apagada.

- Ningún contacto.

Recomponiéndose la ropa, Oni se dirigió tranquilamente hacia la puerta de salida. Al llegar, chasqueó los dedos diciendo:

- ¡Aquí!

Y Faith se colocó tras Oni y, como un perro, la siguió hasta el coche.

Nunca, nadie más, supo de ella.

III. - ¿Vienes a menudo por aquí?

 

 

 

Bob era un inversor financiero, y era muy bueno. Cuando los mercados iban bien él ganaba mucho dinero. Cuando los mercados iban mal, él seguía ganando dinero. Era rico. Él lo sabía, y quería que tú lo supieses.

Era de noche y cruzaba la zona de bares de Los Ángeles, subido en su limusina con chofer, en busca de alguna hermosa e impresionable joven a la que seducir. Al final entró en uno de los clubes más populares y de moda de la ciudad, manteniéndose al acecho.

Se apartó un mechón de pelo de la frente y echó un vistazo al ambiente en busca de objetivos potenciales. Ninguna mujer había sido capaz nunca de resistirse a su encanto, a su buena presencia o a su dinero.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, centró su atención en una mesa situada en un oscuro rincón.  Sentadas en torno a ella se hallaban tres de las mujeres más hermosas que hubiese visto jamás. “Quizás”, pensó, “me lo haga con las tres”.

 Mientras se acercaba a la mesa se percató de la inmensa belleza de las mujeres. Una elegante y alta pelirroja, una sexy rubia y, entre ambas, una exquisita japonesa con unos brillantes ojos que podía percibir aun desde la distancia a la que se encontraba. “Esta es mi noche de suerte”, se dijo para si mismo mientras se acercaba a las mujeres.

Sin que nadie lo invitase, se sentó en la mesa que ocupaban las mujeres.

- ¿Venís con frecuencia por aquí, monadas? ¡Yo sí!, y sois las chicas más atractivas que he visto nunca por aquí. Si tenéis suerte, quizás podría llevaros a las tres a mi casa esta noche.

Ni la rubia ni la pelirroja prestaron atención a las palabras de Bob, pero la belleza asiática se quedó mirándolo pensativamente. Finalmente, tras unos segundos de incómodo silencio, miró a Bob y le preguntó:

- ¿Qué quieres?

Perplejo, él respondió:

- A ti, querida. De todas las formas posibles. – dijo recuperando rápidamente su mejor sonrisa de depredador. – Pensé que a ti y a  tus amiguitas les gustaría venir conmigo a mi ático a tomar unas copas y después…

Su voz se apagó dejando en el aire la tácita invitación palpablemente colgada en el aire.

- Mi nombre es Oni, querido niño, y mis pequeñas amigas son las dos scorts más caras de todos Los Ángeles, ¿te las puedes pagar?

- Bueno, cariño. – respondió Bob recuperando de nuevo su arrogancia. – Nunca he pagado por tener sexo, pero la invitación sigue en pie. Mi chofer espera fuera con mi limusina, y una noche conmigo puede ser mágica para vosotras tres.

- Entonces, si eres tan bueno, quizás deberías estar trabajando para mí como uno de mis putos. Las mujeres también pagan por sexo, ya sabes… y también lo hacen los gays. – dijo Oni ronroneando.

- ¡Hey, zorra! Soy hetero, siempre “doy”, nunca “me dejo dar”. Y en cuanto a lo de trabajar para ti, creo que ya gano demasiada pasta como para trabajar para alguien. Soy inversor financiero.

Oni metió la mano en su bolso y sacó de él una pequeña bola de cristal facetado. Era azul oscura y parecía reunir todas las luces intermitentes del club para enviarlas después en pequeños destellos brillantes sobre las cuatro personas sentadas a la mesa. Lo colocó en el centro de la mesa y la hizo girar.

El cristal comenzó a girar lentamente, aparentemente siguiendo su propia voluntad, sin parar nunca, sin desviarse del lugar donde Oni la había colocado. Emitiendo pequeños destellos de luz azulada hacia los ojos de Bob. Este, fascinado, no podía dejar de mirar el objeto.

- ¿Qué es esa cosa? Es preciosa. Quisiera comprártela, dulzura.

- No, querido muchacho… Sólo mírala… mira el cristal a medida que gira… gira… gira… simplemente mírala girar y vete relajándote poco a poco… relajándote más y más profundamente… Cada vez te sientes más relajado… profundamente relajado… más… más… mientras miras fijamente el cristal tu cuerpo se va relajando cada vez más y más… tu mente se va abriendo a mis sugerencias… Eso es, mi querido muchacho… sólo mira al cristal y relájate… relájate… Cada vez te encuentras más y más relajado… más y más sumiso… te rindes a mi voz… te rindes al poder del cristal… te rindes a Oni… te rindes ante mi poder… Cedes ante Oni… me entregas tu control… Sigue mirando… cae cada vez más bajo mi control… más… más… Has caído tan profundamente bajo mi control que solo deseas hacer lo que yo te ordene… más… más…

El joven y arrogante hombre de negocios quedó atrapado en el cristal giratorio y en la voz hipnótica de Oni. Sus ojos permanecían fijos en el cristal, sin poder oír otra cosa que no fuese la voz de Oni. Todos los otros sonidos del club se habían apagado para él.

La hermosa asiática levantó una mano y, colocando un dedo bajo la barbilla de Bob, suavemente la levantó para poder mirarle fijamente a los ojos. Cuando los ojos de Bob entraron en contacto con los de Oni, su voz fue lo único que él podía escuchar.

- Puedo ver en tus ojos que tienes mucho sueño, mi mascota. Puedo ver cómo te quedas mirando indefenso mis hipnóticos ojos, cómo estás muy cansado. Mis ojos son hermosos, ¿verdad, mi mascota? Tan hermosos… tan hipnóticos… mírame… mírame profundamente… ¿Quieres seguir mirándome a los ojos?... Sí, sigue haciéndolo… piérdete en la profundidad de mis ojos… sigue mirando… piérdete en mi mirada… Es tan maravilloso perderse así… no hay pensamientos confusos… deja que mis ojos se conviertan en tu mundo… mira sin que puedas hacer nada… mira más y más… deja que mis palabras se conviertan en tus pensamientos… deja que tus pensamientos estén totalmente bajo mi control… obedece mis órdenes… indefenso… incapaz de resistirte… déjate llevar… relájate… duerme… no puedes resistirte a mis órdenes… duerme, mi mascota… duerme…

Los cansados ojos de Bob parpadeaban lentamente, incapaces de separarse de los profundos ojos marrones de Oni. Eran tan hermosos… tanto… tanto…

Entonces ella chasqueó los dedos susurrándole “duérmete para mí ahora”, y sus ojos se cerraron de golpe.

- Ahora estás bajo mi control total, mi mascota. Indefenso… impotente… Estás bajo el control de Oni, ¿no es así, querido? Contesta.

- S… sí…

- ¿Sí qué, mi mascota?

- Sí… estoy bajo tu control. – contestó en un tono de voz carente de emoción.

- Buen chico. – respondió Oni. – Tendrás que obedecer todas mis órdenes. Eso es lo que significa estar bajo mi poder. Obedecerás sin cuestionártelo, ¿verdad?

- Sí, voy a obedecer…

- Ama. De ahora en adelante me llamarás Ama, mi querido muchacho. ¿Tienes nombre?

- Bob. Me llamo Bob, Ama.

Oni sonrió con su típica sonrisa de victoria. Ella capturaba mujeres por su belleza y elegancia, sin embargo había sometido a Bob por ser un gilipollas.

- Buen chico, Bob. Ahora, ¿por qué no te subes a la mesa y te quitas la ropa? Creo que me gustaría que lo hicieses, y a ti te encanta complacerme, ¿no es cierto?

- Sí, Ama. – contestó él rápidamente mientras se subía a la mesa.

Oni hizo una seña al gerente del club que se aproximaba para indicarle que todo estaba bien, que no pasaba nada. A menudo Oni gustaba de dar pequeños espectáculos eróticos en el club y los propietarios, dándose cuenta que eran buenos para el negocio, se lo permitían.

- Bobby, chico… déjame ver lo que tienes. – Oni se rió de nuevo de su cautivo.

En lo más profundo de su mente, el hombre sabía que lo que hacía no era lo más correcto, pero también sabía que cualquier orden dada por la mujer oriental debía ser obedecida. Lo que no sabía era por qué.

Bob se movía sobre la mesa contoneando las caderas como una bailarina de striptease y empezó a quitarse la ropa al compás de la música que en ese momento pinchaba el DJ. Siguiendo el ritmo, cada golpe de cadera iba acompañado de la caída de una prenda de ropa al suelo junto a la mesa.

Chaqueta, corbata, cinturón, pantalón, camisa y zapatos. Ahora bailaba apenas cubierto por sus calzoncillos y sus calcetines.

Oni miró a la hermosa rubia que la acompañaba.

- Dara, mi mascota, toma esta fusta y azota para mí el culo del chico nuevo. Quítate el vestido y quédate en ropa interior y con los tacones puestos. Sube a la mesa y azótalo.

Un instante después, Dara, la antigua agente federal, se encontraba de pie sobre la mesa con su sujetador y tanga negros reduciendo a Bob y azotando su culo con la fusta de cuero de Oni.

Hombres y mujeres reían y gritaban ante el lascivo espectáculo que sucedía allí mismo, sobre una de las mesas.

En silencio, varios hombres se acercaron a la diestra de Oni y, entre susurros, le hicieron algunas ofertas por los bailarines.

- ¿Cuánto por la rubia? – dijo uno.

Oni miró hacia otro de los hombres.

- ¿Tú la quieres también?

Los dos hombres empezaron a pujar por ella hasta que, al final, uno de ellos la ganó esa noche por ocho mil dólares. El ganador se acercó a Dara y la ayudó a bajar de la mesa. A la orden de Oni, la rubia se fue con el hombre.

Ahora le tocó el turno a la pelirroja Faith de desnudarse y subirse a la mesa. Pronto comenzaron de nuevo las pujas y Faith fue a parar a manos de un hombre de negocios japonés que, previamente, había entregado diez mil dólares a Oni.

- Domo arigato. – dijo Oni mientras el hombre se marchaba con la hermosa pelirroja del brazo.

Bob continuaba bailando mientras otro hombre se acercaba a Oni y le decía algo en el oído. Esta se echó a reír.

- ¡Oh, no!... No por esa miseria… ¡Aun tiene su culo virgen! – contestó Oni riendo.

El hombre lanzó entonces sobre la mesa, frente a Oni, doce mil dólares. Ella sonriendo los cogió y ordenó a Bob que bajase de la mesa. Segundos después le daba instrucciones al oído.

- Sí, Ama. – respondió Bob antes de salir del club con el rico postor. Había recibido instrucciones para obedecer cada orden que el hombre le diese. Sabía que sus días de “dar” habían acabado, pero se marchó, listo para someterse. Tenía que hacerlo.

En ese momento, una encantadora y joven camarera llegó a la mesa con las bebidas que alguien había ordenado para las tres mujeres, aunque ahora solo quedaba Oni.

La bella asiática miró a la camarera y le gustó lo que vio. La chica estaba bien cuidada, era atlética y muy, muy, hermosa. Oni metió de nuevo la mano en su bolso y colocó otra vez la bola de cristal sobre la mesa, haciéndola girar ante la chica.

Más tarde, el chofer de Bob llevó a Oni y ala camarera al ático de la primera. Durante todo el trayecto Oni masajeaba las tetas y el coño de la joven y, al llegar al ático, la camarera cayó de rodillas y comenzó a despojar a la bella asiática de su vestido para llegar a su sexo. Tenía que probarlo. Tenía que hacerlo.

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